AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Aprender a prender la Luna.
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Aprender a prender la Luna.
“Paris es peligroso por las noches joven mujer…No volváis a escaparos”
Alizée no recordó las palabras de su abuela cuando alcanzó el exterior. Había salido por la ventana, deslizándose enredaderas abajo. Las puertas de la mansión se encontraban todas cerradas así que… ¿Qué remedio había tenido?
Vestida nada más que con el ligero camisón que utilizaba para dormir, la muchacha se adentró en el bosque; su peculiar mirada analizando cada rincón con curiosidad. Avanzaba descalza ignorando por completo la húmeda tierra del camino. En un momento dado se topó con una piedra que se le antojó amarilla, y la nombro “Brillante”, tan brillante como el Sol.
Sus piececitos descuidados alcanzaron un claro, gobernado por un río. Alizée se hundió en el él hasta los tobillos. El agua estaba gélida, pero ella no lo sentía. Todo en su ser ardía, ardía desde el día en que murieron sus padres. Y ella lo ignoraba. No sentía el dolor del frío, tan solo se veía despistada por los reflejos que la Luna regalaba a las ruidosas aguas del río. Tan brillantes y descarados, que comenzó a entrever colores en ellas, magenta y morado, la sonrisa de la media Luna reflejada también; la sonrisa de un gato.
―Esta noche me gustaría estar sola señor gato ―advirtió la joven.
El reflejo del Gato de Cheshire le devolvió una sonrisa burlon.
“Pero no estáis solas querida”
Con aquellas simples palabras, la visión se esfumó con las olas. Alizée salió del agua y pronto atisbó el sonido humano. Giró con despiste y entre las sombras de las sombras, reparó en una figuraforzando acariciando a otra con la boca. Sus dientes besos anclados en la garganta de una joven, desgarrándola cosiéndola, haciendo correr la sangre. El parpadeo del miedo cruzó el rostro de la joven mujer y se esfumó en apenas unos segundos.
Se acercó sin cautela a la pareja que bailaban con carmesí ydepravación. El primer pensamiento que cruzó la cabeza de Alizée, fue la llama de una vela, prendiéndolo todo. Sin embargo, aquella imagen se disolvió rauda. Aproximándose al tipo que tenía presa sujeta a la otra joven desfallecida dormida, alzó una mano para apartarle de ella con suavidad. Contempló sus labios manchados de sangre de lluvia roja, cuando se separaron del cuello abierto florecido de la chica. Sin pensarlo, Alizée tiró de la manga de su camisón y con el semblante perdido, arrastró la tela por los labios del vampiro hombre, deshaciéndose de cualquier prueba de su delito baile.
Alizée no recordó las palabras de su abuela cuando alcanzó el exterior. Había salido por la ventana, deslizándose enredaderas abajo. Las puertas de la mansión se encontraban todas cerradas así que… ¿Qué remedio había tenido?
Vestida nada más que con el ligero camisón que utilizaba para dormir, la muchacha se adentró en el bosque; su peculiar mirada analizando cada rincón con curiosidad. Avanzaba descalza ignorando por completo la húmeda tierra del camino. En un momento dado se topó con una piedra que se le antojó amarilla, y la nombro “Brillante”, tan brillante como el Sol.
Sus piececitos descuidados alcanzaron un claro, gobernado por un río. Alizée se hundió en el él hasta los tobillos. El agua estaba gélida, pero ella no lo sentía. Todo en su ser ardía, ardía desde el día en que murieron sus padres. Y ella lo ignoraba. No sentía el dolor del frío, tan solo se veía despistada por los reflejos que la Luna regalaba a las ruidosas aguas del río. Tan brillantes y descarados, que comenzó a entrever colores en ellas, magenta y morado, la sonrisa de la media Luna reflejada también; la sonrisa de un gato.
―Esta noche me gustaría estar sola señor gato ―advirtió la joven.
El reflejo del Gato de Cheshire le devolvió una sonrisa burlon.
“Pero no estáis solas querida”
Con aquellas simples palabras, la visión se esfumó con las olas. Alizée salió del agua y pronto atisbó el sonido humano. Giró con despiste y entre las sombras de las sombras, reparó en una figura
Se acercó sin cautela a la pareja que bailaban con carmesí y
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Aprender a prender la Luna.
A veces parecía que todo era poesía para él. Otras veces pesadilla. Se quedó en silencio contemplando la hierba que danzaba con el viento, las hojas y las ramas que susurraban nombres olvidados, ¿el suyo estaría ahí? El primero que tuvo. Y la figura femenina que se alejaba despavorida de él, entre los campos de centeno y cebada y la luz de la luna iluminando el desigual camino. La dejó irse, porque era un ejercicio inútil.
No le fue complicado hacer uso de su encanto, si es que tenía alguno; de su título, que pesaba, Dios, cómo pesaba; y de su experta lengua de escritor. Sentada a su lado, esa doncella pareció más interesada en él que en la obra de Eduardus Lupus que presenciaban. Él se asía a los brazos de su silla, por la música, pero por la insistencia ajena también. E iba sola. ¡Iba sola! Tan pronto la presentación terminó, la convenció que se lo acompañara, y ahí estaban.
Baldric jamás había negado lo que era. Ninguna de las cosas que era. Traidor, conde y vampiro. Apóstol, escritor y hombre. Aunque en su propia enrevesada filosofía, solía creer que era al contrario. Y en el campo de centeno y cebada la besó, para morderla luego. Pero al parecer su sed lo delató y ella salió corriendo. Y él sólo la veía desolado. No porque la hubiera perdido, sino porque iba a encontrarla. Allá fue tras ella con paso austero. Sereno e impasible, repitiendo en susurros palabras en latín. No el latín que hablaban en sus tiempos, sino un latín medieval y corrupto que era el que se hablaba ahora en nombre de su maestro —el primero.
Al fin la alcanzó mientras el rumor del río cercano arrullaba a la ciudad. La miró a los ojos sin decirle nada y bebió de ella. Se sació.
Y apenas hubo terminado un ruido ajeno lo distrajo. Sostuvo a la víctima con delicadeza, como si fuera a recostarla en una cama que no existía y su mirada se digirió a esa otra presencia. Extraña como era. Se sintió aturdido, tanto que fue incapaz de prever lo que a continuación vino. Cuando se dio cuenta aquella chica descalza ya estaba frente a él. ¿Qué pasaba? La gente solía ir en dirección contraria; huía de él cuando lo veía así, con la boca escarlata como un caballo blanco de hocico sangrando. Tragó saliva y aquella niña —la vio más niña a luz de la luna— limpió sus labios.
Se agachó con cautela para dejar el cuerpo de la pobre víctima en turno en el suelo. Luego lo sorteó para acercarse a la otra mujer.
—¿No temes? —Porque en sus ojos veía muchas cosas, pero no temor, ¿qué estaba mal en ella? ¿O estaban mal todos y había encontrado a la única persona cuerda? Aunque su pregunta fue directa, su voz sonó suave, sosegada, no tenía intenciones de hacerle daño, acababa de alimentarse y un vampiro que recién ha bebido es uno con especial buen humor.
No le fue complicado hacer uso de su encanto, si es que tenía alguno; de su título, que pesaba, Dios, cómo pesaba; y de su experta lengua de escritor. Sentada a su lado, esa doncella pareció más interesada en él que en la obra de Eduardus Lupus que presenciaban. Él se asía a los brazos de su silla, por la música, pero por la insistencia ajena también. E iba sola. ¡Iba sola! Tan pronto la presentación terminó, la convenció que se lo acompañara, y ahí estaban.
Baldric jamás había negado lo que era. Ninguna de las cosas que era. Traidor, conde y vampiro. Apóstol, escritor y hombre. Aunque en su propia enrevesada filosofía, solía creer que era al contrario. Y en el campo de centeno y cebada la besó, para morderla luego. Pero al parecer su sed lo delató y ella salió corriendo. Y él sólo la veía desolado. No porque la hubiera perdido, sino porque iba a encontrarla. Allá fue tras ella con paso austero. Sereno e impasible, repitiendo en susurros palabras en latín. No el latín que hablaban en sus tiempos, sino un latín medieval y corrupto que era el que se hablaba ahora en nombre de su maestro —el primero.
Al fin la alcanzó mientras el rumor del río cercano arrullaba a la ciudad. La miró a los ojos sin decirle nada y bebió de ella. Se sació.
Y apenas hubo terminado un ruido ajeno lo distrajo. Sostuvo a la víctima con delicadeza, como si fuera a recostarla en una cama que no existía y su mirada se digirió a esa otra presencia. Extraña como era. Se sintió aturdido, tanto que fue incapaz de prever lo que a continuación vino. Cuando se dio cuenta aquella chica descalza ya estaba frente a él. ¿Qué pasaba? La gente solía ir en dirección contraria; huía de él cuando lo veía así, con la boca escarlata como un caballo blanco de hocico sangrando. Tragó saliva y aquella niña —la vio más niña a luz de la luna— limpió sus labios.
Se agachó con cautela para dejar el cuerpo de la pobre víctima en turno en el suelo. Luego lo sorteó para acercarse a la otra mujer.
—¿No temes? —Porque en sus ojos veía muchas cosas, pero no temor, ¿qué estaba mal en ella? ¿O estaban mal todos y había encontrado a la única persona cuerda? Aunque su pregunta fue directa, su voz sonó suave, sosegada, no tenía intenciones de hacerle daño, acababa de alimentarse y un vampiro que recién ha bebido es uno con especial buen humor.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Aprender a prender la Luna.
Alizée alzó su curiosa mirada hacia los ojos de él. Su pelo color carbón, y su iris claro, se le presentó como el retrato de un príncipe perdido y discretamente temeroso.
La muchacha ladeó el rostro; movimiento similar a un búho.
—¿Temer? —preguntó, sin comprender la palabra. Por supuesto que la había escuchado antes, sin embargo a pesar de que en un pasado hubiera entendido su significado, ahora le era totalmente desconocido.
Bajó la mano y retiró la manga con la que acababa de limpiar los labios delvampiro hombre. La pintura había tintado su camisón de rojo ¡De rojo! Había desobedecido a la reina. Su trabajo era pintar las rosas de rojo, no retirar la pintura de ellas.
—No es arrepentimiento lo que siento al haber retirado la pintura de vuestro rostro, sin duda, con la máscara puesta sois una rosa mucho más hermosa.
Deslizó los ojos hacia el suelo, dondela muerte descansaba real y depravada en el cuello abierto de la joven una rosa blanca había sido pintada de carmesí como había dictado la Reina. Pero dicha rosa había sido arrancada de sus raíces.
—Vuestra amiga fue imprudente al desear crecer a vuestro lado, de lejos se podía contemplar que vuestras espinas eran más robustas que las suyas. Aunque vos, sois un tanto desvergonzado, deberíais de haber tenido más cuidado con ella. Ahora es imposible plantarla de nuevo.
Suspiró con un encogimiento de hombros y alargó la mano para tomar la manga de la chaqueta de él. Tiró, sugiriendo que la acompañara.
—Seguidme, antes de que venga la Reina y se enfade por despilfarrar la pintura —lo guió por el bosque, atravesando el río. Sus pies descalzos se sujetaban torpemente contra las rocas del rio, por poco tirándola en más de una ocasión—. Decidme preciosa Rosa, ¿Cuál es vuestro nombre?
La muchacha ladeó el rostro; movimiento similar a un búho.
—¿Temer? —preguntó, sin comprender la palabra. Por supuesto que la había escuchado antes, sin embargo a pesar de que en un pasado hubiera entendido su significado, ahora le era totalmente desconocido.
Bajó la mano y retiró la manga con la que acababa de limpiar los labios del
—No es arrepentimiento lo que siento al haber retirado la pintura de vuestro rostro, sin duda, con la máscara puesta sois una rosa mucho más hermosa.
Deslizó los ojos hacia el suelo, donde
—Vuestra amiga fue imprudente al desear crecer a vuestro lado, de lejos se podía contemplar que vuestras espinas eran más robustas que las suyas. Aunque vos, sois un tanto desvergonzado, deberíais de haber tenido más cuidado con ella. Ahora es imposible plantarla de nuevo.
Suspiró con un encogimiento de hombros y alargó la mano para tomar la manga de la chaqueta de él. Tiró, sugiriendo que la acompañara.
—Seguidme, antes de que venga la Reina y se enfade por despilfarrar la pintura —lo guió por el bosque, atravesando el río. Sus pies descalzos se sujetaban torpemente contra las rocas del rio, por poco tirándola en más de una ocasión—. Decidme preciosa Rosa, ¿Cuál es vuestro nombre?
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Aprender a prender la Luna.
Lo miró con ese mismo gesto curioso que tienen las aves. Pero es lo mismo una que ha de cantar hasta volverte loco, que una rapaz, que una que te arrancaría los ojos a ala menos provocación. Baldric no dijo, ni hizo nada, aun trataba de comprender qué sucedía. La respuesta que obtuvo no le pareció sorprendente; no supo por qué, pero dentro ya estaba hecho a la idea de que algo así recibiría a cambio.
Sonrió. Una sonrisa casi inocente. Espontánea y veraz. Las palabras de la joven —¡una niña!— Le parecían un acertijo hermoso, además, confiaba en sus propias habilidades. Ninguno de los dos corría peligro. Y aunque su sonrisa fue amplia y sincera, no mostró los colmillos, sólo fue una curvatura de los labios. Hablaba de máscaras, como si lo conociera de mucho tiempo atrás.
—Sí —al fin respondió mirando brevemente el cuerpo a sus pies. Suspiró—. Debí tener más cuidado —aquello golpeó un sitio especial dentro de él. Había sacado provecho de su situación, de su inmortalidad, pero arrancar vidas siempre le había causado conflicto. Lo hacía y lo hacía conscientemente, y lo disfrutaba, pero al final, no le gustaba mirar atrás. No le gustaba pensar en la otra parte de su danza; no quería imaginarse si dejaba huérfanos a los niños o viudas a las mujeres, si dejaba a los padres sin sus hijos o a los hombres si sus amantes.
Desde luego, entre más escuchaba a su interlocutora, más se sentía fascinado. No entendía del todo qué sucedía, pero eso era lo encantador de un encuentro tan inverosímil. Se dejó guiar, y caminó al lado de la mujer, aunque dejó que ella se asiera de la manga de su chaqueta; dándole el control.
—He tenido muchos nombres —contestó, mirándola de soslayo—, ¿cuál quieres ponerme tú? —Y volvió a sonreír, pero esta vez fue más sutil, de lado—. ¿Cómo debo llamarte yo? —No le preguntó su nombre, sino cómo quería que la llamara.
Él, mejor que nadie entendía la libertad que significaba deshacerse del nombre propio. Aunque también era un riesgo, el de desaparecer. Hay hechiceros que creen que todo tiene un nombre, todo, es decir, esa águila tiene uno distinto a esa otra y cada gota del océano tiene uno y quien sabe todos los nombre ha de dominarlo todo. Así que jugar con el nombre que uno posee es un acto libertador, por supuesto, pero hay que hacerlo con cuidado. A Baldric le gustaban estas leyendas, mismas que había recopilado con el tiempo y que guardaba, porque él mismo se llamaba de ese modo: guardador.
—¿A dónde vamos? La noche… la noche libera las fuerzas que por el día son dominadas por la razón —soltó con un hilo de voz, muy quedo, no era advertencia ni amenaza, era más bien descriptivo; siguió al lado de la chica mientras las ramas y las piedras crujían cediendo bajo el peso de ambos.
Lejos de sentirse cohibido, había decidido seguir ese juego. Porque de pronto sintió que eso era, un juego. Pero estaba al tanto que no todos los juegos son de niños y que algunos pueden ser peligrosos.
Sonrió. Una sonrisa casi inocente. Espontánea y veraz. Las palabras de la joven —¡una niña!— Le parecían un acertijo hermoso, además, confiaba en sus propias habilidades. Ninguno de los dos corría peligro. Y aunque su sonrisa fue amplia y sincera, no mostró los colmillos, sólo fue una curvatura de los labios. Hablaba de máscaras, como si lo conociera de mucho tiempo atrás.
—Sí —al fin respondió mirando brevemente el cuerpo a sus pies. Suspiró—. Debí tener más cuidado —aquello golpeó un sitio especial dentro de él. Había sacado provecho de su situación, de su inmortalidad, pero arrancar vidas siempre le había causado conflicto. Lo hacía y lo hacía conscientemente, y lo disfrutaba, pero al final, no le gustaba mirar atrás. No le gustaba pensar en la otra parte de su danza; no quería imaginarse si dejaba huérfanos a los niños o viudas a las mujeres, si dejaba a los padres sin sus hijos o a los hombres si sus amantes.
Desde luego, entre más escuchaba a su interlocutora, más se sentía fascinado. No entendía del todo qué sucedía, pero eso era lo encantador de un encuentro tan inverosímil. Se dejó guiar, y caminó al lado de la mujer, aunque dejó que ella se asiera de la manga de su chaqueta; dándole el control.
—He tenido muchos nombres —contestó, mirándola de soslayo—, ¿cuál quieres ponerme tú? —Y volvió a sonreír, pero esta vez fue más sutil, de lado—. ¿Cómo debo llamarte yo? —No le preguntó su nombre, sino cómo quería que la llamara.
Él, mejor que nadie entendía la libertad que significaba deshacerse del nombre propio. Aunque también era un riesgo, el de desaparecer. Hay hechiceros que creen que todo tiene un nombre, todo, es decir, esa águila tiene uno distinto a esa otra y cada gota del océano tiene uno y quien sabe todos los nombre ha de dominarlo todo. Así que jugar con el nombre que uno posee es un acto libertador, por supuesto, pero hay que hacerlo con cuidado. A Baldric le gustaban estas leyendas, mismas que había recopilado con el tiempo y que guardaba, porque él mismo se llamaba de ese modo: guardador.
—¿A dónde vamos? La noche… la noche libera las fuerzas que por el día son dominadas por la razón —soltó con un hilo de voz, muy quedo, no era advertencia ni amenaza, era más bien descriptivo; siguió al lado de la chica mientras las ramas y las piedras crujían cediendo bajo el peso de ambos.
Lejos de sentirse cohibido, había decidido seguir ese juego. Porque de pronto sintió que eso era, un juego. Pero estaba al tanto que no todos los juegos son de niños y que algunos pueden ser peligrosos.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Aprender a prender la Luna.
Qué importaba el camino que escogieran si la muchacha no tenía la menor idea de adónde se dirigían. Salió del agua, que había dejado un rastro frío en sus tobillos desnudos. Si hubiera sido una joven normal, habría muerto de neumonitis tiempo atrás. Pero la joven tan solo sentía calor, un calor abrasador que era menguado con sus inocentes delirios.
Tiró del hombre, internando a ambos en el corazón del bosque, donde las bestiasrugían cantaban.
―Me podéis llamar Alizée, aunque si gusta y creéis conocerme lo suficiente, podéis dirigiros a mí como Alicia. El gato me llama así todo el tiempo, todo el tiempo…
Le bastó con evocar la imagen del animal, para que este apareciera parcialmente en la rama de un árbol. Ella se detuvo en el camino para alzar una mirada ausente hacia dicho lugar. La sonrisa del gato de Cheshire, le devolvió la mirada. Dos ojos gatunos, cayeron como canicas, y dieron forma al rostro del felino.
“¿Dónde quedó vuestra curiosidad pequeña Alicia?”
― Señor gato, dejad de molestarme por un momento, tengo compañía.
Cheshire sonrió, y el resto de su cuerpo apareció de la nada; morado y magenta.
“Preguntadle por su primer nombre. Dijo que tenía muchos, ¿recordáis el nombre del primer traidor de la historia?”
A diferencia de Cheshire, que tan solo hablaba en la cabeza de la joven, ella pronunciaba las palabras al aire, desnudas al oído de cualquiera, y ese cualquiera esta vez era su acompañante.
― ¿Judas Iscaroite? ―preguntó al gato. A un gato inexistente, pero con unas palabras reales que volaron en el viento fuera de la boca de la muchacha para sorpresa de su rosa.
Recordaba la Biblia, ahora mejor que antes, su abuela le hacía leer una parte cada noche. Sin embargo, la mirase por donde la mirase, no le encontraba sentido alguno. No había dibujos ni tenía sonidos, tan solo palabras y palabras, nudos y envases a presión repletos de letras.
Ante la pregunta de Alizée, el gato se esfumó con una resonante carcajada que rayaba lo burlón.
Tiró del hombre, internando a ambos en el corazón del bosque, donde las bestias
―Me podéis llamar Alizée, aunque si gusta y creéis conocerme lo suficiente, podéis dirigiros a mí como Alicia. El gato me llama así todo el tiempo, todo el tiempo…
Le bastó con evocar la imagen del animal, para que este apareciera parcialmente en la rama de un árbol. Ella se detuvo en el camino para alzar una mirada ausente hacia dicho lugar. La sonrisa del gato de Cheshire, le devolvió la mirada. Dos ojos gatunos, cayeron como canicas, y dieron forma al rostro del felino.
“¿Dónde quedó vuestra curiosidad pequeña Alicia?”
― Señor gato, dejad de molestarme por un momento, tengo compañía.
Cheshire sonrió, y el resto de su cuerpo apareció de la nada; morado y magenta.
“Preguntadle por su primer nombre. Dijo que tenía muchos, ¿recordáis el nombre del primer traidor de la historia?”
A diferencia de Cheshire, que tan solo hablaba en la cabeza de la joven, ella pronunciaba las palabras al aire, desnudas al oído de cualquiera, y ese cualquiera esta vez era su acompañante.
― ¿Judas Iscaroite? ―preguntó al gato. A un gato inexistente, pero con unas palabras reales que volaron en el viento fuera de la boca de la muchacha para sorpresa de su rosa.
Recordaba la Biblia, ahora mejor que antes, su abuela le hacía leer una parte cada noche. Sin embargo, la mirase por donde la mirase, no le encontraba sentido alguno. No había dibujos ni tenía sonidos, tan solo palabras y palabras, nudos y envases a presión repletos de letras.
Ante la pregunta de Alizée, el gato se esfumó con una resonante carcajada que rayaba lo burlón.
Última edición por Alizée Fairfax el Sáb Nov 08, 2014 3:43 pm, editado 1 vez
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Aprender a prender la Luna.
Abrió los ojos un poco más. Ligeramente e imperceptible. Eran oscuros como la noche por la que sus dos figuras transeúntes deambulaban por el bosque, y en ellos, como en el cielo, se podían ver las eras si te fijabas bien. Fue a contestar algo, pero de pronto cualquier cosa que pudiera decir le pareció insignificante e irrelevante. «El gato» había dicho y frente a él se erigía un nuevo personaje del cuento que no sabía que le estaban contando.
La observó debatirse, hablar con alguien que no era él, tal vez con aquella imagen felina de la que le hablaba. La esperó todo lo que fuera necesario. Si algo había aprendido con los años, es que las personas, sobre todo los mortales —y esta joven lo era— más interesantes eran aquellas que no ocultaban su locura. Y cuando hablaba de locura, para nada tenía eso connotaciones negativas.
Pero se detuvo en seco al escuchar su nombre. El primero. El único. El verdadero. La miró con una mezcla de consternación y sorpresa. En ese instante se sintió desnudo y desolado y quiso beber de ella para darle una muerte dulce, pero al fin muerte. Reanudó su andar silencioso al lado de aquella mujer que parecía más un ángel vindicador, ahora, el que lo llama por su nombre y lo llama para finalmente dejar ese lugar.
—¿Es así como quieres llamarme? —Al fin habló. Sonrió un poco, aunque no dejaba de verse algo confuso—. ¿Me parezco a él? —Alzó ambas cejas morenas y dijo inquisitivo. De un tiempo a la fecha solía decir que ese era él, que Judas Iscariote era él y nadie nunca le creía y eso era lo divertido; pero una cosa es que aquella declaración brotara de sus labios y otra muy distinta que una niña en el bosque, descalza y perdida, se lo dijera como una norna bajo las raíces del fresno Yggdrasil.
A su mente llegaron las imágenes que lo habían representado al pasar de los siglos. Las efigies construías con su supuesto rostro echas exclusivamente para quemarse.
—Alicia —ahí estaba su decisión de cómo la llamaría—, el peso de la traición puede resultar muy cansado, ¿crees que lo merezco? ¿Qué merezco esa condena? —La merecía y lo sabía, pero necesitaba un aliciente, se daba cuenta de ello con pasmosa claridad en ese instante, en ese segundo y en ese punto en el inmenso universo.
—¿Qué más te dice el gato? —Preguntó con curiosidad sincera. Era amante de las historias y todas las memorizaba y tenía el presentimiento que apenas leía las primeras palabras de ésta—. ¿No te advierte de mí? —Pero no podía evitarlo, no podía evitar sonar profético, casi destructor.
La observó debatirse, hablar con alguien que no era él, tal vez con aquella imagen felina de la que le hablaba. La esperó todo lo que fuera necesario. Si algo había aprendido con los años, es que las personas, sobre todo los mortales —y esta joven lo era— más interesantes eran aquellas que no ocultaban su locura. Y cuando hablaba de locura, para nada tenía eso connotaciones negativas.
Pero se detuvo en seco al escuchar su nombre. El primero. El único. El verdadero. La miró con una mezcla de consternación y sorpresa. En ese instante se sintió desnudo y desolado y quiso beber de ella para darle una muerte dulce, pero al fin muerte. Reanudó su andar silencioso al lado de aquella mujer que parecía más un ángel vindicador, ahora, el que lo llama por su nombre y lo llama para finalmente dejar ese lugar.
—¿Es así como quieres llamarme? —Al fin habló. Sonrió un poco, aunque no dejaba de verse algo confuso—. ¿Me parezco a él? —Alzó ambas cejas morenas y dijo inquisitivo. De un tiempo a la fecha solía decir que ese era él, que Judas Iscariote era él y nadie nunca le creía y eso era lo divertido; pero una cosa es que aquella declaración brotara de sus labios y otra muy distinta que una niña en el bosque, descalza y perdida, se lo dijera como una norna bajo las raíces del fresno Yggdrasil.
A su mente llegaron las imágenes que lo habían representado al pasar de los siglos. Las efigies construías con su supuesto rostro echas exclusivamente para quemarse.
—Alicia —ahí estaba su decisión de cómo la llamaría—, el peso de la traición puede resultar muy cansado, ¿crees que lo merezco? ¿Qué merezco esa condena? —La merecía y lo sabía, pero necesitaba un aliciente, se daba cuenta de ello con pasmosa claridad en ese instante, en ese segundo y en ese punto en el inmenso universo.
—¿Qué más te dice el gato? —Preguntó con curiosidad sincera. Era amante de las historias y todas las memorizaba y tenía el presentimiento que apenas leía las primeras palabras de ésta—. ¿No te advierte de mí? —Pero no podía evitarlo, no podía evitar sonar profético, casi destructor.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Re: Aprender a prender la Luna.
Alizée sin duda era una criatura extraña. Sus ojos curiosos eran similares a la mirada de una rana, mientras que su complexión se acercaba más a la de un alegre cervatillo. Sin embargo, muy en el fondo, ocultaba el petroleo oscuro de un escorpión muerto, que años atrás fue prendido.
Las preguntas que su nuevo amigo le ofrecía le resultaron más que interesantes, sin embargo la joven no estaba segura de si las entendía o de si en realidad las comprendía demasiado bien.
Alzó una mano, y tuvo que ponerse de puntillas para poder acariciar el cabello de su Rosa Negra como si se tratase del lomo de un canino.
—Una eternidad en este mundo es suficiente condena —La expresión de la joven se había tornado ligeramente gris.
Se detuvo entonces, apartando la mano del cabello deJudasél. Parpadeó como si algo hubiera chasqueado de pronto frente a sus ojos y la hubiera despertado de un trance. Luego sonrió, una sonrisa tierna y ausente de Muerte, pero no por ello llena de Vida.
—Al Gato sonriente le gusta meterme en problemas —confesó como respuesta—. Pero no comprendo de que debería de advertirme, las rosas tan solo pinchan si las tomas sin cuidado. Y vos no parece que tengáis demasiadas espinas—Ancló sus ojos en los de la criatura, con una mirada tan intensa que podría haber indagado en el alma del Sol más brillante —Decidme entonces...¿Cómo deseáis que os llame?
La noche se había vuelto nebulosa, morada, gris, y azul a los ojos de la Luna. Alizée casi podía masticar la lucidez de aquel sueño. En cuanto despertara, le diría a su abuela que no tomaría más lecciones sobre la Biblia, había conocido al verdadero Judas yno era el demonio que ella había asegurado que era había mirado en el interior de su alma.
Las preguntas que su nuevo amigo le ofrecía le resultaron más que interesantes, sin embargo la joven no estaba segura de si las entendía o de si en realidad las comprendía demasiado bien.
Alzó una mano, y tuvo que ponerse de puntillas para poder acariciar el cabello de su Rosa Negra como si se tratase del lomo de un canino.
—Una eternidad en este mundo es suficiente condena —La expresión de la joven se había tornado ligeramente gris.
Se detuvo entonces, apartando la mano del cabello de
—Al Gato sonriente le gusta meterme en problemas —confesó como respuesta—. Pero no comprendo de que debería de advertirme, las rosas tan solo pinchan si las tomas sin cuidado. Y vos no parece que tengáis demasiadas espinas—Ancló sus ojos en los de la criatura, con una mirada tan intensa que podría haber indagado en el alma del Sol más brillante —Decidme entonces...¿Cómo deseáis que os llame?
La noche se había vuelto nebulosa, morada, gris, y azul a los ojos de la Luna. Alizée casi podía masticar la lucidez de aquel sueño. En cuanto despertara, le diría a su abuela que no tomaría más lecciones sobre la Biblia, había conocido al verdadero Judas y
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Entornó la mirada oscura, no dejó de verla. No podía dejar de hacerlo. Era un imán para el acero negro de sus ojos. Sentía que si dejaba de prestar atención un solo segundo, se perdería de algo importante. Como si esa niña, descalza y perdida, fuera capaz de transformar las edades de la Tierra y por Dios que él quería ser testigo. Porque ya había sido deponente de muchas cosas, no osaría perderse de esta.
Rio ante su respuesta. Una risa parecida a la que precede el llanto, aunque éste jamás vino. Fue sólo eso, una risa como una tos que hace que los hombros se muevan y apenas un sonido emane de la boca. Una risa amarga. La respuesta de Alicia le pareció adecuada, demasiado tal vez. ¿Es que esa chiquilla poseía poderes que él no comprendía? A lo largo de su inmortal existencia había visto a los hombres que cambian con la luna y a esos que toman una forma animal a placer, había visto a los espíritus que tienen cuentas sin saldar deambular, algunos ni siquiera sabiendo que estaban muertos, había visto a aquellos con poderes inimaginables de la magia. Había visto de todo, y nada como esto.
Se detuvo cuando ella lo hizo y frunció ligeramente el entrecejo, porque ya estaba clara la idea en su cabeza de que no podía perder detalle de lo que ella hiciera o dijera.
—No, no tengo demasiadas espinas —aceptó y habló con suavidad y tristeza, sólo audible para ambos—. Te aseguro que no te haré daño —afirmó, aunque parecía no venir al caso y cayó en cuenta de que esas sencillas palabras en realidad eran una promesa, una que planeaba cumplir. No le tenía miedo, en cambio, parecía tener la capacidad de ver a través de él. Lo que es un velo espeso y vaporoso para la mayoría resultaba un cristal claro para ella. ¿Por qué? Ahora entendía que esa pregunta, quizá sin respuesta, era el combustible que avivaba esa fogata.
Las palabras de Alicia le hicieron darse cuenta de algo más. Era un ser terrible, un vampiro que arranca vidas para poder seguir adelante, pero a pesar de eso, como ella había dicho, no tenía demasiadas espinas, no era la rosa más peligrosa en el rosal. Debía dejar de ser tan duro con él mismo.
—Baldric —respondió—, es lo más sencillo, llámame Baldric —optó por su nombre actual. No sabía cuánto tiempo duraría con aquella etiqueta colgando del dedo pulgar de su pie, como el que le colocan a los cadáveres para identificarlos, pero como había dicho, era lo más sencillo.
Inclinó el rostro, mirándola fijamente a los ojos, tratando de descubrir algo en ellos, pero no encontró nada. O nada que él conociera, al menos. Algunos sabios dicen que cuando desconocemos las cosas y no sabemos su nombre, tendemos a pasarlas por alto y sintió que eso le estaba pasando. Suspiró.
—¿A dónde me llevas, Alicia? —Porque ella era quien llevaba la batuta, preguntó con tono desenfadado, algo divertido—. ¿Conoceré al gato alguna vez? Porque nos volveremos a ver, ¿cierto? —Sonrió de lado, esta vez su gesto fue más tácito y controlado. Casi normal, considerando. Le gustó de pronto esa noción, la de volverse a ver, eso no quería decir que estaba dando por terminada esa velada que comenzó en un elegante teatro, escuchando a Eduardus Lupus y lo había conducido, en un enrevesado camino, hasta ese sitio, con un ser al que no alcanzaba a comprender. Y supo, también, que debía guardar todo esto y lo que estaba por venir. Eso era lo que él hacía, conservarlo todo como un infinito bagaje fútil.
Rio ante su respuesta. Una risa parecida a la que precede el llanto, aunque éste jamás vino. Fue sólo eso, una risa como una tos que hace que los hombros se muevan y apenas un sonido emane de la boca. Una risa amarga. La respuesta de Alicia le pareció adecuada, demasiado tal vez. ¿Es que esa chiquilla poseía poderes que él no comprendía? A lo largo de su inmortal existencia había visto a los hombres que cambian con la luna y a esos que toman una forma animal a placer, había visto a los espíritus que tienen cuentas sin saldar deambular, algunos ni siquiera sabiendo que estaban muertos, había visto a aquellos con poderes inimaginables de la magia. Había visto de todo, y nada como esto.
Se detuvo cuando ella lo hizo y frunció ligeramente el entrecejo, porque ya estaba clara la idea en su cabeza de que no podía perder detalle de lo que ella hiciera o dijera.
—No, no tengo demasiadas espinas —aceptó y habló con suavidad y tristeza, sólo audible para ambos—. Te aseguro que no te haré daño —afirmó, aunque parecía no venir al caso y cayó en cuenta de que esas sencillas palabras en realidad eran una promesa, una que planeaba cumplir. No le tenía miedo, en cambio, parecía tener la capacidad de ver a través de él. Lo que es un velo espeso y vaporoso para la mayoría resultaba un cristal claro para ella. ¿Por qué? Ahora entendía que esa pregunta, quizá sin respuesta, era el combustible que avivaba esa fogata.
Las palabras de Alicia le hicieron darse cuenta de algo más. Era un ser terrible, un vampiro que arranca vidas para poder seguir adelante, pero a pesar de eso, como ella había dicho, no tenía demasiadas espinas, no era la rosa más peligrosa en el rosal. Debía dejar de ser tan duro con él mismo.
—Baldric —respondió—, es lo más sencillo, llámame Baldric —optó por su nombre actual. No sabía cuánto tiempo duraría con aquella etiqueta colgando del dedo pulgar de su pie, como el que le colocan a los cadáveres para identificarlos, pero como había dicho, era lo más sencillo.
Inclinó el rostro, mirándola fijamente a los ojos, tratando de descubrir algo en ellos, pero no encontró nada. O nada que él conociera, al menos. Algunos sabios dicen que cuando desconocemos las cosas y no sabemos su nombre, tendemos a pasarlas por alto y sintió que eso le estaba pasando. Suspiró.
—¿A dónde me llevas, Alicia? —Porque ella era quien llevaba la batuta, preguntó con tono desenfadado, algo divertido—. ¿Conoceré al gato alguna vez? Porque nos volveremos a ver, ¿cierto? —Sonrió de lado, esta vez su gesto fue más tácito y controlado. Casi normal, considerando. Le gustó de pronto esa noción, la de volverse a ver, eso no quería decir que estaba dando por terminada esa velada que comenzó en un elegante teatro, escuchando a Eduardus Lupus y lo había conducido, en un enrevesado camino, hasta ese sitio, con un ser al que no alcanzaba a comprender. Y supo, también, que debía guardar todo esto y lo que estaba por venir. Eso era lo que él hacía, conservarlo todo como un infinito bagaje fútil.
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Re: Aprender a prender la Luna.
Su flor rió, arrancando sin piedad una sonrisa tierna de los labios de la muchacha. Un destello de luz en la oscuridad de la noche.
“Te aseguro que no te haré daño”
Ella asintió ante aquellas palabras. No se le había pasado por la cabeza que su nuevo amigo la pudiera morder pinchar. Al fin y al cabo, nadie era capaz de herirse con una rosa si no trataba de arrancarla.
—Bladric… —repitió, sus labios dibujando las letras con sumo cuidado, para asegurarse de que no olvidaba el nombre. Sonó extraño, a merced de su acento británico, casi como una plegaria.
No le pasó desapercibido el acercamiento de él. Alizée correspondió a su inquisitiva mirada y se puso de puntillas para contemplarle más de cerca. Una vez más, ladeó la cabeza, cual búho curioso, y al cerciorarse de la extraña situación, dejó escapar una carcajada divertida.
Negó ligeramente con la cabeza, sin apartar la sonrisa de su rostro.
—Eso no depende de mí…—aseguró—. El señor gato aparece cuando le viene en gana. Y normalmente lo hace en los momentos menos indicados. Es un tanto travieso, pero de buen corazón, su sonrisa es honesta…
Aquellas palabras no podrían haber sido pronunciadas con mejor intención. Sinceramente era lo que Alizée creía de Cheshire. Con tan solo haber evocado su imagen, el animal hizo acto de presencia a las espaldas de Baldric, justo en la estrechez del camino, donde este se perdía en la espesura del bosque. La sonrisa estática le devolvía la mirada, y sobre el pelaje colorido de su cabeza, Alizée reparó en un sombrero que para nada le pertenecía. La muchacha vio la resolución en los ojos del gato antes de que este desapareciera. Con expresión jovial, tomó de la mano a su amigo, y tiró de él.
—Decidme Baldric, ¿os gusta el té? Os mostraré dónde podéis encontrarme a cualquier hora de la noche. No dudéis en visitarme.
Lo guió a través de ramas rotas, sueños perdidos, y noches estrelladas. Cuando dudaba del camino, las huellas fosforescentes del gato se lo indicaban. Casi podía escuchar el tintineo de las tazas y el silbido de la cafetera antes de alcanzar la mansión de su abuela. Contempló la fachada de la misma al llegar. La puerta principal continuaba cerrada y no había luz a través de ninguna ventana, excepto la de su habitación, de la cual había descendido mediante las enredaderas que devoraban los ladrillos.
—Tendremos que escalar de nuevo.
“Te aseguro que no te haré daño”
Ella asintió ante aquellas palabras. No se le había pasado por la cabeza que su nuevo amigo la pudiera morder pinchar. Al fin y al cabo, nadie era capaz de herirse con una rosa si no trataba de arrancarla.
—Bladric… —repitió, sus labios dibujando las letras con sumo cuidado, para asegurarse de que no olvidaba el nombre. Sonó extraño, a merced de su acento británico, casi como una plegaria.
No le pasó desapercibido el acercamiento de él. Alizée correspondió a su inquisitiva mirada y se puso de puntillas para contemplarle más de cerca. Una vez más, ladeó la cabeza, cual búho curioso, y al cerciorarse de la extraña situación, dejó escapar una carcajada divertida.
Negó ligeramente con la cabeza, sin apartar la sonrisa de su rostro.
—Eso no depende de mí…—aseguró—. El señor gato aparece cuando le viene en gana. Y normalmente lo hace en los momentos menos indicados. Es un tanto travieso, pero de buen corazón, su sonrisa es honesta…
Aquellas palabras no podrían haber sido pronunciadas con mejor intención. Sinceramente era lo que Alizée creía de Cheshire. Con tan solo haber evocado su imagen, el animal hizo acto de presencia a las espaldas de Baldric, justo en la estrechez del camino, donde este se perdía en la espesura del bosque. La sonrisa estática le devolvía la mirada, y sobre el pelaje colorido de su cabeza, Alizée reparó en un sombrero que para nada le pertenecía. La muchacha vio la resolución en los ojos del gato antes de que este desapareciera. Con expresión jovial, tomó de la mano a su amigo, y tiró de él.
—Decidme Baldric, ¿os gusta el té? Os mostraré dónde podéis encontrarme a cualquier hora de la noche. No dudéis en visitarme.
Lo guió a través de ramas rotas, sueños perdidos, y noches estrelladas. Cuando dudaba del camino, las huellas fosforescentes del gato se lo indicaban. Casi podía escuchar el tintineo de las tazas y el silbido de la cafetera antes de alcanzar la mansión de su abuela. Contempló la fachada de la misma al llegar. La puerta principal continuaba cerrada y no había luz a través de ninguna ventana, excepto la de su habitación, de la cual había descendido mediante las enredaderas que devoraban los ladrillos.
—Tendremos que escalar de nuevo.
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Re: Aprender a prender la Luna.
Un ave hermosa. Con plumaje de colores que ningún humano había visto. Colores nuevos. Ojos como joyas que brillan en la oscuridad. Un ave pequeña. Que cabe en ambas manos y que se refugia en los recovecos de los troncos durante el invierno. Que trina hasta el final de los tiempos, y su canto hermoso vuelve locos a los hombres. Una bella, complicada contradicción, ¿pero qué contradicción no era bella y era sencilla? Ninguna. Baldric vio en ese instante así a Alicia. La dotó de un significado mayor. La coronó por encima de muchas otras bellas, complicadas contradicciones que había conocido en el pasado. Se elevó, victoriosa como serafín con espada en llamas, en el mundo intangible de sus pensamientos.
—Entiendo —respondió quedo. No entendía, no del todo, pero comprendía a lo que se refería su nueva amiga. El gato no era una fuerza que ella dominara a voluntad, en cambio, le pareció que era a la inversa; que la felina figura invisible era quien a ratos tomaba el control sobre la chica. Afianzó el agarre con el que la sostenía y caminó despacio, acoplándose al paso ajeno. Sintiéndose extrañamente en paz. Y hace tanto que no experimentaba algo parecido que por un momento se sintió aturdido.
—Claro que me gusta el té. No dudaré en irte a visitar a alguna fiesta de té que des algún día —respondió como si le hiciera una promesa a una niña pequeña. No por eso menos valiosa, sino al contrario, son esas sin dolo y sin mensajes ulteriores las que menos se podían romper. Fue a decir algo más, pero ella se detuvo y por consecuencia él.
Alzó el rostro para ver el muro que se erigía ahora frente a ellos. Echó un vistazo nuevamente a Alicia. No sabía por qué, había imaginado que la casa de la joven sería distinta. Sin murallas alrededor, era quizá el aura de libertad que ella poseía. Tampoco creyó que viviera en una casa de esas dimensiones; una señorita en su posición estaría vigilada, pero por lo poco que la conocía, sabía que en esa astucia anónima siempre iba a encontrar un modo. Y qué maravilloso resultaba. Era como la naturaleza, salvaje, que si la dejas, se come todo eso construido por el hombre, porque siempre es capaz de hallar una manera de reclamar lo que fue suyo.
Le hizo una seña con el dedo índice, señalándose el propio ojo derecho, para que prestara atención. Él con cierta facilidad podía escalar esa pared, su condición de vampiro tenía más ventajas de las que le gustaba admitir, pero no quería develarse como tal ante ella. Aunque algo le decía que sabía. No sólo de su naturaleza, sino de todo, que sabía todo. Pretérito y porvenir.
Se encaramó y fingió dificultad para llegar hasta arriba. Luego se agachó, sostenido de una rama de un árbol cercano, del otro lado del cerco, ya en propiedad de la familia de la joven. Estiró la mano hacia abajo.
—Sube —le dijo y le sonrió. Su gesto dio a entender lo que antes ya le había jurado, que no le haría daño. Y algo más también, que confiara en él.
Quién vería a conde de Werdenfels en aquella posición. Cómplice de las travesuras de una niña descalza. Estuvo seguro, también, que mucha ayuda no necesitaría, después de todo, ella ya había recorrido el camino al revés, había escapado de la fortaleza al interior, y ahora regresaba como regresa un rey a reclamar su reino.
—Entiendo —respondió quedo. No entendía, no del todo, pero comprendía a lo que se refería su nueva amiga. El gato no era una fuerza que ella dominara a voluntad, en cambio, le pareció que era a la inversa; que la felina figura invisible era quien a ratos tomaba el control sobre la chica. Afianzó el agarre con el que la sostenía y caminó despacio, acoplándose al paso ajeno. Sintiéndose extrañamente en paz. Y hace tanto que no experimentaba algo parecido que por un momento se sintió aturdido.
—Claro que me gusta el té. No dudaré en irte a visitar a alguna fiesta de té que des algún día —respondió como si le hiciera una promesa a una niña pequeña. No por eso menos valiosa, sino al contrario, son esas sin dolo y sin mensajes ulteriores las que menos se podían romper. Fue a decir algo más, pero ella se detuvo y por consecuencia él.
Alzó el rostro para ver el muro que se erigía ahora frente a ellos. Echó un vistazo nuevamente a Alicia. No sabía por qué, había imaginado que la casa de la joven sería distinta. Sin murallas alrededor, era quizá el aura de libertad que ella poseía. Tampoco creyó que viviera en una casa de esas dimensiones; una señorita en su posición estaría vigilada, pero por lo poco que la conocía, sabía que en esa astucia anónima siempre iba a encontrar un modo. Y qué maravilloso resultaba. Era como la naturaleza, salvaje, que si la dejas, se come todo eso construido por el hombre, porque siempre es capaz de hallar una manera de reclamar lo que fue suyo.
Le hizo una seña con el dedo índice, señalándose el propio ojo derecho, para que prestara atención. Él con cierta facilidad podía escalar esa pared, su condición de vampiro tenía más ventajas de las que le gustaba admitir, pero no quería develarse como tal ante ella. Aunque algo le decía que sabía. No sólo de su naturaleza, sino de todo, que sabía todo. Pretérito y porvenir.
Se encaramó y fingió dificultad para llegar hasta arriba. Luego se agachó, sostenido de una rama de un árbol cercano, del otro lado del cerco, ya en propiedad de la familia de la joven. Estiró la mano hacia abajo.
—Sube —le dijo y le sonrió. Su gesto dio a entender lo que antes ya le había jurado, que no le haría daño. Y algo más también, que confiara en él.
Quién vería a conde de Werdenfels en aquella posición. Cómplice de las travesuras de una niña descalza. Estuvo seguro, también, que mucha ayuda no necesitaría, después de todo, ella ya había recorrido el camino al revés, había escapado de la fortaleza al interior, y ahora regresaba como regresa un rey a reclamar su reino.
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Re: Aprender a prender la Luna.
La Luna se iluminaba gloriosa aquella madrugada. Las intranquilas noches en las que chillaban los pájaros y las sombras frías de Paris inundaban los escenarios, no parecían haber hecho su típica incursión.
Alitzia, contempló expectante como su flor comenzaba a ascender por la fachada de la casa. Sin duda era una flor muy hábil, pero no parecía querer mostrar todas sus dotes en aquel instante, lo cual la joven encontró divertido. Dejó escapar una carcajada risueña y se acercó al inicio de la enredadera. Con suma facilidad, comenzó a ascender, y haciendo aprecio de la ayuda que Baldric le ofrecía, tomó su mano para subirse al alfeizar de su ventana. Dio un golpecito a la misma, y esta se abrió con un quejido.
—Entrad.
Su habitación estaba tal y como la había dejado. Había manchas de pinturas por las paredes y libros en todos los rincones. La joven apartó unos cuantos dibujos de una silla para ofrecerle sitio a su visitante.
—Iré a por el té —anunció entusiasmada.
Dejó a su flor en el cuarto y ella salió del mismo, para descender al piso de abajo. La mansión aullaba desierta, los pasos de la muchacha repiqueteaban como los cascos de un caballo. Cerca de la cocina, se encontraba la entrada de la casa, el vigilante nocturno descansaba los ojos y el cuerpo en el suelo. Sus ronquidos, espantaban el cantar de los grillos. Alitzía saltó por encima de sus piernas extendidas para alcanzar la cocina.
—¡Ese sombrero no es vuestro señor gato! —le acusó al felino cuando este hizo relucir sus sonrisa estridente en el reflejo de las cacerolas.
Alitzia alargó el brazo para arrebatarle el sombrero de el Sombrerero Loco, pero Cheshire simplemente susurró una carcajada mientras se desvanecía.
—Al parecer habéis despertado a una flor podrida—dijo antes de desparecer por completo.
La joven frunció el ceño sin comprender. Se deslizó al otro lado de la cocina y comenzó a rebuscar; dos tazas y una tetera. El tintineó de los cubiertos monopolizó el ruido cuando el vigilante dejó de roncar. La muchacha giró y se topó con su enorme barriga. Alzó la cabeza, con una mirada inocente.
—¿Qué hace la petit de Alitzia despierta a estas hora?
El hombre habló con una voz ronca mientras alzaba la mano para apartar un mechón del rostro de la joven con cierta brusquedad.
—Tengo un invitado, vamos a tomar el té y…
—¡Oh! Claro que lo tenéis —le cortó, con una sonrisa socarrona— ¿Podría unirme yo también a vuestra fiesta?
Alitzia vio como el hombre derramaba pétalospodridos por la boca. Siempre la miraba con aquellos ojos lascivos, como si pretendiera devorarla. Pero claro, eso era remotamente imposible, las personas no comían otras personas. El solo pensamiento arrancó a la muchacha una pequeña sonrisa.
Por su parte aquello no hizo más que amplificar el buen humor del hombre. La contempló con un brillo oscuro en sus ojos.
—Por supuesto que podéis. Pero vayamos a mi habitación, tenemos que llegar puntuales a la hora del té, además, mi invitado lleva un rato esperando.
Dio la espalda al hombre para tomar la tetera, sin embargo él se arrimó tanto que no le dejó espacio para girarse de nuevo. Posó una mano sobre su hombro y otra en su nuca, como un león que aferra a una gacela durante los últimos tortuosos minutos de vida de esta.
—Podemos tomar el té aquí petite.
La mano del vigilante acarició el rostro de la muchacha por detrás. Su aliento, empañó los hilos de su cabello. Le recordó a las caricias de su padre; bruscas y suaves. Blancas y negras. Muertas y vivas. Más muertas que vivas.
—Esta flor es ponzoñosa Alicia—le advirtió el gato desde algún lugar.
Alitzia negó incómoda y trató de alejarse para retomar su camino, pero él no se lo permitió.
—No, mi flor me está esperando.
—Tú flor—respondió él con burla—. Claro que sí. Al fin y al cabo eres una loca tonta.
—¡Corre! ¡Corre! ¡Te envenenará!
Los labios de él, presionaron con dureza y húmedo vicio la curvatura del cuello de la adolescente. Alitzia contuvo el aliento. Perdió la fuerza en las manos y la tetera se precipitó contra el suelo. El té salpicó ardiente el brazo del hombre, quién ahogó un grito de dolor.
“Tik, tak, tik, tak…”
Llegaba tarde a la hora del té.
Alitzia, contempló expectante como su flor comenzaba a ascender por la fachada de la casa. Sin duda era una flor muy hábil, pero no parecía querer mostrar todas sus dotes en aquel instante, lo cual la joven encontró divertido. Dejó escapar una carcajada risueña y se acercó al inicio de la enredadera. Con suma facilidad, comenzó a ascender, y haciendo aprecio de la ayuda que Baldric le ofrecía, tomó su mano para subirse al alfeizar de su ventana. Dio un golpecito a la misma, y esta se abrió con un quejido.
—Entrad.
Su habitación estaba tal y como la había dejado. Había manchas de pinturas por las paredes y libros en todos los rincones. La joven apartó unos cuantos dibujos de una silla para ofrecerle sitio a su visitante.
—Iré a por el té —anunció entusiasmada.
Dejó a su flor en el cuarto y ella salió del mismo, para descender al piso de abajo. La mansión aullaba desierta, los pasos de la muchacha repiqueteaban como los cascos de un caballo. Cerca de la cocina, se encontraba la entrada de la casa, el vigilante nocturno descansaba los ojos y el cuerpo en el suelo. Sus ronquidos, espantaban el cantar de los grillos. Alitzía saltó por encima de sus piernas extendidas para alcanzar la cocina.
—¡Ese sombrero no es vuestro señor gato! —le acusó al felino cuando este hizo relucir sus sonrisa estridente en el reflejo de las cacerolas.
Alitzia alargó el brazo para arrebatarle el sombrero de el Sombrerero Loco, pero Cheshire simplemente susurró una carcajada mientras se desvanecía.
—Al parecer habéis despertado a una flor podrida—dijo antes de desparecer por completo.
La joven frunció el ceño sin comprender. Se deslizó al otro lado de la cocina y comenzó a rebuscar; dos tazas y una tetera. El tintineó de los cubiertos monopolizó el ruido cuando el vigilante dejó de roncar. La muchacha giró y se topó con su enorme barriga. Alzó la cabeza, con una mirada inocente.
—¿Qué hace la petit de Alitzia despierta a estas hora?
El hombre habló con una voz ronca mientras alzaba la mano para apartar un mechón del rostro de la joven con cierta brusquedad.
—Tengo un invitado, vamos a tomar el té y…
—¡Oh! Claro que lo tenéis —le cortó, con una sonrisa socarrona— ¿Podría unirme yo también a vuestra fiesta?
Alitzia vio como el hombre derramaba pétalos
Por su parte aquello no hizo más que amplificar el buen humor del hombre. La contempló con un brillo oscuro en sus ojos.
—Por supuesto que podéis. Pero vayamos a mi habitación, tenemos que llegar puntuales a la hora del té, además, mi invitado lleva un rato esperando.
Dio la espalda al hombre para tomar la tetera, sin embargo él se arrimó tanto que no le dejó espacio para girarse de nuevo. Posó una mano sobre su hombro y otra en su nuca,
—Podemos tomar el té aquí petite.
La mano del vigilante acarició el rostro de la muchacha por detrás. Su aliento, empañó los hilos de su cabello. Le recordó a las caricias de su padre;
—Esta flor es ponzoñosa Alicia—le advirtió el gato desde algún lugar.
Alitzia negó incómoda y trató de alejarse para retomar su camino, pero él no se lo permitió.
—No, mi flor me está esperando.
—Tú flor—respondió él con burla—. Claro que sí. Al fin y al cabo eres una loca tonta.
—¡Corre! ¡Corre! ¡Te envenenará!
Los labios de él, presionaron con dureza y húmedo vicio la curvatura del cuello de la adolescente. Alitzia contuvo el aliento. Perdió la fuerza en las manos y la tetera se precipitó contra el suelo. El té salpicó ardiente el brazo del hombre, quién ahogó un grito de dolor.
“Tik, tak, tik, tak…”
Llegaba tarde a la hora del té.
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Re: Aprender a prender la Luna.
No sería extraño que Baldric se sintiera un intruso. Pero esta vez sí que lo era. Cuando ella terminó de subir y abrió la ventana, como por arte de magia el vampiro oteó rápidamente el lugar sin detenerse en ningún punto en específico y obedeció sin decir palabra, se sentó en el sitio que ella le ofrecía para luego sonreírle con calma, antes dejando su saco en el respaldo. Se quedó muy recto en la silla, con las manos sobre las rodillas, había algo tenso en su rictus, pero no demasiado. Era sólo la sensación de invadir la privacidad de la joven Alicia; nada demasiado apabullante, simplemente diferente.
Hizo el amago de ponerse en pie cuando ella anunció que iría por el té, acostumbrado a ser él el anfitrión, aunque de todos modos, no era hombre que recibiera muchas visitas. Asintió nada más y la vio desaparecer por la puerta que daba pie al resto de la casa. Por un segundo o dos sus ojos de olivo mediterráneo se clavaron en ese punto pero luego se dispuso a mirar con más detenimiento el lugar. La habitación de una persona hablaba mucho por la misma, era un espacio personal y privado. Por una parte, deseaba conocer mejor a Alicia a través de sus cosas y por otro lado, no deseaba hacer conjeturas, porque le quedaba claro que la chica no era como otras chicas de su edad. Aguzó el oído tan pronto escuchó la voz lejana y amortiguada de la joven. Un martilleo apenas audible para un humano, mucho más nítido para él. Sonrió de lado al escuchar que, al parecer, hablaba de nuevo con el gato.
Pero poco después una voz —humana, diferente a la de ella— se unió a la dinámica. La sonrisa desapareció de su rostro tan rápido como vino y si su sentido del oído estaba alerta, ahora se le unían el resto. Él mismo, sin querer, aguantó la respiración y se hizo al frente en su asiento, quedando sólo al filo, dispuesto a ponerse en pie.
El tono con el que la nueva voz —un hombre, había identificado— se dirigía a Alicia le disgustó. La burla le pareció cínica y el deseo demasiado evidente. Cerró los puños, pero se quedó quieto, muy quieto. Ella, incluso en aquella situación de evidente peligro, no perdía su inocencia y le pareció horriblemente cruel que así fuera. Como si los pocos remansos de pureza que restaban al mundo lucharan en vano por no ser corrompidos por la podredumbre que reinaba. Fue el sonido de la tetera contra el suelo el que lo hizo reaccionar.
En ese instante no era el conde Purcell que jamás se atrevería a ingresar a un sitio sin ser invitado. No, era Judas Iscariote vuelto vampiro, el malentendido por la historia, el redentor negro. Y sin fijarse en nada a su alrededor, estuvo en el umbral de la cocina oscura tan pronto como su velocidad de ser nocturno se lo permitía. La escena llenó sus ojos y éstos tradujeron el cuadro en furia que quemaba por dentro.
—¿Así es como tratas a la señorita de la casa? —Su voz sonó extrañamente calmada, pero fue muy baja y muy oscura. Avanzó con paso firme hacia ambos mientras se remangaba las mangas de la blanca camisa. Evidentemente el otro estaba sorprendido que la chiquilla no estuviera mintiendo, que «su flor», como se había referido a él, fuera una persona —o casi.
La miró primero a ella con gesto más suave y luego al sujeto corpulento. Baldric no era precisamente musculoso, pero su ventaja residía en su inmortalidad. Sólo esperaba que este… tipejo no estuviera en alta estima con los señores de la casa. En un segundo lo tenía sostenido del cuello, apretando con más fuerza que la que su enjuto brazo parecía ser capaz de propiciar. Se lo quitó de encima a Alicia y lo empujó contra los muebles de la cocina. Caminó hacia un lado, para quedar entre el sujeto y la joven. Con una mano la obligó a ir hacia atrás de él. Se giró un poco para hablarle sobre su hombro.
—Ve a tu habitación, corre —le pidió, pero no esperó a que lo obedeciera, se encaramó contra el hombre que luchaba por ponerse en pie. Y cómo no, con semejante vientre pesado.
Lo llevó contra el suelo, haciendo un escándalo de cacerolas y no lo dejó moverse. Parecía inverosímil que Baldric pudiera someterlo con esa facilidad. Lo prensó contra el suelo como un escarabajo con un alfiler sobre fieltro, una pieza en un insectario.
—Así que quieres tomar el té con nosotros, ¿no? —Y le mostró sus colmillos con toda la premeditación y la saña.
Hizo el amago de ponerse en pie cuando ella anunció que iría por el té, acostumbrado a ser él el anfitrión, aunque de todos modos, no era hombre que recibiera muchas visitas. Asintió nada más y la vio desaparecer por la puerta que daba pie al resto de la casa. Por un segundo o dos sus ojos de olivo mediterráneo se clavaron en ese punto pero luego se dispuso a mirar con más detenimiento el lugar. La habitación de una persona hablaba mucho por la misma, era un espacio personal y privado. Por una parte, deseaba conocer mejor a Alicia a través de sus cosas y por otro lado, no deseaba hacer conjeturas, porque le quedaba claro que la chica no era como otras chicas de su edad. Aguzó el oído tan pronto escuchó la voz lejana y amortiguada de la joven. Un martilleo apenas audible para un humano, mucho más nítido para él. Sonrió de lado al escuchar que, al parecer, hablaba de nuevo con el gato.
Pero poco después una voz —humana, diferente a la de ella— se unió a la dinámica. La sonrisa desapareció de su rostro tan rápido como vino y si su sentido del oído estaba alerta, ahora se le unían el resto. Él mismo, sin querer, aguantó la respiración y se hizo al frente en su asiento, quedando sólo al filo, dispuesto a ponerse en pie.
El tono con el que la nueva voz —un hombre, había identificado— se dirigía a Alicia le disgustó. La burla le pareció cínica y el deseo demasiado evidente. Cerró los puños, pero se quedó quieto, muy quieto. Ella, incluso en aquella situación de evidente peligro, no perdía su inocencia y le pareció horriblemente cruel que así fuera. Como si los pocos remansos de pureza que restaban al mundo lucharan en vano por no ser corrompidos por la podredumbre que reinaba. Fue el sonido de la tetera contra el suelo el que lo hizo reaccionar.
En ese instante no era el conde Purcell que jamás se atrevería a ingresar a un sitio sin ser invitado. No, era Judas Iscariote vuelto vampiro, el malentendido por la historia, el redentor negro. Y sin fijarse en nada a su alrededor, estuvo en el umbral de la cocina oscura tan pronto como su velocidad de ser nocturno se lo permitía. La escena llenó sus ojos y éstos tradujeron el cuadro en furia que quemaba por dentro.
—¿Así es como tratas a la señorita de la casa? —Su voz sonó extrañamente calmada, pero fue muy baja y muy oscura. Avanzó con paso firme hacia ambos mientras se remangaba las mangas de la blanca camisa. Evidentemente el otro estaba sorprendido que la chiquilla no estuviera mintiendo, que «su flor», como se había referido a él, fuera una persona —o casi.
La miró primero a ella con gesto más suave y luego al sujeto corpulento. Baldric no era precisamente musculoso, pero su ventaja residía en su inmortalidad. Sólo esperaba que este… tipejo no estuviera en alta estima con los señores de la casa. En un segundo lo tenía sostenido del cuello, apretando con más fuerza que la que su enjuto brazo parecía ser capaz de propiciar. Se lo quitó de encima a Alicia y lo empujó contra los muebles de la cocina. Caminó hacia un lado, para quedar entre el sujeto y la joven. Con una mano la obligó a ir hacia atrás de él. Se giró un poco para hablarle sobre su hombro.
—Ve a tu habitación, corre —le pidió, pero no esperó a que lo obedeciera, se encaramó contra el hombre que luchaba por ponerse en pie. Y cómo no, con semejante vientre pesado.
Lo llevó contra el suelo, haciendo un escándalo de cacerolas y no lo dejó moverse. Parecía inverosímil que Baldric pudiera someterlo con esa facilidad. Lo prensó contra el suelo como un escarabajo con un alfiler sobre fieltro, una pieza en un insectario.
—Así que quieres tomar el té con nosotros, ¿no? —Y le mostró sus colmillos con toda la premeditación y la saña.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 29/09/2014
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Re: Aprender a prender la Luna.
La ira estalló en los ojos del vigilante.
—Os vais a enterar pequeña ratona.
Aferró a Alitzia del cuello del vestido y la arrinconó en una esquina de la cocina. Se relamió los labios ante la mirada perdida de ella.
Tenía las manos ardiendo. Le dolían. Se encontraban irritadas por la quemazón de la tetera. Quemadas. Echas ceniza. Carne negra. Esqueletos disueltos en las lenguas de fuego. Prendidos por la perversión. Los cuerpos de sus padres. Vio esa misma perversión reflejada en los ojos del vigilante. Un grito ahogado se abrió paso desde lo más hondo de su garganta.
Y ahí estaba su flor; echando raíces ancianas y resistentes a tormentas, apartando al depredador de su vista.
El vigilante le dedicó una mirada llena de arrogancia a Baldric, que se apagó cuando reparó en su letal expresión. Tragó saliva todavía tambaleándose una vez de pie.
—¿Quién es la puta que os parió?
“Ve a tu habitación. Corre” le dijo Baldric con expresión templada.
Pero Alitzia no se movió. Buscó al gato en cada rincón de la cocina sin hallarlo por ningún lado. Su atención fue reclamada de nuevo cuando su amigo derrumbó y mantuvo al vigilante contra el suelo. Él se removió con violencia, rojo de la rabia y de la humillación, pero blanco de terror. Las manos de la muchacha todavía ardían. Cuando bajó la vista, las vio envueltas en fuego. Los huesos de sus manos desnudos alimentando a la tormenta roja. Y en el suelo, donde Baldric peleaba al vigilante, había ahora un demonio y un ángel combatiendo; el ángel parecía llevar ventaja sobre el fuego del demonio. La expresión de este encogió el corazón de la joven, que se puso a chillar.
El estruendo despertó a los inquilinos de la casa; su abuela apareció en la entrada de la cocina seguida del mayordomo y una de las sirvientas. Con ojos desorbitados reparó en la escena.
Alitzia corrió a los brazos de su abuela.
—¡Niña mía!
—¡Hay un demonio abuela! ¡Un demonio! —sollozó llena de pánico—Me ha quemado los brazos ¡No tengo brazos!
Se vio en el reflejo de una cacerola y un esqueleto desnudo le devolvió la mirada; Alitzia ahogó un grito de terror. La anciana la acunó preocupada por la locura de la joven.
—Tus brazos están bien pequeña Alitzia, no os preocupéis—clavó los ojos en Baldric y con voz temblorosa demandó:—Exijo ahora mismo que salgáis de aquí y dejéis de atormentar nuestro hogar. No informaré a las autoridades si os marcháis en este instante.
La mujer temblorosa pero con valía, clavó la mirada en Baldric, el intruso y a sus ojos ancianos; el demonio del que su nieta hablaba.
Junto a ella, con el rostro hundido en su cuello, Alitzia elevó la cabeza y miró a su flor por encima del hombro. Continuaba viendo a un angel y un demonio, ambos envueltos en llamas. El pánico tomó posesión de la expresión de la muchacha; cerró los ojos con fuerza y ocultó la cara en el hombro de su abuela.
—Os vais a enterar pequeña ratona.
Aferró a Alitzia del cuello del vestido y la arrinconó en una esquina de la cocina. Se relamió los labios ante la mirada perdida de ella.
Tenía las manos ardiendo. Le dolían. Se encontraban irritadas por la quemazón de la tetera. Quemadas. Echas ceniza. Carne negra. Esqueletos disueltos en las lenguas de fuego. Prendidos por la perversión. Los cuerpos de sus padres. Vio esa misma perversión reflejada en los ojos del vigilante. Un grito ahogado se abrió paso desde lo más hondo de su garganta.
Y ahí estaba su flor; echando raíces ancianas y resistentes a tormentas, apartando al depredador de su vista.
El vigilante le dedicó una mirada llena de arrogancia a Baldric, que se apagó cuando reparó en su letal expresión. Tragó saliva todavía tambaleándose una vez de pie.
—¿Quién es la puta que os parió?
“Ve a tu habitación. Corre” le dijo Baldric con expresión templada.
Pero Alitzia no se movió. Buscó al gato en cada rincón de la cocina sin hallarlo por ningún lado. Su atención fue reclamada de nuevo cuando su amigo derrumbó y mantuvo al vigilante contra el suelo. Él se removió con violencia, rojo de la rabia y de la humillación, pero blanco de terror. Las manos de la muchacha todavía ardían. Cuando bajó la vista, las vio envueltas en fuego. Los huesos de sus manos desnudos alimentando a la tormenta roja. Y en el suelo, donde Baldric peleaba al vigilante, había ahora un demonio y un ángel combatiendo; el ángel parecía llevar ventaja sobre el fuego del demonio. La expresión de este encogió el corazón de la joven, que se puso a chillar.
El estruendo despertó a los inquilinos de la casa; su abuela apareció en la entrada de la cocina seguida del mayordomo y una de las sirvientas. Con ojos desorbitados reparó en la escena.
Alitzia corrió a los brazos de su abuela.
—¡Niña mía!
—¡Hay un demonio abuela! ¡Un demonio! —sollozó llena de pánico—Me ha quemado los brazos ¡No tengo brazos!
Se vio en el reflejo de una cacerola y un esqueleto desnudo le devolvió la mirada; Alitzia ahogó un grito de terror. La anciana la acunó preocupada por la locura de la joven.
—Tus brazos están bien pequeña Alitzia, no os preocupéis—clavó los ojos en Baldric y con voz temblorosa demandó:—Exijo ahora mismo que salgáis de aquí y dejéis de atormentar nuestro hogar. No informaré a las autoridades si os marcháis en este instante.
La mujer temblorosa pero con valía, clavó la mirada en Baldric, el intruso y a sus ojos ancianos; el demonio del que su nieta hablaba.
Junto a ella, con el rostro hundido en su cuello, Alitzia elevó la cabeza y miró a su flor por encima del hombro. Continuaba viendo a un angel y un demonio, ambos envueltos en llamas. El pánico tomó posesión de la expresión de la muchacha; cerró los ojos con fuerza y ocultó la cara en el hombro de su abuela.
Alitzée Quincampoix- Humano Clase Alta
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Re: Aprender a prender la Luna.
Debía admitir que el hombretón estaba oponiendo más resistencia de la que había esperado. Algo dentro de él lo ataba con gruesas y pesadas cadenas que lo obligaban a no desatar todo el poder que un ser antiguo como él era capaz; no frente a Aicia, se dijo. Con la vista periférica siguió vigilando a la chica, que no hizo caso de huir. Pero su atención estaba en el hombre; su sangre no le parecía apetitosa, pero si debía hacerlo…
Como un rayo y un trueno que cruzan el cielo nocturno, espantando a las aves que duermen en las ramas, así fue la intervención de una nueva presencia en aquella escena que ya parecía salida de un cuadro de El Bosco. Baldric azotó la cabeza del hombre contra el suelo, tan sólo para aturdirlo y poder prestar atención. Oh no… eso no se escuchaba bien.
Pudo entender de dónde salía la imagen que Alicia pintaba frente a la mujer mayor, pero si ésta lo veía, seguramente a él le daría el papel de demonio. Él mismo, en su mente y día a día, así lo hacía. Se irguió, aun dándole poco espacio de acción a su adversario. Suavizó su expresión, ocultó la sed de sangre de su rostro. Respiró un par de veces profundamente y al fin se quitó de encima del atacante de Alicia.
Así, de pie y relativamente calmado, se veía más como el conde que era, no como el vampiro que también era. Asintió con suavidad y luego hizo una reverencia hacía la mujer con toda pulcritud, con esos modales refinados con los años.
—Me iré, mi señora, pero quiero que quede claro que sólo defendía a su hermosa nieta —dijo con voz serena y semblante algo apenado, más como preocupado—. Este… individuo —luchó por no decir algo peor—, es un peligro.
Diciendo eso pareció zanjar el asunto. Caminó hasta las mujeres, sacudiéndose la ropa y acomodándose la camisa blanca, ahora manchada de sangre. Pero se detuvo a la altura de la joven. Se giró y le sonrió con la misma candidez que le demostró en el bosque.
—Alicia —tomó su mano y la besó—, cuídate y sabes dónde encontrarme —le dijo muy quedo, pero no lo suficiente como para que fuera inaudible. Luego dirigió la vista a la mujer—. Mi señora lamento el exabrupto. Mañana a primera hora, si me lo permite, haré llegar hasta su hogar a mis sirvientes para que lo arreglen todo, también pagaré por los daños —se llevó una mano al pecho y se inclinó de nuevo—. No tema, soy Baldric Purcell, conde del Sacro Imperio Romano Germánico —entonces sí, le pareció prudente decir su posición; eso hacía, invariablemente, que la gente confiara en él, aunque escondiera secretos tan oscuros como los de él.
Con Alicia, claro, no le pareció si quiera importante sacarlo a colación, la chica deambulaba por una realidad más allá de su entendimiento y del de todos. Un título como el suyo carecía de importancia, por eso le agradaba tanto la jovencita, por eso en una sola noche le había tomado tanto aprecio.
—Conozco la salida —les dijo y guiñó un ojo en dirección a Alicia, su meta era salir por la misma ventana por la que había entrado. Y regresó sobre sus pasos, pero esta vez con tranquilidad, aunque sabiendo que la noche, como siempre, era su límite y debía regresar pronto a casa.
Como un rayo y un trueno que cruzan el cielo nocturno, espantando a las aves que duermen en las ramas, así fue la intervención de una nueva presencia en aquella escena que ya parecía salida de un cuadro de El Bosco. Baldric azotó la cabeza del hombre contra el suelo, tan sólo para aturdirlo y poder prestar atención. Oh no… eso no se escuchaba bien.
Pudo entender de dónde salía la imagen que Alicia pintaba frente a la mujer mayor, pero si ésta lo veía, seguramente a él le daría el papel de demonio. Él mismo, en su mente y día a día, así lo hacía. Se irguió, aun dándole poco espacio de acción a su adversario. Suavizó su expresión, ocultó la sed de sangre de su rostro. Respiró un par de veces profundamente y al fin se quitó de encima del atacante de Alicia.
Así, de pie y relativamente calmado, se veía más como el conde que era, no como el vampiro que también era. Asintió con suavidad y luego hizo una reverencia hacía la mujer con toda pulcritud, con esos modales refinados con los años.
—Me iré, mi señora, pero quiero que quede claro que sólo defendía a su hermosa nieta —dijo con voz serena y semblante algo apenado, más como preocupado—. Este… individuo —luchó por no decir algo peor—, es un peligro.
Diciendo eso pareció zanjar el asunto. Caminó hasta las mujeres, sacudiéndose la ropa y acomodándose la camisa blanca, ahora manchada de sangre. Pero se detuvo a la altura de la joven. Se giró y le sonrió con la misma candidez que le demostró en el bosque.
—Alicia —tomó su mano y la besó—, cuídate y sabes dónde encontrarme —le dijo muy quedo, pero no lo suficiente como para que fuera inaudible. Luego dirigió la vista a la mujer—. Mi señora lamento el exabrupto. Mañana a primera hora, si me lo permite, haré llegar hasta su hogar a mis sirvientes para que lo arreglen todo, también pagaré por los daños —se llevó una mano al pecho y se inclinó de nuevo—. No tema, soy Baldric Purcell, conde del Sacro Imperio Romano Germánico —entonces sí, le pareció prudente decir su posición; eso hacía, invariablemente, que la gente confiara en él, aunque escondiera secretos tan oscuros como los de él.
Con Alicia, claro, no le pareció si quiera importante sacarlo a colación, la chica deambulaba por una realidad más allá de su entendimiento y del de todos. Un título como el suyo carecía de importancia, por eso le agradaba tanto la jovencita, por eso en una sola noche le había tomado tanto aprecio.
—Conozco la salida —les dijo y guiñó un ojo en dirección a Alicia, su meta era salir por la misma ventana por la que había entrado. Y regresó sobre sus pasos, pero esta vez con tranquilidad, aunque sabiendo que la noche, como siempre, era su límite y debía regresar pronto a casa.
Baldric Purcell- Vampiro/Realeza
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