Pacto de Sangre {Constant Von Fanel}

por **Dauphine "Fiura" Sorcière** Lun Ago 11, 2014 9:45 pm

Se le acababan los suministros. La bruja y enfermera contabilizaba celosamente los insumos que ocultaba detrás de retratos de familiares difuntos y bajo aflojadas tablas de madera. Quería estar segura de que no dejaba ni un solo rincón sin inspeccionar. ¿Sería más fácil guardar todo en un solo lugar? Por supuesto, pero también el camino más rápido para ser descubierta. Si alguien llegaba a pillar un frasco o dos, Dauphine podía hacer pasar la sustancia del interior por medicina para su sobrino o muestras del hospital. Distinto gallo cantaría si el susodicho se encontraba con toda una botica de frentón. No, había que evitar eso. La viuda detestaba tener que ensuciarse las manos, porque las manchas conllevaban explicaciones, las explicaciones llevarían a la verdad, y la verdad le compraría un asiento en primera fila a la horca y a la deshonra de Emilien. ¿Sonaba a un razonamiento un tanto paranoico? Ciertamente, pero lo necesitaba.

Y de pronto, ya había terminado. Como una imponente figura de ajedrez la mujer realizaba cálculos en su cabeza según lo examinado, amparada por la oscuridad de la habitación subterránea. Obtuvo un resultado y volvió a hacer la operación dos veces más. Para su mala fortuna, no se había equivocado. El total se mantenía intacto.

—Dos ml —susurró en las sombras como si acabase de anunciar una mala noticia, y en verdad lo era— Son veinte gotas, que alcanzarán para diez niños con suerte. En menos de una semana la totalidad de mis frascos estará vacía. No habrá más sangre para salvarlos. Mi magia no es lo suficientemente discreta como para usarla en plena jornada laboral, ni tan efectiva como para ponerle freno a una muerte inminente. Puedo apartarlos de ese abismo mientras no hayan llegado a un punto crítico, pero una vez ahí… —gruñó.

Estaba de mal humor. Tuvo la tentación de llevarse una pipa de tabaco a los labios, pero se dijo que no, sabiendo que aquello arruinaría el sabor de su sangre, su moneda de cambio. Lo quisiera o no, tendría que salir aquella misma noche al bosque a buscar sangre de vampiro. Y así lo hizo: caminó en medio de la penumbra solamente orientada por el conocimiento que tenía del terreno y la luz de la luna. No había otra opción. Era algo muy tedioso, porque para atraer a los no-muertos, lo primero que tenía que hacer esa provocarse una herida, y rezar para que llegase a ella un vampiro ad hoc. No podía ser un novato, pero tampoco un veterano. Si se trataba de un sujeto recién convertido, tendría prácticamente que secarlo para que su sangre surtiera efecto en los pacientes. Por el contrario, si se aproximaba uno que llevaba mínimo dos generaciones, la potencia del efecto resultaría nociva en un cuerpo tan diminuto como en el de un niño, hasta el punto de volverlo un esclavo de sangre. Necesitaba el justo medio.

Detuvo su andar en una especie de claro. No se percibían auras cercanas, pero ella las atraería. Mientras más rápido anunciara su oferta de sangre, mejor. Llevaba dos armas consigo: una daga para su propia carne y la oz que utilizaba para desmalezar la entrada a su posada. La segunda serviría como último recurso ante cualquier inmortal atrevido que optase por el salvajismo antes que la diplomacia. La magia era útil para retener y frenar, pero no para eliminar. Aborrecía la idea de esparcir cadáveres, pero lo haría si transitaba por allí algún engendro descontrolado que significara peligro para Emilien.

Elevó entonces su mano izquierda, la más débil que poseía, a la luz del firmamento. Objetivo enfocado. No estaba orgullosa de lo que hacía, pero prefería tragarse el coraje. Si los niños del hospital fallecían en sus brazos, el orgullo no los traería de vuelta.

—Ven aquí, seas quien seas. Si hago un pacto con el diablo, no hace falta preguntarse en qué me convierte aquello. Termina de promulgar mi sentencia. —un corte limpio y preciso Fiura tejió en la piel de Dauphine. La bruja danzaba dentro de ese cuerpo blanquecino como si tronaran tambores. Se sonrió al ver el rojo correr y teñir la tierra. Hasta dibujó un círculo a su alrededor. Se acercaba así, lenta y poderosamente, el lado macabro de la magia— Dame tu infierno, hijo de belcebú; te ofrezco a cambio este falso cielo que poseo.

por **Constant Von Fanel** Mar Ago 26, 2014 10:03 pm

"They told us sin's not good,
but we know it's great"

Avanzaba a paso vivo, como si tuviese un destino y una determinada hora para alcanzarle, cuando en realidad iba a la deriva. Sus manos cerradas con fuerza, su cabello alborotado por el viento nocturno, sus zapatos cubiertos de lodo. Como un poseso había atravesado prácticamente toda la ciudad sin aminorar el ritmo, sin importarle a quien empujase o junto a quien pasase. Ignorando a las muchas almas y cuerpos que podrían servirle de desahogo momentáneo. Nada le importaba más que aquella que llenaba su mente y desquiciaba sus emociones. Algunas veces, en medio de la soledad del día, se preguntaba qué haría si ella no estuviese más, si por alguna razón desapareciese otra vez, si dejase de existir ¿En qué enfocaría entonces su energía? Sus correrías nocturnas le servían de alivio y catarsis, pero la obsesión que aprisionaba su mente en realidad nunca se alejaba demasiado. Si ella no estuviese de seguro enloquecería pues sabía, a ciencia cierta, que no encontraría en el mundo otra mujer que igualara sus más bajos instintos, que satisficiera sus más oscuros deseos y que comprendiera su falencia más insondable. No debería agobiarse con pensamientos tan fatalistas, al fin y al cabo hasta el momento todo marchaba según lo planeado. Pero no podía evitarlo, como si además de todo tuviese la incapacidad de disfrutar lo que poseía a sus anchas. – ¡Basta! – se reprendió en voz alta obligando a sus piernas a detenerse y a su mente a relajarse. Solo entonces percibió en realidad lo que le rodeaba. Sin proponérselo había abandonado las pobladas y sucias calles de la ciudad y se habían internado en una de las tantas zonas boscosas de las afueras.

Los ojos claros vagaron por algunos segundos observando detenidamente a su alrededor. Sus sentidos aumentados le indicaban la presencia de infinidad de criaturas, algunas reposando otras en plena actividad. – Sencillamente perfecto – la voz en su mente resaltaba con esas palabras el infructuoso viaje y el hecho de que justo donde se encontraba nada le serviría para aplacar su espíritu y contener su tóxico estado anímico. Tendría que dar la vuelta y regresar. No es que aquello se perfilara como una gran hazaña, para el cuerpo de un inmortal no significaba nada desandar algunos kilómetros, pero para él representaba el aceptar un error y corregir su camino era algo que no hacía desde hacia muchas décadas. Frunciendo el ceño se recostó casualmente contra el árbol más cercano. En esa posición le encontró el aroma inconfundible de una mortal. Sonriendo por primera vez en la noche, Constant se apresuró a salir en pos del rastro descubierto. Algunos minutos más tarde, y solo un momento después de que pudiese observar la fuente del apetecible olor a la distancia, la mujer causante de su momentánea excitación hizo lo más inesperado. Aquello sorprendió en principio al vampiro quien continuó acercándose hasta obtener una visión clara de la fémina. La sangre oscura corría por el brazo de ella, seduciéndolo e invitándolo a acceder a la petición vociferada a los cuatro vientos. Si no era una hechicera se trataba entonces de una mortal convencida de serlo. Independiente de si se trataba de locura o de seguridad en habilidades por ahora desconocidas por el inmortal, y para fortuna de aquella mujer, su plegaria había sido escuchada por alguien que de ninguna manera se negaría a responder.

Ocultando la diversión que la escena le causaba, e ignorando la tentación que significaba aquel hilo carmesí, salió de entre las sombras, justo a espaldas de la supuesta hechicera – Curiosa forma de entregarse a los brazos de la muerte – comentó socarronamente – y extraña manera de iniciar una negociación… tu falso cielo ofreces – acercándose se inclinó y tomó con su índice un poco de la tierra manchada de sangre – me pregunto si será suficiente – observaba la mezcla sobre su pálida piel, de un tono tan distinto a la que se desplazaba por el tibio brazo, escuchaba el paso del aire a los vivos pulmones y el latir de aquel jugoso corazón. No sabía que era exactamente lo quería ella, no entendía las razones que la motivaban a convocar a los hijos del demonio con el propósito de un hacer un pacto, pero sí tenía claro que su presencia en el bosque le brindaba una salida al pequeño dilema que enfrentaba antes de percibirle. Claro, además de un nuevo objetivo para las horas futuras que no fuese deambular por el mundo como un descerebrado que ni siquiera cuenta con la concentración suficiente como para fijarse hacia donde le llevan sus propios pies.

por **Dauphine "Fiura" Sorcière** Sáb Oct 11, 2014 10:44 pm

La presencia avanzó sin titubear, intrépida, sabiéndose dueña de la tierra que pisaba, pero sin desesperación. La bruja podía descartar inmediatamente que se tratara de un neófito. No… quien recién trataba con el sabor gustativo de la muerte se abalanzaría derribándola al suelo. La devoraría viva. Ni siquiera le permitiría perder la conciencia antes de morir. ¿Un vampiro de más de cien años? Podía ser. Se trataba de un hombre, seguramente, por el sonido de su andar. No fue sino hasta que el desconocido del aura maligna detuvo sus pasos tras ella que la hechicera sintió una muy humana ventisca helándole la espina dorsal. Estaba condenada a sentir esa sensación una y otra vez; con cada encuentro los portadores de la muerte, le sería robada una porción más de la paz que no poseía. Dauphine se sobrecogía; Fiura reía grotesca.

—Son los caminos inusuales los que nos aturden con destinos insólitos —murmuró sin voltear a verle, aunque lo sentía como si lo tuviera enfrente— Hay dos maneras de recorrer este rastro que dejé, Monsieur: una forma evidente y una correcta. La evidente lleva a una muerte segura, aunque esta vez no para mí; un filtro para los osados e inexpertos. La correcta… —finalmente se atrevió a dar la cara con lentitud, no fuera a ofender la altivez del no-muerto— …es la que usted ha tomado.

A quien encontró tomó un poco desprevenida a la hechicera. ¿Ropas elegantes, rostro de alcurnia? No eran precisamente los vampiros que por ahí transitaban; esos preferían beber de la hija del gobernador en el palacio. Así que aquello era una novedad. No sabía qué era más de temer; si un cavernícola desenfrenado o un caballero contenido. El primero no dejaba nada a la imaginación, y el segundo demasiado como para gozar de tranquilidad. Pero ya era tarde para reflexionar al respecto; había ofrecido su sangre, y lo había hecho sabiendo que cualquiera, por la razón que fuera, podía tomarla. La enfermera se hubiera retirado, la bruja conspirado, pero como la madre que se sentía de su único sobrino y de los pacientes a su cuidado, era capaz de ofrecer su cordura en bandeja de plata y algo más. Ellos siempre tomaban más.

—Si fuera suficiente, usted no volvería, ¿verdad? Nadie lo haría si no ganase nada a cambio del esfuerzo, pero en su caso es más fuerte. Es lo que mantiene intactos a los inmortales: la perpetua necesidad. —se sonrió con la boca, pero no con los ojos; ésos no quitaban la vista de Constant, Era hechicera de experiencia; conocía las ventajas de las demás especies. Y si se confiaba, podría caer presa de algún embrujo que no necesitaba de magia para hacer efecto— Oh, es cierto, nosotros también somos criaturas insaciables, pero guardamos la esperanza de la felicidad. Sus ojos, en cambio, despertaron al mismo tiempo que su corazón dejó de latir. No tienen que esperar a viejos para que la realidad les rompa la ilusión y termine por matarlos. —su boca abandonó el gesto— Sí, yo también creo que me he excedido con las palabras. Vamos a lo que nos convoca.

Con un gesto pausado y elegante —para alguien de su modesta clase— levantó la mano que había rajado, con la herida aún caliente. Tenía un bonito color; cuidaba lo que comía, las horas de sueño e incluso los vicios para no perturbar su sabor. Esperaba fuera suficiente para tentarlo, o por lo menos para que lo pensara antes de darle una respuesta positiva.

—Lo mío por lo suyo, mi refinado señor. —murmuró plenamente seria, pero afable. Fiura no sabía jugar; Constant tampoco.

por **Constant Von Fanel** Lun Nov 03, 2014 8:47 pm

Casi esperaba que la desconocida voltease alarmada al sentir su presencia, al escuchar el sonido de su voz. Sin embargo su reacción fue tan inusual como los caminos a los que hacía referencia. Se tomó su tiempo antes de girar y mirarle a los ojos y ofrecerle una mirada determinada y sin rastro del pánico al que el vampiro estaba acostumbrado. Una sombra oscureció los ojos de Constant al percibir un dejo de amenaza en las palabras de la morena – Lo correcto puede ser tan relativo y subjetivo como lo es la verdad. Lo insólito puede tener un cariz tanto de conveniencia como de fatalidad – le molestaba que ella asegurara conocer lo que era correcto y lo que no. Con respecto a lo otro, no estaba seguro a que muerte se refería. No podía ser tan corta de entenderás como para siquiera pensar en la posibilidad de arrebatarle la existencia a alguien como él. Por otra parte tenía que admitir que, de alguna manera, había hecho lo que ella deseaba. Convocó abiertamente a un ser oscuro y éste apareció como dispuesto a iniciar una negociación bajo unos términos que desconocía por completo. Se trató de un llamado astuto y eso era algo que tenía que reconocer.

Permitió que ella hablase sin interrumpirle incluso cuando tanta palabrería empezaba a hacerle cuestionar las razones por las cuales le permitía conservar su lengua intacta. Afortunadamente ella sola se dio cuenta de su futilidad. No requería que nadie le diese una clase sobre la existencia de los suyos, menos aún cuando quien la dictaba solo se limitaba a recitar teorías deducidas por la lógica y no por la vivencia. Oh, sí. Hablar siempre resultaba sencillo. Pero algo podía rescatarse de aquel lapsus informativo: el hecho de que el simulacro de sonrisa no hubiese abarcado la totalidad de la expresión de la morena, que sus ojos claros y tentadores permaneciesen a la expectativa y se rehusaran a abandonarse ante el simulado gesto.

El miembro herido fue levantado en el aire, como la ofrenda que era. El líquido que por él se deslizaba pausada y tentadoramente hacia que los instintos de Constant saltasen en frenesí. La sed, esa amante constante e insaciable, le abrasaba la garganta y le impelía a abandonar el control ¿Cómo describir aquella sensación? Había escuchado, en el correr de los años, a muchos inmortales referirse a ella como una maldición. Pero claro, no podía pedir a un lisiado de nacimiento que le explicase lo que sentía correr con libertad por una verde pradera. Ese era él, como humano, como vampiro, siempre. Solo un lisiado que tenía que cargar con su defecto en medio del silencio y el secreto. Estaba maldito, tanto como para contar solo con aquella sensación, la despiadada sed, tan despreciada por otros, en medio de un mar de insensibilidad. Era la única sensación que su cuerpo reconocía, que le recordaba que era un ser corpóreo y no solo un espíritu con forma vagando en el mundo, por eso la atesoraba y disfrutaba como pocos vampiros de su edad hacían. Su prioridad no era saciarse de sangre pues no deseaba apagar la hoguera que le calcinaba la garganta. Qué suerte para la supuesta hechicera, de otra manera lo que sería correcto para él sería abrirle la garganta y hartarse del carmesí manantial que atesoraba en su interior.

Sus ojos permanecieron impasibles sobre la mujer durante algunos segundos. No tanto por el hecho de que se encontrase sopesando la oferta sino más bien por tener la oportunidad de ver su reacción bajo la escrutadora y fría mirada. Pero si que pensaba en sus palabras y en el que ella creyese tan preciada su propia sangre como para que un inmortal desease mantenerla con vida solo por el placer de regresar a ella una y otra vez. Una creencia que no debía tomarse a la ligera pues todo lo ocurrido le sugería que no era la primera vez que lanzaba su oferta ¿Dónde estarían quienes aceptaran en el pasado? – Tengo claro ya lo que usted ofrece – comenzó a hablar acortando perezosamente la distancia que les separaba. Luego tomó con suavidad, pero con firmeza, la muñeca ofrecida y deslizó con inusitada lentitud su lengua por la tersa piel. Un fino hilo de sangre se deslizó por su garganta. Jum, no había presumido en vano pues aquel líquido era equiparable para Constant solo con los infantes de los cuales se había alimentado. Pura y conservada, en equilibrio perfecto y libre del mas mínimo rastro de sustancias que pudiesen alterar su textura y sabor. – Pero preferiría que fuera más especifica en lo que de mi desea a cambio – ¿Qué más podía desear que su propia sangre? Bien sabidos eran los efectos que pequeñas dosis de su propio elixir podía causar sobre cuerpos mortales. Pero el líquido que acababa de paladear se encontraba exento de sangre inmortal ¿para que la quería entonces? – y en el destino que le dará – finalizó ofreciéndole una medio sonrisa que podía ser interpretada de diversas maneras y soltando su agarre pero sin colocar una distancia entre los dos cuerpos.

por **Dauphine "Fiura" Sorcière** Mar Nov 11, 2014 7:41 am

Un temblequeo se apoderó de la hechicera cuando sintió la lengua de fuego de ese ser helado jugando con la sangre de la herida expuesta. No, no importaba cuántas veces lo repitiera, ni tampoco con quién; compartir ese elixir carmesí le saldría caro a sus sentidos, castigándola. Sus ojos, tiritones mas no atónitos, se quedaron fijos de indignación por la injusticia de hacer el bien a otros. Al fin y al cabo, quien se sacrificaba por medios oscuros pagaba las consecuencias, sin importar el benigno fin.

—Sin lugar a dudas, este es un vampiro —pensó. Era y parecía.

Tenía que refregarle en el rostro sus intenciones. No le bastaba con obtener y no preguntar, con tomar lo que le ofrecía y encargarse de asuntos más importantes que dialogar con la comida. Así sería un humano sensato, pero no un inmortal. Fiura sonrió por dentro; ¡oh, podía ver sus colmillos apretados y blancos!, debían ser fríos y duros como retazos de hielo. ¡Y esa oleada de calor infernal que se desprendía de él, y la alcanzaba y la impactaba de bienestar! ¡Tener que defenderse de aquel bienestar, tener que salir del círculo que a la par que su sombra movía a aquel espectro tan imponente! Dauphine la quiso callar, pero sólo consiguió ignorarla, apagando el gélido brillo que se le escapó momentáneamente por los ojos.

La bruja suspiró, mirando hacia el suelo antes de volver la vista con sentimiento de tropelía. ¡Tenía que refregarle en la cara lo que estaba a punto de hacer! Sus intimidades, sus intenciones. Humillación.

—Lo mío por lo suyo —repitió con seguridad. Fiura había conseguido ver, dentro de su malicia, que al vampiro le había gustado el sabor— Prometo no luchar, resguardar la sensibilidad de la piel del sol, mantener la calidad de la sangre evitando vicios y comiendo como lo solicita un paladar como el vuestro. Además… —llevó una de sus manos al cuello, como si le doliera, y psicológicamente así era, de solamente pensar en lo que vendría— …que nadie más posará sus colmillos aquí mientras usted decida mantener el trato. No habrá individuo alguno que me contamine.

Y aquí venía lo que exigía. Cómo odiaba esta parte. Nunca se sabía cómo reaccionarían. Aunque Dauphine creía tener una ventaja: por el comportamiento del sujeto, deducía que éste no era tan joven como para devorar todo lo que se le cruzase por delante ni tan milenario como para no beber nada más que de vírgenes aristócratas. Sí, tenía oportunidad.

—A cambio, solicito unas gotas de vuestra preciosa sangre. Por mí no compartiría el fin, pero esta es su fiesta. Verá usted, soy enfermera, señor. A mi cargo hay niños, casos muy graves. Hay veces en que no entiendo por qué no los dejan morir. Pero al segundo después, me arrepiento de cuestionarlo y entiendo por qué lo hacen. —tuvo que frenarse. Quedar vulnerable emocionalmente era malo; que fuera ante un vampiro, era nefasto— Vuestra esencia puede salvarlos aunque no les queden más que unos suspiros para que se les escape el alma. No hay mejor medicina ni tampoco más efectivo disfraz. No deja huella, pero las consecuencias están ahí. He ahí su perfección.

Dauphine se equivocaba terriblemente. No era perfecto; aquella vida terminaría degenerándola si seguía jugando con ella como si fuera una diosa y no una insignificante mortal. Con Constant lo vería.

—No es necesario que me conteste ahora si acepta o no. Si busca atraer a «Fiura», ésta le contestará.

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