Vampire pride [Privado]

por **Akseli Nygard** Miér Oct 08, 2014 9:48 pm

Desde mi regreso a París y todo lo que eso implicaba, buscaba la soledad de las noches. Mientras Adda descansaba en la mansión y Jarko parecía ocuparse como siempre de sus propios asuntos. Yo por mi parte tenía tanto sobre lo cual meditar, que rara vez decidía quedarme en casa, donde el sonido del corazón de Adda ya me era perfectamente reconocible y deseaba quedarme cerca, mirándola como un idiota mientras ella dormía plácidamente. Casi todo cuanto rondaba en mi mente era respecto a ella y al tiempo que tendría para cuidarla. Gracias a su fragilidad humana sabía que tarde o temprano moriría, sino es que debía dejarla ir antes para que viviera una vida humana normal, aunque esa idea me desagradaba en demasía. Buscando la paz inexistente en casa, me refugiaba andando por las noches de un lado a otro; cazando por un sitio y otro sin hacer jamás distinción de si mis presas eran hombres, mujeres, jóvenes o viejos.

Esa noche tenía una presa definida. Una joven que al parecer siempre andaba por los mismos callejones a horas regulares. Mi teoría era que debía ir a su hogar después de una jornada ardua de trabajo pues al pasar ya se notaba bastante cansada; y fue la tercera vez que la vi pasar en una semana que mi resolución se tomo. Terminaría con su vida para que su cansancio terminaría, además de que de tanto verla su sangre me parecía una buena opción por lo que esa noche, no me alimente de nadie más antes de llegar a los callejones donde por lo regular ella se encontraba.

Caminaba con calma y sin prisa por aquellos lugares consciente de que tarde o temprano me toparía con la presa que esperaba. No fue hasta que un olor familiar llego hasta mi que apure el paso y en un callejón pude distinguir dos figuras. Una de ellas pertenecía a mi propia raza y la otra, a juzgar por el aroma y el olor a sangre era quien yo había deseado de presa. Me acerque más hasta quien fuera el inmortal que me robara mi presa de la noche sin ocultar en ningún momento la molestia de mi voz.
– Espero que al menos disfrutaras debidamente de “MI” presa – hice énfasis en aquella parte porque aunque la joven estuviese ya más muerta que viva, la seguía considerando como mi presa de la noche – Me has arruinado la noche – susurre, mostrando mis dientes en un acto que no parecía concordar con el susurro anterior.

por **Minerva** Lun Nov 03, 2014 10:06 am

-Eres tú…-

Olímpicamente había fingido no esperarse la presencia de aquel vampiro tras entrar en el callejón oscuro que significaba la eminente agonía de la desdichada vida que se le escapaba a aquella humana a cada suspiro tortuoso que escapaba por sus labios.
La niña lo observó con indiferencia marcada, jamás se permitía en ella expresar lo que en su interior ardía como fuego. Una extraña quimera de elementos componía a la rubia angelical, fuego infernal por dentro cuyas llamas malévolas susurraban a cada segundo por una nueva ejecución, guardando sentimientos y reacciones repulsivas hacia los humanos y hacia los suyos propios, mientras que por fuera… Por fuera era simplemente un chacal hecho de hielo negro. Minerva entrecerró los ojos cuando escuchó las palabras del vampiro, se regocijaba con el enfado de aquel Nygard expresaba hacia su persona como si se tratase de una dulce y silenciosa venganza.

No había ser más fastidioso en la faz de la absurda tierra que Akseli Nygard. Aquel vampiro era un Oscuro al igual que ella, una pieza más en el sectario vampírico y por tanto –y muy a su pesar- una especie de camarada en la misión de la cual ambos eran parte. Pero eso no significaba de ningún modo que Akseli le simpatizase en la menor medida. Ni un granito de arena. Ese maldito, de aniñado rostro fresco que representaba la armonía de los años más felices de la juventud, tan lleno de vida, tan inocente y novicio, un joven con pinta de bonachón que pudiese cautivar fácilmente a las jóvenes chiquillas promesas de la sociedad, pero en realidad era una patraña de viejo en el cuerpo de un joven eterno. Lo despreciaba, porque algo en Minerva le hacía envidiar que precisamente él fuese más sabio y experimentado que ella misma. ¡Cuánto lo despreciaba! Eran innumerables las veces que le nacieron las ganas de retorcerle el cuello.
Quizá Minerva pudo haber ignorado su odiosa existencia incluso cuando a diario tenía que verle, pero aquel vampiro se empeñaba en fastidiarla, perseguirla, restregarle lo niña que era. La buscaba. Le buscaba el punto de explosión a la rubia y como ella fingía que nada de lo que él hiciera le molestaba éste no se rendía a diferencia de muchos otros que prefieren desistir.

Hoy había sido distinto. Era notoriamente él el que estaba enfadado y lo demostraba asomando sus dientes para goce personal de la niña. Tal vez que asunto nublaba y ocupaba constantemente la mente del más alto esos últimos días… Ahora que lo pensaba, no la había fastidiado en la misma escala hostigosa que antes.
No era coincidencia del destino que Minerva estuviese en ese preciso lugar y en ese preciso instante. Esa noche como era de costumbre la de rubios cabellos merodeaba por las calles oscuras de París para entretenerse aniquilando uno que otro humano y a algún hereje que se cruzase en su camino. Una niña que finge ser adorable atrae a muchos curiosos, por tanto la cena jamás faltaba. Fue cuando observaba los pomposos y tiernos vestidos de niña tendidos sobre los maniquíes al otro lado de la vitrina de un negocio cuando sintió el aroma de aquel vampiro. Generalmente cuando sentía la presencia de algún oscuro u otro vampiro se apartaba pues no gustaba compartir con nadie, ella toda la vida se había desplazado sola sin conversar con nadie. Cuando la presencia le apuntaba que era Nygard con mayores motivos buscaba la distancia más drástica entre ambos oscuros. Pero por algún motivo en las tinieblas de aquella noche en esta ocasión prefirió seguirlo, quizá porque se mostraba un poco despistado y aquello había llamado su atención. Seguramente tenía enemigos, con esa detestable manera de ser de él, y por el despiste tal vez le hiciesen una emboscada por lo que quería ver si lo atacaban para entretener el ojo. Finalmente, sólo estaba persiguiendo una infortunada presa.

-¿Qué sucede, Nygard? ¿Acaso te estás haciendo viejo y lento?- Minerva clavó su mirada en los ojos iracundos del otro. La niña le desafió con la mirada de un modo jocoso que muy pocos podrían descifrar. –Por lo demás, me alegro de arruinarte tu noche. Eso me tiene sin cuidado.- Llevó la mirada hacia su víctima a sus pies, esta se retorcía como un miserable gusano por lo que Minerva volvió a despreciar a los humanos. Sentía asco por la humanidad, tan débil e imperfecta. Concentró su energía en ese empobrecido ser, acto seguido ejerció el poder que dominaba a la perfección a esas alturas; el dolor. La muchacha curvó la columna de una forma macabra y apenas pudo lanzar un grito ahogado, Minerva la había sentenciado. –Vuestra presa es tan insignificante... No hay disfrute en eso.- Deshizo el don del dolor, volviendo a centrar la energía en la serenidad que le caracterizaba. Agudizó la mirada cuando la retornó en los ojos del oscuro. –Te he hecho un favor, Nygard. Allí tienes a tu presa en bandeja... Eso si aún la quieres.- Soltó con solemnidad.

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