Un futuro desconsolado. {Libre}

por **Aylin de Boer** Lun Ago 25, 2014 10:52 pm

-Todo estará bien...- Esas fueron las últimas palabras que aquella mujer de rostro enjuto me dijo antes de marcharse con un par de monedas que le había dado de buena fe. Nunca había creído en nada acerca de las adivinaciones, ni predicción del futuro, pero el gesto angustiado de la anciana me hizo detenerme, esperando que dijera lo que necesitara y después se marchara, sin embargo, antes de que eso ocurriera sus palabras pudieron envolverme además de aquél todo preocupado que cargaba sobre su voz hizo que el corazón se me paralizara casi en ese mismo instante. Me quedé viendo al horizonte, observando como era que se perdía su silueta en el empedregado camino hasta que sus cabellos blancos fueron capaz de divisarse por mis ojos.

Un suspiro aflora en mis labios y el gesto se entristece casi de inmediato, dibujando ahora angustia en mis facciones ¿Qué tanto de lo dicho por aquella mujer de gran experiencia era verdad? ¿Qué tanto podía ser mentira? Elevo mi mano y observo aquellas mismas líneas que parecen desdibujarse poco a poco y sin encontrar en ellas nada de lo que ella había pronunciado, no veía absolutamente nada más que una palma que muchas veces había sido maltratada por todas esas ocasiones en las que los pasteles no habían salido como debían o había tomado los cubiertos sin la precaución adecuada cuando apenas acababan de salir del fuego. Mi torpeza me había dejado un poco estropeadas las manos, y a veces pensaba que no parecían para nada aquellas de las grandes señoras o señoritas de aristocracia con las que me codeaba día con día, más por necesidad que por gusto.

El sol apenas está por cubrirse en aquél manto anaranjado y el viento corre libre, logrando alborotar un par de cabellos que se muestran rebeldes a pesar de la rigidez misma del peinado que se esfuerzan en realizarme las doncellas, aún así puedo ver un poco a través de aquellos campos, me quedo en pie por un momento y comienzo a caminar, después de todo, no es bueno que me siga atormentando, aunque cada palabra me sigue carcomiendo la mente, haciendo que mis manos se cierren en ligeros puños, como si con ello fuera suficiente para borrar aquél futuro que no parece tener un buen augurio para mí.

por **Stephan Bibrowski** Jue Ago 28, 2014 3:25 pm

El fuego ondeaba como una bandera al viento. Algunos violines decoraban la atmósfera con su sonido fino, delicado. Un sonido que no casaba del todo con aquel ambiente de rufianes y mercachifles pero que, de alguna manera, conseguía plasmar la vigorosidad y resistencia del pueblo gitano, siempre maltratado. Stephan Bibrowski estaba sentado alrededor de una hoguera, calentándose en la horrible noche invernal parisina, y contaminándose del ambiente perpetuo de fiesta que parecía doblegar el campamento.

Los gitanos no eran sus gentes de sangre, pero sí su única familia. Y a nadie parecía molestarle el grotesco aspecto del polaco. Quizá por eso había sido tan fácil encajar con ellos.

A pesar de ello, Stephan siempre mantenía una posición alejada con respecto a los demás gitanos. Para los miembros del circo era el "gruñón Stephan", o "Stephan el Cascarrabias", y es que el Hombre León no tenía un carácter fácil, pero a la larga todos sabían que podían contar con él para cualquier cosa.

La vio salir de la caravana de Tula, y en seguida supo distinguir en ella el perfume de la sofisticación. No era una burguesa más de las muchas que iban al campamento a que Tula, la Bruja les leyera el futuro. Él podía apreciar en la muchacha esos aires de grandeza, porque él mismo era de sangre noble, aunque Stannislaw Bibrowski nunca lo hubiese reconocido como hijo. El Hombre León observó a la muchacha con una espiga entre los dientes. Por el rostro contrito de la mujer, Stephan no supo si habían sido noticias halagüeñas para ella, aunque conociendo a La Bruja, habría hablado con palabras enigmáticas y con varias interpretaciones. Era parte del truco de los charlatanes, y su modo de ganarse la vida.

por **Aylin de Boer** Sáb Sep 06, 2014 10:55 pm

No podía dejar de acariciar la palma de mi mano con el pulgar opuesto mientras seguía observando el camino aquél, es que todavía no creía nada de aquello. ¿En serio había tan mala gente en el mundo? Tal vez la respuesta era que sí, pero a mí me costaba demasiado creer en aquello, a pesar de que no siempre estuve en el palacio de color de rosa, no podía creer nada, nunca era tan susceptible, tal vez hoy me había levantado con la sensibilidad rondando el aire y eso era lo que me mantenía de aquella forma.

Cuando mis ojos lograron abandonar la silueta de la mujer se giraron, comenzando a ver alrededor, tratando de encontrar una luz, tal vez un camino diferente, o simplemente algo que me distrajera de aquél tormento interno que me estaba torturando como una gota constante golpeando siempre en el mismo sitio, tratando de adentrarse, haciendo mella en mi interior. Pero no encontraba nada, hasta que se lograron fijar en otros, al principio el miedo recorrió mi espina dorsal, haciendo que un frío helara la sangre que corría por mis venas, se había encontrado con unas orbes color azabache, pero el horror vino después cuando pude ver el rostro de aquél que me miraba con tanta atención.

La respiración se detiene en un segundo que parecen horas, un trastrabilleo hace que dé un paso hacia atrás, tambaleándome ligeramente, mientras intento seguir de pie. ¿Quién es él? ¿O eso? La parte interna de mis labios es torturada por mis dientes en un vano intento de hacer que los nervios desaparezcan de mi cuerpo -No, no quería interrumpir, creo... Creo que me perdí- ¿Era cierto? ¿Era mentira? ¿Los nervios estaban actuando por mí? Era ese momento en el que realmente no sabía nada de nada -¿Me... Me... Me puede decir cómo puedo salir?- Logré formular aquella pregunta con las manos sudorosas, nunca había visto algo así, no entendía como fue que mis pasos me habían llevado hasta ese lugar que sólo malos tragos me había dejado.

por **Stephan Bibrowski** Vie Nov 28, 2014 3:08 pm

El miedo. Lo había visto cientos de veces. Más que la curiosidad. El miedo siempre superaba a la curiosidad. ¿Os preguntáis qué sintió el propio Stephan Bibrowski cuando fue consciente de lo que era? Miedo o curiosidad. Pues ninguna de las dos. Pero no entremos en esos derroteros ahora mismo. No es la historia que estamos contando.

Le extrañó que hablase con él, pues mucha gente asumía de pronto que el Hombre León era incapaz de conversar. Hablaría la lengua de las bestias, en todo caso. La joven de la cabellera rubia discurrió lo contrario. ¿Podría ver lo humano en él? Después de todo, tenía dos manos -garras-, dos pies y dos ojos.

-Sólo tiene que seguir todo recto. Pero le advierto que no es camino agradable para alguien como usted -gruñó.

Había visto sus manos suaves. Sus andares elegantes. Su cabello limpio. Aquella muchacha no era de allí, ni mucho menos. No era algo inusual tampoco. Mucha gente con dinero se acercaba al carromato de la adivina para descargar el peso del acongojamiento.

-¿No han sido buenas nuevas? -inquirió, sin saber por qué exactamente. No le importaba demasiado.

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