AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
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Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
El murmullo del canto de las monjas brotaba tras las oscuras celosías de madera que apenas se adivinaban tras el altar sobre el que el sacerdote otorgaba las últimas bendiciones a sus fieles. El olor a vela y a incienso flotaba entre los muros de piedra húmeda que acogía a una escasa y humilde congregación que prefería acudir a aquella pequeña iglesia en lugar de dejarse amedrentar por la grandeza de Nôtre-Dame. Las agudas pero suaves voces de las religiosas fueron perdiendo intensidad, diluyéndose con los murmullos de los fieles que abandonaban paso a paso aquella pequeña iglesia entre toses y algún que otro comentario mientras el sacerdote se despojaba de su estola sin la decencia de hacerlo fuera de la vista de los asistentes a su misa. Con el rabillo del ojo y poco disimulo, trataba de atisbar entre el enrejado de la celosía el delicado y virginal perfil de algunas de las novicias custodiadas por monjas de más edad que abandonaban a su vez el espacio desde el que acudían a los oficios sin mezclarse con el pueblo llano. Poco a poco, la iglesia adyacente al convento de clausura se iba quedando vacía y recuperaba parte de su tenebrosidad al comenzar a apagarse algunas de las velas que se habían encendido antes de la misa.
Eloise aún permanecía arrodillada en uno de los bancos de madera, con los ojos cerrados y la Sagrada Forma pegada a su paladar confundiéndose con el sabor de la Sangre de Cristo, aunque apenas había tomado un sorbo de manos de aquel sacerdote rijoso. El agudo dolor que comenzaba a sentir en las rodillas se le antojaba una pequeña penitencia para el pecado que aún cargaba sobre sus hombros y cuyo peso no lograría aliviar ni con mil misas. Aún así, la maestra de escuela gustaba de torturarse unos minutos antes de que se le comenzaran a dormir las piernas, momento en el que decidió ponerse en pie al tiempo que terminaba de ingerir el cuerpo y la sangre de Cristo. El reflejo de las velas que aún permanecían encendidas le hizo daño a los ojos y Eloise se preguntó cuánto tiempo habría estado con los ojos cerrados y de qué manera su mente había volado hasta el punto de no recordar el final de la misa. Tras alisarse la falda de su vestido púrpura con ambas manos, se encaminó hasta la salida con pequeños pasos rápidos dejando que se escuchara en la iglesia el tacoteo de sus botines sobre el suelo formado con antiguas lápidas de nobles medievales.
Mientras atravesaba el pasillo que conducía a la salida desde la que llegaba el inconfundible olor a la lluvia que bañaba París esa tarde, se sintió observada por los oscuros cuadros barrocos que colgaban de las paredes de la iglesia. Los santos que allí mostraban sus martirios con explícita exuberancia entre luces y sombras clavaban sus ojos en la humilde pero culpable maestra de escuela, y sus habituales expresiones de sufrimiento y agonía parecían tornarse en miradas acusadores y condenatorias. Eloise se encogió sobre sí misma mientras aceleraba sus pasos, golpeándose en el muslo con uno de los bancos de madera que se había salido de su fila, y miró de reojo a uno de aquellos santos cuyo rostro emergía desde las sombras que dominaban el lienzo, dando algunos pasos hacia atrás hasta que su espalda topó con una de las columnas dóricas que elevaban el techo del templo, húmedo y perlado de telarañas. - ¡Oh, Dios mío! - exclamó la joven al creer que perdía el equilibrio, girando sobre sí misma para descubrir que en la sombra que el portón de madera lanzaba sobre la pared de la entrada, alguien había observado su torpeza.
-Buenas tardes - dijo aún con expresión de susto en el rostro, llevándose una mano al pecho mientras trataba de adivinar los rasgos de quien estuviera aún oculto. ¿Se trataba del sacerdote? No lo creía… Ajustó sobre sus cabellos el coqueto sombrerito que apenas la protegería de la lluvia y avanzó un par de pasos con cierta vacilación. - Disculpe mi expresión, no era una blasfemia en absoluto - añadió refiriéndose a su exabrupto, inocente a pesar de haber invocado el nombre de Dios. Ahora Eloise pudo ver al hombre que parecía haber escuchado la misa desde aquel discreto lugar. No parecía tener la humildad del resto de fieles; de hecho la elegancia de sus ropas le ubicaban mejor en la Catedral de Nôtre-Dame, pero Eloise decidió no hacer juicios demasiado rápidos. También había gente adinerada en París que gustaba de lugares recogidos para devocionar a Dios aunque el arrogante brillo astuto en los ojos de aquel hombre no le catalogaban como un humilde beato que buscase rincones tranquilos para rezar.
- La homilía fue un gran consuelo hoy, ¿no es asi? - comentó Eloise acercándose a la puerta aunque sin poder aún un pie en la calle; esperaría a un carruaje para regresar a casa pues la lluvia no parecía tener intenciones de amainar. El sacerdote había versado su discurso en torno a los esbirros del Diablo que atrapaban a aquellos que dudaban de su fe para llevarlos a caminar por su oscuro sendero, asegurando que la fe en Dios y el rezo diario eran suficientes armas para combatirlos. - ¿O quizá no asistió a los oficios? - preguntó girándose hacia el misterioso desconocido, mirándole con auténtica expresión interrogante.
Eloise aún permanecía arrodillada en uno de los bancos de madera, con los ojos cerrados y la Sagrada Forma pegada a su paladar confundiéndose con el sabor de la Sangre de Cristo, aunque apenas había tomado un sorbo de manos de aquel sacerdote rijoso. El agudo dolor que comenzaba a sentir en las rodillas se le antojaba una pequeña penitencia para el pecado que aún cargaba sobre sus hombros y cuyo peso no lograría aliviar ni con mil misas. Aún así, la maestra de escuela gustaba de torturarse unos minutos antes de que se le comenzaran a dormir las piernas, momento en el que decidió ponerse en pie al tiempo que terminaba de ingerir el cuerpo y la sangre de Cristo. El reflejo de las velas que aún permanecían encendidas le hizo daño a los ojos y Eloise se preguntó cuánto tiempo habría estado con los ojos cerrados y de qué manera su mente había volado hasta el punto de no recordar el final de la misa. Tras alisarse la falda de su vestido púrpura con ambas manos, se encaminó hasta la salida con pequeños pasos rápidos dejando que se escuchara en la iglesia el tacoteo de sus botines sobre el suelo formado con antiguas lápidas de nobles medievales.
Mientras atravesaba el pasillo que conducía a la salida desde la que llegaba el inconfundible olor a la lluvia que bañaba París esa tarde, se sintió observada por los oscuros cuadros barrocos que colgaban de las paredes de la iglesia. Los santos que allí mostraban sus martirios con explícita exuberancia entre luces y sombras clavaban sus ojos en la humilde pero culpable maestra de escuela, y sus habituales expresiones de sufrimiento y agonía parecían tornarse en miradas acusadores y condenatorias. Eloise se encogió sobre sí misma mientras aceleraba sus pasos, golpeándose en el muslo con uno de los bancos de madera que se había salido de su fila, y miró de reojo a uno de aquellos santos cuyo rostro emergía desde las sombras que dominaban el lienzo, dando algunos pasos hacia atrás hasta que su espalda topó con una de las columnas dóricas que elevaban el techo del templo, húmedo y perlado de telarañas. - ¡Oh, Dios mío! - exclamó la joven al creer que perdía el equilibrio, girando sobre sí misma para descubrir que en la sombra que el portón de madera lanzaba sobre la pared de la entrada, alguien había observado su torpeza.
-Buenas tardes - dijo aún con expresión de susto en el rostro, llevándose una mano al pecho mientras trataba de adivinar los rasgos de quien estuviera aún oculto. ¿Se trataba del sacerdote? No lo creía… Ajustó sobre sus cabellos el coqueto sombrerito que apenas la protegería de la lluvia y avanzó un par de pasos con cierta vacilación. - Disculpe mi expresión, no era una blasfemia en absoluto - añadió refiriéndose a su exabrupto, inocente a pesar de haber invocado el nombre de Dios. Ahora Eloise pudo ver al hombre que parecía haber escuchado la misa desde aquel discreto lugar. No parecía tener la humildad del resto de fieles; de hecho la elegancia de sus ropas le ubicaban mejor en la Catedral de Nôtre-Dame, pero Eloise decidió no hacer juicios demasiado rápidos. También había gente adinerada en París que gustaba de lugares recogidos para devocionar a Dios aunque el arrogante brillo astuto en los ojos de aquel hombre no le catalogaban como un humilde beato que buscase rincones tranquilos para rezar.
- La homilía fue un gran consuelo hoy, ¿no es asi? - comentó Eloise acercándose a la puerta aunque sin poder aún un pie en la calle; esperaría a un carruaje para regresar a casa pues la lluvia no parecía tener intenciones de amainar. El sacerdote había versado su discurso en torno a los esbirros del Diablo que atrapaban a aquellos que dudaban de su fe para llevarlos a caminar por su oscuro sendero, asegurando que la fe en Dios y el rezo diario eran suficientes armas para combatirlos. - ¿O quizá no asistió a los oficios? - preguntó girándose hacia el misterioso desconocido, mirándole con auténtica expresión interrogante.
Eloise Duchêne- Humano Clase Media
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 30/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
-Sé que el ultimo cuerpo no termino muy bien, pero algunos sacrificios son necesarios- no se parecía en nada a la pomposa catedral, de hecho carecía de las habituales riquezas que ostentaba la iglesia... aunque todo eso contrastaba con la riqueza que demostraba el párroco que en esos momentos ajustaba su alba con un cingulo de hilos de plata -Sabes bien que no puedo autorizarte a tomar otra muestra viva sin la estricta autorización del obispo o el cardenal- a pesar de que le hablaba con seguridad y una apariencia honorable también parecía saber muy bien cuál era el papel que tenía que interpretar. -Vamos, ambos sabemos que eso lo podemos arreglar de otra manera, mi familia puede ser muy agradecida... y tus sermones suelen tener que ver con las criaturas nocturnas, no por nada acudo a ti, consígueme una víctima más de tu cruzada personal contra los vampiros o lo que se te ocurra... puede ser una de esas jóvenes novicias, a final de cuentas ya sabes que mis experimento no suelen vivir por mucho tiempo y yo guardare tus secretos mientras tu guardes los míos- Sí, el sacerdote sabía interpretar muy bien su papel pues salvo el ligero brillo en sus ojos cualquiera abrió dicho que los comentarios lo habían ofendido, en especial cuando termino de vestirse con rapidez y se dispuso a salir de la sala -Por cierto, no me interesa su virtud, sólo intenta que este más viva que la ultima vez... te dejare algo en las ofrendas, asegúrate de ir por ella pronto, no queremos que se pierda ¿Verdad?- Luego de aquellas palabras Miguel simplemente sonrió y puso una mano en su bolsillo para cruzar la habitación con largas zancadas.
Normalmente se habría marchado de inmediato, en esos momentos su padres debían estar en la catedral escuchando un apasionado discurso del obispo sobre las virtudes de los buenos católicos y la importancia de la iglesia en la vida de los fieles... pero aquel día no tenía muchos ánimos de vida familiar, en especial después de la confesión del último vampiro que habían atrapado, no había dado nueva información sobre sus padres, pero si le había revelado que sus padres habían buscado una adopción muchas veces antes de que él fuera entregado a su cuidado, esa información hacía inevitable pensar ¿Que tan accidental fue la muerte de sus padres biológicos?... Pero no quería pensar en eso, por eso prefería enfocarse en su investigación y preferentemente no verlos a ellos por ahora, y para no pensar lo mejor era quedarse en aquella iglesia donde el cura de seguro haría una de esas apasionadas exposiciones sobre el infierno y las condenas por los pecados, sin duda es mucho más divertido escuchar como ordenan arrepentirse que escuchar como enumeran virtudes... además en esas iglesias pequeñas él siempre era bastante llamativo.
La misa fue un poco lo de siempre, se mantuvo en la última fila y un poco en la oscuridad, más que nada para aumentar sus aires misteriosos y divertirse un poco con la gente que le miraba hacia atrás como buscando una explicación del motivo que lo llevaba a estar ahí. Tal cual había prometido dejo una generosa suma en el momento de las ofrendas y tal cual había supuesto le resultó divertido ver como el párroco se apresuró en verificar las ofrendas. De todos modos aún cuando se había terminado la liturgia no se retiro de la iglesia pues llamó su atención una mujer que se mantuvo arrodillada, era curioso verla ahí pues sus ropas no eran las de una mujer pobre que necesitara algún tipo de caridad por parte de la iglesia (y en realidad dudaba mucho que aquel párroco fuera a dársela aunque la necesitara) y en segundo sus oraciones no parecían ser las clásicas de arrepentimiento golpeándose el pecho en señal de devoción y arrepentimiento... La observó por unos minutos e incluso se sonrió a sí mismo ante la ocurrencia de que quizás se había quedado dormida, fue por eso mismo que se comenzó a acercar a ella, para despertarla pero no dio más que un par de pasos antes de que ella demostrara que en realidad estaba despierta y que al parecer se disponía a retirarse. -Buenas tardes ¿duele mucho?- le preguntó divertido al ver su rostro de espanto al encontrárselo de pronto y con descaró le apunto el muslo con un gesto para darle a entender que había visto lo que ocurría -No se preocupe mi señora, no creo que fuera una blasfemia, he escuchado cosas peores- le continuó hablando con el mismo tono divertido de antes, quería trasmitirle un poco de seguridad pues en realidad le llamaba la atención la muestra de fe que había tenido antes y como siempre su curiosidad le obligaba a intentar averiguar cuáles eran los motores de esa fe... no era una adolescente que estuviera rogando porque un príncipe la encontrara y la hiciera reina de Francia y tampoco parecía ser una mujer que comete muchos pecados o al menos no más que todas las que habían salido hace ya mucho de esa iglesia.
-Claro mi señora, la palabra de nuestro señor siempre son un consuelo para pecadores como nosotros, además el padre siempre parece ser una luz en la oscuridad- No quiso puntualizar en que el padre tiene dejos fantasiosos o que en realidad se aprovechaba de los fieles para contarle historias que en realidad no deberían saber, lo prefería así, debía guardar silencio pues ese hombre podía ser un muy buen aliado mientras no perdiera alguna de sus ambiciones -Por cierto, mi nombre es miguel, Miguel Clairvaux...- puntualizo especialmente en su apellido como siempre lo hacía, no solía ocultar el orgullo que sentía por su apellido y mucho menos por la sorpresa de la gente al escucharlo, pero en esta ocasión no mantuvo el suspenso por mucho tiempo más, esta vez se dejo llevar por su curiosidad natural y continuo su discurso. -¿Puedo conocer su nombre? me provoca una gran curiosidad su devoción y su falta de temor, una mujer sola no suele quedarse en oración en esta solitaria iglesia... aunque claro, si mi impertinencia os ofende y vuestro marido os espera fuera me marchare esperando no haberla ofendido-
Miguel Clairvaux- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 29/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
Desde luego escandalizarse parecía ser lo último que aquel hombre parecía hacer tras haber escuchado la liviana pseudo blasfemia que Eloise había dejado escapar al asustarse. Cuando aseguró con cierta socarronería que había escuchado cosas peores, la maestra se preguntó qué clase de ambientes frecuentaría alguien que parecía ser de alta cuna a juzgar por sus ropajes, aunque instantes después concluyó que las blasfemias y los juramentos estaban a la orden del día en ambientes masculinos, especialmente si había juegos o apuestas de por medio, algo muy frecuente precisamente entre aquellos que disponían de dinero para perder en esos entretenimientos del diablo. - Clairvaux - repitió enarcando las cejas, olvidando por unos momentos las miradas de los sufrientes mártires de los cuadros que de nuevo volvieron a mostrarse implorantes y dolorosos en vez de acusadores - ¿No hace unas semanas presentó algún miembro de su familia un nuevo invento en alguna sala de exposiciones? - Eloise sonrió al darse cuenta de la pobreza de datos que aportaba - Disculpe la vaguedad de mis palabras, no logro recordar nada más preciso, monsieur Clairvaux, sólo asocio su apellido con innovaciones tecnológicas de las que no estoy muy actualizada -.
Eloise reanudó su camino hacia la salida de la modesta iglesia en su afán de dejar atrás las miradas de los tenebrosos cuadros que custodiaban los muros del templo y dedicó una ligera sonrisa a Miguel mientras ladeaba el rostro. - Eloise Duchêne. No es necesario que haga memoria, mi apellido no tiene ningún renombre en esta urbe - agregó con una risa liviana, deslizando un dedo enguantado por su mejilla al caer una gota de lluvia en ella. París parecía ser más gris aquella tarde lluviosa pero Eloise disfrutaba de aquellas estampas decadentes; quizá por eso no sentía miedo ni repulsa cuando se introducía en los barrios obreros para dar sus clases. - No es usted impertinente - le corrigió volviendo la mirada hacia él; las extrañas luces del crepúsculo junto con el sombrío ambiente lluvioso le conferían una apariencia distinguida y casi irreal - Y no tengo ningún marido que me espere en ninguna parte -. “En el Infierno”, le replicó su subconsciente, totalmente dominado por la culpabilidad del grave pecado cometido en el pasado. Aquella inesperada voz en su mente hizo que la joven permaneciera en silencio unos segundos antes de seguir hablando.
-Lo malo de alejarse de las zonas más concurridas es la dificultad para encontrar un carruaje - dijo con un suspiro, mirando a ambos lados de la vacía calle adoquinada, tan sólo transitada por un puñado de valientes que se protegían de la lluvia con desvencijados paraguas o simplemente con gorras o incluso endebles periódicos. Un carraspeo le hizo volver la cabeza de nuevo hacia el oscuro interior de la iglesia; el sacerdote había terminado de apagar todas las velas y les miraba con gesto reprobatorio mientras sostenía un candil a la altura de su rostro; bien parecía un demonio acechando desde la oscuridad de aquel santo lugar. Sin pronunciar una sola palabra, hizo evidente su deseo de que abandonaran de inmediato la iglesia para poder cerrar sus puertas. - Lo siento, Padre - dijo Eloise casi en un susurro, dando un par de pasos hacia adelante sin volver a mirar hacia atrás y quedando de pie bajo la lluvia, resignada mientras calculaba cuál sería la mejor ruta para acceder a una de las calles principales de París que tuviera algún carruaje disponible.
-¿Está su destino alejado de aquí, señor Clairvaux? - preguntó de buen ánimo aunque su vestido púrpura se iba tornando en negro conforme se mojaba - Imagino que no reside usted en esta barriada - aventuró contemplando las casas bajas que les rodeaban. No eran demasiado viejas y seguramente las habitaban gente de bien pero se veían excesivamente humildes y sobrias en comparación con las viviendas que se elevaban conforme uno se acercaba al centro de París. - A menos que se trate de un bohemio de los que frecuentan Montmârtre - agregó levantando las cejas como si acabara de caer en esa conclusión. Ciertamente Miguel Clairvaux no tenía aspecto ninguno de bohemio pero en los últimos tiempos había extrañas tendencias en París ligadas a las nuevas corrientes artísticas y culturales venidas de toda Europa que una pueblerina como Eloise no llegaba a comprender del todo bien.
Eloise reanudó su camino hacia la salida de la modesta iglesia en su afán de dejar atrás las miradas de los tenebrosos cuadros que custodiaban los muros del templo y dedicó una ligera sonrisa a Miguel mientras ladeaba el rostro. - Eloise Duchêne. No es necesario que haga memoria, mi apellido no tiene ningún renombre en esta urbe - agregó con una risa liviana, deslizando un dedo enguantado por su mejilla al caer una gota de lluvia en ella. París parecía ser más gris aquella tarde lluviosa pero Eloise disfrutaba de aquellas estampas decadentes; quizá por eso no sentía miedo ni repulsa cuando se introducía en los barrios obreros para dar sus clases. - No es usted impertinente - le corrigió volviendo la mirada hacia él; las extrañas luces del crepúsculo junto con el sombrío ambiente lluvioso le conferían una apariencia distinguida y casi irreal - Y no tengo ningún marido que me espere en ninguna parte -. “En el Infierno”, le replicó su subconsciente, totalmente dominado por la culpabilidad del grave pecado cometido en el pasado. Aquella inesperada voz en su mente hizo que la joven permaneciera en silencio unos segundos antes de seguir hablando.
-Lo malo de alejarse de las zonas más concurridas es la dificultad para encontrar un carruaje - dijo con un suspiro, mirando a ambos lados de la vacía calle adoquinada, tan sólo transitada por un puñado de valientes que se protegían de la lluvia con desvencijados paraguas o simplemente con gorras o incluso endebles periódicos. Un carraspeo le hizo volver la cabeza de nuevo hacia el oscuro interior de la iglesia; el sacerdote había terminado de apagar todas las velas y les miraba con gesto reprobatorio mientras sostenía un candil a la altura de su rostro; bien parecía un demonio acechando desde la oscuridad de aquel santo lugar. Sin pronunciar una sola palabra, hizo evidente su deseo de que abandonaran de inmediato la iglesia para poder cerrar sus puertas. - Lo siento, Padre - dijo Eloise casi en un susurro, dando un par de pasos hacia adelante sin volver a mirar hacia atrás y quedando de pie bajo la lluvia, resignada mientras calculaba cuál sería la mejor ruta para acceder a una de las calles principales de París que tuviera algún carruaje disponible.
-¿Está su destino alejado de aquí, señor Clairvaux? - preguntó de buen ánimo aunque su vestido púrpura se iba tornando en negro conforme se mojaba - Imagino que no reside usted en esta barriada - aventuró contemplando las casas bajas que les rodeaban. No eran demasiado viejas y seguramente las habitaban gente de bien pero se veían excesivamente humildes y sobrias en comparación con las viviendas que se elevaban conforme uno se acercaba al centro de París. - A menos que se trate de un bohemio de los que frecuentan Montmârtre - agregó levantando las cejas como si acabara de caer en esa conclusión. Ciertamente Miguel Clairvaux no tenía aspecto ninguno de bohemio pero en los últimos tiempos había extrañas tendencias en París ligadas a las nuevas corrientes artísticas y culturales venidas de toda Europa que una pueblerina como Eloise no llegaba a comprender del todo bien.
Eloise Duchêne- Humano Clase Media
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 30/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
No era la primera vez que pronunciaba su apellido delante de alguien que parecía de una clase social inferior, sin embargo esta vez había un pequeño matiz que lo hacía diferente, el apellido solía sonar en cualquier persona pero ella además estaba enterada de la última presentación de su familia lo que al menos daba a entender que ella sabía leer o se movía en un circulo no muy precario. -No voy a negar que me ha sorprendido, no esperaba supiera de la última presentación de mis padres, el importante éxodo desde el campo a las grandes ciudades ha sido beneficioso para los negocios de la familia y nos ha dado los fondos suficientes para que mis padres desarrollen sus juguetes - le intentaba dar un tono despreocupado a su voz, debía mantener (y en realidad le gustaba mantener) su imagen de niño rico mimado que no conoce mucho de los negocios de su padre, pero lo cierto era que el vaticano había "tomado prestados" algunos inventos de todo el mundo y muchos de ellos habían llegado a manos de sus padres para que fueran investigados y desarrollados, cosa que por cierto habían aprovechado muy bien para obtener algunos "pequeños" beneficios monetarios. -No debe disculparse por no conocer más detalles, de hecho puedo asegurarle que eso de "asocio su apellido con innovación tecnológica" sería suficiente para ganarse la estima de mis progenitores-. Del resto se mantuvo atento, como siempre hacía intentó retener en su cabeza cada una de las palabras que ella dedicaba, por ahora sabía que estaba soltera aunque para desagrado de Miguel no había visto en ella ese dejo de coquetería que solían tener las mujeres cuando le comunicaban que eran solteras.
Una sonrisa burlona se volvió a dibujar en sus labios cuando pudo ver que el padre salía a fisgonear un poco, de haber sido otro momento quizás habría tomado la cintura de la chica sólo para molestar al cura pero en este caso en particular las disculpas que ella ofreció rápidamente impedían que pudiera tomarse cualquier tipo de libertad... por esa misma situación decidió que lo mejor era ignorar al cura y regresar su atención a la señorita Duchêne. -Tiene usted toda la razón, no vivo en las cercanías aunque creo que hay algunas casas de mi familia... además no debería preocuparse por el transporte - Los días ya eran un poco más largo pero aquella misa de última hora había terminado demasiado tardo y la noche comenzaba a caer sobre la capital francesa, además la curiosa tarde de lluvias había hecho un poco mas tétrico el ambiente y las calles aún más solitarias de lo habitual, pero tal cual lo había mencionado ella antes, uno de los beneficios de ser rico era que él sólo debería esperar por un carruaje, el de él -Mi cochero se ha tardado un poco, pero si usted no tiene inconvenientes en mojarse un poco más y aguardar conmigo podría acercarla a su domicilio... y de paso podría contarme un poco más sobre que motiva a una dama como usted a quedarse en la iglesia hasta tan tarde- le propuso mientras observaba como a la distancia ya se podía ver su carruaje tirado por cuatro hermosos caballos negros.
Poco a poco el carruaje fue disminuyendo su velocidad hasta que su movimiento fue lo suficientemente lento como para no arrojar barro a los pies del heredero y su acompañante, aún no había recibido una respuesta sobre la oferta que le había hecho pero por algún motivo el día había mejorado al igual que su humor así que se aventuro a tomar su mano para ayudarla a subir al carruaje. -Por cierto, no soy un bohemio... creo, y tampoco una de esas criaturas de las que habla el cura, digamos que sólo soy un hombre curioso al que le llamo la atención su devoción... además paso mucho tiempo de rodillas, las piernas deben de doler ¿no?- continuo preguntando mientras le demostraba que le había estado prestando más atención de la que ella creía... quizás no era el mejor plan podía tener pues le daba aires de psicópata o algo parecido, pero era el único que tenía ya que no parecía haberla impresionado ni el carruaje ni el apellido, tampoco es que tuviera mucho de qué hablar por ahora, en un comienzo todo lo que había conducido a esa situación era su naciente buen humor y la curiosidad que le provocaba la mujer, tanta fe en un misma persona era curiosa, en especial para alguien como él que comenzaba a perder su propia fe. -Entonces ¿Dónde debo pedirle a mi cochero que nos conduzca? Parece conocer muy bien el lugar y bastante confiada, pero no me atrevo a sacar conclusiones de cuál es su destino-
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Miguel Clairvaux- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 29/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
Quizá Eloise se dejaba llevar por los prejuicios o por los rumores que corrían por las calles de París, pero se quedó más tranquila al saber que Miguel Clairvaux no se adscribía a ese movimiento bohemio normalmente relacionado con prostitutas, pintores muertos de hambre y sustancias tóxicas. Tratando de mostrarse natural aunque la lluvia se volvía cada vez más molesta y hacía que sus ropas fuera más pesado, enlazó sus dedos enguantados sobre la falda de su vestido y sonrió al escuchar el ofrecimiento que Miguel tenía para ella. Aliviada, suspiró profundamente y asintió con la cabeza mientras decía: - Me hace usted un enorme favor porque estoy a varias manzanas de mi hogar y no creo poder llegar allí sin caer enferma antes -. Un tiempo tan inestable como el de los últimos días provocaban algún que otro resfriado que podía volverse fatal si derivaba en una pulmonía difícil de tratar, a pesar de que las rentas de Eloise le permitirían pagar un buen médico. El rumor de la lluvia sobre los adoquines de piedra del suelo quedó opacado en aquel instante cuando tras una esquina aparecieron cuatro soberbios corceles negros que tiraban afanosamente de un carruaje del mismo color. Eloise se sobrecogió por unos instantes, conteniendo el aliento ante una imagen que hacía más tenebroso el ambiente.
Con prudencia, Eloise dio unos pasos hacia atrás para evitar ser salpicada pero para su sorpresa el chófer estaba más que aleccionado y se encargó eficientemente de reducir la velocidad de los caballos para detenerse exactamente ante ambos y sin que una sola gota saltara del suelo. - Buenas tardes - le dijo Eloise con una sonrisa aunque el chófer apenas si la miró, manteniendo la vista al frente y las riendas firmemente sujetas, consciente de su papel de sirviente de los Clairvaux a pesar de que portaba ropas de gran calidad. Posó su mano enguantada sobre la que Miguel le ofrecía para alcanzar el primer escalón del carruaje, pensado con medidas de varón e insuficientes para una mujer y sus ropajes, y pudo sentir el calor de su piel incluso a través de sus guantes de cabritilla y los de grueso cuero que él portaba. Al apoyarse en él para tomar impulso, pudo notar que no cedió un ápice y sintió que se ruborizaba levemente al sorprenderse internamente por aquella leve demostración de fuerza.
El interior del carruaje era sorprendentemente cálido en comparación con el frío ambiente de la incipiente noche que se abocaba sobre París. Todo era igualmente negro: los cortinajes, la madera, los cojines y hasta el suelo, y aunque por unos momentos Eloise pensó que aquello parecía un ataúd, no pudo dejar de sentirse cómoda y segura una vez que Miguel se acomodó a su lado y dio la orden al cochero de emprender la marcha. - Boulevard Haussmann, por favor - dijo informando quizá con demasiada precisión la zona de París en la que vivía, una de aquellas nuevas y amplias calles dedicadas al acomodo de la clase media, dotada con pequeños cafés, algún teatro y también modestas salas de exposiciones que quizá podrían llamarse museos. Un reflejo de las aspiraciones burguesas en cuanto a la lujosa vida de la clase alta. El conductor del carruaje no pareció necesitar más indicaciones, pues no formuló ni una sola pregunta. Eloise se volvió entonces hacia Miguel para retomar su conversación. - No piense que tengo por costumbre permanecer tanto tiempo arrodillada en los bancos de la iglesia - dijo sonriente mientras desprendía de su cabello el pequeño sombrero con que tocaba su cabello, dejándolo reposar en su regazo y luciendo un intrincado recogido en el que refulgían algunas horquillas púrpuras - Quizá mi conciencia pesaba hoy más de lo habitual - añadió con una sonrisa resignada aunque algo nerviosa; esa mentira añadía una carga más a sus pecados.
El agudo relincho de uno de los caballos y el movimiento brusco del carruaje al detenerse abruptamente hizo que Eloise dejara ir una exclamación de sorpresa mientras su coqueto sombrero resbalaba de la falda de su vestido hasta sus pies. Unas voces agrias y ásperas parecían apelar al chófer para que soltara las riendas de los cabellos. Eloise retiró con las puntas de los dedos la cortina negra que la aislaba del exterior y vio a dos o tres bandidos que pretendían robar las monturas; asustada, se recostó contra el asiento cubriéndose la boca con una mano y miró con expresión asustada a Miguel, quien por el contrario no parecía demasiado nervioso. - Nos atacan… - dijo casi en un murmullo, como si quisiera informar al hombre de lo que estaba sucediendo sin ser escuchada por los forajidos que reían y trataban de amedrentar a un chófer que permanecía casi tan inmutable como su señor.
Con prudencia, Eloise dio unos pasos hacia atrás para evitar ser salpicada pero para su sorpresa el chófer estaba más que aleccionado y se encargó eficientemente de reducir la velocidad de los caballos para detenerse exactamente ante ambos y sin que una sola gota saltara del suelo. - Buenas tardes - le dijo Eloise con una sonrisa aunque el chófer apenas si la miró, manteniendo la vista al frente y las riendas firmemente sujetas, consciente de su papel de sirviente de los Clairvaux a pesar de que portaba ropas de gran calidad. Posó su mano enguantada sobre la que Miguel le ofrecía para alcanzar el primer escalón del carruaje, pensado con medidas de varón e insuficientes para una mujer y sus ropajes, y pudo sentir el calor de su piel incluso a través de sus guantes de cabritilla y los de grueso cuero que él portaba. Al apoyarse en él para tomar impulso, pudo notar que no cedió un ápice y sintió que se ruborizaba levemente al sorprenderse internamente por aquella leve demostración de fuerza.
El interior del carruaje era sorprendentemente cálido en comparación con el frío ambiente de la incipiente noche que se abocaba sobre París. Todo era igualmente negro: los cortinajes, la madera, los cojines y hasta el suelo, y aunque por unos momentos Eloise pensó que aquello parecía un ataúd, no pudo dejar de sentirse cómoda y segura una vez que Miguel se acomodó a su lado y dio la orden al cochero de emprender la marcha. - Boulevard Haussmann, por favor - dijo informando quizá con demasiada precisión la zona de París en la que vivía, una de aquellas nuevas y amplias calles dedicadas al acomodo de la clase media, dotada con pequeños cafés, algún teatro y también modestas salas de exposiciones que quizá podrían llamarse museos. Un reflejo de las aspiraciones burguesas en cuanto a la lujosa vida de la clase alta. El conductor del carruaje no pareció necesitar más indicaciones, pues no formuló ni una sola pregunta. Eloise se volvió entonces hacia Miguel para retomar su conversación. - No piense que tengo por costumbre permanecer tanto tiempo arrodillada en los bancos de la iglesia - dijo sonriente mientras desprendía de su cabello el pequeño sombrero con que tocaba su cabello, dejándolo reposar en su regazo y luciendo un intrincado recogido en el que refulgían algunas horquillas púrpuras - Quizá mi conciencia pesaba hoy más de lo habitual - añadió con una sonrisa resignada aunque algo nerviosa; esa mentira añadía una carga más a sus pecados.
El agudo relincho de uno de los caballos y el movimiento brusco del carruaje al detenerse abruptamente hizo que Eloise dejara ir una exclamación de sorpresa mientras su coqueto sombrero resbalaba de la falda de su vestido hasta sus pies. Unas voces agrias y ásperas parecían apelar al chófer para que soltara las riendas de los cabellos. Eloise retiró con las puntas de los dedos la cortina negra que la aislaba del exterior y vio a dos o tres bandidos que pretendían robar las monturas; asustada, se recostó contra el asiento cubriéndose la boca con una mano y miró con expresión asustada a Miguel, quien por el contrario no parecía demasiado nervioso. - Nos atacan… - dijo casi en un murmullo, como si quisiera informar al hombre de lo que estaba sucediendo sin ser escuchada por los forajidos que reían y trataban de amedrentar a un chófer que permanecía casi tan inmutable como su señor.
Eloise Duchêne- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
En esos momentos se mantenía como una mujer interesante, curiosamente parecía tomar algunos resguardos respecto a él a pesar de que estaba en su carruaje y su completa disposición en caso de que fuera alguno de esos depravados de sotana de las iglesias, pero para suerte de la señorita no tenía malas intenciones para ella salvo llevarla a casa y disfrutar de su conversación... a final de cuentas muchas veces era divertido escuchar los problemas de gente diferente a él y aunque ella no parecía ser precisamente de clase baje ni mucho menos estar pobremente instruía, si habían diferencias notables . -Si soy honesto no logro imaginarla a usted con algo que haga pesar su conciencia... aunque quizás yo soy algo liberal con esas cosas... aunque bueno, la penitencia y el sacrificio son importantes en nuestra fe, estoy seguro que el padre estará encantado con su devoción-. Miguel también creía que el cura disfrutaría de su simple presencia aunque fuera solo para observarla, pero no exteriorizo ese pensamiento, de hecho sólo sonrió de forma tranquila mientras continuaba escuchando y observándola aunque lamentablemente la calma que había en su interior pronto se vio destruía por una abrupta detención, bien sabía el hombre que en otro momento podría haberse aprovechado de la situación para fingir una caída o algo parecido, pero la mujer parecía rápida y bastante despierta pues pronto se acercó a mirar que era lo que estaba ocurriendo y con cierta desesperación informo que eran víctimas de un ataque.
-No pasara nada, puede estar usted tranquila, no suelo romper mis promesas y le prometo la llevare a casa- Sin decirle mucho más y manteniendo la calma que había mostrado desde el comienzo de esa situación se puso de pie y camino hasta lo que parecía ser un baúl al cual le presiono un ingenioso irruptor que parecía ser sólo un adorno... para ese momento esperaba que a los ojos de la dama todo eso no fuera más que unas cuantas excentricidades de parte de una persona rica, pero lo cierto es que estaba siendo un poco descuidado en cuanto a lo que podía dejarla ver, pues en esos momentos comenzaban a sonar ligeramente unos engranajes que hacía que la base falsa del Baúl se desplazara y desde la parte baja se alzara una especie de estante que contenía un espada, balas de plata, un revolver, un rifle, una crucifijo de plata y otras cuantas chucherías que no deberían ser fáciles de identificar para ella. -Tome esto mi señora, podrá hacer 3 disparos consecutivos, invento de mis padres, le pido que dispare a cualquiera que cruce la puerta del carruaje en mi ausencia, apunte al pecho y no tenga reparos en si mata a alguien... no suele ser agradable para las mujeres de clase alta lo que ocurre su son atrapadas por bandidos, y estando en el carruaje la tomaran como tal - la explicación estaba un poco demás, probablemente ella sabía muy bien a lo que se refería y lo que podría ocurrir si a ella la atrapaban, pero lo cierto es que tampoco deseaba alarmarla en demasía así que antes de tomar el rifle le guiño un ojo. -Tratare de hacerme notar cuando regrese, no me gustaría que me asesinara y tuviera que estar todo un año de rodillas, vuelvo pronto- le volvió a cerrar un ojo puso el rifle sobre su hombro derecho y se dispuso a bajar del carruaje aunque antes, casi como si se tratara de un ritual personal se detuvo, sacó una cruz dorada por sobre el cuello de sus ropas y realizo la señal de la cruz sobre su pecho. -Señor, usa mi fuerza para limpiar nuestra tierra de pecadores que no respetan vuestros mandamientos, guía mi pulso y dame calma para ser un instrumento de tus deseos- aquello lo dijo en un tono mucho más bajo de lo que solía hablar y esta vez no se dio tiempo de mirar atrás ni hacer otro tipo de comentario, simplemente abrió la puerta y después de bajar la volvió a cerrar.
cuando bajo del carruaje se paro al lado de uno de los caballos y mientras lo acariciaba observo a las cinco personas que estaban deteniendo el paso del carruaje, una parte de él se sintió decepcionada pues se trataba de simples bandidos, parecían fuertes, pero no eran vampiros ni hombres lobos y por muy fuerte que en realidad parecieran no suponían un verdadero desafío -¿Quienes son nuestros amigos, Roger?- le preguntó al cochero sin siquiera mirarlo, sólo se limitaba a observar a las personas que tenía en frente y como ellos parecían comenzar a dividirse sus costosas ropas sólo con mirarlo -Lo lamento señor, estaba por deshacerme de ellos-[/b][/color] le comentó el hombre mientras sacaba su propio rifle y apuntaba al más grande de los hombres [I]-No es necesario, estoy seguro que no es más que un mal entendido y los señores querían acercarse a ver los caballos o en busca de alguna limosna- Esta vez el hombre abandono su tono amable y tranquilo para retomar su habitual tono fastidioso y arrogante, de hecho no se hizo esperar mucho más antes de meter una mano en su bolsillo y arrojar a los pies de los hombres unas cuantas monedas sin mucho valor -Ahora márchense, no es necesario que nadie muera aquí, además son sólo... son sólo hombre, matarlos no me interesa- no pudo hablar mucho más pues de pronto la calle pareció silenciarse por completo para permitir que el único sonido en ella fuera el estruendo de un disparo.
Miguel Clairvaux- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
Miguel Clairvaux parecía inmutable dentro del carruaje mientras fuera algunas voces soeces instaban al cochero a soltar las riendas de los cuatro corceles negros que piafaban y relinchaban como si supieran que la suerte que les esperaba a manos de esos bandidos distaría mucho del trato casi de honor que recibían en las cuadras de la mansión Clairvaux. Eloise le siguió con la mirada mientras él se incorporaba para acercarse a la parte trasera del carruaje donde un baúl parecía esconder más cosas de lo que a primera vista parecía. Con asombro y olvidando por unos instantes la peligrosa situación en la que se encontraban, vio cómo aquel mueble cobraba vida propia, exhibiendo aquello que guardaba en sus entrañas a merced de Miguel. Todo un arsenal impoluto que lanzaba desafiantes destellos plateados apareció ante los ojos de ambos, concediendo algo más de luz al oscuro interior del carruaje. No se atrevió la maestra a formular ninguna pregunta al respecto, manteniendo a buen recaudo su curiosidad en aras de no querer saber realmente para qué servían aquellos instrumentos, por otra parte bastante elocuentes.
Con las manos temblorosas, Eloise aceptó sin rechistar el arma que Miguel le ofrecía para su autodefensa; en otras circunstancias ni siquiera se habría atrevido a tocar un arma, tan sólo había disparado cuando aún vivía en su pueblo natal y algunas tardes jugaba al tiro al plato con su marido y algunas amistades. Sin embargo, romper un plato en el aire y apuntar al pecho de otra persona eran cosas muy diferentes. - No sé si seré capaz… - musitó sosteniendo el arma con inapropiadas manos temblorosas, manteniendo la mirada siempre fija en los astutos ojos de zorro de Miguel, en los que un brillo delataba que en realidad, aquella circunstancia parecía divertirle. Eloise se sintió sonrojar cuando su protector insinuó qué podría ocurrirle si los bandidos se hacían con ella y realmente ante aquella circunstancia no pudo menos que reconocer que sería preferible la penitencia por matar a alguien… algo que por otra parte ya estaba cumpliendo. La respiración de la maestra se aceleró cuando vio que Miguel se disponía a abandonar el vehículo y logró juntar arrestos para exclamar: - ¡Tenga cuidado! -. No sabía si aquella petición estaba motivada por el altruismo normal de no querer verle perjudicado o por el egoísmo de no quedar sola ante los forajidos.
Sin embargo Miguel se detuvo instantes antes de descender del carruaje para musitar algo mientras tocaba una cruz dorada que colgaba de su cuello y que hasta ese momento había permanecido oculta entre sus ropajes. Eloise casi contuvo el aliento, contemplando con sereno estupor aquella inesperada muestra de fe en un hombre que no parecía habituado a ello, y siguió en silencio hasta que desapareció tras la puerta negra del vehículo. Por unos segundos, quedó sumida en un inquietante silencio, aún con el rifle entre sus manos, pero cuando regresó a la realidad tras escuchar la voz del cochero se deslizó sobre el asiento de terciopelo negro para aproximarse a la ventanilla que quedaba más cerca del lugar en el que Miguel conservaba con los bandidos, que no eran tres sino cinco. Eloise suspiró profundamente, haciendo acopio de fuerzas para cumplir con la parte que le tocaba en aquella situación, y sin mover las cortinillas más de lo necesario logró asomar la metálica boca del rifle aun sin saber muy bien hacia qué o quién apuntaba. No daría opción a que nadie pusiera un pie dentro de aquel carruaje.
No alcanzó a escuchar las palabras de Miguel aunque sí los gestos de asombro y también de inicial burla en los bandidos; sin embargo, la burla tornó en enojo cuando aquellas pequeñas monedas de cobre tintinearon en el mojado empedrado del suelo justo antes de que Roger, el eficiente cochero, dejara ir una carcajada ante la osadía de su señor. Los ojos de Eloise, sin embargo, se posaron en uno de los forajidos, de larga melena enmarañada y actitud desafiante que ocultaba una mano bajo sus ropas mientras sus compañeros amenazaban a Miguel. El brillo de un arma oculta alertó a Eloise, quien posó el dedo índice sobre el gatillo del rifle, sintiendo que el arma temblaba en sus manos a causa de su agitada respiración. No veía a Miguel, no sabía si se estaba percatando de lo que sucedía, tampoco podía saber si Roger estaba atento a aquel silencioso forajido, pero sí sabía que no caería en manos de aquellos tipos. - Señor, perdona a esta pecadora hija tuya… - susurró antes de apretar con firmeza el gatillo mientras cerraba un ojo en su afán de apuntar.
El retroceso del arma hizo que la espalda de la maestra diera contra el respaldo del carruaje. Una leve nube de humo le impidió reaccionar unos segundos lo que junto con el estruendo del disparo hizo que Eloise se sintiera desorientada unos instantes. Escuchó algunos gritos fuera y el carruaje se sacudió cuando los caballos trataron de escapar, asustados por el disparo pero controlados casi de inmediato por la firme mano de Roger. Pisando sin querer su coqueto sombrero, que aún permanecía en el suelo, Eloise se incorporó con rapidez para asomarse de nuevo por la ventanilla y distinguir que al menos, Miguel aún permanecía en pie. No lo pensó dos veces y abrió la portezuela para bajar torpemente del vehículo, pues las escaleritas de rigor no habían sido desplegadas en una situación como aquellla. Observó que uno de los bandidos huía por uno de los callejones oscuros pero los otros permanecían en pie, uno de ellos chillando. - He fallado - dijo con una mezcla de emoción y decepción en la voz cuando llegó junto a Miguel; la bala se había llevado por delante la oreja del ladrón, quedando muy lejos de su pecho.
-Mi señora, debería regresar dentro - le aconsejó Roger con suma tranquilidad, aún en su asiento y sosteniendo las riendas, sin parecer demasiado alterado - Y recupere su arma -. Eloise se dio cuenta entonces de que había dejado el rifle dentro del carruaje, con lo que se encontraba totalmente indefensa ante los tres bandidos que aún estaba en plena forma. No supo que hacer; retrocedió un par de pasos, ignorando la constante lluvia que aún adornaba la escena, y después volvió a adelantarse, sin querer alejarse demasiado de Miguel. De alguna manera y aunque estaba en inferioridad numérica, parecía dominar la situación especialmente ahora que la moral de los bandidos parecía haber mermado.
Con las manos temblorosas, Eloise aceptó sin rechistar el arma que Miguel le ofrecía para su autodefensa; en otras circunstancias ni siquiera se habría atrevido a tocar un arma, tan sólo había disparado cuando aún vivía en su pueblo natal y algunas tardes jugaba al tiro al plato con su marido y algunas amistades. Sin embargo, romper un plato en el aire y apuntar al pecho de otra persona eran cosas muy diferentes. - No sé si seré capaz… - musitó sosteniendo el arma con inapropiadas manos temblorosas, manteniendo la mirada siempre fija en los astutos ojos de zorro de Miguel, en los que un brillo delataba que en realidad, aquella circunstancia parecía divertirle. Eloise se sintió sonrojar cuando su protector insinuó qué podría ocurrirle si los bandidos se hacían con ella y realmente ante aquella circunstancia no pudo menos que reconocer que sería preferible la penitencia por matar a alguien… algo que por otra parte ya estaba cumpliendo. La respiración de la maestra se aceleró cuando vio que Miguel se disponía a abandonar el vehículo y logró juntar arrestos para exclamar: - ¡Tenga cuidado! -. No sabía si aquella petición estaba motivada por el altruismo normal de no querer verle perjudicado o por el egoísmo de no quedar sola ante los forajidos.
Sin embargo Miguel se detuvo instantes antes de descender del carruaje para musitar algo mientras tocaba una cruz dorada que colgaba de su cuello y que hasta ese momento había permanecido oculta entre sus ropajes. Eloise casi contuvo el aliento, contemplando con sereno estupor aquella inesperada muestra de fe en un hombre que no parecía habituado a ello, y siguió en silencio hasta que desapareció tras la puerta negra del vehículo. Por unos segundos, quedó sumida en un inquietante silencio, aún con el rifle entre sus manos, pero cuando regresó a la realidad tras escuchar la voz del cochero se deslizó sobre el asiento de terciopelo negro para aproximarse a la ventanilla que quedaba más cerca del lugar en el que Miguel conservaba con los bandidos, que no eran tres sino cinco. Eloise suspiró profundamente, haciendo acopio de fuerzas para cumplir con la parte que le tocaba en aquella situación, y sin mover las cortinillas más de lo necesario logró asomar la metálica boca del rifle aun sin saber muy bien hacia qué o quién apuntaba. No daría opción a que nadie pusiera un pie dentro de aquel carruaje.
No alcanzó a escuchar las palabras de Miguel aunque sí los gestos de asombro y también de inicial burla en los bandidos; sin embargo, la burla tornó en enojo cuando aquellas pequeñas monedas de cobre tintinearon en el mojado empedrado del suelo justo antes de que Roger, el eficiente cochero, dejara ir una carcajada ante la osadía de su señor. Los ojos de Eloise, sin embargo, se posaron en uno de los forajidos, de larga melena enmarañada y actitud desafiante que ocultaba una mano bajo sus ropas mientras sus compañeros amenazaban a Miguel. El brillo de un arma oculta alertó a Eloise, quien posó el dedo índice sobre el gatillo del rifle, sintiendo que el arma temblaba en sus manos a causa de su agitada respiración. No veía a Miguel, no sabía si se estaba percatando de lo que sucedía, tampoco podía saber si Roger estaba atento a aquel silencioso forajido, pero sí sabía que no caería en manos de aquellos tipos. - Señor, perdona a esta pecadora hija tuya… - susurró antes de apretar con firmeza el gatillo mientras cerraba un ojo en su afán de apuntar.
El retroceso del arma hizo que la espalda de la maestra diera contra el respaldo del carruaje. Una leve nube de humo le impidió reaccionar unos segundos lo que junto con el estruendo del disparo hizo que Eloise se sintiera desorientada unos instantes. Escuchó algunos gritos fuera y el carruaje se sacudió cuando los caballos trataron de escapar, asustados por el disparo pero controlados casi de inmediato por la firme mano de Roger. Pisando sin querer su coqueto sombrero, que aún permanecía en el suelo, Eloise se incorporó con rapidez para asomarse de nuevo por la ventanilla y distinguir que al menos, Miguel aún permanecía en pie. No lo pensó dos veces y abrió la portezuela para bajar torpemente del vehículo, pues las escaleritas de rigor no habían sido desplegadas en una situación como aquellla. Observó que uno de los bandidos huía por uno de los callejones oscuros pero los otros permanecían en pie, uno de ellos chillando. - He fallado - dijo con una mezcla de emoción y decepción en la voz cuando llegó junto a Miguel; la bala se había llevado por delante la oreja del ladrón, quedando muy lejos de su pecho.
-Mi señora, debería regresar dentro - le aconsejó Roger con suma tranquilidad, aún en su asiento y sosteniendo las riendas, sin parecer demasiado alterado - Y recupere su arma -. Eloise se dio cuenta entonces de que había dejado el rifle dentro del carruaje, con lo que se encontraba totalmente indefensa ante los tres bandidos que aún estaba en plena forma. No supo que hacer; retrocedió un par de pasos, ignorando la constante lluvia que aún adornaba la escena, y después volvió a adelantarse, sin querer alejarse demasiado de Miguel. De alguna manera y aunque estaba en inferioridad numérica, parecía dominar la situación especialmente ahora que la moral de los bandidos parecía haber mermado.
Eloise Duchêne- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
Estaba tranquilo, en la reacción de los hombres podía ver que no eran vampiros ni ningún otro tipo de criatura particularmente dotada, solo eran bandidos de poca monta... sabía muy bien que todo estaría bien, al menos para él... pero mientras más los escuchaba hablar su mente divagaba más en una cosa y otra, sólo pensamientos que a oídos de cualquiera podrían ser incoherentes [color:acf0=0b6368]-quiero matarlos, no me resisto, matarlos, desollarlos... quiero saber cómo funcionan sus cabezas para pensar que pueden derrotarme- estaba a punto de apuntar al primero de ellos, al que más le importaba analizar... por su contextura y su aparente fuerza seguramente podría ser una víctima preciada para un vampiro y el inquisidor veía la perfecta oportunidad para analizarlo antes de que alguien los transformara... pero todas sus divagaciones de planes futuros y muestras que iba a tomar se disolvieron abruptamente cuando sintió el estruendo provocado por un revolver, un sonido muy conocido para él pues las armas de aquel coche eran las primeras que el mismo había creado sin la ayuda de sus padres, de todos modos con eso fue suficiente para que se calmara un poco y recordara que aún tenía que llevar a la señorita hasta su hogar. -Que sorpresa, pensé que había dicho no se creía capaz de disparar- Mientras hablaba se había acercado a Eloise que había bajado con cierta desesperación del carruaje... normalmente habría preferido que se quedara dentro del mismo para su protección, pero al parecer la mujer que hacia penitencia de rodilla tenía aún más cosas que esconder.
-¿Desea que los sigamos, señor?- mientras el tiempo había transcurrido el pánico se había apoderado de los atracadores y se habían escurrido entre los oscuros callejones, sin embargo esta vez Miguel no parecía tener intenciones de perseguir a los hombres y eso provocó la duda del cochero que estaba más habituado a las alocadas persecuciones que a pasividad por parte de su patrón. -No es necesario, ya solucionaremos... ahora nos dirigiremos al domicilio de la dama... no nos volveremos a detener ¿entendido?- el cochero sólo afirmó frente a las órdenes que impartía su señor, internamente le parecía extraño que Miguel actuara de forma tan pasiva pero sabía muy bien que no tenía derecho ni era su deber cuestionar las decisiones del hombre. Por su parte Miguel tenía sus dudas, aquello era un tanto extraño... normalmente cuando alguien trataba de abordarlo o asaltarlo era mucho más arriesgado, cuando se trataba de vampiros era incluso más riesgoso... pero ahora, parecía como si casualmente se hubiera tratado de simples atracadores en busca de algo de valor, sin embargo Miguel no era hombre de casualidades y de pronto le llamaba la atención de que todo esto se diera con aquella mujer dentro del carruaje, alguien que había afirmado no estaba segura de poder disparar pero a la hora de hacerlo se había mostrado bastante certera o al menos más que una persona que nunca ha matado a alguien.
-Que sorpresa me ha dado usted, normalmente una persona no se atreve a disparar así como así ¿Se imagina cuantos días y cuantas noches hubiera tenido que estar de rodillas si llega a matar a ese hombre?- Como inquisidor sabía muy bien que había muchas formas de obtener la información deseada, la más eficiente de ellas era la tortura, también era este medio el que más le agradaba, pero no parecía clasificar para esta ocasión... por lo mismo optó por la forma que mejor se le daba después de la tortura, esa forma era simplemente ser directo y preguntar... aquello solía descolocar un poco a las personas y esperaba que ese fuera el caso de su acompañante -De todos modos muchas gracias por ayudarme- le volvió a decir mientras se acomodaba en la carrosa y le daba un par de golpes en la pared para indicarle al cochero que podía reanudar la marcha. Sólo cuando el carro se volvió a mover Miguel se acomodo y volvió a mirarla como si en realidad nunca hubiera pasado nada y todo eso sólo fuera un suceso más en un paseo después de la iglesia.
-Espero que no crea que esto suele pasar cuando alguien viaja conmigo... y quiero creer que en su caso tampoco suela ser una constante- Por más que miguel miraba a la mujer no podía ver algún gesto o alguna señal que le indicara que ella podía tener algo que ver así que trataba de tomarse las cosas con la mayor calma posible para así obtener toda la información necesaria para relacionar un poco más las cosas. -Creo que usted ya adivino antes a que me dedico, pero ahora tengo la duda de ¿A qué se dedica usted?- volvió a hacer una pausa, esta vez para observarla y analizar cómo reaccionaba ante sus comentarios -No se ofenda ni crea que tengo algún tipo de prejuicio, pero usted no parece una mujer de clase baja, por el contrario parece usted muy educada y me pregunto a que se dedica ya que me ha dicho que no es casada-.
Miguel Clairvaux- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
La tensión de la situación, lejos de ir in crescendo, fue aliviándose conforme los bandidos parecieron perder el interés en llevarse los flamantes caballos negros que piafaban con agresividad, haciendo que nubes de vaho salieran de sus hocicos con cada respiración. Eloise sintió también que la tranquilidad volvía a la calle y fue entonces cuando se percató de que la llovizna persistía y su vestido se hacía más pesado conforme se mojaba. Miguel Clairvaux se acercó a ella, haciendo que las armas que portaba en las manos tintinearan discretamente y con cierto aire irónico mostró su sorpresa ante la reacción de Eloise en aquella situación. La maestra levantó la mirada hacia él, aún con los labios entreabiertos y cierto estupor en sus pupilas, y no supo qué responder puesto que no podía descifrar qué era lo que le había empujado a apretar el gatillo y a lamentar no acertar en la cabeza. Una vez con los bandidos desperdigados, Miguel dio órdenes claras al cochero y se dirigió al interior del carruaje. Eloise le siguió con pasos rápidos y pequeños, recogiéndose los bajos del vestido con ambas manos aunque ya estaban oscurecidos por el agua que empapaba los adoquines de la calle, y le siguió al interior del vehículo, pisando de nuevo su sombrerito aunque esta vez percatándose de ello. Con expresión resignada lo recogió y mientras se acomodaba en el asiento, le dio unos golpecitos para eliminar el polvo y tratar de que recuperara su forma original.
-Creo que no pensé demasiado - asumió finalmente sin levantar sus ojos del sombrero; una pequeña pluma que lo adornaba se había roto y Eloise intentaba desprenderla de la tela sin hacer ningún roto a la prenda. Cuando el carruaje arrancó con suavidad, llenando las vacías calles de París con el sonido de los cascos de los caballos y las ruedas de madera, Eloise se atrevió por fin a mirar a Miguel, quien parecía sorprendido y divertido a partes iguales, aunque quizá también algo decepcionado. - No hay de qué, monsieur Clairveux - dijo tras un suspiro, dejando el sombrero sobre su regazo y relegándolo a un segundo plano - Gracias a usted por llevarme a mi casa después de todo. Por suerte no tendré que pasar la noche en mi reclinatorio - añadió con una ligera sonrisa, aludiendo a la postura arrodillada que Miguel mencionaba a menudo, ¿tan raro era ver a alguien cumplir una penitencia autoimpuesta? Eloise tan sólo tuvo que pensar unos segundos para darse cuenta de que su devoción pocas veces encontraba igual entre los parisinos.
Eloise no pudo ocultar una sonrisa al aludir Miguel a la frecuencia con la que ambos solían sufrir estas clase de situaciones y mientras se ajustaba los guantes en las manos, respondió: - En verdad sólo una vez me han atracado en París - confesó - Fue a las pocas semanas de llegar, un hombre me abordó en la puerta de mi casa y tuve que entregarle un collar de perlas que portaba en ese instante - relató con rapidez pero ya sin ansiedad - Aprendí que en ciertas ocasiones no es recomendable hacer ostentación -. Aún quedaba un trecho hasta llegar a Boulevard Haussmann y Miguel parecía saberlo, por lo que dirigió a Eloise una nueva pregunta con aquel estilo directo que parecía caracterizarle. La mujer permaneció unos segundos en silencio, dejándose mecer por el ritmo constante que habían adoptado los caballos al encontrar una calle recta y vacía, y tras un pequeño suspiró decidió responder sin más. - Doy clases a los hijos de los trabajadores de las fábricas y a veces también a sus padres - agregó con resignación, pues aunque su propuesta inicial había sido encargarse de la alfabetización de los niños, no podía negarse a ayudar también a aquellos adultos que se lo pidieran.
-Sin embargo, no pertenezco a la clase alta - aclaró mientras alisaba la falda de su vestido con ambas manos, más por nerviosismo que por necesidad - Pero me agradan el arte y la cultura y son dos cosas que tan sólo puedo disfrutar acudiendo a entornos de más categoría que la mía - afirmó con resignación, pues los burgueses jamás se preocupaban de crear y mantener sus propias galerías de arte ni tampoco se dedicaban al mecenazgo; su afán era mezclarse con la aristocracia y dejar atrás sus orígenes. - Usted, sin embargo, estará más inclinado hacia la ciencia y la tecnología - y tras una pausa durante la que pensó si seguir hablando o no, añadió: - El engranaje de ese baúl no es algo que pueda verse a menudo -. El mueble reposaba en la parte trasera del carruaje guardando celosamente sus secretos, fingiendo ser como cualquier otro.
-Creo que no pensé demasiado - asumió finalmente sin levantar sus ojos del sombrero; una pequeña pluma que lo adornaba se había roto y Eloise intentaba desprenderla de la tela sin hacer ningún roto a la prenda. Cuando el carruaje arrancó con suavidad, llenando las vacías calles de París con el sonido de los cascos de los caballos y las ruedas de madera, Eloise se atrevió por fin a mirar a Miguel, quien parecía sorprendido y divertido a partes iguales, aunque quizá también algo decepcionado. - No hay de qué, monsieur Clairveux - dijo tras un suspiro, dejando el sombrero sobre su regazo y relegándolo a un segundo plano - Gracias a usted por llevarme a mi casa después de todo. Por suerte no tendré que pasar la noche en mi reclinatorio - añadió con una ligera sonrisa, aludiendo a la postura arrodillada que Miguel mencionaba a menudo, ¿tan raro era ver a alguien cumplir una penitencia autoimpuesta? Eloise tan sólo tuvo que pensar unos segundos para darse cuenta de que su devoción pocas veces encontraba igual entre los parisinos.
Eloise no pudo ocultar una sonrisa al aludir Miguel a la frecuencia con la que ambos solían sufrir estas clase de situaciones y mientras se ajustaba los guantes en las manos, respondió: - En verdad sólo una vez me han atracado en París - confesó - Fue a las pocas semanas de llegar, un hombre me abordó en la puerta de mi casa y tuve que entregarle un collar de perlas que portaba en ese instante - relató con rapidez pero ya sin ansiedad - Aprendí que en ciertas ocasiones no es recomendable hacer ostentación -. Aún quedaba un trecho hasta llegar a Boulevard Haussmann y Miguel parecía saberlo, por lo que dirigió a Eloise una nueva pregunta con aquel estilo directo que parecía caracterizarle. La mujer permaneció unos segundos en silencio, dejándose mecer por el ritmo constante que habían adoptado los caballos al encontrar una calle recta y vacía, y tras un pequeño suspiró decidió responder sin más. - Doy clases a los hijos de los trabajadores de las fábricas y a veces también a sus padres - agregó con resignación, pues aunque su propuesta inicial había sido encargarse de la alfabetización de los niños, no podía negarse a ayudar también a aquellos adultos que se lo pidieran.
-Sin embargo, no pertenezco a la clase alta - aclaró mientras alisaba la falda de su vestido con ambas manos, más por nerviosismo que por necesidad - Pero me agradan el arte y la cultura y son dos cosas que tan sólo puedo disfrutar acudiendo a entornos de más categoría que la mía - afirmó con resignación, pues los burgueses jamás se preocupaban de crear y mantener sus propias galerías de arte ni tampoco se dedicaban al mecenazgo; su afán era mezclarse con la aristocracia y dejar atrás sus orígenes. - Usted, sin embargo, estará más inclinado hacia la ciencia y la tecnología - y tras una pausa durante la que pensó si seguir hablando o no, añadió: - El engranaje de ese baúl no es algo que pueda verse a menudo -. El mueble reposaba en la parte trasera del carruaje guardando celosamente sus secretos, fingiendo ser como cualquier otro.
Eloise Duchêne- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2014
Re: Luces y sombras [Miguel Clairvaux]
-Eso es muy cierto, hacer ostentación de lo que poseemos es algo riesgos y además creo que está englobado en alguno de los pecados- Sonrió una vez más, en esta ocasión no lo hacía por ella o para ella sino que lo hacía para si mismo al imaginar el rostro de su madre si le escuchara hablar de esa manera sobre la ostentación en especial si recordaba algunas pequeñas ostentaciones de riqueza que había hecho durante su vida sólo para impresionar a quienes no valian la pena en realidad. De todos modos era bastante notable como ella no parecía impresionarse tan fácilmente, de hecho era realmente curioso que hubieran pasado ya varios minutos y ella aún ni siquiera le preguntara porque circulaba armado de aquella manera... respecto a su trabajo, le llamaba la atención el como ella se preocupaba por los obreros y sus hijos, bueno, quizás no era tan impresionante si consideraban lo creyente que era, pero de todos modos seguía siendo impresionante su conciencia social, conocía a muchos maestros y la mayoría de ellos podía ser encontrado dando clases en alguna refinada escuela de familias burguesas o directamente como maestros particular en la mansión de algún miembro de la alta sociedad. -Suena interesante ¿Y de verdad los adultos llegan a aprender?- sonaba arrogante, lo sabía muy bien, pero también era cierto que la pregunta era formulada desde la total ignorancia, a sus ojos muchos adultos ya estaban moldeados para lo que serían el resto de sus vidas.
la conversación pronto derivo en algo que antes le había llamado la atención, ahora ella sacaba a colación el tema de los engranajes y aunque antes le había extrañado que no preguntara, ahora se daba cuenta que en realidad lo que debía desear era que no quisiera averiguar mucho. -Es cierto los engranajes, mis padres estaban diseñando algunas carruajes como estos para la santa iglesia, se supone es un secreto que va más allá de los reyes de Francia, la mala noticia es que no puedo permitirle vivir con esta información- Primero uso un tono serio y clavo sus ojos en ella como si en realidad pretendiera matarla, un pequeño truco que había aprendido durante su adiestramiento como inquisidor... pero no dejo que eso durara por mucho tiempo ya que no quería asustarla demasiado, de inmediato se sentó a su lado y le dio un pequeño toque su hombro antes de comenzar a reír -Sólo es una broma, es el ultimo invento de mis padres, este es un modelo experimental y supongo que estará a la venta en los próximos meses... modestia a parte, mis padres no lo consideran como algo muy impresionante- sólo esperaba que esa dosis de verdad mezclada con un poco de mentiras fuera suficiente como para engañar a la mujer, parecía inteligente y muy despierta así que quería convencerla del todo.
No pudo durar mucho más su conversación pues de pronto el carruaje se detuvo, esta vez fue una detención paulatina y no se escucho hablar así que habían llegado a su destinado. -Veamos si mi cochero a acertado, aunque debo reconocer que espero se equivocara así podríamos continuar conversando- aunque sabía muy bien que él nunca se equivocaba, había pasado tanto tiempo recorriendo las calles de París que conocía cada uno los callejones de París... de todos modos estaba sorprendido de estar interesado en continuar aquella conversación, normalmente su interés estaría centrado en poder pasar la noche con ella pero esta vez se trataba de genuina curiosidad... quería que le siguiera contando sobre lo que hacía, era una mujer educada y sin vicios en su forma de hablar, podía darle otra visión del mundo en que vivían... pero lamentablemente habían llegado al hogar de la mujer y así lo hizo ver el cochero que ya se había bajado del carruaje y ya abría la puerta anunciado que habían llegado a su destinado -Normalmente pediría que siguiera conmigo, quizás que aceptara algún tipo de invitación... pero sus ropas están mojadas y supongo que aún estará algo sorprendida por lo que acabamos de vivir... sólo espero nos volvamos a encontrar, me gustaría seguir escuchando sobre el trabajo que realiza- no sabía muy bien como continuar tratando aquel tema.
La ayudó a bajarse del carruaje y se despidió caballerosamente con un beso en su mano, reitero una vez más su deseo de volverse a encontrar y emprendió el viaje hacía la mansión de su familia, había mucho que pensar, lo primero era tratar de aclarar su mente sobre el porque le interesaba la opinión de aquella mujer... y en segundo lugar necesitaba saber como aquellos hombres habían llegado a abordarlo de aquella manera, de hecho necesitaba saber como habían logrado encontrarlo o si simplemente se trataba de unos ladrones poco afortunados.
Miguel Clairvaux- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 29/09/2014
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