AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Noche infinita (Sébastine d'Auxerre)
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Noche infinita (Sébastine d'Auxerre)
La noche es bella,
está desnuda,
no tiene límites ni reja.
Está hecha a medida a quienes aman [...]
José Hierro
está desnuda,
no tiene límites ni reja.
Está hecha a medida a quienes aman [...]
José Hierro
No había llegado a pasármelo tan bien jamás en mi vida mortal, hasta que la inmortalidad paró mi corazón. Todo era nuevo para mis ojos. Pareciera que los mortales no pudiésemos ver realmente la vida y solo ahora pudiese ver cada una de sus facetas. Mi mirada centrada en todo, podía parar atención a todo cuando me rodeara. Mi mente se había expandido, como mi cuerpo fortalecido. Sencillamente ya nunca más seria una indefensa y delicada mortal y en cada una de las noches de esta nueva vida, lo celebraba. Ya no volvería a ser esclava de nadie. Hay gente que dice que el vínculo con tu creador pueda someter, yo jamás lo sentí así. Él solo libero las cadenas que me ataban a aquella patética visión, a la absurda y efímera existencia, tan vacía como el ataúd que con mi nombre había sido enterrado. Ya había dejado atrás el apellido de mi madre, y el de mi padre. Ahora llanamente era una más de un clan vampírico de los cuales no supieron de mí, y sin embargo yo si de ellos. Ahora era una de Bordeaux, como mi maestro; mi creador.
Los años con él pasaron rápido. Para lo que los mortales equivaldrían a cuatro vidas enteras, una tras otra, para un inmortal apenas no eran más que un suspiro, un halito de vida retorciendo nuestras entrañas. Me había enseñado a ver con mis ojos y a sentir los elementos bajo mi mano. Sedienta de conocimiento y saber, atendía a cada una de sus lecciones, saboreando aquellos momentos, guardándolos para cuando él debiera marchar y yo, no debiera de seguirle. Era fácil estar con él y mi impulsividad de neófita nos ayudaba. Yo le replicaba, me negaba a sus palabras, guardaba aquel carácter filoso y él a veces si no jugaba a ignorar mis caprichos, simplemente me sonreía fugazmente. Fueron tiempos dichosos. Me gustaba pensar que yo era la llama de su fría existencia en aquellos parajes, el motivo por el que afrentaba nuevas noches solo para ver en cuantos problemas podía meterme solita y salir de igual forma airosa. En ocasiones sentía que era así, sin embargo en otras pareciese que su mente navegara en otra noche lejos de ese lugar. Quizás con su creadora, quizás solo lejos de mí.
De igual forma era tan joven que solo me centraba en disfrutar, en sentir… vivir la noche como si cada una de ellas fuera la última. Era exquisito sentir el aire rozar tu cuerpo al correr a la velocidad que ningún humano sería capaz de ver. Fascinante la palidez de la carne, la calidez de la sangre hundiéndose en la garganta. La desesperación, el miedo, la incertidumbre, la pasión, fueron sentimientos que como inmortal disfrute y saboreé, encontrando en la muerte una dicha que jamás creí posible. Nos llamaban demonios, seres malignos creados de las mismas fauces del diablo, y si, era cierto, pero también a veces éramos ángeles redentores. ¿No era a veces la vida más cruel que nuestra sed? Nosotros nos alimentábamos de ellos como del granjero que sacrifica a su cordero ¿Se nos podría llamar monstruos? No lo creo, solo éramos vagabundos de aquella eterna vida, redentores de almas y jueces, que impartíamos nuestras leyes, gobernando sobre la vida y la muerte. ¿Dioses? A veces creí ser uno de ellos.
Mi mortalidad tardó poco en abandonar mi cuerpo y alma. En poco tiempo era toda una vampiresa. Fría, de aspecto delicado y fino. Hermosa, como la blanca amapola, seducía con mi voz y movimientos a mis presas, les llevaba a mis brazos donde les quebraba y hacia míos. La esencia carmesí de los mortales siempre fue uno de mis deseos, todo y que aún en contra de mi razón o quizás por la nueva visión que las sombras me otorgaban, seguía sintiendo fascinación por la música. Los violines, el piano, el clarinete, aquellos instrumentos y melodía de los que jamás pude librarme, me hipnotizaban y curiosa me dejaba arrastrar hasta los músicos que tras reír, cantar y bailar, terminaban acurrucados bajo el fuego, en silencio, muertos. Al final siempre terminaba llevándome conmigo la más bella de las melodías.
Y mientras mis noches iban pasando, tras para lo que representó apenas un suspiro de mi aliento, él se marchó. No puedo negar que eso me destrozó, o por lo menos sentí su ausencia aquellas primeras noches hasta que volví a reinar en la noche y en los cuellos de mis víctimas, fui olvidándole. Por lo menos en lo que seguí comportándome como la joven caprichosa que resultaba ser. Y como todo principio, también esa etapa tuvo un final, en el que los hilos moviéndose en mi contra me hicieron ver que debía madurar. ¿Y cómo madura un vampiro? Comportándose. Y aquello hice, dejé mis excentricidades a un lado y me centré. Mi sueño siempre había sido el de ganar una buena fortuna y ahora que tenía toda la eternidad por delante ¿Por qué no? Empecé enamorando a jóvenes con grandes riquezas, me desposé y cuando ya me resultaban aburridos, demasiado torpes, desaliñados, los cercenaba y volvía a por otro. Y justo fue en la muerte de mi segundo Lord, que acudí a la ciudad, sin saber con qué me toparía esta vez.
Era una noche gélida, fría, por suerte mi piel me protegía. No padecía los altercados del tiempo. Mi mirada se posaba en cada uno de los estandartes de las tiendas. Buscaba algo que alumbrara mis ojos de nuevo con la codicia, un complemento perfecto para mi delgado y pálido cuello. Y así llegué ante a lo que mis ojos se presentó como una joyería. Parecía seguir abierta y tras unos golpes en el picaporte, me adentré. ¿Sería aquel lugar en el que encontraría la joya perfecta?
— Dobry vecher, gaspadá*. — Pronuncié en un claro y suave ruso encontrándome rodeada de joyas y brillantes y tras el mostrador un joven de espaldas a mí.
- (*):
- — Dobry vecher, gaspadá*. — Buenas noches, caballero.
Mizar de Bordeaux- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 29
Fecha de inscripción : 04/03/2014
Re: Noche infinita (Sébastine d'Auxerre)
En este espacio de la duda, he encontrado en muchas ocasiones una especie de emisario del destino que me indica un camino favorable, o también un barquero que lleva desde la ribera de la decadencia a la de la renovación.
Levanté mi cuerpo de la silla sacando un poco de dinero de mi saco y tirándolo a un lado del vaso con vodka que había consumido, me pasé la mano por cabello peinándome y ajusté el nudo de mi corbata gris oscuro, tomando las solapas de mi saco azul oscuro me encaminé, caminando con un porte orgulloso y una mano metida en el bolsillo miré a mi alrededor con atención, los rusos eran exquisitos debido a eso estaba probando con poner una sucursal ahí, su idioma me parecía tan atrayente que una sonrisa de lado se dibujo en mis labios, en una esquina habían dos mujeres morenas muy bellas cuchicheando entre ellas, alcé la ceja y las miré fijamente, ellas sonreían emocionadas, no era para menos, lo sabía muy bien, yo siempre había estado consciente de mi atractivo y sabía que la inmortalidad daba algo extra, algo a lo que no se podían resistir los humanos y me gustaba sacar ventaja de ellas, sonreí de lado al pasar al lado de ellas y les miré de reojo sin darles ninguna importancia, escuché sus pequeños chillidos de espaldas a mí y la sonrisa se hizo más amplia mientras negaba, no eran de mis preferidas, el color rubio en los cabellos de las mujeres era lo que me tentaba hasta el momento de tomar con o sin permiso lo que no era mío y quizás por eso en Londres las pieles aunque insípidas de las mujeres era lo que me mantenía cuerdo, anclado a aquella ciudad para no salir huyendo a París para reclamar de nueva cuenta lo que por cuestión de tiempo me pertenecía.
La idea en mi cabeza era irme directo al hotel y encerrarme en el féretro hasta que la luz del sol se ocultara en el firmamento y la luna se alzar en el cielo dándome anuncio que podía salir a hacer fechorías pero desistí, sería mejor ir a la recién abierta joyería a percatarme de que todo estuviera en orden, giré en mis talones y me metí la otra mano al bolsillo mientras caminaba cabizbajo y miraba por debajo de mis cejas el camino, solo eso, los demás habían desaparecido y los recuerdos, esa niebla fantasmagórica ya no estaba torturándome, con pasos lentos finalmente llegué a mi negocio y me quedé parado frente a la vitrina viendo un collar de diamantes azules oscuros de bastante quilates y oro blanco exhibiendo en un cuello de plástico, sabía muy bien en que cuello quedaría perfecto pero me negué ya no iba a ocupar de nueva cuenta mis pensamientos, estaba enterrada y ahí se quedaría eternamente, me apreté el puente de la nariz y apreté los dientes mientras agitaba la cabeza era hora de poner orden adentro de esas cuatro paredes, puse mi mano en el picaporte y la campanita dio anuncio a mi llegada, mirando de reojo al guardia deslicé mis ojos por el salón notando a los presentes que eran atendidos por los encargados, sonreí con satisfacción porque la atención era vital a la hora de vender un producto, el cliente pedía y nosotros bailábamos con esas palabras y lo que estuviera dispuesto a desembolsar para hacer de aquella situación algo más placentero, pero de inmediato sentí una presencia que jalaba de mí, era uno de mi misma especie, fruncí el ceño con algo de molestia posando mis ojos sobre una delgada y muy definida figura femenina, una silueta que cualquier chica desearía, ladeé la cabeza con curiosidad y le oí hablarle a uno de mis empleados que se encontraba en el mostrador, él no iba a trabajar para mí en Rusia, solamente lo había traído para que cuidara de la habitación mientras yo tomaba mi siesta diurna, no manejaba el lenguaje local, suspiré irritado porque por su expresión cualquiera podría deducir que no solamente estaba en shock por no saber que responder la belleza de aquella vampiresa lo había atrapado, negué y sonreí un poco por lo que lográbamos en los demás, caminé tranquilamente hasta ella con una pose totalmente erguida y elegante y le miré a él –Retírate Alexander- él hizo una reverencia con la cabeza y luego me apoye en un brazo sobre el mostrador –Dobry vecher, Мисс - alcé la ceja y le recorrí el rostro con la mirada apreciando la palidez y belleza que desprendía su inmortalidad – diculpe мой сотрудник, немного застенчивый и новый для города - tensé la mandíbula y miré hacia Alexander que estaba detrás de otro mostrador –Sabe aunque me gusta el ruso, no es mi lenguaje favorito- hablé en mi lenguaje natal –Espero me entienda- el aura pálida desbordaba de su silueta y sonreí complacido al ver que ella podía entenderme a la perfección –Soy Sébastine…- omití el apellido d’Auxerre, no sabía por qué lo había hecho pero algo dentro de mí me decía que no era el más adecuado para la situación –Girardon- usé el apellido de mi esposa humana y difunta e hice una ligera reverencia de cabeza -¿En qué le puedo ayudar? - susurré viéndole fijo a los ojos y ocultando una sonrisa de satisfacción, lo más seguro es que había notado mi naturaleza, dejaría que ella lo mencionara para hacer de aquello algo más “familiar”.
Pierre Rabhi
Otros aires, un nuevo país, Rusia, había salido de viaje, Londres aún me acobijaba, hasta que descubriera lo que esos bastardos rivales estaban tramando, después de todo mi sire, aquel hombre el cual había caído seducido con francos, seguía teniendo un poder infinito sobre mi cuerpo, sobre mi potestad, era su monigote eterno, pero estando lejos de él todo parecía un poco más caótico, no, no era lejos de él, era lejos de los demás d’Auxerre, aunque no me gustaba fraternizar con ellos, a excepción de Adriel y Denisse, los demás eran uno más dentro de la familia, dentro de estos últimos 100 años en la ciudad que amaba el té, la mayor parte del tiempo me la pasaba firmando contratos, ordenando compras, apreciando mi tan buen gusto para los diamantes, mi joyería había sido el centro de mi atención desde que la esposa humana que tuve la dejó bajo mi poder, después de todo me había casado tan joven con aquella mujer hermosa y madura que más que su sensualidad lo que me había seducido era lo que contenían sus cuentas en el banco, incluso después de la muerte de mi cuerpo carnal ese seguía siendo el centro de atención, cediendo a los gustos despilfarradores de Gaél, a su excéntrico gusto para gozar la eternidad, no me molestaba contaba con demasiado dinero que no solamente había sido acumulado por los meritos propios, claro que no, la competencia era aplastada, ponía mi pie sobre ellos y si se negaban a veces la muerte era mejor negociadora, crucé la pierna varonilmente y exhalé el humo del puro que acariciaba mis labios viendo pasar a los demás mortales hablando entre ellos con el idioma local predominando en su espacio personal, fruncí el ceño y tomé entre dos dedos el habano y volví a dar una calada, otra vez me transporté a París ¿Qué hacían? Lo más seguro es que aquella vampiresa por la que me había convertido en un idiota la estaba pasando de lo mejor en los brazos de nuestro sire o incluso algún imbécil atrevido que gozaba con tocar pieles que no le pertenecían, cerré los ojos con molestia y exhale el humo lentamente dándole golpecitos al puro en el cenicero para deshacerme de lo que ya no podía inhalar –Que idiota- susurré para mí mismo –Eres un completo, inepto y brillante genio Sébastine- volví a soltar mediante un susurro sarcástico e irritado y abrí los ojos tornándose mi iris a un amaranto ferviente durante unos breves segundos, otro más de mis recuerdos que más allá de causarme placer , me causaban ira, una rabia que me subía desde la boca del estomago hasta quemarme la lengua, apreté los puños y tensé la mandíbula, las ganas por asesinar a todo el que estuviera en mi camino eran abismales, el volcán explotaría en cualquier momento.Levanté mi cuerpo de la silla sacando un poco de dinero de mi saco y tirándolo a un lado del vaso con vodka que había consumido, me pasé la mano por cabello peinándome y ajusté el nudo de mi corbata gris oscuro, tomando las solapas de mi saco azul oscuro me encaminé, caminando con un porte orgulloso y una mano metida en el bolsillo miré a mi alrededor con atención, los rusos eran exquisitos debido a eso estaba probando con poner una sucursal ahí, su idioma me parecía tan atrayente que una sonrisa de lado se dibujo en mis labios, en una esquina habían dos mujeres morenas muy bellas cuchicheando entre ellas, alcé la ceja y las miré fijamente, ellas sonreían emocionadas, no era para menos, lo sabía muy bien, yo siempre había estado consciente de mi atractivo y sabía que la inmortalidad daba algo extra, algo a lo que no se podían resistir los humanos y me gustaba sacar ventaja de ellas, sonreí de lado al pasar al lado de ellas y les miré de reojo sin darles ninguna importancia, escuché sus pequeños chillidos de espaldas a mí y la sonrisa se hizo más amplia mientras negaba, no eran de mis preferidas, el color rubio en los cabellos de las mujeres era lo que me tentaba hasta el momento de tomar con o sin permiso lo que no era mío y quizás por eso en Londres las pieles aunque insípidas de las mujeres era lo que me mantenía cuerdo, anclado a aquella ciudad para no salir huyendo a París para reclamar de nueva cuenta lo que por cuestión de tiempo me pertenecía.
La idea en mi cabeza era irme directo al hotel y encerrarme en el féretro hasta que la luz del sol se ocultara en el firmamento y la luna se alzar en el cielo dándome anuncio que podía salir a hacer fechorías pero desistí, sería mejor ir a la recién abierta joyería a percatarme de que todo estuviera en orden, giré en mis talones y me metí la otra mano al bolsillo mientras caminaba cabizbajo y miraba por debajo de mis cejas el camino, solo eso, los demás habían desaparecido y los recuerdos, esa niebla fantasmagórica ya no estaba torturándome, con pasos lentos finalmente llegué a mi negocio y me quedé parado frente a la vitrina viendo un collar de diamantes azules oscuros de bastante quilates y oro blanco exhibiendo en un cuello de plástico, sabía muy bien en que cuello quedaría perfecto pero me negué ya no iba a ocupar de nueva cuenta mis pensamientos, estaba enterrada y ahí se quedaría eternamente, me apreté el puente de la nariz y apreté los dientes mientras agitaba la cabeza era hora de poner orden adentro de esas cuatro paredes, puse mi mano en el picaporte y la campanita dio anuncio a mi llegada, mirando de reojo al guardia deslicé mis ojos por el salón notando a los presentes que eran atendidos por los encargados, sonreí con satisfacción porque la atención era vital a la hora de vender un producto, el cliente pedía y nosotros bailábamos con esas palabras y lo que estuviera dispuesto a desembolsar para hacer de aquella situación algo más placentero, pero de inmediato sentí una presencia que jalaba de mí, era uno de mi misma especie, fruncí el ceño con algo de molestia posando mis ojos sobre una delgada y muy definida figura femenina, una silueta que cualquier chica desearía, ladeé la cabeza con curiosidad y le oí hablarle a uno de mis empleados que se encontraba en el mostrador, él no iba a trabajar para mí en Rusia, solamente lo había traído para que cuidara de la habitación mientras yo tomaba mi siesta diurna, no manejaba el lenguaje local, suspiré irritado porque por su expresión cualquiera podría deducir que no solamente estaba en shock por no saber que responder la belleza de aquella vampiresa lo había atrapado, negué y sonreí un poco por lo que lográbamos en los demás, caminé tranquilamente hasta ella con una pose totalmente erguida y elegante y le miré a él –Retírate Alexander- él hizo una reverencia con la cabeza y luego me apoye en un brazo sobre el mostrador –Dobry vecher, Мисс - alcé la ceja y le recorrí el rostro con la mirada apreciando la palidez y belleza que desprendía su inmortalidad – diculpe мой сотрудник, немного застенчивый и новый для города - tensé la mandíbula y miré hacia Alexander que estaba detrás de otro mostrador –Sabe aunque me gusta el ruso, no es mi lenguaje favorito- hablé en mi lenguaje natal –Espero me entienda- el aura pálida desbordaba de su silueta y sonreí complacido al ver que ella podía entenderme a la perfección –Soy Sébastine…- omití el apellido d’Auxerre, no sabía por qué lo había hecho pero algo dentro de mí me decía que no era el más adecuado para la situación –Girardon- usé el apellido de mi esposa humana y difunta e hice una ligera reverencia de cabeza -¿En qué le puedo ayudar? - susurré viéndole fijo a los ojos y ocultando una sonrisa de satisfacción, lo más seguro es que había notado mi naturaleza, dejaría que ella lo mencionara para hacer de aquello algo más “familiar”.
- :$:
- Dobry vecher, Мисс = Buenas noches , señorita
diculpe мой сотрудник, немного застенчивый и новый для города = disculpe a mi empleado, es un poco tímido y nuevo en la ciudad
Sébastine d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 15/05/2014
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