¿Podríamos ver tu futuro? ❦ Libre

por **Soul** Vie Jul 07, 2017 8:11 pm

Siete años atrás
Afueras Luna Park

Muchas personas, así podía recordar ver las calles aquella noche de sábado en el parque, las luces de colores dentro del Luna Park brillaban como la felicidad. Quieta estaba mirándolas desde fuera de la carpa de trabajo de su familia. Un modesto lugarcito donde se leían las cartas, porque todas las hermanas sabían leerlas y la mano, excepto Annya la mayor, ella prefería otras cosas como pelear.

También había una pequeña tarima portátil donde las hijas de Najla y eso sin remedio la incluía, movían sus caderas, una por una, otras invitaban a los que se acercaban con el ánimo de alegrar sus propios corazones errantes -que era su caso- y los de los espectadores. Había que admitir que hacer lo que le gustaba, o una parte de muchas y esa que llamaba bailar, no era tan malo.

Se bailaba, actuaba, se veía el futuro, se sonreía, se confiaba, se mal recibía o se malentendía, se peleaba, se resolvía y se sonreía de nuevo. Ese era el diario de todos en la familia gitana y así Soul estaba creciendo sin estar muy convencida de que pelear para solucionar fuera inteligente. A veces llegaba la policía, era difícil si no se lograba solo un ya me voy, déjennos en paz, a algunos había que sobornarlos o de eso se encargaban sus hermanas mayores con astutos coqueteos que estaban cargados de limites.

En su familia, un gitano se casaba con un gitano y punto.

Al escuchar Soul que el cupo estaba lleno - lo que quería decir que era hora de prepararse para comenzar-, ya andaba terminando de delinear sus ojos con aquel tinte negro que resaltaba el azul lago que tenían, lo hizo tal como le había dicho Annya, dejando una línea gruesa y otra fina al final y en diagonal, una trenza a un lado del cabello suelto, dos collares de pequeñas rocas de río de colores y otro de conchas de mar muy pequeñas, en su mano izquierda cuatro manillas doradas que como baratijas se conseguían en los mercados menos elegantes de la ciudad y dos palmaditas en las mejillas para que se iluminaran del color de la flor pomarrosa.

Sí, había mucha gente y lo notó aún más al salir.
Aún así apretó el vacío en su vientre bajó la blusa de lino blanca y de hombros descubiertos, agitó sus cabellos derecha, bamboleando los amplios faldones que llevaba y con decisión infantil buscó interesados entre los parisinos que paseaban por donde el puesto estaba ubicado.

Se acercó a la primera persona que le pareció curiosa por el halo que le rodeaba y que no parecía ir de afán. - Es una buena noche. - saludó sin bajar la mirada y desde allí abajo a donde su estatura le lograba llevar enfocó sus ojos en los del posible cliente. - Y eso solo significa que es un día para tener suerte con el futuro.- sonrió como la gitanilla bonita de diez años que era, las palabras misteriosas eran adecuadas para que se convencieran, lo gracioso era que ella si las creía por completo.

por **Carolina Van de Valley** Mar Jul 11, 2017 7:18 am

Me hubiese gustado creer en la magia. De niña, entiéndame. Todas esas horas, malgastadas según mi padre, con la nariz enterrada en algún oloroso pergamino habían surtido un efecto en mi. Las novelas, despreciadas por los hombres por considerarlas lecturas femeninas, eran las que habían contagiado ese estúpido sentimiento de necesidad. Sí, efectivamente. De necesidad de algo más. No quería entender que el cuerpo humano -algo tan prodigioso como su mente, su alma, su capacidad de raciocinio- fuese únicamente masa inerte. Aquel sentimiento se afianzó más en mi tras la muerte de mi querida hermana Clotilde. Luchaba por entender que ella no se limitaba a pudrirse bajo tierra.
¿Estaba mal, acaso, querer creer en algo? Por ello, de las novelas de caballería de Amadis de Gauda mi curiosidad se expandió hacia una literatura más oscura. Prohibida por mi padre. En el ocultismo había encontrado una llave a la inmortalidad, hasta que la inmortalidad misma me eligió y me contagió su virus en mi propia sangre.

Por aquel entonces, Friedrich hacía un año que había recibido la muerte verdadera. De esa de la que nadie -ni siquiera alguien como nosotros- puede volver. Y ahí fue cuando me di cuenta de que eso de la inmortalidad no existía más que en las epopeyas homerísticas y quizá, en los pensamientos de quiénes vamos dejando atrás.

En mi camino hacia el apartamento que poseía en la plaza Vêndome me crucé con un grupo de adivinos que leían las buenas nuevas. Gitanos, la raza más perseguida y paria de toda Francia. Una de las muchachas de ojos laguna resaltados con una delgada línea negra me miró y habló.

-Mucho me temo que mi futuro será mucho más largo de lo que cabe en la palma de mi mano. -contesté, sin reproche alguno.A continuación, dejé un par de francos en la mano de la joven gitana- ¿Aceptas el reto?

Quién sabe. Quizá la inmortalidad no dejase de sorprenderme todavía.

por **Soul** Mar Jul 11, 2017 11:28 am

Habría podido escoger a cualquiera entre la multitud que no lograba definirse...¿era curiosidad o era aversión lo que sentía por los suyos París y el mundo?
Podría haber elegido a la mujer a su izquierda, pero conversaba con su esposo y eso era casi una anticipación de un estoy ocupada, no ahora.

También había tenido como elección a los dos hombres a espalda de ella, Soul había aprendido sola que a los caballeros parisinos les encantaba ser tratados con elegancia y que les brindaran sonrisas, más si eran femeninas.
Pero tampoco fueron su camino, había algo en ellos que le aturdía y a lo que temía, tontas corazonadas que la gitana sabía por herencia y por historias que lo mejor era creer y no tomar como casualidades.

Un esclavo en la distancia, un carruaje lleno de jovencitas nobles y risueñas camino a algún evento social, dos sacerdotes...¿alguna vez le había leído gitano el destino a un fraile? ¿alguna vez tal siervo de dios lo había creído necesario? ¿alguna vez lo habrían necesitado como guía?
Pero estaba allí, con toda la atención en la mujer de aura que aunque intensa, era clara, de un color demasiado etéreo.

Soul jamás había debatido lo que sus ojos veían. Jamás lo había nombrado como una enfermedad o una anomalía médica, ni siquiera lo había pensado como posibilidad, en su familia un don era un don y para todos ella podía ver también el aura de los que la rodeaban.

A sus 10 años tampoco había visto nunca a un vampiro y por eso no la reconocería como uno, no temería, ni se alejaría, de hecho sería seguro que aún sabiéndolo no lo haría. Por ahora la veía como una mujer llena de particularidad, de elegancia, belleza e inteligentes y divertidas respuestas.

Claro que también vería los francos que helados caían sobre la palma de su mano, una que se abrió con la facilidad del casino para el ludópata con dinero.

Los ojos de Soul brillaron, sonrieron a la par que sus labios mientras asentía. Solo bajaría la mirada para guardar con extremo cuidado el dinero en una bolsita de cuero atada a su cintura, ahora era suyo, de su familia en realidad y eso no le molestaba y no se hacían devoluciones, tal como le habían enseñado.

La niña entendía de negocios y longevidad. - Mi bisabuelo decía - levantó la vista a la noble - que si no alcanza la línea de la vida en nuestras manos, - trazó una raya invisible que atravesaba las palmas de sus propias manos, las pulseras baratas tintinearon con gracia en cada movimiento- tenemos las de los pies.- señaló los suyos cubiertos por sencillos zapaticos de cuero negro y río.

Su abuelo sabía de longevidad. - Murió a los 102 años.- era cierto, su abuela materna a los 99 y la paterna a los 96, eran demasiado años. Pero la familia de Soul y ella no sabían de eternidad.
- Así que acepto el reto, estoy segura que usted debe tener unos pies hermosos, madame. -parecía tallada en marfil y la niña no dudó que así fuera.

-Sígame.- mostró con una de sus manos el camino, con decisión comenzó la marcha en busca de la parte trasera del tenderete, donde varias butacas de madera gastada pero aún brillante y tallada con rosas esperaban a los clientes más interesados sobre el césped verde y entre florecillas moradas y blancas.

Sin tener mucho afán para no desanimar a su bonita acompañante su mirada azul buscaría a sus hermanas y madre en la calle.
Algunas ya tenían clientes y las otras seguían en busca de alguno, la matriarca vigilaba fiera como siempre que nadie se sobrepasara con sus hijas, la noche parecía dar una amplia sonrisa con su luna creciente a toda la familia.

por **Carolina Van de Valley** Mar Ago 08, 2017 9:03 am

Entrar en la carpa de la chiquilla gitana adivina fue como entrar en la cueva de Alí Babá. Todo lo que allí resplandecía no eran más que simples baratijas traídas de la Europa del Este, mas los adornos y cristales de colores servían para decorar el lugar con un encanto exótico y extravagante que, sin duda, hacían las mieles de los que, como yo, eran habitantes de un mundo tan encorsetado por la etiqueta y los modales victorianos que sus ojos ardían de emoción ante la remembranza imaginaria de lugares lejanos como India o el Lejano Oriente.

Un dulce olor a jazmín, producto de la barrita de incienso que se quemaba con cierta celeridad, empañó mis fosas nasales y yo aspiré hondo el rico aroma. Esperé hasta que la niña gitana sacara un taburete, recogí mis faldas y me senté. ¡Qué rara emoción! ¡Qué tontería!, pensaba, insuflados mis pensamientos por la estúpida mente lógica de la Ilustración, período en el que me crié y del que todavía me era muy difícil arrancarme. Pero, ¿tontería por qué? ¿Acaso no era yo un ser que caminaba y hablaba y veía y pensaba y tocaba por obra y arte de los ritos de la sangre?

-Tu bisabuelo era entonces un hombre ingenioso. -respondí al comentario de la muchacha. ¿Cuántos años podía tener? No más de doce. Tan pequeña y tan lista. ¿Era yo así de lista a su edad? ¿O sólo una boba que atendía a los mandatos de su señor padre? Me recordaba a mi hermana Clotilde. No por su aspecto (eran tan difernetes como el sol y la luna), pero sí en la sagacidad de su mirada. Eso me hizo instintivamente que me cayera en gracia al instante. O puede que sólo fuese la nostalgia de una que tenía el alma demasiado vieja.

-Si te soy sincera, tengo algo de miedo. -me confesé ante aquella cría arapienta como si se tratara de un sacerdote. ¿Cuánto hacía que no me confesaba ante Dios? ¿Me escucharía ya? Desde que Hans (¡oh, mi adorado hermano!) me escupiese a la cara "pérfida serpiente" aferrándose a su cruz de sacerdote no había querido volver a pisar una iglesia.

por **Soul** Lun Ago 21, 2017 12:31 pm

La mirada azul grisácea de la niña no perdió detalle de lo que en el interior de la carpa llamó la atención de la rubia, cómo parecía sentirse atraída por tocar cada una de las baratijas que su familia y ella guardaban.

Porque cada cosilla que encontraban en su vida y en las calles que pisaban, que sacaba sonrisas, que despertaba la curiosidad y el deseo de tenerlo sin necesidad de ser oro o plata, que reforzaba supersticiones, que marcaba sus vidas o que brillaba hipnotizante, iba dentro del carromato, a sus paredes, a sus mesillas, a su techo en colgantes que daban la impresión de un sueño oriental, junto a las varitas de incienso que a su madre le gustaba tener junto a todo organizado y limpio. El olor de hoy...puro jazmín.

¿Lo siguiente que debía hacer? Ya lo sabía, con rapidez busco la butaca más nueva, la más chocolate, la que menos rasguños dejaba ver y mostraba las rosas talladas más bonitas, la que el paso del tiempo menos demostraba. Pronto estuvo invitando a la dama a sentarse.
- Lo era. Mi bisabuelo le hubiera vendido este tenderete que es nuestro, el Luna Park - la miró cómplice virando los ojos con travesura, ambas sabían que el parque jamás sería de un gitano, menos de ellos, pero no le interesaba - y todas las piedras del suelo que pisamos al rey de Francia, y estoy segura que el rey le quedaría debiendo millones de francos. - lo dijo orgullosa y con diversión en la voz y en su sonrisa.

Para ella la malicia de su abuelo y madre, de sus antepasados rom y de su propia mente no tenía precio, ni maldad, era invaluable. Así sobrevivían, que estuviera de acuerdo en tener que pasar por tanto era otro asunto, se haría más clara su opinión en unos meses pero no cambiaría el amor por su astucia gitana.

Abrió los ojos de par en par, tiernos pero sinceros, a pesar de las inocentes mañas que a sus años se escondían entre brillos de alegría y rebeldía. -¿Porqué habría de darle miedo?- preguntó la niña con una sonrisa tierna, negando con la cabeza. - Es el destino...es el todo, la calidez y el frío. Lo cierto y la incertidumbre. El día y la noche, tú y yo, lo bueno y lo malo. Mi padre y tu madre.- respondió enigmática y solemne.

La mayoría de los clientes sentían ansias, otros se escondían en una semblante de seriedad, habían algunos que Soul sabía se preguntaban qué hacían con aquellas personas, como habían llegado allí, hasta la parte de atrás de un hogar gitano, porque sí, muchos creían que allí vivían.

Siendo una niña había visto sus miradas. Tristeza, compasión, lastima, asco, ira, irritabilidad, indiferencia, algunos los ignoraban y no respondían a sus peticiones o preguntas siquiera.

Soul pensaba que ser gitano era una exclusividad con la que se nacía, aún lo pensaba y con 10 años los habría abrazado a todos para contagiarles un poco de su alegría y espontaneidad, de su encanto, lo habría hecho si el pasado hubiera sido más largo, si no hubiera cambiado de perspectiva con los años. Sin esperar más plantó sus ojos en la manos de la mujer, tomó la izquierda...la que cargaba con lo acumulado en vida.

Frunció el ceño con una sonrisa confusa, demasiado. La línea de la vida no estaba y trazó con uno de sus índices el lugar donde debería estar en la palma. Soul miró fascinada a la mujer y se acercó más la mano con suavidad a los ojos. Era bella, tomó la derecha...la mano de lo que se nos fue dado y la línea de vida siguió desaparecida. No sabía si lo estaba haciendo mal o bien.

Se enderezó buscando ella misma una butaca, la más rustica, le daba igual por aquel enigma que tenia frente a ella. Suspiró y posó las manos de la mujer sobre sus rodillas, con las palmas arriba.- No tiene la línea de la vida. ¿Sabe por qué?- sería bueno conocer algo de la rubia, si no sería una peculiaridad o podría saberlo si seguía leyendo su mano.

por **Carolina Van de Valley** Mar Ago 29, 2017 5:03 am

Me maravillaban las palabras de esa niña. Gitana, sí. Muchísimo más joven que yo, también. Y aún así, sus comentarios destilaban una sabiduría difícil de encajar en un cuerpo tan menudo. La historia sobre su abuelo me hizo sonreír. Ojalá conservase yo recuerdos de los míos. El patriarca de los Van de Valley murió mucho antes de que yo naciera. Franz sí lo había conocido, así como Lotte. Mas, ni Clo, ni Hans ni yo tuvimos esa oportunidad. Decían de él que era un hombre serio solo de puertas para afuera. Con sus nietos era bondadoso hasta el punto de ser permisivo. Nada que ver con la estricta figura paterna que habíamos tenido.

¡Ya me estoy dejando llevar otra vez por todo esos recuerdos! ¿De qué sirven las memorias cuando no puedes volver atrás?

Me quité los guantes y la niña pasó sus dedillos por las palmas de mis manos. Vislumbré las arrugas en su frente mucho antes de que dijera nada. "No tiene línea de vida". Oculté mi sonrisa. Sonrisa triste. Claro que sabía por qué. Porque este tiempo ya no era mío. Porque debería haber muerto, y mi carne blanca debería estar pudriéndose bajo tierra.

No sabía si se había percatado de la frialdad inhumana de mi piel, de los caninos prominentes que se dejaban ver cada vez que ampliaba un poco los labios. Algo me decía que, siendo como era la pequeña gitana de familia mística, donde las artes que estudian más allá de lo que vemos se mamaba desde la más tierna infancia, no se asustaría si confesaba lo que era.

Retiré la mano con rapidez.
-Creo que esto no ha sido buena idea. -bajé la vista- Quizá es porque vivo una vida prestada. -fue mi respuesta ante la pregunta. ¿Qué más podía decir?

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