AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El crepitar en la noche. [Privado - Lazarus Darkwood]
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El crepitar en la noche. [Privado - Lazarus Darkwood]
Su turno en el cuerpo había terminado y se dirigía hacia las afueras de la ciudad, a su pequeña y acogedora cabaña de madera que se escondía junto al río, en las profundidades del bosque. Le gustaba ese momento del día en el que, aunque cansado por la larga jornada de trabajo, con tan sólo las luces titilantes de las farolas como iluminación, podía relajarse y caminar a paso tranquilo por la ciudad que yacía prácticamente dormida. A penas había alguna que otra persona apresurándose en regresar a su hogar antes de que fuera demasiado oscuro, cuando algunas de las velas que prendían en sus jaulas de hierro y cristal se empezaban a apagar, consumidas.
Aunque echaba de menos el tiempo en el que trabajara como ebanista ayudando a su tutor, debía reconocer que ejercer como bombero era sumamente gratificante. El saber que su labor ayudaba a salvar vidas o los objetos valiosos de la gente, aquellos que aunque para otros pudieran ser insignificantes, para sus propietarios eran tesoros cargados de recuerdos. Se formó una amistosa sonrisa en su rostro al recordar a la anciana a la que había ayudado con su gato escapista, el cual se había empeñado en esconderse bajo una casa que estaba siendo reconstruida y permanecía levantada a cuatro palmos del suelo con diversos puntos de apuntalamiento hasta que la cubrieran por los costados. Ninguno de sus compañeros se atrevió a colarse allí debajo, de hecho, algunos ni si quiera hubiesen cabido de querer intentarlo. Pero Andrew no se lo pensó dos veces y se arrastró por el terreno sucio y arenoso hasta rescatar al minino caprichoso. La mirada de la mujer al abrazar de nuevo a su felino, no tenía precio. Era por esas cosas que había elegido ese oficio.
Cruzó por delante del ayuntamiento y se encaminó por una callejuela, abandonando el centro de la ciudad. A medida que avanzaba, el silencio se iba apoderando de los alrededores, más no el de la naturaleza, sino el de las personas. Los pequeños animales aprovechaban la nocturnidad para tomar París e ir a reabastecer sus madrigueras. El úrsido tenía suerte, en su forma humana podía comprar lo que quisiera y llevárselo a casa en cualquier momento.
Empezaba a alejarse del núcleo y se aproximaba a la periferia, pronto llegaría al límite de la urbe y tendría al alcance de la vista el oscuro y tupido bosque. Su cuerpo parecía pesar un poco más a cada paso, como si ya fuera adquiriendo la forma en la que más cómodo se sentía. Sin embargo, algo alteró sus sentidos. Un olor que conocía muy bien impregnó sus fosas nasales y el crepitar resonó en sus agudizados oídos. Algo se estaba quemando. Algo grande y poderoso, estaba a punto de arder hasta hacerse cenizas. Sus pies giraron automáticamente sobre los talones y cambió el rumbo, dirigiéndose rápidamente al punto de origen de los problemas. Su andar pronto se convirtió en carrera y su respiración se aceleró junto a su pulso. No sabía a dónde iba, pero su animal interior le guiaría.
Aunque echaba de menos el tiempo en el que trabajara como ebanista ayudando a su tutor, debía reconocer que ejercer como bombero era sumamente gratificante. El saber que su labor ayudaba a salvar vidas o los objetos valiosos de la gente, aquellos que aunque para otros pudieran ser insignificantes, para sus propietarios eran tesoros cargados de recuerdos. Se formó una amistosa sonrisa en su rostro al recordar a la anciana a la que había ayudado con su gato escapista, el cual se había empeñado en esconderse bajo una casa que estaba siendo reconstruida y permanecía levantada a cuatro palmos del suelo con diversos puntos de apuntalamiento hasta que la cubrieran por los costados. Ninguno de sus compañeros se atrevió a colarse allí debajo, de hecho, algunos ni si quiera hubiesen cabido de querer intentarlo. Pero Andrew no se lo pensó dos veces y se arrastró por el terreno sucio y arenoso hasta rescatar al minino caprichoso. La mirada de la mujer al abrazar de nuevo a su felino, no tenía precio. Era por esas cosas que había elegido ese oficio.
Cruzó por delante del ayuntamiento y se encaminó por una callejuela, abandonando el centro de la ciudad. A medida que avanzaba, el silencio se iba apoderando de los alrededores, más no el de la naturaleza, sino el de las personas. Los pequeños animales aprovechaban la nocturnidad para tomar París e ir a reabastecer sus madrigueras. El úrsido tenía suerte, en su forma humana podía comprar lo que quisiera y llevárselo a casa en cualquier momento.
Empezaba a alejarse del núcleo y se aproximaba a la periferia, pronto llegaría al límite de la urbe y tendría al alcance de la vista el oscuro y tupido bosque. Su cuerpo parecía pesar un poco más a cada paso, como si ya fuera adquiriendo la forma en la que más cómodo se sentía. Sin embargo, algo alteró sus sentidos. Un olor que conocía muy bien impregnó sus fosas nasales y el crepitar resonó en sus agudizados oídos. Algo se estaba quemando. Algo grande y poderoso, estaba a punto de arder hasta hacerse cenizas. Sus pies giraron automáticamente sobre los talones y cambió el rumbo, dirigiéndose rápidamente al punto de origen de los problemas. Su andar pronto se convirtió en carrera y su respiración se aceleró junto a su pulso. No sabía a dónde iba, pero su animal interior le guiaría.
Última edición por Andrew Le Roche el Miér Nov 05, 2014 12:30 pm, editado 1 vez
Andrew Le Roche- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 23/10/2014
Localización : Escondido en el bosque
Re: El crepitar en la noche. [Privado - Lazarus Darkwood]
Siempre me había preocupado por no dejar huellas a mi paso, sin embargo aquella noche cometí muchos errores fatales, porque fui descuidado al momento de entrar a aquella casa donde vivía el anciano usurero. O tal vez simplemente no quise ser cuidadoso ésta vez, porque me hervía la sangre de coraje por haber sido humillado de aquella manera durante la mañana, cuando le pedí una moneda. No había podido conseguir nada de alimento en el pequeño mercadillo apostado en el centro de París, por lo que muy al contrario de mis acciones cotidianas, tuve que humillarme a pedir limosna a aquel viejo quien me insultó de manera categórica, alardeando que mejor debía morirme de hambre, porque sujetos como yo sólo le daban una horrible visión a la ciudad. "Eres un vago sin oficio ni beneficio. Apártate de mi vista si no quieres que te parta el bastón en esa gran cabeza hueca que tienes"
Estaba claro que yo no iba a quedarme con los brazos cruzados, olvidando fácilmente la afrenta. Le seguí sigilosamente durante toda la mañana y toda la tarde, hasta que la luz del sol se perdió por el horizonte. Finalmente llegó a su lujosa mansión donde se encerró a piedra y cal. Al parecer vivía sólo, porque ningún criado le recibió, ningún empleado de servicio le procuró durante su escueta cena. Ésta clase de hombres me repugnaba, porque comía y bebía como la más humilde de las personas en el mundo, aún teniendo millones y millones de monedas guardadas, sabrá el demonio dónde.
Me paseé por todos Los recovecos de la mansión a mi anchas. Observé algunas pinturas colgadas en las tétricas paredes, muebles finos, vajillas adornadas con bordes dorados (presumiblemente oro) en las esquinas lujosas alfombras, cortinajes sobrios pero muy elegantes... en fin, aquel sujeto se estaba muriendo - literalmente- en dinero y aún así el desprenderse de una única moneda, le había producido una especie de taquicardia. Una sola y maldita moneda, que jamás salió de su bolsillo para calmar mi hambre. El viejo debía pagar con creces su manera tan cruel de tratar a un pobre mendigo como yo. Estaba seguro de no haber sido el primero en recibir su desprecio; viejos como él, estaban acostumbrados a maltratar a personas menos favorecidas todos los días, con cualquier estúpido pretexto, por el simple hecho de no tener educación.
Aguardé silencioso hasta que durmiera. Fue entonces que mi mente maquinó un plan. Sencillo pero contundente. Atoré todos los seguros de las ventanas, incluido el de la puerta de su habitación; yo simplemente esperé en la terraza de la ventana principal, observando con sumo placer y regocijo, cómo es que la cortina comenzaba a consumirse por las llamas. Basta decir que las llamas se propagaron tan rápido, que el pobre sujeto no tuvo tiempo de pedir ayuda, porque estaba tan entregado a brazos de Morfeo que ni siquiera se dio cuenta, o no se percató del olor a humo, hasta que fué demasiado tarde.
En cuestión de minutos la propiedad se vio envuelta en llamas. Mientras gritos desgarradores despertaban al vecindario, permanecía estático viendo mi obra maestra arder. Sin embargo, al ser una venganza realizada sin algún tipo de plan anterior, me hizo caer en la cuenta de que pronto tendría compañía y tendría que huir, aprovechando la oscuridad que me proporcionaba el humo denso.
Para mi mala suerte , un hombre alto y robusto penetró la valla con total seguridad, que lo único prudente que se me ocurrió hacer en aquel instante, fue tirarme al suelo tosiendo, fingiendo que me estaba ahogando. Simplemente trataría de pasar por una persona - que al escuchar los gritos desgarradores - se habia aprestado a ayudar sin medir las consecuencias. Cerré los ojos y esperé aquello que tendria que ocurrir. Fingiría, y en aquello, era todo un experto.
Estaba claro que yo no iba a quedarme con los brazos cruzados, olvidando fácilmente la afrenta. Le seguí sigilosamente durante toda la mañana y toda la tarde, hasta que la luz del sol se perdió por el horizonte. Finalmente llegó a su lujosa mansión donde se encerró a piedra y cal. Al parecer vivía sólo, porque ningún criado le recibió, ningún empleado de servicio le procuró durante su escueta cena. Ésta clase de hombres me repugnaba, porque comía y bebía como la más humilde de las personas en el mundo, aún teniendo millones y millones de monedas guardadas, sabrá el demonio dónde.
Me paseé por todos Los recovecos de la mansión a mi anchas. Observé algunas pinturas colgadas en las tétricas paredes, muebles finos, vajillas adornadas con bordes dorados (presumiblemente oro) en las esquinas lujosas alfombras, cortinajes sobrios pero muy elegantes... en fin, aquel sujeto se estaba muriendo - literalmente- en dinero y aún así el desprenderse de una única moneda, le había producido una especie de taquicardia. Una sola y maldita moneda, que jamás salió de su bolsillo para calmar mi hambre. El viejo debía pagar con creces su manera tan cruel de tratar a un pobre mendigo como yo. Estaba seguro de no haber sido el primero en recibir su desprecio; viejos como él, estaban acostumbrados a maltratar a personas menos favorecidas todos los días, con cualquier estúpido pretexto, por el simple hecho de no tener educación.
Aguardé silencioso hasta que durmiera. Fue entonces que mi mente maquinó un plan. Sencillo pero contundente. Atoré todos los seguros de las ventanas, incluido el de la puerta de su habitación; yo simplemente esperé en la terraza de la ventana principal, observando con sumo placer y regocijo, cómo es que la cortina comenzaba a consumirse por las llamas. Basta decir que las llamas se propagaron tan rápido, que el pobre sujeto no tuvo tiempo de pedir ayuda, porque estaba tan entregado a brazos de Morfeo que ni siquiera se dio cuenta, o no se percató del olor a humo, hasta que fué demasiado tarde.
En cuestión de minutos la propiedad se vio envuelta en llamas. Mientras gritos desgarradores despertaban al vecindario, permanecía estático viendo mi obra maestra arder. Sin embargo, al ser una venganza realizada sin algún tipo de plan anterior, me hizo caer en la cuenta de que pronto tendría compañía y tendría que huir, aprovechando la oscuridad que me proporcionaba el humo denso.
Para mi mala suerte , un hombre alto y robusto penetró la valla con total seguridad, que lo único prudente que se me ocurrió hacer en aquel instante, fue tirarme al suelo tosiendo, fingiendo que me estaba ahogando. Simplemente trataría de pasar por una persona - que al escuchar los gritos desgarradores - se habia aprestado a ayudar sin medir las consecuencias. Cerré los ojos y esperé aquello que tendria que ocurrir. Fingiría, y en aquello, era todo un experto.
Lothar Darkwood- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/10/2014
Re: El crepitar en la noche. [Privado - Lazarus Darkwood]
Siguió corriendo hasta encontrar un edificio que prendía en llamas tan altas como cipreses. El fuego era más intenso en la parte superior del edificio, donde las flamas ondeaban en busca de oxígeno para quemar con mayor intensidad. Andrew buscó un punto de entrada a la guardada casa y finalmente optó por tomar impulso y saltar la valla, cayendo agazapado al otro lado, ya adentrado un par de metros en el jardín delantero.
No sabía si había alguien dentro del edificio o por el contrario estaba vacío. El calor se expandía hacia los lados, llegando a mucha distancia del lugar incendiado real. Debía llevar ya unos minutos ardiendo por la cantidad de humo que se colaba por las rendijas de la mansión y trepaban hasta el cielo, fundiéndose con el oscuro manto de la noche y sus nubes negras.
Cerró los ojos por unos instantes y se concentró, dejando que sus aumentados sentidos le hablaran. Podía sonar extraño, pero era así. Le susurraban palabras al oído, indicaciones, posicionamiento, a veces le alertaban de peligros, otras le señalaban dónde había una víctima. En este caso un murmuro arrastrado con unas toses, le llevó hacia un lado del y le hizo mirar hacia arriba. Había un saliente al descubierto, algo parecido a un balcón de grandes dimensiones o una terraza. Tal vez quien viviera en la mansión hubiese podido escapar sólo hasta esa zona para huir del fuego.
Buscó un punto de subida y cuando localizó una gruesa enredadera en la pared, que de momento no prendía porque su madera era verde, se arremangó la camisa hasta más arriba de los codos y se descalzó sin desatarse si quiera los zapatos. Se aproximó al muro, dio un salto se agarró de la zona más alta que pudo alcanzar, empezando a trepar por la planta hasta que pudo propulsarse hacia un costado y agarrarse del alféizar. Se balanceó ligeramente y apoyó un antebrazo sobre la superficie de ladrillo, lo que necesitaba para ejercer la suficiente fuerza para elevar su cuerpo y finalmente caer en el interior de la galería descubierta.
Allí estaba. Un joven que había desfallecido por la inhalación de humo y permanecía tumbado de perfil sobre el caliente material que conformaba el suelo que pisaban. Se agachó rápidamente a su lado y tras comprobar sus constantes vitales en el cuello, se lo cargó al hombro como si fuera un saco de leños y buscó la manera de bajar de allí. La planta trepadora quedaba descartada, ahora no soportaría el peso de ambos. Vio varias macetas a los lados de la parcela, agarró una y la lanzó contra uno de los ventanales, viendo como las llamas salían furiosas a través del agujero. Cogió entonces otra y la lanzó también a la cristalera contigua. Aquello apaciguó ligeramente las flamas y le permitió adentrarse a toda prisa en el edificio. Vio un cuerpo en el suelo, pero no se movía lo más mínimo y llevaba seguramente demasiado tiempo allí como para seguir con vida, sobretodo dada la edad del hombre y su humanidad. Además, no debía demorarse, el muchacho no tendría su aguante. Corrió a través de la estancia y alcanzó el pasillo, que por suerte daba ya a las escaleras, bordeadas por el abrasador calor del infierno que allí se desataba. Bajó dando saltos, devorando los escalones con los pies hasta la entrada y vio que el fuego les cortaba el paso. Atrapó una cortina a medio quemar y la sacudió para apagarla, cubriéndose entonces a ambos para arremeter con su brazo libre contra el enorme portón de madera y derribarlo, cayendo al otro lado, frente al porche de entrada del enorme caserío, sobre la hierba húmeda y cálida. Lo habían conseguido.
Arrastró al joven por la zona, con el rostro hacia arriba y cuando ya estuvieron lo suficientemente lejos, paró de nuevo a comprobar su pulso. Era irregular, no parecía respirar y aunque le dio varios toques en la mejilla, no recobraba el conocimiento. Se frotó la cara con ambas manos y le colocó en la posición más apropiada para reanimarle. Tapó la nariz del muchacho y pegó su boca a la de él para insuflarle aire a los pulmones. Se irguió y juntó ambas manos para presionarle en el punto preciso del pecho, esperando que volviera en sí.
No sabía si había alguien dentro del edificio o por el contrario estaba vacío. El calor se expandía hacia los lados, llegando a mucha distancia del lugar incendiado real. Debía llevar ya unos minutos ardiendo por la cantidad de humo que se colaba por las rendijas de la mansión y trepaban hasta el cielo, fundiéndose con el oscuro manto de la noche y sus nubes negras.
Cerró los ojos por unos instantes y se concentró, dejando que sus aumentados sentidos le hablaran. Podía sonar extraño, pero era así. Le susurraban palabras al oído, indicaciones, posicionamiento, a veces le alertaban de peligros, otras le señalaban dónde había una víctima. En este caso un murmuro arrastrado con unas toses, le llevó hacia un lado del y le hizo mirar hacia arriba. Había un saliente al descubierto, algo parecido a un balcón de grandes dimensiones o una terraza. Tal vez quien viviera en la mansión hubiese podido escapar sólo hasta esa zona para huir del fuego.
Buscó un punto de subida y cuando localizó una gruesa enredadera en la pared, que de momento no prendía porque su madera era verde, se arremangó la camisa hasta más arriba de los codos y se descalzó sin desatarse si quiera los zapatos. Se aproximó al muro, dio un salto se agarró de la zona más alta que pudo alcanzar, empezando a trepar por la planta hasta que pudo propulsarse hacia un costado y agarrarse del alféizar. Se balanceó ligeramente y apoyó un antebrazo sobre la superficie de ladrillo, lo que necesitaba para ejercer la suficiente fuerza para elevar su cuerpo y finalmente caer en el interior de la galería descubierta.
Allí estaba. Un joven que había desfallecido por la inhalación de humo y permanecía tumbado de perfil sobre el caliente material que conformaba el suelo que pisaban. Se agachó rápidamente a su lado y tras comprobar sus constantes vitales en el cuello, se lo cargó al hombro como si fuera un saco de leños y buscó la manera de bajar de allí. La planta trepadora quedaba descartada, ahora no soportaría el peso de ambos. Vio varias macetas a los lados de la parcela, agarró una y la lanzó contra uno de los ventanales, viendo como las llamas salían furiosas a través del agujero. Cogió entonces otra y la lanzó también a la cristalera contigua. Aquello apaciguó ligeramente las flamas y le permitió adentrarse a toda prisa en el edificio. Vio un cuerpo en el suelo, pero no se movía lo más mínimo y llevaba seguramente demasiado tiempo allí como para seguir con vida, sobretodo dada la edad del hombre y su humanidad. Además, no debía demorarse, el muchacho no tendría su aguante. Corrió a través de la estancia y alcanzó el pasillo, que por suerte daba ya a las escaleras, bordeadas por el abrasador calor del infierno que allí se desataba. Bajó dando saltos, devorando los escalones con los pies hasta la entrada y vio que el fuego les cortaba el paso. Atrapó una cortina a medio quemar y la sacudió para apagarla, cubriéndose entonces a ambos para arremeter con su brazo libre contra el enorme portón de madera y derribarlo, cayendo al otro lado, frente al porche de entrada del enorme caserío, sobre la hierba húmeda y cálida. Lo habían conseguido.
Arrastró al joven por la zona, con el rostro hacia arriba y cuando ya estuvieron lo suficientemente lejos, paró de nuevo a comprobar su pulso. Era irregular, no parecía respirar y aunque le dio varios toques en la mejilla, no recobraba el conocimiento. Se frotó la cara con ambas manos y le colocó en la posición más apropiada para reanimarle. Tapó la nariz del muchacho y pegó su boca a la de él para insuflarle aire a los pulmones. Se irguió y juntó ambas manos para presionarle en el punto preciso del pecho, esperando que volviera en sí.
Andrew Le Roche- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 23/10/2014
Localización : Escondido en el bosque
Re: El crepitar en la noche. [Privado - Lazarus Darkwood]
Hacerse el idiota mal herido no me costó demasiado trabajo. Fue sencillo permanecer con los ojos cerrados fingiendo asfixiarme, siendo llevado en hombros por aquel hombre que arriesgaba su vida por salvar la mía. ¿Quién en sano juicio hacía cosas como aquella hoy día sin buscar beneficio de por medio? nadie. Probablemente el hombre creía ayudar a algún miembro de aquella familia, pidiendo algún especie de premio subsecuentemente. Un premio monetario por supuesto. La vida en parís era muy dura para ser pobre. Desde luego ya mi mente maquinaba todas las posibilidades y probabilidades mientras el fuego y el humo envolvían nuestros cuerpos. Así de frío podía ser. No me importaba el hecho de estar ante un peligro real, latente, no me importaba calcinarme, mi mente estaba en otro lugar, alejado de la cruda realidad. No me importaba ir golpeando algunos muebles con la cabeza al ser llevado de aquella forma, tampoco me importaba si una viga caía encima de nosotros arrebatándonos la vida al instante. Sólo me preocupaba el resultado final de aquella acometida, de aquel gesto heroico. ¡Demonios! la locura y yo íbamos de la mano. Tendría que estar muerto de miedo, pero no lo estoy. ¿En verdad soy un ser sin una pizca de sentimientos?
Finalmente sentí que el fuego iba quedando lejos, algunos murmullos en los alrededores me daban la idea de que teníamos algunos morbosos mirando el espectáculo con boleto de primera fila. Mi cuerpo fue depositado en el suelo duro, y mi boca siendo apresada por otra tratando de reanimarme. La verdad sea dicha de paso, es que no necesitaba el auxilio de sus labios, porque... Había algo más en medio de los pantalones que comenzaba a despertar. De vez en cuando abría los ojos, observando el rostro ajeno a escasos del mío, soplando aire a mis pulmones. Todo marchó en cámara lenta, como si el tiempo flotara en círculos. A mi mente regresaron recuerdos de aquella noche en el Orfanato; gritos de decenas de niños corriendo entre los pasillos oscuros tratando de escapar del fuego y las hermanas tratando de aparentar calma, llevándoles a sitio seguro.
No pude más con la farsa. El masaje en mi pecho me obligó a abrir los ojos, haciéndome toser involuntariamente. Parpadeé un par de veces tratando de ubicarme en el espacio. Tal como imaginé. Muchas miradas me oscultaban con detenimiento. Algunos asombrados, otros murmurando y otros más allá fulminándome. Si sus ojos hubieran sido cuchillos, me habrían atravesado no una, sino varias veces por todo el cuerpo.
-¿Qué.. qué ha pasado aqui? -Observé mis manos, mi ropa. Indudablemente había formado parte de mi propio show, por increíble que pudiera parecer, me sorprendí. ¡Estaba cubierto de manchas negras por todas partes! y ... ¡Ah!... Tuve que cubrir la parte baja de mi "ser" aquello seguía muy despierto formando una gran carpa demasiado notoria. Giré mi rostro para encontrarme con mi "salvador" se trataba de un hombre de mediana edad. Barbado, todo cubierto de hollín de pies a cabeza, respirando con rapidez. Su pecho subía y bajaba. Me observaba, como tratando de cerciorarse de que seguía en el mundo de los vivos. Bien, la situación era incómoda. ¿Qué demonios tenía que hacer a continuación? la grandiosa idea fue toser, toser un poco, o mucho... Así hablaría menos. Entre menos palabras, menos explicaciones. ¿Eso nunca fallaba? ¡bah! no tenía las más mínima idea. Lo descubriría dentro de poco... Dependiendo de lo que el "héroe" barbudo hiciera. Le seguiría la corriente y ¡oh! muy cierto... Inventarme una excusa magnífica, del por qué mi presencia por esos rumbos lujosos. Estaba claro que mi pinta era la de un vago cualquiera.
Finalmente sentí que el fuego iba quedando lejos, algunos murmullos en los alrededores me daban la idea de que teníamos algunos morbosos mirando el espectáculo con boleto de primera fila. Mi cuerpo fue depositado en el suelo duro, y mi boca siendo apresada por otra tratando de reanimarme. La verdad sea dicha de paso, es que no necesitaba el auxilio de sus labios, porque... Había algo más en medio de los pantalones que comenzaba a despertar. De vez en cuando abría los ojos, observando el rostro ajeno a escasos del mío, soplando aire a mis pulmones. Todo marchó en cámara lenta, como si el tiempo flotara en círculos. A mi mente regresaron recuerdos de aquella noche en el Orfanato; gritos de decenas de niños corriendo entre los pasillos oscuros tratando de escapar del fuego y las hermanas tratando de aparentar calma, llevándoles a sitio seguro.
No pude más con la farsa. El masaje en mi pecho me obligó a abrir los ojos, haciéndome toser involuntariamente. Parpadeé un par de veces tratando de ubicarme en el espacio. Tal como imaginé. Muchas miradas me oscultaban con detenimiento. Algunos asombrados, otros murmurando y otros más allá fulminándome. Si sus ojos hubieran sido cuchillos, me habrían atravesado no una, sino varias veces por todo el cuerpo.
-¿Qué.. qué ha pasado aqui? -Observé mis manos, mi ropa. Indudablemente había formado parte de mi propio show, por increíble que pudiera parecer, me sorprendí. ¡Estaba cubierto de manchas negras por todas partes! y ... ¡Ah!... Tuve que cubrir la parte baja de mi "ser" aquello seguía muy despierto formando una gran carpa demasiado notoria. Giré mi rostro para encontrarme con mi "salvador" se trataba de un hombre de mediana edad. Barbado, todo cubierto de hollín de pies a cabeza, respirando con rapidez. Su pecho subía y bajaba. Me observaba, como tratando de cerciorarse de que seguía en el mundo de los vivos. Bien, la situación era incómoda. ¿Qué demonios tenía que hacer a continuación? la grandiosa idea fue toser, toser un poco, o mucho... Así hablaría menos. Entre menos palabras, menos explicaciones. ¿Eso nunca fallaba? ¡bah! no tenía las más mínima idea. Lo descubriría dentro de poco... Dependiendo de lo que el "héroe" barbudo hiciera. Le seguiría la corriente y ¡oh! muy cierto... Inventarme una excusa magnífica, del por qué mi presencia por esos rumbos lujosos. Estaba claro que mi pinta era la de un vago cualquiera.
Lothar Darkwood- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/10/2014
Re: El crepitar en la noche. [Privado - Lazarus Darkwood]
La gente se iba acercando al lugar del incidente. Siempre pasaba lo mismo, la morbosidad humana atraía las miradas curiosas y enfermas que ansiaban encontrarse con el desastre, la desesperación y la muerte. Porque si quisieran ayudar, no se quedarían alrededor formando un círculo inútil, sino que correrían a auxiliar a los heridos o al menos pedirían ayuda a las autoridades competentes. Pero no, sólo estaban allí observando con miradas impacientes de malas noticias. Pues ésta vez no las tendrían, al menos no del todo. El bombero no había podido salvar al anciano del interior de la mansión, pero al menos el joven parecía que salía de esta con bastante buen pie.
-Tranquilo, muchacho, estás a salvo.- Intentó ser todo lo tranquilizador que pudo, a pesar de tener que darle las malas noticias. ¿Sería familiar del hombre que había fallecido durante el incendio? Tal vez, sólo en una remota posibilidad, se trataría de un chico que había intentado ayudar a los habitantes de la casa, siendo altruista. La idea le conmovió, aún sabiendo que era prácticamente imposible. Tomó aire con lentitud, aprovechando que ya no notaba humo colarse por el interior de sus pulmones y posó una mano sobre el hombro ajeno, en un intento por consolarle. -Hay un hombre aún dentro... no pude salvarle, lo lamento.
Se inclinó hacia atrás, sentándose sobre los talones de sus pies desnudos. Las botas debían seguir tiradas por alguna parte del jardín, ya las buscaría en otro momento. Giró a mirar a los que cada vez estaban más cerca de ellos y extendió los brazos en cruz antes de levantarse y caminar hacia ellos.
-Hagan el favor de recular y dejar espacio. Aquí no hay nada que puedan hacer excepto ponerse en riesgo a ustedes mismos y a los demás, así que vuelvan a sus casas, damas y caballeros.
Algunas personas fueron persuadidas por su actitud seria y su altura imponente, otras en cambio se quedaron allí, mirando embobados como si estuvieran hipnotizados por las violentas llamas que devoraban con ansia las paredes de ladrillo y el techo de madera, del que ya a penas quedaba nada. Resopló y regresó junto al chico, fijándose ahora en el aura que desprendía. Antes había estado demasiado centrado en el fuego y en la idea de salir de allí con vida, cargando a cuantos pudiera. El chaval no era un humano normal, era un brujo. Tal vez creyó que sus poderes le ayudarían a salvar el edificio de la flamas y a quines residieran en su interior. Aquello hubiese sido un acto muy honorable por su parte. Seguramente, estaba a punto de descubrir lo sucedido. Hincó una rodilla sobre la hierba húmeda y le alzó el rostro, sujetándole por el mentón.
-Reacciona, amigo. Hay que salir de aquí lo antes posible y permitir que mis compañeros se encarguen de esto.
Podía oír el sonar de la campana del carruaje que se acercaba. No creía que fueran los de su unidad, estarían demasiado lejos para atender este caso, pero no importaba, todos los bomberos de París eran estupendos y se sentía plenamente orgulloso de formar parte del cuerpo.
-Tranquilo, muchacho, estás a salvo.- Intentó ser todo lo tranquilizador que pudo, a pesar de tener que darle las malas noticias. ¿Sería familiar del hombre que había fallecido durante el incendio? Tal vez, sólo en una remota posibilidad, se trataría de un chico que había intentado ayudar a los habitantes de la casa, siendo altruista. La idea le conmovió, aún sabiendo que era prácticamente imposible. Tomó aire con lentitud, aprovechando que ya no notaba humo colarse por el interior de sus pulmones y posó una mano sobre el hombro ajeno, en un intento por consolarle. -Hay un hombre aún dentro... no pude salvarle, lo lamento.
Se inclinó hacia atrás, sentándose sobre los talones de sus pies desnudos. Las botas debían seguir tiradas por alguna parte del jardín, ya las buscaría en otro momento. Giró a mirar a los que cada vez estaban más cerca de ellos y extendió los brazos en cruz antes de levantarse y caminar hacia ellos.
-Hagan el favor de recular y dejar espacio. Aquí no hay nada que puedan hacer excepto ponerse en riesgo a ustedes mismos y a los demás, así que vuelvan a sus casas, damas y caballeros.
Algunas personas fueron persuadidas por su actitud seria y su altura imponente, otras en cambio se quedaron allí, mirando embobados como si estuvieran hipnotizados por las violentas llamas que devoraban con ansia las paredes de ladrillo y el techo de madera, del que ya a penas quedaba nada. Resopló y regresó junto al chico, fijándose ahora en el aura que desprendía. Antes había estado demasiado centrado en el fuego y en la idea de salir de allí con vida, cargando a cuantos pudiera. El chaval no era un humano normal, era un brujo. Tal vez creyó que sus poderes le ayudarían a salvar el edificio de la flamas y a quines residieran en su interior. Aquello hubiese sido un acto muy honorable por su parte. Seguramente, estaba a punto de descubrir lo sucedido. Hincó una rodilla sobre la hierba húmeda y le alzó el rostro, sujetándole por el mentón.
-Reacciona, amigo. Hay que salir de aquí lo antes posible y permitir que mis compañeros se encarguen de esto.
Podía oír el sonar de la campana del carruaje que se acercaba. No creía que fueran los de su unidad, estarían demasiado lejos para atender este caso, pero no importaba, todos los bomberos de París eran estupendos y se sentía plenamente orgulloso de formar parte del cuerpo.
Andrew Le Roche- Cambiante Clase Media
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