AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
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La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
La primera
de muchas noches~
Muchos tal vez se preguntarían por qué hacía aquello. Después de todo, no había nada que aquella familia pudiera ofrecerle, ni contactos, ni poder, ni privilegios. Absolutamente nada. Sin embargo, allí estaba él. Uno de los que se creían sus amigos se atrevió a cuestionarlo, “¿Por qué sigues manteniendo a esa familia por un compromiso que no beneficia a nadie más que a ellos? Bien podrías terminar ese contrato y buscar un arreglo más conveniente”. El milenario vampiro había convencido a su compañero de que respetaba el contrato por respeto a la memoria de su supuesto difunto padre, quien por su puesto no había nadie más que él mismo algunos años en el pasado.
Años atrás había conocido a William Norwich en una taberna bastante exclusiva, sólo aquellos de clase alta tenían el acceso permitido, en aquel entonces ambos William era joven y derrochaba el poco dinero al que su padre le daba acceso. La siguiente vez que supo de él fue por el periódico, la noticia se refería a la muerte de su esposa en un trágico accidente de tren pero aprovechaban para hablar de anteriormente millonario Norwich quien ahora estaba en la bancarrota, fue entonces que decidió hacerle una visita. Estaba muy desmejorado y ebrio cuando llegó a su casa, se notaba que la muerte de su esposa le había afectado, pero quizás no tanto como lo hacía la pérdida de su fortuna. Aquel día tuvo la oportunidad de conocer también a su hija pequeña, era una preciosa morocha de ojos verdes esmeralda, y fue entonces cuando al contrato fue firmado.
¿Por qué lo había hecho? No lo sabía, fue un simple impulso. La chica sólo tenía 5 años, pero sus grandes y expresivos ojos verdes capturaron su atención al instante. Tuvo el placer de cargarla y sentir su pequeño corazón latir con la vitalidad de cualquier niño, y sencillamente tomó la decisión: ella sería suya, tarde o temprano lo sería. Tan pronto como los papeles fueron firmados y notariados, desapareció, no podía arriesgarse a que ella lo reconociera luego, de William no se preocupaba pues en cada uno de sus encuentros él había estado ebrio, aún así nunca perdió de vista a ninguno. De aquello ya habían pasado muchos años, 16 para ser precisos. Hasta entonces se había hecho cargo de la familia Norwich, dándole a William una cantidad limitada mensual que pudiera gastar en juegos y alcohol, se había encargado hasta hace muy poco de los estudios en el exterior de los gemelos, quienes ahora trabajaban como profesores en el College de France, y diversas clases particulares para su pequeña prometida, aunque tenía otros planes a futuro para ella. Todo a su debido tiempo, se dijo a sí mismo.
Y allí estaba él en aquel momento, en el recibidor de la mansión Norwich, hablando nimiedades con el viejo William. Haría ya dos meses desde que escribiera una carta como si se tratase del hijo del hombre que él había conocido, diciéndole que estaría pronto en París nuevamente y especificando la fecha en que iría a conocer a la joven Aneu. Para esa noche tenía planeada una cena sólo para ellos dos, quería conocerla y saber si su elección había sido acertada, si hacía lo correcto al casarse con ella o era lo mejor buscar a alguien más. No esperaba ser romántico, no quería su amor, era un hombre demasiado práctico para caer así de bajo, él lo consideraba más como una reunión de negocios, pero a la vez quería darle una buena impresión, esperaba de ella lo mismo.
Escuchaba a William agradecerle una vez más por respetar el acuerdo al que habían llegado “su padre” y él cuando la escuchó acercarse. Ella estaba en el piso superior, llevaba rato lista y dando vueltas, taconeando de un lado a otro, cosa que lo ponía sinceramente nervioso, en más de una ocasión estuvo a punto de dejar al viejo hombre hablando sólo para ir arriba ir traerla a rastras, pero su naturaleza paciente lo había hecho esperar. Cuando la escuchó finalmente bajar las escaleras, se puso de pie mirando en su dirección, su acompañante lo imitó. Verla finalmente aparecer le mereció la pena por la espera, ella lucía sencillamente hermosa. Caballerosamente se acercó al pie de la escalera y le ofreció su mano para ayudarla a bajar los últimos escalones.
-Mi pequeña flor, luz de esta casa, de mi vida- comenzó dramáticamente el “mayor” de los presentes, capturando la atención de los otros dos mientras la tomaba de las manos y llevaba a sus labios para besarlas, acto que habría sido considerado fraternal si no apestara a alcohol y estuviera sobreactuando. -Cuando firmé aquel contrato hace tantos años atrás, esperaba sinceramente que nunca te convirtieras en mujer, quería que fueras siempre mi niña para que nunca nadie pudiera apartarte de mi lado. Pero has crecido y te has convertido en una hermosa mujer- bueno, todo aquello al menos sonaba sincero. -Espero sinceramente, joven Bourne, que cuide de mi niña- el vampiro tuvo que contenerse para no decirle que lo haría incluso mejor que él, en cambio simplemente sonrió.
Después de aquel discurso, pasó a presentarlo ante ella -Hija. Este hombre junto a ti es el hijo de un viejo amigo, gracias a él y su padre estamos donde estamos, de lo contrario tanto nosotros como tus hermanos estaríamos en la calle. Le debemos muchísimo.- el uso de aquellas palabras en particular convencieron al vampiro de que no había sido para el hombre convencer a su hija de asistir a aquella cena, y que con aquello esperaba hacerle ver que estaba haciendo lo correcto. -Él es Olivier Bourne, Barón de Francia, y tu futuro esposo-. Al ver que terminaba de hablar, Olivier tomó la pequeña mano de su prometida y la llevó a sus labios para depositar en ella un beso durante el cual no pudo apartar la mirada de aquellas esmeraldas que lo observaban con una serie de sentimientos que esperaba descubrir aquella noche. -Es para mí un placer conocerla finalmente, madmoiselle. Espero poder brindarle una agradable velada-.
Él sabía que para ella no debía ser del todo grato su visita, pero se esforzaría por hacerla sentir cómoda en su presencia, si bien no deseaba una esposa que lo amara tampoco quería vivir en una eterna guerra, lo mejor para los dos sería llevarse bien y mantener una relación lo suficientemente adulta para respetarse mutuamente y respetar los derechos y deberes el otro.
Años atrás había conocido a William Norwich en una taberna bastante exclusiva, sólo aquellos de clase alta tenían el acceso permitido, en aquel entonces ambos William era joven y derrochaba el poco dinero al que su padre le daba acceso. La siguiente vez que supo de él fue por el periódico, la noticia se refería a la muerte de su esposa en un trágico accidente de tren pero aprovechaban para hablar de anteriormente millonario Norwich quien ahora estaba en la bancarrota, fue entonces que decidió hacerle una visita. Estaba muy desmejorado y ebrio cuando llegó a su casa, se notaba que la muerte de su esposa le había afectado, pero quizás no tanto como lo hacía la pérdida de su fortuna. Aquel día tuvo la oportunidad de conocer también a su hija pequeña, era una preciosa morocha de ojos verdes esmeralda, y fue entonces cuando al contrato fue firmado.
¿Por qué lo había hecho? No lo sabía, fue un simple impulso. La chica sólo tenía 5 años, pero sus grandes y expresivos ojos verdes capturaron su atención al instante. Tuvo el placer de cargarla y sentir su pequeño corazón latir con la vitalidad de cualquier niño, y sencillamente tomó la decisión: ella sería suya, tarde o temprano lo sería. Tan pronto como los papeles fueron firmados y notariados, desapareció, no podía arriesgarse a que ella lo reconociera luego, de William no se preocupaba pues en cada uno de sus encuentros él había estado ebrio, aún así nunca perdió de vista a ninguno. De aquello ya habían pasado muchos años, 16 para ser precisos. Hasta entonces se había hecho cargo de la familia Norwich, dándole a William una cantidad limitada mensual que pudiera gastar en juegos y alcohol, se había encargado hasta hace muy poco de los estudios en el exterior de los gemelos, quienes ahora trabajaban como profesores en el College de France, y diversas clases particulares para su pequeña prometida, aunque tenía otros planes a futuro para ella. Todo a su debido tiempo, se dijo a sí mismo.
Y allí estaba él en aquel momento, en el recibidor de la mansión Norwich, hablando nimiedades con el viejo William. Haría ya dos meses desde que escribiera una carta como si se tratase del hijo del hombre que él había conocido, diciéndole que estaría pronto en París nuevamente y especificando la fecha en que iría a conocer a la joven Aneu. Para esa noche tenía planeada una cena sólo para ellos dos, quería conocerla y saber si su elección había sido acertada, si hacía lo correcto al casarse con ella o era lo mejor buscar a alguien más. No esperaba ser romántico, no quería su amor, era un hombre demasiado práctico para caer así de bajo, él lo consideraba más como una reunión de negocios, pero a la vez quería darle una buena impresión, esperaba de ella lo mismo.
Escuchaba a William agradecerle una vez más por respetar el acuerdo al que habían llegado “su padre” y él cuando la escuchó acercarse. Ella estaba en el piso superior, llevaba rato lista y dando vueltas, taconeando de un lado a otro, cosa que lo ponía sinceramente nervioso, en más de una ocasión estuvo a punto de dejar al viejo hombre hablando sólo para ir arriba ir traerla a rastras, pero su naturaleza paciente lo había hecho esperar. Cuando la escuchó finalmente bajar las escaleras, se puso de pie mirando en su dirección, su acompañante lo imitó. Verla finalmente aparecer le mereció la pena por la espera, ella lucía sencillamente hermosa. Caballerosamente se acercó al pie de la escalera y le ofreció su mano para ayudarla a bajar los últimos escalones.
-Mi pequeña flor, luz de esta casa, de mi vida- comenzó dramáticamente el “mayor” de los presentes, capturando la atención de los otros dos mientras la tomaba de las manos y llevaba a sus labios para besarlas, acto que habría sido considerado fraternal si no apestara a alcohol y estuviera sobreactuando. -Cuando firmé aquel contrato hace tantos años atrás, esperaba sinceramente que nunca te convirtieras en mujer, quería que fueras siempre mi niña para que nunca nadie pudiera apartarte de mi lado. Pero has crecido y te has convertido en una hermosa mujer- bueno, todo aquello al menos sonaba sincero. -Espero sinceramente, joven Bourne, que cuide de mi niña- el vampiro tuvo que contenerse para no decirle que lo haría incluso mejor que él, en cambio simplemente sonrió.
Después de aquel discurso, pasó a presentarlo ante ella -Hija. Este hombre junto a ti es el hijo de un viejo amigo, gracias a él y su padre estamos donde estamos, de lo contrario tanto nosotros como tus hermanos estaríamos en la calle. Le debemos muchísimo.- el uso de aquellas palabras en particular convencieron al vampiro de que no había sido para el hombre convencer a su hija de asistir a aquella cena, y que con aquello esperaba hacerle ver que estaba haciendo lo correcto. -Él es Olivier Bourne, Barón de Francia, y tu futuro esposo-. Al ver que terminaba de hablar, Olivier tomó la pequeña mano de su prometida y la llevó a sus labios para depositar en ella un beso durante el cual no pudo apartar la mirada de aquellas esmeraldas que lo observaban con una serie de sentimientos que esperaba descubrir aquella noche. -Es para mí un placer conocerla finalmente, madmoiselle. Espero poder brindarle una agradable velada-.
Él sabía que para ella no debía ser del todo grato su visita, pero se esforzaría por hacerla sentir cómoda en su presencia, si bien no deseaba una esposa que lo amara tampoco quería vivir en una eterna guerra, lo mejor para los dos sería llevarse bien y mantener una relación lo suficientemente adulta para respetarse mutuamente y respetar los derechos y deberes el otro.
Dev Peltier- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 25/08/2014
Re: La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
¿Había algo peor que despertarse la mañana de tu cumpleaños y descubrir que tu familia está arruinada? Sí, enterarte que llevas dieciséis años prometida a un hombre que te saca diecisiete y al que no conoces de nada. Saber que no puedes rechazarlo, porque os había mantenido a ti y a tu borracho padre durante todo este tiempo y que de no ser por él, seguramente no tendrías nada.
Aneu se encontraba al borde de un ataque de nervios. No le había dado tiempo a reaccionar más allá de pegar cuatro gritos, romper un jarrón y estrellar una silla contra la mesa. ¿Cómo esperaba que se adaptara a las cosas si no le daba tiempo de transición? Hacía solamente dos días que se había encontrado con todo el percal y ya iban a presentarle a su famoso prometido. ¿Famoso de qué si no sabía nada de él? Ah, sí, porque era el barón de Francia, ni más ni menos. ¿Hola? ¿Había alguien cuerdo en esa casa? Ella no lo estaba, eso lo tenía claro, y su padre era una maldita cucaracha. ¿Por qué sus hermanos la habían dejado sola con él? Eso era algo que aún no alcanzaba a comprender, no después de haber sido uña y carne con ellos por cinco años... sí, se fueron cuando ella tenía ocho, pero las cosas ya habían cambiado mucho para entonces, con la muerte de su madre en aquel trágico accidente. Aquel día no sólo había perdido a quien la trajera al mundo en su nacimiento, sino a toda su familia de un único plumazo inesperado. Pero eso estaba superado, ya había aprendido a vivir sola en un mundo que no te ofrecía nada y lo llevaba bastante bien. Pero no aquella noche.
Se había puesto un vestido de color esmeralda apagado que le llegaba hasta justo rebasar las rodillas y unos zapatos con algo de tacón de color negro. Una gargantilla que antaño fuera de su madre le decoraba el cuello, cayendo graciosamente sobre sus marcadas clavículas que permanecían expuestas por ser la vestimenta de tirantes gruesos. El cabello lo tenía recogido en un moño un poco casual y diversas horquillas se encargaban de mantener sus rebeldes mechones castaños sujetos. Se movía exasperada de un lado al otro del pasillo, sin llegar a asomarse a la zona de éste que quedaba descubierta al piso inferior y las escaleras. Podía oír las voces de su padre y el susodicho prometido, aunque no entendía lo que decían.
Finalmente, tomó aire en profundidad y con pasos demasiado bruscos para una dama, se aproximó al último escalón y empezó a descender, sujetándose a la barandilla con una mano. No estaba acostumbrada a ese calzado y temía perder el equilibrio. Vio a su progenitor acercarse y ofrecerle ayuda, a la que ella accedió, aunque se le revolviese el estómago por hacerlo. Ignoró los falsos halagos y miró al hombre que tenía en frente sin vergüenza alguna ni amedrente. Pensaba afrontar la situación como una valiente, y estaba convencida de que el hombre terminaría por desear anular él mismo el matrimonio, lo que, según el contrato, le obligaría a seguir manteniendo a su familia.
Dejó que el desconocido tomara su mano y quiso ver más allá. Por desgracia, sus poderes como bruja eran nefastos y ni si quiera era capaz de distinguir bien las auras, pero ese color rubí que envolvía al hombre, desde luego significaba algo importante.
Hizo una breve y educada reverencia, flexionando una de las piernas y estirando la otra justo por detrás de la primera. Al erguirse, volvió la vista hacia su padre y contuvo un gruñido.
-Padre, si es tan amable de dejarnos a solas... ya ha cumplido su labor por hoy.
Lo último que necesitaba, era a ese borracho cerca para fastidiar sus planes. Mejor lejos y encerrado, amorrado a una botella. Le pudo oír disculpándose y luego marcharse, casi tropezando con uno de los escalones, a lo que el hombre se rió. Estúpido viejo...
Se centró nuevamente en su acompañante y finalmente le dirigió a él la palara.
-¿Puedo saber por qué yo?
Inquirió sin cortarse ni un pelo, ansiando saber la respuesta. ¿Por qué ella, si ni si quiera se conocían? ¿Por qué ella, de entre todas las jóvenes casaderas de París? ¿Por qué ella, sin más?
Aneu se encontraba al borde de un ataque de nervios. No le había dado tiempo a reaccionar más allá de pegar cuatro gritos, romper un jarrón y estrellar una silla contra la mesa. ¿Cómo esperaba que se adaptara a las cosas si no le daba tiempo de transición? Hacía solamente dos días que se había encontrado con todo el percal y ya iban a presentarle a su famoso prometido. ¿Famoso de qué si no sabía nada de él? Ah, sí, porque era el barón de Francia, ni más ni menos. ¿Hola? ¿Había alguien cuerdo en esa casa? Ella no lo estaba, eso lo tenía claro, y su padre era una maldita cucaracha. ¿Por qué sus hermanos la habían dejado sola con él? Eso era algo que aún no alcanzaba a comprender, no después de haber sido uña y carne con ellos por cinco años... sí, se fueron cuando ella tenía ocho, pero las cosas ya habían cambiado mucho para entonces, con la muerte de su madre en aquel trágico accidente. Aquel día no sólo había perdido a quien la trajera al mundo en su nacimiento, sino a toda su familia de un único plumazo inesperado. Pero eso estaba superado, ya había aprendido a vivir sola en un mundo que no te ofrecía nada y lo llevaba bastante bien. Pero no aquella noche.
Se había puesto un vestido de color esmeralda apagado que le llegaba hasta justo rebasar las rodillas y unos zapatos con algo de tacón de color negro. Una gargantilla que antaño fuera de su madre le decoraba el cuello, cayendo graciosamente sobre sus marcadas clavículas que permanecían expuestas por ser la vestimenta de tirantes gruesos. El cabello lo tenía recogido en un moño un poco casual y diversas horquillas se encargaban de mantener sus rebeldes mechones castaños sujetos. Se movía exasperada de un lado al otro del pasillo, sin llegar a asomarse a la zona de éste que quedaba descubierta al piso inferior y las escaleras. Podía oír las voces de su padre y el susodicho prometido, aunque no entendía lo que decían.
Finalmente, tomó aire en profundidad y con pasos demasiado bruscos para una dama, se aproximó al último escalón y empezó a descender, sujetándose a la barandilla con una mano. No estaba acostumbrada a ese calzado y temía perder el equilibrio. Vio a su progenitor acercarse y ofrecerle ayuda, a la que ella accedió, aunque se le revolviese el estómago por hacerlo. Ignoró los falsos halagos y miró al hombre que tenía en frente sin vergüenza alguna ni amedrente. Pensaba afrontar la situación como una valiente, y estaba convencida de que el hombre terminaría por desear anular él mismo el matrimonio, lo que, según el contrato, le obligaría a seguir manteniendo a su familia.
Dejó que el desconocido tomara su mano y quiso ver más allá. Por desgracia, sus poderes como bruja eran nefastos y ni si quiera era capaz de distinguir bien las auras, pero ese color rubí que envolvía al hombre, desde luego significaba algo importante.
Hizo una breve y educada reverencia, flexionando una de las piernas y estirando la otra justo por detrás de la primera. Al erguirse, volvió la vista hacia su padre y contuvo un gruñido.
-Padre, si es tan amable de dejarnos a solas... ya ha cumplido su labor por hoy.
Lo último que necesitaba, era a ese borracho cerca para fastidiar sus planes. Mejor lejos y encerrado, amorrado a una botella. Le pudo oír disculpándose y luego marcharse, casi tropezando con uno de los escalones, a lo que el hombre se rió. Estúpido viejo...
Se centró nuevamente en su acompañante y finalmente le dirigió a él la palara.
-¿Puedo saber por qué yo?
Inquirió sin cortarse ni un pelo, ansiando saber la respuesta. ¿Por qué ella, si ni si quiera se conocían? ¿Por qué ella, de entre todas las jóvenes casaderas de París? ¿Por qué ella, sin más?
Última edición por Aneu Norwich el Mar Oct 07, 2014 12:06 pm, editado 1 vez
Aneu Norwich- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 9
Fecha de inscripción : 10/09/2014
Re: La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
La primera de muchas noches
>> El momento de tomar una decisión <<
Contemplarla de nuevo después de tantos años era un verdadero deleite. Aneu era hermosa, más de lo que hubiera imaginado cuando la vio por primera vez siendo ella sólo una niña. Su rostro poseía rasgos delicados y finos; su cuerpo era el de una jovencita convirtiéndose en mujer, de suaves pero prometedoras curvas que con el tiempo de seguro se acentuarían; se movía con una elegancia innata, de la que el vampiro se preguntó si ella era consciente. El esmeralda de su vestido combinaba a la perfección con el de sus ojos, esos que lo habían atrapado años en el pasado y que ahora de alguna manera lo hechizaban, Olivier quería creer que era cosa de los poderes de hechicera que ella aún no dominaba del todo.
Tras una leve reverencia, respondiendo a la que ella le dedicara, la observó despachar con carácter fuerte y decidido a su propio padre, atrayendo la atención del mayor. Por un momento pensó que estaba impaciente por quedarse a solas con él, que fuera de lo que pensara cualquiera se sentía atraída por su posición como Barón. Por su parte, el vampiro evitaba expresar ningún tipo de emoción más allá de simpatía y buena educación, no quería que sus reacciones afectaran de ninguna manera en la forma de actuar de ella. Quería conocerla tal cual era, sus fortalezas y debilidades, su carácter. Fue grato saber, poco después, que su primera impresión había sido errada. La interrogante a la que lo sometía no era en absoluto algo que preguntaría una mujer deseosa de convertirse en Baronesa.
“¿Puedo saber por qué yo?” repitió en su mente. ¿Cuántas veces se había hecho él mismo esa pregunta desde que firmase el dichoso acuerdo? Incontables. Pero no era para menos, la había escogido siendo tan sólo una cría, incluso ahora ella era mucho menor de lo que él aparentaba ser, en apariencia podía llevarle fácilmente unos 16 o 17 años, aunque para la época aquella diferencia fuese considerada normal, no cambiaba el hecho de que ella era aún muy joven. Como respuesta, de momento, simplemente le dedicó una sonrisa mientras le ofrecía su brazo para salir de la mansión, a sus puertas los esperaba su cochero en uno de sus más lujosos carruajes. -Responderé a esa y cada una las dudas que usted pueda tener, madmoiselle, así mismo como espero respuestas de su parte. Pero no acá. Si me honra usted con su compañía por unas cuantas horas, es mi deseo hacerla pasar una noche diferente y, espero, entretenida- pronunció mirándola con sus ojos celestes directo a los esmeralda de ella.
Ella parecía reticente a acompañarlo, y no era para menos, después de todo él era un completo desconocido para ella, por lo que decidió explicarse, pero para ello se planto frente a ella, muy cerca, tomándole el mentón para poder perderse con mayor facilidad en los hermosos ojos que comenzaban a tornarse un vicio. -Madmoiselle Norwich, en el futuro será usted mi esposa, Madame Bourne, créame que tendré muchas noches para hacerla mía-. La sonrisa que adornó su rostro tras aquellas palabras se tornó traviesa, con un toque de inocencia impropio de él. -Sin embargo, esta no será una de ellas. Esta es nuestra primera noche, la primera de muchas, pero por hoy sólo deseo charlar-. Continuó. Al notar que aún no parecía convencida de abandonar su hogar con un desconocido, optó por jugar su última carta.
-Para su tranquilidad, tendremos una chaperona, una mujer sordomuda que sirve a mi casa hace años. De ese modo usted se sentirá segura de que hay alguien observando, pero ella no podrá escuchar ni mucho menos repetir nada de lo que usted o yo tengamos que decir-. Terminó su discurso, pero por si a ella aún le quedaban dudas, haría uso de sus poderes de persuasión. Tomó finalmente su brazo y pronunció en un tono amable pero imperativo -Acompáñeme- de manera que no pudiera negarse a su pedido.
Para esa noche no había planes de ir a un costoso Restaurant, tampoco los esperaba un enorme buffet en el comedor de su mansión, al contrario, lo que conseguirían era un lugar vacío casi a su totalidad dado que les había dado la noche a la mayoría de sus trabajadores, con ellos únicamente estarían Anne, la mujer sordomuda de la que le había hablado y quien los acompañaría en la misma habitación toda la velada sin ser notada; Charles, su cochero, estaría disponible para el momento en que debiera llevarla de vuelta a su hogar; y Rob, el mayordomo, quien estaría rondando cerca por si llegaban a necesitar algo, pero sin interrumpir si no era llamado. Lo que deseaba para aquella noche era ponerse cómodo, lograr que ella lo hiciera igual, y prepararle él mismo un delicioso platillo, después de todo la intimidad era algo que toda pareja debía poseer.
Con gentileza, guió a su joven y hermosa prometida hasta el carruaje, en donde la ayudó personalmente a subir. Como con todas sus mujeres en el pasado, era demasiado posesivo para dejar que nadie más que él la tocase siquiera. El viaje transcurrió en silencio, no quiso decir nada y supuso que ella tampoco lo haría hasta obtener la respuesta que deseaba. Pronto, se hizo visible desde el carruaje la imponente mansión Bourne, o debería decir mejor castillo, sin duda el término iba mejor con la enorme y antigua edificación. Se sentía orgulloso de aquel lugar, se suponía que había sido construido piedra a piedra por su tatarabuelo, al menos esa era la versión humana de la historia, pero en realidad no había otro actor intelectual y físico más que él mismo. Sinceramente deseaba que ella se sintiese cómoda en el lugar.
Al detenerse frente al arco de entrada, bajó y la ayudó nuevamente, permitiéndole un momento para observar todo lo que los rodeaba, no sólo la construcción, sino también los jardines y hermosos alrededores. El paseo por los pasillos fue más bien rápido, ya habría tiempo de mostrárselo, de momento era la cocina a donde quería llegar, lugar donde Anne ya los esperaba, sentada en un rincón, con intención de que su presencia fuera lo menos invasiva posible. Apenas llegaron a aquel santuario, dejó a la chica moverse con libertad, mientras él simplemente la observaba apoyado en el mesón central. Sin dejar de deleitarse con su figura nerviosa caminando por todos lados en su cocina, se quitó la corbata escarlata que mantenía cerrado el cuello de su camisa negra. No había llevado chaqueta aquella noche, por lo que el quitar aquella prenda, dejando su camisa ligeramente abierta en la parte superior, lo hacía lucir un poco más relajado y joven.
-Creo sinceramente que la respuesta a su pregunta puede no ser del todo de su agrado, madmoiselle-. Confesó antes de realmente responder. -La verdad sobre el ¿Por qué usted? La desconozco del todo. Como usted debe saber, el acuerdo ha sido firmado por su padre y por el mío, yo me he enterado de esto hace apenas unos meses, después de la muerte de mi padre. Él ni siquiera ha tenido el valor de decirlo antes de fallecer, ha tenido que dejarlo escrito en su testamento junto a su copia firmada del contrato para que yo no pudiera evadirlo-. Aquello no era del todo cierto, pero no podía venir a decirle de buenas a primeras que no era humano.
-Imagino que usted deseará que yo rechace nuestro compromiso, de esa forma yo tendría que seguir manteniendo a su familia como si nada y usted se salvará de un matrimonio no deseado. Pero, déjeme decirle, si lo ha pensado puede ir olvidándose de tal idea. Mi paciencia tiende a infinito, y no está en mis planes permitir que una inversión tan grande como la que ha hecho mi padre en su familia se vaya al traste. Pienso que ha debido tener algún motivo por el cual invertir tanto en un hombre alcohólico y su familia. Pero, si usted no desea casarse conmigo, bien puede ser usted quien rompa el compromiso, y ambos seríamos libres: usted de mí y yo de su padre, aunque claro, eso lo dejaría a él con una enorme deuda. Es su decisión-. Pronunció aquello mientras seguía en su intento por ponerse más cómodo en su propia casa, quitándose zapatos y medias, quedando descalzo. -Si decide irse, Charles la llevará a su casa con gusto, si por el contrario decide quedarse, la invito a ponerse cómoda y a preguntar cualquier cosa que desee sobre mi persona-. A continuación simplemente se quedó observando sus reacciones, con el fin de conocer su respuesta antes incluso que la pronunciara.
Tras una leve reverencia, respondiendo a la que ella le dedicara, la observó despachar con carácter fuerte y decidido a su propio padre, atrayendo la atención del mayor. Por un momento pensó que estaba impaciente por quedarse a solas con él, que fuera de lo que pensara cualquiera se sentía atraída por su posición como Barón. Por su parte, el vampiro evitaba expresar ningún tipo de emoción más allá de simpatía y buena educación, no quería que sus reacciones afectaran de ninguna manera en la forma de actuar de ella. Quería conocerla tal cual era, sus fortalezas y debilidades, su carácter. Fue grato saber, poco después, que su primera impresión había sido errada. La interrogante a la que lo sometía no era en absoluto algo que preguntaría una mujer deseosa de convertirse en Baronesa.
“¿Puedo saber por qué yo?” repitió en su mente. ¿Cuántas veces se había hecho él mismo esa pregunta desde que firmase el dichoso acuerdo? Incontables. Pero no era para menos, la había escogido siendo tan sólo una cría, incluso ahora ella era mucho menor de lo que él aparentaba ser, en apariencia podía llevarle fácilmente unos 16 o 17 años, aunque para la época aquella diferencia fuese considerada normal, no cambiaba el hecho de que ella era aún muy joven. Como respuesta, de momento, simplemente le dedicó una sonrisa mientras le ofrecía su brazo para salir de la mansión, a sus puertas los esperaba su cochero en uno de sus más lujosos carruajes. -Responderé a esa y cada una las dudas que usted pueda tener, madmoiselle, así mismo como espero respuestas de su parte. Pero no acá. Si me honra usted con su compañía por unas cuantas horas, es mi deseo hacerla pasar una noche diferente y, espero, entretenida- pronunció mirándola con sus ojos celestes directo a los esmeralda de ella.
Ella parecía reticente a acompañarlo, y no era para menos, después de todo él era un completo desconocido para ella, por lo que decidió explicarse, pero para ello se planto frente a ella, muy cerca, tomándole el mentón para poder perderse con mayor facilidad en los hermosos ojos que comenzaban a tornarse un vicio. -Madmoiselle Norwich, en el futuro será usted mi esposa, Madame Bourne, créame que tendré muchas noches para hacerla mía-. La sonrisa que adornó su rostro tras aquellas palabras se tornó traviesa, con un toque de inocencia impropio de él. -Sin embargo, esta no será una de ellas. Esta es nuestra primera noche, la primera de muchas, pero por hoy sólo deseo charlar-. Continuó. Al notar que aún no parecía convencida de abandonar su hogar con un desconocido, optó por jugar su última carta.
-Para su tranquilidad, tendremos una chaperona, una mujer sordomuda que sirve a mi casa hace años. De ese modo usted se sentirá segura de que hay alguien observando, pero ella no podrá escuchar ni mucho menos repetir nada de lo que usted o yo tengamos que decir-. Terminó su discurso, pero por si a ella aún le quedaban dudas, haría uso de sus poderes de persuasión. Tomó finalmente su brazo y pronunció en un tono amable pero imperativo -Acompáñeme- de manera que no pudiera negarse a su pedido.
Para esa noche no había planes de ir a un costoso Restaurant, tampoco los esperaba un enorme buffet en el comedor de su mansión, al contrario, lo que conseguirían era un lugar vacío casi a su totalidad dado que les había dado la noche a la mayoría de sus trabajadores, con ellos únicamente estarían Anne, la mujer sordomuda de la que le había hablado y quien los acompañaría en la misma habitación toda la velada sin ser notada; Charles, su cochero, estaría disponible para el momento en que debiera llevarla de vuelta a su hogar; y Rob, el mayordomo, quien estaría rondando cerca por si llegaban a necesitar algo, pero sin interrumpir si no era llamado. Lo que deseaba para aquella noche era ponerse cómodo, lograr que ella lo hiciera igual, y prepararle él mismo un delicioso platillo, después de todo la intimidad era algo que toda pareja debía poseer.
Con gentileza, guió a su joven y hermosa prometida hasta el carruaje, en donde la ayudó personalmente a subir. Como con todas sus mujeres en el pasado, era demasiado posesivo para dejar que nadie más que él la tocase siquiera. El viaje transcurrió en silencio, no quiso decir nada y supuso que ella tampoco lo haría hasta obtener la respuesta que deseaba. Pronto, se hizo visible desde el carruaje la imponente mansión Bourne, o debería decir mejor castillo, sin duda el término iba mejor con la enorme y antigua edificación. Se sentía orgulloso de aquel lugar, se suponía que había sido construido piedra a piedra por su tatarabuelo, al menos esa era la versión humana de la historia, pero en realidad no había otro actor intelectual y físico más que él mismo. Sinceramente deseaba que ella se sintiese cómoda en el lugar.
Al detenerse frente al arco de entrada, bajó y la ayudó nuevamente, permitiéndole un momento para observar todo lo que los rodeaba, no sólo la construcción, sino también los jardines y hermosos alrededores. El paseo por los pasillos fue más bien rápido, ya habría tiempo de mostrárselo, de momento era la cocina a donde quería llegar, lugar donde Anne ya los esperaba, sentada en un rincón, con intención de que su presencia fuera lo menos invasiva posible. Apenas llegaron a aquel santuario, dejó a la chica moverse con libertad, mientras él simplemente la observaba apoyado en el mesón central. Sin dejar de deleitarse con su figura nerviosa caminando por todos lados en su cocina, se quitó la corbata escarlata que mantenía cerrado el cuello de su camisa negra. No había llevado chaqueta aquella noche, por lo que el quitar aquella prenda, dejando su camisa ligeramente abierta en la parte superior, lo hacía lucir un poco más relajado y joven.
-Creo sinceramente que la respuesta a su pregunta puede no ser del todo de su agrado, madmoiselle-. Confesó antes de realmente responder. -La verdad sobre el ¿Por qué usted? La desconozco del todo. Como usted debe saber, el acuerdo ha sido firmado por su padre y por el mío, yo me he enterado de esto hace apenas unos meses, después de la muerte de mi padre. Él ni siquiera ha tenido el valor de decirlo antes de fallecer, ha tenido que dejarlo escrito en su testamento junto a su copia firmada del contrato para que yo no pudiera evadirlo-. Aquello no era del todo cierto, pero no podía venir a decirle de buenas a primeras que no era humano.
-Imagino que usted deseará que yo rechace nuestro compromiso, de esa forma yo tendría que seguir manteniendo a su familia como si nada y usted se salvará de un matrimonio no deseado. Pero, déjeme decirle, si lo ha pensado puede ir olvidándose de tal idea. Mi paciencia tiende a infinito, y no está en mis planes permitir que una inversión tan grande como la que ha hecho mi padre en su familia se vaya al traste. Pienso que ha debido tener algún motivo por el cual invertir tanto en un hombre alcohólico y su familia. Pero, si usted no desea casarse conmigo, bien puede ser usted quien rompa el compromiso, y ambos seríamos libres: usted de mí y yo de su padre, aunque claro, eso lo dejaría a él con una enorme deuda. Es su decisión-. Pronunció aquello mientras seguía en su intento por ponerse más cómodo en su propia casa, quitándose zapatos y medias, quedando descalzo. -Si decide irse, Charles la llevará a su casa con gusto, si por el contrario decide quedarse, la invito a ponerse cómoda y a preguntar cualquier cosa que desee sobre mi persona-. A continuación simplemente se quedó observando sus reacciones, con el fin de conocer su respuesta antes incluso que la pronunciara.
Dev Peltier- Cambiante Clase Alta
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Re: La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
Se quedó mirando fijamente los azulados ojos oscuros de su supuesto prometido, esperando a que respondiera a su sencilla pregunta. Porque sí, ¡era sencilla! Podría haber elegido a una mujer más hermosa, más lista, más educada, mejor predispuesta a la idea del matrimonio, una chica sin problemas de dinero, sin un padre borracho y despilfarrador, una joven sin lamentos por una pérdida, sin poderes de bruja a medio desarrollar. Pero no, había metido la pata hasta el fondo y, por el motivo que fuera, la había señalado a ella de entre toda la multitud. Está bien, lo había hecho su padre, pero por Dios, era el maldito Barón de Francia, ¡que demostrase tener bien puestas las joyas de la baronía! Apretó los labios al contener un resoplido y bajó la mirada en cuanto le tendió el brazo y empezó a hablarle, al parecer, pretendiendo alargar la agonía de una respuesta a la gran incógnita que llevaba dos días carcomiéndole la cabeza.
Estaba demasiado acostumbrada a los hombres galantes que buscaban meterse bajo su falda y un trato cortés no la iba a impresionar lo más mínimo. Su mirada permaneció desafiante, y cuando el Barón la tomó del mentón, le costó toda su fuerza de voluntad el no girar la cara y arrearle un mordisco en la mano. Las aletas de su nariz se hincharon, demostrando un claro enojo, con cada una de las barbaridades que estaba soltando aquel hombre. ¿Madame Bourne? ¿Hacerla suya? ¡Se había vuelto loco! Ese día no llegaría ni en mil años, ella misma se encargaría de eso. Apartó el rostro al estirar el cuello ligeramente hacia atrás y entornó los ojos.
Se estaba mordiendo la lengua porque no le saldría bien la cosa si era ella la que rompía el acuerdo, sólo por ese motivo. No había nada en el mundo que pudiera convencerla de aceptar el trato y casarse con alguien que hablaba de ella como si fuera una propiedad, un bien inmueble. No importaba cuanto dinero tuviera o que la colmara de joyas, nada pagaría jamás una vida de esclavitud junto a un hombre al que no amaba. Apretó los dientes, oyéndolos chirriar en su mente y a pesar de los intentos del mayor por convencerla, ni si quiera sus palabras sobre la chaperona lograron relajar la tensión que se acumulaba en su cuerpo. Se vio obligada a hacer de tripas corazón y tomó el brazo ajeno para salir de su casa y dirigirse al carruaje.
Se dejó ayudar, nuevamente con un nudo en el estómago que amenazaba con revolverlo todo en cualquier momento con una sacudida, y subió al interior del vehículo, tomando asiento. Decidió que era mejor no hablar, no hasta que él respondiera a su pregunta. El silencio sería su castigo por hacerla esperar sin motivo. Observó por la ventana todo a su paso en dirección a quién sabía dónde. Los árboles parecían trotar en dirección opuesta a la suya, las pocas personas con las que se cruzaron, se giraron a observar el suntuoso carromato en el que se desplazaban, y el relinchar de los caballos era lo único que entorpecía el mutis que reinaba en esa cabina.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver que enfilaban un camino que sólo tenía como destino un enorme castillo. ¿De verdad iban a ir allí? Miró de soslayo al Barón, entrecerrando un poco los ojos. ¿Cuánto dinero tenía ese hombre? ¡Bien podría seguirles manteniendo toda la vida y ni lo notaría! Pero no, tenía que exigir a cambio su dichosa mano. Ojalá hubiera nacido varón como sus hermanos. Así no tendría que estar pasando por aquello ni vivir las vejaciones de su padre. Se mordió el labio al pensar en ello y espantó la idea con un movimiento de la mano, como si hubiera visto una mosca.
El carruaje se detuvo y una vez abajo el hombre, rodeó el obstáculo y le abrió la puerta para ayudarla a ella. Hizo lo mismo que al subir y tomó la mano que le fue ofrecida, sin rechistar, pero apretándole los dedos con desgana.
No pudo evitar mirar embobada todo el terreno que rodeaba el enorme palacio. Los jardines que se extendían tan lejos que bien podría ser un bosque, los árboles tan altos que algunos tal vez peinaran las nubes con sus ramas, las flores de unos colores tan vivos que podrían usarse para pintar el arco iris, y unas rocas tan grandes que servirían como un escondrijo perfecto si jugara a pillarla con sus hermanos, como cuando era una niña. Suspiró, añorando aquellos tiempos, y para cuando quiso darse cuenta, se habían parado en lo que, estaba claro, era la cocina.
Intentó no mirarle mientras se desabotonaba la camisa, como si no le importara lo más mínimo ninguno de sus gestos. Sin embargo, cuando empezó a hablar, su interés fue reclamada y viró el rostro para clavar sus oscuras pupilas en las orbes ajenas. Le escuchó, y efectivamente, no le agradó su respuesta en absoluto. Hasta ahí ya había llegado ella solita, ¡eso era un timo! Apretó las manos en dos puños y giró, dándole la espalda al Barón para llevarse uno de estos a la boca y morderlo. ¡Malditos fueran todos sus antepasados! ... menos su madre. Se lamentó enseguida por el acto y pidió perdón mentalmente a su amada madre.
De nuevo las palabras ajenas llamaron su atención y movió las orejas un poco, como si de un animalillo alerta se tratase. Dio la vuelta muy despacio y le miró mal. ¿Cómo sabía lo que quería hacer? Tal vez fuera un hechicero como ella... aunque mejor, claro. Aneu no tenía ni idea de hechizos o usar sus poderes, era una auténtica neófita en el asunto y su problema con la lectura, no ayudaba en absoluto. Dejó de pensar en tonterías y se centró en lo que acaecía en el momento. Le estaba dejando las cosas bien claras, y ella se dio cuenta, que no tenía escapatoria. No era que le importara mantener el estatus de su padre, sino que a pesar de ser un viejo borracho, le conocía lo suficiente como para saber que acabaría muerto por culpa de las deudas, y le tocaría a ella cargar con esa responsabilidad. Era un peso que no quería sobre sus hombros. Maldijo por lo bajo, sintiéndose acorralada. No había espada, aunque sí muchas paredes, pero la sensación era la misma. Acababa de deslizarse entre una afilada hoja de acero y un muro más resistente que la roca más dura.
Relajó finalmente las manos, dándose por vencida, ¡de momento! y alzó el rostro para volver a encarar al francés, mientras se apoyaba en el marco de la puerta para desprenderse de uno de los zapatos, flexionando la pierna, y seguidamente del otro al cambiar el peso de cadera.
-Tú ganas, me quedo.
Seguramente el Barón no consideraría eso una ganancia, a fin de cuentas tenía que pagarle los gastos a un tipo que ni le iba ni le venía, y encima tenía que cargar ahora con ella, que no pensaba ponérselo fácil. Pero eso a Aneu no le importaba, ella ahora sentía que había sido vencida, y si había algo que no soportaba, era perder. Se le notaba en cada músculo del cuerpo y en su desafiante mirada. Acababa de empezar la guerra.
Estaba demasiado acostumbrada a los hombres galantes que buscaban meterse bajo su falda y un trato cortés no la iba a impresionar lo más mínimo. Su mirada permaneció desafiante, y cuando el Barón la tomó del mentón, le costó toda su fuerza de voluntad el no girar la cara y arrearle un mordisco en la mano. Las aletas de su nariz se hincharon, demostrando un claro enojo, con cada una de las barbaridades que estaba soltando aquel hombre. ¿Madame Bourne? ¿Hacerla suya? ¡Se había vuelto loco! Ese día no llegaría ni en mil años, ella misma se encargaría de eso. Apartó el rostro al estirar el cuello ligeramente hacia atrás y entornó los ojos.
Se estaba mordiendo la lengua porque no le saldría bien la cosa si era ella la que rompía el acuerdo, sólo por ese motivo. No había nada en el mundo que pudiera convencerla de aceptar el trato y casarse con alguien que hablaba de ella como si fuera una propiedad, un bien inmueble. No importaba cuanto dinero tuviera o que la colmara de joyas, nada pagaría jamás una vida de esclavitud junto a un hombre al que no amaba. Apretó los dientes, oyéndolos chirriar en su mente y a pesar de los intentos del mayor por convencerla, ni si quiera sus palabras sobre la chaperona lograron relajar la tensión que se acumulaba en su cuerpo. Se vio obligada a hacer de tripas corazón y tomó el brazo ajeno para salir de su casa y dirigirse al carruaje.
Se dejó ayudar, nuevamente con un nudo en el estómago que amenazaba con revolverlo todo en cualquier momento con una sacudida, y subió al interior del vehículo, tomando asiento. Decidió que era mejor no hablar, no hasta que él respondiera a su pregunta. El silencio sería su castigo por hacerla esperar sin motivo. Observó por la ventana todo a su paso en dirección a quién sabía dónde. Los árboles parecían trotar en dirección opuesta a la suya, las pocas personas con las que se cruzaron, se giraron a observar el suntuoso carromato en el que se desplazaban, y el relinchar de los caballos era lo único que entorpecía el mutis que reinaba en esa cabina.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente al ver que enfilaban un camino que sólo tenía como destino un enorme castillo. ¿De verdad iban a ir allí? Miró de soslayo al Barón, entrecerrando un poco los ojos. ¿Cuánto dinero tenía ese hombre? ¡Bien podría seguirles manteniendo toda la vida y ni lo notaría! Pero no, tenía que exigir a cambio su dichosa mano. Ojalá hubiera nacido varón como sus hermanos. Así no tendría que estar pasando por aquello ni vivir las vejaciones de su padre. Se mordió el labio al pensar en ello y espantó la idea con un movimiento de la mano, como si hubiera visto una mosca.
El carruaje se detuvo y una vez abajo el hombre, rodeó el obstáculo y le abrió la puerta para ayudarla a ella. Hizo lo mismo que al subir y tomó la mano que le fue ofrecida, sin rechistar, pero apretándole los dedos con desgana.
No pudo evitar mirar embobada todo el terreno que rodeaba el enorme palacio. Los jardines que se extendían tan lejos que bien podría ser un bosque, los árboles tan altos que algunos tal vez peinaran las nubes con sus ramas, las flores de unos colores tan vivos que podrían usarse para pintar el arco iris, y unas rocas tan grandes que servirían como un escondrijo perfecto si jugara a pillarla con sus hermanos, como cuando era una niña. Suspiró, añorando aquellos tiempos, y para cuando quiso darse cuenta, se habían parado en lo que, estaba claro, era la cocina.
Intentó no mirarle mientras se desabotonaba la camisa, como si no le importara lo más mínimo ninguno de sus gestos. Sin embargo, cuando empezó a hablar, su interés fue reclamada y viró el rostro para clavar sus oscuras pupilas en las orbes ajenas. Le escuchó, y efectivamente, no le agradó su respuesta en absoluto. Hasta ahí ya había llegado ella solita, ¡eso era un timo! Apretó las manos en dos puños y giró, dándole la espalda al Barón para llevarse uno de estos a la boca y morderlo. ¡Malditos fueran todos sus antepasados! ... menos su madre. Se lamentó enseguida por el acto y pidió perdón mentalmente a su amada madre.
De nuevo las palabras ajenas llamaron su atención y movió las orejas un poco, como si de un animalillo alerta se tratase. Dio la vuelta muy despacio y le miró mal. ¿Cómo sabía lo que quería hacer? Tal vez fuera un hechicero como ella... aunque mejor, claro. Aneu no tenía ni idea de hechizos o usar sus poderes, era una auténtica neófita en el asunto y su problema con la lectura, no ayudaba en absoluto. Dejó de pensar en tonterías y se centró en lo que acaecía en el momento. Le estaba dejando las cosas bien claras, y ella se dio cuenta, que no tenía escapatoria. No era que le importara mantener el estatus de su padre, sino que a pesar de ser un viejo borracho, le conocía lo suficiente como para saber que acabaría muerto por culpa de las deudas, y le tocaría a ella cargar con esa responsabilidad. Era un peso que no quería sobre sus hombros. Maldijo por lo bajo, sintiéndose acorralada. No había espada, aunque sí muchas paredes, pero la sensación era la misma. Acababa de deslizarse entre una afilada hoja de acero y un muro más resistente que la roca más dura.
Relajó finalmente las manos, dándose por vencida, ¡de momento! y alzó el rostro para volver a encarar al francés, mientras se apoyaba en el marco de la puerta para desprenderse de uno de los zapatos, flexionando la pierna, y seguidamente del otro al cambiar el peso de cadera.
-Tú ganas, me quedo.
Seguramente el Barón no consideraría eso una ganancia, a fin de cuentas tenía que pagarle los gastos a un tipo que ni le iba ni le venía, y encima tenía que cargar ahora con ella, que no pensaba ponérselo fácil. Pero eso a Aneu no le importaba, ella ahora sentía que había sido vencida, y si había algo que no soportaba, era perder. Se le notaba en cada músculo del cuerpo y en su desafiante mirada. Acababa de empezar la guerra.
Aneu Norwich- Hechicero Clase Alta
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Re: La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
La primera de muchas noches
>> ¿Time-out? <<
Podía oler y ver en su aura la irritación de la que era presa su joven prometida, cosa que lo divertía. Fue cuando se relajó que supo que había vencido, y Olivier amaba ganar; sin embargo, y a pesar de sus palabras, estaba absolutamente claro que lo único que había ganado era una pequeña batalla, de ninguna manera la guerra. Ella no se rendiría tan fácilmente, pero él tampoco lo haría; Aneu le daría una buena lucha, cosa que disfrutaría, pero al final del día ella sería suya, no tenía escapatoria, sólo tenía dos opciones: casarse o ser quien se rindiese, y cualquiera de las dos vendría bien al vampiro, con la primera obtendría una mujer, una esposa que calentase su cama, y con la segunda tendría de vuelta su dinero. Aunque sinceramente deseaba a esa mujer en su cama.
-De cualquier forma iba a ganar, Aneu- se tomó el atrevimiento de llamar por su nombre, le gustaba, y le otorgaba cierto poder. En aquella época los nombres de pila no solían ser usados a la ligera, y no cualquier tenía permitido pronunciarlo, era considerado una falta de respeto, pero como su prometido él tenía todo el derecho. A continuación la miró con desafío, estudiándola, siempre pendiente de sus reacciones, pero sin darle tiempo a decirle nada, y simplemente siguió tuteándola. -Si quieres guerra, tendrás guerra, Aneu. Te la daré. Será una lucha mano a mano, prometo que no te aburrirás. Pero no esta noche no-. Pronunció aquello acercándose a ella, quedando muy cerca, pero sin tocarla.
Ambos apoyados al marco de la puerta, mirándose a través de la diferencia de estaturas ahora mayor debido a que ella se había quitado los tacones. -¿Por esta noche, podemos olvidarnos de apellidos y ser simplemente Olivier y Aneu? Podemos hacer de esta una velada amena, o un infierno. De nuevo es tu decisión, An-. De verdad esperaba que ella tomara esta noche como un tiempo muerto, la siguiente noche podrían sacar espadas y dientes, también lo disfrutaría, pero por esa noche quería saber algunas cosas de ella, conocerla y saber si valía la pena continuar con aquel circo.
Con lentitud se alejó de ella, dándole tiempo a pensar en su propuesta mientras comenzaba a caminar con total naturalidad por la cocina, sacando todo lo necesario para preparar la cena que tenía pensada. -Durante la corta correspondencia que he compartido con tu padre nunca me comentó que cumplirías años en estas fechas, me he enterado hoy que ha sido apenas hace un par de días- comentó, realmente no esperaba una respuesta. -Supongo que no lo has pasado precisamente bien en compañía de un viejo alcohólico que te da la noticia de que pronto conocerás a tu prometido, un hombre del que no sabes nada-. Le echó un vistazo a la chica que seguía inmóvil en el mismo lugar y continuó con lo que hacía. -Por ende pensé que esta noche podríamos fingir ser amigos, y darte un cumpleaños que de verdad valga la pena recordar-.
Al finalizar aquello, sacó una botella de champagne que había dejado en hielo antes de irse, aunque ahora fuese sólo agua fría. La abrió y sirvió dos copas, acercándose a ella de nuevo con ambas copas en las manos para entregarle la suya. -¿Qué me dices? ¿Quieres jugar a algo divertido o voy por las espadas para decidir el final de esta guerra de una vez por todas?- Una vez ella tomó la copa, evitando su mirada, le tomó nuevamente el mentón buscando sus ojos esmeralda. Por un momento pensó que podría vivir viendo esa mirada por lo que le restara de vida inmortal, idea que espantó pronto, simplemente rozando con suavidad su pulgar por la suave piel de su barbilla.
-Mírame. Mírame y simplemente dime lo primero que pase por tu cabeza. No importa que tan malo esto sea. Te estoy ofreciendo mi total sinceridad, así que puedes preguntar lo que sea, pero necesito que abras esa preciosa boca y hables. Si no lo haces me encargaré personalmente de que la uses, pero no precisamente para hablar-. La amenazó, siendo sincero moría por probarla, no sólo sus labios, también su sangre, y todo lo que pudiera obtener de ella. Pero se había prohibido cualquier avance de ese tipo por aquella noche.
-De cualquier forma iba a ganar, Aneu- se tomó el atrevimiento de llamar por su nombre, le gustaba, y le otorgaba cierto poder. En aquella época los nombres de pila no solían ser usados a la ligera, y no cualquier tenía permitido pronunciarlo, era considerado una falta de respeto, pero como su prometido él tenía todo el derecho. A continuación la miró con desafío, estudiándola, siempre pendiente de sus reacciones, pero sin darle tiempo a decirle nada, y simplemente siguió tuteándola. -Si quieres guerra, tendrás guerra, Aneu. Te la daré. Será una lucha mano a mano, prometo que no te aburrirás. Pero no esta noche no-. Pronunció aquello acercándose a ella, quedando muy cerca, pero sin tocarla.
Ambos apoyados al marco de la puerta, mirándose a través de la diferencia de estaturas ahora mayor debido a que ella se había quitado los tacones. -¿Por esta noche, podemos olvidarnos de apellidos y ser simplemente Olivier y Aneu? Podemos hacer de esta una velada amena, o un infierno. De nuevo es tu decisión, An-. De verdad esperaba que ella tomara esta noche como un tiempo muerto, la siguiente noche podrían sacar espadas y dientes, también lo disfrutaría, pero por esa noche quería saber algunas cosas de ella, conocerla y saber si valía la pena continuar con aquel circo.
Con lentitud se alejó de ella, dándole tiempo a pensar en su propuesta mientras comenzaba a caminar con total naturalidad por la cocina, sacando todo lo necesario para preparar la cena que tenía pensada. -Durante la corta correspondencia que he compartido con tu padre nunca me comentó que cumplirías años en estas fechas, me he enterado hoy que ha sido apenas hace un par de días- comentó, realmente no esperaba una respuesta. -Supongo que no lo has pasado precisamente bien en compañía de un viejo alcohólico que te da la noticia de que pronto conocerás a tu prometido, un hombre del que no sabes nada-. Le echó un vistazo a la chica que seguía inmóvil en el mismo lugar y continuó con lo que hacía. -Por ende pensé que esta noche podríamos fingir ser amigos, y darte un cumpleaños que de verdad valga la pena recordar-.
Al finalizar aquello, sacó una botella de champagne que había dejado en hielo antes de irse, aunque ahora fuese sólo agua fría. La abrió y sirvió dos copas, acercándose a ella de nuevo con ambas copas en las manos para entregarle la suya. -¿Qué me dices? ¿Quieres jugar a algo divertido o voy por las espadas para decidir el final de esta guerra de una vez por todas?- Una vez ella tomó la copa, evitando su mirada, le tomó nuevamente el mentón buscando sus ojos esmeralda. Por un momento pensó que podría vivir viendo esa mirada por lo que le restara de vida inmortal, idea que espantó pronto, simplemente rozando con suavidad su pulgar por la suave piel de su barbilla.
-Mírame. Mírame y simplemente dime lo primero que pase por tu cabeza. No importa que tan malo esto sea. Te estoy ofreciendo mi total sinceridad, así que puedes preguntar lo que sea, pero necesito que abras esa preciosa boca y hables. Si no lo haces me encargaré personalmente de que la uses, pero no precisamente para hablar-. La amenazó, siendo sincero moría por probarla, no sólo sus labios, también su sangre, y todo lo que pudiera obtener de ella. Pero se había prohibido cualquier avance de ese tipo por aquella noche.
Dev Peltier- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 25/08/2014
Re: La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
Al escuchar como ese hombre pronunciaba su nombre de manera tan personal y cercana, como si se conocieran de siempre, como si fuera algo suyo ya, le provocó un estremecimiento desagradable que recorrió toda su espina dorsal. Esas confianzas no se las debía tomar nadie, no estaba bien visto y ella no tenía intención de tolerar que la tratase como si fuera de su propiedad. Podían estar prometidos, pero eso no duraría mucho y entonces, se lo haría pagar con creces. Claro que habría guerra ¡y ella iba a ganar! No necesitaba ninguna espada, ella era el arma que blandiría y ni todos los escudos del mundo, evitarían que golpeara hasta noquearlo y salir victoriosa. Pero teniendo en cuenta que hoy había cedido la partida al contrario, lo mejor era no empezar la siguiente batalla sin un plan, así que por esa noche, aguantaría las ganas de estrellarle el tacón en la frente, justo entre los ojos.
Dio un paso hacia atrás cuando le tuvo tan cerca que podía oler su aliento, que por desgracia no era repulsivo, sino que olía a menta fresca y limón. Sus ojos se quedaron fijos en los labios ajenos un instante, pero pronto subió a mirarle a sus azuladas orbes, profundas y salvajes como el mar bravío. Arrugó la frente en cuanto oyó que le acortaba el nombre, ¡eso sí que no! Frunció los labios en una mueca en cuanto se retiró y bufó por la nariz como un caballo salvaje, apunto de cocear a un vaquero insolente que creía poder domarlo.
Le dejó seguir hablando, esperando a que se callara para poder intervenir y soltarle todo lo que tenía en la cabeza. Pero si algo iba en contra del mal genio que gastaba, era que sus erupciones de enfado, eran ominosas, pero se apagaban deprisa.
Le tomó por sorpresa que hubiera pensado en su cumpleaños, y más aún que entendiera su posición en todo ese lío. Lo de su padre era obvio, por mucho que se perfumara, el hedor a alcohol que rezumaba era imposible de ocultar. Ella ya estaba acostumbrada, pero aún así, a veces, se le revolvía el estómago. Le observó mientras se movía por la cocina y descorchaba aquella botella en su honor, pensando que de nuevo estaba montando un teatro para llamar su atención y hacerle creer que era especial. No era el primero en intentar esas tonterías, ni sería el último, estaba claro. Tomó la copa cuando se la ofreció y entornó los ojos, viendo como el aura rojiza se tornaba iridiscente por un instante. ¿Qué significaba? No lo comprendía y aquello la ponía nerviosa e intrigaba al mismo tiempo.
Despertó de su ensimismamiento cuando la mano ajena le sujetó el mentón y ella intentó evitar el contacto, aunque la firmeza de los dedos del Barón sobre su piel, no parecían querer permitírselo. Le miró cuando se lo pidió, no obedeciendo, sino para demostrarle que le seguía desafiando con pupilas centelleantes de rabia y rebeldía. ¿Así que podía hablar sin tapujos? ¿Preguntar lo que quisiera sin temer represalias? Se iba a enterar de lo que valía un peine, y de lo lejos que podía llegar su curiosidad.
Se apartó, dando un paso hacia atrás y otro hacia el lateral, empezando a rodear al hombre y adentrándose en la cocina, a la vez que daba un sorbo de su champagne. Sus pies descalzos se deslizaban sobre el suelo frío, notando cierto alivio. Sin mirarle si quiera, empezó a hablar, observando los objetos que había en los estantes, la forma de los armarios y cualquier cosa que llamara su atención.
-Primero de todo, pongamos un par de normas para esta noche. La primera es que está prohibido que me llames An, rotundamente. Las otras ya se me ocurrirán.
Hizo una breve pausa y giró sobre los talones para verle desde el otro lado de la barra que había en el centro de la estancia. Apoyó la copa encima, así como las manos y se inclinó levemente, entrecerrando los ojos.
-Estoy segura que sabes lo que soy, o al menos lo intuyes. Pero yo no sé lo que eres tú ni por qué tu aura brilla de ese color. Si quieres sinceridad, la tendremos. Pero tú deberás dar el primer paso.
No le importaba que la curiosidad hubiera matado al gato, ella era impulsiva y nunca lamentaba sus actos, aunque supiera que algún día, no habría tiempo para echarse atrás y lo pagaría caro. ¿Qué sería de la vida sin riesgos, sin aventura, sin desfachatez? Ella estaba ansiosa por todos esos estímulos y no pensaba contenerse.
Dio un paso hacia atrás cuando le tuvo tan cerca que podía oler su aliento, que por desgracia no era repulsivo, sino que olía a menta fresca y limón. Sus ojos se quedaron fijos en los labios ajenos un instante, pero pronto subió a mirarle a sus azuladas orbes, profundas y salvajes como el mar bravío. Arrugó la frente en cuanto oyó que le acortaba el nombre, ¡eso sí que no! Frunció los labios en una mueca en cuanto se retiró y bufó por la nariz como un caballo salvaje, apunto de cocear a un vaquero insolente que creía poder domarlo.
Le dejó seguir hablando, esperando a que se callara para poder intervenir y soltarle todo lo que tenía en la cabeza. Pero si algo iba en contra del mal genio que gastaba, era que sus erupciones de enfado, eran ominosas, pero se apagaban deprisa.
Le tomó por sorpresa que hubiera pensado en su cumpleaños, y más aún que entendiera su posición en todo ese lío. Lo de su padre era obvio, por mucho que se perfumara, el hedor a alcohol que rezumaba era imposible de ocultar. Ella ya estaba acostumbrada, pero aún así, a veces, se le revolvía el estómago. Le observó mientras se movía por la cocina y descorchaba aquella botella en su honor, pensando que de nuevo estaba montando un teatro para llamar su atención y hacerle creer que era especial. No era el primero en intentar esas tonterías, ni sería el último, estaba claro. Tomó la copa cuando se la ofreció y entornó los ojos, viendo como el aura rojiza se tornaba iridiscente por un instante. ¿Qué significaba? No lo comprendía y aquello la ponía nerviosa e intrigaba al mismo tiempo.
Despertó de su ensimismamiento cuando la mano ajena le sujetó el mentón y ella intentó evitar el contacto, aunque la firmeza de los dedos del Barón sobre su piel, no parecían querer permitírselo. Le miró cuando se lo pidió, no obedeciendo, sino para demostrarle que le seguía desafiando con pupilas centelleantes de rabia y rebeldía. ¿Así que podía hablar sin tapujos? ¿Preguntar lo que quisiera sin temer represalias? Se iba a enterar de lo que valía un peine, y de lo lejos que podía llegar su curiosidad.
Se apartó, dando un paso hacia atrás y otro hacia el lateral, empezando a rodear al hombre y adentrándose en la cocina, a la vez que daba un sorbo de su champagne. Sus pies descalzos se deslizaban sobre el suelo frío, notando cierto alivio. Sin mirarle si quiera, empezó a hablar, observando los objetos que había en los estantes, la forma de los armarios y cualquier cosa que llamara su atención.
-Primero de todo, pongamos un par de normas para esta noche. La primera es que está prohibido que me llames An, rotundamente. Las otras ya se me ocurrirán.
Hizo una breve pausa y giró sobre los talones para verle desde el otro lado de la barra que había en el centro de la estancia. Apoyó la copa encima, así como las manos y se inclinó levemente, entrecerrando los ojos.
-Estoy segura que sabes lo que soy, o al menos lo intuyes. Pero yo no sé lo que eres tú ni por qué tu aura brilla de ese color. Si quieres sinceridad, la tendremos. Pero tú deberás dar el primer paso.
No le importaba que la curiosidad hubiera matado al gato, ella era impulsiva y nunca lamentaba sus actos, aunque supiera que algún día, no habría tiempo para echarse atrás y lo pagaría caro. ¿Qué sería de la vida sin riesgos, sin aventura, sin desfachatez? Ella estaba ansiosa por todos esos estímulos y no pensaba contenerse.
Aneu Norwich- Hechicero Clase Alta
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Re: La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
La primera de muchas noches
>> Sinceridad <<
Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando ella comenzó a poner sus reglas, y pensaba debatir sobre el hecho de poder llamarla como él quisiera cuando su siguiente comentario le cayó encima como un balde de agua fría, borrando todo rastro de sonrisa. Una tormentosa guerra interna se desató entonces, ninguna mujer lo había nunca acorralado de aquella manera, obligándolo a exponerse ante ella. No tenía ningún problema con admitir lo que era, pero… ¿Podría confiar en ella? ¿Podría confiar en que no buscaría ayuda de cazadores o inquisidores con tal de deshacerse de él? No le temía a enfrentarse con ellos, pero era la claro que por fuerte que fuera, no podría él sólo contra las numerosas tropas de alguno de aquellos grupos. -¿Eres digna de confianza, Aneu?-. Exteriorizó sus pensamientos sin realmente esperar una respuesta de su parte.
Llevó la copa de champagne a sus labios e inclinó la copa vaciando lo que quedaba del espumoso líquido dorado en su boca. Sus ojos se tornaron repentinamente de un turbio carmesí y una sonrisa cínica se dibujó en sus labios. No quería que esto sucediera tan pronto, pero si ella deseaba saber qué era él, no sería delicado al decírselo, ella tendría que enfrentarse a su naturaleza y a quién era en realidad. En un movimiento demasiado veloz para ser humano Olivier atravesó la cocina hasta llegar a ella, provocando un respingo en ella. La observó a los ojos un par de segundos, decidiendo que le diría todo lo que quisiera, incluso sobre su naturaleza, pero que estaría preparado para modificar sus recuerdos si es que aquello fuese necesario.
Apartó la mirada de su prometida y, con algunas señas, le indicó a Anne que se marchara y cerrase la puerta a su salida. -Así que tus poderes de hechicera sí te han servido de algo ¿eh?-. Le habló mientras observaba a su sirvienta cumplir sus órdenes, y para cuando ella hubo cerrado la puerta finalmente, volvió la mirada a la joven frente a sí, una mirada inyectada en sangre. En su boca, su sed provocó que sus colmillos se alargaran a su tamaño original, dejándolos a la vista de la débil humana a su merced. -Soy algo a lo que no deberías desafiar con tal seguridad, a lo que deberías temer. Podría hacerte daño, podría matarte y tú no tendrías tiempo de parpadear siquiera, mucho menos podrías hacer algo para defenderte-. Pronunció aquello mientras acariciaba con su pulgar izquierdo allí donde la sangre latía con fuerza su cuello, donde sus colmillos picaban por morder.
-He vivido por tantos años que a veces es difícil mantener la cordura y llevar la cuenta de ellos, lo único que ha logrado mantenerme vivo hasta ahora es la esporádica compañía de una mujer-. Su mano derecha se unió a la caricia, ésta tomó la muñeca izquierda de ella, allí donde palpita su pulso, el cual sentía acelerarse levemente de acuerdo iba confesando lo que ella había preguntado pero que probablemente no deseara escuchar. -¿Por qué tú?-. Recordó la pregunta anterior de ella y se propuso a darle una respuesta más acorde con la realidad. -Porque desde que te vi por primera vez, cuando eras sólo una bebé, tus ojos me atraparon. Me miraste tan intensamente que… Que no pude evitar desearte sólo para mí, que tus ojos sólo me vieran a mí de aquella forma-.
El autocontrol que estaba ejerciendo sobre sí mismo debía de ser premiado; en otras circunstancias y tratándose de cualquier otra persona, seguramente ya se habría lanzado sobre ella y dado una buena probada a su sangre. Nunca se había contenido a sí mismo de aquella forma, por lo que cuando inconscientemente comenzó a inclinarse sobre su cuello y su mano derecha comenzó a temblar ante la ansiedad, se alejó de ella de golpe, poniendo algo de distancia entre ambos. No quería que ella le temiera, tan sólo que respetara lo que era y quien era. Una vez al otro lado de la cocina, e ignorando por completo su primera regla, le dio la espalda buscando un poco de serenidad interior antes de responder finalmente a su exigencia. -Soy un vampiro, An-.
Llevó la copa de champagne a sus labios e inclinó la copa vaciando lo que quedaba del espumoso líquido dorado en su boca. Sus ojos se tornaron repentinamente de un turbio carmesí y una sonrisa cínica se dibujó en sus labios. No quería que esto sucediera tan pronto, pero si ella deseaba saber qué era él, no sería delicado al decírselo, ella tendría que enfrentarse a su naturaleza y a quién era en realidad. En un movimiento demasiado veloz para ser humano Olivier atravesó la cocina hasta llegar a ella, provocando un respingo en ella. La observó a los ojos un par de segundos, decidiendo que le diría todo lo que quisiera, incluso sobre su naturaleza, pero que estaría preparado para modificar sus recuerdos si es que aquello fuese necesario.
Apartó la mirada de su prometida y, con algunas señas, le indicó a Anne que se marchara y cerrase la puerta a su salida. -Así que tus poderes de hechicera sí te han servido de algo ¿eh?-. Le habló mientras observaba a su sirvienta cumplir sus órdenes, y para cuando ella hubo cerrado la puerta finalmente, volvió la mirada a la joven frente a sí, una mirada inyectada en sangre. En su boca, su sed provocó que sus colmillos se alargaran a su tamaño original, dejándolos a la vista de la débil humana a su merced. -Soy algo a lo que no deberías desafiar con tal seguridad, a lo que deberías temer. Podría hacerte daño, podría matarte y tú no tendrías tiempo de parpadear siquiera, mucho menos podrías hacer algo para defenderte-. Pronunció aquello mientras acariciaba con su pulgar izquierdo allí donde la sangre latía con fuerza su cuello, donde sus colmillos picaban por morder.
-He vivido por tantos años que a veces es difícil mantener la cordura y llevar la cuenta de ellos, lo único que ha logrado mantenerme vivo hasta ahora es la esporádica compañía de una mujer-. Su mano derecha se unió a la caricia, ésta tomó la muñeca izquierda de ella, allí donde palpita su pulso, el cual sentía acelerarse levemente de acuerdo iba confesando lo que ella había preguntado pero que probablemente no deseara escuchar. -¿Por qué tú?-. Recordó la pregunta anterior de ella y se propuso a darle una respuesta más acorde con la realidad. -Porque desde que te vi por primera vez, cuando eras sólo una bebé, tus ojos me atraparon. Me miraste tan intensamente que… Que no pude evitar desearte sólo para mí, que tus ojos sólo me vieran a mí de aquella forma-.
El autocontrol que estaba ejerciendo sobre sí mismo debía de ser premiado; en otras circunstancias y tratándose de cualquier otra persona, seguramente ya se habría lanzado sobre ella y dado una buena probada a su sangre. Nunca se había contenido a sí mismo de aquella forma, por lo que cuando inconscientemente comenzó a inclinarse sobre su cuello y su mano derecha comenzó a temblar ante la ansiedad, se alejó de ella de golpe, poniendo algo de distancia entre ambos. No quería que ella le temiera, tan sólo que respetara lo que era y quien era. Una vez al otro lado de la cocina, e ignorando por completo su primera regla, le dio la espalda buscando un poco de serenidad interior antes de responder finalmente a su exigencia. -Soy un vampiro, An-.
Dev Peltier- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 51
Fecha de inscripción : 25/08/2014
Re: La primera de muchas noches |Aneu Norwich|
Pudo ver el cambio en el hombre, no sólo en su actitud, sino en la expresión de su rostro. Había pasado de desafiarla con una sonrisa confiada a tensar cada músculo y apretar los labios, seguramente para no hacer una extraña mueca. Sólo aquel gesto, la hizo sentir poderosa. Había hecho tambalear, aunque hubiese sido por una millonésima de segundo, a Olivier, que desde que se conocieron no había hecho más que mostrarse seguro de sí mismo, tranquilo y paciente. Estaba convencida que muy pocas personas habrían conseguido lo que ella, y seguramente ninguna, lo habría logrado en la primera noche de conocerse.
Sin embargo, pronto pareció volver a su actitud anterior. Se alejó de ella, no físicamente, pero sí de pensamiento y disfrutó de su copa, como si ni si quiera le hubiese preguntado algo. Ella sabía bien que ese aura rojiza significaba algo malo, muy malo. Pero no tenía ni idea de hasta dónde alcanzaría la negatividad de la esencia de aquel hombre.
La rapidez con la que se acercó a ella, acorralándola, la sorprendió, pero intentó que no se le notara demasiado. Su cuerpo se endureció un instante por la tensión, pero logró relajarse enseguida, al menos en apariencia. Quiso mantenerle la mirada, aunque le costó lo suyo. Estaba excesivamente cerca y sus ojos se habían oscurecido y tornado casi del mismo color que su aura. ¿Qué era el Barón de Francia? Por suerte para ella, él fue el que primero desvió su rostro para posar su vista en la mujer muda que les servía de carabina. Ella misma la miró también, para ver cómo desaparecía, dejándolos completamente solos. ¿Qué pretendía hacer?
La respuesta llegó con prontitud, el contrario estrechó la mirada y entreabrió la boca, mostrando entonces sus dientes, donde los colmillos empezaron a afilarse amenazadoramente. Oh, Dios, ya lo sabía. Ya no tenía dudas. No necesitaba escuchar la respuesta a su pregunta. Era un vampiro. Un chupa sangres. Un no muerto. Un merodeador nocturno. Un hombre de la realeza francesa. Su prometido.
Sus propios ojos verdosos se abrieron y brillaron con intensidad. Sus poderes se avivaron, aunque ella no los sabía usar ni controlar su fuerza. Simplemente los notaba arder dentro, furiosos, ansiando una salida. Pero no la había. Aún no. El roce de la yema de los dedos ajenos contra su piel, hizo que se le erizara el bello de la nuca. Y la mirada con que la observaba, como si quisiera hincarle el diente, no le gustó lo más mínimo. Pero aún así, no le apartó. Era de la opinión que si mirabas a los ojos al tigre, éste te dejaría en paz y proseguiría con su camino. Y eso hizo. Se le quedó viendo directamente, pupila conectada a pupila. Tenía algo de miedo, pero no debía verse débil, eso sería una mala señal, una levantada de bandera para el ataque. Retuvo el aire en sus pulmones y apretó los labios, esperando que funcionara la táctica.
Al final, desconociendo si había sido por su comportamiento o por qué, Olivier se apartó de ella con rechazo. ¿A caso no le gustaba su olor? Se sintió como una apestada, aunque no iba a quejarse, seguramente aquello había salvado su vida. Dejó escapar el aliento contenido por la nariz y volvió a relajarse, casi notando temblar las rodillas por la tensión pasada justo antes. No esperaba ya que le dijera nada más, salvo que la despachara de su casa, pero no fueron esas palabras las que salieron por la boca del hombre. No pudo descifrar el tono de su voz, ¿estaba enojado, le daba todo igual, estaba cansado? ¿Quién lo sabía? Ella no. Pero al escucharle pronunciar su nombre de aquella manera, rompiendo la única regla que le había impuesto, la fiera que tenía contenida dentro la hechicera, volvió a emerger.
-Te dije que no me llamaras así.
Se llevó una mano a la boca de manera instintiva, percatándose de que desafiar a alguien que podía succionar su sangre hasta dejarla más seca que la mojama, no era una buena idea. Pero ya lo había hecho, así que dejó caer de nuevo el brazo junto a su cuerpo y resopló. ¿En realidad qué se suponía que debía hacer ahora? Si se rebelaba, la mataría, ¿pero someterse? Eso jamás. Nunca sería como su madre, doblegada ante la voluntad de su padre.
-¿Y qué... qué esperas de esto? ¿Me quieres como a una posesión, un carnero para sacrificio? No lo creo, porque entonces mis ojos dejarían de mirarte como quieres.- En realidad estaba hablando consigo misma, pero lo hacía en voz audible, aunque no alta, más bien como un murmuro elevado. -No lo comprendo. Yo no tengo nada para ofrecerte que sea especial. Ni si quiera mis poderes, porque no sé usarlos.
Alzó la vista y buscó la mirada del vampiro. Ya no brillaban con descaro, sino con confusión. Con rabia contenida, pero por el desconocimiento y la impotencia que sentía. ¿Por qué embarcarse en solucionarle la vida a un viejo borracho y sus hijos a cambio de una bruja inservible de ojos jade? Seguro podía conseguir a cualquier mujer con mayores virtudes en todos los aspectos.
Sin embargo, pronto pareció volver a su actitud anterior. Se alejó de ella, no físicamente, pero sí de pensamiento y disfrutó de su copa, como si ni si quiera le hubiese preguntado algo. Ella sabía bien que ese aura rojiza significaba algo malo, muy malo. Pero no tenía ni idea de hasta dónde alcanzaría la negatividad de la esencia de aquel hombre.
La rapidez con la que se acercó a ella, acorralándola, la sorprendió, pero intentó que no se le notara demasiado. Su cuerpo se endureció un instante por la tensión, pero logró relajarse enseguida, al menos en apariencia. Quiso mantenerle la mirada, aunque le costó lo suyo. Estaba excesivamente cerca y sus ojos se habían oscurecido y tornado casi del mismo color que su aura. ¿Qué era el Barón de Francia? Por suerte para ella, él fue el que primero desvió su rostro para posar su vista en la mujer muda que les servía de carabina. Ella misma la miró también, para ver cómo desaparecía, dejándolos completamente solos. ¿Qué pretendía hacer?
La respuesta llegó con prontitud, el contrario estrechó la mirada y entreabrió la boca, mostrando entonces sus dientes, donde los colmillos empezaron a afilarse amenazadoramente. Oh, Dios, ya lo sabía. Ya no tenía dudas. No necesitaba escuchar la respuesta a su pregunta. Era un vampiro. Un chupa sangres. Un no muerto. Un merodeador nocturno. Un hombre de la realeza francesa. Su prometido.
Sus propios ojos verdosos se abrieron y brillaron con intensidad. Sus poderes se avivaron, aunque ella no los sabía usar ni controlar su fuerza. Simplemente los notaba arder dentro, furiosos, ansiando una salida. Pero no la había. Aún no. El roce de la yema de los dedos ajenos contra su piel, hizo que se le erizara el bello de la nuca. Y la mirada con que la observaba, como si quisiera hincarle el diente, no le gustó lo más mínimo. Pero aún así, no le apartó. Era de la opinión que si mirabas a los ojos al tigre, éste te dejaría en paz y proseguiría con su camino. Y eso hizo. Se le quedó viendo directamente, pupila conectada a pupila. Tenía algo de miedo, pero no debía verse débil, eso sería una mala señal, una levantada de bandera para el ataque. Retuvo el aire en sus pulmones y apretó los labios, esperando que funcionara la táctica.
Al final, desconociendo si había sido por su comportamiento o por qué, Olivier se apartó de ella con rechazo. ¿A caso no le gustaba su olor? Se sintió como una apestada, aunque no iba a quejarse, seguramente aquello había salvado su vida. Dejó escapar el aliento contenido por la nariz y volvió a relajarse, casi notando temblar las rodillas por la tensión pasada justo antes. No esperaba ya que le dijera nada más, salvo que la despachara de su casa, pero no fueron esas palabras las que salieron por la boca del hombre. No pudo descifrar el tono de su voz, ¿estaba enojado, le daba todo igual, estaba cansado? ¿Quién lo sabía? Ella no. Pero al escucharle pronunciar su nombre de aquella manera, rompiendo la única regla que le había impuesto, la fiera que tenía contenida dentro la hechicera, volvió a emerger.
-Te dije que no me llamaras así.
Se llevó una mano a la boca de manera instintiva, percatándose de que desafiar a alguien que podía succionar su sangre hasta dejarla más seca que la mojama, no era una buena idea. Pero ya lo había hecho, así que dejó caer de nuevo el brazo junto a su cuerpo y resopló. ¿En realidad qué se suponía que debía hacer ahora? Si se rebelaba, la mataría, ¿pero someterse? Eso jamás. Nunca sería como su madre, doblegada ante la voluntad de su padre.
-¿Y qué... qué esperas de esto? ¿Me quieres como a una posesión, un carnero para sacrificio? No lo creo, porque entonces mis ojos dejarían de mirarte como quieres.- En realidad estaba hablando consigo misma, pero lo hacía en voz audible, aunque no alta, más bien como un murmuro elevado. -No lo comprendo. Yo no tengo nada para ofrecerte que sea especial. Ni si quiera mis poderes, porque no sé usarlos.
Alzó la vista y buscó la mirada del vampiro. Ya no brillaban con descaro, sino con confusión. Con rabia contenida, pero por el desconocimiento y la impotencia que sentía. ¿Por qué embarcarse en solucionarle la vida a un viejo borracho y sus hijos a cambio de una bruja inservible de ojos jade? Seguro podía conseguir a cualquier mujer con mayores virtudes en todos los aspectos.
Aneu Norwich- Hechicero Clase Alta
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