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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Diane A. Caraffa Vie Sep 12, 2014 2:18 pm

Donde hubo humo,
quedó fuego.


La misión había resultado más difícil de lo que pensó. En principio había acudido allí en busca de información de la criatura sobrenatural, un cambiante canino, cuando todo pareció torcerse y siendo descubierta había tenido que luchar contra él, para salvar su vida. Y ya era de saberse que Diane no era una asesina a sangre fría, pero de escoger aquella alma ennegrecida y la suya, escogía la suya. Aquel hombre no seguía los designios del señor, en cambio ella sí. Y aquel día él había querido aquel infortunio. Quizás solo fuera una prueba de su temple, de su fe en él, pensó la joven antes de encontrarse contra la bestia; aquel gran lobo oscuro. Con decisión y firmeza había resistido, hasta que aprovechándose de un descuido una de sus dagas terminó atravesando el pecho del animal, yendo la afilada punta de su arma al corazón de la bestia. Al final la fuerza del señor, había vencido.

Tras aquellos últimos arañazos y la mordida que arrastraba en uno de sus hombros, enterró el cuerpo del hombre en el que se había convertido tras morir, dejando el pelaje del lobo atrás. Pidió el perdón y la aceptación de su alma a los cielos a su señor, y tras orar por la redención y la paz de aquel hombre, herida regresó tras sus pasos, hacia su hogar. El escondite donde pudiera en silencio lamerse las heridas y pedir perdón por la muerte que ensuciaba ahora sus manos. La muerte que tanto odiaba provocar y que le habían enseñado a impartir en los caminos y deseos del señor. Los infieles debían pagar caro, le habían dicho de pequeña, mientras que las enseñanzas de su madre le habían transmitido el respeto por cualquier tipo de vida. Para su madre todas eran criaturas del señor, para la inquisición los sobrenaturales no eran más que los demonios. Medio humanos, medio animales que encarnaban el paisaje del infierno en la tierra. Con sus ideas particulares y su visión del señor y el bien en todas las criaturas, solo solía espiar cuando era necesario. Naturalmente en este caso terminó siendo lo contrario y ahora debía de acudir antes de nada a la búsqueda de quien pudiera sanarle las heridas y acudir a la iglesia para buscar el perdón. Y así ella también pudiera perdonarse de aquel acto infame y sangriento que se había encontrado obligada a realizar aquella noche oscura.

Aquella misión la había llevado de vuelta a Italia y solo sabía de un lugar al que podría reponerse. Podría acudir a su tío pero a esas horas de la noche, no creía llegar muy lejos en el vaticano como para llegar a verlo, y tampoco deseaba despertarlo. Lo único que se le ocurría era acudir a la ciudad más cercana que tenía a mano y allí acudir en busca de paz en alguna de las Iglesias. Y era justo Nápoles, la ciudad que tenía más cercana.

La joven suspiró con la mirada fija en el camino que le quedaba por recorrer. Aún tardaría un tiempo en encontrarse a resguardo bajo tierra santa. Acarició la cabeza del Águila que permanecía en su brazo alzado y tras dejar que el ave volviera a los bosques, emprendiendo el vuelo, ella también fue a su camino. El hombro le dolía y como más tiempo estuviese en la intemperie, peor sería para ella por lo que apresuró sus pasos por las calles alumbradas de aquella italiana ciudad. Hacia años no la recorría, sin embargo aún en su mente había la imagen de una pequeña Iglesia a la que en ocasiones había visitado y el camino impregnando su memoria. Muchas veces había ido con sus tutores mientras ella recibía su entrenamientos y sus misas diarias, o con Edric, si la noche se cernía sobre ella. Oculta en su capa negra, caminó por las calles en silencio. Agarrándose el brazo herido con su mano hacía fuerza contra la pieza de tela que se había roto del vestido para detener la hemorragia. Sentía la extremidad pesada y por aquel breve momento se arrepintió de haber acudido sola a la misión y no haberle dicho a Rhea donde se encontraba. De haber ido con ella, estaba segura de que habría ido diferente. —Puedo volver a París sin que tío sepa de la incompetencia de su sobrina. — Pensó estando segura que su tío, el gran Gian Pietro, se avergonzaría de ver como la habían mordido y como al principio la joven había dudado al sacar el arma. Había dudado una vez, no dudaría una segunda. Finalmente la luz de las calles fue disminuyendo hasta llegar a la Iglesia. Por sorpresa de la inquisidora esta se encontraba en un estado lamentable. Parecía abandonada. Nada acorde con la imagen que tenia de antaño de ella.— Debe de haber en algún lado un botiquín o por lo menos un refugio en la noche… señor mío por favor, protegedme esta noche de caer en garra de los demonios. Protegedme padre. — Y tras aquellos ruegos avanzó por la rota puerta de la Iglesia que permanecía entreabierta. El estado de la iglesia por dentro no era mejor que el exterior. Los bancos se encontraban en su mayoría en el suelo, algunos rotos y muchas de las estatuas, de los dioses que había habido en sus mejores momentos, habían desaparecido, solo dejando el altar que enseguida se volvió el centro de atención de la joven. Diane miró de lado a lado, observó que no hubiera nadie más que ella, ningún movimiento en falso. Tras asegurarse de que no parecía haber ni un alma más que la suya en aquel recinto sagrada, caminó hacia el centro de la Iglesia, bajo el altar donde se encontraba una cruz y se arrodilló, cayendo pesadamente sobre el suelo.

Mi señor perdonadme… Padre mío  busco vuestro perdón. Concededme la gracia de ser escuchada, como cada uno de mis pasos desde el cielo guiais. —Susurró flojo en un rezo— Pater Noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum, adveniat Regnum Tuum, fiat volúntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie, et dimitte nobis débita nostra, sicut et nos dimittímus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in tentationem, sed libera nos a malo. Quia tuum est regnum, et potéstas, et glória in sæcula… — Un ruido atrajo su atención y estatica permaneció en el mismo lugar. Alguien había entrado en la iglesia. Había posibilidades de que solo fuera un vagabundo o el mismo autor que había desvalijado aquel paraíso terrenal. No obstante existía el riesgo de que fuera alguien atraído por el olor de su sangre, que ya manchaba por completo la tela que recubría la herida. Sentía un débil movimiento, la sensación de ser observada y con lo que quedaban de fuerzas tomó en su mano una de las dagas que siempre escondía en su manga. Fuera quien fuera, si se le acercaba se las iba a ver con el acero.
Amén. —Concluyó su oración en voz alta y se preparó. No iba a cometer el mismo fallo una segunda vez.
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Diane A. Caraffa
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Mensaje por Edric della Rovere Lun Sep 22, 2014 8:46 pm

"Entonces los cazadores eran negros y grandes y aterradores,
y sus perros eran todos negros y de mirada amplia y terroríficos,
e iban en caballos negros y en ciervos negros..."

—Crónica de Peterborough.


Era joven, de larga y cabellera y curvas como las de la Venus de Botticelli. Aquella muchacha tenía una belleza envidiable y no sólo eso, era una experta en el arte de la seducción pues su figura así se lo permitía, hasta Afrodita estaría celosa de esa joven mujer. El vampiro desconocía porque esa moza había decidido dar su cuerpo al mejor postor a cambio de unas cuantas monedas, tampoco le importaba. Él le había ofrecido dinero a cambio de que lo entretuviera y la rubia sin chistar complacería a su nuevo cliente sin imaginar siquiera su destino. Los ojos oscuros del nosferatu se posaban en la figura femenina que danzaba como odalisca frente a él. Pobre desgraciada que no sabía con quién estaba tratando, ya había acudido a dos citas esa noche, la segunda, era con su muerte. Edric le observaba con especial atención, un tanto fastidiado y con una sed que pedía ser atendida lo antes posible. De pronto, aquella necesidad por saciar su hambre, le había puesto de mal humor y siendo presa de la ira no disfrutaría de la sensualidad femenina como se supone habría deseado.

No sólo la sed estaba haciendo estragos en su humor, la misiva que había recibido por parte de Paulo IV, tenían un tinte completamente desalentador para Edric; bufó al recordar aquellas palabras escritas con la más costosa tinta, pues su nueva misión no tenía nada de divertido y menos para él, el Alichino de Dante. Pero ya qué, Caraffa era su único jefe y así lo había decidido al momento en que rechazó abiertamente la oferta de unirse a las filas de la Inquisición. No iba a ser un lacayo de simples soldados. Su único lugar siempre sería dentro de la logia de los Ángeles Custodios, como se hacía llamar la cofradía creada por los misteriosos Malebranche y Malacoda, Tribunales dentro de esa logia. El Hellequin era libre en este infierno y con sus garfios traspasaría el alma de los mortales que faltaban a las leyes divinas. Misión que tendría que cumplir durante la eternidad, pues ya Cronos no era dueño de su tiempo.

Obviando los pensamientos molestos, quiso relajarse un poco más, evadiendo un tanto lo pesado que podía ser su líder cuando se dejaba guiar por la mortalidad de sus actos. Cuando la fémina posó su mirada lasciva en el vampiro, éste le hizo un ademán pidiéndole que se acercara, mientras sus labios se curvaban en la más maliciosa de las sonrisas. Acomodado en el más exquisito diván dejó que el cuerpo femenino cayera sobre sus piernas mientras sus manos recorrían la piel de la moza, la dejó jugar, disfrutando de sus últimos minutos de vida. Antes de que la situación llegara más lejos, sus colmillos se clavaron en su cuello, extrayendo el último aliento de vida de la joven, su cuerpo inerte se convirtió en comida de los oscuros lobos que rondaban el enorme jardín de la mansión del Barón della Rovere. Edric abandonó la perturbadora escena, tenía que preparar un viaje a París que se llevaría a cabo en las próximas horas. Tan sólo tener que recordar aquel viaje arrancó maldiciones del vampiro que se había lanzado como una fiera a las calles de Nápoles, ciudad circundante a las ruinas de su lo que una vez fue su hogar.

Caminó por las desiertas calles, la brisa fresca del mediterráneo golpeaba con su gélida piel, un poco más cálida gracias a la sangre que había consumido minutos atrás. A pesar de haber intentado saciar su sed, no estaba satisfecho, quería más de ese delicioso elixir y así calmar el malestar que cargaba encima por noticias tan inoportunas. Su velada había sido arruinada pero la noche aún no terminaba aún quedaba más. El cielo nocturno le observaba distante y con un silencio que helaba la piel. El inmortal avanzaba sin rumbo fijo atento a los movimientos que surgían a su alrededor, pendiente de cualquier actividad que pudiera despertar su curiosidad y por ende, su innata malicia. Recordaba escenas del pasado, mientras sus pasos lo guiaban hasta que el claror de los faroles del camino empezó a extinguirse. Edric se detuvo tan sólo unos instantes cuando un peculiar aroma llegó a su olfato, despertando sus más mundanos sentidos. Esos susurros a la distancia, aquella voz, esos rezos en latín… Reconoció de inmediato al causante de haber embriagado su ser y una sonrisa maliciosa apareció repentinamente en el semblante del vampiro. La sangre que corría por sus venas hirvió ante la emoción del hombre. Extrañamente las cosas empezaron a mejorar y antes de perder la oportunidad de satisfacer su apetito apresuró su andar.

Se preguntó el porqué aquella presencia invadía sus tierras, qué la había traído hasta ahí y quién la llevó a ocultarse en aquella derruida iglesia, la cual él mismo había mandado a saquear para propósitos de su logia en Nápoles. Edric obvió lo de la Iglesia y se detuvo justo en el enorme umbral que hacía de entrada principal de aquel viejo templo, antes de dar un paso más, un bajo gruñido salió de su garganta. El olor de la sangre fresca que se impregnaba en cada rincón de la morada le hizo sentirse como una fiera, pero logró controlarse antes de continuar con su intromisión en el recinto. Estando en total plenitud de poder divertirse sin que nadie lo vigilara y le pidiera cuentas por sus acciones, recorrió el corredor central de aquella iglesia con ágiles pisadas y sólo se detuvo al estar muy cerca de su presa. Para su molestia una sucia rata corrió despavorida ante su presencia, tropezando torpemente con unas maderas viejas de los bancos que aún se conservaban en el templo, éstas cayeron al suelo causando suficiente ruido para que la figura que tanto observaba el vampiro pudiera darse cuenta de que alguien le observaba.

—Puedes guardar esas dagas, yo lo haría si fuera tú. Son completamente innecesarias en este caso —dijo finalmente el vampiro, intuyendo los movimientos de la joven. Para él, aquella siempre fue bastante predecible en sus acciones—. Diane Alexandra Di Caraffa, es una sorpresa encontrarte por estos lados. No me esperaba una visita como la tuya, debo confesar.

Edric pudo saborear el nombre de la muchacha, quien era la sobrina del actual Papa Paulo IV, y a la vez, líder de Los Ángeles Custodios. Se enteró de la herida de la joven y de la inseguridad que la invadía a altas horas de la noche. Su sonrisa se marcó aún más, la oportunidad de estar completamente a solas con ella era una idea que le agradaba bastante. La noche empezaba a cobrar la perfección que él buscaba. Rápidamente se acercó lo suficiente como para que sus labios rozaran con el oído de la muchacha al momento en que inclinó su rostro para aspirar el aroma que liberaba su cálido cuerpo. Sus orbes brillaron ante aquel contacto y su mirada se volvió aún más oscura.

— ¿Por qué estás tan sola? Y peor aún, ¿Quién se atrevió a dañar esa piel? Eso es algo completamente indigno, en especial para mí —murmuró Edric estando tan cerca de ella. Su voz tomó un tono agraciado y preocupado, ocultando cualquier mala intención de su parte. El inmortal llevó su diestra al hombro herido de la joven, buscando de consolarla, aunque lo menos que haría sería eso.
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Edric della Rovere
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