Los hilos cuelgan de los árboles [libre]

por **Luis Castelló** Miér Jul 15, 2015 8:21 pm

La oscuridad nos envuelve a todos, pero mientras el sabio tropieza en alguna pared, el ignorante permanece tranquilo en el centro de la estancia. Para quienes no ansían sino ver, hay luz bastante; más para quienes tienen opuesta disposición, siempre hay bastante oscuridad en la que el norte se esconde dejándonos en el limbo donde las sombras nos corrompen la mente poco a poco, sin ni siquiera dejarnos sin nada que lamentar, que llorar, que querer romper o que querer echar en el vacío que hay por alma en la soledad. Sin embargo alguien mejor habrá que él mismo, alguien que le arrebatará sin darse cuenta la gloria o aunque sea esta merecida.

Nunca se puede entorpecer un deseo de uno porque otro lo desee por puro capricho. El valor de un hombre no se mide ni por su dinero, ni por su inteligencia ni por su felicidad; se mide por su capacidad de exteriorizar lo menos posible su tristeza, la alegría de notar que podemos convivir con nuestros problemas sólo dura unos instantes y volveríamos al punto de partida, a un punto en el que la muerte estaría esperando con su guadaña de acero oxidado por los años que sigue al cargo desde tiempos inmemorables, nunca te burles de la muerte, que ella siempre te observa por detrás sintiendo el frío de su aliento en tu oído.

Calcifer se encontraba envuelto entre harapos y con heridas de todo tipo por el resultado de una lucha ganada. Su cuerpo chorreaba cálices de color escarlata, colisionando en los charcos de agua y barro del camino, los quejidos en su cuerpo eran notorios, queriéndose levantar mas no podía, estaba sin fuerzas, pero con trofeos de dos lobos perdidos de los bosques, un siervo lo encontró moribundo, se abrió la camisa para que su señor le mordiera y este mismo, hinco los dientes recuperándose de tal affaire de mala muerte. El sirviente entonces recibió más sangre de los animales al ser como su señor. Ambos se fueron, Calcifer aun dolido por todo su cuerpo. Alguna doncella le cuidaría. Alguna doncella le mostraría sus encantos a la vez que lo acicalaban quitándole los restos de barro y sangre seca de un arduo combate.