AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
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Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
La primera noche que merodeaba por las calles de París en soledad.
Era insoportable.
Echaba de menos muchas cosas que había decidido perder por puro egoísmo. Pero si algo había aprendido en tantos años de búsqueda y aprendizaje era- entre otras- a no arrepentirme de mis actos. Si, puede que se diga pronto, no arrepentirse de los actos cometidos. ¿Y si eran pecado? ¿También deberíamos afrontar con entereza sus crueles consecuencias sin arrepentirnos ni un instante de lo que habíamos cometido? Pero...¿Y si era por mera supervivencia? ¿Juzgaría Dios a una persona como inocente - incluso si esta a asesinado- por ser humano y querer sobrevivir?
En realidad, las respuestas a todas mis preguntas no importaban en absoluto en aquel momento. mi estómago vibraba sin cesar del hambre, necesitaba asearme, dormir aun que fuesen dos horas seguidas sin preocupaciones de cualquier tipo. Descansar y dejar a un lado el miedo a vivir en la calle. Si al menos estuviera Calé...
Sacudí la cabeza mientras andaba y pensaba en aquel hombre. Había decido valerme por mi misma. Y lo haría costara lo que costara.
Las calles estaban comenzando a teñirse de negro - un negro que antes me había parecido hermoso- los habitantes de la (cada vez más podrida) ciudad de París se retiraban de sus oficios (aun que muchas otras salían a ofrecer lo mejor de ellas) los niños apenas se veían andar por las aceras, era increíble, todo parecía más inhospito que nunca, más abandonado, el mundo parecía más cruel.
Sin consuelo alguno - ni nadie que pudiera entender ni calmar mis penas- me dirigí a la Catedral. Con un buen motivo.
En lso tiempos que nos encontrábamos, la iglesia era, sin duda alguna, riqueza y poder-aun que a mi parecer iba degradándose cada vez más- por lo tanto me había planteado seriamente el robar el dinero del cepillo que los fieles amantes de Dios depositan a cambio de alimentar su fe con palabras. Al menos Dios esta vez me serviría para algo. Y Calé también.
Me paré en seco frente a la puerta de la inmensa Catedral. Mis manos dejaron en el suelo un pequeño petate con unas cuantas mudas en su interior y un estuche desgastado con un violín viejo y algo desafinado. Llevé mis manos a la cabeza para descubrirla de la capa azul oscuro que llevaba en aquel momento y me santigüé sin poner mucho empeño a ello, pues Dios me había arrebatado a la familia, había hecho de mi un ser pecador ¿Cómo iba ahora yo a tener fe?
De nuevo aquella sensación de angustian inundó todos mis sentidos. Era como el día que estaba entre las callejuelas cercanas al teatro. Tenia miedo de estar sola, sentía que me observaban, que alguien más había tras de mi y no era precisamente mi sombra. Levanté un poco el vestido dejando ver el muslo y sacando el cuchillo que había decido llevar - por orden de Calé- para protegerme.
-¿Quién está ahí?- dije con la voz entrecortada por el miedo y la debilidad física. Aun que no estaba segura de si aquella sensación era solo fruto de mi imaginación o era real pregunté de nuevo.- ¿Quién está ahí?
Al no obtener por segundo vez ninguna respuesta me acuclillé para recoger mis pocas pertenencias y me dispuse a entran en la Catedral.Sin dejar el cuchillo en ningún momento.
Una vez dentro fui directa y sin miramientos a un arca (situada bajo una imagen de una viguen) que abrí con cuidado para recolectar con nerviosismo unas cuantas joyas de oro y alguna que otra piedra de color verde. La belleza de tales objetos me dejó por un momento embelesada, pero pronto volví en mi al escuchar unos pasos en la catedral.
Cerré el arca de un golpe y me guardé las joyas volví a santiguarme mientras hacía una reverencia. Pero me quedé paralizada por causa del pánico nuevamente. La misma sensación, el mismo terror. pensaba que iba a morir.
-¡¿Quién está ahí?! ¡Esto no tiene ninguna gracia!- empezaba a estar realmente, porque mis suposiciones solo se basaban en un miedo irracional que sentía en ese momento y no a un hecho verídico.
Era insoportable.
Echaba de menos muchas cosas que había decidido perder por puro egoísmo. Pero si algo había aprendido en tantos años de búsqueda y aprendizaje era- entre otras- a no arrepentirme de mis actos. Si, puede que se diga pronto, no arrepentirse de los actos cometidos. ¿Y si eran pecado? ¿También deberíamos afrontar con entereza sus crueles consecuencias sin arrepentirnos ni un instante de lo que habíamos cometido? Pero...¿Y si era por mera supervivencia? ¿Juzgaría Dios a una persona como inocente - incluso si esta a asesinado- por ser humano y querer sobrevivir?
En realidad, las respuestas a todas mis preguntas no importaban en absoluto en aquel momento. mi estómago vibraba sin cesar del hambre, necesitaba asearme, dormir aun que fuesen dos horas seguidas sin preocupaciones de cualquier tipo. Descansar y dejar a un lado el miedo a vivir en la calle. Si al menos estuviera Calé...
Sacudí la cabeza mientras andaba y pensaba en aquel hombre. Había decido valerme por mi misma. Y lo haría costara lo que costara.
Las calles estaban comenzando a teñirse de negro - un negro que antes me había parecido hermoso- los habitantes de la (cada vez más podrida) ciudad de París se retiraban de sus oficios (aun que muchas otras salían a ofrecer lo mejor de ellas) los niños apenas se veían andar por las aceras, era increíble, todo parecía más inhospito que nunca, más abandonado, el mundo parecía más cruel.
Sin consuelo alguno - ni nadie que pudiera entender ni calmar mis penas- me dirigí a la Catedral. Con un buen motivo.
En lso tiempos que nos encontrábamos, la iglesia era, sin duda alguna, riqueza y poder-aun que a mi parecer iba degradándose cada vez más- por lo tanto me había planteado seriamente el robar el dinero del cepillo que los fieles amantes de Dios depositan a cambio de alimentar su fe con palabras. Al menos Dios esta vez me serviría para algo. Y Calé también.
Me paré en seco frente a la puerta de la inmensa Catedral. Mis manos dejaron en el suelo un pequeño petate con unas cuantas mudas en su interior y un estuche desgastado con un violín viejo y algo desafinado. Llevé mis manos a la cabeza para descubrirla de la capa azul oscuro que llevaba en aquel momento y me santigüé sin poner mucho empeño a ello, pues Dios me había arrebatado a la familia, había hecho de mi un ser pecador ¿Cómo iba ahora yo a tener fe?
De nuevo aquella sensación de angustian inundó todos mis sentidos. Era como el día que estaba entre las callejuelas cercanas al teatro. Tenia miedo de estar sola, sentía que me observaban, que alguien más había tras de mi y no era precisamente mi sombra. Levanté un poco el vestido dejando ver el muslo y sacando el cuchillo que había decido llevar - por orden de Calé- para protegerme.
-¿Quién está ahí?- dije con la voz entrecortada por el miedo y la debilidad física. Aun que no estaba segura de si aquella sensación era solo fruto de mi imaginación o era real pregunté de nuevo.- ¿Quién está ahí?
Al no obtener por segundo vez ninguna respuesta me acuclillé para recoger mis pocas pertenencias y me dispuse a entran en la Catedral.Sin dejar el cuchillo en ningún momento.
Una vez dentro fui directa y sin miramientos a un arca (situada bajo una imagen de una viguen) que abrí con cuidado para recolectar con nerviosismo unas cuantas joyas de oro y alguna que otra piedra de color verde. La belleza de tales objetos me dejó por un momento embelesada, pero pronto volví en mi al escuchar unos pasos en la catedral.
Cerré el arca de un golpe y me guardé las joyas volví a santiguarme mientras hacía una reverencia. Pero me quedé paralizada por causa del pánico nuevamente. La misma sensación, el mismo terror. pensaba que iba a morir.
-¡¿Quién está ahí?! ¡Esto no tiene ninguna gracia!- empezaba a estar realmente, porque mis suposiciones solo se basaban en un miedo irracional que sentía en ese momento y no a un hecho verídico.
Nimue Bellamy- Humano Clase Media
- Mensajes : 323
Fecha de inscripción : 31/08/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
El recuerdo es, quizás, la única arma capaz de otorgar la inmortalidad a cualquier objeto o persona que no la merece. Además, por supuesto, del mordisco perfecto de un vampiro. En mi caso, recordaba con tanta claridad el rostro de mi hermana que me era imposible aceptar que había muerto. En mi mente, al menos, ella estaba viva. Y llevaba viva más de ciento treinta años. Me hablaron de su muerte, aunque realmente nunca fui a visitar su tumba. Me parecía innecesario y casi siniestro. La recordaría viva, no repleta de gusanos que devoraban su hermosa carne.
Aquella noche lucía casi tan magnífica como las últimas. La luna llena amenazaba sobre el cielo con aparecer en las noches próximas. Había salido a cenar junto a una bella cortesana y después de exprimir al máximo su lujurioso cuerpo había probado su sangre provocándole una muerte dulce y, sobre todo, placentera; solía ser mi modo de asesinar. En su cuello, allí donde comencé a beber sangre, había una hermosa joya cuya belleza estaba perturbada por el nombre de un hombre. Conocía aquel nombre: era el nombre de un sacerdote. Un regalo quizá demasiado peligroso. Ahora que ella estaba muerta, posiblemente culparían al hombre que le regalaba joyas y mantenía relaciones secretas y clandestinas con aquella mujer. Decidí ir a hablar con el sacerdote en cuestión y acabar con su vida antes de que las fuerzas de seguridad le hiciesen pasar el resto de sus días en un calabozo de manera injusta. En el fondo, era un acto altruísta por mi parte. Sonreí ante la idea.
Sin embargo, el destino me había deparado algo distinto. Antes de llegar a la catedral, en sus mismos jardines traseros -decidí entrar por la parte de atrás, para no llamar la atención y para no cruzarme con las cruces que tanto odiaba- encontré la lápida que rezaba el nombre de mi hermana. El apellido Lumière refulgía a la luz de la luna creciente sobre la piedra gris. Era demasiado tétrico. Me pregunté qué haría allí aquella tumba y decidí que le haría un par de preguntas al sacerdote en cuestión antes de degollarlo. Entré, como digo, por la parte de atrás de la catedral, y enseguida pude vislumbrar la soledad de la iglesia únicamente iluminada por los rayos de luna que penetraban por los rosetones y cristaleras. Miré con recelo a la gran cruz que había en el altar, y a las capillas corindantes. Repelía aquellos símbolos, lo cual, por otro lado, era una gran ironía, dado que mi familia siempre había sido profundamente católica.
Subí al piso de arriba por las escaleras, puesto que saltar por las barandillas no era mi estilo. La chaqueta negra que vestía esta noche y los pantalones grisáceos me daban un aspecto de monsieur que pocos podían equiparar en París. La camisa que vestía era blanca, y el chaleco que la cubría, rojo oscuro. Me asomé por la barandilla al piso de abajo, observando la disposición de la iglesia en forma de cruz latina.
Estaba vacía, aunque poco duró así. Mi presencia dejó de ser solitaria cuando escuché abrir con delicadeza la puerta principal. Me extrañaba que la hubiesen dejado abierta, pero así era. Una mujer de unos veinte años cuyo rasgo más destacable era su cabello rojizo penetró en la estancia. Se dirigió con firmeza al altar, de donde extrajo unas cuantas joyas y algunas monedas de plata.
-Mon dieu, hurtos en la casa de Dios. -dije con sarcasmo fingiendo que reprobaba ese acto. Ella no podía haberme entendido, puesto que mis palabras eran inteligibles desde el piso de abajo, pero sí que pudo oír un ruidillo o un murmullo.
Miré a la puerta que me llevaría a la sacristía desde mi posición, alzando una ceja. Dudaba. Aquel olor humano que emanaba del piso de abajo me parecía más interesante que maltratar hasta la muerte a un cura que había vivido sus pasiones con una cortesana y que mantenía a mi hermana enterrada en la parte de atrás de la catedral. Qué más daba. Ella ya estaba muerta, y él pronto estaría en un calabozo. C'est la vie.
Bajé las escaleras intentando no hacer ruido. Podía sentir el efluvio claramente humano desde cualquier lugar de la amplia catedral.
Cuando estuve suficientemente cerca, y pude vislumbrar mejor sus facciones debido a mi visión nocturna, me fijé en que aquella dama no parecía tener necesidad. Sus ropas eran medianamente buenas, y su rostro no parecía haber pasado hambre. No estaba enferma ni tampoco lucía desmejorada.
Me divertían sus gritos de desesperación, que adivinaban que había descubierto que no estaba sola.
-Bonnuit, mademoiselle -le dije acercándome a ella, dejándome por completo visible.-No deberíais estar aquí sustrayendo objetos que no os pertenecen, ¿no creéis?
Comencé a pensar en su sangre, y en la cara que pondría cuando acabase sin vida sobre mis brazos. Pero antes, tenía que conocerla y procurar hacer que los últimos minutos de su vida fueran sencillamente perfectos.
Aquella noche lucía casi tan magnífica como las últimas. La luna llena amenazaba sobre el cielo con aparecer en las noches próximas. Había salido a cenar junto a una bella cortesana y después de exprimir al máximo su lujurioso cuerpo había probado su sangre provocándole una muerte dulce y, sobre todo, placentera; solía ser mi modo de asesinar. En su cuello, allí donde comencé a beber sangre, había una hermosa joya cuya belleza estaba perturbada por el nombre de un hombre. Conocía aquel nombre: era el nombre de un sacerdote. Un regalo quizá demasiado peligroso. Ahora que ella estaba muerta, posiblemente culparían al hombre que le regalaba joyas y mantenía relaciones secretas y clandestinas con aquella mujer. Decidí ir a hablar con el sacerdote en cuestión y acabar con su vida antes de que las fuerzas de seguridad le hiciesen pasar el resto de sus días en un calabozo de manera injusta. En el fondo, era un acto altruísta por mi parte. Sonreí ante la idea.
Sin embargo, el destino me había deparado algo distinto. Antes de llegar a la catedral, en sus mismos jardines traseros -decidí entrar por la parte de atrás, para no llamar la atención y para no cruzarme con las cruces que tanto odiaba- encontré la lápida que rezaba el nombre de mi hermana. El apellido Lumière refulgía a la luz de la luna creciente sobre la piedra gris. Era demasiado tétrico. Me pregunté qué haría allí aquella tumba y decidí que le haría un par de preguntas al sacerdote en cuestión antes de degollarlo. Entré, como digo, por la parte de atrás de la catedral, y enseguida pude vislumbrar la soledad de la iglesia únicamente iluminada por los rayos de luna que penetraban por los rosetones y cristaleras. Miré con recelo a la gran cruz que había en el altar, y a las capillas corindantes. Repelía aquellos símbolos, lo cual, por otro lado, era una gran ironía, dado que mi familia siempre había sido profundamente católica.
Subí al piso de arriba por las escaleras, puesto que saltar por las barandillas no era mi estilo. La chaqueta negra que vestía esta noche y los pantalones grisáceos me daban un aspecto de monsieur que pocos podían equiparar en París. La camisa que vestía era blanca, y el chaleco que la cubría, rojo oscuro. Me asomé por la barandilla al piso de abajo, observando la disposición de la iglesia en forma de cruz latina.
Estaba vacía, aunque poco duró así. Mi presencia dejó de ser solitaria cuando escuché abrir con delicadeza la puerta principal. Me extrañaba que la hubiesen dejado abierta, pero así era. Una mujer de unos veinte años cuyo rasgo más destacable era su cabello rojizo penetró en la estancia. Se dirigió con firmeza al altar, de donde extrajo unas cuantas joyas y algunas monedas de plata.
-Mon dieu, hurtos en la casa de Dios. -dije con sarcasmo fingiendo que reprobaba ese acto. Ella no podía haberme entendido, puesto que mis palabras eran inteligibles desde el piso de abajo, pero sí que pudo oír un ruidillo o un murmullo.
Miré a la puerta que me llevaría a la sacristía desde mi posición, alzando una ceja. Dudaba. Aquel olor humano que emanaba del piso de abajo me parecía más interesante que maltratar hasta la muerte a un cura que había vivido sus pasiones con una cortesana y que mantenía a mi hermana enterrada en la parte de atrás de la catedral. Qué más daba. Ella ya estaba muerta, y él pronto estaría en un calabozo. C'est la vie.
Bajé las escaleras intentando no hacer ruido. Podía sentir el efluvio claramente humano desde cualquier lugar de la amplia catedral.
Cuando estuve suficientemente cerca, y pude vislumbrar mejor sus facciones debido a mi visión nocturna, me fijé en que aquella dama no parecía tener necesidad. Sus ropas eran medianamente buenas, y su rostro no parecía haber pasado hambre. No estaba enferma ni tampoco lucía desmejorada.
Me divertían sus gritos de desesperación, que adivinaban que había descubierto que no estaba sola.
-Bonnuit, mademoiselle -le dije acercándome a ella, dejándome por completo visible.-No deberíais estar aquí sustrayendo objetos que no os pertenecen, ¿no creéis?
Comencé a pensar en su sangre, y en la cara que pondría cuando acabase sin vida sobre mis brazos. Pero antes, tenía que conocerla y procurar hacer que los últimos minutos de su vida fueran sencillamente perfectos.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 314
Fecha de inscripción : 25/07/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
Ante la calma decidí -no muy segura de si hacerlo o no- guardar el cuchillo y salir por la puerta que había entrado antes de que el sacerdote que guardaba la catedral descubriera que una joven pelirroja había robado las ofrendas que los fieles habían entregado a la virgen.
Cuando giré sobre mi misma para salir por la puerta una voz detuvo en seco mis movimientos. Hizo que todo mi cuerpo se estremeciera de miedo. Miedo a ser descubierta. Miedo a ser castigada por todos los pecados que había cometido. Y lo peor de todo es que esta vez no había nadie a mi lado al quien culpar.
Lentamente e intentando pensar con la mente fría - tal y como Calé me había enseñado- me volteé para mirar directamente a aquel que había descubierto mi primer hurto en solitario. Sin duda alguna se trataba de un hombre. Mucho más alto que yo pero no llegaba a distinguir bien sus facciones debido a la oscuridad de la catedral.
-Bonnuit monsieur- comencé a decir probando así mi capacidad para mantenerme estoica ante cualquier situación.- Creo que, monsieur, estos objetos si han de pertenecer a alguien estoy segura de que a mi es sin ningún tipo de duda a la persona a la que deben pertenecer. Ya que no un ladrón no comete pecado si lo que afana es para su propia supervivencia y no para hacer ningún mal.
Mi cuerpo quería moverse, pero tenía la extraña sensación de que algo - o incluso aquel hombre- me invitaban a quedarme en el sitio donde me encontraba. Escudriñé la oscuridad y gracias a la ayuda de la luz que entraba por las cristaleras de la Catedral pude distinguir algo más en aquel hombre, el cual, no aspecto alguno de pertenecer a la iglesia.
-Si me disculpa.-dije dándole la espalda y comenzando a andar con un paso ligero hacía la puerta, no podía permanecer más tiempo ahí. Podía ser descubierta por el sacerdote.Pero de nuevo me paré y volví a girarme ¿Que hacía aquel hombre allí? ¿Por donde había entrado? A mi costó horrores forzar la cerradura de la catedral.-Creo monsieur, que a usted si que no le hacen falta las joyas para sobrevivir y a despertado en mi un interés bastante grande. ¿No debería de estar a estas horas en su casa en vez de en una catedral? Creo que tanto usted como yo estamos en el sitio equivocado.¿No cree?
Cuando giré sobre mi misma para salir por la puerta una voz detuvo en seco mis movimientos. Hizo que todo mi cuerpo se estremeciera de miedo. Miedo a ser descubierta. Miedo a ser castigada por todos los pecados que había cometido. Y lo peor de todo es que esta vez no había nadie a mi lado al quien culpar.
Lentamente e intentando pensar con la mente fría - tal y como Calé me había enseñado- me volteé para mirar directamente a aquel que había descubierto mi primer hurto en solitario. Sin duda alguna se trataba de un hombre. Mucho más alto que yo pero no llegaba a distinguir bien sus facciones debido a la oscuridad de la catedral.
-Bonnuit monsieur- comencé a decir probando así mi capacidad para mantenerme estoica ante cualquier situación.- Creo que, monsieur, estos objetos si han de pertenecer a alguien estoy segura de que a mi es sin ningún tipo de duda a la persona a la que deben pertenecer. Ya que no un ladrón no comete pecado si lo que afana es para su propia supervivencia y no para hacer ningún mal.
Mi cuerpo quería moverse, pero tenía la extraña sensación de que algo - o incluso aquel hombre- me invitaban a quedarme en el sitio donde me encontraba. Escudriñé la oscuridad y gracias a la ayuda de la luz que entraba por las cristaleras de la Catedral pude distinguir algo más en aquel hombre, el cual, no aspecto alguno de pertenecer a la iglesia.
-Si me disculpa.-dije dándole la espalda y comenzando a andar con un paso ligero hacía la puerta, no podía permanecer más tiempo ahí. Podía ser descubierta por el sacerdote.Pero de nuevo me paré y volví a girarme ¿Que hacía aquel hombre allí? ¿Por donde había entrado? A mi costó horrores forzar la cerradura de la catedral.-Creo monsieur, que a usted si que no le hacen falta las joyas para sobrevivir y a despertado en mi un interés bastante grande. ¿No debería de estar a estas horas en su casa en vez de en una catedral? Creo que tanto usted como yo estamos en el sitio equivocado.¿No cree?
Nimue Bellamy- Humano Clase Media
- Mensajes : 323
Fecha de inscripción : 31/08/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
Sonreí ante su comentario. Se había excusado, o mejor dicho, había excusado el acto que había cometido alegando su estatus social.
-Oh, comprendo. Supongo que eso dentro de estas cuatro paredes es algo bastante conmovedor -dije acercándome aún más en ella- Pero me temo que no soy yo el tipo de sacerdote piadoso que perdona los pecados de una carita inocente.
Su rostro pálido, aunque mucho menos que el mío, me gritaba a horrores que no le había gustado nada que la hubiese descubierto. Sin embargo, era una consecuencia que ella debería asumir, puesto que había infringido una norma. Igual que yo. Pero ella no tenía las capacidades que yo poseía, tan sólo era una humana perdida en medio de una iglesia que buscaba algo que vender para poder comer.
Mientras yo mantenía mi mirada fija en ella, se despidió y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse. Oh, no. No tan fácilmente, pensé. Aunque no fue necesario que abriera siquiera la boca; ella misma se dio la vuelta y me preguntó qué hacía yo allí.
-Este sitio es exactamente donde debo estar -dije muy serio. El recuerdo de la lápida con el nombre de mi hermana me estalló demasiado cerca. Tenía trabajo que hacer, y no tenía por qué perder el tiempo con aquella mujer-. Sois vos la que deberíais marcharos de una vez. Una mujer sola por la calles de París en plena noche es un blanco perfecto. Hay demasiados peligros en la calle, seres que dudo calificaríais de humanos después de que os hicieran daño, y cuanto antes lleguéis a vuestro destino, mejor. -dije intentando sonar como una advertencia.
Lo cierto es que el olor de la humana -pelirroja, un punto a mi favor- me llegaba con motas dulces que no podía evitar desear, y sería un buen momento para beber sangre. Jamás lo había hecho en una iglesia, nunca había derramado mi elixir de vida en el suelo de una casa sagrada, aunque... Siempre hay una primera vez para todo.
Me acerqué aún más a ella y comencé a susurrarle utilizando mi persuasión sobrenatural.
-Aunque si lo deseáis podéis esperar aquí, y yo mismo os acompañaré a casa, mademoiselle. ¿Qué mejor que acompañaros yo mismo para asegurarme de que nadie os hace daño? No sería nada cortés dejar a una dama a su suerte en medio de una lúgubre noche. -mis ojos brillaban con avaricia, deseando conocer mejor a aquella mujer que se había cruzado en mi noche- Oh, por cierto. Ya que voy a llevaros hasta casa, tendré que presentarme.-dije sonriendo- Dimitri Lumière.
Esperé a que aquella dama me dijese su nombre para saludarla cortésmente. Olería su piel con el contacto del saludo formal de un caballero hacia una dama y disfrutaría pensando en el sabor de su sangre, la cual estaba dispuesto a probar aquella misma noche, en aquel mismo lugar.
-Oh, comprendo. Supongo que eso dentro de estas cuatro paredes es algo bastante conmovedor -dije acercándome aún más en ella- Pero me temo que no soy yo el tipo de sacerdote piadoso que perdona los pecados de una carita inocente.
Su rostro pálido, aunque mucho menos que el mío, me gritaba a horrores que no le había gustado nada que la hubiese descubierto. Sin embargo, era una consecuencia que ella debería asumir, puesto que había infringido una norma. Igual que yo. Pero ella no tenía las capacidades que yo poseía, tan sólo era una humana perdida en medio de una iglesia que buscaba algo que vender para poder comer.
Mientras yo mantenía mi mirada fija en ella, se despidió y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse. Oh, no. No tan fácilmente, pensé. Aunque no fue necesario que abriera siquiera la boca; ella misma se dio la vuelta y me preguntó qué hacía yo allí.
-Este sitio es exactamente donde debo estar -dije muy serio. El recuerdo de la lápida con el nombre de mi hermana me estalló demasiado cerca. Tenía trabajo que hacer, y no tenía por qué perder el tiempo con aquella mujer-. Sois vos la que deberíais marcharos de una vez. Una mujer sola por la calles de París en plena noche es un blanco perfecto. Hay demasiados peligros en la calle, seres que dudo calificaríais de humanos después de que os hicieran daño, y cuanto antes lleguéis a vuestro destino, mejor. -dije intentando sonar como una advertencia.
Lo cierto es que el olor de la humana -pelirroja, un punto a mi favor- me llegaba con motas dulces que no podía evitar desear, y sería un buen momento para beber sangre. Jamás lo había hecho en una iglesia, nunca había derramado mi elixir de vida en el suelo de una casa sagrada, aunque... Siempre hay una primera vez para todo.
Me acerqué aún más a ella y comencé a susurrarle utilizando mi persuasión sobrenatural.
-Aunque si lo deseáis podéis esperar aquí, y yo mismo os acompañaré a casa, mademoiselle. ¿Qué mejor que acompañaros yo mismo para asegurarme de que nadie os hace daño? No sería nada cortés dejar a una dama a su suerte en medio de una lúgubre noche. -mis ojos brillaban con avaricia, deseando conocer mejor a aquella mujer que se había cruzado en mi noche- Oh, por cierto. Ya que voy a llevaros hasta casa, tendré que presentarme.-dije sonriendo- Dimitri Lumière.
Esperé a que aquella dama me dijese su nombre para saludarla cortésmente. Olería su piel con el contacto del saludo formal de un caballero hacia una dama y disfrutaría pensando en el sabor de su sangre, la cual estaba dispuesto a probar aquella misma noche, en aquel mismo lugar.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 314
Fecha de inscripción : 25/07/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
Dimitri. Así se hacía llamar aquel hombre que cada vez que hablaba hacía que tuviera unas ganas incontrolables de lanzarme a sus brazos. Sacudía la cabeza mientras hablaba intentando hacer más fuerte la voluntad que tenía para no confiar en un completo desconocido, por muy tentador que este fuera.
Era bastante irónico. ¿a que casa iba a acompañarme aquel hombre ? ¿A caso no había supuesto que al entrar a robar en la catedral no tenía ni dinero para comer?
-Creo que no es necesario que me advierta de los peligros que pueden acechar a una dama en mitad de la noche. Pero también puedo asegurarle que e sobrevivido toda mi vida a esos peligros y, de momento, pensaré afrontarlos sola igual que siempre.Y también siento decirle monsieur, que hace días que no tengo casa. De modo que creo que puede quedarse aquí y terminar con los asuntos que tenga pendiente, yo por mi parte no le mostraré.- Mentira, yo quería saber lo que ese hombre tenía entre manos, quería robarle todo loo que llevara encima se veía que era uno de aquellos hombres de clase alta al que no le preocupaba nada por tener el suficiente dinero para salirse con la suya.
Me repugnaba. Y me atraía al mismo tiempo.
-Pero si usted gusta de acompañarme a un hogar ¿Por que no me invita al suyo propio? ¿No es usted un salvador de jóvenes muchachas en plena noche?
¿Pero que se suponía que estaba haciendo? Solo quería irme de allí, salir lo antes posible, buscar un callejón transitado en el cual perderme y vender -un día más y hasta que consiguiera dinero suficiente para buscar una pensión- mi cuerpo. Pero en vez de eso me limité a dejarme llevar por el aura seductora de Dimitri.
Di un paso hacia atrás, indecisa de si marcharme o no. Pero tampoco tenía seguro de que aquel hombre me dejara marchar por las buenas. Yo no quería más muertos ni heridos. No iba a precipitarme otra vez. De modo que opté por quedarme donde estaba sin quitarle un ojo de encima al chico. Esperando una oportunidad para que mi cabeza comenzara a funcionar debidamente y poder salir de allí.
Era bastante irónico. ¿a que casa iba a acompañarme aquel hombre ? ¿A caso no había supuesto que al entrar a robar en la catedral no tenía ni dinero para comer?
-Creo que no es necesario que me advierta de los peligros que pueden acechar a una dama en mitad de la noche. Pero también puedo asegurarle que e sobrevivido toda mi vida a esos peligros y, de momento, pensaré afrontarlos sola igual que siempre.Y también siento decirle monsieur, que hace días que no tengo casa. De modo que creo que puede quedarse aquí y terminar con los asuntos que tenga pendiente, yo por mi parte no le mostraré.- Mentira, yo quería saber lo que ese hombre tenía entre manos, quería robarle todo loo que llevara encima se veía que era uno de aquellos hombres de clase alta al que no le preocupaba nada por tener el suficiente dinero para salirse con la suya.
Me repugnaba. Y me atraía al mismo tiempo.
-Pero si usted gusta de acompañarme a un hogar ¿Por que no me invita al suyo propio? ¿No es usted un salvador de jóvenes muchachas en plena noche?
¿Pero que se suponía que estaba haciendo? Solo quería irme de allí, salir lo antes posible, buscar un callejón transitado en el cual perderme y vender -un día más y hasta que consiguiera dinero suficiente para buscar una pensión- mi cuerpo. Pero en vez de eso me limité a dejarme llevar por el aura seductora de Dimitri.
Di un paso hacia atrás, indecisa de si marcharme o no. Pero tampoco tenía seguro de que aquel hombre me dejara marchar por las buenas. Yo no quería más muertos ni heridos. No iba a precipitarme otra vez. De modo que opté por quedarme donde estaba sin quitarle un ojo de encima al chico. Esperando una oportunidad para que mi cabeza comenzara a funcionar debidamente y poder salir de allí.
Nimue Bellamy- Humano Clase Media
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Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
La dama se negó a presentarse. De hecho, me dejó sin oportunidad alguna para saludarla cortéstemente. Se notaba mucho que era una mujer de clase baja, que hurtaba y robaba hasta saciarse por hambre, miedo, y sobre todo, cobardía.
Rechazó mi ofrecimiento también, alegando que era suficientemente capaz de apartar el peligro o salir de cualquier situación extrema. Bien, pensé. Tú misma. Realmente dudaba de que esos fueran sus verdaderos motivos. Quizá la desconfianza era lo que le incitaba a rechazarme. Sin embargo, después añadió que no tenía hogar. Relajé mi rostro y curvé hacia abajo las comisuras de mis labios en una mueca de sorna tristeza.
-Oh, cuánto lo lamento, mademoiselle. Quizá no seáis tan invulnerable como pensáis si han conseguido quitaros todo lo que teníais. Me temo que esa "supervivencia" de la que habláis no es exactamente el mismo concepto que yo tengo. -sonreí después.
Si hasta ahora me había envuelto una sensación de cálida sed, de curiosidad por el olor y el sabor de aquella mujer, ahora empezaba a molestarme su palabrería. Me acerqué a ella con una suculenta expresión en los ojos dispuesto a susurrarle una invitación nada formal. Sin embargo, ella misma se adelantó a los acontecimientos, y me ofreció que la llevase a casa.
-¿Salvador de jovenes muchachas? -reí ante su atrevimiento. Era una bonita forma de decir "llevar a una mujer al infierno". Estás jugando con fuego, muchacha.- Me temo que estáis un poco lejos de saber lo que realmente soy y deseo, pero si eso es lo que queréis pensar de mí, adelante. No seré yo quien rompa esa visión.
De nuevo, volví a sentir ganas de probar su sangre. Sí, definitavemente quería llevarla a casa y convertir su cuerpo en un filtro por el que beber mi elixir de vida.
Ladeé la cara y mantuve la mirada fija en sus ojos oscuros, en medio del vacío de la catedral. Empezaba a molestarme aquel escenario tétrico y gótico que nada me agradaba.
-Salgamos de aquí, si así lo queréis. -conforme hablaba, mi voz se acercaba más a un susurro que a un tono claro y seguro. Acerqué mi rostro al suyo y le susurré con delicadeza - Pero seguís sin decirme vuestro nombre, y no puedo llevar a una cualquiera a casa, necesito saber quién sois.
Realmente no iba a llevarla a mi mansión. Bajo ningún concepto. Ese lugar, mi hogar, era propio de personas de mi clase; allí llevaba a mujeres que lo merecían, no a ladronas de iglesias. Sin embargo, no quería que la noche llegara su fin sin haber disfrutado de aquella dama, y tampoco que ella se quedase sin deleitarse con mis placeres. La invitaría a un lugar cálido, lejos de las noches frías del otoñal París, y la compensaría con algo de comer y beber. Pero después, ella me devolvería el favor.
Sonreí gustosamente a la espera de que al fin me dijera cuál era su nombre.
Rechazó mi ofrecimiento también, alegando que era suficientemente capaz de apartar el peligro o salir de cualquier situación extrema. Bien, pensé. Tú misma. Realmente dudaba de que esos fueran sus verdaderos motivos. Quizá la desconfianza era lo que le incitaba a rechazarme. Sin embargo, después añadió que no tenía hogar. Relajé mi rostro y curvé hacia abajo las comisuras de mis labios en una mueca de sorna tristeza.
-Oh, cuánto lo lamento, mademoiselle. Quizá no seáis tan invulnerable como pensáis si han conseguido quitaros todo lo que teníais. Me temo que esa "supervivencia" de la que habláis no es exactamente el mismo concepto que yo tengo. -sonreí después.
Si hasta ahora me había envuelto una sensación de cálida sed, de curiosidad por el olor y el sabor de aquella mujer, ahora empezaba a molestarme su palabrería. Me acerqué a ella con una suculenta expresión en los ojos dispuesto a susurrarle una invitación nada formal. Sin embargo, ella misma se adelantó a los acontecimientos, y me ofreció que la llevase a casa.
-¿Salvador de jovenes muchachas? -reí ante su atrevimiento. Era una bonita forma de decir "llevar a una mujer al infierno". Estás jugando con fuego, muchacha.- Me temo que estáis un poco lejos de saber lo que realmente soy y deseo, pero si eso es lo que queréis pensar de mí, adelante. No seré yo quien rompa esa visión.
De nuevo, volví a sentir ganas de probar su sangre. Sí, definitavemente quería llevarla a casa y convertir su cuerpo en un filtro por el que beber mi elixir de vida.
Ladeé la cara y mantuve la mirada fija en sus ojos oscuros, en medio del vacío de la catedral. Empezaba a molestarme aquel escenario tétrico y gótico que nada me agradaba.
-Salgamos de aquí, si así lo queréis. -conforme hablaba, mi voz se acercaba más a un susurro que a un tono claro y seguro. Acerqué mi rostro al suyo y le susurré con delicadeza - Pero seguís sin decirme vuestro nombre, y no puedo llevar a una cualquiera a casa, necesito saber quién sois.
Realmente no iba a llevarla a mi mansión. Bajo ningún concepto. Ese lugar, mi hogar, era propio de personas de mi clase; allí llevaba a mujeres que lo merecían, no a ladronas de iglesias. Sin embargo, no quería que la noche llegara su fin sin haber disfrutado de aquella dama, y tampoco que ella se quedase sin deleitarse con mis placeres. La invitaría a un lugar cálido, lejos de las noches frías del otoñal París, y la compensaría con algo de comer y beber. Pero después, ella me devolvería el favor.
Sonreí gustosamente a la espera de que al fin me dijera cuál era su nombre.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
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Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
-Nimue Bellami.- dije casi como en su sueño. Su gélido aliento me hizo perder la noción del tiempo y el espacio. Sabía que estaba mal confiar en alguien, confiar en alguien que además había entrado a hurtadillas en la catedral. Algo en mi me decía que tenía que correr, que tenía que regresar con Calé.
Pero al mismo tiempo, el efecto de atracción que ejercía ese chico era demasiado potente y yo al final quisiera o no acabaría sucumbiendo a lo que él quisiera. Sobretodo por el hecho de haber discutido sobre el tema con Calé.
Quise, por un instante, perderme de nuevo en aquella sensación estremecedora que me produjo su aliento, mezcla de miedo y placer.
Estaba horrorizada. Encantada. Él no iba a perdonar mi intrépido y suicida comportamiento. Yo posiblemente tampoco me perdonaría a mi misma.
Quería hablar en alto pero mi boca siempre quedaba entreabierta, no sabía con exactitud que decir, estaba como bajo un hechizo, solo podía hacer todo lo que él dijera. Lo único que quería en realidad era dormir.
Dormir y olvidar los problemas.
Dormir para siempre quizás.
-De alguna manera se que el peligro que está fuera puede hacerme daño incluso vos si queréis y posiblemente estés pensando en esa posibilidad, pero déjeme decirle que no me han arrebatado mi hogar, me fui yo quien lo abandonó. Soy más fuerte de lo que cree, pero no soy inmortal,vivo con el conocimiento de que moriré aun que nunca haya tenido vida.
Tal vez todo aquello era lo que me quería decir a mi misma, me había perdido en mis pensamientos, en mi deseos. Me había perdido -una vez más- en las enseñanzas de Calé.
-Pero usted monsieur ha venido a hacer algo aquí de suma importancia, de lo contrario no hubiera entrado a hurtadillas cual rata en medio de la noche entra en una alcantarilla. Puede que no tenga otra oportunidad de hacer lo que tenía previsto. ¿Va a perder el tiempo con una muchacha de clase baja?
Había vuelto en mi al recordar su nombre, todo lo que me había enseñado era a confiar única y exclusivamente en mi misma y que, aquellas personas que parecían servirte el mundo en bandeja eran las que después más te herían. Calé era un claro ejemplo de aquella afirmación.
Por eso intenté buscar una salida alternativa, una escapatoria que me alejara de la influyente personalidad de aquel adinerado hombre.
Pero al mismo tiempo, el efecto de atracción que ejercía ese chico era demasiado potente y yo al final quisiera o no acabaría sucumbiendo a lo que él quisiera. Sobretodo por el hecho de haber discutido sobre el tema con Calé.
Quise, por un instante, perderme de nuevo en aquella sensación estremecedora que me produjo su aliento, mezcla de miedo y placer.
Estaba horrorizada. Encantada. Él no iba a perdonar mi intrépido y suicida comportamiento. Yo posiblemente tampoco me perdonaría a mi misma.
Quería hablar en alto pero mi boca siempre quedaba entreabierta, no sabía con exactitud que decir, estaba como bajo un hechizo, solo podía hacer todo lo que él dijera. Lo único que quería en realidad era dormir.
Dormir y olvidar los problemas.
Dormir para siempre quizás.
-De alguna manera se que el peligro que está fuera puede hacerme daño incluso vos si queréis y posiblemente estés pensando en esa posibilidad, pero déjeme decirle que no me han arrebatado mi hogar, me fui yo quien lo abandonó. Soy más fuerte de lo que cree, pero no soy inmortal,vivo con el conocimiento de que moriré aun que nunca haya tenido vida.
Tal vez todo aquello era lo que me quería decir a mi misma, me había perdido en mis pensamientos, en mi deseos. Me había perdido -una vez más- en las enseñanzas de Calé.
-Pero usted monsieur ha venido a hacer algo aquí de suma importancia, de lo contrario no hubiera entrado a hurtadillas cual rata en medio de la noche entra en una alcantarilla. Puede que no tenga otra oportunidad de hacer lo que tenía previsto. ¿Va a perder el tiempo con una muchacha de clase baja?
Había vuelto en mi al recordar su nombre, todo lo que me había enseñado era a confiar única y exclusivamente en mi misma y que, aquellas personas que parecían servirte el mundo en bandeja eran las que después más te herían. Calé era un claro ejemplo de aquella afirmación.
Por eso intenté buscar una salida alternativa, una escapatoria que me alejara de la influyente personalidad de aquel adinerado hombre.
Nimue Bellamy- Humano Clase Media
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Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
Mi humor cambió repentinamente. ¿Qué se creía aquella muchacha? La educación era algo de lo que carecían los seres de clases bajas, eso desde luego, pero... ¿también el sarcasmo y el malhablar? Fruncí el ceño ante aquella muchacha.
Si quisiera podría arrancarte los ojos y comerme tus labios. Empezaba a enfurecerme. Sus modales, o más bien la ausencia de ellos me habían hecho alertarme de que no sería una bonita noche de placer. Si quisiera podría también masticar tu lengua hasta hacerla reventar, e incluso podría desmembrarte con facilidad.
Shh. Para el carro. Cerré los ojos un instante intentando recuperar la compostura y volví a abrirlos esbozando la mejor de mis sonrisas. No iba a rendirme a la primera de cambio, eso no era propio en mí. Facilitaría mucho las cosas que fuera agradable y una muchacha encantadora, pero si no lo era, no daría mi brazo a torcer.
-Por supuesto que no sois inmortal -dije muy serio, abandonando mi sonrisa al oír su comentario- Ni vos ni nadie lo es, aunque hayáis oído hablar de cuentos. Son sólo eso, cuentos -dije entrecerrando mis labios. Odiaba las leyendas urbanas sobre vampiros y licántropos. Éramos criaturas reales, pero sólo para los ojos de unos cuantos.
Tampoco me gustó que hablase de mí de aquella manera, insinuando que era un cobarde, pero esta vez no me enfurecía, sino más bien lo contrario. Solté una carcajada que resonó por toda la planta baja de la Iglesia.
-Salgamos de aquí, ¿de acuerdo? Ni vos ni yo queremos que nos descubran y tampoco voy a preguntarle por qué. Vayamos a un sitio más tranquilo, donde pueda contarme qué es eso que la hizo tan fuerte -dije quizá con algo de sorna.
Probablemente no me estaba comportando como debía, ni tampoco estaba mostrando toda mi elegancia, ni mi cortesía. Comprobé los botones de mi camisa y me recorrí al cuello comprobando que no latía el pulso. Era un gesto instintivo, un poco humano.
-La invitaré a tomar algo caliente, supongo que tendréis hambre y sed, y también frío.
Me acerqué a ella y sin llegar a rozarla, coloqué mis labios cerca de su frente, intentando inspirarle confianza. Sin embargo, conforme me acercaba a ella, más intento era su olor y por tanto más intensas eran mi sed y mis ganas de probar el sabor de su sangre. Y de su cuerpo.
-¿Qué me decís de un chocolate? Algo dulce, espeso y caliente que reanimará vuestro carácter. Conozco un buen lugar, apartado del murmullo de la gente.
Las útlimas palabras casi eran susurros.
Si quisiera podría arrancarte los ojos y comerme tus labios. Empezaba a enfurecerme. Sus modales, o más bien la ausencia de ellos me habían hecho alertarme de que no sería una bonita noche de placer. Si quisiera podría también masticar tu lengua hasta hacerla reventar, e incluso podría desmembrarte con facilidad.
Shh. Para el carro. Cerré los ojos un instante intentando recuperar la compostura y volví a abrirlos esbozando la mejor de mis sonrisas. No iba a rendirme a la primera de cambio, eso no era propio en mí. Facilitaría mucho las cosas que fuera agradable y una muchacha encantadora, pero si no lo era, no daría mi brazo a torcer.
-Por supuesto que no sois inmortal -dije muy serio, abandonando mi sonrisa al oír su comentario- Ni vos ni nadie lo es, aunque hayáis oído hablar de cuentos. Son sólo eso, cuentos -dije entrecerrando mis labios. Odiaba las leyendas urbanas sobre vampiros y licántropos. Éramos criaturas reales, pero sólo para los ojos de unos cuantos.
Tampoco me gustó que hablase de mí de aquella manera, insinuando que era un cobarde, pero esta vez no me enfurecía, sino más bien lo contrario. Solté una carcajada que resonó por toda la planta baja de la Iglesia.
-Salgamos de aquí, ¿de acuerdo? Ni vos ni yo queremos que nos descubran y tampoco voy a preguntarle por qué. Vayamos a un sitio más tranquilo, donde pueda contarme qué es eso que la hizo tan fuerte -dije quizá con algo de sorna.
Probablemente no me estaba comportando como debía, ni tampoco estaba mostrando toda mi elegancia, ni mi cortesía. Comprobé los botones de mi camisa y me recorrí al cuello comprobando que no latía el pulso. Era un gesto instintivo, un poco humano.
-La invitaré a tomar algo caliente, supongo que tendréis hambre y sed, y también frío.
Me acerqué a ella y sin llegar a rozarla, coloqué mis labios cerca de su frente, intentando inspirarle confianza. Sin embargo, conforme me acercaba a ella, más intento era su olor y por tanto más intensas eran mi sed y mis ganas de probar el sabor de su sangre. Y de su cuerpo.
-¿Qué me decís de un chocolate? Algo dulce, espeso y caliente que reanimará vuestro carácter. Conozco un buen lugar, apartado del murmullo de la gente.
Las útlimas palabras casi eran susurros.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/07/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
De sus labios salió acompañada de sus palabras una leve brisa gélida que hizo que mi piel se erizara. Sus palabras, trasmitieron confianza y seguridad, era casi imposible negarse a ellas. Pero yo no confiaba del todo en que aquello fuera cierto. Algo en mi me invitaba - o más bien me obligaba- a huir cuanto antes de aquel lugar. Sin embargo, aquella catedral estaba tocada por la mano de Dios y yo tenía cierta esperanza en que no se cometiera ninguna imprudencia en lugar sagrado.
Medité unos segundos la propuesta. En aquel lugar su voz sonaba demasiado tentadora. Y después de una eternidad sin llevarme algo caliente al estomago no me pareció tan malo acompañarle. Después de todo, era yo quien debía estar agradecida por marcharme de allí sin ser descubierta.
Me hice a un lado separándome de él. No me gustaba para nada tener a la gente demasiado cerca.
-Esta bien, si tanto gustáis en invitarme no seré yo quien os quite ese gusto.- terminé diciendo sin mucho entusiasmo, aun que tenía hambre, frío y sueño a mi no me gustaba que las personas se compadecieran de mi, prefería robar antes que pedir limosnas para comer.-Usted es el guía monsieur Lumière- hice un gesto con la mano indicándole que iba a seguirlo allá donde me llevara. Si las cosas no salían como yo esperaba, estaba perdida.
Medité unos segundos la propuesta. En aquel lugar su voz sonaba demasiado tentadora. Y después de una eternidad sin llevarme algo caliente al estomago no me pareció tan malo acompañarle. Después de todo, era yo quien debía estar agradecida por marcharme de allí sin ser descubierta.
Me hice a un lado separándome de él. No me gustaba para nada tener a la gente demasiado cerca.
-Esta bien, si tanto gustáis en invitarme no seré yo quien os quite ese gusto.- terminé diciendo sin mucho entusiasmo, aun que tenía hambre, frío y sueño a mi no me gustaba que las personas se compadecieran de mi, prefería robar antes que pedir limosnas para comer.-Usted es el guía monsieur Lumière- hice un gesto con la mano indicándole que iba a seguirlo allá donde me llevara. Si las cosas no salían como yo esperaba, estaba perdida.
Nimue Bellamy- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/08/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
No me agradó en absoluta la falta de expresividad de la muchacha, pero si quería llevarla conmigo, tendría que aguantarme. Lo cierto es que desprendía algún tipo de aura que me empujaba a invitarla a tomar algo, a hacerla feliz, como a todas las mujeres. Con un hombre siempre era distinto: tomaba lo que quería de ellos y me iba tan campante a continuar mi vida. Pero con ellas, con mi debilidad más inevitable, era imposible no hacer toda esta parafernalia que tan felices las hacía. Me encantaba oír sus risas cerca mío, sentir su piel erizada ante mi contacto, y sobre todo, escuchar sus gemidos de placer. Y esta noche tendría que pagar un precio por ello.
Sonreí amablemente a la doncella pelirroja y le ofrecí mi brazo cortésmente para llevarla. Cuando al fin salimos, sentí el ambiente mucho más relajado, aunque solo fue por mi parte. Sentí su desconfianza a flor de piel, pero no me importaba. De momento no me irritaba demasiado.
Torcí en la primera esquina de la catedral y nos adentramos a un café de estilo vienés que llevaba el nombre de la catedral. Qué original. Los asientos eran cómodos y confortables, y a las horas que eran no había más que dos mesas ocupadas en el pequeño recinto.
-Bonnuit, monsieur -saludé al encargado.- La mademoiselle et moi désirons un lieu plus éloigné -le pedí. Él miró a Nimue, como la muchacha había dicho llamarse, y la repasó con una curvatura de disgusto en los labios- S'il vous plaît... -añadí ante su gesto.
Él se apartó y dijo que volvía enseguida, retirándose hacia un escritorio y comprobando unos papeles.
-¿Habéis robado aquí alguna vez? -sonreí con fiereza a Nimue.- Parece que no le agradáis mucho -dije señalando al encargado.
Volvió enseguida con un gesto torvo y nos indicó que pasásemos a un pequeño saloncito apartado del pequeño café. Una habitación diminuta en la que solamente había dos sofás y una mesita de café. La habitación era de terciopelo oscuro, y los sillones blancos e impecables.
-Merci -le dije al camarero. Le indiqué lo que queríamos -tan sólo pedí para ella- y ofrecí asiento a la señorita. Ella se sentó en un sofá, y yo utilicé el otro. Me quité la chaqueta y la dejé sobre el sofá, y desabotoné los puños de la camisa blanca.
-Imagino que no estaréis muy acostumbrada a venir a este tipo de sitios -dije con una mueca burlona. Aunque no quería ser excesivamente descortés, quería aplacar su desconfianza hacia mí.
Sonreí amablemente a la doncella pelirroja y le ofrecí mi brazo cortésmente para llevarla. Cuando al fin salimos, sentí el ambiente mucho más relajado, aunque solo fue por mi parte. Sentí su desconfianza a flor de piel, pero no me importaba. De momento no me irritaba demasiado.
Torcí en la primera esquina de la catedral y nos adentramos a un café de estilo vienés que llevaba el nombre de la catedral. Qué original. Los asientos eran cómodos y confortables, y a las horas que eran no había más que dos mesas ocupadas en el pequeño recinto.
-Bonnuit, monsieur -saludé al encargado.- La mademoiselle et moi désirons un lieu plus éloigné -le pedí. Él miró a Nimue, como la muchacha había dicho llamarse, y la repasó con una curvatura de disgusto en los labios- S'il vous plaît... -añadí ante su gesto.
Él se apartó y dijo que volvía enseguida, retirándose hacia un escritorio y comprobando unos papeles.
-¿Habéis robado aquí alguna vez? -sonreí con fiereza a Nimue.- Parece que no le agradáis mucho -dije señalando al encargado.
Volvió enseguida con un gesto torvo y nos indicó que pasásemos a un pequeño saloncito apartado del pequeño café. Una habitación diminuta en la que solamente había dos sofás y una mesita de café. La habitación era de terciopelo oscuro, y los sillones blancos e impecables.
-Merci -le dije al camarero. Le indiqué lo que queríamos -tan sólo pedí para ella- y ofrecí asiento a la señorita. Ella se sentó en un sofá, y yo utilicé el otro. Me quité la chaqueta y la dejé sobre el sofá, y desabotoné los puños de la camisa blanca.
-Imagino que no estaréis muy acostumbrada a venir a este tipo de sitios -dije con una mueca burlona. Aunque no quería ser excesivamente descortés, quería aplacar su desconfianza hacia mí.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/07/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
Tomé su brazo y salí junto a él. El ambiente cambió de golpe y aquel olor a catedral dejó paso a una noche oscura y fría, peor al mismo tiempo confortable y cálida. Sonreí sin mucho entusiasmo a mi acompañante. mi educación no era lo suficientemente buena, pero aún así sabia comportarme. Pero la desconfianza era algo que no podía ocultar. Y nunca había confiado plenamente en nadie, al menos no hasta conocerlo.
Le seguí por las calles, observando su expresión de vez en cuando y meditando sobre la situación. Mi conclusión fue favorable para él,después de todo nadie podía culparlo por haber entrado a esas horas en la catedral, yo lo había hecho también. Y nadie podía impedirle que invitase a quien quisiera. Sonreí abiertamente y por primera vez con sinceridad en toda la noche. había dejado atrás aquel carácter de gato solitario. Al fin y al cabo, la desconfianza no era un buen aliado para una ladrona.
Llegamos a un café, me parecía demasiado ostentoso , demasiado lujoso para que yo pudiera entrar en él y permitirme alguno de sus manjares.Al entrar descubrí que el lugar estaba casi desocupado. El camarero me miraba con recelo, pero yo en aquel instante no recordaba su rostro o haberme entrometido en su vida. Supuse que aquel comportamiento era de esperar al ver mi aspecto desaliñado y el macuto que sostenía en un mano. Dimitri, parecía desenvolverse con soltura en aquel lugar pues el camarero, quien parecía reacio a atenderme, nos ofreció una mesa alejada del resto. Me senté en aquel sofá con tapicería oscura. Y miré asombrada el lugar.
-Le juro que no había visto a ese hombre en mi vida.- comenté una vez el camarero había desaparecido de nuestras vistas.-Y no, está en lo cierto Dimitri, nunca había entrado a un lugar como este, es más jamás pensé que llegaría ha hacerlo, los lujos no son de mi agrado.
Mentí, claro que eran de mi agrado, del mio, del de mi vecino, del de todos. ¿Quién no quería vivir entre lujos? ¿Quién no deseaba tener un techo bajo el que vivir? ¿Una familia? ¿Entradas para el teatro? ¿Para museos? Sonreí.Bajo la luz del café Dimitri solo era un hombre como todos los demás de su estatus social.
-Pero bueno, no hace falta un lugar como este para saborear unos buenos manjares.La vida le enseña a uno que no todo son lujos y bienestar. ¿Sabe usted?
Le seguí por las calles, observando su expresión de vez en cuando y meditando sobre la situación. Mi conclusión fue favorable para él,después de todo nadie podía culparlo por haber entrado a esas horas en la catedral, yo lo había hecho también. Y nadie podía impedirle que invitase a quien quisiera. Sonreí abiertamente y por primera vez con sinceridad en toda la noche. había dejado atrás aquel carácter de gato solitario. Al fin y al cabo, la desconfianza no era un buen aliado para una ladrona.
Llegamos a un café, me parecía demasiado ostentoso , demasiado lujoso para que yo pudiera entrar en él y permitirme alguno de sus manjares.Al entrar descubrí que el lugar estaba casi desocupado. El camarero me miraba con recelo, pero yo en aquel instante no recordaba su rostro o haberme entrometido en su vida. Supuse que aquel comportamiento era de esperar al ver mi aspecto desaliñado y el macuto que sostenía en un mano. Dimitri, parecía desenvolverse con soltura en aquel lugar pues el camarero, quien parecía reacio a atenderme, nos ofreció una mesa alejada del resto. Me senté en aquel sofá con tapicería oscura. Y miré asombrada el lugar.
-Le juro que no había visto a ese hombre en mi vida.- comenté una vez el camarero había desaparecido de nuestras vistas.-Y no, está en lo cierto Dimitri, nunca había entrado a un lugar como este, es más jamás pensé que llegaría ha hacerlo, los lujos no son de mi agrado.
Mentí, claro que eran de mi agrado, del mio, del de mi vecino, del de todos. ¿Quién no quería vivir entre lujos? ¿Quién no deseaba tener un techo bajo el que vivir? ¿Una familia? ¿Entradas para el teatro? ¿Para museos? Sonreí.Bajo la luz del café Dimitri solo era un hombre como todos los demás de su estatus social.
-Pero bueno, no hace falta un lugar como este para saborear unos buenos manjares.La vida le enseña a uno que no todo son lujos y bienestar. ¿Sabe usted?
Nimue Bellamy- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/08/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
En cierto modo, las palabras de Nimue me irritaban. Poco a poco me daba cuenta de que mi acompañante era demasiado escéptica, y no sólo eso, sino que además no estaba en posición de pedir o exigir nada. Pese a que yo me portaba bien con ella, ella no era capaz siquiera de agradecerme ni un ápice de lo que le ofrecía. Quizá sería porque intuía que me iba a alimentar aquella noche de su sangre hasta dejarla vacía. No, no sería por eso. Simplemente era maleducada y punto.
La tenue luz del café iluminaba con delicadeza los rasgos de la faz de Nimue, perdidos entre la blancura alineal de su rostro. Sin embargo, a mí me valía para saber que estaba allí, y para descubrir cada uno de sus gestos. Era inevitable querer algo más de una mujer cuando sabías que no podía ofrecértelo.
-Si os desagrada el lugar, pues, podemos ir a otro sitio. -repliqué con seriedad- Aunque me temo que no tengo toda la noche para buscar el lugar que os parezca oportuno, querida.
Conocía mis límites, y sabía que ella estaba rozando el de la paciencia. Normalmente las mujeres solían responder a mis buenos tratos, hasta el punto de perderse entre mis palabras, mis gestos y mis cuidos hacia ellas. Sin embargo, aquella mujer era demasiado desconfiada. Quizá se debiese a que había sido educada en la calle a causa de la mala suerte. De no ser por la piel clara y el cabello rojizo apagado, diría que se trataba de una gitana. Tenía el carácter de esa raza, sin duda alguna, y eso que yo apenas había tratado con gente de semejante calaña. Tan sólo una vez, cuando acudí a España, y otra vez hacía poco, en la Corte de los Milagros, cuando había acudido a buscar a Anastazja.
Mis pensamientos se vieron confirmados ante su comentario. Dijo que efectivamente, no todo era siempre así.
-Lo sé, querida. No penséis que todo lo que tengo me ha caído del cielo. Puede que tuviese una posición buena desde que nací, pero eso no cambia que haya trabajado para poseer la riqueza de la que hoy en día soy dueño. -mi infancia acudió a mi mente, entonces. Siempre evitaba acordarme de ella, puesto que fue demasiado turbulenta, carente de sentido, y algo traumática. Lo único que me había importando desde niño, al menos hasta que conocí a mi maître, a mi querido Zouis, había sido la música.- Pero a mí me salió bien,y no siempre sucede así, ¿no es cierto? -dije intentando alejar de mi mente aquellos dolorosos pensamientos.- Imagino que a vos no os pasó así, o quizás es que nunca hayáis intentado llevar a cabo un proyecto, al menos no de la manera adecuada.
Sonreí ante el último comentario. Empezaba a divertirme. Hasta ahora, había sido todo sistemáticamente aburrido, tan sólo guiado por la sed de sangre que todavía invadía mi garganta, abrasándola con fiereza. Pero quizá me vendría bien conocer un poco a mi víctima antes de probar su sangre.
La tenue luz del café iluminaba con delicadeza los rasgos de la faz de Nimue, perdidos entre la blancura alineal de su rostro. Sin embargo, a mí me valía para saber que estaba allí, y para descubrir cada uno de sus gestos. Era inevitable querer algo más de una mujer cuando sabías que no podía ofrecértelo.
-Si os desagrada el lugar, pues, podemos ir a otro sitio. -repliqué con seriedad- Aunque me temo que no tengo toda la noche para buscar el lugar que os parezca oportuno, querida.
Conocía mis límites, y sabía que ella estaba rozando el de la paciencia. Normalmente las mujeres solían responder a mis buenos tratos, hasta el punto de perderse entre mis palabras, mis gestos y mis cuidos hacia ellas. Sin embargo, aquella mujer era demasiado desconfiada. Quizá se debiese a que había sido educada en la calle a causa de la mala suerte. De no ser por la piel clara y el cabello rojizo apagado, diría que se trataba de una gitana. Tenía el carácter de esa raza, sin duda alguna, y eso que yo apenas había tratado con gente de semejante calaña. Tan sólo una vez, cuando acudí a España, y otra vez hacía poco, en la Corte de los Milagros, cuando había acudido a buscar a Anastazja.
Mis pensamientos se vieron confirmados ante su comentario. Dijo que efectivamente, no todo era siempre así.
-Lo sé, querida. No penséis que todo lo que tengo me ha caído del cielo. Puede que tuviese una posición buena desde que nací, pero eso no cambia que haya trabajado para poseer la riqueza de la que hoy en día soy dueño. -mi infancia acudió a mi mente, entonces. Siempre evitaba acordarme de ella, puesto que fue demasiado turbulenta, carente de sentido, y algo traumática. Lo único que me había importando desde niño, al menos hasta que conocí a mi maître, a mi querido Zouis, había sido la música.- Pero a mí me salió bien,y no siempre sucede así, ¿no es cierto? -dije intentando alejar de mi mente aquellos dolorosos pensamientos.- Imagino que a vos no os pasó así, o quizás es que nunca hayáis intentado llevar a cabo un proyecto, al menos no de la manera adecuada.
Sonreí ante el último comentario. Empezaba a divertirme. Hasta ahora, había sido todo sistemáticamente aburrido, tan sólo guiado por la sed de sangre que todavía invadía mi garganta, abrasándola con fiereza. Pero quizá me vendría bien conocer un poco a mi víctima antes de probar su sangre.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
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Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
Sus palabras me irritaron. Había en su tono de voz un sentimiento de hostilidad hacía a mi que yo no llegaba a comprender. Sus palabras parecían haber sido escogidas con toda minuciosidad para herir con ellas. Para hacer recordar que estabas muy por debajo de él. Que simplemente estabas allí para su propia diversión. Sonreí al terminar de escuchar su pequeño discurso plagado de cuchillas afiladas y escondidas tras la curiosidad la experiencia y la educación. Le miré por un instante y luego desvié la mirada a un punto fijo detrás de él, no me gustaba mucho mantener el contacto con el alguien. Al final siempre acababas sintiendo curiosidad sobre su persona.
-Pues verá.Si no me marcho es porque aun que no haya sido educada y no muestre educación alguna. Se que el rechazo de los actos de una persona es una falta de respeto y seguramente conllevaría a herir el orgullo de la otra.Si yo me encuentro aquí, es por que simplemente usted se ofreció a esto. No tengo la educación de un duque, pero al menos algo de ser humano me queda.-hice una pausa mirando a mi alrededor. Tanto lujo me hacia sentir fuera de lugar.-En ningún momento he dicho ni e pretendido insinuar que vos no os merecéis lo que tenéis. Sin embargo tiene que reconocer que la mayoría de los de su clase no se lo merecen. Y del mismo modo no espero que piense que yo nunca e intentado hacer nada de provecho. Por ejemplo, intenté dar mi música a conocer. Pero nadie hacía caso a una pordiosera con un violín. Los de tu clase tienen a rechazarnos y eso nos dificulta nuestro proyectos, aun que claro. No todos los tienen. En eso nos parecemos, usted a luchado por sus riquezas, y yo por intentar abrirme camino en un mundo que no me corresponde.
Aquel camarero regresó, dejando una taza de chocolate humeante frente a mi sobre un platito con adornos florales y otro plato con pastas. Miré el chocolate y después a Dimitri. No entendía por qué hacía esto.Nada le obligaba a llenar mi estomago y calmar mi frío. Me sentí incomoda y avergonzada. Me sentí como lo que en realidad era. Nada.
-¿Y vos no va a tomar nada? Me hace sentir mal, después de todo tu me initas a esto sin estar obligado por una norma moral o social. ¿Por qué lo hace entonces? ¿Quiere regodearse de mi infortunio?
-Pues verá.Si no me marcho es porque aun que no haya sido educada y no muestre educación alguna. Se que el rechazo de los actos de una persona es una falta de respeto y seguramente conllevaría a herir el orgullo de la otra.Si yo me encuentro aquí, es por que simplemente usted se ofreció a esto. No tengo la educación de un duque, pero al menos algo de ser humano me queda.-hice una pausa mirando a mi alrededor. Tanto lujo me hacia sentir fuera de lugar.-En ningún momento he dicho ni e pretendido insinuar que vos no os merecéis lo que tenéis. Sin embargo tiene que reconocer que la mayoría de los de su clase no se lo merecen. Y del mismo modo no espero que piense que yo nunca e intentado hacer nada de provecho. Por ejemplo, intenté dar mi música a conocer. Pero nadie hacía caso a una pordiosera con un violín. Los de tu clase tienen a rechazarnos y eso nos dificulta nuestro proyectos, aun que claro. No todos los tienen. En eso nos parecemos, usted a luchado por sus riquezas, y yo por intentar abrirme camino en un mundo que no me corresponde.
Aquel camarero regresó, dejando una taza de chocolate humeante frente a mi sobre un platito con adornos florales y otro plato con pastas. Miré el chocolate y después a Dimitri. No entendía por qué hacía esto.Nada le obligaba a llenar mi estomago y calmar mi frío. Me sentí incomoda y avergonzada. Me sentí como lo que en realidad era. Nada.
-¿Y vos no va a tomar nada? Me hace sentir mal, después de todo tu me initas a esto sin estar obligado por una norma moral o social. ¿Por qué lo hace entonces? ¿Quiere regodearse de mi infortunio?
Nimue Bellamy- Humano Clase Media
- Mensajes : 323
Fecha de inscripción : 31/08/2010
Re: Un Hurto en la casa de Dios. (Dimitri Lumière)
Debería calmarme, sin duda.
Esperé con tranquilidad a que terminase de hablar mientras intentaba calmarme. Ese no era el camino. Puede ser que ella a veces me irritase o incluso que me dieran ganas de abandonar el local y devolverla al lugar de donde había venido, la calle. Sin embargo, no era eso lo que realmente deseaba, y por tanto, no lo haría así. Los impulsos eran para los humanos, no para mí, un ser inmortal.
Escuché con atención cuando nombró el violín. Oh, vaya, una música. Quizás ahí si tuviese algo que hablar con ella. Quizá conociese mi música. Quizá...
Empecé a verla con otra perspectiva.
-No, no tomaré nada porque ya he cenado antes de encontraros a vos -dije con una bonita sonrisa.- No pretendo herirla, mademoiselle. Desde el principio os he tratado como una igual, lamento si os he hecho pensar algo que os dañe o hiera vuestros sentimientos. Os aseguro que no era mi intención -dije con la voz aterciopelada.
Esperé a que mi persuasión hiciese efecto, y cuando noté que relajaba los músculos y parecía más tranquila, seguí hablando.
-¿Tocáis el violín? Me resulta interesante; desconocía ese punto en vos. Quizá nos llevemos mejor de lo que pensaba, mademoiselle. -intenté relajarme yo también, para no mostrarme hostil o manipulador.- Supongo que tendríais un buen maestro. Eso siempre es importante. ¿Conocéis la música de W. Octobre? -le dije con picardía.
Realmente, hacía muchísimo tiempo que no oía aquel nombre. Desvelarle, en caso de que lo conociese, que yo era aquel músico, podría suponer que ella adivinase mi verdadera identidad, puesto que llevaba componiendo bajo aquel seudónimo desde que tenía apenas doce años. Sin embargo, antes o después tendría que salir a flote que yo era un vampiro. Al menos, si quería disfrutar de su sangre.
Esperé con tranquilidad a que terminase de hablar mientras intentaba calmarme. Ese no era el camino. Puede ser que ella a veces me irritase o incluso que me dieran ganas de abandonar el local y devolverla al lugar de donde había venido, la calle. Sin embargo, no era eso lo que realmente deseaba, y por tanto, no lo haría así. Los impulsos eran para los humanos, no para mí, un ser inmortal.
Escuché con atención cuando nombró el violín. Oh, vaya, una música. Quizás ahí si tuviese algo que hablar con ella. Quizá conociese mi música. Quizá...
Empecé a verla con otra perspectiva.
-No, no tomaré nada porque ya he cenado antes de encontraros a vos -dije con una bonita sonrisa.- No pretendo herirla, mademoiselle. Desde el principio os he tratado como una igual, lamento si os he hecho pensar algo que os dañe o hiera vuestros sentimientos. Os aseguro que no era mi intención -dije con la voz aterciopelada.
Esperé a que mi persuasión hiciese efecto, y cuando noté que relajaba los músculos y parecía más tranquila, seguí hablando.
-¿Tocáis el violín? Me resulta interesante; desconocía ese punto en vos. Quizá nos llevemos mejor de lo que pensaba, mademoiselle. -intenté relajarme yo también, para no mostrarme hostil o manipulador.- Supongo que tendríais un buen maestro. Eso siempre es importante. ¿Conocéis la música de W. Octobre? -le dije con picardía.
Realmente, hacía muchísimo tiempo que no oía aquel nombre. Desvelarle, en caso de que lo conociese, que yo era aquel músico, podría suponer que ella adivinase mi verdadera identidad, puesto que llevaba componiendo bajo aquel seudónimo desde que tenía apenas doce años. Sin embargo, antes o después tendría que salir a flote que yo era un vampiro. Al menos, si quería disfrutar de su sangre.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/07/2010
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