AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The vampire with porcelain arm | Privado
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The vampire with porcelain arm | Privado
Primavera de 1808
Recargado en la pared opuesta a la puerta del cuarto asignado al bodegero principal. Se encontraba la figura vivida del vampiro. Llevaba su cabello impoluto negro peinado a la izquierda, vestía un traje negro y en su mano izquierda ostentaba un anillo de su época gloriosa. Un hilito de sangre coagulada que salía de la comisura de los labios por la izquierda llegaba hasta su barbilla siendo la única mancha en ese perfecto rostro ruso que a pesar de no ser tan antiguo ya había palidecido más tomando un color casi blanco que sólo podía alegrarse con la sangre. Descansando en esa postura mantuvo su brazo de porcelana motado sobre el hombro derecho. El vampiro parecía más bien una de esas muñecas de porcelana que tanto éxito tenían en Paris; sin moverse, con los ojos cerrados, esperando que la noche cayera para que se despertara de su letargo. Sí es que lo hacía. La sangre en su rostro indicaba que llevaba al menos un par de días en su rostro y es que Violante no había salido o siquiera parado en tres días. Llevaba alejado de Paris más de un mes, la repentina desaparición de Aidara era la principal causa de su exilio en las bodegas. El reloj ubicado a dos pisos del cuarto que por ahora era hogar de Violante marcó siete campanadas. La noche hubo caído y los ojos del vampiro se abrieron como los de una muñeca, sus cuencas parecían perlas con el sutil color oscuro en sus pupilas que por un instante brilló para apagarse con melancolia. Estaba allí, sin moverse, como un autómata.
Después de sus tres días de ayuno. Violante finalmente se levantó, pero no lo hizo como cualquier persona, lo hizo como sí estuviese pegado a la pared y luchara por liberarse, la inmovilidad de su brazo de porcelana hizo que el vampiro se viera más como un autómata que como uno de los depredadores más mortales del mundo. De pie y recto, Violante miró hacia la puerta vieja, humedecida por las repentinas fugas de vino cuando, por las mañanas dejaban o se llevaban. Los años maltrataron la puerta que para Violante era un espejo de su propia existencia. Él estaba roto, y sin embargo seguía con vida, así mismo, seguía en pie. Con ojos totalmente ausentes en el momento, en ese cuarto iluminado por una lámpara de aceite de ballena, Violante se giró hacia la derecha, alzó su brazo izquierdo para apagar la lámpara y todo quedó en oscuridad; los ojos del vampiro brillaban como los de un felino pero no manifestaban un glamour, eran como dos cuencas vacías. Se reincorporó bajando su mano y camino a la puerta tomando el picaporte de la puerta, mas no lo giró, regresó su mirada hacia el sillón donde estaba sentado y se pensó en regresar, encender la lámpara y quedarse allí, en ese cuarto que compartía con un ratón.
Si bien era cierto que tenía hambre, más parecía su deseo de quedarse porque eso significaría evocar los recuerdos de los momentos más felices de su vida, desde su niñez como príncipe Vasílevich hasta el amor encontrado en Paris como príncipe Vilhjálmur siendo ya un bebedor de sangre. La confrontación entre su necesidad y su deseo se manifestó fisicamente. Con su mano temblando Violante arrancó el picaporte con violencia haciendo que la puerta perdiera fuerza y se cayera al frente. Violante analizó el suceso; ¿podría ser eso acaso una proyección de que era una farsa seguir con vida? Con horror veía la puerta caída, sus facciones autómatas desaparecieron y con ello retrocedió dos pasos. Las piernas le comenzaban a fallar, era como si estuviera sosteniendo un peso mayor al que podía soportar su fuerza. Y aunque por su mente no apareció el rostro de Tiare, el terror era casi el mismo. Su mente se estaba planteando por primera vez sí era el momento de que muriera. «Mi padre se encargó de que la historia no me reconociera como el último hijo de Ivan Vasílevich, primer Zar de Rusia. Y de la misma manera Tiare se encargó de destruír la figura pública que Dragoslav construyó para mí y dónde volví a sentir el amor, donde tuve una familia y una esposa que Dios sabe muy bien no merecía, pues su inocencia era la misma gloria; ella es lo único que importa en la vida. Yo la condené a una vida de la que ninguno de nosotros sabe lo que realmente es hasta que te enfrentas con esta endemoniada necesidad de alimentarse y saber que tomas vidas y para seguir viviendo debes de hacerlo sí y sólo sí, no aprendes cómo beber sin matar. He sido una mentira, mi brazo derecho es un reflejo de ello, tan falso como mi propia existencia. Pero... ¿Acaso este pensamiento también es compartido por los humanos?, lo mismo puede tenerlo un miserable vagabundo o un aristocrata infiel que ya nada lo llena. No, es distinto, porque son mortales ellos pueden elegir o no morir, la muerte los asecha en todo momento pero a nosotros no, los inmortales sólo alcanzamos la muerte si nosotros lo queremos o la propiciamos en un enfrentamiento» caviló y al concluír cerró su puño izquierdo al tiempo que abandonaba el cuarto para salir.
La noche era joven, las bodegas no estaban en Paris pero no significaba que estuvieran en medio de la nada. La luz de la luna puso en evidencia lo que la lámpara con su luz mortecina no dejaba ver, la sangre que había en su camisa negra, sangre de sus víctimas. En su transición al que era su nuevo hogar dejó un camino de muerte, pues la torpeza que le producía su brazo de porcelana le producía ira y terminaba muerte. Aunque esa noche no se lo planteó, el viento nocturno parecía pedírselo, mas Violante no lo escuchaba y escabulléndose entres las calles encontró de espaldas a un hombre, se agazapó y como si se tratase de un neófito atacó como un animal al sujeto de edad avanzada, hundió sus colmillos desgarrando el cuello haciendo que la sangre no sólo invadiera su boca sino que se exparciera por la ropa del anciano, litros de sangre que se desparramaban de la boca del vampiro humedeciendo aquel rastro que tenía cuagulado y ahora ya se había ido por el torrente excesivo que Violante ya no controlaba.
El vampiro se alejó dejando caer el cuerpo muerto, tenía la boca llena de sangre y su camisa obtuvo nuevas manchas. Frenético se quedó en plena calle a merced de que alguien lo viera, dejó pasar el tiempo y cuando sus oídos escucharon un sonido se fue directo a su refugio sin importarle el cadaver, aquel anciano que comprometería su lugar de exilio y que volvería a obligarlo a marcharse. Aunque tal vez eso era lo que Violante quería, una confrontación. Se acercó a la bodega pero no ingresó, simplemente se sentó en una de las bancas de la calle con las cortinas de sangre casi secas sobre su mentón y boca.
Después de sus tres días de ayuno. Violante finalmente se levantó, pero no lo hizo como cualquier persona, lo hizo como sí estuviese pegado a la pared y luchara por liberarse, la inmovilidad de su brazo de porcelana hizo que el vampiro se viera más como un autómata que como uno de los depredadores más mortales del mundo. De pie y recto, Violante miró hacia la puerta vieja, humedecida por las repentinas fugas de vino cuando, por las mañanas dejaban o se llevaban. Los años maltrataron la puerta que para Violante era un espejo de su propia existencia. Él estaba roto, y sin embargo seguía con vida, así mismo, seguía en pie. Con ojos totalmente ausentes en el momento, en ese cuarto iluminado por una lámpara de aceite de ballena, Violante se giró hacia la derecha, alzó su brazo izquierdo para apagar la lámpara y todo quedó en oscuridad; los ojos del vampiro brillaban como los de un felino pero no manifestaban un glamour, eran como dos cuencas vacías. Se reincorporó bajando su mano y camino a la puerta tomando el picaporte de la puerta, mas no lo giró, regresó su mirada hacia el sillón donde estaba sentado y se pensó en regresar, encender la lámpara y quedarse allí, en ese cuarto que compartía con un ratón.
Si bien era cierto que tenía hambre, más parecía su deseo de quedarse porque eso significaría evocar los recuerdos de los momentos más felices de su vida, desde su niñez como príncipe Vasílevich hasta el amor encontrado en Paris como príncipe Vilhjálmur siendo ya un bebedor de sangre. La confrontación entre su necesidad y su deseo se manifestó fisicamente. Con su mano temblando Violante arrancó el picaporte con violencia haciendo que la puerta perdiera fuerza y se cayera al frente. Violante analizó el suceso; ¿podría ser eso acaso una proyección de que era una farsa seguir con vida? Con horror veía la puerta caída, sus facciones autómatas desaparecieron y con ello retrocedió dos pasos. Las piernas le comenzaban a fallar, era como si estuviera sosteniendo un peso mayor al que podía soportar su fuerza. Y aunque por su mente no apareció el rostro de Tiare, el terror era casi el mismo. Su mente se estaba planteando por primera vez sí era el momento de que muriera. «Mi padre se encargó de que la historia no me reconociera como el último hijo de Ivan Vasílevich, primer Zar de Rusia. Y de la misma manera Tiare se encargó de destruír la figura pública que Dragoslav construyó para mí y dónde volví a sentir el amor, donde tuve una familia y una esposa que Dios sabe muy bien no merecía, pues su inocencia era la misma gloria; ella es lo único que importa en la vida. Yo la condené a una vida de la que ninguno de nosotros sabe lo que realmente es hasta que te enfrentas con esta endemoniada necesidad de alimentarse y saber que tomas vidas y para seguir viviendo debes de hacerlo sí y sólo sí, no aprendes cómo beber sin matar. He sido una mentira, mi brazo derecho es un reflejo de ello, tan falso como mi propia existencia. Pero... ¿Acaso este pensamiento también es compartido por los humanos?, lo mismo puede tenerlo un miserable vagabundo o un aristocrata infiel que ya nada lo llena. No, es distinto, porque son mortales ellos pueden elegir o no morir, la muerte los asecha en todo momento pero a nosotros no, los inmortales sólo alcanzamos la muerte si nosotros lo queremos o la propiciamos en un enfrentamiento» caviló y al concluír cerró su puño izquierdo al tiempo que abandonaba el cuarto para salir.
La noche era joven, las bodegas no estaban en Paris pero no significaba que estuvieran en medio de la nada. La luz de la luna puso en evidencia lo que la lámpara con su luz mortecina no dejaba ver, la sangre que había en su camisa negra, sangre de sus víctimas. En su transición al que era su nuevo hogar dejó un camino de muerte, pues la torpeza que le producía su brazo de porcelana le producía ira y terminaba muerte. Aunque esa noche no se lo planteó, el viento nocturno parecía pedírselo, mas Violante no lo escuchaba y escabulléndose entres las calles encontró de espaldas a un hombre, se agazapó y como si se tratase de un neófito atacó como un animal al sujeto de edad avanzada, hundió sus colmillos desgarrando el cuello haciendo que la sangre no sólo invadiera su boca sino que se exparciera por la ropa del anciano, litros de sangre que se desparramaban de la boca del vampiro humedeciendo aquel rastro que tenía cuagulado y ahora ya se había ido por el torrente excesivo que Violante ya no controlaba.
El vampiro se alejó dejando caer el cuerpo muerto, tenía la boca llena de sangre y su camisa obtuvo nuevas manchas. Frenético se quedó en plena calle a merced de que alguien lo viera, dejó pasar el tiempo y cuando sus oídos escucharon un sonido se fue directo a su refugio sin importarle el cadaver, aquel anciano que comprometería su lugar de exilio y que volvería a obligarlo a marcharse. Aunque tal vez eso era lo que Violante quería, una confrontación. Se acercó a la bodega pero no ingresó, simplemente se sentó en una de las bancas de la calle con las cortinas de sangre casi secas sobre su mentón y boca.
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Última edición por Violante el Sáb Abr 28, 2018 1:49 pm, editado 1 vez
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: The vampire with porcelain arm | Privado
El por qué estaba en un lugar tan lejano cuando normalmente prefería ir a la playa, el cementerio o el faro era algo que aun no comprendía ni ella misma. Las bodegas no le parecían el mejor lugar para pasar el rato, teniendo una vista tan pobre de barriles y caminos vacíos a esas horas de la noche.
Sin embargo, pensó que ya que podía teletransportarse hacia donde ella quisiera seria una buena oportunidad el ir conociendo todos los lugares de Paris, además de afinar los poderes que algunas veces parecían ajenos a su persona.
Tomando el dije de lagrima aguamarina que colgaba de su cuello en un gesto inconsciente, empezó a flotar por el lugar ocultando su presencia, sin muchas ganas de encontrar a nadie y tener que justificarse. Poco después se dejo llevar, saltando de edificio en edificio en una danza etérea que solo ella podría apreciar, dejando que la libertar que pocas veces se permitía sentir fluyera, agitando su vestido en el aire y sus cabellos ocultando su rostro por momentos antes caer con suavidad en una pequeña calle, sus pies aun sin tocar el piso.
Apenas una sonrisa se asomaba por su rostro cuando alzo la vista, sus ojos abriéndose en ligera sorpresa antes de negar con la cabeza, rendida. Sylvana debió imaginar que nunca podía dar un paseo en cualquier lado sin terminar metida en algo que de seguro no debería de haber visto.
Casi contendiendo el suspiro que quiso salir de su boca, observo como un pobre hombre era atacado por lo que supo enseguida era un vampiro.
Se cruzo de brazos, alzando una ceja ante lo errático del ataque, el salvajismo nato que el vampiro despedía en dar muerte a su presa de una manera en la que ella sospechaba no era del todo normal. Poco sabia de ellos, pero si algo podía notar de la mayoría era lo perfectos que llegaban a ser al tomar sangre, apenas mostrando algún indicio de lo que habían hecho, como si no pasara absolutamente nada.
El hombre frente suyo parecía tener problemas, la camisa manchándose casi por completo en un desastre sangriento que poco efecto tuvo en ella. Solo cuando el vampiro dejo caer el cuerpo y se quedó ahí más tiempo del necesario fue cuando su curiosidad empezó a dominarla de nuevo.
Algo no cuadraba y aquello le quedo mas que claro cuando el vampiro dejo el cuerpo de su presa tirado, sin el mas mínimo intento de esconderlo, dirigiéndose a algún lugar cercano donde supuso podría estar viviendo, dado su caminar derrotado.
Acercándose al cadáver, le dedico una triste mirada mientras se arrodillaba, haciéndose corpórea para poder poner una mano sobre los ojos del hombre para cerrarlos, borrando la expresión de terror de su cara.
—No es nada personal. Pudo hacerlo con mas tacto, pero es necesario para ellos—le murmuro como si realmente pudiera oírla, acariciando su sucia mejilla—. No se aferre a este lugar si es que sigue aquí, no vale la pena si no tiene nada importante que cuidar.
Se alejo del cuerpo, usando su levitación para moverlo a un lugar menos visible, ocultándolo lo mejor posible. Después empezó a buscar al vampiro que había hecho tan mala cacería.
No le tomo mucho tiempo, parecía que aquel inmortal quería que todo aquel que pasara por allí viera lo que había hecho, luciendo las manchas de sangre como si no fueran más que adornos.
—Bueno, eso fue desastroso, Monsieur—hablo Sylvana con voz suave, sin recriminarle realmente nada mientras se acercaba a la banca, sentándose hasta el otro extremo, apoyando sus manos en su regazo mientras lo miraba—. No me parece usted un primerizo como para cometer esos fallos.
Alisando su vestido azul, ladeo con ligereza su cabeza, pensando un momento la palabra antes de volver a hablar.
—¿Si se les llama primerizos? —pregunto con sincera duda, sin saber realmente los términos que usaban los vampiros. —Usted disculpara, pero no se mucho sobre su raza.
Sin embargo, pensó que ya que podía teletransportarse hacia donde ella quisiera seria una buena oportunidad el ir conociendo todos los lugares de Paris, además de afinar los poderes que algunas veces parecían ajenos a su persona.
Tomando el dije de lagrima aguamarina que colgaba de su cuello en un gesto inconsciente, empezó a flotar por el lugar ocultando su presencia, sin muchas ganas de encontrar a nadie y tener que justificarse. Poco después se dejo llevar, saltando de edificio en edificio en una danza etérea que solo ella podría apreciar, dejando que la libertar que pocas veces se permitía sentir fluyera, agitando su vestido en el aire y sus cabellos ocultando su rostro por momentos antes caer con suavidad en una pequeña calle, sus pies aun sin tocar el piso.
Apenas una sonrisa se asomaba por su rostro cuando alzo la vista, sus ojos abriéndose en ligera sorpresa antes de negar con la cabeza, rendida. Sylvana debió imaginar que nunca podía dar un paseo en cualquier lado sin terminar metida en algo que de seguro no debería de haber visto.
Casi contendiendo el suspiro que quiso salir de su boca, observo como un pobre hombre era atacado por lo que supo enseguida era un vampiro.
Se cruzo de brazos, alzando una ceja ante lo errático del ataque, el salvajismo nato que el vampiro despedía en dar muerte a su presa de una manera en la que ella sospechaba no era del todo normal. Poco sabia de ellos, pero si algo podía notar de la mayoría era lo perfectos que llegaban a ser al tomar sangre, apenas mostrando algún indicio de lo que habían hecho, como si no pasara absolutamente nada.
El hombre frente suyo parecía tener problemas, la camisa manchándose casi por completo en un desastre sangriento que poco efecto tuvo en ella. Solo cuando el vampiro dejo caer el cuerpo y se quedó ahí más tiempo del necesario fue cuando su curiosidad empezó a dominarla de nuevo.
Algo no cuadraba y aquello le quedo mas que claro cuando el vampiro dejo el cuerpo de su presa tirado, sin el mas mínimo intento de esconderlo, dirigiéndose a algún lugar cercano donde supuso podría estar viviendo, dado su caminar derrotado.
Acercándose al cadáver, le dedico una triste mirada mientras se arrodillaba, haciéndose corpórea para poder poner una mano sobre los ojos del hombre para cerrarlos, borrando la expresión de terror de su cara.
—No es nada personal. Pudo hacerlo con mas tacto, pero es necesario para ellos—le murmuro como si realmente pudiera oírla, acariciando su sucia mejilla—. No se aferre a este lugar si es que sigue aquí, no vale la pena si no tiene nada importante que cuidar.
Se alejo del cuerpo, usando su levitación para moverlo a un lugar menos visible, ocultándolo lo mejor posible. Después empezó a buscar al vampiro que había hecho tan mala cacería.
No le tomo mucho tiempo, parecía que aquel inmortal quería que todo aquel que pasara por allí viera lo que había hecho, luciendo las manchas de sangre como si no fueran más que adornos.
—Bueno, eso fue desastroso, Monsieur—hablo Sylvana con voz suave, sin recriminarle realmente nada mientras se acercaba a la banca, sentándose hasta el otro extremo, apoyando sus manos en su regazo mientras lo miraba—. No me parece usted un primerizo como para cometer esos fallos.
Alisando su vestido azul, ladeo con ligereza su cabeza, pensando un momento la palabra antes de volver a hablar.
—¿Si se les llama primerizos? —pregunto con sincera duda, sin saber realmente los términos que usaban los vampiros. —Usted disculpara, pero no se mucho sobre su raza.
Sylvana Di Angelo- Fantasma
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Re: The vampire with porcelain arm | Privado
El vampiro cerró sus ojos, parecía fatigado, pero era una simple facha del derrotado. Sin embargo, abrió sus ojos tan pronto escuchó murmullos no muy lejanos a donde de hallaba, y por lo que decían, estaban dirigidos a la víctima del vampiro. No obstante, la curiosidad no fue suficiente para que se animara a levantarse para investigar, así que demostrando pereza aguardó a esa mujer que consolaba al cadáver. Violante cerró sus ojos de nuevo y cuando volvió a abrirlos una joven muy atractiva se dirigió a él. Siguió su andar con la mirada pero no escuchó los latidos del corazón, tampoco su respiración. Ya estaba muerta, una fastasma errante y Violante perdió interés; sin embargo, decidió entablar converzación, satisfacer la miseria de esa mujer podría de alguna forma extraordinaria cambiar las cosas. Con todos los sucesos que había atravezado en los últimos ocho años, la fantasma quizá más vieja que él podría ser su nuevo amor o su destrucción; o tal vez la diosa sabia que le dé un propósito, una nueva aventura al falso héroe. Todo podría ser.
—Neófitos, se les llama neófitos —dijo sin mirarla pues sus ojos estaban perdidos contemplando el caos que desató Tiare, reviviendo el momento en que con su poderosas manos le arrancara el brazo como si Violante se tratara de un simple muñeco—. Y como bien sospecha yo no soy un neófito —y esas últimas palabras lo transportaron a un recuerdo que parecía muy fresco y sin embargo, era añejado pues databa no de su vida como príncipe como un no-muerto, sino del príncipe que fue en vida. Rememorar lo que fue era gran tormento pero era algo que no podía evitar. Su psiquis lo forzaba a esa tortura, la parte del subconciente que lo mantenía con vida, un análisis que el vampiro sólo llegaba a ser cuando reflexionaba pero que jamás llegaba a un término, porque nunca era el propósito y porque faltaban cien años para que un hombre se adentrara al mundo del psicoanálisis, pero esa historia no se cuenta aquí. Es la primavera de 1808 y un vampiro conoce a un fantasma.
—¿Por qué conservas distancia? Ambos sabemos que no puedo hacerte daño, ya estás muerta, ¿o será acaso que se trata del decoro de tu época lo que te impide acercarte? —en esta ocasión las palabras languidas fueron acompañadas de una mirada intensa hacía la fantasma—. Mi nombre es Violante, tengo 258 años de vida y mi padre fue Ivan Vasílievich —mostró una sonrisa en su rostro autómata y volvió a regresar su mirada al frente. La sonrisa se desvaneció formándose grietas en la cascada de la sangre que se había secado en su mentón a causa no sólo del gesto del habla, sino del mantener sus labios extendidos. Mencionar el nombre completo de su padre le hizo evocar un escenario que sólo una vez se manifestó después de que ocurriera. El recuerdo se trataba de una conversación con la reina de los Países Bajos, Amanda Smith, cuatro años atrás, dos semanas antes de la boda de Violante con Aidara. La reina le aseguró en aquella conversación que Violante se equivocaba al creer que su padre había conseguido borrarlo de la historia como el príncipe creía.
El recuerdo, que siempre se manifestaba como una alucinación en presente, una ilusión sobrenatural donde podía verse reflejado, interactuando o hablando, se desvaneció de nuevo. —Oswald era su nombre —dijo de pronto y miró en dirección a dónde deviese estar el cadáver—. Así se llamaba aquel anciano al que di muerte. Cada noche caminaba llorando en su interior por la desdichada vida que llevaba, lo que fue en su juventud y lo que era antes de que tú lo encontraras muerto. Puedo contarte su vida, o al menos lo que escuchaba de ella desde que empecé a sondear su mente con mi telepatía a partir de las dos semanas que lo consideré como mi alimento —pese al aparente interés de Violante en querer conversar, el tono fatigado de su voz parecía decir todo lo contrario. De ella dependía.
—Neófitos, se les llama neófitos —dijo sin mirarla pues sus ojos estaban perdidos contemplando el caos que desató Tiare, reviviendo el momento en que con su poderosas manos le arrancara el brazo como si Violante se tratara de un simple muñeco—. Y como bien sospecha yo no soy un neófito —y esas últimas palabras lo transportaron a un recuerdo que parecía muy fresco y sin embargo, era añejado pues databa no de su vida como príncipe como un no-muerto, sino del príncipe que fue en vida. Rememorar lo que fue era gran tormento pero era algo que no podía evitar. Su psiquis lo forzaba a esa tortura, la parte del subconciente que lo mantenía con vida, un análisis que el vampiro sólo llegaba a ser cuando reflexionaba pero que jamás llegaba a un término, porque nunca era el propósito y porque faltaban cien años para que un hombre se adentrara al mundo del psicoanálisis, pero esa historia no se cuenta aquí. Es la primavera de 1808 y un vampiro conoce a un fantasma.
—¿Por qué conservas distancia? Ambos sabemos que no puedo hacerte daño, ya estás muerta, ¿o será acaso que se trata del decoro de tu época lo que te impide acercarte? —en esta ocasión las palabras languidas fueron acompañadas de una mirada intensa hacía la fantasma—. Mi nombre es Violante, tengo 258 años de vida y mi padre fue Ivan Vasílievich —mostró una sonrisa en su rostro autómata y volvió a regresar su mirada al frente. La sonrisa se desvaneció formándose grietas en la cascada de la sangre que se había secado en su mentón a causa no sólo del gesto del habla, sino del mantener sus labios extendidos. Mencionar el nombre completo de su padre le hizo evocar un escenario que sólo una vez se manifestó después de que ocurriera. El recuerdo se trataba de una conversación con la reina de los Países Bajos, Amanda Smith, cuatro años atrás, dos semanas antes de la boda de Violante con Aidara. La reina le aseguró en aquella conversación que Violante se equivocaba al creer que su padre había conseguido borrarlo de la historia como el príncipe creía.
El recuerdo, que siempre se manifestaba como una alucinación en presente, una ilusión sobrenatural donde podía verse reflejado, interactuando o hablando, se desvaneció de nuevo. —Oswald era su nombre —dijo de pronto y miró en dirección a dónde deviese estar el cadáver—. Así se llamaba aquel anciano al que di muerte. Cada noche caminaba llorando en su interior por la desdichada vida que llevaba, lo que fue en su juventud y lo que era antes de que tú lo encontraras muerto. Puedo contarte su vida, o al menos lo que escuchaba de ella desde que empecé a sondear su mente con mi telepatía a partir de las dos semanas que lo consideré como mi alimento —pese al aparente interés de Violante en querer conversar, el tono fatigado de su voz parecía decir todo lo contrario. De ella dependía.
Violante- Vampiro Clase Baja
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Re: The vampire with porcelain arm | Privado
Sylvana noto claramente cuando perdió el interés en ella como posible presa en cualquier sentido, sin embargo sonrió cuando obtuvo contestación a su pregunta, asintiendo mientras memorizaba la palabra. Iba a volver a hablar hasta que noto la mirada del vampiro, una que conocía bastante bien.
El dolor, la resignación, la ligera tristeza y el autocastigo que uno se impone por un pasado que no podrá cambiarse nunca, de una realidad que no era otra más que la que tenían en ese momento, con todas sus consecuencias.
No pudo evitar reírse levemente mientras las campanillas resonaban con su gesto, negando con su cabeza antes de acercarse hacia aquel vampiro, quedando a medio brazo de distancia.
—Usted perdonara, pero tenia la idea de que le molestaría si me acercaba tanto de repente—explico la mujer, sosteniendo la mirada que le dirigía con algo de esfuerzo. Poco a poco se iba desacostumbrando a tener la atención de alguna persona, por lo que le era complicado no querer apartar los ojos —. Mucho me temo que no llevo tanto en este mundo aun muerta. Tengo apenas cincuenta y un años, doscientos siete menos que usted, mi nombre es Sylvana Di Angelo y mi padre es Basilio Di Angelo. Un gusto, monsieur Violante—se presentó la fantasma, copiando la manera de su acompañante, la sonrisa aun permaneciendo en su rostro.
La joven observo las manchas de sangre en los labios y parte de la cara del vampiro, ladeando la cabeza en un gesto bastante gatuno mientras señalaba su propia boca.
—¿No le molesta el llevar toda esa sangre seca? Si gusta podría prestarle un pañuelo—ofreció mientras tanteaba uno de los bolsillos de su vestido, suspirando con decepción al no encontrar nada—. Claro, si tuviera uno. Lo lamento, es un habito.
Llevando un mechón de cabello detrás de su oreja, miro a su acompañante sin entender por el repentino nombre que salió de su boca, asintiendo poco después al escuchar su explicación.
—Aunque me encantaría saber un poco más de aquel desafortunado hombre—empezó a decir Sylvana, sonriendo con ligereza y cierta comprensión al notar sus pocas ganas de conversar—, me apetecería entender el porque de ese tipo de ataque tan errático, si no le importa.
El dolor, la resignación, la ligera tristeza y el autocastigo que uno se impone por un pasado que no podrá cambiarse nunca, de una realidad que no era otra más que la que tenían en ese momento, con todas sus consecuencias.
No pudo evitar reírse levemente mientras las campanillas resonaban con su gesto, negando con su cabeza antes de acercarse hacia aquel vampiro, quedando a medio brazo de distancia.
—Usted perdonara, pero tenia la idea de que le molestaría si me acercaba tanto de repente—explico la mujer, sosteniendo la mirada que le dirigía con algo de esfuerzo. Poco a poco se iba desacostumbrando a tener la atención de alguna persona, por lo que le era complicado no querer apartar los ojos —. Mucho me temo que no llevo tanto en este mundo aun muerta. Tengo apenas cincuenta y un años, doscientos siete menos que usted, mi nombre es Sylvana Di Angelo y mi padre es Basilio Di Angelo. Un gusto, monsieur Violante—se presentó la fantasma, copiando la manera de su acompañante, la sonrisa aun permaneciendo en su rostro.
La joven observo las manchas de sangre en los labios y parte de la cara del vampiro, ladeando la cabeza en un gesto bastante gatuno mientras señalaba su propia boca.
—¿No le molesta el llevar toda esa sangre seca? Si gusta podría prestarle un pañuelo—ofreció mientras tanteaba uno de los bolsillos de su vestido, suspirando con decepción al no encontrar nada—. Claro, si tuviera uno. Lo lamento, es un habito.
Llevando un mechón de cabello detrás de su oreja, miro a su acompañante sin entender por el repentino nombre que salió de su boca, asintiendo poco después al escuchar su explicación.
—Aunque me encantaría saber un poco más de aquel desafortunado hombre—empezó a decir Sylvana, sonriendo con ligereza y cierta comprensión al notar sus pocas ganas de conversar—, me apetecería entender el porque de ese tipo de ataque tan errático, si no le importa.
Sylvana Di Angelo- Fantasma
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