AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
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Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
Un abismo convoca otro abismo.
Desesperación. Tenía los nudillos raspados de golpear tanto la pared. ¿Y qué había provocado? Sólo agujeros en el muro con la forma de su puño; mismos que ninguno de sus sirvientes se atrevía a cuestionar. ¡Reaccionen! Pensaba, denme algo con lo cual enojarme o herirme o morir. La vida de noble había resultado demasiado… sencilla. Sobre todo si la comparaba con el resto de su vida inmortal, o los pocos años que pasó como mortal sobre la tierra. Nada podía comparársele a eso, si lo ponía en perspectiva. Y era un tipo meditabundo de esos asuntos, eso no quería decir que no pudiera perder los estribos, como esa noche. Por supuesto entendía que todo era el resultado de pasos que dio en el pasado. Que su camino, nada corto, lo había conducido a ese sitio y que, de algún modo, era ahí donde debía estar. Tal vez eso era lo que lograba sacarlo de sus casillas con relativa facilidad, el saber que todo estaba en su lugar correcto. Se sentía diluido como una gota de tinta en un vaso de agua clara. No quería desaparecer. No de ese modo.
Hambre. Eso era lo que sucedía. El deseo feroz que llama como trompetas de ángeles. O la convocatoria a una guerra infernal. En cualquier caso, no resultaba bien para él. Una lucha que tenía perdida. Estaba tan acostumbrado a aceptar su destino que lo abrazaba sin decoro. Lo besaba, en los labios. Como a su maestro —el primero— en los jardines de Getsemaní. La primera vez que algo llegó a su vida irrefutable. Inamovible. Atroz. Pero no la última. ¡Ah! No la última, con qué ahínco eso se había grabado en su memoria, en su corazón. En su alma. ¿Acaso todavía tenía una? Si no la había perdido a manos de su maestro —el segundo—, sin duda había dejado retazos de la misma al transitar esos caminos enzarzados que lastiman y hieren, pero no matan. Y cómo deseaba que alguna vez alguno matara.
Se quedó de pie, quieto. Su tez mediterránea había palidecido cuando aceptó tomar la vida eterna, pero seguía siendo de cobre, y aun así, de ese modo, lucía como una escultura extraña en el bosque. El camino que lo atravesaba estaba muy cerca, y escuchó cascos de caballo sobre la tierra y las ruedas de madera crujir con el vaivén.
—Esto es lo que soy ahora—se dijo con solemnidad, como si recitara una antigua liturgia y avanzó con parsimonia. Se detuvo a mitad de aquel sendero, de espaldas al carro que se acercaba. La diligencia se frenó de golpe, recibió insultos por su imprudencia, como es de suponerse. Baldric se giró, con los ojos famélicos, demoniacos y redentores por igual. Pedían perdón, pero también decían que lo que estaba por venir era inevitable.
Todo es inevitable.
Atacó, para alimentarse. Lo siento, lo siento, lo siento, decía, a sí mismo y a sus víctimas, pero no se detuvo. El cochero y una dama a la que transportaba fueron los pobres diablos que tuvieron la mala suerte de topárselo. Cuidó de no vaciarlos. De no matarlos, pero nunca estaba seguro. No miraba atrás. Porque suficiente tenía con el peso de la culpa añeja que cargaba como echarse más a cuestas. Su cruz era más pesada que la que ascendió al Gólgota, y la había cargado por más tiempo.
Aún tenía a la mujer, de rasgos finos y esbelta, entre los brazos. Como si tomara a una amante. La trataba con cautela, como si pudiera romperse entre su descomunal angustia. Y un ruido ajeno llamó su atención. Se hincó para dejar a aquella desconocida con cuidado sobre el césped. Y sus ojos negros se toparon con otros que ya había visto antes.
Miedo. Dio un paso ara atrás. No le gustaba ser observado mientras se alimentaba. ¿Tan distraído había estado que no había notado la presencia o acababa de llegar? Estúpido. Descuidado. Sin duda una vergüenza para aquel que le enseñó a ser un vampiro. Tragó saliva, aún sabía a hierro y sal, y no podía luchar contra lo que era, ese sabor lo elevaba a un nirvana placentero. Eso le ayudó a recomponerse un poco. Sí, se había visto antes, porque ella daba caza a los suyos, porque la naturaleza dictaba que debían odiarse y porque Baldric fue incapaz de olvidar un rostro tan hermoso.
—Parece que sólo sobreviví lo suficiente para que tu pudieras venir a matarme —habló con calma, cerró los ojos un instante—. No quiero… que me hagas daño —lo correcto hubiera sido decir «no quiero hacerte daño», pero sabiendo que él no metería las manos, optó por decir aquello. La miró, no dejó de hacerlo, con intensidad, como un millón de soles que, aun así, no son capaces de disipar la noche.
Última edición por Baldric Purcell el Lun Dic 01, 2014 8:00 pm, editado 1 vez
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
Aquella noche, cuando me acosté, lo hice pensando en él, aquel vampiro que ya se me había escapado una vez y que jamás volvería a huir de mí, costara lo que costase, pues mi orgullo de inquisidora y de licántropa dependía de una captura que aún no había realizado. Sabía que su imagen poblaría mis sueños, y no estaba equivocada porque en ciertos aspectos casi nunca solía estarlo, pero lo que no esperaba era que su olor me invadiría también las fosas nasales, una mezcla entre repugnante y atrayente tan compleja como lo era su rostro, pálido y a la vez oliváceo por culpa de la maldición que corría por sus venas. Me fue imposible recordar lo que había visto al cerrar los ojos una vez desperté, a regañadientes, pero sé que debió ser intenso porque las sábanas de mi cama se encontraban arrugadas y aún mostraban los lugares donde me había aferrado a ellas con fuerza, tanta que era un milagro que no las hubiera rasgado sin quererlo voluntariamente. También intuí que había sido lo único con lo que había soñado al pasar aquella intranquila noche, puesto que su rostro apareció con una nitidez insospechada cuando menos lo esperaba, en ese preciso instante de duermevela cuando aún no se está completamente despierto pero por costumbre se sale de la cama, acusando el frío mañanero. Me rodeé el pecho con los brazos, en una suerte de abrazo gracias al cual pude darme cuenta de que tenía la piel de gallina, y maldiciendo entre dientes a mi obsesiva mente decidí sacudir la cabeza, dejarme de tonterías y dedicarme a mi rutina diaria, una que por supuesto no estaría exenta de cosas que me recordaran a él... Como no podía ser de otra manera, claro está. Era ley de vida que cuanto más se quisiera que sucediera algo, más esquivo se mostrara dicho acontecimiento, y yo no estaba exenta de ese tipo de legislación vital que otorgaba títulos más valiosos que los de cualquier universidad existentes, aunque fuera la de Bolonia. Interesante aquella, por cierto... No muy distinta de la de París, pero con su propio encanto, seguramente por antigua, igual que él.
Y del mismo modo que ese, él se coló en mis pensamientos desde el inicio del día hasta su fin, desde que clavé la primera estaca a un vampiro hasta que estuve terminando un informe sobre cómo había terminado aquella misión en la que me había encaminado para tratar de seguir con mi trabajo, tan odiable como amable para alguien como yo. ¡Maldita fuera! Era incapaz de arrancarme de la memoria su rostro, se pegaba a mí como si fuera una maldita garrapata (menuda comparación más apropiada, en realidad...) y me chupaba la atención poco a poco hasta que, al concluir mi turno, sólo tenía un pensamiento en la cabeza: perseguirlo. Ni siquiera sabía su nombre, o al menos el nombre con el que un vampiro antiguo como él había decidido llamarse este milenio a diferencia del anterior, eran así de raras esas bestias inmortales, pero poco me importaba porque recordaba su olor, y como un perro de caza era capaz de rastrearlo hasta sin darme demasiada cuenta de lo que hacía. Por ese motivo no supe distinguir si era cosa de la cercanía de la luna llena y mis sentidos estaban particularmente desarrollados o si es que su esencia era tan intensa que la podía captar, obcecada como estaba, desde la otra punta de la ciudad, lo ignoraba y prefería seguir haciéndolo porque admitir que estaba obsesionada con un vampiro y no sólo con matarlo me era inconcebible... Por quién era yo, por qué era yo, por lo que solía hacer el bastardo de Gregory con la sangre de seres como él para quienes aquel líquido carmesí lo era absolutamente todo, la vida y la muerte ligadas a un mordisco tan placentero como parecía serlo para la víctima el que él le estaba propinando. Tan intensa resultó la visión que olvidé, si es que había llegado a registrarlo en mi memoria en algún momento, el camino que había seguido para llegar hasta allí para centrarme en lo que me ofrecían mis sentidos, un banquete que él protagonizaba y que yo estaba contemplando con fascinación, asco y, sobre todo, la certeza de que él sabía que yo no perdía detalle.
¿Que no quería que le hiciera daño? Solté una risotada en cuanto él terminó de hablar, si no antes de que dijera esas palabras que lo cambiaron todo. ¡Pues claro que no quería y pues claro que yo lo haría! Estaba en mi naturaleza tanto como estaba en la suya desear pelear conmigo hasta que sólo uno de los dos quedara en pie, y nada, ni siquiera el aire atormentado de los intensos pozos verdes de sus ojos, me impediría reaccionar. Pensado y hecho, pese a su aviso salté hacia su figura sin dejarme engañar por el hecho de que él hubiera cerrado los ojos, ya que subestimar a uno de su especie era un error que yo jamás cometería, me habían educado bien desde todas las direcciones para asegurarse de ello. Por si, de todas maneras, placarlo con la fuerza de mi condición (y no con mi peso, escaso por mi naturaleza quizá demasiado delgada) no hubiera sido suficiente, dejé salir de la manga en la que la escondía una estaca que apoyé contra su pecho, justo en el lugar donde se encontraba el órgano marchito al que llamaba corazón, pese a que no latiera como en los vivos, como en mí. Él no se resistió inicialmente, quizá porque vio mi movimiento como lo que realmente fue: una advertencia, más que un ataque directo contra él, pues de haber sido esto último él estaría quizá no muerto, porque su antigüedad lo fortalecía, pero sí en una situación mucho peor. Y ante la coyuntura de haberme detenido yo misma antes de matarlo no pude evitar pensar que, quizá, mi obsesión había llegado hasta un límite que era demasiado peligroso para ambos, pero sobre todo para mí. Quizá la melancolía que parecía exhalar con cada uno de sus movimientos era un embrujo destinado a hacerme verlo como un hombre, y no como un chupasangres de siglos de antigüedad, lo que realmente era bajo la apariencia de buenos modales y de belleza inmortal. Fuera lo que fuese lo que buscaba conseguir tal efecto lo cierto era que estaba presa de él como él lo estaba de mí siempre y cuando no se moviera demasiado, lo cual era cuestión de tiempo que hiciera, así que apreté con un poco más de fuerza la estaca, como advertencia.
– Y dime, ¿por qué exactamente no debería hacerte daño? Tú no has dudado al hacérselo a ella... Escucho su corazón palpitar, pero ¿por cuánto tiempo? Ningún matasanos de por aquí podría ayudarla a recuperarse de haberte ayudado a vivir una noche más, como si lo merecieras. Así que no veo más opción que hacerte daño, me temo.
Y del mismo modo que ese, él se coló en mis pensamientos desde el inicio del día hasta su fin, desde que clavé la primera estaca a un vampiro hasta que estuve terminando un informe sobre cómo había terminado aquella misión en la que me había encaminado para tratar de seguir con mi trabajo, tan odiable como amable para alguien como yo. ¡Maldita fuera! Era incapaz de arrancarme de la memoria su rostro, se pegaba a mí como si fuera una maldita garrapata (menuda comparación más apropiada, en realidad...) y me chupaba la atención poco a poco hasta que, al concluir mi turno, sólo tenía un pensamiento en la cabeza: perseguirlo. Ni siquiera sabía su nombre, o al menos el nombre con el que un vampiro antiguo como él había decidido llamarse este milenio a diferencia del anterior, eran así de raras esas bestias inmortales, pero poco me importaba porque recordaba su olor, y como un perro de caza era capaz de rastrearlo hasta sin darme demasiada cuenta de lo que hacía. Por ese motivo no supe distinguir si era cosa de la cercanía de la luna llena y mis sentidos estaban particularmente desarrollados o si es que su esencia era tan intensa que la podía captar, obcecada como estaba, desde la otra punta de la ciudad, lo ignoraba y prefería seguir haciéndolo porque admitir que estaba obsesionada con un vampiro y no sólo con matarlo me era inconcebible... Por quién era yo, por qué era yo, por lo que solía hacer el bastardo de Gregory con la sangre de seres como él para quienes aquel líquido carmesí lo era absolutamente todo, la vida y la muerte ligadas a un mordisco tan placentero como parecía serlo para la víctima el que él le estaba propinando. Tan intensa resultó la visión que olvidé, si es que había llegado a registrarlo en mi memoria en algún momento, el camino que había seguido para llegar hasta allí para centrarme en lo que me ofrecían mis sentidos, un banquete que él protagonizaba y que yo estaba contemplando con fascinación, asco y, sobre todo, la certeza de que él sabía que yo no perdía detalle.
¿Que no quería que le hiciera daño? Solté una risotada en cuanto él terminó de hablar, si no antes de que dijera esas palabras que lo cambiaron todo. ¡Pues claro que no quería y pues claro que yo lo haría! Estaba en mi naturaleza tanto como estaba en la suya desear pelear conmigo hasta que sólo uno de los dos quedara en pie, y nada, ni siquiera el aire atormentado de los intensos pozos verdes de sus ojos, me impediría reaccionar. Pensado y hecho, pese a su aviso salté hacia su figura sin dejarme engañar por el hecho de que él hubiera cerrado los ojos, ya que subestimar a uno de su especie era un error que yo jamás cometería, me habían educado bien desde todas las direcciones para asegurarse de ello. Por si, de todas maneras, placarlo con la fuerza de mi condición (y no con mi peso, escaso por mi naturaleza quizá demasiado delgada) no hubiera sido suficiente, dejé salir de la manga en la que la escondía una estaca que apoyé contra su pecho, justo en el lugar donde se encontraba el órgano marchito al que llamaba corazón, pese a que no latiera como en los vivos, como en mí. Él no se resistió inicialmente, quizá porque vio mi movimiento como lo que realmente fue: una advertencia, más que un ataque directo contra él, pues de haber sido esto último él estaría quizá no muerto, porque su antigüedad lo fortalecía, pero sí en una situación mucho peor. Y ante la coyuntura de haberme detenido yo misma antes de matarlo no pude evitar pensar que, quizá, mi obsesión había llegado hasta un límite que era demasiado peligroso para ambos, pero sobre todo para mí. Quizá la melancolía que parecía exhalar con cada uno de sus movimientos era un embrujo destinado a hacerme verlo como un hombre, y no como un chupasangres de siglos de antigüedad, lo que realmente era bajo la apariencia de buenos modales y de belleza inmortal. Fuera lo que fuese lo que buscaba conseguir tal efecto lo cierto era que estaba presa de él como él lo estaba de mí siempre y cuando no se moviera demasiado, lo cual era cuestión de tiempo que hiciera, así que apreté con un poco más de fuerza la estaca, como advertencia.
– Y dime, ¿por qué exactamente no debería hacerte daño? Tú no has dudado al hacérselo a ella... Escucho su corazón palpitar, pero ¿por cuánto tiempo? Ningún matasanos de por aquí podría ayudarla a recuperarse de haberte ayudado a vivir una noche más, como si lo merecieras. Así que no veo más opción que hacerte daño, me temo.
- Lo siento:
- Te pido mil perdones por esta tardanza injustificada; le puse toda mi inspiración al post en un intento de compensarlo pero no sé si habré conseguido que te guste... En cualquier caso, gracias por esperar
Invitado- Invitado
Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
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Llenó sus pupilas de la imagen de ella antes de cerrar los ojos, así se quedaría con su imagen antes de que ella hiciera lo que tenía que hacer. Tan absoluta como absoluto es el tiempo y el espacio. Tan peligrosa como sólo ella podía ser. Porque no sólo ondeaba la bandera de la inquisición, que a nombre de su maestro —el primero— mata a los suyos y todo resultaba una horrible ironía. Un mal chiste del que él resultaba el único actor en escena. No, no era sólo eso, sino que además, la luna y sus ciclos marcaban su actuar y cuando el plenilunio reinaba el cielo parisiense, ella se transformaba en el ser más letal al que jamás se enfrentaría. No es que no fuera lo suficientemente letal en su forma humana. Lo de ellos era la contradicción en su estado más puro. Dos fuerzas enfrentadas por los siglos de los siglos (Amén).
Porque si no eran ellos, vendrían otros y que como Capuletos y Montescos no se detendrían, ni siquiera frente a la tragedia que los pintara carmesí. Su aroma, poderoso como una hoguera que inicia un fuego salvaje por el bosque, le llenó los pulmones y sintió el viento correr con furia, a su lados. Como un montón de perros de caza al lado de su amo, tras la presa. Como si dominara los elementos, porque en ese momento entendió que la inquisidora poseía un aplomo montaraz que exudaba por cada poro y lo embrujaba como si poseyera más poderes aún de los que ya estaban en su potestad. Y entendió, también, que su historia nunca acabaría hasta que la sangre de uno estuviera asperjada en las manos del otro y repentinamente se sintió fútil en la inmensidad del universo. Un títere de aquella broma cruel que no puede hacer nada para remediar ese destino. Lo peor llegó cuando hizo consciente el hecho de que quizá, él jamás se atrevería a hacerle daño, ¿pero por qué? ¿Dónde quedaba el más básico instinto de supervivencia? Ya ni hablar de aquel que su inmortalidad le dictaba, el de enfrentarla.
Abrió los ojos y la vio cerca, más cerca de lo que jamás imaginó y levantó el rostro, sintiendo la punta de la amenaza en su pecho, un poco más, y dejaría de existir. Sin embargo, su expresión era digna del título nobiliario que ahora portaba y estaba ligado a su nombre; aunque a ratos se sentía más como una condena de muerte. Se vio reflejado en ella, en sus orbes claras, pero también, en su expresión beligerante. Arqueó una ceja ante las cuestiones.
—Sabes que no tengo remedio —miró de soslayo a la mujer que moría de a poco y creyó que hubiera sido mejor matarla de una buena vez y no someterla a ese lento estertor. Su frase sonó coloquial, casi desinteresada, pero era simplemente que no sabía ni cómo iniciar—. De todos modos, no lo harás. No me harás daño. Baja esa estaca, deja de engañarte. Despierto tantas preguntas que en ti como tú lo haces en mí —tomó la mano ajena por la muñeca, esa que sostenía el arma y aunque apretó con decisión, no usó fuerza suficiente como para hacerle daño.
—Parece que nuestros caminos están ligados. No me digas que no te intriga saber por qué o a dónde ha de conducir esto. ¿Conoces la historia del perro Lealaps y el zorro de Taumeso? Uno estaba destinado a siempre alcanzar a su presa y el otro a siempre lograr escapar. Cuando se enfrentaron, Zeus se dio cuenta de la paradoja y a ambos los convirtió en estrellas. ¿No te suena familiar? —La soltó, aventando ligeramente el brazo con brusquedad, anteponiéndose a sus propios deseos y tratando de actuar como se supone debía frente a alguien como ella, su contradicción en todo sentido—. No vamos a descansar hasta que seamos estrellas. No puede ser tan sencillo. No te gusta lo fácil —aquí sólo apelaba al amor propio ajeno; en realidad no podía saberlo con certeza, pero la fiera actitud de su cazadora le había dado buenos indicios como para atreverse a dar tal declaración.
—Si vas a acabarme, me iré decepcionado. Me hubiera gustado ver más de ti. Haz lo que quieras hacer —sin embargo, no era tonto. Se logró recomponer y se hizo ligeramente hacia atrás, lo suficiente para que el brazo y la estaca no lo alcanzaran. Aunque claro, era de suponerse que llevaría más armas—. Pero antes, sea cual sea tu decisión, me gustaría saber tu nombre, porque en mi mente, desde nuestro primer encuentro, sólo eres una hermosa imagen en mi mente, quisiera enlazarla a un nombre —qué más daba si sabía su nombre; para Baldric, sin embargo, era importante, porque el nombre es arquetipo y es el que dota de significados, y viceversa. Habló dándole total poder de decisión a la mujer, extrañamente sintiendo que había tirado un buen par de cartas en esa partida que ambos estaban jugando, aunque hasta ahora se daba cuenta. Qué maldito embrujo había lanzado la licántropo-inquisidora sobre él. Y lucharía, si debía hacerlo, aunque no quisiera.
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Off-rol: No te preocupes, estaba al tanto de tu ausencia y me alegra que estés de regreso. Tu respuesta me encantó y ahora mi preocupación es estar a la altura. Muchas gracias. (:
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
No sólo no reprimí el impulso animal de gruñir cuando él me apartó con tanta facilidad como si yo fuera una cría; llegué, incluso, a regodearme en el sonido animal que se escapó de mi garganta y trepó por ella, aferrándose con sus zarpas a mi cuerpo y provocándome unos estallidos de dolor que bien podían confundirse con rabia. A diferencia de él, yo tenía cientos (no, millones) de motivos para enorgullecerme de lo que era, para no necesitar temer por lo que hacía movida por mi naturaleza animal ya que para mi enfermedad, aunque no hubiera cura, sí que había soluciones que no implicaban matar inocentes. Para lo suyo, sin embargo... La mujer jadeante, a la espera del último estertor que indicaría su muerte, nos demostraba que él era un simple asesino opuesto a mí en todos los sentidos, nada más. Esa era la realidad que podía palpar con la misma fuerza con la que atrapaba la estaca, eso era de lo que intentaba convencerme por todos los medios para no verme arrastrada a un mundo de significados ocultos y percepciones diferentes que corría el riesgo de absorberme o, peor, hechizarme, igual que lo hizo su tacto, aunque momentáneo. Estaba tan acostumbrada a la repulsión que sentía cada vez que terminaba rozando a un vampiro que cualquier cambio mínimo en aquella acostumbrada sensación me era tan llamativo como una hoguera en una habitación oscura, y por eso el chispazo que sentí no me pasó desapercibido en absoluto. ¿Cómo podía identificarlo? O, mejor, ¿cómo estaba dispuesta a hacerlo? Porque en el fondo de mi mente sabía perfectamente que era lo mismo que sentía cuando tocaba a alguien que me atraía, pero toda mi naturaleza (ambas, por cierto) se rebelaba ante la idea de que un chupasangres, un asesino, pudiera despertar anhelos en mí que no dudaba en satisfacer cuando no se trataba de alguien de su calaña. Admitirlo sería igual que admitir que tenía un enorme poder sobre mí, y eso estaba fuera de toda discusión, fuera cual fuese el contexto en el que me encontrara. Antes muerta.
– Llámame Solange. De todas maneras, es un nombre que odio, así me evito que, de darte otro, consiguieras empañarlo con eso que me provocas.
El escalofrío que sentí al decir aquel nombre fue el mismo que siempre me recorría la espina dorsal al escuchar a mi padre llamarme así: odio. Por fin algo era claro, por fin no había matices ni medias tintas ni ambigüedades en lo que sentía hacia algo o hacia alguien, y esa claridad de sensaciones pasó a mi mente enseguida y se materializó en un acercamiento, por mi parte, a la moribunda. Ella, al verme, debió de confundirme con un ángel, curioso cuando en todo caso me asemejaba más a un súcubo, y su francés susurrante estaba ansioso por una extremaunción que yo estaba capacitada para otorgar sólo cuando la persona en cuestión estaba alucinando y me creía celestial. Cualquier cosa con tal de dotar de descanso a un alma inocente que había sido corrompida, incluso fingir que creía en las tonterías que le estaba susurrando y que su propia sangre era el óleo sagrado que se suponía que debía utilizarse. Cuando por fin su mirada me indicó que había encontrado la paz, aunque ni siquiera hubiera muerto, me levanté y me aparté de ella para volver a clavar la mirada en el vampiro responsable de que hubiera llevado a cabo aquel numerito, el muerto de ojos verdes clavados en mí con intensidad... la misma, suponía, que yo estaba transmitiéndole sin siquiera ser consciente de ello. De lo que sí fue consciente fue de que estaba apretando la estaca con fuerza aunque él me hubiera inutilizado el arma muy fácilmente, probablemente lo hacía más para desahogarme que por el hecho de querer usarla para eliminarlo. Me fastidiara o no (y lo hacía, no poco además), él tenía razón: matarlo, aunque para ello tuviera que llevarme a mí misma hacia el extremo, sería demasiado fácil para mí, que siempre estaba abierta en todos los sentidos hacia un nuevo desafío. Uno como el que él, el vampiro misterioso, el que no deseaba matarme aunque en su naturaleza se encontrara odiar a la mía, el melancólico hombre del que no sabía ni siquiera el nombre, suponía y representaba. Para cuando dejé caer la estaca al suelo, reconociendo sin palabras que él había acertado, el corazón de la mujer ya no fue capaz de seguir latiendo, y su muerte fue lo que me hizo hablar de nuevo.
– ¿Y tú no vas a decirme el tuyo, o es que has tenido tantos que te tienes que pensar cuál prefieres utilizar? Ese siempre es el problema con los tuyos, has tenido demasiado tiempo para desarrollar una personalidad y es imposible saber cuál es la de verdad. ¿Eres como fuiste? ¿Serás como has sido? ¿O fuiste pero ya no serás? Todo eso me daría igual si no se tratara de ti, de mí, y de nuestro irremediable deseo de ser parte de las constelaciones celestes, y si fueras listo aprovecharías que mientras me tengas hablándote, no intentaré matarte y no haré esto más complicado de lo que es.
– Llámame Solange. De todas maneras, es un nombre que odio, así me evito que, de darte otro, consiguieras empañarlo con eso que me provocas.
El escalofrío que sentí al decir aquel nombre fue el mismo que siempre me recorría la espina dorsal al escuchar a mi padre llamarme así: odio. Por fin algo era claro, por fin no había matices ni medias tintas ni ambigüedades en lo que sentía hacia algo o hacia alguien, y esa claridad de sensaciones pasó a mi mente enseguida y se materializó en un acercamiento, por mi parte, a la moribunda. Ella, al verme, debió de confundirme con un ángel, curioso cuando en todo caso me asemejaba más a un súcubo, y su francés susurrante estaba ansioso por una extremaunción que yo estaba capacitada para otorgar sólo cuando la persona en cuestión estaba alucinando y me creía celestial. Cualquier cosa con tal de dotar de descanso a un alma inocente que había sido corrompida, incluso fingir que creía en las tonterías que le estaba susurrando y que su propia sangre era el óleo sagrado que se suponía que debía utilizarse. Cuando por fin su mirada me indicó que había encontrado la paz, aunque ni siquiera hubiera muerto, me levanté y me aparté de ella para volver a clavar la mirada en el vampiro responsable de que hubiera llevado a cabo aquel numerito, el muerto de ojos verdes clavados en mí con intensidad... la misma, suponía, que yo estaba transmitiéndole sin siquiera ser consciente de ello. De lo que sí fue consciente fue de que estaba apretando la estaca con fuerza aunque él me hubiera inutilizado el arma muy fácilmente, probablemente lo hacía más para desahogarme que por el hecho de querer usarla para eliminarlo. Me fastidiara o no (y lo hacía, no poco además), él tenía razón: matarlo, aunque para ello tuviera que llevarme a mí misma hacia el extremo, sería demasiado fácil para mí, que siempre estaba abierta en todos los sentidos hacia un nuevo desafío. Uno como el que él, el vampiro misterioso, el que no deseaba matarme aunque en su naturaleza se encontrara odiar a la mía, el melancólico hombre del que no sabía ni siquiera el nombre, suponía y representaba. Para cuando dejé caer la estaca al suelo, reconociendo sin palabras que él había acertado, el corazón de la mujer ya no fue capaz de seguir latiendo, y su muerte fue lo que me hizo hablar de nuevo.
– ¿Y tú no vas a decirme el tuyo, o es que has tenido tantos que te tienes que pensar cuál prefieres utilizar? Ese siempre es el problema con los tuyos, has tenido demasiado tiempo para desarrollar una personalidad y es imposible saber cuál es la de verdad. ¿Eres como fuiste? ¿Serás como has sido? ¿O fuiste pero ya no serás? Todo eso me daría igual si no se tratara de ti, de mí, y de nuestro irremediable deseo de ser parte de las constelaciones celestes, y si fueras listo aprovecharías que mientras me tengas hablándote, no intentaré matarte y no haré esto más complicado de lo que es.
Invitado- Invitado
Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
—Solange —pronunció con pasmosa claridad, como saboreando cada sílaba del nombre que ella odiaba y él aprendería a atesorar como atesoraba muchas otras cosas. Un bagaje pesado, incluso demasiado, muy a pesar de sus años a cuestas.
Porque Baldric, antes de ser Baldric había decidido guardar cada historia y cada secreto que le contaran, sin embargo, dentro de la tormenta, en el ojo del huracán que era su interior en ese instante, supo que ese nombre y ese encuentro tendrían un lugar ponderado en los anales de su memoria. Simplemente lo sabía. Y sin querer, sonrió ligeramente ante lo que ella aclaraba sobre su nombre, porque resultaba, una vez más, un choque de verdades y naturalezas. Sonrió ligeramente, la llamaría así, para desconsuelo de la portadora del nombre.
La siguió con la mirada, atento a todos sus movimientos. Estaba haciendo lo que él no se había atrevido, y se preguntó en qué momento todo se había vuelto tan jodidamente complicado. Observó el rictus de su víctima en turno y se sintió incómodamente más tranquilo al ver que la mujer se relajaba, quizá dando su último suspiro. Pronto alzó los ojos de nuevo a Solange —ahora sabía su nombre, aunque le diera uno que detestaba—, escuchó y supo que esa petición llegaría. Era el trato justo y él no tenía por qué ocultar su verdadero nombre, ni siquiera su título nobiliario. Encontró fútil el ejercicio de tratar de ocultarse cuando era tan obvio que era algo imposible.
Sin embargo, sin querer, o tal vez con alevosía, ella había abierto una puerta que si Baldric cruzaba, se arrepentiría luego de haberlo hecho, pero sentía como si no hubiera otra opción. Y rio con algo de cinismo, una risita baja y discreta, casi imperceptible. Se llevó los dedos índice y pulgar al tabique nasal, mientras vestía una expresión de estarlo pensando detenidamente, aunque la respuesta no pudiera cambiarse. Irremplazable e inaplazable.
—No es mi existencia por la que temo, prolongo el momento porque así puedo seguir viéndote —era un juego peligroso el que había decidido jugar. Caminó un momento por la tangente pero pronto ésta lo condujo al tren de ideas principal, sin poder evitarlo más—. Tienes razón, nombres he tenido muchos. Soy lo que siempre he sido y aunque lances palabras como dagas y verdades como puños, no ha sido sencillo. Traicionarse resulta un campo abierto a las posibilidades cuando has vivido demasiado, y creo, permíteme pecar de arrogancia, que no lo he hecho. Que he realizado un buen trabajo en ese sentido —se movió cauteloso, las raíces de los árboles y las piedras lisas crujiendo bajo sus pasos. Avanzó hasta ella, perdiendo la distancia segura que había impuesto antes.
—Mi nombre actual no es interesante, ¿te interesa saber el verdadero? —Sus palabras se sentían como baldosas en un camino, una senda que conduce a un lugar y sólo a uno, a la tragedia más grande. Esa mujer, Solagne, era un accidente esperando a suceder y él parecía dispuesto a dar el pequeño empujón que lo iniciara todo. Se detuvo cerca de ella y la estudió. Ladeó el rostro como lo hacen las aves—. Soy lo que siempre he sido, qué desgracia, he tenido tantas oportunidades de deslindarme del estigma y no lo he hecho, porque me liga a esta realidad —explicó y salvó la distancia que restaba entre ambos.
Se atrevió a alzar un brazo y tocar el rostro ajeno con delicadeza, apenas rozando la tersa mejilla con la yema de los dedos helados. Ella ardía y él estaba muerto. Ella era la tierra, dadora de vida y él el hielo donde es imposible engendrar nada. Y la miró como lo que era, la criatura más intrigante sobre la faz de la Tierra.
—Me conoces, eres inquisidora después de todo, claro que me conoces. Mi nombre ha sido maldecido tantas veces que resulta exactamente lo mismo. Se han construido efigies mías con el único propósito de quemarlas. Incluso Dante Aligheri se atrevió a mencionarme en su Divina Comedia, describiendo como padezco lo indecible en el último círculo de su infierno. Pero aquí sigo, tu presa, vampiro, traidor, profeta y apóstol —pocas veces Baldric usaba ese tono adverso, porque pocas veces se atrevía él a decir su verdad con seriedad. Últimamente lo hacía, pero sólo por decirlo, como broma inicua hacía su pobre, flagelada persona y nadie, claro, le creía. Entonces lo escupió—: mi primer nombre, el verdadero, el único es Judas Iscariote, hijo de Simón Iscariote e hijo de Galilea, uno de los doce que siguieron al llamado Jesús de Nazaret, aquel que lo vendió —bajó la mano que tocaba a la licántropo y sólo clavo sus orbes olivo en las ajenas.
Una elegía a la traición y a la eternidad. Un testimonio que se quedaría entre ambos. Aguardó porque esperaba burlas o simple incredulidad, estaba acostumbrado. La diferencia era que, nunca antes había soltado su realidad tan pronto y de forma tan descarada. Eran constelaciones formadas por Zeus al descubrir la paradoja.
Porque Baldric, antes de ser Baldric había decidido guardar cada historia y cada secreto que le contaran, sin embargo, dentro de la tormenta, en el ojo del huracán que era su interior en ese instante, supo que ese nombre y ese encuentro tendrían un lugar ponderado en los anales de su memoria. Simplemente lo sabía. Y sin querer, sonrió ligeramente ante lo que ella aclaraba sobre su nombre, porque resultaba, una vez más, un choque de verdades y naturalezas. Sonrió ligeramente, la llamaría así, para desconsuelo de la portadora del nombre.
La siguió con la mirada, atento a todos sus movimientos. Estaba haciendo lo que él no se había atrevido, y se preguntó en qué momento todo se había vuelto tan jodidamente complicado. Observó el rictus de su víctima en turno y se sintió incómodamente más tranquilo al ver que la mujer se relajaba, quizá dando su último suspiro. Pronto alzó los ojos de nuevo a Solange —ahora sabía su nombre, aunque le diera uno que detestaba—, escuchó y supo que esa petición llegaría. Era el trato justo y él no tenía por qué ocultar su verdadero nombre, ni siquiera su título nobiliario. Encontró fútil el ejercicio de tratar de ocultarse cuando era tan obvio que era algo imposible.
Sin embargo, sin querer, o tal vez con alevosía, ella había abierto una puerta que si Baldric cruzaba, se arrepentiría luego de haberlo hecho, pero sentía como si no hubiera otra opción. Y rio con algo de cinismo, una risita baja y discreta, casi imperceptible. Se llevó los dedos índice y pulgar al tabique nasal, mientras vestía una expresión de estarlo pensando detenidamente, aunque la respuesta no pudiera cambiarse. Irremplazable e inaplazable.
—No es mi existencia por la que temo, prolongo el momento porque así puedo seguir viéndote —era un juego peligroso el que había decidido jugar. Caminó un momento por la tangente pero pronto ésta lo condujo al tren de ideas principal, sin poder evitarlo más—. Tienes razón, nombres he tenido muchos. Soy lo que siempre he sido y aunque lances palabras como dagas y verdades como puños, no ha sido sencillo. Traicionarse resulta un campo abierto a las posibilidades cuando has vivido demasiado, y creo, permíteme pecar de arrogancia, que no lo he hecho. Que he realizado un buen trabajo en ese sentido —se movió cauteloso, las raíces de los árboles y las piedras lisas crujiendo bajo sus pasos. Avanzó hasta ella, perdiendo la distancia segura que había impuesto antes.
—Mi nombre actual no es interesante, ¿te interesa saber el verdadero? —Sus palabras se sentían como baldosas en un camino, una senda que conduce a un lugar y sólo a uno, a la tragedia más grande. Esa mujer, Solagne, era un accidente esperando a suceder y él parecía dispuesto a dar el pequeño empujón que lo iniciara todo. Se detuvo cerca de ella y la estudió. Ladeó el rostro como lo hacen las aves—. Soy lo que siempre he sido, qué desgracia, he tenido tantas oportunidades de deslindarme del estigma y no lo he hecho, porque me liga a esta realidad —explicó y salvó la distancia que restaba entre ambos.
Se atrevió a alzar un brazo y tocar el rostro ajeno con delicadeza, apenas rozando la tersa mejilla con la yema de los dedos helados. Ella ardía y él estaba muerto. Ella era la tierra, dadora de vida y él el hielo donde es imposible engendrar nada. Y la miró como lo que era, la criatura más intrigante sobre la faz de la Tierra.
—Me conoces, eres inquisidora después de todo, claro que me conoces. Mi nombre ha sido maldecido tantas veces que resulta exactamente lo mismo. Se han construido efigies mías con el único propósito de quemarlas. Incluso Dante Aligheri se atrevió a mencionarme en su Divina Comedia, describiendo como padezco lo indecible en el último círculo de su infierno. Pero aquí sigo, tu presa, vampiro, traidor, profeta y apóstol —pocas veces Baldric usaba ese tono adverso, porque pocas veces se atrevía él a decir su verdad con seriedad. Últimamente lo hacía, pero sólo por decirlo, como broma inicua hacía su pobre, flagelada persona y nadie, claro, le creía. Entonces lo escupió—: mi primer nombre, el verdadero, el único es Judas Iscariote, hijo de Simón Iscariote e hijo de Galilea, uno de los doce que siguieron al llamado Jesús de Nazaret, aquel que lo vendió —bajó la mano que tocaba a la licántropo y sólo clavo sus orbes olivo en las ajenas.
Una elegía a la traición y a la eternidad. Un testimonio que se quedaría entre ambos. Aguardó porque esperaba burlas o simple incredulidad, estaba acostumbrado. La diferencia era que, nunca antes había soltado su realidad tan pronto y de forma tan descarada. Eran constelaciones formadas por Zeus al descubrir la paradoja.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 29/09/2014
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Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
Los vampiros eran seres rastreros que, por ser demasiado longevos, habían tenido que cambiar de identidad como mínimo una vez en sus vidas, si es que a lo que tenían podía llamársele así. Siempre me había parecido que aquellos que renunciaban a algo tan propio como lo era la identidad voluntariamente, y no de manera transitoria mediante la mentira como hacía yo tan a menudo, eran despreciables, y si a eso se le sumaba que eran vampiros, bueno, no era difícil comprender por qué sentía tal rechazo por esas viles criaturas... aparte de porque su olor hacía que me escociera la nariz por mi olfato lupino. Ese motivo siempre había sido el predominante, lo reconocía, pero no podía evitar alzar una ceja, incrédula, ante un vampiro intentando que creyera que siempre había sido el mismo. ¿En serio...? Suficiente me estaba costando asimilar absolutamente todo lo que él me provocaba, esa amalgama extraña de sentimientos encontrados en los que por una vez el odio no era lo predominante, al menos no en solitario, para aceptar felizmente que él no había cambiado jamás. Lo que sí podía creerme, sin embargo, era su identidad, fuera cual fuese... El nombre primero que había recibido cuando su madre lo había parido o, como en mi caso, cuando lo habían sacado casi a desgana, como a sabiendas de que antes incluso de crecer el hijo, o la hija en mi caso, ya sería absolutamente díscolo. Esa identidad era la que me interesaba de verdad, y en base a eso decidiría si realmente había cambiado de verdad o no o si de verdad era valioso para la institución para la que trabajaba. Si no lo era, tendría que buscarme una excusa mejor para matarlo y para hacer de él alguien que interesara degollar para aniquilarlo y colgarlo de exposición en algún palacio episcopal, pero si lo era...
Y vaya si lo fue. No dudé de la veracidad de sus palabras ni por un instante, ni siquiera si me hubiera dicho que era Gengis Khan habría dudado porque su sinceridad era apabullante, y entre nosotros, aunque no hubiera lugar para toda la verdad, tampoco lo había para la mentira. Una vez creído, sin embargo, era cuando empezaban a llegar los problemas. No para mí, claro, que no era en absoluto creyente pero que sí que suponía que si había existido en Jesucristo también habría habido un Judas; no para mí, entonces, sino para la Santa Madre Iglesia. Tenía entre mis manos un arma cargada con una sola bala, y debía apretar el gatillo sin saber si la pistola se accionaría o si permanecería muerta porque aún no había llegado el turno del proyectil de salir disparado y matar a quien tuviera delante. Ahí, precisamente, estaba mi dilema: ¿qué demonios hacía yo con él...? Podía delatarlo, claro, porque así era como solía funcionar en épocas más antiguas la Inquisición, pero ¿cómo podría probar que mi palabra era cierta y no una mentira que había decidido inventarme? Era buena en lo que hacía, pero todo el mundo sabía que los condenados no éramos de fiar, y mucho menos si era un licántropo acusando a un vampiro. Además... ¿por qué iba a dejar que la Iglesia, o su perro guardián inquisitorial incluso, eso poco importaba, le hincaran el diente si ni siquiera yo misma sabía si quería hacerlo o si llegaría a atreverme a cruzar esa línea con un vampiro? Su identidad solamente me interesaba de manera relativa, pero al menos me ayudaba a contextualizar al ser melancólicamente mortífero que tenía delante, aún algo manchado, como lo estaba yo, de la sangre de su víctima.
– Así que Judas, ¿eh? Tengo que reconocerlo, y no lo hago a menudo: eso sí que no me lo esperaba.
Puse los brazos en jarras y me mordí el labio inferior. En un momento la situación había cambiado por completo, puesto que él había pasado de ser un simple vampiro extraño más a ser un vampiro extraño, lleno de historia, importante y desde luego complejo más. No sabía exactamente qué era lo que se suponía que tenía que hacer en esa situación, porque lo único de lo que estaba segura era de lo que se esperaba de mí, y no se me daba bien satisfacer las expectativas que gente que no me agradaba ponía sobre mí... Así que, una vez sabíamos nuestras identidades respectivas, ¿qué? ¿Lo mataba y le hacía un favor tal a la cristiandad que el Papa tendría que nombrarme santa, por lo menos? Resultaba irónico pensarlo teniendo en cuenta que al morir se convertiría en polvo, algo que ni siquiera me borraba el fetiche extraño de su cabeza colgando en un salón, aunque sólo fuera por preservar la belleza de sus rasgos eternamente. En eso el vampirismo sí que le había hecho un enorme favor: si conservaba aquella apariencia suya por toda la eternidad, muchas personas, como yo, caeríamos bajo el embrujo confuso de aquellos ojos verdes que tenía, sin avergonzarse lo más mínimo por ello. Y ¿qué demonios hacía yo pensando en eso, en aquel momento? Ya no tenía claro nada, ni siquiera en qué punto de la conversación estábamos o qué quería él ahora que me había contado su secreto y me había maniatado con él, así que, como no podía ser de otra manera, como pensar no me dio ninguna respuesta elegí hacer lo contrario: actuar por un impulso. Impulso, por cierto, que me sorprendió infinitamente, porque en vez de ir a degollarlo o a clavarle una estaca como me exigía mi entrenamiento más bien lo que hice fue... bueno, hablando en plata, cogerle la cara y besarlo. Y allí, en aquel lugar, pude decir que había perdido una nueva virginidad: fue la primera vez en toda mi vida que había besado a un vampiro, y sobre todo que lo había disfrutado al mismo tiempo que odiado.
– Te conozco de oídas y a través de lo que todo el mundo ha dicho de ti. Ahora, te lo ruego, hazme el favor de intentar casar eso con lo que puedo conocer personalmente de ti y entiende mi dilema cuando te digo que no tengo ni la más remota idea de qué demonios hacer contigo, Iscariote.
Y vaya si lo fue. No dudé de la veracidad de sus palabras ni por un instante, ni siquiera si me hubiera dicho que era Gengis Khan habría dudado porque su sinceridad era apabullante, y entre nosotros, aunque no hubiera lugar para toda la verdad, tampoco lo había para la mentira. Una vez creído, sin embargo, era cuando empezaban a llegar los problemas. No para mí, claro, que no era en absoluto creyente pero que sí que suponía que si había existido en Jesucristo también habría habido un Judas; no para mí, entonces, sino para la Santa Madre Iglesia. Tenía entre mis manos un arma cargada con una sola bala, y debía apretar el gatillo sin saber si la pistola se accionaría o si permanecería muerta porque aún no había llegado el turno del proyectil de salir disparado y matar a quien tuviera delante. Ahí, precisamente, estaba mi dilema: ¿qué demonios hacía yo con él...? Podía delatarlo, claro, porque así era como solía funcionar en épocas más antiguas la Inquisición, pero ¿cómo podría probar que mi palabra era cierta y no una mentira que había decidido inventarme? Era buena en lo que hacía, pero todo el mundo sabía que los condenados no éramos de fiar, y mucho menos si era un licántropo acusando a un vampiro. Además... ¿por qué iba a dejar que la Iglesia, o su perro guardián inquisitorial incluso, eso poco importaba, le hincaran el diente si ni siquiera yo misma sabía si quería hacerlo o si llegaría a atreverme a cruzar esa línea con un vampiro? Su identidad solamente me interesaba de manera relativa, pero al menos me ayudaba a contextualizar al ser melancólicamente mortífero que tenía delante, aún algo manchado, como lo estaba yo, de la sangre de su víctima.
– Así que Judas, ¿eh? Tengo que reconocerlo, y no lo hago a menudo: eso sí que no me lo esperaba.
Puse los brazos en jarras y me mordí el labio inferior. En un momento la situación había cambiado por completo, puesto que él había pasado de ser un simple vampiro extraño más a ser un vampiro extraño, lleno de historia, importante y desde luego complejo más. No sabía exactamente qué era lo que se suponía que tenía que hacer en esa situación, porque lo único de lo que estaba segura era de lo que se esperaba de mí, y no se me daba bien satisfacer las expectativas que gente que no me agradaba ponía sobre mí... Así que, una vez sabíamos nuestras identidades respectivas, ¿qué? ¿Lo mataba y le hacía un favor tal a la cristiandad que el Papa tendría que nombrarme santa, por lo menos? Resultaba irónico pensarlo teniendo en cuenta que al morir se convertiría en polvo, algo que ni siquiera me borraba el fetiche extraño de su cabeza colgando en un salón, aunque sólo fuera por preservar la belleza de sus rasgos eternamente. En eso el vampirismo sí que le había hecho un enorme favor: si conservaba aquella apariencia suya por toda la eternidad, muchas personas, como yo, caeríamos bajo el embrujo confuso de aquellos ojos verdes que tenía, sin avergonzarse lo más mínimo por ello. Y ¿qué demonios hacía yo pensando en eso, en aquel momento? Ya no tenía claro nada, ni siquiera en qué punto de la conversación estábamos o qué quería él ahora que me había contado su secreto y me había maniatado con él, así que, como no podía ser de otra manera, como pensar no me dio ninguna respuesta elegí hacer lo contrario: actuar por un impulso. Impulso, por cierto, que me sorprendió infinitamente, porque en vez de ir a degollarlo o a clavarle una estaca como me exigía mi entrenamiento más bien lo que hice fue... bueno, hablando en plata, cogerle la cara y besarlo. Y allí, en aquel lugar, pude decir que había perdido una nueva virginidad: fue la primera vez en toda mi vida que había besado a un vampiro, y sobre todo que lo había disfrutado al mismo tiempo que odiado.
– Te conozco de oídas y a través de lo que todo el mundo ha dicho de ti. Ahora, te lo ruego, hazme el favor de intentar casar eso con lo que puedo conocer personalmente de ti y entiende mi dilema cuando te digo que no tengo ni la más remota idea de qué demonios hacer contigo, Iscariote.
Invitado- Invitado
Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
Por un momento sintió que el tiempo se congelaba dentro de la burbuja de realidad que entre ambos, sin proponérselo, habían construido. El tiempo, de por sí, un concepto diferente para un ser como él, ahora tomaba nuevos significados como si el Hermes Trismegisto, tres veces grande, hubiera deseado jugar una de sus bromas, torciéndolo todo a voluntad.
Pero la seriedad que de pronto invadió el rostro del conde Purcell se desvaneció en medio de una mueca que poco a poco fue tomando la forma de una sonrisa. Eso, así, ahí, sonreía. Parecía inverosímil o que no venía al caso, pero por una vez, la incredulidad no fue la respuesta que recibió al develar su identidad. Se sentía liberador, sin duda alguna. Era un peso que siempre iba a tener que cargar, pero cuando lograba articularlo con palabras frente a alguien, quien fuera, y a pesar de que la mayoría de las veces era en tono de broma, se sentía más ligero por un instante. Tampoco es que lo fuera diciendo a la menor provocación, o a cualquier persona. Pero ella, Solange, parecía lo suficientemente fuerte para lidiar con la verdad.
Lo único que hizo fue lanzarse sin más, porque no había otra forma de hacerlo, esperando no equivocarse. Pero la sonrisa que ahora adornaba su rostro, una falta de malicia y más bien cándida, era indicativo que de ahora estaba más seguro. Fue a hablar, porque sintió que hacía falta. ¿Qué esperaba después de haber soltado semejante bomba? ¿Salvarse? Ah, pero él ya estaba más allá de toda salvación. Por qué la necesidad quemó su interior y su garganta de decirlo con todas sus palabras. La sintió acercarse y se tensó, quizá su secreto, si es que podía considerarse tal, iba a morir ahí con él. Que nada había cambiado.
Pero si ella se mostró sorprendida en un inicio, desde luego no se comparaba con la que lo embargaba ahora a él. Sentirla, cómo había ansiado sentirla, se daba cuenta. Y sus labios juntos, como una lucha eterna. Y su calor contra el frío que era él. Y su apasionado aplomo contra su desasosegada melancolía. Una lucha. Un choque. Pero fue del mismo de las estrellas que se formaron las galaxias. No tardó demasiado —qué tonto hubiera sido de lo contrario— en corresponder, en abrazarla e incluso estrecharla. Pero fue breve, o así lo sintió. Supo que ahora necesitaría más de ella.
Se separó capturando el aire enrarecido que los envolvía, sin soltarla. Y la miró con intensidad. Como si todos los siglos a cuestas hubieran sido capaces de malear una nueva forma para que sus ojos pudieran mirar.
—Ya has hecho conmigo lo que ha sido tu voluntad —confesó con voz queda. No hacía falta levantarla, estaban muy cerca. Se escuchó desolado, como si hubiera perdido ese enfrentamiento—. ¿Estás consciente de lo que has hecho? Esto es todo lo que puede estar equivocado en este mundo terrenal —por un momento se cruzó por su cabeza que él, siendo quien era, era el pecado encarnado, aunque su intención nunca hubiera sido esa. La soltó con suavidad pero no se alejó, entre ambos había apenas un par de centímetros de separación—. Solange, las leyendas son sólo eso, este soy yo de verdad, la esencia es lo que sabes, pero los pormenores… esos sólo yo los conozco y los he guardado por mucho tiempo, porque nadie parece interesado en conocer mi lado de la historia. ¿Lo estás tú? —La pregunta parecía tramposa, porque él, muy dentro, sabía que ni siquiera él estaba listo para ese ejercicio de sinceridad, por mucho que ahora estuviera bajo el yugo y el embrujo de la inquisidora. Aún aturdido por el sabor de sus labios.
Alzó un brazo y la sostuvo de la cintura. Sabía que ella era fuerte más allá de toda medida, más allá que su propia naturaleza de ha de cambiar con las fases de la luna, lo sabía, podía sentirlo en sus movimientos y en sus ojos como chispas capaces de comenzar un incendio, y aun así, la tomó con delicadeza como si se tratara de fina porcelana. La haló hacia él con decisión, pero todavía cuidando sus movimientos. Valía la pena, decía.
—Tal vez todo lo que pueda decirte o callar sea insuficiente, de todos modos —parecía que la frase iba a continuar, pero no, se calló de pronto. Ahora fue su turno de besarla a ella. Con arrojada pasión y furiosa vehemencia. Primero algo suave, probando el dulce néctar que ella era capaz de proveerle, pero luego perdiendo el control, porque, ahora lo sabía y eso había sido siempre, ella eso provocaba en él. Qué poder tan grande poseía ella sobre su voluntad, ¿lo sabría? ¿Cómo iba a usar esa ventaja? Más aún ahora que conocía su verdadera identidad.
Iscariote, le había dicho, y en su voz sonaba lo mismo terrible, porque sentaba las bases de un abismo entre ambos; que redentor, como si ella, que no exudaba mansedumbre en todo caso, pudiera redimir todos sus pecados.
Pero la seriedad que de pronto invadió el rostro del conde Purcell se desvaneció en medio de una mueca que poco a poco fue tomando la forma de una sonrisa. Eso, así, ahí, sonreía. Parecía inverosímil o que no venía al caso, pero por una vez, la incredulidad no fue la respuesta que recibió al develar su identidad. Se sentía liberador, sin duda alguna. Era un peso que siempre iba a tener que cargar, pero cuando lograba articularlo con palabras frente a alguien, quien fuera, y a pesar de que la mayoría de las veces era en tono de broma, se sentía más ligero por un instante. Tampoco es que lo fuera diciendo a la menor provocación, o a cualquier persona. Pero ella, Solange, parecía lo suficientemente fuerte para lidiar con la verdad.
Lo único que hizo fue lanzarse sin más, porque no había otra forma de hacerlo, esperando no equivocarse. Pero la sonrisa que ahora adornaba su rostro, una falta de malicia y más bien cándida, era indicativo que de ahora estaba más seguro. Fue a hablar, porque sintió que hacía falta. ¿Qué esperaba después de haber soltado semejante bomba? ¿Salvarse? Ah, pero él ya estaba más allá de toda salvación. Por qué la necesidad quemó su interior y su garganta de decirlo con todas sus palabras. La sintió acercarse y se tensó, quizá su secreto, si es que podía considerarse tal, iba a morir ahí con él. Que nada había cambiado.
Pero si ella se mostró sorprendida en un inicio, desde luego no se comparaba con la que lo embargaba ahora a él. Sentirla, cómo había ansiado sentirla, se daba cuenta. Y sus labios juntos, como una lucha eterna. Y su calor contra el frío que era él. Y su apasionado aplomo contra su desasosegada melancolía. Una lucha. Un choque. Pero fue del mismo de las estrellas que se formaron las galaxias. No tardó demasiado —qué tonto hubiera sido de lo contrario— en corresponder, en abrazarla e incluso estrecharla. Pero fue breve, o así lo sintió. Supo que ahora necesitaría más de ella.
Se separó capturando el aire enrarecido que los envolvía, sin soltarla. Y la miró con intensidad. Como si todos los siglos a cuestas hubieran sido capaces de malear una nueva forma para que sus ojos pudieran mirar.
—Ya has hecho conmigo lo que ha sido tu voluntad —confesó con voz queda. No hacía falta levantarla, estaban muy cerca. Se escuchó desolado, como si hubiera perdido ese enfrentamiento—. ¿Estás consciente de lo que has hecho? Esto es todo lo que puede estar equivocado en este mundo terrenal —por un momento se cruzó por su cabeza que él, siendo quien era, era el pecado encarnado, aunque su intención nunca hubiera sido esa. La soltó con suavidad pero no se alejó, entre ambos había apenas un par de centímetros de separación—. Solange, las leyendas son sólo eso, este soy yo de verdad, la esencia es lo que sabes, pero los pormenores… esos sólo yo los conozco y los he guardado por mucho tiempo, porque nadie parece interesado en conocer mi lado de la historia. ¿Lo estás tú? —La pregunta parecía tramposa, porque él, muy dentro, sabía que ni siquiera él estaba listo para ese ejercicio de sinceridad, por mucho que ahora estuviera bajo el yugo y el embrujo de la inquisidora. Aún aturdido por el sabor de sus labios.
Alzó un brazo y la sostuvo de la cintura. Sabía que ella era fuerte más allá de toda medida, más allá que su propia naturaleza de ha de cambiar con las fases de la luna, lo sabía, podía sentirlo en sus movimientos y en sus ojos como chispas capaces de comenzar un incendio, y aun así, la tomó con delicadeza como si se tratara de fina porcelana. La haló hacia él con decisión, pero todavía cuidando sus movimientos. Valía la pena, decía.
—Tal vez todo lo que pueda decirte o callar sea insuficiente, de todos modos —parecía que la frase iba a continuar, pero no, se calló de pronto. Ahora fue su turno de besarla a ella. Con arrojada pasión y furiosa vehemencia. Primero algo suave, probando el dulce néctar que ella era capaz de proveerle, pero luego perdiendo el control, porque, ahora lo sabía y eso había sido siempre, ella eso provocaba en él. Qué poder tan grande poseía ella sobre su voluntad, ¿lo sabría? ¿Cómo iba a usar esa ventaja? Más aún ahora que conocía su verdadera identidad.
Iscariote, le había dicho, y en su voz sonaba lo mismo terrible, porque sentaba las bases de un abismo entre ambos; que redentor, como si ella, que no exudaba mansedumbre en todo caso, pudiera redimir todos sus pecados.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
Había hecho mi voluntad, que venía a resumirse en que había hecho lo mismo de siempre: recurrir a la carne e ignorar todo lo demás precisamente por la fuerza que ese todo lo demás ejercía sobre mí. Era la solución más fácil de las muchas que tenía en mente cuando me enfrentaba a alguien como él si deseaba olvidarme de que era un vampiro, pero no podía, y cuanto más cerca de él estaba más me llegaba el aroma dulzón y ponzoñoso de la muerte que él emanaba. ¿Sería igual para él, pero con mi esencia bestial y asalvajada? Estaba segura de que sí, y probablemente por eso estuviera haciendo el mismo sacrificio que realizaba yo gracias a una maldita atracción que no tenía ni idea de dónde había salido y que ni comprendía ni estaba segura de querer comprender... Demasiados dolores de cabeza para alguien como yo, que huía de ellos siempre que estuviera dentro de mis posibilidades. Por eso me aparté de él con el pretexto de respirar, que encima era cierto por mi naturaleza aún humana, y me di unos segundos para pensar en lo que estaba haciendo antes de actuar demasiado y de dejarme llevar con un maldito vampiro. Si tan sólo no fuera tan melancólicamente encantador... No me lo ponía nada fácil, y por eso tenía que hacer un gran esfuerzo por recordarme que él no solamente era un enemigo de la Inquisición por su naturaleza, incluso su identidad, sino que en cierto modo era un enemigo al que le estaba dando una tregua que me serviría para decidir si podría convertirse o no en mi aliado, nada más. No sabía si estaba emocionalmente preparada para afrontar nada más, cosas como que por ejemplo estaba tentada de mandar todo a tomar viento por un maldito vampiro. ¡Un maldito vampiro! Tal vez si me lo repetía podría convencerme de ello.
– Puedo escuchar, dicen que se me da bien hacerlo cuando no estoy ocupada siendo demasiado hostil o mordiendo con palabras a la persona con la que hablo. Supongo que son consecuencias de mi naturaleza, no puedo controlar bien mis dientes.
Fue una broma, porque evidentemente no estaba hablando demasiado en serio, pero al mismo tiempo sí lo estaba haciendo al recordarle que no se olvidara de lo que se escondía bajo la apariencia humana que él había besado hacía tan solo un momento. Lo irónico era, y no se me escapaba lo más mínimo, que no estaba recordándoselo tanto a él como me lo estaba recordando a mí misma para ver si, así, la histeria transitoria que estaba sufriendo se esfumaba sin dejar rastro y volvía a ser yo misma, la misma Abigail de siempre, sin escudarme en la Solange que él me llamaba y por como me conocía. ¿En qué momento había dejado de cazar vampiros y había empezado a encapricharme por ellos? Odiaba reconocerlo, porque cualquier mención al hombre que me había amargado la vida desde que era niña me hacía hervir la sangre en las venas, pero mi padre se sentiría tan absolutamente disgustado como me sentía yo conmigo misma si me ponía a pensar en lo que estaba haciendo. ¡Había matado a una mujer delante de mis narices! Una mujer a la que yo había tenido que practicar los últimos sacramentos para que sus últimos momentos fueran de paz y tranquilidad, no del terror de ser atravesada por un par de colmillos y de sentir la vida esfumarse gota a gota de la sangre que caía por su pequeña pero mortal herida. Con ningún otro ser sobrenatural tenía yo el odio que sentía por los vampiros, ya que hasta nosotros los licántropos podíamos controlarnos si aprendíamos a transformarnos lejos de la sociedad. Nosotros no éramos los depredadores; ellos lo eran. Todas esas lecciones que había ido aprendiendo durante mi tiempo en la Inquisición e incluso dentro de mi propia familia, tan marcial como la institución a la que inevitablemente había terminado por pertenecer, sonaban con fuerza en mi cabeza, intentando hacerme cambiar de idea, pero no era posible. Iscariote, con su extraño embrujo, me llenaba la cabeza de una bruma que me hacía incapaz de diferenciar lo que estaba bien de lo que estaba mal, como suponía que también habría pasado hacía unos cuantos siglos.
– Escuchar es mi voluntad. ¿No has dicho que ya la he hecho contigo? Pues déjame repetir.
– Puedo escuchar, dicen que se me da bien hacerlo cuando no estoy ocupada siendo demasiado hostil o mordiendo con palabras a la persona con la que hablo. Supongo que son consecuencias de mi naturaleza, no puedo controlar bien mis dientes.
Fue una broma, porque evidentemente no estaba hablando demasiado en serio, pero al mismo tiempo sí lo estaba haciendo al recordarle que no se olvidara de lo que se escondía bajo la apariencia humana que él había besado hacía tan solo un momento. Lo irónico era, y no se me escapaba lo más mínimo, que no estaba recordándoselo tanto a él como me lo estaba recordando a mí misma para ver si, así, la histeria transitoria que estaba sufriendo se esfumaba sin dejar rastro y volvía a ser yo misma, la misma Abigail de siempre, sin escudarme en la Solange que él me llamaba y por como me conocía. ¿En qué momento había dejado de cazar vampiros y había empezado a encapricharme por ellos? Odiaba reconocerlo, porque cualquier mención al hombre que me había amargado la vida desde que era niña me hacía hervir la sangre en las venas, pero mi padre se sentiría tan absolutamente disgustado como me sentía yo conmigo misma si me ponía a pensar en lo que estaba haciendo. ¡Había matado a una mujer delante de mis narices! Una mujer a la que yo había tenido que practicar los últimos sacramentos para que sus últimos momentos fueran de paz y tranquilidad, no del terror de ser atravesada por un par de colmillos y de sentir la vida esfumarse gota a gota de la sangre que caía por su pequeña pero mortal herida. Con ningún otro ser sobrenatural tenía yo el odio que sentía por los vampiros, ya que hasta nosotros los licántropos podíamos controlarnos si aprendíamos a transformarnos lejos de la sociedad. Nosotros no éramos los depredadores; ellos lo eran. Todas esas lecciones que había ido aprendiendo durante mi tiempo en la Inquisición e incluso dentro de mi propia familia, tan marcial como la institución a la que inevitablemente había terminado por pertenecer, sonaban con fuerza en mi cabeza, intentando hacerme cambiar de idea, pero no era posible. Iscariote, con su extraño embrujo, me llenaba la cabeza de una bruma que me hacía incapaz de diferenciar lo que estaba bien de lo que estaba mal, como suponía que también habría pasado hacía unos cuantos siglos.
– Escuchar es mi voluntad. ¿No has dicho que ya la he hecho contigo? Pues déjame repetir.
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Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
Estaban llevando a cabo una danza muy peligrosa. Él podía sentirlo como quien siente el dulce y frío beso de la hoja de una daga sobre la delicada piel del cuello. Solange podía hacerlo desangrar en cualquier momento, la precisión de todo aquel acto era milimétrica, pero dentro, muy dentro, su confianza se volvía insensatez y concedía esos dones a la inquisidora, aferrándose a la idea de que al final podría regresar a casa en una pieza. La idea era avasalladora en su cabeza, pero carecía de cimientos reales. Pocas veces, sobre todo en últimos años (décadas, quizá un par de siglos), Baldric cometía negligencias de ese tamaño, pero la licántropo obnubilaba no sólo su pensamiento, sino cuestiones más básicas, como el sentido común. Frente a ella, resultaba ser indefenso, aunque no se mostrara así, pero es que él raramente se dejaba ver como realmente era.
Sonrió divertido al escucharla y acomodó su cuerpo, su hombro izquierdo rozando con el derecho de ella, volvió a levantar un brazo y una mano para sostenerla de la espalda baja, pero no alcanzó a tocarla, sólo se quedó así, ambos como una escultura del pueblo romano que lo subyugó durante su existencia mortal. En aquella posición, con la espalda torcida y arqueada, Baldric parecía un matador ejecutando una media verónica con elegancia. Se inclinó ligeramente, la cercanía se sentía inapropiada, pero también, carecía de voluntad a esas alturas como para oponerse a lo que el cuerpo le exigía. La olió rozando la mejilla ajena con la punta de la nariz.
—Así que quieres escuchar. Entiendo. Lo que no puedo asegurarte es que yo esté listo para hablar. Me pides que ate mis realidades ante tus ojos, pero Solange, he pasado siglos intentándolo a solas y no lo he conseguido, ¿cómo pretendes que lo haga mientras tus ojos me escrutan como lo hacen? —Habló bajo y suave, como fino terciopelo de oriente.
Bajó la mano y finalmente dejó lánguido el brazo a un costado. Se acomodó en una posición más cómoda, aunque procuró mantener la corta distancia entre ambos. Asintió lentamente y cerró los ojos.
—Existen muchas versiones de mí. ¿Cuál quieres creer? Si has decidido verme como el villano que todos creen que soy, adelante, pero no lo soy. Tampoco te voy a decir que merezco un sitio al lado de Pedro y Pablo —chasqueó y abrió los ojos para clavarlos en los de ella—. Soy sólo un hombre, o lo fui en algún momento, ciego e insensato por la fe, como muchos hoy, pero mi ventaja sobre el resto es el tiempo y el lugar en el que mi credo nació (y murió). Si deseas conciliar lo que sabes con lo que estás viendo frente a ti, no hace falta ir demasiado lejos. ¿Por qué habría yo de haberme enfermado de revancha? No importa lo que creas, te digan o leas, yo conozco la verdad. Mi traición, porque eso fue, sólo fue parte de un plan mayor, sin embargo las cosas no salieron tan bien como mi maestro y yo deseábamos. Pero no querrás culparme también por la corrupción que reina el terreno de los hombres, ¿verdad? Al fin y al cabo, como te he dicho, yo era sólo un hombre —dio un paso corto hacía atrás. Miró a la mujer en su totalidad. Hermosa y salvaje, que escuchaba atenta pero que, él sabía bien y ella se había encargado de recalcar, podía morderte. Podía arrancarte un pedazo. Podía llevarse tu corazón entre sus fauces.
Se tomó un par de segundos. El silencio breve que cayó sobre ambos sólo era interrumpido por el susurrar de las hojas que se mecían con el viento nocturno. Eran voces antiguas y ocultas que se cuentan secretos, que cuchichean sobre el extraño encuentro del vampiro y el licántropo.
Entonces salvó la distancia que los separaba. Sus manos tomaron con firmeza las muñecas de Solange. Apretó fuerte. Fue rápido y certero. Quiso él sostener el cuchillo en la garganta ajena. La empujó hacia atrás con pasos torpes y sólo se detuvo cuando la espalda de la inquisidora quedó pegada a un árbol.
—Qué derecho tienes tú y los mortales de juzgarme. Y de juzgar. Qué derecho tienes de meterte así en mi cabeza, mujer —dijo, la furia salía a borbotones como una arteria que sangra profusamente. Era una herida abierta, que había estado así durante mucho tiempo y nunca había sanado, pero a la que Baldric se había bien o mal, acostumbrado, sin embargo, el encuentro y las palabras intercambiadas fueron aliciente para que volviera a arder y doler y supurar. Pero es que era ella, ese era el factor determinante; su maldita, incómoda y venturosa presencia. Una contradicción que le trepanaba la cabeza, una astilla, molesta que se clava de a poco hasta matar.
—¿Estás complacida? ¿Has escuchado suficiente? —Preguntó apretando los dientes. Consideró morderla incluso cuando no tenía hambre, nunca había probado sangre de licántropo, pero esa idea no resultó tan seductora como la de imaginarse la sangre de Solange, independientemente de la maldición que cargara a cuestas. Pero no lo hizo. Claro que no lo hizo. En cambio volvió a besarla, sosteniendo cada vez con más fuerza las muñecas de su, ahora, presa. Pegó su cuerpo al de ella y sintió las curvaturas de su perfecta figura femenina. El demonio había tomado esa forma para tentarlo. La apretujó contra el árbol mientras la besaba salvajemente, luchando contra la primera, inútil barrera de los labios para luego introducirse en su boca. Si lo iba a envenenar, él dejaría algo de su ponzoña en ella también.
Sonrió divertido al escucharla y acomodó su cuerpo, su hombro izquierdo rozando con el derecho de ella, volvió a levantar un brazo y una mano para sostenerla de la espalda baja, pero no alcanzó a tocarla, sólo se quedó así, ambos como una escultura del pueblo romano que lo subyugó durante su existencia mortal. En aquella posición, con la espalda torcida y arqueada, Baldric parecía un matador ejecutando una media verónica con elegancia. Se inclinó ligeramente, la cercanía se sentía inapropiada, pero también, carecía de voluntad a esas alturas como para oponerse a lo que el cuerpo le exigía. La olió rozando la mejilla ajena con la punta de la nariz.
—Así que quieres escuchar. Entiendo. Lo que no puedo asegurarte es que yo esté listo para hablar. Me pides que ate mis realidades ante tus ojos, pero Solange, he pasado siglos intentándolo a solas y no lo he conseguido, ¿cómo pretendes que lo haga mientras tus ojos me escrutan como lo hacen? —Habló bajo y suave, como fino terciopelo de oriente.
Bajó la mano y finalmente dejó lánguido el brazo a un costado. Se acomodó en una posición más cómoda, aunque procuró mantener la corta distancia entre ambos. Asintió lentamente y cerró los ojos.
—Existen muchas versiones de mí. ¿Cuál quieres creer? Si has decidido verme como el villano que todos creen que soy, adelante, pero no lo soy. Tampoco te voy a decir que merezco un sitio al lado de Pedro y Pablo —chasqueó y abrió los ojos para clavarlos en los de ella—. Soy sólo un hombre, o lo fui en algún momento, ciego e insensato por la fe, como muchos hoy, pero mi ventaja sobre el resto es el tiempo y el lugar en el que mi credo nació (y murió). Si deseas conciliar lo que sabes con lo que estás viendo frente a ti, no hace falta ir demasiado lejos. ¿Por qué habría yo de haberme enfermado de revancha? No importa lo que creas, te digan o leas, yo conozco la verdad. Mi traición, porque eso fue, sólo fue parte de un plan mayor, sin embargo las cosas no salieron tan bien como mi maestro y yo deseábamos. Pero no querrás culparme también por la corrupción que reina el terreno de los hombres, ¿verdad? Al fin y al cabo, como te he dicho, yo era sólo un hombre —dio un paso corto hacía atrás. Miró a la mujer en su totalidad. Hermosa y salvaje, que escuchaba atenta pero que, él sabía bien y ella se había encargado de recalcar, podía morderte. Podía arrancarte un pedazo. Podía llevarse tu corazón entre sus fauces.
Se tomó un par de segundos. El silencio breve que cayó sobre ambos sólo era interrumpido por el susurrar de las hojas que se mecían con el viento nocturno. Eran voces antiguas y ocultas que se cuentan secretos, que cuchichean sobre el extraño encuentro del vampiro y el licántropo.
Entonces salvó la distancia que los separaba. Sus manos tomaron con firmeza las muñecas de Solange. Apretó fuerte. Fue rápido y certero. Quiso él sostener el cuchillo en la garganta ajena. La empujó hacia atrás con pasos torpes y sólo se detuvo cuando la espalda de la inquisidora quedó pegada a un árbol.
—Qué derecho tienes tú y los mortales de juzgarme. Y de juzgar. Qué derecho tienes de meterte así en mi cabeza, mujer —dijo, la furia salía a borbotones como una arteria que sangra profusamente. Era una herida abierta, que había estado así durante mucho tiempo y nunca había sanado, pero a la que Baldric se había bien o mal, acostumbrado, sin embargo, el encuentro y las palabras intercambiadas fueron aliciente para que volviera a arder y doler y supurar. Pero es que era ella, ese era el factor determinante; su maldita, incómoda y venturosa presencia. Una contradicción que le trepanaba la cabeza, una astilla, molesta que se clava de a poco hasta matar.
—¿Estás complacida? ¿Has escuchado suficiente? —Preguntó apretando los dientes. Consideró morderla incluso cuando no tenía hambre, nunca había probado sangre de licántropo, pero esa idea no resultó tan seductora como la de imaginarse la sangre de Solange, independientemente de la maldición que cargara a cuestas. Pero no lo hizo. Claro que no lo hizo. En cambio volvió a besarla, sosteniendo cada vez con más fuerza las muñecas de su, ahora, presa. Pegó su cuerpo al de ella y sintió las curvaturas de su perfecta figura femenina. El demonio había tomado esa forma para tentarlo. La apretujó contra el árbol mientras la besaba salvajemente, luchando contra la primera, inútil barrera de los labios para luego introducirse en su boca. Si lo iba a envenenar, él dejaría algo de su ponzoña en ella también.
Última edición por Baldric Purcell el Dom Mayo 03, 2015 11:06 pm, editado 1 vez
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
Su beso cayó sobre mí con la violencia de una avalancha que no había llegado a tiempo de esquivar, ni siquiera aunque hubiera sabido que existía la posibilidad de que se produjera. La ponzoña de sus palabras, semejante a la de su sangre, me había embotado la mente lo suficiente para caer en su embrujo y hacer que mis defensas se hundieran y ni siquiera la barricada de mi instinto pudiera aguantar el envite de su cuerpo contra el mío. Seguramente por eso, por semejante falta de previsión, el golpe contra el árbol dolió más que su boca abriéndose camino por la mía con una fuerza que yo sabía que tenía por naturaleza, pero que hasta ese momento no había contemplado en la práctica contra mí. Aunque no me engañaría: sabía perfectamente que se necesitaba mucho más que aquel contacto para lograr que la carne y su poder me hirieran lo más mínimo; un beso, hasta si suponía sorber directamente el sabor de vampiro que detestaba pero que estaba empezando a tolerar siempre y cuando se tratara del suyo, y no de cualquier otro. Por eso, incluso sin ser consciente de ello por completo, me acompasé al ritmo que él estaba imponiendo y me dejé besar como si ni siquiera se me hubiera ocurrido otra opción, aunque eso solamente fue al principio, cuando por un instante me sometí a la hipnosis de sus movimientos y no fui dueña de mí misma. Cuando finalmente recuperé el control y caí en la cuenta, en esa eterna y constante realización de que él era un maldito vampiro y yo por naturaleza no podía soportar estar demasiado rato cerca de uno sin caer en la violencia, alcé una de mis rodillas lo suficiente para apartarlo y que sus labios dejaran de tocar los míos. En ese instante, cuando por fin recuperé el aire y la brisa de la noche se paseó por el espacio donde había estado su cuerpo, se me escapó un gemido, mezcla de placer y frustración, que culminó conmigo apretando la mandíbula con fuerza.
– Sólo eras un hombre, ¿eh? Pues como tal tengo todo el derecho de juzgarte como lo haría todo el mundo. Ni siquiera estoy pensando en ti como el maldito Iscariote, me has contado lo suficiente para que las patrañas que he escuchado toda la vida sean como una ropa que te he quitado sólo para descubrir que la tela sigue cubriéndote y no he averiguado absolutamente nada de valor. ¿Así quieres que no te culpe por la corrupción que es inherente a todos los que hemos sido humanos alguna vez? ¡Deja de valerte de ella y de la confusión que me provocas y entonces yo pararé de meterme en tu cabeza como defensa!
Lo exclamé porque, de lo contrario, habría sido un susurro que no habría escuchado ni yo. Lo exclamé para convencerme a mí misma de apartarlo por completo de mí y no acercarlo más para devolverlo a la posición en la que nos habíamos encontrado hacía apenas unos segundos que me parecían horas. Aunque sabía que él habría podido percibir perfectamente mi susurro con sus sentidos de no muerto y que yo, en realidad, no habría sido menos, quería dejarle clara mi posición y la mejor manera que se me había ocurrido era gritar, simple y llanamente. Eso fue lo que me dio la fuerza suficiente para desasirme de su agarre y apartarme de él, no con miedo sino con furia contenida en cada una de mis extremidades, furia provocada por él pero, sobre todo, por mí y por estar perdiendo el control de aquella forma. Sabía perfectamente que yo no era una persona que lo tuviera todo calculado al milímetro y que dejaba mucho, seguramente demasiado, a la improvisación, pero con él la tendencia se había vuelto una enfermedad infecciosa de la que debía deshacerme antes de que tuviera consecuencias demasiado graves. Era ya una cuestión de salud, de algo que a él debería darle igual porque estaba muerto pero que a mí, tan viva como mi corazón tronando dentro del pecho me recordaba que estaba, me interesaba por completo, por esa maldita autoconservación que siempre ponía en práctica, fueran cuales fuesen las circunstancias. Gracias a ella había conseguido recuperar el espacio que él me había arrebatado con violencia, pero sólo gracias a mi voluntad y a mi testarudez estaba manteniendo la posición que había ganado con sangre, sudor y... no lágrimas, pero sí rabia, una sin precedentes. Si él era capaz de llevarme a semejantes extremos sin intentarlo siquiera a propósito, ¿qué demonios me esperaba si no me marchaba de allí cuanto antes? ¿En qué me convertiría? ¿Seguiría siendo yo o acabaría como una caricatura de mí misma y de la mujer que hasta aquel momento había estado tan segura de todo que resultaba casi obsceno? No estaba segura, igual que tampoco sabía si quería llegar a descubrirlo.
– No, no estoy complacida. No he escuchado lo suficiente para saciar mi curiosidad, y te recuerdo que tienes más de un milenio de vida en el que has hecho cosas interesantes y que te han convertido en el ser que eres ahora. ¿Quieres que no te juzgue? Háblame de cuando no eras un hombre y olvídate de esa excusa.
– Sólo eras un hombre, ¿eh? Pues como tal tengo todo el derecho de juzgarte como lo haría todo el mundo. Ni siquiera estoy pensando en ti como el maldito Iscariote, me has contado lo suficiente para que las patrañas que he escuchado toda la vida sean como una ropa que te he quitado sólo para descubrir que la tela sigue cubriéndote y no he averiguado absolutamente nada de valor. ¿Así quieres que no te culpe por la corrupción que es inherente a todos los que hemos sido humanos alguna vez? ¡Deja de valerte de ella y de la confusión que me provocas y entonces yo pararé de meterme en tu cabeza como defensa!
Lo exclamé porque, de lo contrario, habría sido un susurro que no habría escuchado ni yo. Lo exclamé para convencerme a mí misma de apartarlo por completo de mí y no acercarlo más para devolverlo a la posición en la que nos habíamos encontrado hacía apenas unos segundos que me parecían horas. Aunque sabía que él habría podido percibir perfectamente mi susurro con sus sentidos de no muerto y que yo, en realidad, no habría sido menos, quería dejarle clara mi posición y la mejor manera que se me había ocurrido era gritar, simple y llanamente. Eso fue lo que me dio la fuerza suficiente para desasirme de su agarre y apartarme de él, no con miedo sino con furia contenida en cada una de mis extremidades, furia provocada por él pero, sobre todo, por mí y por estar perdiendo el control de aquella forma. Sabía perfectamente que yo no era una persona que lo tuviera todo calculado al milímetro y que dejaba mucho, seguramente demasiado, a la improvisación, pero con él la tendencia se había vuelto una enfermedad infecciosa de la que debía deshacerme antes de que tuviera consecuencias demasiado graves. Era ya una cuestión de salud, de algo que a él debería darle igual porque estaba muerto pero que a mí, tan viva como mi corazón tronando dentro del pecho me recordaba que estaba, me interesaba por completo, por esa maldita autoconservación que siempre ponía en práctica, fueran cuales fuesen las circunstancias. Gracias a ella había conseguido recuperar el espacio que él me había arrebatado con violencia, pero sólo gracias a mi voluntad y a mi testarudez estaba manteniendo la posición que había ganado con sangre, sudor y... no lágrimas, pero sí rabia, una sin precedentes. Si él era capaz de llevarme a semejantes extremos sin intentarlo siquiera a propósito, ¿qué demonios me esperaba si no me marchaba de allí cuanto antes? ¿En qué me convertiría? ¿Seguiría siendo yo o acabaría como una caricatura de mí misma y de la mujer que hasta aquel momento había estado tan segura de todo que resultaba casi obsceno? No estaba segura, igual que tampoco sabía si quería llegar a descubrirlo.
– No, no estoy complacida. No he escuchado lo suficiente para saciar mi curiosidad, y te recuerdo que tienes más de un milenio de vida en el que has hecho cosas interesantes y que te han convertido en el ser que eres ahora. ¿Quieres que no te juzgue? Háblame de cuando no eras un hombre y olvídate de esa excusa.
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Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
¡Joder! Por supuesto, si esperaba que la loba se amansara, estaba pecando de idiota. Aunque por un instante, brevísimo e insuficiente, la ilusión de que podía conquistarla como se conquista una cima o un reino, se apoderó de él y lo empoderó. Como quien recibe los dones del altísimo, mismos que le fueron birlados cuando de hecho, tuvo oportunidad. Meditando en aquello fue tomado por sorpresa por su adversaria, quien logró zafarse de su agarre. Debía admitirlo, la chica sabía pelear.
Retrocedió por acto reflejo y la miró con mil preguntas de sus ojos de olivo mediterráneo. Sin embargo, ninguna escapó de sus labios apretados, tanto o más que sus puños en ese instante. Sólo movió la cabeza como lo hace un ave que busca algo. Si hubiera prestado más atención, tal vez hubiera logrado captar algo de la lucha interna de la inquisidora, pero se encontraba lidiando con la propia. Avanzó de nuevo, pero con más cautela.
Se detuvo y la encaró. Echó ambas manos al aire, como diciéndole: «aquí me tienes», aunque sabía que eso no era suficiente. Sonrió, de entre todas las cosas descabelladas sólo se le ocurrió esbozar ese gesto casi retador.
—Te contaré, pero sólo lo suficiente, te dejaré con dudas, con lagunas, con huecos en el camino, ¿por qué? Espero que tu curiosidad sea lo suficientemente fuerte como para que eso provoque que no que arranques la cabeza, no esta noche, al menos —se llevó una mano al cuello, como si tratara de sanar una herida imaginaria en su cogote—. Y porque así tendré nuevas oportunidades de verte —tuvo necesidad de agregar aquello sin saber cómo iba a reaccionar la volátil loba.
Guardó las manos en los bolsillos, mostrándose inofensivo, después de aquella danza peligrosa, después de aquellos aventurados acercamientos. Alzó el rostro y miró las mismas estrellas ue había observado por siglos. Lentamente volvió a clavar sus orbes en ella.
—El papel de víctima nunca me ha quedado, quizá por eso decidí, con el tiempo, los tiempos, el lugar, los lugares, la compañía, las personas… cambiar de nombre. He cambiado tanto de nombre como tú de zapatos desde que eras pequeña, de identidad, pero jamás he dejado ser quien soy. Algunos sabios dicen que el poder de algo o alguien reside en su nombre, ¿te imaginas si lo hubiera enterrado en las arenas del olvido? Soy y seré Judas, pero no el que todos conocen —hizo una pausa reflexiva y se acercó más. La tomó de ambos hombros con firmeza, con algo de desesperación, aunque su rostro se notaba sereno, como si no quisiera admitir su propia ansiedad.
—Ya te lo he dicho, tratar de conciliar mis realidades es tarea imposible. ¿O qué? ¿Me vas a ayudar? —fue descaradamente cínico. Rio, rio de buena gana aunque amargamente y la soltó—. Creí que venías a matarme, no a conocerme. No me estoy quejando, es un buen… cambio. ¿Pero a dónde nos dirigimos, Solange? Directo a un precipicio —tomó aire y luego hizo una ligera reverencia—: será un honor para mí caer a tu lado.
En muchos sentidos, esa críptica frase era poderosa. Ahí, hablando de su vida mortal frente a su enemigo natural. Ahí, a punto de enfrentarse (o no). Echó un vistazo sobre su hombro. Porque había perdido el hilo del tiempo y de pronto sintió que el sol podía llegar como un enemigo trapero.
—Me pides que te hable de mi vida inmortal, pero he pasado por demasiado como para hacerlo esta noche. Te diré que… te diré que tomé este camino cuando condené a mi maestro. No me culpes por la corrupción que reina entre los hombres —insistió en esa idea—, mi intención era otra. La de ambos, la de mi maestro y mía —entonces titubeó porque nunca había hablado de eso con nadie. Con absolutamente nadie en todos esos años. Entornó la mirada—. No sé por qué te doy tantas armas para destruirme —reflexionó, sin terminar de contar su relato. Su versión de la historia.
Retrocedió por acto reflejo y la miró con mil preguntas de sus ojos de olivo mediterráneo. Sin embargo, ninguna escapó de sus labios apretados, tanto o más que sus puños en ese instante. Sólo movió la cabeza como lo hace un ave que busca algo. Si hubiera prestado más atención, tal vez hubiera logrado captar algo de la lucha interna de la inquisidora, pero se encontraba lidiando con la propia. Avanzó de nuevo, pero con más cautela.
Se detuvo y la encaró. Echó ambas manos al aire, como diciéndole: «aquí me tienes», aunque sabía que eso no era suficiente. Sonrió, de entre todas las cosas descabelladas sólo se le ocurrió esbozar ese gesto casi retador.
—Te contaré, pero sólo lo suficiente, te dejaré con dudas, con lagunas, con huecos en el camino, ¿por qué? Espero que tu curiosidad sea lo suficientemente fuerte como para que eso provoque que no que arranques la cabeza, no esta noche, al menos —se llevó una mano al cuello, como si tratara de sanar una herida imaginaria en su cogote—. Y porque así tendré nuevas oportunidades de verte —tuvo necesidad de agregar aquello sin saber cómo iba a reaccionar la volátil loba.
Guardó las manos en los bolsillos, mostrándose inofensivo, después de aquella danza peligrosa, después de aquellos aventurados acercamientos. Alzó el rostro y miró las mismas estrellas ue había observado por siglos. Lentamente volvió a clavar sus orbes en ella.
—El papel de víctima nunca me ha quedado, quizá por eso decidí, con el tiempo, los tiempos, el lugar, los lugares, la compañía, las personas… cambiar de nombre. He cambiado tanto de nombre como tú de zapatos desde que eras pequeña, de identidad, pero jamás he dejado ser quien soy. Algunos sabios dicen que el poder de algo o alguien reside en su nombre, ¿te imaginas si lo hubiera enterrado en las arenas del olvido? Soy y seré Judas, pero no el que todos conocen —hizo una pausa reflexiva y se acercó más. La tomó de ambos hombros con firmeza, con algo de desesperación, aunque su rostro se notaba sereno, como si no quisiera admitir su propia ansiedad.
—Ya te lo he dicho, tratar de conciliar mis realidades es tarea imposible. ¿O qué? ¿Me vas a ayudar? —fue descaradamente cínico. Rio, rio de buena gana aunque amargamente y la soltó—. Creí que venías a matarme, no a conocerme. No me estoy quejando, es un buen… cambio. ¿Pero a dónde nos dirigimos, Solange? Directo a un precipicio —tomó aire y luego hizo una ligera reverencia—: será un honor para mí caer a tu lado.
En muchos sentidos, esa críptica frase era poderosa. Ahí, hablando de su vida mortal frente a su enemigo natural. Ahí, a punto de enfrentarse (o no). Echó un vistazo sobre su hombro. Porque había perdido el hilo del tiempo y de pronto sintió que el sol podía llegar como un enemigo trapero.
—Me pides que te hable de mi vida inmortal, pero he pasado por demasiado como para hacerlo esta noche. Te diré que… te diré que tomé este camino cuando condené a mi maestro. No me culpes por la corrupción que reina entre los hombres —insistió en esa idea—, mi intención era otra. La de ambos, la de mi maestro y mía —entonces titubeó porque nunca había hablado de eso con nadie. Con absolutamente nadie en todos esos años. Entornó la mirada—. No sé por qué te doy tantas armas para destruirme —reflexionó, sin terminar de contar su relato. Su versión de la historia.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Abyssus abyssum vocat in voce | Privado
Reconocía el valor de su estrategia porque yo habría hecho lo mismo de no encontrarme tan confundida, y en cierto modo arrebolada, por la fuerza que su presencia traía detrás, más allá incluso de su identidad histórica como Iscariote. Ante tales circunstancias me sentía incapaz de pensar antes de actuar, y aunque normalmente parecía que esa era siempre mi tendencia, debía reconocer ante el distinguible que no escuchaba mis pensamientos que siempre pensaba, aunque solamente fuera un poco y los actos fueran a la par que las ideas que se me metían en la cabeza. Salvo con él, y eso es lo que había provocado todo aquel maldito lío en el que estábamos los dos condenados a estar atrapados, ya que, de pensar, ni siquiera con sus mil historias lo habría dejado vivir y caminar por el mundo un día más. ¡Demonios, la ponzoña de sus palabras era peor que la de sus colmillos! Y yo me encontraba subyugada por el vampiro que ya antes de conocer me había parecido fascinante, a saber por qué, sólo para darme cuenta de que, en caso de seguir escuchando, podría perderme a mí misma y no saber si me iba a recuperar. ¿Y él me echaba en cara que había ido a matarlo y resultaba que había optado por conocerlo? La poca lógica que me quedaba intacta después de verlo me estaba repitiendo exactamente las mismas palabras que él había tenido a bien recordarme, ¡muchas gracias por semejante detalle! No necesitaba escucharlo de él para saber que mi actitud era confusa y contradictoria, eso siendo incluso optimista y sin indagar mucho en mis motivos, porque ya si intentaba comprender por qué hacía lo que hacía... Bueno, ni siquiera yo misma conocía la respuesta. ¿Cómo entonces no comprender lo que me decía de los nombres si, aún renegando de Solange, jamás había dejado de serlo? ¿Aquella niña que hacía todo lo contrario a lo que debía y ni siquiera entendía por qué, sólo le salía así? Él era la maldita horma de mi zapato.
– ¿Nos dirigimos al precipicio? Pensaba que hacía rato que te habías dado cuenta de que estoy bailando en el borde sin una red que me atrapa si caigo. ¿Y tú dices que me acompañarías? Más bien eres el responsable del empujón que me hará caer en la oscuridad para siempre. Soy yo la que debería quejarse porque soy la débil que, cuando debería matarte, te está conociendo.
No había rencor en mis palabras, al menos no hasta aquel maravilloso conociendo, y aun así no estaba enfocado hacia él sino hacia mí misma. Durante toda mi vida me había enorgullecido de ser una inquisidora que nunca tenía piedad con los seres que no se lo merecían, especialmente con los malditos chupasangres cuyo tacto siempre me daba asco, pero había bastado un par de ojos verdes bien puestos para que mi idea se fuera a pique sin posibilidad de recuperarla. Por mucho que él dijera que le era complicado tratar de conciliar sus realidades, ¿tenía la más mínima idea de cómo me resultaba a mí? A mí, que me movía hacia él para tocarlo con asco y deseo a la vez. A mí, que volví a cogerlo de la cara para besarlo como si nunca pudiera tener bastante del veneno que me estaba destrozando por dentro muy poco a poco. A mí, que me separé de él como si su tacto me quemara e ilustré así la maldita batalla que estaba teniendo lugar en mi cabeza y que nunca terminaba de comprender desde la primera vez que había posado los ojos en él. Así que venir a decirme que era complicado unir sus realidades me parecía una muestra de orgullo exacerbado y totalmente impropio de una situación en la que él parecía ser la víctima confundida, pero a la hora de la verdad tenía más papel de verdugo que de cualquier otra cosa... especialmente por su premeditación y su alevosía. ¿Cómo, si no, se explicaba que estuviera buscándose excusas en nuestro encuentro para volver a verme al tiempo que se garantizaba que lo dejaba con vida? Eso iba más allá del instinto de supervivencia que hasta los vampiros tenían; eso era pura crueldad, y resultaba irónico que para una vez que yo no era la cruel del par, me pareciera sumamente insoportable una actitud que, normalmente, me era tan propia como respirar. Hasta qué punto se habían dado la vuelta las tornas entre nosotros...
– Me das armas porque me las debes. Del mismo modo que tú me pones fácil destruirte a ti, yo te estoy poniendo en bandeja de plata desde el momento en que no te he matado que tú me hundas a mí como ya lo estás haciendo. Porque, Iscariote, ¿en qué me estás convirtiendo? No me gusta este cambio, y deberías saber que cuando acorralas a un animal, el resultado nunca puede ser bueno.
– ¿Nos dirigimos al precipicio? Pensaba que hacía rato que te habías dado cuenta de que estoy bailando en el borde sin una red que me atrapa si caigo. ¿Y tú dices que me acompañarías? Más bien eres el responsable del empujón que me hará caer en la oscuridad para siempre. Soy yo la que debería quejarse porque soy la débil que, cuando debería matarte, te está conociendo.
No había rencor en mis palabras, al menos no hasta aquel maravilloso conociendo, y aun así no estaba enfocado hacia él sino hacia mí misma. Durante toda mi vida me había enorgullecido de ser una inquisidora que nunca tenía piedad con los seres que no se lo merecían, especialmente con los malditos chupasangres cuyo tacto siempre me daba asco, pero había bastado un par de ojos verdes bien puestos para que mi idea se fuera a pique sin posibilidad de recuperarla. Por mucho que él dijera que le era complicado tratar de conciliar sus realidades, ¿tenía la más mínima idea de cómo me resultaba a mí? A mí, que me movía hacia él para tocarlo con asco y deseo a la vez. A mí, que volví a cogerlo de la cara para besarlo como si nunca pudiera tener bastante del veneno que me estaba destrozando por dentro muy poco a poco. A mí, que me separé de él como si su tacto me quemara e ilustré así la maldita batalla que estaba teniendo lugar en mi cabeza y que nunca terminaba de comprender desde la primera vez que había posado los ojos en él. Así que venir a decirme que era complicado unir sus realidades me parecía una muestra de orgullo exacerbado y totalmente impropio de una situación en la que él parecía ser la víctima confundida, pero a la hora de la verdad tenía más papel de verdugo que de cualquier otra cosa... especialmente por su premeditación y su alevosía. ¿Cómo, si no, se explicaba que estuviera buscándose excusas en nuestro encuentro para volver a verme al tiempo que se garantizaba que lo dejaba con vida? Eso iba más allá del instinto de supervivencia que hasta los vampiros tenían; eso era pura crueldad, y resultaba irónico que para una vez que yo no era la cruel del par, me pareciera sumamente insoportable una actitud que, normalmente, me era tan propia como respirar. Hasta qué punto se habían dado la vuelta las tornas entre nosotros...
– Me das armas porque me las debes. Del mismo modo que tú me pones fácil destruirte a ti, yo te estoy poniendo en bandeja de plata desde el momento en que no te he matado que tú me hundas a mí como ya lo estás haciendo. Porque, Iscariote, ¿en qué me estás convirtiendo? No me gusta este cambio, y deberías saber que cuando acorralas a un animal, el resultado nunca puede ser bueno.
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