Nocturne × Burke

por **Gabrielle De Lioncourt2** Dom Sep 21, 2014 7:00 pm

Respiró profundo como quien vuelve a la vida de manera súbita y sus párpados descubrieron sus orbes azulinos con tranquilidad. El tiempo no existía ya para Gabrielle. Sus ojos ya no eran impotentes ante la oscuridad ni su cuerpo sufriría cambio alguno. Podía percibir cada detalle de la tapa de su ataúd, todas sus imperfecciones y la mínima inclinación del pestillo que su mano sedosa se aventuró a correr. Apartó la tapa del sarcófago y se levantó, alejándose de aquel objeto que ya no le sería útil de momento. Sintió sobre sus hombros el peso de su melena rubia, la cual había vuelto a crecer durante el día, pues de nuevo había optado por cortarla la noche anterior, antes de entregarse al letargo diurno. Pensaría ella que ya no le estorbaría, por lo menos en lo que volvía a tomar su apariencia normal, y pensaría Lestat que lucía como un apuesto muchacho. Lo dejaría suelto aquella ocasión. Aún le resultaba imposible acostumbrarse a aquel prodigioso suceso. Era quizás lo único que difícilmente aceptaba en su naturaleza vampírica a pesar de tantos años de existencia.

Sus pies recorrieron la estancia vagamente iluminada por la luz de la luna y se dirigió a las hileras de velas, las únicas encargadas de iluminar la habitación, para encender tan sólo un par de ellas y dejar que su tenue luz rojiza tiñera un poco la estancia. No acostumbraba a corromper la oscuridad, ni mucho menos quedarse entre cuatro paredes por mucho tiempo, sin embargo esa noche deseaba obtener todas las sensaciones posibles, recordarlas si es que las había olvidado. Incluso había algo que le causaba cierta curiosidad por descubrir. La noche anterior Lestat había estado tocando, y ella observó el movimiento de aquellas manos desde un lado del pianoforte, escuchando también la melodía que éste producía, pensando en que ella jamás tuvo interés en aprender a tocar algún instrumento. Se sentó en el banquillo y colocó sus manos en la posición B menor. Miró todas las teclas durante un segundo a fin de recordarlas y entonces comenzó a tocar. Recordaba todo. Cada nota, cada pausa, cada tiempo y duración de las notas. Era una melodía que sólo había escuchado una vez y que ahora sus manos reproducían como cualquier intérprete.

Con aquella pieza aún resonando en su mente, abandonó el edificio saliendo por la ventana y reptando por la pared hasta el techo. Sabía que el caminar entre los humanos despertaría la sed que, extrañamente, aún no se decidía por acosarla y en consecuencia saldría de ese sopor con el que había despertado. Era una de esas noches en las que podía darse el lujo de no depender de absolutamente nada y no deseaba desperdiciarla, de manera que se echó a andar en dirección al bosque, aquella zona que durante su estancia en París se había convertido en un santuario, aquel lugar que conocía de cabo a rabo y que, a pesar de ello, sólo podría encontrar algo de interés ahí y no en la ciudad.

Sus pasos comenzaron a tomar pronto un ritmo acelerado, desplazándose grácilmente por entre los techos, saltando de un edificio a otro cuando una amplia calle se interponía en su camino. Amaba el fresco nocturno, la brisa que se colaba por entre sus mechones rubios y acariciaba su piel de marfil, esa libertad que la embargaba cada vez que el viento la envolvía. Corría a una velocidad moderada. El camino era corto y su intención era aprovechar cada segundo de la brisa nocturna, ese baño de luz azul que dejaría de acompañarla una vez que se internara al bosque, al cual llegó en cuestión de minutos. Disminuyó su velocidad en tanto sus pies sintieran el cambio de terreno, internándose tanto como le fue posible. Ahí los olores de la ciudad no serían tan fuertes, ni el ruido retumbaría en sus oídos. Ahí sólo escucharía el murmullo de los insectos y la suave brisa que penetraba por entre los árboles. Sin embargo su nariz percibió algo más, un aroma que no era común en aquel sitio, un olor que conocía y que su mente demoró poco en recordar. Permaneció inmóvil un momento, atenta a todo sonido, por más mínimo que fuese, y cualquier movimiento que se produjera en el bosque, esperando dar pronto con el rostro de un viejo conocido.

por **Burke Eichmann** Dom Oct 19, 2014 8:19 pm

Se encontraba limpiando sus manos de la tierra que había quedado en ellas, acababa de terminar con un negocio pendiente y era hora de ocultar lo que quedaba, suspiró largamente mientras buscaba un puro en su saco, esos eran sus verdaderos compañeros inseparables, sus ojos se perdían en la densidad del bosque, no pretendía que nadie viniera a molestarle, pero siempre tenía que estar a las vivas, cualquiera podía intentar ir ahí para robar la poca paz que le quedaba. Encendió en puro entre sus dedos y comenzó a alejarse de aquél sitio donde yacían los restos de un perro vagabundo, del cual seguramente nadie se acordaría, o tal vez sí, pero eso ya no era problema de Burke, los demás se arreglarían.

Sus pasos eran casi silenciosos, pues ni siquiera las hojas debajo de sus pies podían llegar a interrumpir el lúgubre silencio que ahí reinaba en el momento, hasta que llegó, un aroma dulce que llenó sus fosas nasales le hizo enarcar una ceja ¿Qué hacía una mujer ahí? Tal vez no era una cualquiera, se siguió acercando a donde provenía aquél agradable perfume, hasta que la pudo reconocer ¿Cómo es que se había olvidado de ella? Tal vez una mala jugada de su mente, no le había olvidado, sin embargo le fue difícil identificar sólo aquél aroma. Una sonrisa se dibuja en sus labios mientras sus pasos le llevan hasta su destino.

-Vaya, vaya, pero si eres tú... ¿Qué aires te traen por aquí?- El cinismo es parte de él y a veces le puede llevar por caminos peligros, sin embargo no importa. -Pensé que jugabas a esconderte de mí, hace tanto que no te veo.- Sabía exactamente que el escurridizo era él, aunque no quisiera, a veces el trabajo le absorbía tanto que el tiempo parecía poco, a pesar de ser eterno, se iba como el agua entre los dedos. -¿Me dejará acompañarla en su caminata nocturna?- Se acerca, tomando finalmente la mano de la dama, dejando un beso en el dorso de esta.

por **Gabrielle De Lioncourt2** Mar Oct 21, 2014 6:26 pm

Sintió la presencia ajena en acecho, el siniestro silencio y la tensión palpable en el aire. ¿Tanto había demorado él en darse cuenta de que se trataba de Gabrielle? Ese rostro con piel de marfil y ojos tan claros como penetrantes permanecieron inexpresivos, ajena a toda reacción que suponía aquel reencuentro. ¿Debía sorprenderse? ¿Maravillarse ante el sorprendente hecho de encontrarlo en el bosque de entre tantos lugares que había en el mundo? Por supuesto que no. La napolitana no sentía ni la más mínima inclinación hacia esa clase de evidentes reacciones, ni mucho menos a la efusividad de mentes infantiles, sin embargo el incipiente aprecio que sentía por él no le permitía manifestarse de manera fría e indiferente como en cualquier otro encuentro ni como con cualquier otra criatura, sino que se limitaba a mostrarse tranquila.

La voz del vampiro rompió el silencio y los ojos de Gabrielle se fijaron en él. Burke, ese inquisidor que sólo sabía moverse por conveniencia propia, aquél al que había conocido en Alemania por pura causalidad en uno de sus tantos viajes. Curioso encontrarlo en París. – El mismo que me llevó a tu país años atrás; el simple deseo de viajar. – Respondió vagamente, considerando que aquel encuentro era demasiado temprano como ameritar una respuesta mucho más amplia. – ¿Cómo podría tener yo tan mala intención? Puedes culpar tanto a mí ímpetu por descubrir nuevas cosas como a tu trabajo, mi estimado inquisidor. – Respondió con una naciente y disimulada sonrisa en sus labios rosáceos, ensanchada al momento de recibir el gesto amable de los labios ajenos en el dorso de la mano propia. – Por supuesto, no podría negarme tu compañía luego de tanto tiempo. – De cualquier manera, rechazar un paseo con él era impensable en ese momento, si lo que deseaba era distraerse. – ¿Y qué hay de ti, Burke? ¿Qué te trajo a París? – Inquirió mirándolo cordialmente, aún con sus labios curvos en una sonrisa.

por **Burke Eichmann** Lun Nov 17, 2014 5:09 pm

Pocas personas le llegaban a agradar en verdad, por algún motivo u otro, pero eran contadas con los dedos de una mano, en casi todos los casos lo único que veía era la conveniencia necesaria, lo que podían aportar a su vida, sin quitar nada, al contrario, él podía llegar a absorber las vidas ajenas y poco importaba lo que hiciese, generalmente terminaba por salirse con la suya, se podría decir que podía llegar a tener un don un tanto extraño, aquél mismo que había pulido a través de los años, consiguiendo todo lo necesario para seguir sobreviviendo, buscando la mejor manera de ganar, esquivando la muerte y la derrota.

-Mi trabajo, cómo bien lo has dicho tú hace un momento, preciosa, exactamente eso es lo que me tiene en París por un momento, nuevos descubrimientos y otras tantas muertes que se tienen que encubrir, ya sabes, de todo un poco, pero no me quejo y menos cuando puedo tener compañías tan acertadas como la tuya.- Sonrió dejando que la mano que había besado ahora se posara sobre su brazo, como si fuera un verdadero caballero, de esos que hacen en los cuentos de hadas. -Pero dentro de poco me iré, aunque parece que ahora quieren que tenga una sede más estable aquí, yo digo que mientras no me molesten puedo estar donde sea.- Sonrió con amabilidad mientras comenzaba aquél camino que tenía olor a tierra mojada.

-¿Y usted, señorita, tiene planes de irse pronto de París o es que se quedará un rato aquí para que pueda verla en otra ocasión?- Cuestionó en aquél mismo tono de voz que siempre usaba, muchos creían que él se la vivía en las bromas y podía ser real, podía ser verdad que nunca se tomara nada en serio, pero ese era el chiste de todo esto, que nadie realmente sabía si era broma o realidad, verdad o mentira, siempre sonreía y a nadie le importaba si algo le atormentaba o tenía algo que en verdad le importara, y con eso él ganaba pues no podrían encontrar ninguna clase de puntos débiles. -¿Ya cenaste o venías apenas por eso?- De nuevo la sonrisa se apoderó de sus labios, mirando atentamente a lo lejos a un par de campistas que se arriesgaban colándose en el bosque.

por **Gabrielle De Lioncourt2** Sáb Dic 13, 2014 3:08 pm

La elocuencia del inquisidor y la manera en que su boca se movía al hablar, con aquella distintiva serenidad en su rostro, era lo que lo convertía en una compañía agradable para la italiana, de manera que no resistió la tentación de aceptar el brazo caballeroso en cuanto éste lo ofreciera a fin de disponerse a iniciar su paseo. Escuchaba al hombre con suma atención, sintiendo cómo las vibraciones de la voz masculina rebotaban en su fina piel como antaño, sintiendo cómo la tierra suelta, las hojas y ramitas secas cedían bajo sus suaves pisadas sin emitir el más mínimo crujir. Sus ojos, acostumbrados naturalmente a la oscuridad, permanecieron siempre fijos al frente, estudiando el terreno y contemplando aquel pedazo de París en el que se sentía tranquila.

– En tal caso, espero que no lo importunen, ya que nada sería más agradable que tenerte un poco más de tiempo como acompañante. – Dijo girando levemente su cabeza a fin de mirarle con una sonrisa sencilla y sutil. – Tengo planes de quedarme, aunque mis preferencias sean otras. Recuerde que no soy mujer de un solo sitio. – Aquello sólo le hizo desear que su eternidad fuera lo suficientemente larga como para compensar en años venideros el tiempo perdido en Francia, en el país que tanto aborrecía tras haberla albergado en sus peores años. – Así que aceptaré gustosa verlo cuando le apetezca. – El bosque no siempre fungiría como refugio, sabía que en algún momento su impetuoso deseo de libertad se apoderaría de ella, obligándola a marcharse aunque fuese por un par de días o, de lo contrario, se enfrentaría a la demencia que le traería la opresión aunque estuviese ahí de manera voluntaria. Era, a fin de cuentas, una promesa que había hecho a su amado hijo.

Había olvidado por completo que debía cenar. Ni siquiera entonces la sed se había atrevido a acosarla y el encontrar a Burke sin duda la había distraído de la espera de la inminente necesidad de sangre, la cual no llegó. Su mirada siguió la del inquisidor, en donde encontró el origen de su pregunta. Sangre servida en bandeja de plata. Y ahí estaba el aroma, el dulce olor del elixir carmesí mezclándose con el de la tierra húmeda, con el olor del bosque. Percibió también el perfume en las ropas de los mortales, así como las cosas que llevaban con ellos y que ninguna de las cuales les servirían para defenderse. Entonces la sed apareció, adueñándose de los instintos de la vampiresa, obligándola a aminorar sus pasos y fijar sus ojos fieros en los mortales. – No, justo venía por mi cena…

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