Los hilos inquebrantables del destino.

por **Alenna Donovan** Miér Oct 22, 2014 6:53 am

Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa en ella es maravillosa.
— Gilberth Keith

Mi vida. Mi infancia, siempre había sido muy apacible, calmada. En las tardes, madre dejaba que me acurrucara en su regazo y mientras ella seguía cosiendo los vestidos que debía de terminar para los encargos, yo lentamente cerraba los ojos, dejándome dormir sin dar cuenta de los juegos de mis hermanos –los que pasaban el día entero persiguiéndose o rastreándose, sino salían a la calle.- Siempre eran activos, gruñones y divertidos. Eran un huracán y una tormenta unidos saltando por los lugares, buscándose en sus juegos. Por al contrario yo siempre desde bien pequeñita era la calma de la que procede la tormenta. Desde solo ser un pequeño cachorro ya daba muestras de ser completamente hogareña y amar la calidez y protección del hogar. Más bien calmada, únicamente me alejaba de los míos si tenía algún encargo de mis padres. Sin embargo todo en la vida puede cambiar y fue a mis diez años que mi mundo dejó la paz atrás gracias a un desconocido, que pronto se volvió mi inseparable pesadilla. Mi más gran amigo.

Se llamaba Isaac y desde conocerlo siempre solía buscarme. Jugar, molestarme… daba igual el motivo, él siempre me encontraba. Ni aún en los días lluviosos podía dejarme en paz. Al principio quería huir de él. No obstante como más huía más cuenta me daba que necesitaba oír su risa y su voz. Sus escandalosas palabras, su molestosa y vivaz presencia. Ya no me servía el quedarme en casa, ahora los desafíos de los que él era el responsable eran mi mayor aventura. Y no me quejaba, por primera vez la calma ya no era suficiente y así cada día que podía me reunía con él.

Hay una calle de mi corazón, que un ladrón me robó
en los barrios de mi infancia.
— Alenna

Los años fueron pasando. De primavera a invierno, con el caluroso verano y el fresco otoño entre medio. Los días se hacían largos y fríos, muy fríos. Y en esas temporadas de nieves dejé de verle. Solo en ocasiones en las que madre me dejaba salir, iba a buscarlo. Siempre había sido mucho más delicada que mi hermana. Me enfermaba con frecuencia, a pesar de ser cambiante, lo que preocupaba mucho a mi familia y tenía una ligera sospecha que a él también le preocupaba. ¿Podría ser cierto? A veces me decía que no podía ser, sin embargo luego me sorprendía y podía jurar ver en sus ojos cierta preocupación al ver mi nariz roja por el frío. Y justo fue tras nuestra última salida que permanecí una semana entera en cama a causa del resfriado que terminé agarrando. No me dejaban salir y por la ventana me quedé viendo la casa de Isaac –ya que mi ventana daba justamente en su dirección- y esperé verlo, sonriendo fugazmente cuando le veía salir de la casa.

Alyssia –mi hermana.- me molestaba mucho con él, a lo que yo siempre negaba diciendo que solo era un amigo y además uno ¡muy molestoso! Lo que en verdad era. Todo y que al final conseguía engañar a mi hermana, yo no podía mentirme a mí misma y de las ganas que tenía de verle, decidí al encontrarme mejor salir en su búsqueda. Mis brazos dejaron de ser brazos para convertirse en patas peludas aunque todavía pequeñas, y mi nariz helada pronto fue un hocico húmedo. No podía dejarme ver como Alenna, ya que sabía que entonces sería capaz hasta de tomarme en brazos y devolverme a casa, donde me esperarían todos enfadados, así que por primera vez decidí hacer lo que antes nunca había hecho. Me escaparía de casa a escondidas e iría a verlo bajo mi forma canina. Justamente lo había visto salir y conociéndolo como lo hacía, de seguro me lo encontraría en el parque más cercano.

No me hizo falta mucho más para irme. Como mis hermanos se encontraban quien sabe dónde, padre estaba trabajando como soldado y madre terminaba el último de los encargos más importantes de la semana tenia vía libre para salir. Abrí la puerta con las patas y tras cerrar la puerta de entrada tras de mí, pisando feliz la nieve con mis patas, corrí lejos de allí empezando a rastrearle por su aroma, ignorando a los demás viandantes que al verme me llamaban hasta que y tras deshacerme de las caricias y los intentos de una niña de que le siguiera, le vi entre los niños, asomándose por altura ante los demás, llevando el mando como siempre había hecho. Quien nacía para liderar, terminaba liderando.

Quedándome bajo un árbol, aprovechando para hacerme un hueco en la nieve permanecí observándole. Gimoteé a veces intentando llamar su atención sin éxito, arañé la nieve frustrada al no conseguir su atención hasta que tumbándome en aquella capa fría que cubría de blanco el suelo simplemente reaccionaba a su cercanía moviendo la cola de felicidad. Él parecía no verme o quizás era que no le gustaban los perros y jamás iría a fijarse en un adorable cachorro de collie dorado lleno de nieve. Fuera como fuera me quedé toda la mañana bajo aquel árbol intentando no terminar llena de nieve, lo que no conseguía, ya que mi pelaje estaba lleno de copos nevados y cada pocos minutos debía de moverme, expulsar esos copos de sobre mí para no terminar enterrada bajo aquel manto frío. En casa debían de haberse dado cuenta de mi ausencia y tenían que estar preocupados. Volví mi vista al frente y al fin parecían haber terminado de hablar y jugar, que Isaac se alejó del parque y tras él rápidamente me fui, sintiendo por primera vez en todo el día el frío que tenía en mis patas, las que ahora se encontraban mojadas por culpa de la nieve que pisaba. Con la lengua afuera y en silencio le seguí hasta su casa, quedándome justamente frente su puerta. Quería llamarle, jugar con él. Sin poderme contener ladré antes de que entrara en la casa, provocando que se volteara. Por mi lado, le miré a los ojos y al verlo que se quedaba quieto e incluso curioso, me le acerqué lentamente hasta lamer una de sus manos y buscar con la cabeza sus caricias. Gimoteé feliz al sentir su mano acariciando mi pelaje mojado. Hacia tanto tiempo soñaba con que pudiera verme de esa forma que aunque no supiese que era yo, finalmente veía uno de mis grandes deseos cumplidos. Me acurruqué contra él en su entrada, buscando todo el rato su mano, sintiendo como el frío desaparecía de mi mente. Mi cola inquieta no dejaba de golpearle suavemente las piernas, mostrándole así mi felicidad. Tras unos minutos, y demasiado temprano a mi parecer, su madre lo llamó con lo que tras unos últimos lametazos míos lo dejé irse, yéndome así yo también a mi hogar, tras un estornudo que me hizo darme cuenta de que ahora si me había metido en un buen lio. Sin embargo feliz. Le había visto, de nuevo su olor se encontraba en mi memoria.