AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mañana de resaca y encuentros | Libre
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Mañana de resaca y encuentros | Libre
Lugar: En mitad del jardín.
Hora: Demasiado temprano.
Hora: Demasiado temprano.
Aquellos que tanto alaban las bondades de la vida campestre y la comunión con la naturaleza jamas han debido experimentar esa sensación de odio profundo que surge cuando una bandada de gorriones parlanchines te extrae de la feliz inconsciencia onírica para, chirrido a chirrido, anclarte a este mundo nuestro de dolor y padecimientos. Y de resaca, profunda resaca.
No negaré que había algo de culpa en mi estado. La noche anterior, animado por la perspectiva de un nuevo encargo, había decidido celebrarlo continuando mi exploración de los tugurios y burdeles de la ciudad. Lamentablemente, aunque las noches de París sean mucho más animadas que las de Marsella, también resultan mucho más costosas y hasta que no recibiera el pago por el encargo, debería conformarme con el vino más barato. Ese que al igual que las mujeres de un burdel, no compras, solo alquilas por un rato.
Y como era barato y yo estaba animado, no fue poco lo que tomé la pasada noche. Suficiente y de sobra para acabar olvidando la chaqueta y el camino de vuelta a la habitación que había alquilado en... a saber donde... y terminar durmiendo a pierna y camisa suelta en el verde y húmedo lecho del parque.
Maldije sonoramente a los pájaros que seguían trinando, por despertarme a unas horas tan tempranas y medio me incorporé para comprobar los estragos que la noche anterior me había dejado. La chaqueta, olvidada, y que bien me habría venido para protegerme del frío de la madrugada. Los huesos entumecidos. La camisa descolocada y revuelta. El pelo, peor que la camisa. La bolsa del dinero, floja como el día anterior y ahora un poco más vacía. Podría haber sido peor.
Terminé de incorporarme, ayudándome del oportuno apoyo de un robusto árbol, que recibió mi peso sin emitir queja alguna. Tratando de no tambalearme demasiado, tomé un puñado de guijarros y los arrojé hacia arriba en venganza contra los infames gorriones. Puede que la mitad cayeran de vuelta sobre mi cabeza, pero al menos conseguí mi objetivo y la bandada canalla salió volando de entre las ramas, llevando sus gorjeos a atormentar a otro pobre infeliz.
Satisfecho aunque dolorido, tratando de ignorar las punzadas que taladraban mi cabeza cada vez que entreabría los ojos, me dirigí a una fuente cercana, para aliviar la sed que el exceso de alcohol me provocaba. Me enjuagué un poco con el agua helada y resoplando para recuperar el calor en el rostro miré a mi alrededor, preguntándome ociosamente que sorpresas me traería el nuevo día en la capital.
No negaré que había algo de culpa en mi estado. La noche anterior, animado por la perspectiva de un nuevo encargo, había decidido celebrarlo continuando mi exploración de los tugurios y burdeles de la ciudad. Lamentablemente, aunque las noches de París sean mucho más animadas que las de Marsella, también resultan mucho más costosas y hasta que no recibiera el pago por el encargo, debería conformarme con el vino más barato. Ese que al igual que las mujeres de un burdel, no compras, solo alquilas por un rato.
Y como era barato y yo estaba animado, no fue poco lo que tomé la pasada noche. Suficiente y de sobra para acabar olvidando la chaqueta y el camino de vuelta a la habitación que había alquilado en... a saber donde... y terminar durmiendo a pierna y camisa suelta en el verde y húmedo lecho del parque.
Maldije sonoramente a los pájaros que seguían trinando, por despertarme a unas horas tan tempranas y medio me incorporé para comprobar los estragos que la noche anterior me había dejado. La chaqueta, olvidada, y que bien me habría venido para protegerme del frío de la madrugada. Los huesos entumecidos. La camisa descolocada y revuelta. El pelo, peor que la camisa. La bolsa del dinero, floja como el día anterior y ahora un poco más vacía. Podría haber sido peor.
Terminé de incorporarme, ayudándome del oportuno apoyo de un robusto árbol, que recibió mi peso sin emitir queja alguna. Tratando de no tambalearme demasiado, tomé un puñado de guijarros y los arrojé hacia arriba en venganza contra los infames gorriones. Puede que la mitad cayeran de vuelta sobre mi cabeza, pero al menos conseguí mi objetivo y la bandada canalla salió volando de entre las ramas, llevando sus gorjeos a atormentar a otro pobre infeliz.
Satisfecho aunque dolorido, tratando de ignorar las punzadas que taladraban mi cabeza cada vez que entreabría los ojos, me dirigí a una fuente cercana, para aliviar la sed que el exceso de alcohol me provocaba. Me enjuagué un poco con el agua helada y resoplando para recuperar el calor en el rostro miré a mi alrededor, preguntándome ociosamente que sorpresas me traería el nuevo día en la capital.
Daniel Valmont- Humano Clase Baja
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 06/10/2014
Re: Mañana de resaca y encuentros | Libre
Algunas veces cuando todo llegaba a un punto inaguantable corría hacía la ventana de mi habitación y sacaba la cabeza para respirar el aire que las ramas de los árboles anexos hacían llegar a mis pulmones. No contenta con eso gritaba con todas mis fuerzas, cosa que en un principio había asustado a más de un sirviente novato y que seguramente escandalizaría a cualquiera que no formase parte del personal de la duquesa alemana. Tampoco era algo que sucediese a menudo ya que conocía perfectamente cual era mi posición social y me comportaba de acuerdo con la manera en la cual me imaginaba que enorgullecería a mis difuntos padres. Sin embargo y de acuerdo con las historias que de niña me contaba mi abuela los Von Richter tenían un espíritu irascible y más tempestuoso de lo que se aconsejaba en la sangre de un noble por lo que me parecía natural que mis inquietudes surgiesen debido a mi herencia sanguínea y no se me podía culpar si alguna vez sentía que todo me abrumaba y de alguna manera terminaba explotando ese tumulto que cargaba en mi interior.
Apenas contaba con veintidós años de edad pero había heredado mi título a una corta edad y nadie podía tacharme de irresponsable o inapropiada. Cumplía con todas las obligaciones que requerían de mi presencia y departía con los más importantes personajes y nobles tal y como se esperaba de mi apellido. Sin embargo, esta noche cuando asomé mi rostro por la ventana una repentina idea me asaltó y aunque en un principio la deseché mientras más fijaba mi mirada en las ramas que se mecían bajo el susurro del viento más se fijaba una idea en mi mente y cuando me decidía a hacer algo no había nadie que pudiera disuadirme.
Así fue como esa noche me escabullí, lo había pensado unos minutos y había tomado prestado un sencillo vestido que solicité a una de mis doncellas de confianza. Para complementar la vestimenta tomé una larga capa, me coloqué la capucha sobre mi dorado cabello e hice a un lado cualquier reprimenda interna que procurase disuadirme. Poco rato después me encontré deambulando como cualquier habitante más entre las calles de Paris. Al principio no estaba muy segura de adonde dirigirme pero poco a poco me fui adentrando en las actividades que para nada eran escasas. Me sorprendió darme cuenta de que durante la noche no faltaban los artistas ambulantes, los gitanos que leían la buenaventura, los borrachos que abruptamente salían de las tabernas a trompincones y los apostadores. Mentiría si dijera que no me atraían ciertas costumbres de estos últimos y que me vi compelida a participar en un juego de naipes pero la prudencia me indicó que no debía llamar demasiado la atención así que continué mi silencioso recorrido.
No sé si fue producto de mi imaginación pero en determinado momento tuve la sensación de que no me encontraba sola y a medida que continué la marcha me pareció escuchar pasos que al detenerme hacían lo mismo. No duré demasiado tiempo en el mismo lugar, eché a correr dando vueltas alrededor de varias esquinas hasta que finalmente alcancé el parque aunque para entonces ya no escuché nada más y sin estar muy segura de que acababa de suceder comencé a admirar un poco el lugar en el que me encontraba.
Numerosas especies de flores adornaban el lugar adonde el aire parecía ser más fresco y ligero.
Tomé asiento en una banca y contemplé las estrellas, me pregunté si mis padres serían alguna de ellas y poco a poco me fue venciendo el sueño. El sonido de algo que pareció golpear un árbol me sacó de mi letargo y con los ojos entreabiertos intenté recordar donde estaba, antes de recordarlo miré sorprendida como algunos guijarros cruzaban el espacio asustando a algunas aves que emprendían vuelo enseguida. Mmmm... ¿Por qué alguien atacaría a las aves?
Me levanté y caminé con paso prudencial no fuera a ser que un nuevo puñado de guijarros saliera de la nada, pero no, todo estaba excepcionalmente tranquilo.
Me detuve al contemplar una fuente frente a la cual se encontraba un hombre joven que justo en ese momento volteó a ver en mi dirección, lo hizo tan repentinamente que me quedé congelada, como si me hubiese pillado en mi inocente escapada aunque era irracional el creer que un perfecto extraño supiese quien era yo, estaba perfectamente disfrazada, aún así enrojecí, la sangre calentó mi rostro y apreté nerviosamente la tela de mi falda con mis manos como si fuera una pequeña niña mientras procuraba no prestarle demasiada atención.
Apenas contaba con veintidós años de edad pero había heredado mi título a una corta edad y nadie podía tacharme de irresponsable o inapropiada. Cumplía con todas las obligaciones que requerían de mi presencia y departía con los más importantes personajes y nobles tal y como se esperaba de mi apellido. Sin embargo, esta noche cuando asomé mi rostro por la ventana una repentina idea me asaltó y aunque en un principio la deseché mientras más fijaba mi mirada en las ramas que se mecían bajo el susurro del viento más se fijaba una idea en mi mente y cuando me decidía a hacer algo no había nadie que pudiera disuadirme.
Así fue como esa noche me escabullí, lo había pensado unos minutos y había tomado prestado un sencillo vestido que solicité a una de mis doncellas de confianza. Para complementar la vestimenta tomé una larga capa, me coloqué la capucha sobre mi dorado cabello e hice a un lado cualquier reprimenda interna que procurase disuadirme. Poco rato después me encontré deambulando como cualquier habitante más entre las calles de Paris. Al principio no estaba muy segura de adonde dirigirme pero poco a poco me fui adentrando en las actividades que para nada eran escasas. Me sorprendió darme cuenta de que durante la noche no faltaban los artistas ambulantes, los gitanos que leían la buenaventura, los borrachos que abruptamente salían de las tabernas a trompincones y los apostadores. Mentiría si dijera que no me atraían ciertas costumbres de estos últimos y que me vi compelida a participar en un juego de naipes pero la prudencia me indicó que no debía llamar demasiado la atención así que continué mi silencioso recorrido.
No sé si fue producto de mi imaginación pero en determinado momento tuve la sensación de que no me encontraba sola y a medida que continué la marcha me pareció escuchar pasos que al detenerme hacían lo mismo. No duré demasiado tiempo en el mismo lugar, eché a correr dando vueltas alrededor de varias esquinas hasta que finalmente alcancé el parque aunque para entonces ya no escuché nada más y sin estar muy segura de que acababa de suceder comencé a admirar un poco el lugar en el que me encontraba.
Numerosas especies de flores adornaban el lugar adonde el aire parecía ser más fresco y ligero.
Tomé asiento en una banca y contemplé las estrellas, me pregunté si mis padres serían alguna de ellas y poco a poco me fue venciendo el sueño. El sonido de algo que pareció golpear un árbol me sacó de mi letargo y con los ojos entreabiertos intenté recordar donde estaba, antes de recordarlo miré sorprendida como algunos guijarros cruzaban el espacio asustando a algunas aves que emprendían vuelo enseguida. Mmmm... ¿Por qué alguien atacaría a las aves?
Me levanté y caminé con paso prudencial no fuera a ser que un nuevo puñado de guijarros saliera de la nada, pero no, todo estaba excepcionalmente tranquilo.
Me detuve al contemplar una fuente frente a la cual se encontraba un hombre joven que justo en ese momento volteó a ver en mi dirección, lo hizo tan repentinamente que me quedé congelada, como si me hubiese pillado en mi inocente escapada aunque era irracional el creer que un perfecto extraño supiese quien era yo, estaba perfectamente disfrazada, aún así enrojecí, la sangre calentó mi rostro y apreté nerviosamente la tela de mi falda con mis manos como si fuera una pequeña niña mientras procuraba no prestarle demasiada atención.
Maxine Von Richter- Humano Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Re: Mañana de resaca y encuentros | Libre
El sonido de unos pasos acercándose atrajo mi mirada a un lado de la fuente. La horrenda mañana empezó a mejorar al instante cuando contemplé quien se acercaba. Se encontraba ante mi una muchacha, indudablemente joven e indiscutiblemente hermosa. A juzgar por sus prendas, la muchacha debía ser una sirvienta. Quizás la doncella de alguna dama noble. Una criatura de esas que pone Dios para recordarnos cuan magnifica puede ser su creación.
Observando con evidente interés sus mejillas sonrojadas, me volví hacia ella. Con una sonrisa cortés en los labios me incliné hacia delante trazando con el brazo una florida reverencia.
- Le doy las gracias, mi señora, por convertir un mal día en uno bendito concediendome ese milagro con su presenc.. ¡uff!
Pensándolo en perspectiva, quizás fuera una mala idea inclinarme justo en ese momento, pues en mi cabeza aun punzaba el vino de la noche anterior, misteriosamente cristalizado en agujas que nublaban mis sentidos. Peor fue el esfuerzo de doblar el vientre que provocó que tuviera que interrumpir mi saludo a la joven para darle la espalda con brusquedad. A duras penas alcancé a dar un par de pasos alejándome de la fuente antes de doblarme sobre un inocente parterre de hortensias y proceder a abonarlas con el contenido de mi estomago, vomitando con profusión sobre las flores.
Cuando al fin logré incorporarme el alivio y el mareo se intercambiaban para adueñarse de mi cuerpo y sabiendo ya que la primera impresión estaba perdida, volví junto a la fuente y la chica. Esta vez me puse de rodillas en el suelo y metí la cabeza entera bajo el agua, para disipar el mareo. Di varios tragos limpiándome el mal sabor de la boca y satisfecho aunque humillado, me senté en el suelo. Elevando el rostro miré de reojo a la joven, con lo que esperaba fuera una expresión de cachorro abandonado. Agradecido de que no hubiera salido huyendo aun, la señale con un gesto.
- Disculpe señorita, soy un recién llegado a París y conozco poco la ciudad... ¿cuanto debo suplicar para que considere hacerme el favor de guiarme hasta mi casa o sus alrededores?
Observando con evidente interés sus mejillas sonrojadas, me volví hacia ella. Con una sonrisa cortés en los labios me incliné hacia delante trazando con el brazo una florida reverencia.
- Le doy las gracias, mi señora, por convertir un mal día en uno bendito concediendome ese milagro con su presenc.. ¡uff!
Pensándolo en perspectiva, quizás fuera una mala idea inclinarme justo en ese momento, pues en mi cabeza aun punzaba el vino de la noche anterior, misteriosamente cristalizado en agujas que nublaban mis sentidos. Peor fue el esfuerzo de doblar el vientre que provocó que tuviera que interrumpir mi saludo a la joven para darle la espalda con brusquedad. A duras penas alcancé a dar un par de pasos alejándome de la fuente antes de doblarme sobre un inocente parterre de hortensias y proceder a abonarlas con el contenido de mi estomago, vomitando con profusión sobre las flores.
Cuando al fin logré incorporarme el alivio y el mareo se intercambiaban para adueñarse de mi cuerpo y sabiendo ya que la primera impresión estaba perdida, volví junto a la fuente y la chica. Esta vez me puse de rodillas en el suelo y metí la cabeza entera bajo el agua, para disipar el mareo. Di varios tragos limpiándome el mal sabor de la boca y satisfecho aunque humillado, me senté en el suelo. Elevando el rostro miré de reojo a la joven, con lo que esperaba fuera una expresión de cachorro abandonado. Agradecido de que no hubiera salido huyendo aun, la señale con un gesto.
- Disculpe señorita, soy un recién llegado a París y conozco poco la ciudad... ¿cuanto debo suplicar para que considere hacerme el favor de guiarme hasta mi casa o sus alrededores?
Daniel Valmont- Humano Clase Baja
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 06/10/2014
Re: Mañana de resaca y encuentros | Libre
No estaba del todo segura del por qué de mi nerviosismo aunque tampoco servía de nada comenzar a pensar en ello y aunque había desviado la mirada estaba completamente segura de que el desconocido que se encontraba frente a mi aún me estaba observando. Hice un esfuerzo para mantener la calma y recuperar el dominio de aquellos dedos traviesos que obstinadamente continuaban arrugando la tela del vestido que llevaba puesto, los estiré de a poco y enderecé mi espalda. Lentamente devolví la mirada hacia el extraño corroborando de esa manera que este aún se encontraba allí.
Al contemplarle por segunda vez aquel previo tono rojizo volvió a mis mejillas, aunque en esta ocasión se debía a las palabras que acababa de escuchar, o que no escuché del todo ya que él se había volteado a media frase, lo cual se podía tomar como una descortesía de su parte. Pensé en responderle e incluso, y sin en realidad darme cuenta, había avanzado un par de pasos interrumpiéndoles completamente al abrirse mis ojos cargados de sorpresa y observar lo que sucedía. Un olor bastante fuerte invadió el aire a mi alrededor y no era precisamente el de las hortensias que nos rodeaban, instintivamente arrugué la nariz sin poder dar crédito a lo que acababa de ver.
Me sentí bastante avergonzada por haber sido testigo de ello, era como si hubiera invadido su intimidad, cosa que continué haciendo involuntariamente al ver lo que sucedía a continuación hasta el momento en que atónita le vi dejarse caer en el suelo. Permanecí en silencio un momento más, intentando controlar un pequeño espasmo que por momentos iba creciendo hasta llegar a un punto en el que no pude contenerle y sin poder evitarlo tuve que reir. Inmediatamente procuré disimular y llevé la mano a mi boca fingiendo un ataque de toz.
-Mis disculpas mi...- medité en como debía comportarme si deseaba aparentar ser alguien de clase baja. -Mi señor.- Hice una cortés reverencia. -Lamento que se sienta usted mal.- Reparé en su rostro enrojecido y me sentí genuinamente preocupada. -No me lo tome a mal pero quizás debería considerar dirigirse al doctor... Tiene usted un aspecto bastante... desafortunado.- Sonreí ligeramente intentando no ser muy descarada al mirarlo pero había algo indefinible en él que me impedía dejar de hacerlo.
Al contemplarle por segunda vez aquel previo tono rojizo volvió a mis mejillas, aunque en esta ocasión se debía a las palabras que acababa de escuchar, o que no escuché del todo ya que él se había volteado a media frase, lo cual se podía tomar como una descortesía de su parte. Pensé en responderle e incluso, y sin en realidad darme cuenta, había avanzado un par de pasos interrumpiéndoles completamente al abrirse mis ojos cargados de sorpresa y observar lo que sucedía. Un olor bastante fuerte invadió el aire a mi alrededor y no era precisamente el de las hortensias que nos rodeaban, instintivamente arrugué la nariz sin poder dar crédito a lo que acababa de ver.
Me sentí bastante avergonzada por haber sido testigo de ello, era como si hubiera invadido su intimidad, cosa que continué haciendo involuntariamente al ver lo que sucedía a continuación hasta el momento en que atónita le vi dejarse caer en el suelo. Permanecí en silencio un momento más, intentando controlar un pequeño espasmo que por momentos iba creciendo hasta llegar a un punto en el que no pude contenerle y sin poder evitarlo tuve que reir. Inmediatamente procuré disimular y llevé la mano a mi boca fingiendo un ataque de toz.
-Mis disculpas mi...- medité en como debía comportarme si deseaba aparentar ser alguien de clase baja. -Mi señor.- Hice una cortés reverencia. -Lamento que se sienta usted mal.- Reparé en su rostro enrojecido y me sentí genuinamente preocupada. -No me lo tome a mal pero quizás debería considerar dirigirse al doctor... Tiene usted un aspecto bastante... desafortunado.- Sonreí ligeramente intentando no ser muy descarada al mirarlo pero había algo indefinible en él que me impedía dejar de hacerlo.
Maxine Von Richter- Humano Clase Alta
- Mensajes : 32
Fecha de inscripción : 03/08/2014
Re: Mañana de resaca y encuentros | Libre
Parpadeé notándome adormilado, el baño en la fuente y el calor del sol en el rostro se combinaban en un efecto relajante. Sacudí la cabeza para despejarme, notando como el agua que aun empapaba mis cabellos resbalaba por mi cuello y mi camisa.
- ¿Ir a ver a un doctor? Me temo que es tarde para eso, señorita - negué sacudiendo la cabeza con aire triste y hasta me atreví a alargar el brazo, tomando su mano entre las mías - Es tarde ya para mi. Estoy desahuciado. Finiquitado. Sin esperanza. Herido ya sin remedio y lejos de toda cura. No, no me lo niegue. Estoy convencido, mis palabras no pueden ser más ciertas. Puesto que... si no estuviera ya mi suerte echada... ¿que motivo tendría el buen dios para enviarme al más hermoso de sus ángeles?
Rematé la escena con un guiño travieso y una sonrisa zalamera mientras volvía a admirar el rubor que teñía las mejillas de la joven. Reteniendo aun su mano entre las mías volví a hacerle una reverencia, aunque esta vez fui prudente y no me incliné demasiado. En lugar de eso alcé su mano y con delicadeza rocé el dorso, depositando un ligero beso antes de liberarla. - Le agradezco que se preocupe por mi, pero no tiene que hacerlo. Mi mal es pasajero y no tiene más consecuencias que un estomago algo revuelto y un ligero dolor de cabeza. De lo primero ya me he ocupado, y lamento que haya tenido que presenciarlo. En cuanto a lo segundo no hay mejor cura para una testa dolorida que contemplar algo bello y debo decir que el remedio está siendo más que efectivo.
Como de costumbre, me había lanzado a parlotear y si hice una pausa fue tanto para no abrumar a la joven como para contener el reflujo que amenazaba por subir por mi traquea. Tenia que admitir que no me encontraba en mi mejor momento, a horas tan tempranas me encontraba más a gusto en los brazos de morfeo, cubierto por unas sabanas hasta la cabeza. Contuve un bostezo todo lo que pude, pero fui incapaz de evitarlo y finalmente me rendí al impulso, abriendo la boca y estirando los brazos para desentumecer los músculos.
- Mis disculpas, señorita... - reiteré, pensando que entre una cosa y otra la impresión de mi que se estaría llevando la muchacha sería bastante mala - El agotamiento me puede, anoche estuve trabajando hasta tarde antes de salir a... mmm... despejarme la mente - Era un modo mejor de decir que había salido a emborracharme - Quizás fuera mejor que pasara por una cafetería a desayunar algo. ¿Ha desayunado ya? Digame que no y hagame feliz permitiendo que la invite a probar un pastelillo o dos. ¿Le gustan los de fresas? Son mis favoritos... Ah, pero vuelvo a ser descortes, ni siquiera nos hemos presentado aun... Mi nombre es Daniel,... Daniel Valmont... ¿puedo saber su nombre mi encantadora señorita o prefiere que la llame, simple y sinceramente, bella?
Daniel Valmont- Humano Clase Baja
- Mensajes : 19
Fecha de inscripción : 06/10/2014
Re: Mañana de resaca y encuentros | Libre
Por momentos desviaba la mirada del joven hacia las flores a mi alrededor pareciéndome inadecuado el mirarle fijamente durante mucho tiempo o reparar en como las gotas de agua perlaban su cabellera y humedecían ligeramente su camisa otorgándole un aire genuinamente atractivo, aunque no debía ni tan siquiera pensar en eso. No, no, debía distraerme de ese pensamiento, recordar cual era mi lugar y... mi intento que parecía futil cada vez que mis ojos luchaban contra mi voluntad y volvían a dirigirse hacia él.
Oh no, lo miré escandalizada al escuchar que estaba desahuciado. Imposible, alguien tan joven cómo él, que se veía tan sano además. Dios no podía ser tan cruel como para llevarse a alguien así de este munco tan pronto, sería algo completamente trágico, aunque sabía de sobra el tipo de enfermedades que plagaban los hogares de la gente menos acomodada y siempre era posible que un plebeyo...
Escuché sus siguientes palabras y volví a sentir esa oleada rojiza que teñía mis mejillas y las acaloraba a más no poder sin que yo pudiera hacer absolutamente nada por evitarlo o por disimularlo. No estaba muy segura de que me pasaba hoy, era inusual en mi perder la facultad de articular palabras con facilidad estando acostumbrada a departir con todo tipo de personalidades políticas y magnificencias obispales, siempre me agradó un sano debate de ideas y ahora las perdía todas y se hacían una maraña en mi mente que realmente no pensaba mucho más que en el tacto de la mano del joven al sostener la mía entre las de él.
Mis latidos se dispararon a mil por hora cuando besó mi mano, por supuesto lo hizo de manera caballerosa y seguramente por... cortesía... Mi mirada se fijó en su rostro y observé sorprendida como estiraba los brazos de forma muy desenfadada. Se le veía cansado pero también muy sano... Me ruboricé otra vez e inmediatamente reparé en lo que acababa de decirme, no estaba desahuciado en realidad.
-No debería burlarse así de mi mi señor, llamándome ángel cuando ambos sabemos que los ángeles son seres extraordinariamente buenos y celestiales... guerreros de Dios con un próposito altamente importante y yo no soy más que una simple doncella.- Me sentí culpable por mentir acerca de mi condición con tanta desfachatez pero no tenía alternativa.
El sol había salido completamente ya en el cielo, iluminando el parque con sus vivos colores y sus dorados rayos que ahora se reflejaban en algunos mechones del cabello del joven, me pareció que era alguien muy apuesto. Alcé mis manos para bajar la capucha que aún cubría mi cabeza descubriendo completamente mi rostro y sonreí al escuchar su invitación.
-¡Oh, vaya si tengo hambre! Ha sido una noche muy larga y no he podido tomar desayuno aún. Y los pastelillos...- Mis ojos brillaron entusiasmados ante la mención de los mismos. -Los pastelillos franceses constituyen un excelente desayuno, aunque a mi los que más me apetecen son los de limón.- Seguramente en esta zona habría alguna cafetería plagada de un delicioso aroma a café y croissants recién horneados.
-Me encantaría aceptar su invitación monsieur... Valmont. Mi nombre es Maxine... Maxine Klausen.- Me pareció más oportuno presentarme con el apellido de soltera de mi madre ya que muy pocos tenían conocimiento de cual era. -Aunque me temo que si busca un guía para conocer la ciudad no ha encontrado a alguien muy adecuado, apenas llevo un mes en Paris y mis ocupaciones no me han permitido hasta la fecha ver mucho de lo que hay en ella.- Esperaba que mis palabras no le hicieran rescindir su invitación.
-Es seria su invitación a desayunar, no se burla aún de mi?- Alcé una ceja al mirarlo, sería muy cruel que me estuviera tomando el pelo... como parecía continuar haciéndolo al llamarme bella...
Oh no, lo miré escandalizada al escuchar que estaba desahuciado. Imposible, alguien tan joven cómo él, que se veía tan sano además. Dios no podía ser tan cruel como para llevarse a alguien así de este munco tan pronto, sería algo completamente trágico, aunque sabía de sobra el tipo de enfermedades que plagaban los hogares de la gente menos acomodada y siempre era posible que un plebeyo...
Escuché sus siguientes palabras y volví a sentir esa oleada rojiza que teñía mis mejillas y las acaloraba a más no poder sin que yo pudiera hacer absolutamente nada por evitarlo o por disimularlo. No estaba muy segura de que me pasaba hoy, era inusual en mi perder la facultad de articular palabras con facilidad estando acostumbrada a departir con todo tipo de personalidades políticas y magnificencias obispales, siempre me agradó un sano debate de ideas y ahora las perdía todas y se hacían una maraña en mi mente que realmente no pensaba mucho más que en el tacto de la mano del joven al sostener la mía entre las de él.
Mis latidos se dispararon a mil por hora cuando besó mi mano, por supuesto lo hizo de manera caballerosa y seguramente por... cortesía... Mi mirada se fijó en su rostro y observé sorprendida como estiraba los brazos de forma muy desenfadada. Se le veía cansado pero también muy sano... Me ruboricé otra vez e inmediatamente reparé en lo que acababa de decirme, no estaba desahuciado en realidad.
-No debería burlarse así de mi mi señor, llamándome ángel cuando ambos sabemos que los ángeles son seres extraordinariamente buenos y celestiales... guerreros de Dios con un próposito altamente importante y yo no soy más que una simple doncella.- Me sentí culpable por mentir acerca de mi condición con tanta desfachatez pero no tenía alternativa.
El sol había salido completamente ya en el cielo, iluminando el parque con sus vivos colores y sus dorados rayos que ahora se reflejaban en algunos mechones del cabello del joven, me pareció que era alguien muy apuesto. Alcé mis manos para bajar la capucha que aún cubría mi cabeza descubriendo completamente mi rostro y sonreí al escuchar su invitación.
-¡Oh, vaya si tengo hambre! Ha sido una noche muy larga y no he podido tomar desayuno aún. Y los pastelillos...- Mis ojos brillaron entusiasmados ante la mención de los mismos. -Los pastelillos franceses constituyen un excelente desayuno, aunque a mi los que más me apetecen son los de limón.- Seguramente en esta zona habría alguna cafetería plagada de un delicioso aroma a café y croissants recién horneados.
-Me encantaría aceptar su invitación monsieur... Valmont. Mi nombre es Maxine... Maxine Klausen.- Me pareció más oportuno presentarme con el apellido de soltera de mi madre ya que muy pocos tenían conocimiento de cual era. -Aunque me temo que si busca un guía para conocer la ciudad no ha encontrado a alguien muy adecuado, apenas llevo un mes en Paris y mis ocupaciones no me han permitido hasta la fecha ver mucho de lo que hay en ella.- Esperaba que mis palabras no le hicieran rescindir su invitación.
-Es seria su invitación a desayunar, no se burla aún de mi?- Alcé una ceja al mirarlo, sería muy cruel que me estuviera tomando el pelo... como parecía continuar haciéndolo al llamarme bella...
Maxine Von Richter- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/08/2014
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