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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Malacoda Dom Sep 06, 2015 11:41 pm


"Y exprimí más, traidora, dulcemente
tu corazón herido mortalmente;
por la cruel daga rara y exquisita
de un mal sin nombre, ¡Hasta sangrarlo en llanto!
y las mil bocas de mi sed maldita
tendí a esa fuente abierta en tu quebranto"
—Delmira Agustini.



Se acabó, me voy...

Exactamente esas fueron las palabras que senteció Carlisle antes de marcharse a quién sabe dónde, esta vez, no eran simples amenazas, lo hizo, cosa que Malacoda confirmó a la noche siguiente. Al parecer, la hechicera había abandonado la propiedad durante las horas del día, sabiendo que dada la condición del vampiro, no iba a poder detenerla. Estaba molesto, lleno de ira, ¿cómo se atrevió a desafiarlo de esa manera? ¿Acaso se creía muy valiente? Malacoda solía ser tolerante con determinadas personas, pero Carlisle ya lo estaba sacando de quicio y con esto último, había ido demasiado lejos y él, no iba a quedarse de brazos cruzados. Sin embargo, por más que quería ir a buscarla y arrancarle la cabeza, de ser posible, no lo hizo. Las obligaciones que tenía con Los Ángeles Custodios tenían mayor peso que un ataque de celos o ira. Ya más temprano que tarde, se encargaría de Carlisle, ahora tenía que centrar su atención en otros asuntos verdaderamente importantes.

Las noches, luego de aquel incidente, trancurrieron con la monotonía de siempre; Malacoda pasaba veladas enteras encerrado en su despacho revisando escritos antiguos y mapas que lo llevaran a las ubicaciones exactas de aquellos objetos de origen alquímico que tanto ambicionaba el Papa. Lo cierto es que a pesar de dedicarse de lleno a su investigación, el vampiro no se concentraba lo suficiente, el malestar en su mente lo obligaba a detenerse por largos minutos, mientras contemplaba como el humo, de unas cuantas velas, se disipaba hasta volverse parte de las sombras que las frágiles flamas no lograban borrar. Pero fue en todo ese pesar y malestar que alguien invadió sus recuerdos. Una joven a la que había dejado probar de su propia sangre hacía un tiempo, convirtiéndola en su esclava de sangre.

Chantal Boissieu era una joven hermosa, con una figura excelsa, cabellos dorados y una actitud que dejaba mucho que desear. Más allá de ese exquisito físico, lo que alentó a Malacoda a tenerla bajo su mirada, era aquella actitud rebelde, interesante y poco común en esa época de formalidades patéticas de la sociedad parisina. Las mujeres estiradas de la alta sociedad eran poco atractivas para alguien del nivel de Malacoda, quién rondaba los tres mil años de existencia física. Él prefería pasar el rato con personajes interesantes y más cuando deseaba obtener algo a cambio, así sus misiones se volvían menos tediosas. Las personas de buen intelecto y decididas solían ser todo un reto y básicamente, Chantal lo era. Fue así como en un encuentro más cercano entre ambos, el demonio, decidió complacerla y darle de su sangre antigua, a cambio, claro está, de que ella se entregara completamente a él. Ambos accedieron a un pacto que aún parecía tener un futuro incierto, pues, aunque en más de una ocasión, Chantal fastidiara de cualquier forma a Malacoda para que la conviertiera en un vampiro, éste no accedía.

Malacoda no era hombre de estar complaciendo a cualquiera porque se le diera la gana, si alguien quería obtener alguna recompensa de él, debía ganársela y eso fue lo que intentaba hacerle entender a Chantal, pero la muchacha sólo lograba molestarlo más y lo peor, es que era intencional. Quizás, esas actitudes y esa rebeldía era lo que le atraía tanto a Malacoda. A pesar de ser una simple humana, no le importaba enfrentarse a quien fuera y mientras siguiera así, tal vez, el vampiro accedería a sus caprichos. Pero mientras, durante sus deberes con la logia, prefería mantenerla alejada.

Dejó a un lado todos aquellos pergaminos y se dispuso a escribir una misiva, pero al cabo de un par de minutos terminó arrugando el papel con una mano. Él no tenía porque hacer invitaciones a Chantal, podía ir por ella cuando quisiera, igual le pertenecía. Así que sin dudarlo más fue en busca de la joven, necesitaba pasar un rato agradable, sin problemas... Necesitaba descansar de la cofradía de Los Custodios. Malacoda ambién tenía derecho a alimentar a las necesidades mundanas propias de un demonio de su nivel y fastidiar a Chantal era parte de esas necesidades.

Lo primero que se cruzó por su mente al encontrarse con la muchacha fue llevarla a un lugar en donde sabía que no lo buscarían. El Teatro de los Vampiros siempre sería un buen lugar para evitar a los curiosos y ese fue el sitio que escogió para llevar a su acompañante. Durante el recorrido, le vendó los ojos con una tela oscura y al estar finalmente, frente a la entrada de aquel Teatro inusual, apartó ese velo de sus ojos.

—Creí conveniente venir aquí, ya sabes, sigue siendo nuestro "lugar favorito" —susurró a su oído, rozando la piel de su oreja con los colmillos—. Y como te encanta echarte a perder, que mejor sitio que este...


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Mensaje por Chantal F. Boissieu Mar Sep 08, 2015 11:17 pm

Entró en las caballerizas con aspecto de no haber dormido en años, y los ojos rojos de rabia. A su espalda, aún podía escuchar los gritos desesperados de su padre, que con una mezcla de súplica y agresividad, le pedía que regresara al interior de la casa inmediatamente. Claro que entre los planes de la joven Chantal no estaba obedecer a aquel hombre que había destrozado su infancia, y su juventud. Tampoco tenía demasiado interés en acudir a los brazos de su madre, que llevaba horas llorando, desde que ambos la vieran entrar al castillo, apestando a alcohol y tabaco. Esa era su vida ahora, y que no quisieran entenderlo era únicamente su problema. Cerró la puerta tras de sí intentando que sus voces dejaran de oírse. Pero no sirvió de nada. En el interior del recinto, el joven mozo que cuidaba de los caballos se la quedó mirando fijamente. Probablemente tardaría en darse cuenta de que aquella joven, de aspecto desmejorado y mirada ausente, era la misma que hacía unos años corría por los jardines, persiguiendo a sus perros. Estaba irreconocible. Aunque no estaba del todo claro si era en el buen o el mal sentido.

Para ella, sin duda era lo primero. A pesar de lo mucho que había tenido que pasar por culpa de sus progenitores, había llegado a la edad adulta convirtiéndose en una mujer hermosa, aunque totalmente distinta a la chica que alguna vez fue. Ocupaba sus tardes en entrar a una taberna tras otra, buscando entre alcohol y la compañía de hombres desconocidos que la veían como un trozo de carne, aquello que sentía que le faltaba a su monótona vida. Pero sabía que ese "algo" jamás lo encontraría en semejante lugar. Esa chispa, esa energía, esa vitalidad, esa fortaleza para llevar las riendas de su vida únicamente se la proporcionaba una cosa. Y era la sangre de vampiro. Con ella, sentía que todo cuanto decían que era imposible, se volvía accesible a su persona. Con ella, lograba olvidar el pasado y verse desde otra perspectiva. Desde la de una mujer independiente, a pesar de su clara dependencia a aquel que le proporcionaba el elixir. Se había encontrado a sí misma junto a Malacoda, y junto a aquel bendito regalo que le brindaba por su compañía, y por permitirle alimentarse de ella.

Antes de que pudiera subirse a la yegua, una mano sobre su hombro se lo impidió. La joven respondió con un gruñido, incapaz de creerse que sus contundentes palabras "dejadme en paz de una maldita vez" aún no hubieran sido comprendidas. Y entonces, al girar la cabeza, fue cuando supo que su Señor reclamaba su presencia y compañía. Lo que antes era una mueca de fastidio en su rostro, se convirtió en una sonrisa entre siniestra y complacida. ¿Cómo era capaz de liberarla de sus cargas, incluso cuando llevaran tantos días sin verse? ¿Cómo era capaz de saber cómo se sentía, a pesar de que luego se mostrase tan indiferente para con sus peticiones? Su relación era tan extraña como estrecha. Ambos se comprendían de una manera que era difícil de asimilar. Aun cuando sus carácteres chocaban de forma más que evidente casi cada vez que se veían, cuando estaban juntos los dos conseguían librarse, momentáneamente, de aquello que les atormentaba. Él le otorgaba fortaleza, sabiduría, complacía y satisfacía sus necesidades de aprender, de saber. Ella le ofrecía frescura, una pizca de locura, y la certeza de que siempre le diría la verdad, aunque fuera dura e incluso insultante... Sobre todo insultante. Adoraba que frunciese el ceño fruto de la rabia. Casi parecía humano.

Tras evitar una nueva conversación con sus progenitores, se puso un hermoso vestido que aquel a quien iba a visitar le regaló poco después de conocerla. Después todo cuanto hizo fue dejarse guiar por el vampiro sin rechistar. A pesar de que adorase llevarle la contraria, su confianza en él era plena y absoluta. Sabía que mientras estuviese con él, ningún otro le haría daño, salvo él mismo. Aunque no era algo que le preocupase en exceso. Si ella necesitaba su sangre, él gustaba de tenerla cerca. Era un acuerdo tácito el que por mucho daño que le hiciera, jamás sería tal como para considerar que la había dejado destruida. Eso únicamente lo había conseguido su maldito padre, y jamás se dignó a disculparse, y mucho menos a pedir permiso.

Cuando finalmente el inmortal dejó que viese el lugar al que había tenido a bien llevarla, una sonrisa pícara se apoderó de su semblante. Era incapaz de hacer un recuento de todas las veces que se había colado en aquel mismo teatro, antes de conocerle. - Oh... qué bien me conoces... que las chicas como yo se echen a perder forma parte del encanto de esta decadente época. Ya sabes, el mundo sólo tiene dos clases de personas, los que son demasiado cobardes para afrontar sus impulsos, y los que somos demasiado temerarios para dejarnos guiar por ellos. Supongo que tú ya sabes en qué parte de la balanza me encuentro yo. -La voz de la muchacha sonaba excitada, nerviosa, exactamente lo mismo que su aspecto daba a relucir. Se movía continuamente, de un lado para otro, y cuando Malacoda le exigía que se quedase quieta de una vez, se dedicaba a retocerse las manos, o toquetearse el cabello. Llevaba demasiado tiempo sin probar sangre, sin probar su sangre. No podía evitar estar ansiosa. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo, cuando notó su aliento rozándole la piel, y aquellos colmillos, sus colmillos, cerca. Muy cerca.

Sin pensárselo dos veces, lo tomó del brazo y tiró de él, buscando llevarlo al interior. Allí dentro, además de intimidad, tenían la certeza de saber que nadie iba a entrometerse en sus asuntos, aunque éstos tuvieran un intercambio de sangre de por medio. ¿Volverían a poder disfrutar de la comodidad de aquel carísimo palco, ubicado en la zona más alta del teatro? Esperaba que sí. Que cuando iba allí lo que menos tenía en mente eran las obras que en el escenario se desarrollaban, no significaba que el arte no fuera de su agrado. Más bien al contrario. Y si éste iba unido al lujo, era incluso más interesante. - Espero que al menos esta noche la obra no sea tan soporífera como la de hace un par de semanas... ¿Tanto te cuesta revisar antes lo que va a representarse? Ya sabes lo que pasa cuando me aburro... -En realidad, lo más probable es que no lo supiera. Cuando Chantal se aburría resultaba del todo impredecible. En todos los sentidos.



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Mensaje por Malacoda Vie Oct 02, 2015 11:51 pm


"Acércate, acércate, acércate.
–¡Ah, déjame un momento
todavía para que la rosa ensanche su aliento!"
—W.B. Yeats.



Quizás, en el pasado, Malacoda jamás se hubiera planteado en llegar a semejante pacto con una humana, la única mujer capaz de hacerlo cambiar de opinión era Rubicante y no se imaginó que alguna otra fuera a ocupar ese lugar, pero estaba en un error, porque el día menos pensado, apareció aquella muchacha que fue capaz de desafiarlo, que no le importaba absolutamente nada en esa sociedad tan patética y que no pensó en los riesgos cuando se acercó a Malacoda. Eso atrajo de inmediato al vampiro, quien sumido en una necesidad de hallar algo diferente, terminó aceptando a Chantal en su vida para que ocupase ese espacio que llevaba demasiado tiempo sin que nadie fuera capaz de invadir.

Luego de la huida de Carlisle, se sintió abatido, no podía siquiera negarse a tal pensamiento. Era uno de los demonios mayores, pero también sufría las condenas de la mortalidad, de estar encadenado a este mundo de vicios. Ya había vivido demasiados siglos en la tierra, condenándose a ésta sin abandonar en ningún momento sus ambiciones más oscuras, ocultando la verdad a la humanidad y al resto de las criaturas que hacían vida en un mismo lugar, pero también era capaz de sufrir de sus males a pesar de poseer un cuerpo perenne. Era una de las tantas cosas que lo disgustaba y le agradaba al mismo tiempo.

Por ello es que, quizás, ahora le permitía a una mortal probar de su sangre mientras él pudiera disfrutar de su esencia. Era un acuerdo de poder a cambio de absoluta obedencia. Y a pesar de que Malacoda tenía un genio pesado, de ser un sujeto demasiado rígido, jamás había osado en abusar o dañar a Chantal de alguna manera, no iba a hacerlo y tampoco quería. Tampoco permitiría que otro lo hiciera.

No podía negar que se veía hermosa en aquel vestido, lucía perfecta. Una sonrisa afloró en sus labios al verla tan exhuberante sólo para él, porque sí, Chantal era sólo suya. Ella estaba consciente de ello y se aprovechaba. En poco tiempo había logrado encontrar ciertos puntos débiles en el vampiro y los usaba a su favor. Malacoda lo sabía, pero prefería simplemente seguirle el juego, aunque en reiteradas ocasiones solía mostrar algún atisbo de molestia, sólo que lo disimulaba bastante bien.

Y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban en el interior de aquel teatro y desde luego, no tenía ni idea de cuál obra a mostrarse, tampoco era algo que le interesara, sólo quería privacidad. Había hecho reservaciones en el mejor palco, sólo para poder estar a solas con la chica y así brindarle, una vez más, el honor de dejar que probara su sangre. La notaba inquieta y un tanto exaltada y desde luego, conocía las razones, pero simplemente evadía el tema, las cosas se hacían a su manera y no a la de los demás. Eso siempre lo dejaba bastante claro. Pese a que la situación era muy personal y que los resultados sólo lo beneficiaban a él, Malacoda no dejaba de ser tan quisquilloso.

Estando en aquel sitio exclusivo, lejos de la miradas curiosas, sujetó la delicada cintura femenina con firmeza, mientras su diestra alzaba ligeramente el mentón de la muchacha.

—Lo menos que te interesa es la obra, no es tan fácil engañarme y lo sabes —dijo al inclinar el rostro y sentir el aliento cálido de la fémina chocar contra sus propios labios—. ¿Aburrirte? —Rió—. Eso es lo que menos pasará esta noche. Por favor, no dejé pasar tanto tiempo para que estemos sentados y aburriéndonos con diálogos absurdos de algunos actores de segunda.

Objetó seriamente, a pesar de que en sus labios se marcaba una ligera sonrisa. El dedo índice de su diestra recorrió la curva del cuello ajeno hasta detenerse en el hombro. Malacoda no pudo contener la tentación de marcar aquella piel con un beso al tiempo que presionaba ligeramente su cintura con la mano que ahí reposaba.

—Esta noche podría ser muy especial, pero todo depende ti. Así que no me hagas disgustar —advirtió mientras recorría el cuello de Chantal con los labios hasta llegar al oído—. Espero que te haya quedado claro.

Jugó tentativamente con la cremallera del vestido, en una clara señal de provocarla y de hacerle entender sus palabras. Malacoda ni siquiera había mostrado interés en el escenario que se abría al público desde abajo, era evidente que aquello era lo que menos le interesaba, pues, todo lo que él deseaba estaba frente a sus ojos.



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Mensaje por Chantal F. Boissieu Vie Oct 09, 2015 1:33 am

No pudo evitar sonreír, con una mezcla de picardía y satisfacción, ante las palabras del vampiro. Que él pareciera tan ansioso por disfrutar de su compañía, como ella por saborear su sangre, no hacía más que inflamarle aquel ego que había despertado tan súbitamente al darse cuenta de lo mucho podía lograr en su vida. Quizá no cosas importantes, como casarse con un millonario, tener hijos, o un trabajo o carrera que le diera prestigio. Pero tenía la expectativa de una eternidad de conocimientos ante ella, no sólo los que Malacoda poseía y aceptaba compartir, sino también los que ella misma podría acumular una vez él aceptara que no pararía hasta que la convirtiese. De momento se conformaba. Se divertía. Y estando a su lado se sentía plena en todos aquellos sentidos que siempre le fueron negados. Pero sabía que pronto, muy pronto, dejaría de ser suficiente. Cuándo sucedería, no lo sabía ni ella. Tampoco era algo que le preocupara, y menos en aquel momento.

Encontró los ojos de su demonio particular extrañamente brillantes aquella noche, y se dijo a sí misma que aquella era su forma de expresar que la había echado de menos. A su retorcida forma, claro. A veces pensaba que era una de las pocas personas que conseguían que de vez en cuando mostrara algún atisbo de la emociones que reprimía, de la humanidad que seguía latente en su interior. Y aunque no estaba del todo segura de si eso era bueno o malo, se alegraba enormemente. Era llevar su facultad de sacar de quicio a la gente a otro nivel. - Vaya, vaya... ¿Y por qué crees eso? ¿Acaso supones conocerme tan bien? -Murmuró en tono juguetón. Que la obra no le interesaba nada era más que evidente, pero llevarle la contraria era su especialidad. - Pues te informo, don sabelotodo, que normalmente si alguien invita a una chica al teatro es para ver una obra, y quizá, con suerte, darle algún casto beso... Este... acercamiento no es nada apropiado. -Por su manera de estrecharse aún más contra él, sin embargo, sus palabras adoptaban más el aspecto de ironía que de otra cosa. El protocolo siempre le había parecido inútil e inservible. Pero sabía que su mención lo haría reaccionar. El cómo era la pregunta.

- Sí, aburrirme. Aburrida es como he pasado estos días. Y sabiendo tu mal gusto para el teatro me temo lo peor... -Intentó hacerse la tonta, pero la cercanía con los labios ajenos, con sus labios, la hizo revelar sus verdaderos deseos, que no es que fueran un secreto para nadie, pero que había querido esconderle a él, por el simple placer de verle intentar sonsacarla. Cuando estuvo lo bastante cerca, le robó un beso, acompañado de un mordisco. No le gustaba que la dejara apartada durante tanto tiempo, aunque tampoco es que estuviera molesta. Ella le pertenecía, no tanto al revés. - ¿No piensas dejar que me siente en toda la noche? A ver, no es que me moleste estar así, pero yo, a diferencia de ti, sí que me canso... -Aprovechó que el vampiro se agachaba levemente para acceder a su cuello, para dar un ágil salto y rodearle con las piernas en torno a su cintura. - Eres taaaaaaaaaaan serio. Si eso es exactamente lo que buscas, que te haga enojar. Que te saque de quicio. Que te recuerde por qué te fijaste en mi, y no en cualquier otra chica perdida de las que había en aquel antro... -Quizá ella también lo conocía más de lo que ambos pensaban.

- ¿Hamlet? ¿De verdad? ¿No te parecía un poco morboso? Eres incorregible. -Le reprochó en una carcajada al reconocer los primeros pasajes de la obra. Su cuerpo reaccionaba al del inmortal sin que pudiera hacer nada por impedirlo. Notaba sus manos, la que estaba en su cintura y aquella que viajaba, traviesa, hacia la cremallera, como si ardieran al contacto con su piel. Era una sensación única, agradable. Algo que únicamente había sentido con él. Y que probablemente no llegara a notar con nadie más. Haciendo fuerza sobre los hombros ajenos, alejó la cabeza ligeramente para mirarle. Ni siquiera recordaba exactamente las circunstancias en que había entrado en su vida. Probablemente estuvo demasiado borracha para ello. Pero siempre supo que era la mejor decisión había tomado. Y también la peor. - Como rompas el vestido te clavaré una estaca en el hombro. ¡Y pide vino! -Volvió a apoyarse sobre el suelo con expresión divertida. Escapó de su agarre y se dejó caer sobre una de las butacas, mirándole de reojo. Sin duda, aquella noche sería especial. Como todas las noches que había pasado con él, desde que sus caminos se cruzaran.


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Mensaje por Malacoda Jue Nov 12, 2015 10:32 pm


"Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega."
—Alfonsina Storni.



Malacoda podía ser un poco cascarrabias; solía expasperarse con cosas un tanto insignificante, pero nunca lo demostraba abiertamente. Quizás es porque su semblante usualmente carecía de gesto alguno. Para un hombre que ha vivido demasiados siglos, ya es una tarea sencilla controlar gran parte de sus emociones y mucho más si se trata de un vampiro, y aún más si se sabe que su origen va más allá de un simple ser sobrenatural. Sin embargo, siempre habían cosas que no podía disimular, Malacoda estaba consciente de que así era y tampoco le molestaba tanto, aunque, todo dependía del rumbo que tomara la situación en la que se encontraba.

Rubicante era la única capaz de hacerlo enojar y perder los estribos, aparte de las pérdidas considerables que podía sufrir la logia de Los Custodios. Pero ahora que se hallaba junto con aquella joven mortal, podía agregar otro dolor de cabeza extra a su existencia.

Tenía que reconocer que si disfrutaba la presencia de Chantal, ella tenía algo que lo atraía irremediablemente y que lo hacía desconectarse de todo a lo que él pertenecía. Malacoda no había tenido las mejores noches, estaba abarrotado de trabajo y Caraffa no paraba de dar órdenes, pues empezaba a obsesionarse con la idea de poseer un cuerpo perenne sin necesidad de acudir al vampirismo. Toda una hazaña complicada para un humano, pero no para uno que alberga en su interior a un demonio. Sin embargo, las cosas no estaban resultando tan fáciles, pues la verdad les era escondida una y otra vez. Sus esfuerzos para poder complacer las extrañas ideas de su líder, eran en vano. Malacoda sentía que perdía la cordura con cada fracaso nuevo y eso no estaba bien, era por eso que se regocijaba en la compañia de Chantal, pues en ella hallaba otro ambiente diferente y podía sentirse finalmente común a cualquier criatura de la tierra.

Contempló aquel rostro casi perfecto y el aroma tan propio de ella, no hacía sino que avivar sus deseos por su esencia. Estrechaba su figura contra su cuerpo y continuaba jugando distraídamente con la cremallera de su vestido, mientras esbozaba una sonrisa ladina ante sus palabras.

—Supongo demasiadas cosas y siempre acierto —murmuró casi sobre los labios ajenos—. ¿Tú crees? Pues no pareciera que esta cercanía tan inapropiada te molestara. Es más, puedo sentir tu pulso acelerarse irremediablemente por estar entre mis brazos.

Mencionó, volviendo a esbozar una sonrisaun tanto maliciosa. Apretó más el cuerpo de la muchacha y rozó con los colmillos su mentón; estaba a punto de desviar su atención hacia el pulso de la fémina cuando ésta saltó rodeando sus caderas con las piernas. Malacoda la miró sorprendido y la sostuvo para que no fuera a caerse. Definitivamente Chantal sabía cómo hacerlo reaccionar o alejarlo de otras distracciones cuando ella dispusiera y eso, en partes, no le agradaba tanto al vampiro, pero lo ocultaba, pues su orgullo no le permitía mostrar algún tipo de debilidad ante nadie, ni siquiera ante Rubicante.

—Eres una caprichosa —espetó—.  Ya tendrás tiempo de sobra para estar sentada, porque dudo que luego quieras estar de pie —sonrió—. Oh cierto, no todas las perdidas tienen buen gusto y aparte, no es como si su sangre tenga el mismo gusto que posee la tuya, señorita echada a perder. Además... —Hundió suavemente los colmillos en la mandíbula de la joven—. Tú tampoco tienes buen gusto por el teatro y claramente no deseas seguir aburriéndote, por eso aceptaste mi invitación, ¿no es así?

Y de nuevo, Chantal volvía a hacer de las suyas.

Malacoda gruñó cuando sus brazos se vieron vacíos y le observó con el ceño fruncido. Aún así, hizo un esfuerzo para evitar molestarse y que su paciencia se agotara tan rápido. Igual, él siempre lograba obtener algo a cambio; sacarle provecho a la situación, era su parte favorita.

— ¿Ya te he dicho caprichosa? —Inquirió con un deje de fastidio en su voz—. Bah, ni siquiera sabía que iban a ponerse con eso esta noche. No acostumbro a revisar lo que van a presentar, me arruinarían las expectativas. —Dejó escapar un suspiro antes de sentarse a su lado—. Ya el vino viene en camino, no te emborraches antes de que termine la función.

Se acomodó en su asiento y extendió su brazo para rodear los hombros de Chantal y atraerla un poco más.

—Ni te preocupa que arruine tu vestido, de seguro te estará molestando y como soy tan considerado, te ayudaré a aliviar esa insoportable molestia —mencionó con tono burlón al momento en que deslizaba la mano por la espalda ajena y bajaba la cremallera hasta la mitad—. Hmmm, esperaré al vino, no quiero que otro te vea mostrando tus atributos.


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Mensaje por Chantal F. Boissieu Mar Dic 22, 2015 10:15 pm

Ahí estaba, el Malacoda posesivo, ese que no se detenía a pensar si era adecuado o no mostrar que ella era, en efecto, una especie de "debilidad", un objeto preciado, una cosa que era suya, y que no quería que nadie más tocase ni admirase. Por muchos milenios que tuviese, por más amantes que llevara a sus espaldas, eran esos pequeños gestos, esas palabras, aunque pronunciadas con desdén, las que demostraban que ella era importante. Relevante. Más que una simple compañía o una distracción pasajera. Y por supuesto, como buena caprichosa, algo que a él le encantaba reprocharle continuamente, a la joven le encantaba regodearse en aquello. Después de todo, no siempre tenía la oportunidad de tomarle el pelo a alguien tan serio, o tan intimidante, como era aquel vampiro. Dejó que la mano ajena paseara libremente por su espalda, como si no le diese la menor importancia, sin dejar de clavar su mirada en la ajena. Aún podía notar el leve escozor que el mordisco de hacía unos instantes le había provocado. ¿Cómo era posible que aquel dolor, sutil, punzante, fuera capaz de hacerla enloquecer más que cualquier otra cosa? Aunque no tanto como el sabor, el tacto de su sangre, por supuesto. Pero ya sabía que no obtendría aquel elixir hasta que él se dignase a dárselo. Así que, para amenizar la espera, se divertiría a su costa.

Ojo por ojo...

- ¡Vaya! Entonces supongo que esto no te gustará demasiado... -Mumuró como respuesta a sus últimas palabras. Se levantó del asiento despacio, como sugiriendo claramente lo que iba a hacer a continuación. No sabía qué perspectiva le resultaba más interesante, si descubrir cómo Malacoda impediría que acabara desnudándose delante de cualquier desconocido que se dignase a mirar, o la reacción que tendría cuando el camarero entrara y se topara con la muchacha en paños menores. ¿Contra quién cargaría antes, contra ella, la niña mimada, o contra el "inocente"? Imitó la sonrisa maliciosa que tantas veces había visto en el semblante del vampiro, una de las muchas cosas que había aprendido de él, y luego bajó de un tirón el resto de la cremallera. El débil chasquido de la tela parecía amenazar la rotura inminente de la prenda, aunque, para ser sinceros, hacía ya bastante rato que poco o nada le importaba lo que pasara con aquel regalo. Cada instante era único, y había que aprovecharlo, exprimirlo. Y quizá por ese pensamiento que tanto guiaba sus actos, resultaba tan impredecible.

Primero tiró deliberadamente lento de la parte de abajo del vestido, para luego dejarlo caer de golpe hasta el suelo, dejando a la vista esa cara lencería que tanto le gustaba lucir para él. Cualquier otro gesto que no fuera su perpetuo ceño fruncido le resultaría fascinante. Ansiaba generar cualquier emoción en él, la que fuese. Y aunque la ira solía ser la más frecuente, no iba a decir que no le gustaba. Se le quedó mirando desde cierta distancia, para luego llevar sus dedos de forma más que sugerente hasta la herida en el cuello que el vampiro le había provocado antes al morderle. Recogió un par de gotas de sangre, que luego lamió con una mezcla de sensualidad y picardía. - No, definitivamente no sabe ni de lejos tan bien como la tuya... O quizá es que siendo todavía una simple humana, de carne y de huesos, no puedo apreciarla en todos sus matices... -Aquellas palabras, sin duda, eran un nuevo desafío. Jamás perdía la oportunidad de recordarle que no se rendiría hasta que la convirtiese en lo que él era. Un ser de la noche. Oscuro. Eterno.

Apenas unos segundos después de que su desnudez se hiciera patente, a su espalda se escucharon los pasos de alguien. Era el momento. Se mordió el labio inferior y luego se volteó hasta quedar frente a la puerta. El tímido golpear de unos nudillos la hizo sonreír nuevamente. - ¡Adelante! -Se quedó quieta, rígida, esperando la reacción que estaba por venir. Fuera cual fuese, ella ganaba. Chantal siempre se las ingeniaba para vencer. ¿Inflamaría el alma de su querido vampiro hasta el punto de hacerle perder los estribos? ¡Lo esperaba! ¡Lo ansiaba! No porque el exhibicionismo fuera algo que no encajara con su carácter, nada más lejos de la realidad, sino porque le gustaba pensar que, a su manera, aquel ente milenario, que tenía más secretos que los que ella jamás podría descubrir, guardaba en su interior una parcela de interés por ella, que iba mucho más allá de aquel pacto de quid pro quo, sangre por sangre. La frescura de ella, frente al misterio de aquel. La locura de la joven, contra la sabiduría del que había vivido tantísimo. La obsesión de Chantal por su oscuridad, y los deseos de Malacoda por arrastrarla hasta el mismo centro de la misma. A su lado.


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Mensaje por Malacoda Lun Feb 15, 2016 11:10 pm

Chantal lo desquiciaba, le hacía perder la paciencia de la que tanto alardeaba delante de todos, hasta de sus enemigos. A veces se preguntaba, ¿qué era lo que estaba pensando como para relacionarse con una chiquilla como ella? Quizás, su espíritu antiguo necesitaba algo más. Algo que lo hiciera salir de la rutina en la que se había sumergido durante siglos. Era lamentable, pero tenía que admitirlo. Los muchos conflictos que estaban surgiendo, no lo tenían para nada contento y ya se estaba hartando de tanta tontería. Agradecía que no era mortal y que su resistencia le permitía aguantar mucho más. Aunque su espíritu empezaba a cansarse, lentamente. Y era obvio que Chantal se aprovechaba, porque, necesitaba tanto de Malacoda como él, de ella.

Lo que se suponía, debía ser una noche tranquila en el Theatre, terminaría siendo dolor de cabeza. De Chantal se podía esperar cualquier cosa y Malacoda no era precisamente el ser más afable sobre la faz de la tierra.

Por un momento creyó que tenía el control de la situación, que la joven se quedaría quieta a su lado y que evitaría hacer alguna cosa para que el vampiro perdiera los estribos. Pero se equivocó. Sólo se limitó a fruncir el ceño y a observarla fijamente cuando se puso de pie. No podía negar que era una muchacha hermosa; sin embargo, su mente no estaba tan estable y si no hubiera sido por Malacoda, la chica se hubiera terminado de arruinar indudablemente. Él intentaba mantenerla estable, lo mejor que podía y como su tiempo se lo permitía; sabía que era absurdo confiar en la familia de Chantal y menos por la clase de padre que tenía.

—Te tomas las cosas demasiado en serio. Anda, ven a sentarte que ya va a empezar la función —le dijo, mientras le hacia señas para que tomara asiento de nuevo—. Ven, Chantal. Deja eso que sólo era una broma...

Prácticamente gruñó cuando Chantal dejó caer su vestido. El vampiro se llevó una mano al rostro y evitó perder los estribos, porque eso era lo que buscaba la joven y él no iba a permitirse caer en su juego. Estaba demasiado viejo para estarse con esas cosas. Se frotó la cara y luego la miró con una ceja enarcada, demostrando su descontento por lo que acababa de hacer.

—¿Qué no te puedes quedar tranquila en un solo lugar? Si tanto deseas mi sangre, deberás comportarte —sentenció poniéndose de pie—. Tampoco te harás una vampiresa si continúas con esa mentalidad tan...

Sus ojos se abrieron por completo al escuchar la puerta y como ésta se abría ante las palabras de la joven. Malacoda estaba que la mataba, pero se controló. Sólo terminó lanzándose contra la puerta al momento en que le arrojaba el abrigo a Chantal para que se cubriera. Bloqueó el acceso del mozo que llevaba las bebidas. Forzó una sonrisa y tomó de inmediato la botella de vino con ambas copas.

—Ya, gracias... Puede retirarse —masculló, mientras continuaba haciendo un esfuerzo para que no viera a la chica. Pero él joven sólo se quedó ahí parado. Malacoda entendió qué era lo que quería hasta que aquel extendió la mano—. Ah sí... Propina. Típico.

Le dejó varios francos y cerró la puerta de un portazo. Después de eso, tomó aire, aunque no lo necesitara. Dejó a un lado la botella y las copas y miró a Chantal, casi fulminándola.

—¿Me puedes explicar qué demonios fue eso? ¿Estás loca o qué? —Gruñó—. Ahora, vístete y no hagas otra tontería más, ¿de acuerdo? Lo menos que quiero es que armes un espectáculo aquí.

Malacoda habló con toda la paciencia que pudo mantener en ese momento. Luego de un largo suspiro, terminó sentándose en una de las butacas, recuperando de nuevo la calma.

—¿Vas a quedarte de pie o tendré que obligarte a colocar tus posaderas en el asiento?



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