AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La mordida → Privado
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La mordida → Privado
"La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre."
Jamás creyó que la vida fuera a darle el mejor de los regalos: la muerte de su padre. Para cualquiera, aquello sería el peor de los tormentos, el sufrimiento más grande, sin embargo para él, y seguramente para Abigail, la cosa resultaba ser todo un suceso digno de celebrar.
La libertad se había vuelto parte de su vida, y no sólo eso, también las riquezas, porque incluso en medio de su arrogancia, soberbia, y desalmada vida. Gregory Zarkozi había dejado en testamento, y firmado aquel pergamino viejo, que su hijo se había quedado con todo. Su único hijo vivo. ¡Si él supiera! Seguramente lo sabría y estaría retorciéndose en la tumba, porque así era. El hombre seguramente sabría que su joya, su primer hijo, el prodigo, se había convertido en una de esas criaturas que tanto odiaba: un vampiro.
La vida tan represiva que tuvo le invitaron a relacionarse poco o nada con las personas. Roland cuando tenía días libres los dedicaba a tomarse un par de copas en un bar de confianza, apenas e intercambiaba palabras con uno de los encargados, más aún con el dueño. De vez en cuando visitaba a esa prostituta de cabecera que tenía, y sino, se encerraba en casa para leer un par de libros. ¿Quién lo diría? A pesar de todas sus extrañezas y su forma de ser tan introspectiva, el inquisidor tenía mujeres que le seguían el paso, que buscaban cortejarlo, y a todas se les negaba ¿por qué? Porque su interés distaba de la normalidad, y controlaba su mente de una manera impresionante. Su cuerpo no reinaba a sus acciones, y el conocer que el dinero y la fama por el apellido que poseía era un gran gancho para cualquier señorita, le limitaba sus ganas de poder socializar.
Aquella era noche de luna llena ¿o había sido la noche anterior? ¿Lo sería mañana? No lo recordaba del todo. Poco le importaba, ya no sentía al transformares, y según sus custodios su lado animal sabía controlarse incluso más que él. ¿Eso era en serio? Cualquiera tenía márgenes de error. ¡Cualquiera! Él no era la excepción.
Aquella noche regresaba tranquilamente de las oficinas centrales de la inquisición. Tenía su última audiencia con los altos mandos. Se le había dado por inocente en el caso de su padre, y aunque él hubiera querido ser el autor del asesinato, lo cierto es que ya nada le importaba, nada relacionado con su progenitor. En el camino había mandado una nota con uno de sus trabajadores. Buscarían a aquella inquisidora, la única que valía la pena para él en ese lugar. Su amiga: Gianna.
Su amistad se había dado de la manera menos esperada. En medio de la nada, sin pensamientos, ni necesidades. Fue de esos encuentros que no planeas, que necesitas y que se dan sin que hagas un esfuerzo. Aparte de su hermana, esa inquisidora era su único lazo importante, y por eso de vez en cuando se frecuentaban. Roland la había invitado esa noche a casa. Sin medio consecuencias, iba a mostrar que de vez en cuando su margen de error humano aparecía.
Llegó a su hogar y esperó a que el encuentro se efectuara, a que ella llegara. Mientras se encontraba con un pantalón y camisa negra sentado frente a su piano de cola tocando una dulce melodía.
La libertad se había vuelto parte de su vida, y no sólo eso, también las riquezas, porque incluso en medio de su arrogancia, soberbia, y desalmada vida. Gregory Zarkozi había dejado en testamento, y firmado aquel pergamino viejo, que su hijo se había quedado con todo. Su único hijo vivo. ¡Si él supiera! Seguramente lo sabría y estaría retorciéndose en la tumba, porque así era. El hombre seguramente sabría que su joya, su primer hijo, el prodigo, se había convertido en una de esas criaturas que tanto odiaba: un vampiro.
La vida tan represiva que tuvo le invitaron a relacionarse poco o nada con las personas. Roland cuando tenía días libres los dedicaba a tomarse un par de copas en un bar de confianza, apenas e intercambiaba palabras con uno de los encargados, más aún con el dueño. De vez en cuando visitaba a esa prostituta de cabecera que tenía, y sino, se encerraba en casa para leer un par de libros. ¿Quién lo diría? A pesar de todas sus extrañezas y su forma de ser tan introspectiva, el inquisidor tenía mujeres que le seguían el paso, que buscaban cortejarlo, y a todas se les negaba ¿por qué? Porque su interés distaba de la normalidad, y controlaba su mente de una manera impresionante. Su cuerpo no reinaba a sus acciones, y el conocer que el dinero y la fama por el apellido que poseía era un gran gancho para cualquier señorita, le limitaba sus ganas de poder socializar.
Aquella era noche de luna llena ¿o había sido la noche anterior? ¿Lo sería mañana? No lo recordaba del todo. Poco le importaba, ya no sentía al transformares, y según sus custodios su lado animal sabía controlarse incluso más que él. ¿Eso era en serio? Cualquiera tenía márgenes de error. ¡Cualquiera! Él no era la excepción.
Aquella noche regresaba tranquilamente de las oficinas centrales de la inquisición. Tenía su última audiencia con los altos mandos. Se le había dado por inocente en el caso de su padre, y aunque él hubiera querido ser el autor del asesinato, lo cierto es que ya nada le importaba, nada relacionado con su progenitor. En el camino había mandado una nota con uno de sus trabajadores. Buscarían a aquella inquisidora, la única que valía la pena para él en ese lugar. Su amiga: Gianna.
Su amistad se había dado de la manera menos esperada. En medio de la nada, sin pensamientos, ni necesidades. Fue de esos encuentros que no planeas, que necesitas y que se dan sin que hagas un esfuerzo. Aparte de su hermana, esa inquisidora era su único lazo importante, y por eso de vez en cuando se frecuentaban. Roland la había invitado esa noche a casa. Sin medio consecuencias, iba a mostrar que de vez en cuando su margen de error humano aparecía.
Llegó a su hogar y esperó a que el encuentro se efectuara, a que ella llegara. Mientras se encontraba con un pantalón y camisa negra sentado frente a su piano de cola tocando una dulce melodía.
Última edición por Roland F. Zarkozi el Dom Jul 17, 2016 11:20 am, editado 1 vez
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 108
Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
"Dicen que se desangran los que no saben que la sangre muere estancada"
Gianna Castiglione había llegado a París enviada de Italia. Sus padres habían arreglado la mayoría del traslado y aprovechaban su posición de años en la inquisición para que los traslados fueran sencillos. Los Castiglione habían estado desde los inicios de la inquisición italiana y en los años de estadía habían creado una generación entera de cazadores e inquisidores por igual. En sus filas también habían condenados, en detalle eran licántropos y vampiros que habían sido transformados accidentalmente en cualquier misión y continuaban con sus nuevas habilidades en las filas correspondientes. Los humanos de la familia, estaban distribuidos en la facción de los soldados, espías y tecnólogos principalmente. Esto explicaba porque Gianna podía moverse con facilidad en las dos primeras y experimentar en la tercera. Y también explicaba el por qué tenía cierta afinidad con los condenados.
Hasta ahora, apenas había tenido una conversación real con dos hombres de la inquisición que justamente eran condenados. Para aumentar la casualidad, los dos eran licántropos y eran conocidos por su eficiencia a la hora de matar. La diferencia radicaba en el carácter. Astor Gray era demasiado duro y calculador. Era imponente, soberbio, egocéntrico pero radical como él sólo. Por otro lado, Roland Zarkozi era mucho más introvertido y prácticamente misterioso. Su familia era reconocida en el medio y él prefería mantenerse alejado de las conversaciones grupales y de lo que influyera en general con la socialización. Por eso a Gianna le había simpatizado. Ella era amable, tranquila hasta donde se le provocara y sarcástica el resto del tiempo. No hablaba mucho y se limitaba a cumplir misiones y a volver a casa. Pero no existen seres del todo asociales y tanto Roland como Astor estaban en el círculo de sus cercanos. De modos extraños, pero ahí estaban.
Pero había pasado un tiempo sin que viera a Roland, sobre todo porque habían concedido a Gianna una licencia de quince días por luto. Ella no había pedido nada, por supuesto, de nuevo su familia había metido las manos en aquello y, con toda la razón, la pérdida de Gianna suponía que no regresaría tan pronto como esperaba a Italia. Fue por lo mismo que cuando recibió una nota firmada por él para ir a verlo, estuvo segura de ir. Era hora de salir de sus cuatro paredes, de respirar el exterior y de relajarse un poco de tanto suceso fuerte acontecido en una semana.
Tomó un baño en la tarde, se perfumó como solía hacerlo antes y se vistió de un modo relajado pero que de todas maneras le permitía ocultar un par de armas a modo de precaución. No le preocupaba Roland, claro, era cuestión de costumbre para salvaguardarse el camino.
Caminó sin prisas, sin pensar en nada más que en su luto y en lo que había hecho para rebatirlo. No se sentía bien, pero tampoco mal, pero tampoco sabía cómo sentirse. Y así con la mente más ida que racional fue que llegó a los aposentos del Zarkozi. Llamó a la puerta y aguardó hasta que él mismo abrió la puerta. Ella sonrió, avanzó hacia él y sencillamente le abrazo. Como si el que necesitara eso fuera él y no ella.
Hasta ahora, apenas había tenido una conversación real con dos hombres de la inquisición que justamente eran condenados. Para aumentar la casualidad, los dos eran licántropos y eran conocidos por su eficiencia a la hora de matar. La diferencia radicaba en el carácter. Astor Gray era demasiado duro y calculador. Era imponente, soberbio, egocéntrico pero radical como él sólo. Por otro lado, Roland Zarkozi era mucho más introvertido y prácticamente misterioso. Su familia era reconocida en el medio y él prefería mantenerse alejado de las conversaciones grupales y de lo que influyera en general con la socialización. Por eso a Gianna le había simpatizado. Ella era amable, tranquila hasta donde se le provocara y sarcástica el resto del tiempo. No hablaba mucho y se limitaba a cumplir misiones y a volver a casa. Pero no existen seres del todo asociales y tanto Roland como Astor estaban en el círculo de sus cercanos. De modos extraños, pero ahí estaban.
Pero había pasado un tiempo sin que viera a Roland, sobre todo porque habían concedido a Gianna una licencia de quince días por luto. Ella no había pedido nada, por supuesto, de nuevo su familia había metido las manos en aquello y, con toda la razón, la pérdida de Gianna suponía que no regresaría tan pronto como esperaba a Italia. Fue por lo mismo que cuando recibió una nota firmada por él para ir a verlo, estuvo segura de ir. Era hora de salir de sus cuatro paredes, de respirar el exterior y de relajarse un poco de tanto suceso fuerte acontecido en una semana.
Tomó un baño en la tarde, se perfumó como solía hacerlo antes y se vistió de un modo relajado pero que de todas maneras le permitía ocultar un par de armas a modo de precaución. No le preocupaba Roland, claro, era cuestión de costumbre para salvaguardarse el camino.
Caminó sin prisas, sin pensar en nada más que en su luto y en lo que había hecho para rebatirlo. No se sentía bien, pero tampoco mal, pero tampoco sabía cómo sentirse. Y así con la mente más ida que racional fue que llegó a los aposentos del Zarkozi. Llamó a la puerta y aguardó hasta que él mismo abrió la puerta. Ella sonrió, avanzó hacia él y sencillamente le abrazo. Como si el que necesitara eso fuera él y no ella.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 104
Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
Los dedos diestros del licántropo se movían de un lado a otro sobre las teclas blancas y negras del piano de cola que tenía. Le gustaba mucho tocar el piano, lo relajaba, le tenía muchos recuerdos, de los pocos que guardaba en su memoria. Las melodías siempre eran dulces pero al mismo tiempo crueles y melancólicas, él había compuesto un par en medio de situaciones difíciles. Aquella canción de ese momento la había terminado el día de la muerte de Gregory. Extrañamente el sonido no era triste, mucho menos desgarrador, de hecho parecía una melodía alegre, liberadora. ¿Quién lo diría? A quien cuidaba sus huellas había sido la autora de aquel asesinato, por fin le había roto las cadenas a su hermano. La amaba y le agradecía, porque sin importar la distancia habían permanecido unidos, juntos, en amor. ¡Por qué Roland se había dado el lujo de amar sin condición! Abigail lo había logrado todo en él. Todo se lo debía a su pequeña hermana.
La interrupción de la melodía no le molestó. Había captado el olor de amazona salvaje que su amiga expedía. El joven torció la sonrisa, con paso elegante avanzó hasta la puerta y dejó que la delicada figura femenina entrara y se acurrucara entre sus brazos. Esa sensación de calidez le confundía, no se encontraba acostumbrado a las muestras de afecto de ese tipo. Primero su cuerpo se encontraba tenso, después todo fue mejorando porque sus brazos se cerraron protegiendo la delicada figura femenina. Poco tiempo después la fue soltando, y de un momento a otro le miró a los ojos alzando su barbilla. Apenas fue perceptible la sonrisa que le otorgaba pero de algo se debía estar seguro, el gesto era sincero. Gianna había sido su única amiga. La que de verdad le importaba y le parecía importante. Después de Abigail se encontraba ella, aunque las situaciones fueran distintas. No se comparaba, claro, pero le recordaba que perdido no se encontraba.
— Tú rostro refleja extrañeza, confusión y valor ¿Estoy bien? ¿Estoy mal? — Pocas veces tenía noticias del exterior, a menos que fuera información relacionada con la inquisición o detalles exclusivos que su padre quisiera saber. No se había permitido enviarle demasiadas misivas porque quizás su padre las hubiera interceptado y ella correría peligro. Era un hombre que no estaba dispuesto a correr riesgos. Con dos simples movimientos la metió un poco más a la propiedad y cerró la puerta. Después la soltó del todo y se dispuso a caminar hasta una mesa. Sirvió dos copas de vino.
— ¿Qué te trae por aquí? — No era una pregunta sencilla, nada en ellos lo era, aunque tuvieran momentos de libertad siempre se encontraban alertas, nunca se descuidaban y mucho menos cometían el error de encontrarse tan relajados que pudieran darles caza. Se trataban de dos inquisidores, cualquiera podría reconocerlos y quererlos matar.
— Mi padre ha muerto — Soltó de golpe. Aquello era información confidencial. El líder de los Zarkozi había hecho hasta lo imposible incluso para seguir con su mandato en el más allá. — Abigail lo ha asesinado, por lo que sé — Le entregó la copa de vino y se volvió para sentarse de nueva cuenta en el piano y volver a tocar.
La interrupción de la melodía no le molestó. Había captado el olor de amazona salvaje que su amiga expedía. El joven torció la sonrisa, con paso elegante avanzó hasta la puerta y dejó que la delicada figura femenina entrara y se acurrucara entre sus brazos. Esa sensación de calidez le confundía, no se encontraba acostumbrado a las muestras de afecto de ese tipo. Primero su cuerpo se encontraba tenso, después todo fue mejorando porque sus brazos se cerraron protegiendo la delicada figura femenina. Poco tiempo después la fue soltando, y de un momento a otro le miró a los ojos alzando su barbilla. Apenas fue perceptible la sonrisa que le otorgaba pero de algo se debía estar seguro, el gesto era sincero. Gianna había sido su única amiga. La que de verdad le importaba y le parecía importante. Después de Abigail se encontraba ella, aunque las situaciones fueran distintas. No se comparaba, claro, pero le recordaba que perdido no se encontraba.
— Tú rostro refleja extrañeza, confusión y valor ¿Estoy bien? ¿Estoy mal? — Pocas veces tenía noticias del exterior, a menos que fuera información relacionada con la inquisición o detalles exclusivos que su padre quisiera saber. No se había permitido enviarle demasiadas misivas porque quizás su padre las hubiera interceptado y ella correría peligro. Era un hombre que no estaba dispuesto a correr riesgos. Con dos simples movimientos la metió un poco más a la propiedad y cerró la puerta. Después la soltó del todo y se dispuso a caminar hasta una mesa. Sirvió dos copas de vino.
— ¿Qué te trae por aquí? — No era una pregunta sencilla, nada en ellos lo era, aunque tuvieran momentos de libertad siempre se encontraban alertas, nunca se descuidaban y mucho menos cometían el error de encontrarse tan relajados que pudieran darles caza. Se trataban de dos inquisidores, cualquiera podría reconocerlos y quererlos matar.
— Mi padre ha muerto — Soltó de golpe. Aquello era información confidencial. El líder de los Zarkozi había hecho hasta lo imposible incluso para seguir con su mandato en el más allá. — Abigail lo ha asesinado, por lo que sé — Le entregó la copa de vino y se volvió para sentarse de nueva cuenta en el piano y volver a tocar.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 108
Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
"Somos perfectos desconocidos íntimos."
La situación no era nada fácil, puesto que la mente de Gianna se congestionaba entre el engaño, el luto y sobre todo, lo que había pasado con Astor. Su semana le costaría el lugar incluso en la inquisición si es que confesaba, pero, así y todo, ahí estaba, en la puerta de un inquisidor cuyo apellido movía fichas con facilidad dentro de la santa sede. Realmente se sentía como una idiota, pero necesitaba decirlo antes de asfixiarse con su propia y filosa verdad. Quería una opinión al respecto antes de enloquecer y salir de la inquisición con el único fin de dedicarse de forma independiente a la cacería. Sin mencionar, claro, que sus únicas amistades eran un par de licántropos entregados a la inquisición a los que consideraba radicales. Pero quizás Roland comprendiera y, sobre todo, supiera qué decir sin caer en condenarla. No había otro lugar hacia donde correr, ni siquiera mirar.
El camino se hizo largo y el abrazo eterno, extraño, corto al mismo tiempo. Gianna no solía tener esas muestras de afecto públicamente pero sabía que cuando el centro de uno mismo se encuentra afectado, se puede reaccionar de cualquier forma en las cercanías de quienes se aprecia. Y aquello no era nada, la lección la había aprendido de un modo mucho más radical. —No, no estás mal, aunque creo que son demasiadas cosas; más de las que ya notas— susurró sin tratar de ocultar lo que él ya notaba. No tenía caso mentir, porque era probable que le contara todo en algunos minutos.
Con la agilidad de quien oculta cosas, Roland ingresó a Gianna a su propiedad y cerró la puerta antes de avanzar al centro de una especie de sala decorada con elegante gusto pero que se sentía con un aire a soledad, al punto que casi parecía solemne. La italiana avanzó hacia él, cruzando los brazos como si eso pudiera darle la firmeza que parecía haberle flaqueado con creces en una semana. — ¿Qué no fuiste tú el que me envió una nota con alguno de tus criados? — preguntó ella entre sonrisa y desconfianza, como era típico en aquellos devotos servidores.
Pero antes de decir nada, él soltó lo de su padre. Gianna se quedó impávida por un momento y abrió los ojos con clara sorpresa. Quizás se veía venir, el patriarca de los Zarkozi no era un modelo de padre a seguir y cada hijo cargaba una maldición de suficiente peso como para querer asesinarlo. No era extraño que uno de ellos se lo hubiera cargado sin el menor cargo de consciencia. Aunque seguro que no había sido fácil; él, no era un hombre para nada débil —Supongo que tarde o temprano eso iba a pasar. Pero, la pregunta realmente es cómo te sientes tú al respecto, pareces tranquilo, pero no del todo, es como si algo te atormentara de todo esto— mencionó con delicadeza mientras tomaba la copa y lo seguía al piano —¿Abigail está bien?— agregó ella acomodándose junto al piano de tal modo que pudiera verle la cara. Con respecto a Abigail, no era que la italiana la conociera, de hecho apenas si la había visto de lejos, pero bien sabía del afecto que Roland le profesaba y eso era más que suficiente.
Vaya días lejos, pensaba Gianna, al parecer ella no había sido la única que había tenido que llevar un extraño luto y, seguramente, el tintero estaba lleno de más cosas por decir, por confesar e incluso, por vivir.
El camino se hizo largo y el abrazo eterno, extraño, corto al mismo tiempo. Gianna no solía tener esas muestras de afecto públicamente pero sabía que cuando el centro de uno mismo se encuentra afectado, se puede reaccionar de cualquier forma en las cercanías de quienes se aprecia. Y aquello no era nada, la lección la había aprendido de un modo mucho más radical. —No, no estás mal, aunque creo que son demasiadas cosas; más de las que ya notas— susurró sin tratar de ocultar lo que él ya notaba. No tenía caso mentir, porque era probable que le contara todo en algunos minutos.
Con la agilidad de quien oculta cosas, Roland ingresó a Gianna a su propiedad y cerró la puerta antes de avanzar al centro de una especie de sala decorada con elegante gusto pero que se sentía con un aire a soledad, al punto que casi parecía solemne. La italiana avanzó hacia él, cruzando los brazos como si eso pudiera darle la firmeza que parecía haberle flaqueado con creces en una semana. — ¿Qué no fuiste tú el que me envió una nota con alguno de tus criados? — preguntó ella entre sonrisa y desconfianza, como era típico en aquellos devotos servidores.
Pero antes de decir nada, él soltó lo de su padre. Gianna se quedó impávida por un momento y abrió los ojos con clara sorpresa. Quizás se veía venir, el patriarca de los Zarkozi no era un modelo de padre a seguir y cada hijo cargaba una maldición de suficiente peso como para querer asesinarlo. No era extraño que uno de ellos se lo hubiera cargado sin el menor cargo de consciencia. Aunque seguro que no había sido fácil; él, no era un hombre para nada débil —Supongo que tarde o temprano eso iba a pasar. Pero, la pregunta realmente es cómo te sientes tú al respecto, pareces tranquilo, pero no del todo, es como si algo te atormentara de todo esto— mencionó con delicadeza mientras tomaba la copa y lo seguía al piano —¿Abigail está bien?— agregó ella acomodándose junto al piano de tal modo que pudiera verle la cara. Con respecto a Abigail, no era que la italiana la conociera, de hecho apenas si la había visto de lejos, pero bien sabía del afecto que Roland le profesaba y eso era más que suficiente.
Vaya días lejos, pensaba Gianna, al parecer ella no había sido la única que había tenido que llevar un extraño luto y, seguramente, el tintero estaba lleno de más cosas por decir, por confesar e incluso, por vivir.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
Las melodías que le otorgaba aquel instrumento musical siempre habían sido como sus palabras. Por medio de las notas él se expresaba, las tonalidades que dejaba contrastar de un momento a otro se notaban, y se podía en muchas ocasiones lograr que él transmitiera eso y más a sus compañeros. Aquella noche no se sentía triste, más bien experimentaba una soledad extraña, la liberación perfecta, estaba siendo libre por fin. Nadie podría cuestionarle aquello, y encima de todo las riquezas no le faltarían jamás. Aquello parecía una especie de cuentos para niños, donde el protagonista desgraciado sufre un cubito cambio, y todo dolor se vuelve alegría, prosperidad y amor. ¿Cómo poder explicar lo que sentía? Mejor tocaba sin parar, esa sería la forma de decirle lo que ocurría en su interior. Roland estaba seguro que su amiga lo entendería.
Se limitó a tocar un par de minutos, tampoco deseaba ser un maleducado. No todas las personas comprendían su tipo de comunicación, de expresión. Incluso había sido reprochado más de una vez por sus formas. Así que antes de hacer sentir incomoda a su visitante, lo que debía realizar era un intercambio sano de palabras. ¿Sano? Que palabra más tonta cuando se tienen visiones distintas de la vida.
— No miento cuando te digo que me hace feliz la noticia, mi padre no era un hombre muy correcto, y su visión de la vida iba de la mano con el poder, la superioridad y la destrucción, pero es extraño estar libre de él, saber que no volverá a molestarnos, y que por fin podré estar tranquilo porque Abigail no correrá ningún peligro — Se encogió de hombros, no iba a mentir, tampoco ser un hipócrita — Aunque me hubiera gustado ver su rostro suplicando por su vida, me habría encantado ser quien lo asesinó — La sonrisa tenue apareció en su rostro. A pesar de ser un hombre tranquilo, Roland Zarkozi también destilaba demencia, locura. Fueron muchos años los que estuvo encerrado en aquellos sótanos, eran largas horas de tortura, y la muerte, el terror y el dolor estaban lejos de causarle compasión. Sino lo pudo matar a él, entonces buscaría la forma de sentir que lo había hecho.
— Abigail siempre se encuentra bien, tiene ese aire de salvajismo de siempre, se siente orgullosa, y contenta, más que nada lo último, dado que me liberó de Gregory — Se puso de pie en cuanto terminó de hablar. De esa forma se sirvió una copa de uno de los líquidos más fuertes que tenía, bebió de un sólo golpe, dio la vuelta, y volvió alado de su compañera de asiento — Siempre fue una chica inquieta y vivaz, nunca cambiará, y encima sabe defender su vida y de sus cercanos, estoy orgulloso de ella — Toco un par de notas y luego se volteó para coger la mano ajena.
— ¿Me dirás que te sucede o tendré que sacarte la información a mordidas? — Su sonrisa blanquecina, perfecta y asesina se mostró de un momento a otro. Estaba haciéndole una broma, pero eso no quitaba el hecho poder ser peligroso. Algo era seguro, Roland jamás lastimaría a Gianna con lucidez.
Se limitó a tocar un par de minutos, tampoco deseaba ser un maleducado. No todas las personas comprendían su tipo de comunicación, de expresión. Incluso había sido reprochado más de una vez por sus formas. Así que antes de hacer sentir incomoda a su visitante, lo que debía realizar era un intercambio sano de palabras. ¿Sano? Que palabra más tonta cuando se tienen visiones distintas de la vida.
— No miento cuando te digo que me hace feliz la noticia, mi padre no era un hombre muy correcto, y su visión de la vida iba de la mano con el poder, la superioridad y la destrucción, pero es extraño estar libre de él, saber que no volverá a molestarnos, y que por fin podré estar tranquilo porque Abigail no correrá ningún peligro — Se encogió de hombros, no iba a mentir, tampoco ser un hipócrita — Aunque me hubiera gustado ver su rostro suplicando por su vida, me habría encantado ser quien lo asesinó — La sonrisa tenue apareció en su rostro. A pesar de ser un hombre tranquilo, Roland Zarkozi también destilaba demencia, locura. Fueron muchos años los que estuvo encerrado en aquellos sótanos, eran largas horas de tortura, y la muerte, el terror y el dolor estaban lejos de causarle compasión. Sino lo pudo matar a él, entonces buscaría la forma de sentir que lo había hecho.
— Abigail siempre se encuentra bien, tiene ese aire de salvajismo de siempre, se siente orgullosa, y contenta, más que nada lo último, dado que me liberó de Gregory — Se puso de pie en cuanto terminó de hablar. De esa forma se sirvió una copa de uno de los líquidos más fuertes que tenía, bebió de un sólo golpe, dio la vuelta, y volvió alado de su compañera de asiento — Siempre fue una chica inquieta y vivaz, nunca cambiará, y encima sabe defender su vida y de sus cercanos, estoy orgulloso de ella — Toco un par de notas y luego se volteó para coger la mano ajena.
— ¿Me dirás que te sucede o tendré que sacarte la información a mordidas? — Su sonrisa blanquecina, perfecta y asesina se mostró de un momento a otro. Estaba haciéndole una broma, pero eso no quitaba el hecho poder ser peligroso. Algo era seguro, Roland jamás lastimaría a Gianna con lucidez.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
"Y de cada murmullo sepultado con la aquiescencia del ego fracturado,
una espina con la que torturar al empuje de cada latido."
una espina con la que torturar al empuje de cada latido."
Roland era de por sí un tipo muy tranquilo, al punto que casi siempre parecía ensimismado, como si omitiera el mundo a propósito por ver con más detalle hacia sus pensamientos. Sin embargo, estaba atento a todo y podía moverse con sagacidad si la situación lo requería. Como buen licántropo, aprovechaba el despertar de sus sentidos y hacía su catarsis a través de la música o de lo que fuera. No era nada convencional, Roland Zarkozi, pero era eso mismo lo que lo hacía tan interesante e incluso enigmático para Gianna.
La italiana aguardó con paciencia a que la pieza terminara, aparentemente él no podía dejar nada a medias y tampoco es que Gianna tuviera prisa, finalmente estaba de licencia e incluso le habían otorgado un par de días más para recuperarse por completo y poder enfocar de nuevo su mente en lo que correspondía a la caza.
—Mejor que no, ya hay demasiada sangre en tus manos como para sumar la de tu propio padre. Y teniendo en cuenta lo que has dicho, dudo que él fuera de los que suplican por sus vidas— respondió ella con suavidad, puesto que era complicado entender ese deseo de matar a su propio progenitor, dado que Gianna había tenido como padre a un inquisidor dedicado pero bueno y atento con sus hijos. —Finalmente lo importante es que tanto tú como tu hermana pueden dedicarse a vivir sus vidas en paz— la inquisidora sonrió aunque distinto y le acarició la espalda como quien dice que ya está todo bien, que la vida sigue su curso pero dando un rumbo más tranquilo. Finalmente, era algo que los hermanos anhelaban desde ya hace un tiempo.
Sin embargo todo no lucía tan tranquilo como ella pensara, dada la manera en que Roland apuraba su segunda copa como si fuera solamente agua. Gianna lo observaba con atención, pero no decía nada. Jamás había sido buena para cuestionar ciertas cosas y si él decía que estaba bien, sólo restaba creerle —Es una mujer muy fuerte, no cabe duda…— alcanzó a decir antes de beber un poco más de su copa y sentir su mano bajo la ajena. Acto seguido su mirada fue a los ojos del Zarkozi. Para entonces, Gianna aún tenía algo de ojeras aunque disimuladas y ya no lucía tan demacrada como en los primeros días, aunque con lo meticuloso que era él, quizás aún notara los resquicios de su pérdida. Ella sonrió a medias —Hey, no hagas trampa, si me amenazas así tendré que contarte todo—dijo ella tras una corta risa y luego se mordió los labios, bajando apenas la mirada, sin darle mayor importancia a la broma que podría volverse cierta o más bien, omitiendola, como había hecho con el anuncio de luna llena de esa noche y que se sucedería en apenas unas pocas horas —Hace un tiempo te conté que estaba de paso en París porque me casaría en un mes y regresaría a Italia ¿Recuerdas? Bueno, ya no regresaré puesto que asesinaron a quien fuera mi prometido— la copa pareció irse a sus labios y la terminó en una sola pasada, incluso, en una fracción de segundo pareció nerviosa. Finalmente, esa muerte sólo había sido el comienzo de muchas más cosas que no serían muy bien vistas por la iglesia, sin mencionar que no había sido el más inocente de los decesos. —Lo asesinó el esposo de la mujer con la que lo encontraron en la cama— agregó de golpe, dando una mayor comprensión de su situación y de su propia frustración.
La italiana aguardó con paciencia a que la pieza terminara, aparentemente él no podía dejar nada a medias y tampoco es que Gianna tuviera prisa, finalmente estaba de licencia e incluso le habían otorgado un par de días más para recuperarse por completo y poder enfocar de nuevo su mente en lo que correspondía a la caza.
—Mejor que no, ya hay demasiada sangre en tus manos como para sumar la de tu propio padre. Y teniendo en cuenta lo que has dicho, dudo que él fuera de los que suplican por sus vidas— respondió ella con suavidad, puesto que era complicado entender ese deseo de matar a su propio progenitor, dado que Gianna había tenido como padre a un inquisidor dedicado pero bueno y atento con sus hijos. —Finalmente lo importante es que tanto tú como tu hermana pueden dedicarse a vivir sus vidas en paz— la inquisidora sonrió aunque distinto y le acarició la espalda como quien dice que ya está todo bien, que la vida sigue su curso pero dando un rumbo más tranquilo. Finalmente, era algo que los hermanos anhelaban desde ya hace un tiempo.
Sin embargo todo no lucía tan tranquilo como ella pensara, dada la manera en que Roland apuraba su segunda copa como si fuera solamente agua. Gianna lo observaba con atención, pero no decía nada. Jamás había sido buena para cuestionar ciertas cosas y si él decía que estaba bien, sólo restaba creerle —Es una mujer muy fuerte, no cabe duda…— alcanzó a decir antes de beber un poco más de su copa y sentir su mano bajo la ajena. Acto seguido su mirada fue a los ojos del Zarkozi. Para entonces, Gianna aún tenía algo de ojeras aunque disimuladas y ya no lucía tan demacrada como en los primeros días, aunque con lo meticuloso que era él, quizás aún notara los resquicios de su pérdida. Ella sonrió a medias —Hey, no hagas trampa, si me amenazas así tendré que contarte todo—dijo ella tras una corta risa y luego se mordió los labios, bajando apenas la mirada, sin darle mayor importancia a la broma que podría volverse cierta o más bien, omitiendola, como había hecho con el anuncio de luna llena de esa noche y que se sucedería en apenas unas pocas horas —Hace un tiempo te conté que estaba de paso en París porque me casaría en un mes y regresaría a Italia ¿Recuerdas? Bueno, ya no regresaré puesto que asesinaron a quien fuera mi prometido— la copa pareció irse a sus labios y la terminó en una sola pasada, incluso, en una fracción de segundo pareció nerviosa. Finalmente, esa muerte sólo había sido el comienzo de muchas más cosas que no serían muy bien vistas por la iglesia, sin mencionar que no había sido el más inocente de los decesos. —Lo asesinó el esposo de la mujer con la que lo encontraron en la cama— agregó de golpe, dando una mayor comprensión de su situación y de su propia frustración.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
Roland se preguntó, si su amiga había llegado a amar de verdad a aquel hombre, también si le parecía sorpresa la infidelidad que el varón le había hecho, y es que en su realidad, él había visto demasiadas parejas montarse el cuerpo, lo sabían, y poco les importaba. ¿Ella sería como ellos? Preguntarle aquello sería de muy mal gusto, y quizás le abriría heridas a su amiga, mismas que ya estaba cicatrizando. El tema del amor, de los compromisos, la unión, y la herencia le resultaban conocidos a voces, pero jamás experimentadas, a así que a ciencia cierta él no podría comprenderla del todo, y tampoco brindarle el consuelo que necesitaba. Encima porque no era bueno con las palabras, y mucho menos lo era cuando se trataba de cuestiones sentimentales. Se sentía la peor mierda del mundo por no otorgar el consuelo adecuado, así que simplemente hizo lo que mejor sabía hacer: guardar silencio.
Se sintió ajeno a la situación. Se sirvió otro trago de lo que bebía y lo dejó pasar por su garganta con rapidez. Con aquello evitaba tener que hablar, o decir alguna tontería. ¡El no era bueno con las palabras! ¿Qué se suponía que debía decir? Se puso nervio, y aquello era evidente por la forma en que movía las manos. Dio un paso hacía adelante, y luego dio dos pasos hacía atrás. Cualquier lejos de la escena pensaría que estaba practicando baile.
— Bueno, está claro que te deshiciste de un idiota — Soltó con naturalidad, era torpe, pero era sincero — Si tuviera a alguien como tú lista para ser mi mujer, te honraría todos los días — ¿Qué sabía él de honrar a una mujer? Nada, lo único que sabía que ellas es que daban un buen placer en la cama, que procreaban y ayudaban a mantener bien un hogar. Por supuesto, las mujeres convencionales, claro que él no deseaba una así. Sin entender de donde salían sus palabras, el licántropo se encogió de hombros y resopló. — Vendrán mejores cosas para ti, y si quieres un hombre podemos casarnos — Comentó intentando hacerla sonreír, que se diera cuenta que existían muchos idiotas capaz de tener un duelo de espadas con sólo tenerla. Su amiga era hermosa, y encima tenía un aroma delicioso. Él en más de una ocasión quiso lamerla para saber su sabor, sin embargo no lo hizo nunca para no espantarla.
— Ven aquí — Estiró los brazos y la abrazó con fuerza. La acunó, y luego la arrastró con cuidado hasta un sofá. Primero se acomodó él, y luego la puso sobre su cuerpo. Para nada era una posición sexual, simplemente era una manera de mostrarse su apoyo, y su afecto, además la joven estaba helada, él podría darle un poco de calor. Se mantuvo en silencio, incluso cerró los ojos por un momento. A cada segundo que pasaba el aroma de la inquisidora invadía sus fosas nasales. Su boca se llenó de saliva, misma que tuvo que saborear imaginando sangre y piel cayendo de sus fauces.
El cuerpo del licántropo se tensó. Un sonido extraño salió del pecho.
— Gianna, tienes que alejarte de mi ahora — Comentó Roland con el tono de voz alterado. Abrió los ojos de golpe. Su mirada ya no era la misma, sus ojos claros tomaron una tonalidad oscura, las garras aparecieron — ¡Corre! No voy a reconocerte, y hueles muy bien! — Articuló. El joven Zarkozi estaba padecieron de verdad, por un lado la transformación, y por otro las ganas de comerse a esa mujer que podía considerar parte de su pequeña familia.
Se sintió ajeno a la situación. Se sirvió otro trago de lo que bebía y lo dejó pasar por su garganta con rapidez. Con aquello evitaba tener que hablar, o decir alguna tontería. ¡El no era bueno con las palabras! ¿Qué se suponía que debía decir? Se puso nervio, y aquello era evidente por la forma en que movía las manos. Dio un paso hacía adelante, y luego dio dos pasos hacía atrás. Cualquier lejos de la escena pensaría que estaba practicando baile.
— Bueno, está claro que te deshiciste de un idiota — Soltó con naturalidad, era torpe, pero era sincero — Si tuviera a alguien como tú lista para ser mi mujer, te honraría todos los días — ¿Qué sabía él de honrar a una mujer? Nada, lo único que sabía que ellas es que daban un buen placer en la cama, que procreaban y ayudaban a mantener bien un hogar. Por supuesto, las mujeres convencionales, claro que él no deseaba una así. Sin entender de donde salían sus palabras, el licántropo se encogió de hombros y resopló. — Vendrán mejores cosas para ti, y si quieres un hombre podemos casarnos — Comentó intentando hacerla sonreír, que se diera cuenta que existían muchos idiotas capaz de tener un duelo de espadas con sólo tenerla. Su amiga era hermosa, y encima tenía un aroma delicioso. Él en más de una ocasión quiso lamerla para saber su sabor, sin embargo no lo hizo nunca para no espantarla.
— Ven aquí — Estiró los brazos y la abrazó con fuerza. La acunó, y luego la arrastró con cuidado hasta un sofá. Primero se acomodó él, y luego la puso sobre su cuerpo. Para nada era una posición sexual, simplemente era una manera de mostrarse su apoyo, y su afecto, además la joven estaba helada, él podría darle un poco de calor. Se mantuvo en silencio, incluso cerró los ojos por un momento. A cada segundo que pasaba el aroma de la inquisidora invadía sus fosas nasales. Su boca se llenó de saliva, misma que tuvo que saborear imaginando sangre y piel cayendo de sus fauces.
El cuerpo del licántropo se tensó. Un sonido extraño salió del pecho.
— Gianna, tienes que alejarte de mi ahora — Comentó Roland con el tono de voz alterado. Abrió los ojos de golpe. Su mirada ya no era la misma, sus ojos claros tomaron una tonalidad oscura, las garras aparecieron — ¡Corre! No voy a reconocerte, y hueles muy bien! — Articuló. El joven Zarkozi estaba padecieron de verdad, por un lado la transformación, y por otro las ganas de comerse a esa mujer que podía considerar parte de su pequeña familia.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
"El destino me echaba a los lobos. De nuevo, era sólo su comida"
En teoría, Gianna ya debía de estar acostumbrada a las rarezas propias del carácter del Zarkozi, pero en la práctica la cosa era distinta. Ambos eran observadores a su modo, los dos se analizaban entre misiones cualquiera o mientras bebían cualquier licor al calor de un hogar como sucedía ahora. Él bebía de prisa, tocaba alguna pieza tranquila pero parecía ansioso y se movía extraño confirmándolo. Casi pareció bailar en un momento y a la italiana no se le ocurrió otra cosa distinta a reírse de aquél extraño y repentino comportamiento.
—Jum, supongo que sí. Aunque hubiese preferido librarme de un mal matrimonio de un modo distinto. Pero…— se encogió de hombros, como si eso completara la frase y le hiciera el favor de decir lo que ella no quería. Pero luego de decir eso con seriedad, Roland la hizo reír de nuevo con una frase que cualquiera que lo conociera dudaría —Estaba esperando que el hombre más fiel y caballero que tiene la inquisición me propusiera matrimonio. Y te estabas tardando, así que… Déjame pensarlo— dijo con sarcasmo antes de soltar una leve carcajada y corresponder al abrazo que no le mermó la risa, sobre todo porque la arrastró con una fuerza tal que podía haberlo hecho con un solo brazo y bostezar al mismo tiempo. Pero Gianna seguía sin reparar en cosas obvias, porque tenía la mente en los pecados ajenos, en los suyos propios, en el aroma a licor de Roland tras varias copas consumidas mientras Gianna apenas terminaba la primera.
Se acomodó casi a voluntad de él, riéndose menos hasta que se quedó en silencio, suspiró y prácticamente se sintió cómoda, reduciendo el frío de su cuerpo con el calor propio de los licántropos y entonces frunció el ceño, pero para sí misma, recordando cómo había sido tan estúpida de caer en las manos de Astor Gray, cuando media París sabía que no era hombre de una sola mujer y menos de probar una sola cama.
—Vas a querer matarme…— susurró haciendo referencia a la reacción que tendría al enterarse cómo ella había sobrellevado el duelo. Sin embargo la voz de Roland apagó la suya y, aunque se sintió intranquila, apenas sonrió, creyendo que se trataba de otra broma. —Estás tan bebedor como bromista hoy ¿Qué más te vas a inventar para molestarme? — respondió acomodándose aún sobre su regazo para mirarlo a la cara y encontrar sus ganas de reírse o cualquier cosa típica de esa noche. Sin embargo cuando abrió los ojos, vio con claridad que él no era el mismo y ella de inmediato se lanzó hacia atrás, cayendo sentada y retrocediendo apenas antes de quedar en cuclillas hacia adelante, mirándolo como quien sabe que no hay tiempo de huir sino de atacar —¡No podré huir, idiota. Vete mientras aún eres tú! — le gritó con una velocidad impropia de su comportamiento normal. Jamás le llamaría idiota, pero era su vida la que estaba en juego y aunque fuera inquisidora desde joven no podría igualar la velocidad de un sobrenatural tras de ella y menos a esa mínima distancia que había entre los dos, en medio de una sala de tamaño medio, y que aparte era casi mitad un piano. La situación estaba dispareja e iba más allá del estado de Roland, la cuestión radicaba en que Gianna no sería capaz de matarlo. O mejor dicho, no querría matarlo.
Sin embargo no tendría opciones si él no era capaz de irse. Era ella o él, en eso se resumía todo. Pensando rápido aunque de modo confuso se llevó la mano a una de las botas y sacó una daga de plata. Mala elección, porque al ser precisamente una daga implicaba combate cuerpo a cuerpo, porque dada la distancia tampoco podría lograr un buen tiro con la misma. Se puso de pie, despacio, predispuesta hacia el frente. Esa maldita visita no pensada podría costarle caro a cualquiera de los dos. Absurdos y despistados como si no hicieran parte ya de una guerra.—Maldita sea, por favor largate— murmuró más para sí misma que para él, mientras no dejaba de observarlo y de pensar el cómo salir de eso. ¿Difícil o imposible?
—Jum, supongo que sí. Aunque hubiese preferido librarme de un mal matrimonio de un modo distinto. Pero…— se encogió de hombros, como si eso completara la frase y le hiciera el favor de decir lo que ella no quería. Pero luego de decir eso con seriedad, Roland la hizo reír de nuevo con una frase que cualquiera que lo conociera dudaría —Estaba esperando que el hombre más fiel y caballero que tiene la inquisición me propusiera matrimonio. Y te estabas tardando, así que… Déjame pensarlo— dijo con sarcasmo antes de soltar una leve carcajada y corresponder al abrazo que no le mermó la risa, sobre todo porque la arrastró con una fuerza tal que podía haberlo hecho con un solo brazo y bostezar al mismo tiempo. Pero Gianna seguía sin reparar en cosas obvias, porque tenía la mente en los pecados ajenos, en los suyos propios, en el aroma a licor de Roland tras varias copas consumidas mientras Gianna apenas terminaba la primera.
Se acomodó casi a voluntad de él, riéndose menos hasta que se quedó en silencio, suspiró y prácticamente se sintió cómoda, reduciendo el frío de su cuerpo con el calor propio de los licántropos y entonces frunció el ceño, pero para sí misma, recordando cómo había sido tan estúpida de caer en las manos de Astor Gray, cuando media París sabía que no era hombre de una sola mujer y menos de probar una sola cama.
—Vas a querer matarme…— susurró haciendo referencia a la reacción que tendría al enterarse cómo ella había sobrellevado el duelo. Sin embargo la voz de Roland apagó la suya y, aunque se sintió intranquila, apenas sonrió, creyendo que se trataba de otra broma. —Estás tan bebedor como bromista hoy ¿Qué más te vas a inventar para molestarme? — respondió acomodándose aún sobre su regazo para mirarlo a la cara y encontrar sus ganas de reírse o cualquier cosa típica de esa noche. Sin embargo cuando abrió los ojos, vio con claridad que él no era el mismo y ella de inmediato se lanzó hacia atrás, cayendo sentada y retrocediendo apenas antes de quedar en cuclillas hacia adelante, mirándolo como quien sabe que no hay tiempo de huir sino de atacar —¡No podré huir, idiota. Vete mientras aún eres tú! — le gritó con una velocidad impropia de su comportamiento normal. Jamás le llamaría idiota, pero era su vida la que estaba en juego y aunque fuera inquisidora desde joven no podría igualar la velocidad de un sobrenatural tras de ella y menos a esa mínima distancia que había entre los dos, en medio de una sala de tamaño medio, y que aparte era casi mitad un piano. La situación estaba dispareja e iba más allá del estado de Roland, la cuestión radicaba en que Gianna no sería capaz de matarlo. O mejor dicho, no querría matarlo.
Sin embargo no tendría opciones si él no era capaz de irse. Era ella o él, en eso se resumía todo. Pensando rápido aunque de modo confuso se llevó la mano a una de las botas y sacó una daga de plata. Mala elección, porque al ser precisamente una daga implicaba combate cuerpo a cuerpo, porque dada la distancia tampoco podría lograr un buen tiro con la misma. Se puso de pie, despacio, predispuesta hacia el frente. Esa maldita visita no pensada podría costarle caro a cualquiera de los dos. Absurdos y despistados como si no hicieran parte ya de una guerra.—Maldita sea, por favor largate— murmuró más para sí misma que para él, mientras no dejaba de observarlo y de pensar el cómo salir de eso. ¿Difícil o imposible?
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
Luchaba con desesperación, por un lado se encontraba el razonamiento del animal que deseaba poder alimentarse, y por otro el del humano, eso juntando su moralidad compleja. Cuando se convertía en un hombre lobo, el inquisidor siempre se dejaba ir por completo, nunca luchaba, o tenía la idea de poder frenar aquel cambio, él estaba consciente de su realidad, y también de su naturaleza, y aunque dolía un infierno, dejaba que todo transcurriera conforme su ciclo. Sin embargo en esa ocasión sus músculos se contrarían ¡Ja! ¡Cómo si eso fuera capaz de detener aquello! El muchacho hacía fuerza, y además, echaba hacía atrás sus pasos, intentaba de forma absurda crear una distancia entre ambos. ¿Por qué Gianna no huía? ¿No se daba cuenta de la condición? ¿No se daba cuenta que ponía un esfuerzo desmesurado por no arrancarle la cabeza? El sonido gutural que provenía de su pecho se hizo presente, pero aquello era un sollozo más que una advertencia.
Zarkozi avanzó por la sala de forma amenazante, Sus ojos negruzcos no dejaban de mirar aquella silueta, lejos de levantar el libido aquella noche, el hambre le estimulaba, en otra ocasión, Roland quizás habría caído tentado en probar aquel cuerpo, y aquella boca color cereza, sin embargo no esa noche. Mientras avanzaba, algunos tropiezos se hicieron presentes. Se agarró del sillón, y después del marco de la pared. Eso último lo hizo gritar, los marcos de las entradas a cualquier habitación estaban bañados en plata, él lo había mandado a hacer por si llegaba a ocurrir una situación como esa, aunque se tuvo demasiada fe, en un momento creyó que un error tan clave como ese, llegara a ocurrir. No podría salir de la casa, pero al menos tomaría más distancia, que eso era una de las cosas más importantes, claro, para ir comenzando.
— Por favor, vete — Pudo hilar una frase, una muy suave pero que bien podrían escuchar ambos. Faltaban pocos segundos para que la transformación iniciara realmente.
¡Y ahí estaba! La luna llena se encontraba en su punto clave, las nubes se esfumaron dejando que el manto grisáceo cubriera todo a su alrededor. Se escuchó los huesos comenzando a romperse para poder expandirse y así tomar la forma que correspondía. El pelaje salió, y la rompa se rasgó antes de caer al suelo. Su figura ya no era la de un hombre, sino la de un hombre lobo hambriento. Sus sentidos se aumentaron, y la poca razón de Roland se empeñaba en no irse, por eso mismo apresuró el paso y chocó contra la puerta trasera, mientras racionalizaba humanamente, buscó poder alejarse lo más posible, sin embargo el olor se había quedado grabado en su nariz, incluso en su boca, en aquellas papilas gustativas que chorreaban grotescamente saliva.
A una distancia prudente, el licántropo tomó posesión completa, los ojos rasgados del animal voltearon hacía el cielo, y cuando se topó con la imagen de la luna simplemente aulló.
Zarkozi avanzó por la sala de forma amenazante, Sus ojos negruzcos no dejaban de mirar aquella silueta, lejos de levantar el libido aquella noche, el hambre le estimulaba, en otra ocasión, Roland quizás habría caído tentado en probar aquel cuerpo, y aquella boca color cereza, sin embargo no esa noche. Mientras avanzaba, algunos tropiezos se hicieron presentes. Se agarró del sillón, y después del marco de la pared. Eso último lo hizo gritar, los marcos de las entradas a cualquier habitación estaban bañados en plata, él lo había mandado a hacer por si llegaba a ocurrir una situación como esa, aunque se tuvo demasiada fe, en un momento creyó que un error tan clave como ese, llegara a ocurrir. No podría salir de la casa, pero al menos tomaría más distancia, que eso era una de las cosas más importantes, claro, para ir comenzando.
— Por favor, vete — Pudo hilar una frase, una muy suave pero que bien podrían escuchar ambos. Faltaban pocos segundos para que la transformación iniciara realmente.
¡Y ahí estaba! La luna llena se encontraba en su punto clave, las nubes se esfumaron dejando que el manto grisáceo cubriera todo a su alrededor. Se escuchó los huesos comenzando a romperse para poder expandirse y así tomar la forma que correspondía. El pelaje salió, y la rompa se rasgó antes de caer al suelo. Su figura ya no era la de un hombre, sino la de un hombre lobo hambriento. Sus sentidos se aumentaron, y la poca razón de Roland se empeñaba en no irse, por eso mismo apresuró el paso y chocó contra la puerta trasera, mientras racionalizaba humanamente, buscó poder alejarse lo más posible, sin embargo el olor se había quedado grabado en su nariz, incluso en su boca, en aquellas papilas gustativas que chorreaban grotescamente saliva.
A una distancia prudente, el licántropo tomó posesión completa, los ojos rasgados del animal voltearon hacía el cielo, y cuando se topó con la imagen de la luna simplemente aulló.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
"...Y libranos de todo mal. Amén"
Gianna había compartido tiempo con condenados de día y de noche, pero jamás los había visto como enemigos. La razón sencillamente se limitaba a que su propia familia contaba con licántropos y vampiros que servían a la inquisición con absoluta convicción y entrega, y que además habían sido convertidos de formas poco deseadas. Además de eso, los licántropos solían tomar precauciones para las noches de luna llena, y dadas las circunstancias ninguno de estos seres cercanos a ella había representado ningún peligro para la italiana. No obstante su error de esa noche había recaído en la confianza que sentía por Roland Zarkozi y el control que este mostrara siempre ¿Por qué entonces la invitaría justo en una noche de luna llena? Era probable que el asunto de la muerte de su padre le hubiese robado el control de todo por unos días, mientras celebraba el haberse librado de él, o mientras lamentaba que no hubiese muerto por su mano.
Pero la italiana también tenía sus cuotas de culpa y también de perdón dadas sus circunstancias. Pero ya nada de eso importaba, porque ahora estaba en un espacio realmente reducido como para huir de un licántropo que iría tras de ella en cuanto terminara la transformación.
Escuchó el crujir de los huesos que parecían quebrarse y vio claramente el cambio de la forma del cuerpo tras las ropas de Roland. Apenas retrocedió pocos pasos, para no llamar del todo su atención y provocar la furia de la bestia que llevaba dentro. Por su parte, él parecía intentar mantener la consciencia a toda costa, luchaba por hacer más lenta la transformación evidente e incluso hacía obvio que había tomado medidas en su propia casa con los marcos de plata.
Una súplica dolorosa escapó de sus labios y se abrió paso hasta la puerta trasera entre tumbos mezcla de su intento de autocontrol y el efecto de la luna llena. Y fue ahí cuando Gianna supo que debía salir de inmediato. La única opción era correr, en sentido contrario al que él había tomado. No importaba si salía por una puerta o una ventana, pero debía cerrar las puertas que cruzara tras de sí para intentar que el rastro de su olor le diera el camino. La italiana corrió, avanzó lo que sus piernas le permitieron y salió de la morada del Zarkozi sin detenerse. Jamás había corrido tan rápido y los nervios jamás le habían recorrido la piel como ahora. Debía huir, no podría pensar en matar al que fuera de sus pocos amigos y mucho menos sabiendo que él no era consciente. Pero llevaba poco cuando escuchó el aullido largo y casi lastimero del lobo. No estaba demasiado lejos y, si él le seguía el rastro, no tendría otra opción distinta a atacar.
La vida le pasó por los ojos. Su ex prometido, los que para esa noche eran licantropos y en los que había confiado: Roland y su forma de beber y anunciar que algo raro pasaba, y Gray, haciendo creer que tenía todo bajo control y que nada lo dominaba. Sus familiares condenados también fueron recordados en cada zancada mientras sentía que el corazón se le salía... aunque ninguno de ellos se habría sentido de manos cruzadas, porque ninguno había sido atacado por alguien cercano, porque ninguno de ellos, jamás, pensó en lo difícil que sería matar al que se considerara amigo.
Pero la italiana también tenía sus cuotas de culpa y también de perdón dadas sus circunstancias. Pero ya nada de eso importaba, porque ahora estaba en un espacio realmente reducido como para huir de un licántropo que iría tras de ella en cuanto terminara la transformación.
Escuchó el crujir de los huesos que parecían quebrarse y vio claramente el cambio de la forma del cuerpo tras las ropas de Roland. Apenas retrocedió pocos pasos, para no llamar del todo su atención y provocar la furia de la bestia que llevaba dentro. Por su parte, él parecía intentar mantener la consciencia a toda costa, luchaba por hacer más lenta la transformación evidente e incluso hacía obvio que había tomado medidas en su propia casa con los marcos de plata.
Una súplica dolorosa escapó de sus labios y se abrió paso hasta la puerta trasera entre tumbos mezcla de su intento de autocontrol y el efecto de la luna llena. Y fue ahí cuando Gianna supo que debía salir de inmediato. La única opción era correr, en sentido contrario al que él había tomado. No importaba si salía por una puerta o una ventana, pero debía cerrar las puertas que cruzara tras de sí para intentar que el rastro de su olor le diera el camino. La italiana corrió, avanzó lo que sus piernas le permitieron y salió de la morada del Zarkozi sin detenerse. Jamás había corrido tan rápido y los nervios jamás le habían recorrido la piel como ahora. Debía huir, no podría pensar en matar al que fuera de sus pocos amigos y mucho menos sabiendo que él no era consciente. Pero llevaba poco cuando escuchó el aullido largo y casi lastimero del lobo. No estaba demasiado lejos y, si él le seguía el rastro, no tendría otra opción distinta a atacar.
La vida le pasó por los ojos. Su ex prometido, los que para esa noche eran licantropos y en los que había confiado: Roland y su forma de beber y anunciar que algo raro pasaba, y Gray, haciendo creer que tenía todo bajo control y que nada lo dominaba. Sus familiares condenados también fueron recordados en cada zancada mientras sentía que el corazón se le salía... aunque ninguno de ellos se habría sentido de manos cruzadas, porque ninguno había sido atacado por alguien cercano, porque ninguno de ellos, jamás, pensó en lo difícil que sería matar al que se considerara amigo.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
Roland Zarkozi llevaba pocas lunas con su nuevo estado natural. En noches de luna llena solía dejarse llevar por la transformación para no sufrir más de la cuenta. Todo lo tenía planeado, incluso el guiarse de forma animal a trampas para despertar en determinado lugar. Era cierto, se trataba de un muchacho meticuloso, pero gracias a eso nunca tuvo un margen de error. ¿Qué le había pasado? No lo comprendía. Cuando el mutaba, parecía que dormía dentro de un cuarto apretado, oscuro, y cálido. Muy a lo lejos escuchaba la respiración, el gruñir, y el hambre de su peludo acompañante de vida, quizás la desesperación ayudó, pero él podía distinguir su racionamiento, y por eso gritaba en el fondo de aquel animal para intentar frenarlo; todo era inútil. Al poco tiempo se rindió, y se dio cuenta que por más lucha los rastros de humanidad se perdían, y ya no era raciocinio, sino instinto puro.
El termino del aullido resultaba el inicio de un ritual en luna llena. La cazaría comenzaba, y el animal salivaba con brutalidad, el liquido cristalino se desbordaba de sus fauces, lentamente su pelaje se empapaba. Estiró sus patas delanteras primero, parecía que las estaba probando, cómo cuando un modista confecciona un pantalón y pide al cliente la prueba para el uso adecuado, después estiró las traseras y al mismo tiempo la espalda. Sus huesos crujieron mostrando aceptación, lo siguiente hacía la situación más difícil: tenía hambre. Mucha hambre. El estomago gruñó, exigió y lo guió de nueva cuenta al rastro. El hombre lobo se apresuró a seguir el mismo, al notar que comenzaba el olor a desvanecerse, emprendió el camino. La rapidez de la criatura era evidente, pero un cuerpo humano bien trabajado ayudaba también a potencialidad su habilidad animal. Seguir aquel delicioso bocadillo le fue sencillo. mientras avanzaba aullaba, y aquello en señal de un pronto triunfo. ¡Roland estaba a punto de cenar!
Sin embargo cerca de ella se detuvo, sus orejas se levantaron escuchando con atención los pasos ajenos. Si corría como hace un momento el escándalo lo delataría. Un buen momento era ese para acechar.
Los humanos por más resistencia no pueden superar la condición física de un animal. Verla agitada lograba que el cachorro disfrutara del aroma de su sangre hervir. Sin duda un incentivo para sus papilas gustativas.
Movió la cabeza detrás de un arbusto para apreciar la figura de la mujer. La notaba pendiente de sus alrededores. En la mente del depredador maquino un breve plan. Todo a base de impulsos.
Sin pensarlo demasiado, el hombre lobo se impulsó de sus patas traseras y salió de entre los arbustos, la chica le daba la espalda, aunque le dio tiempo de reaccionar y darle (con quien sabe que cosa), en el costado a la criatura, misma que aulló, sin embargo un movimiento de cabeza fue suficiente para que mordiera su costado derecho, justo en la parte de la curvatura de su silueta. La mordida no fue tan profunda debido al golpe que el animal recibió, y al rápido movimiento que hizo. Ambos cayeron al suelo, sin embargo la sangre chorreó garganta para adentro del hombre lobo, lo cual lo estimuló y le hizo poderse poner de pie observando a su alimento. No iba a atacar sin sentirse seguro, no cuando la herida le punzaba a un costado.
El termino del aullido resultaba el inicio de un ritual en luna llena. La cazaría comenzaba, y el animal salivaba con brutalidad, el liquido cristalino se desbordaba de sus fauces, lentamente su pelaje se empapaba. Estiró sus patas delanteras primero, parecía que las estaba probando, cómo cuando un modista confecciona un pantalón y pide al cliente la prueba para el uso adecuado, después estiró las traseras y al mismo tiempo la espalda. Sus huesos crujieron mostrando aceptación, lo siguiente hacía la situación más difícil: tenía hambre. Mucha hambre. El estomago gruñó, exigió y lo guió de nueva cuenta al rastro. El hombre lobo se apresuró a seguir el mismo, al notar que comenzaba el olor a desvanecerse, emprendió el camino. La rapidez de la criatura era evidente, pero un cuerpo humano bien trabajado ayudaba también a potencialidad su habilidad animal. Seguir aquel delicioso bocadillo le fue sencillo. mientras avanzaba aullaba, y aquello en señal de un pronto triunfo. ¡Roland estaba a punto de cenar!
Sin embargo cerca de ella se detuvo, sus orejas se levantaron escuchando con atención los pasos ajenos. Si corría como hace un momento el escándalo lo delataría. Un buen momento era ese para acechar.
Los humanos por más resistencia no pueden superar la condición física de un animal. Verla agitada lograba que el cachorro disfrutara del aroma de su sangre hervir. Sin duda un incentivo para sus papilas gustativas.
Movió la cabeza detrás de un arbusto para apreciar la figura de la mujer. La notaba pendiente de sus alrededores. En la mente del depredador maquino un breve plan. Todo a base de impulsos.
Sin pensarlo demasiado, el hombre lobo se impulsó de sus patas traseras y salió de entre los arbustos, la chica le daba la espalda, aunque le dio tiempo de reaccionar y darle (con quien sabe que cosa), en el costado a la criatura, misma que aulló, sin embargo un movimiento de cabeza fue suficiente para que mordiera su costado derecho, justo en la parte de la curvatura de su silueta. La mordida no fue tan profunda debido al golpe que el animal recibió, y al rápido movimiento que hizo. Ambos cayeron al suelo, sin embargo la sangre chorreó garganta para adentro del hombre lobo, lo cual lo estimuló y le hizo poderse poner de pie observando a su alimento. No iba a atacar sin sentirse seguro, no cuando la herida le punzaba a un costado.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
Hubiera querido matarte en la primera decepción. El problema es que estabas ciego.
Los aullidos se acercaban como burlas para la presa. Amenazaba con ir por el camino correcto y con el hambre e ira suficientes para devorar a cualquiera en unos dos o tres bocados. Era una bestia la que se acercaba a Gianna, no Roland, no el inquisidor que conociera. El hombre se había ido y ella corría de lo que la vida le había deparado para las lunas llenas al Zarkozi.
En otras ocasiones la italiana actuaba con calma, observando al licántropo que fuera y analizando cada movimiento para que el impacto de la plata, en dagas o balas, fuera más rápido que la bestia y le impidiera siquiera tocarla. Por supuesto que cada licántropo la superaba en fuerza y velocidad, pero su práctica con temas de tiros era excepcional y aunque hubiese encontrado dificultades en muchas luchas había salido bien librada.
Sus pasos la llevaron lejos de los caminos de piedra y fueron hacia una posible tumba de arbustos y naturaleza. El motivo era ocultarse, aprovechar un poco la mezcla de aromas de todo lo que contenía la escena y evitar el suyo propio. En su egoísmo esperó que cualquiera se cruzara en el camino del licántropo e hiciera las veces de tentempié, pero eso no parecía suceder. Gianna se detuvo tras un árbol, su carrera cesó, pero no su respiración agitada por el largo camino recorrido sin tiempo a detenerse a nada, hasta ahora. Escuchó atenta, prestando atención a todo lo posible, sobre todo porque los pasos de una bestia tan pesada no pasarían desapercibidos en pleno efecto del otoño, con las hojas secas caídas por doquier avisando cualquier acercamiento. Tenía la mano empuñando el mango de la daga de plata, con fuerza, pero atenta y libre para lanzarla cuando fuera necesario.
Y ahí estaba, los arbustos sonaron con la fuerza que produce el impulso y Gianna giró de inmediato, por el mero acto reflejo propio de quien se dedica a cazar a otros. El brazo en el que sostenía la daga se levantó y mientras ella giraba para moverse sintió que había recorrido con el filo alguna parte de la criatura. Sin embargo no era suficiente, la cabeza del licántropo giró con rapidez y sus fauces se encontraron con uno de los costados del cuerpo de Gianna. Ella gritó, pero se impulsó hacia atrás al sentir que la mandíbula aún no se cerraba del todo sobre su carne. Un centímetro más y los dientes podrían matarla, perforar órganos vitales (Si es que ya no lo había hecho) aunque sin sentido, porque de seguro primero sería devorada.
Cayó al suelo y giró con un dolor que parecía quemar sobre la piel. Quien fuera Roland en su piel de bestia también había caído, pero ambos se levantaron y la herida de la italiana era más de consideración que la de él. Los licántropos sanaban rápido, aunque tardaban algo más con heridas de plata, pero ya eso no lo pensaba Gianna, como tampoco quería recordar que aquél era Roland y que podía matarla. Sintió un dolor profundo, pero si no lo ignoraba en ese momento, sería peor cuando la estuvieran devorando. Lanzó la daga entonces hacia una de los muslos del licántropo y sin esperas sacó un revolver pequeño, aprovechando el momento de desviar la atención de él y buscando cualquier ventaja —Lo siento, Roland— dijo con la voz delatando un dolor profundo y entonces disparó.
Sin embargo la bala iba para una de las patas del licántropo, porque a pesar que deseaba matarlo no podría llevar la muerte de su amigo a cuestas. Él no tenía consciencia en ese momento, pero ella sí, y por lo mismo apenas intentaba inmovilizarlo mientras ella volvía a emprender la huida, al mismo tiempo que perdía sangre y le marcaba un nuevo camino con ella.
En otras ocasiones la italiana actuaba con calma, observando al licántropo que fuera y analizando cada movimiento para que el impacto de la plata, en dagas o balas, fuera más rápido que la bestia y le impidiera siquiera tocarla. Por supuesto que cada licántropo la superaba en fuerza y velocidad, pero su práctica con temas de tiros era excepcional y aunque hubiese encontrado dificultades en muchas luchas había salido bien librada.
Sus pasos la llevaron lejos de los caminos de piedra y fueron hacia una posible tumba de arbustos y naturaleza. El motivo era ocultarse, aprovechar un poco la mezcla de aromas de todo lo que contenía la escena y evitar el suyo propio. En su egoísmo esperó que cualquiera se cruzara en el camino del licántropo e hiciera las veces de tentempié, pero eso no parecía suceder. Gianna se detuvo tras un árbol, su carrera cesó, pero no su respiración agitada por el largo camino recorrido sin tiempo a detenerse a nada, hasta ahora. Escuchó atenta, prestando atención a todo lo posible, sobre todo porque los pasos de una bestia tan pesada no pasarían desapercibidos en pleno efecto del otoño, con las hojas secas caídas por doquier avisando cualquier acercamiento. Tenía la mano empuñando el mango de la daga de plata, con fuerza, pero atenta y libre para lanzarla cuando fuera necesario.
Y ahí estaba, los arbustos sonaron con la fuerza que produce el impulso y Gianna giró de inmediato, por el mero acto reflejo propio de quien se dedica a cazar a otros. El brazo en el que sostenía la daga se levantó y mientras ella giraba para moverse sintió que había recorrido con el filo alguna parte de la criatura. Sin embargo no era suficiente, la cabeza del licántropo giró con rapidez y sus fauces se encontraron con uno de los costados del cuerpo de Gianna. Ella gritó, pero se impulsó hacia atrás al sentir que la mandíbula aún no se cerraba del todo sobre su carne. Un centímetro más y los dientes podrían matarla, perforar órganos vitales (Si es que ya no lo había hecho) aunque sin sentido, porque de seguro primero sería devorada.
Cayó al suelo y giró con un dolor que parecía quemar sobre la piel. Quien fuera Roland en su piel de bestia también había caído, pero ambos se levantaron y la herida de la italiana era más de consideración que la de él. Los licántropos sanaban rápido, aunque tardaban algo más con heridas de plata, pero ya eso no lo pensaba Gianna, como tampoco quería recordar que aquél era Roland y que podía matarla. Sintió un dolor profundo, pero si no lo ignoraba en ese momento, sería peor cuando la estuvieran devorando. Lanzó la daga entonces hacia una de los muslos del licántropo y sin esperas sacó un revolver pequeño, aprovechando el momento de desviar la atención de él y buscando cualquier ventaja —Lo siento, Roland— dijo con la voz delatando un dolor profundo y entonces disparó.
Sin embargo la bala iba para una de las patas del licántropo, porque a pesar que deseaba matarlo no podría llevar la muerte de su amigo a cuestas. Él no tenía consciencia en ese momento, pero ella sí, y por lo mismo apenas intentaba inmovilizarlo mientras ella volvía a emprender la huida, al mismo tiempo que perdía sangre y le marcaba un nuevo camino con ella.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
Inevitablemente el licántropo aulló, y no era un cántico, mucho menos un ritual de transformación, incluso en ese estado los quejidos mostraban el dolor que estaba carcomiendo su piel. Los animales también sentía, y se tornaba el doble cuando el humano se escondía cual ovillo entre las paredes de la piel de un salvaje bajo la luna llena. Podía percibir el olor de su sangre fresca, también asquearse por el hedor a quemado que la plata producía su piel. Su alimento no era una presa fácil, y aunque en su interior lo supo, su deseo de probar esa piel le fue más grande. Era un ser medianamente racional en ese momento, y el hambre detrás de una transformación se vuelve feroz. Ni siquiera un mendigo con algunos días sin ingerir alimento lo puede describir, porque es algo tan puramente necesario como el aire que necesitaba los pulmones para respirar.
Preparado estaba el animal para volver a tacar, con todo y que la herida seguía escociendo. La adrenalina del momento recorría el cuerpo del mitad humano, sin embargo antes de volver a atacar cayó de bruces al suelo, su vista se nubló, aunque seguía consciente. ¡La plata lo estaba matando! De eso no había duda, pero en realidad simplemente deformaba las zonas incrustadas. Cómo pudo empezó a retorcerse sobre la tierra, incluso el cuerpo giraba sin levantarse, era cómo querer arrancarse sus patas intentando que saliera la plata. Aunque su naturaleza le ayudaba a sanarse con más rapidez, lo cierto es que el material con que le habían atacado resultaba lento, doloroso y a veces mortal. Por eso su cuerpo se retorcía. Al final el pobre semi humano se quedó quieto, y disfrutó del sereno que caía aquella noche medianamente fría en París. Las bajas temperaturas aliviaban dolores así. Cerró los ojos y se dejó ir, gozó de la situación, del momento, y de su debilidad. La parte humana que comenzaba a recobrar la razón agradecía la interrupción de la bestia.
¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuántos minutos transcurrieron en aquel estado de debilidad y dolor? No lo recuerda, pero fueron demasiados, tantos que la temperatura descendía más y más.
El cuerpo humano tembló por aquella noche que parecía volverse nevada. Movió la boca al soltar un bostezo tremendo a causa de la pereza por el regreso al estado de la “normalidad” Su boca sabía a plata. Abrió los ojos con fuerza; algo estaba muy mal.
Lo primero que hizo Roland fue ponerse de pie con agilidad. Su cuerpo desnudo era lo que menos le importaba. Lo último que recuerda es a una Gianna corriendo. En su pecho sintió una gran opresión; nada estaba bien.
— ¡Gianna! — Gritó, y su voz era del mismo tono que el animal empleó al quejarse por la plata, sin embargo la cosa era diferente, aquel puñal se encontraba en su corazón. ¿Y sí la había matado? Peor aún, ¿y sí se la había comido? El humano sintió desesperación, una que no recordaba desde su escape de casa al recordar a Abigail tendida, igual que cuando la ayudó a escapar casi creyendo que fracasarían. Él no importaba, nunca importaba en realidad. — ¡Gianna, Gianna! — Gritó con fuerza y desesperación hacía sin duda alarde a su condición. ¡Él era un hombre racional! ¡Maldita sea que lo era! Cómo pudo tranquilizó su respiración y al final todo su ser.
Se ayudó de su respiración, misma que con el sentido del olfato fresco del animal que aún le pertenecía, pudo encontrar el rastro, el camino, y a ella. La imagen lo perturbó, aquello había sido peor que la muerte.
Gianna Castiglione había sido mordida, él la había convertido en un licántropo. Roland Zarkozi se dio cuenta que estaba maldito, y no por aquella condición que le convertía cada luna llena, sino por arrastrar a la inhumanidad a quien amaba como su familia.
Preparado estaba el animal para volver a tacar, con todo y que la herida seguía escociendo. La adrenalina del momento recorría el cuerpo del mitad humano, sin embargo antes de volver a atacar cayó de bruces al suelo, su vista se nubló, aunque seguía consciente. ¡La plata lo estaba matando! De eso no había duda, pero en realidad simplemente deformaba las zonas incrustadas. Cómo pudo empezó a retorcerse sobre la tierra, incluso el cuerpo giraba sin levantarse, era cómo querer arrancarse sus patas intentando que saliera la plata. Aunque su naturaleza le ayudaba a sanarse con más rapidez, lo cierto es que el material con que le habían atacado resultaba lento, doloroso y a veces mortal. Por eso su cuerpo se retorcía. Al final el pobre semi humano se quedó quieto, y disfrutó del sereno que caía aquella noche medianamente fría en París. Las bajas temperaturas aliviaban dolores así. Cerró los ojos y se dejó ir, gozó de la situación, del momento, y de su debilidad. La parte humana que comenzaba a recobrar la razón agradecía la interrupción de la bestia.
¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuántos minutos transcurrieron en aquel estado de debilidad y dolor? No lo recuerda, pero fueron demasiados, tantos que la temperatura descendía más y más.
El cuerpo humano tembló por aquella noche que parecía volverse nevada. Movió la boca al soltar un bostezo tremendo a causa de la pereza por el regreso al estado de la “normalidad” Su boca sabía a plata. Abrió los ojos con fuerza; algo estaba muy mal.
Lo primero que hizo Roland fue ponerse de pie con agilidad. Su cuerpo desnudo era lo que menos le importaba. Lo último que recuerda es a una Gianna corriendo. En su pecho sintió una gran opresión; nada estaba bien.
— ¡Gianna! — Gritó, y su voz era del mismo tono que el animal empleó al quejarse por la plata, sin embargo la cosa era diferente, aquel puñal se encontraba en su corazón. ¿Y sí la había matado? Peor aún, ¿y sí se la había comido? El humano sintió desesperación, una que no recordaba desde su escape de casa al recordar a Abigail tendida, igual que cuando la ayudó a escapar casi creyendo que fracasarían. Él no importaba, nunca importaba en realidad. — ¡Gianna, Gianna! — Gritó con fuerza y desesperación hacía sin duda alarde a su condición. ¡Él era un hombre racional! ¡Maldita sea que lo era! Cómo pudo tranquilizó su respiración y al final todo su ser.
Se ayudó de su respiración, misma que con el sentido del olfato fresco del animal que aún le pertenecía, pudo encontrar el rastro, el camino, y a ella. La imagen lo perturbó, aquello había sido peor que la muerte.
Gianna Castiglione había sido mordida, él la había convertido en un licántropo. Roland Zarkozi se dio cuenta que estaba maldito, y no por aquella condición que le convertía cada luna llena, sino por arrastrar a la inhumanidad a quien amaba como su familia.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
No tenía nada que perder, porque ya lo había perdido todo
El clamor de un licántropo herido es algo capaz de helarle la sangre a cualquiera, de erizar la piel del terror que en sí mismo produce su grito retumbando en los oídos y en los nervios completos. Es imposible no desear estar en cualquier otro lugar, lejos de la bestia, de su amenaza de muerte que no conoce medias tintas ni misericordias. Y para ese momento Gianna no era diferente, sobre todo porque en todas sus misiones jamás había sido mordida por un licántropo. Incluso, ni siquiera las garras de ninguno la habían alcanzado nunca. Y todo eso era una completa decepción para ella, porque sabía que estaba ahí y en ese estado, por ser incapaz de sobreponer su vida por encima de la de Roland.
Después del disparo se limitó a avanzar, a caminar lo más rápido que le fue posible entre la maleza, intentando acallar cualquier gemido producto del dolor que se generaba en cada paso, pese a que tenía claro que le estaba dejando un camino de sangre que detectaría su desarrollado olfato. Pero no había opción distinta a intentar escapar, mientras intentaba sin resultado contener la sangre que le manaba del costado con la presión de sus manos ¿Cuánto tiempo más sería necesario huir? La italiana desconocía la hora y aunque faltara una sola, la sentiría como si se tratase de mil.
En algún momento sintió que las fuerzas le flaqueaban y dada la pérdida de sangre, cayó. Con cierta dificultad se movió y se sentó recostando la espalda en lo bajo de un árbol y buscó entre sus bolsillos cualquier cosa que le pudiera servir para aliviar el escozor de su piel y la angustia que se apoderaba de ella en ese momento. Pronto, sus manos hallaron un licor cualquiera que ella cargara en una petaca a modo de flamante. Sin embargo en vez de verter el alcohol sobre su piel, bebió en un trago largo más de la mitad de su contenido. En el fondo sentía que todo terminaría esa noche y buscaba que la pérdida de sangre mezclada con su poca habilidad para beber, se combinaran del modo adecuado para impedirle sentir nada más. Tomó también uno de las dagas que cargara y cortó las ropas que quedaban allí donde las fauces del licántropo se habían cerrado. Hubiera deseado derretir plata y verterla toda sobre la herida, pero si intentaba generar fuego para calentar cualquier hoja de plata, terminaría alertando aún más no sólo a Roland sino a cualquier predador que por allí merodeara en cuanto la pusiera sobre su carne y esta se tostara. Por lo mismo, no tuvo alternativa distinta que verter sobre la herida abierta el resto del alcohol. Y ardió, tanto que las marcas de los dientes de Gianna quedaron marcados bajo el labio inferior en su intento por acallar cualquier grito. Ardía como el infierno, las heridas no habían simples aguijones sobre la carne, habían sido dientes de licántropo, lo suficientemente grandes y fuertes como para que Roland se hubiera llevado en ellos la carne y sangre de la inquisidora. Allí donde hubo mordido la bestia, quedó en evidencia músculo e incluso una costilla. Y ella en algún punto ya no aguantó más, estaba empapada en sangre, sudor, alcohol e incluso hasta el desespero. En cuanto las primeras luces del amanecer aparecieron, ella cerró los ojos y por fin dejó de sentir, de escuchar, de todo, o eso creyó, hasta que a lo lejos le pareció escuchar la voz de Roland, aunque sonaba lejana, como esas charlas que se tienen justo antes de caer profundo y que uno jamás recuerda cuando despierta.
—Estás vivo, maldito idiota— susurró, casi arrastrando las palabras y sin abrir mucho la boca. Aquello estaba lejos de ser un reproche, porque Gianna jamás había intentado matarlo. Cada movimiento e incluso los disparos fueron hechos con el fin de detenerlo, de alejarlo. Antes de perder la consciencia, la italiana supo que al menos una sola cosa le había salido bien en ese último mes. Lo demás apestaba y seguramente por lo mismo es que realmente le importaba poco si aquella noche moría.
Después del disparo se limitó a avanzar, a caminar lo más rápido que le fue posible entre la maleza, intentando acallar cualquier gemido producto del dolor que se generaba en cada paso, pese a que tenía claro que le estaba dejando un camino de sangre que detectaría su desarrollado olfato. Pero no había opción distinta a intentar escapar, mientras intentaba sin resultado contener la sangre que le manaba del costado con la presión de sus manos ¿Cuánto tiempo más sería necesario huir? La italiana desconocía la hora y aunque faltara una sola, la sentiría como si se tratase de mil.
En algún momento sintió que las fuerzas le flaqueaban y dada la pérdida de sangre, cayó. Con cierta dificultad se movió y se sentó recostando la espalda en lo bajo de un árbol y buscó entre sus bolsillos cualquier cosa que le pudiera servir para aliviar el escozor de su piel y la angustia que se apoderaba de ella en ese momento. Pronto, sus manos hallaron un licor cualquiera que ella cargara en una petaca a modo de flamante. Sin embargo en vez de verter el alcohol sobre su piel, bebió en un trago largo más de la mitad de su contenido. En el fondo sentía que todo terminaría esa noche y buscaba que la pérdida de sangre mezclada con su poca habilidad para beber, se combinaran del modo adecuado para impedirle sentir nada más. Tomó también uno de las dagas que cargara y cortó las ropas que quedaban allí donde las fauces del licántropo se habían cerrado. Hubiera deseado derretir plata y verterla toda sobre la herida, pero si intentaba generar fuego para calentar cualquier hoja de plata, terminaría alertando aún más no sólo a Roland sino a cualquier predador que por allí merodeara en cuanto la pusiera sobre su carne y esta se tostara. Por lo mismo, no tuvo alternativa distinta que verter sobre la herida abierta el resto del alcohol. Y ardió, tanto que las marcas de los dientes de Gianna quedaron marcados bajo el labio inferior en su intento por acallar cualquier grito. Ardía como el infierno, las heridas no habían simples aguijones sobre la carne, habían sido dientes de licántropo, lo suficientemente grandes y fuertes como para que Roland se hubiera llevado en ellos la carne y sangre de la inquisidora. Allí donde hubo mordido la bestia, quedó en evidencia músculo e incluso una costilla. Y ella en algún punto ya no aguantó más, estaba empapada en sangre, sudor, alcohol e incluso hasta el desespero. En cuanto las primeras luces del amanecer aparecieron, ella cerró los ojos y por fin dejó de sentir, de escuchar, de todo, o eso creyó, hasta que a lo lejos le pareció escuchar la voz de Roland, aunque sonaba lejana, como esas charlas que se tienen justo antes de caer profundo y que uno jamás recuerda cuando despierta.
—Estás vivo, maldito idiota— susurró, casi arrastrando las palabras y sin abrir mucho la boca. Aquello estaba lejos de ser un reproche, porque Gianna jamás había intentado matarlo. Cada movimiento e incluso los disparos fueron hechos con el fin de detenerlo, de alejarlo. Antes de perder la consciencia, la italiana supo que al menos una sola cosa le había salido bien en ese último mes. Lo demás apestaba y seguramente por lo mismo es que realmente le importaba poco si aquella noche moría.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
¿Para que mentir? Cuando Roland tenía situaciones cómo esas, era cuando mejor actuaba. Bastaba con recordar la noche en que fue transformado. La manera en que cuidó y salvó a su hermana fue excepcional.
No iba a hacer esa situación la excepción, y es que Gianna era importante para él, alguien a quien quería, y no desearía verla perdida en el hundimiento; no al menos por su culpa.
El hijo de Gregory Zarkozi estuvo a punto de perder la razón por la angustia que aquello le generaba. Una cosa era salvarle la vida a alguien, y otra era maldecírsela por completo, y fue por eso que se congeló por un momento, sin embargo su coraje y determinación le hizo actuar. Observó la herida de la joven, y le reprochó internamente por haber descubierto más la zona afectada. Tomó los otros extremos de la ropa ajena y la rompió creando largas tiras de tela, mismas que enredó en toda aquella zona. No es que fuera a detener el torrente de sangre que salía, pero al menos disminuiría la cantidad. Se sentía desesperado, pero no por eso iba a bajar su rendimiento. Ella no iba a morir, y mucho menos por su culpa. Al verla inconsciente se armó de valor, la cargó con brusquedad, pero la levantó entre sus brazos. Ella era más ligera que una pluma, o al menos eso era lo que él sentía. Avanzó desnudo por aquel bosque; ya se lo sabía de memoria. ¿Y cómo no? Desde que era tan sólo un crío se lo aprendió por mandato de su progenitor. Fue así que llegó a zonas pobladas, y tuvo que buscar rutas solitarias y oscuras para no escandalizar a nadie más.
Por primera vez se sintió agradecido por el entrenamiento que le había dado su padre durante tanto tiempo, Sólo por esa vez ¿O le habría agradecido siempre? No supo contestar. También por primera vez se sintió agradecido con su hermano mayor, quien le enseñó rutas estratégicas para poder pasar desapercibido. ¿Quién lo diría? Agradecerle a quienes más había odiado. Roland no se detuvo sólo por creer que les hacía caso, más bien siguió el paso. Su única meta era poner a su amiga a salvo. En si interior se repetía que lo haría, de eso no había duda.
Poco tiempo fue el que transcurrió para que el encontrará el atajo que necesitaba. Y un silbido especial hizo que abrieran aquellas grandes y camuflajeadas puertas para él.
Roland había llegado al último lugar que había decidido visitar en mucho tiempo: la casa de su padre. Y es que era una zona estratégica para la inquisición, aún existían muchos soldados ahí, gente que trabajaba ahora para él, que ayudaban a la causa, porque desde que su padre se había muerto, toda la estructura había cambiado de sentido. Ahora se generaba un bien con todo ese conocimiento y riquezas, no era para beneficio de Gregory, como en tiempos pasados, quizás por eso la gente le estaba agradecida, y lo querían.
Al verlos de esa forma las trompetas de alarma se hicieron escuchar. Varias personas comenzar a avanzar para encontrarse con él, incluso algunas otras le superaron el paso. Cuando entró a una de las cabañas, todo se encontraba listo. Médicos, especialistas en el tema, inquisidores que anotarían la evolución o el empeoramiento de la chica. Cuando pudo Roland la acomodó en una de las camillas. Sin poder evitarlo besó la frente de su amiga antes de dejar que los demás se encargaran de ella. Confiaba en ellos, sabía que darían su mayor esfuerzo. Por su parte dos enfermeras lo llevaron a la camilla continua, sólo para cerciorarse que se encontrara bien. Le entregaron ropa, y pronto se vistió.
Lo único que le quedaba a Roland Zarkozi esa noche, era esperar.
No iba a hacer esa situación la excepción, y es que Gianna era importante para él, alguien a quien quería, y no desearía verla perdida en el hundimiento; no al menos por su culpa.
El hijo de Gregory Zarkozi estuvo a punto de perder la razón por la angustia que aquello le generaba. Una cosa era salvarle la vida a alguien, y otra era maldecírsela por completo, y fue por eso que se congeló por un momento, sin embargo su coraje y determinación le hizo actuar. Observó la herida de la joven, y le reprochó internamente por haber descubierto más la zona afectada. Tomó los otros extremos de la ropa ajena y la rompió creando largas tiras de tela, mismas que enredó en toda aquella zona. No es que fuera a detener el torrente de sangre que salía, pero al menos disminuiría la cantidad. Se sentía desesperado, pero no por eso iba a bajar su rendimiento. Ella no iba a morir, y mucho menos por su culpa. Al verla inconsciente se armó de valor, la cargó con brusquedad, pero la levantó entre sus brazos. Ella era más ligera que una pluma, o al menos eso era lo que él sentía. Avanzó desnudo por aquel bosque; ya se lo sabía de memoria. ¿Y cómo no? Desde que era tan sólo un crío se lo aprendió por mandato de su progenitor. Fue así que llegó a zonas pobladas, y tuvo que buscar rutas solitarias y oscuras para no escandalizar a nadie más.
Por primera vez se sintió agradecido por el entrenamiento que le había dado su padre durante tanto tiempo, Sólo por esa vez ¿O le habría agradecido siempre? No supo contestar. También por primera vez se sintió agradecido con su hermano mayor, quien le enseñó rutas estratégicas para poder pasar desapercibido. ¿Quién lo diría? Agradecerle a quienes más había odiado. Roland no se detuvo sólo por creer que les hacía caso, más bien siguió el paso. Su única meta era poner a su amiga a salvo. En si interior se repetía que lo haría, de eso no había duda.
Poco tiempo fue el que transcurrió para que el encontrará el atajo que necesitaba. Y un silbido especial hizo que abrieran aquellas grandes y camuflajeadas puertas para él.
Roland había llegado al último lugar que había decidido visitar en mucho tiempo: la casa de su padre. Y es que era una zona estratégica para la inquisición, aún existían muchos soldados ahí, gente que trabajaba ahora para él, que ayudaban a la causa, porque desde que su padre se había muerto, toda la estructura había cambiado de sentido. Ahora se generaba un bien con todo ese conocimiento y riquezas, no era para beneficio de Gregory, como en tiempos pasados, quizás por eso la gente le estaba agradecida, y lo querían.
Al verlos de esa forma las trompetas de alarma se hicieron escuchar. Varias personas comenzar a avanzar para encontrarse con él, incluso algunas otras le superaron el paso. Cuando entró a una de las cabañas, todo se encontraba listo. Médicos, especialistas en el tema, inquisidores que anotarían la evolución o el empeoramiento de la chica. Cuando pudo Roland la acomodó en una de las camillas. Sin poder evitarlo besó la frente de su amiga antes de dejar que los demás se encargaran de ella. Confiaba en ellos, sabía que darían su mayor esfuerzo. Por su parte dos enfermeras lo llevaron a la camilla continua, sólo para cerciorarse que se encontrara bien. Le entregaron ropa, y pronto se vistió.
Lo único que le quedaba a Roland Zarkozi esa noche, era esperar.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
Habrá entonces en mi cama un lobo mundo. Y una luna llena.
La herida de Gianna lucía terrible, porque a pesar de la mucha sangre, podía notarse con claridad el cómo había sido desgarrada la piel y parte del músculo, como si quien la mordiera pretendiera cenársela en apenas un par de bocados. Sin mencionar, que el dolor era tal, que había llevado a la italiana a sumirse en un estado de inconciencia durante un tiempo que poco podría medir. Pudieron ser minutos, quizás horas. Pudo haber sido movida de aquél lugar o incluso devorada, pero ella no lo notaría. Estaba cansada, habiendo perdido mucha sangre y con un cuerpo que en pocas horas se prepararía para cambiar para siempre. Esa primera noche no se transformaría, pero la siguiente, que también era luna llena, empezaría la pesadilla que no se iría sino hasta que perdiera la vida.
De pronto abrió los ojos, porque despertó lo suficientemente alarmada como para no darse tiempo de meditar nada antes de despertar del todo. Fue abrupto, el ruido de varios objetos metálicos la puso aún peor y se levantó en un solo movimiento, en el que casi perdió el equilibrio al sentir la punzada enorme de dolor en el costado que había sido mordido. No sabía que le habían dado, pero lo que sí sabía es que no veía con claridad. Todo era borroso y cuando alguien intentó sujetarla con fuerza de uno de los brazos, ella movió el otro para propinarle un golpe que la liberara de la presa de quien fuera que la tomara. Necesitaba llegar a su casa, intentar por sus propios medios liberarse de esa maldición que sabía le pesaría. Poco le importaba el dolor, necesitaba librarse del que fuera con tal de verse en la libertad de experimentar con ella misma cualquier técnica posible que la salvara de la licantropía. Y por eso actuaba así, tan impulsiva pese a ser una mujer bastante analítica la mayor parte del tiempo.
La maldición de la licantropía no era sencilla de asimilar; por las historias de sus familiares hechos condenados en accidentes de combate y también por otros a quienes había conocido en la inquisición, sabía que la transformación a la bestia era el peor dolor que cualquiera pudiese experimentar en vida. Incluso, alguna vez escuchó mencionar que ni siquiera diez partos se comparaban con el dolor de sentir cada hueso quebrarse y flexionarse para tomar una forma distinta. La piel se estiraba con el ardor de sentirse punzado por articulaciones cambiantes y la deformación del humano para dar vida al animal, era el horror por el que cada licántropo gemía de dolor y maldecía su suerte en cada luna llena. Ella sabía lo que le esperaba, pero estaba dispuesta a jugarse la vida para encontrar cualquier método que la alejara de eso, incluso si tenía que verter plata en su interior de alguna manera.
Por supuesto que todos sus planes eran descabellados, al punto que podrían llegar a matarla antes de que la luna llena volviera a aparecer en lo más alto del cielo. Pero el desespero no conoce límites, y ella era sólo esa sensación mientras intentaba huir con la vista nublada y golpeando a quien fuera que se interpusiera en su camino.
— ¿Dónde estoy? ¡Que alguien me diga dónde demonios estoy! — exigió con un enojo que antes no conociera. Quizás, aunque ella no lo notara, empezaba a tener los primeros cambios para asimilar el carácter de las bestias. O quizás, era sólo el desespero, la angustia, el horror de alejarse para siempre y sin reversa de su humanidad.
De pronto abrió los ojos, porque despertó lo suficientemente alarmada como para no darse tiempo de meditar nada antes de despertar del todo. Fue abrupto, el ruido de varios objetos metálicos la puso aún peor y se levantó en un solo movimiento, en el que casi perdió el equilibrio al sentir la punzada enorme de dolor en el costado que había sido mordido. No sabía que le habían dado, pero lo que sí sabía es que no veía con claridad. Todo era borroso y cuando alguien intentó sujetarla con fuerza de uno de los brazos, ella movió el otro para propinarle un golpe que la liberara de la presa de quien fuera que la tomara. Necesitaba llegar a su casa, intentar por sus propios medios liberarse de esa maldición que sabía le pesaría. Poco le importaba el dolor, necesitaba librarse del que fuera con tal de verse en la libertad de experimentar con ella misma cualquier técnica posible que la salvara de la licantropía. Y por eso actuaba así, tan impulsiva pese a ser una mujer bastante analítica la mayor parte del tiempo.
La maldición de la licantropía no era sencilla de asimilar; por las historias de sus familiares hechos condenados en accidentes de combate y también por otros a quienes había conocido en la inquisición, sabía que la transformación a la bestia era el peor dolor que cualquiera pudiese experimentar en vida. Incluso, alguna vez escuchó mencionar que ni siquiera diez partos se comparaban con el dolor de sentir cada hueso quebrarse y flexionarse para tomar una forma distinta. La piel se estiraba con el ardor de sentirse punzado por articulaciones cambiantes y la deformación del humano para dar vida al animal, era el horror por el que cada licántropo gemía de dolor y maldecía su suerte en cada luna llena. Ella sabía lo que le esperaba, pero estaba dispuesta a jugarse la vida para encontrar cualquier método que la alejara de eso, incluso si tenía que verter plata en su interior de alguna manera.
Por supuesto que todos sus planes eran descabellados, al punto que podrían llegar a matarla antes de que la luna llena volviera a aparecer en lo más alto del cielo. Pero el desespero no conoce límites, y ella era sólo esa sensación mientras intentaba huir con la vista nublada y golpeando a quien fuera que se interpusiera en su camino.
— ¿Dónde estoy? ¡Que alguien me diga dónde demonios estoy! — exigió con un enojo que antes no conociera. Quizás, aunque ella no lo notara, empezaba a tener los primeros cambios para asimilar el carácter de las bestias. O quizás, era sólo el desespero, la angustia, el horror de alejarse para siempre y sin reversa de su humanidad.
Última edición por Gianna Castiglione el Dom Jul 19, 2015 7:26 pm, editado 1 vez
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
Roland recordó su primer luna llena; más bien su primer despertar. Cuando abrió los ojos el calor de los amarres le hicieron recobrar la consciencia con rapidez. Su padre se había encargado de asegurarse que su hijo no era una amenaza, además de buscar darle una lección por convertirse en una aberración. Lo habían aprisionado con cadenas de plata, mismas que le estaban quemando la piel. Al principio aquello le hizo retorcerse en la camilla, después simplemente buscó mantener el equilibrio de sus extremidades para que no tocaran el material que lo estaba destrozando. Se sentía profundamente mal, desorientado, y por si fuera poco se pusieron a hacer más de un experimento en él, fue algo completamente critico. Desde aquel entonces mucho de su ser cambió, y si de por si era una criatura cerrada, se volvió tan hermético que ni siquiera el mismo podía descifrarse. El muchacho lo pasó mal, y por eso sintió tranquilidad al saber que ayudó a su hermana a partir, porque así la joven no pasaría penas, torturas, desgracias, o un sin fin de cosas que a él le tocaría conocer y experimentar.
Por eso a Roland no le gustaba adentrarse en sus pensamientos pasados, sólo le traían recuerdos llenos de desgracia. Lo único que le había aliado sus días de tormento eran personas, mismas que ya no se encontraban cerca de él.
Su madre murió, y su hermana se encontraba lejos de ser vista por sus ojos, al menos hasta poder encontrar una solución, la muerte de su padre, y aunque en ese momento se encontraba sin vida, seguían sin poder encontrarse.
Sus habilidades sobrenaturales le avisaron sobre los cambios que estaba teniendo el cuerpo femenino. Roland se puso de pie de un brinco. Se acercó a Gianna pero no la tocó, simplemente estudió cada minúsculo detalle de su ser. Él se había encargado de ponerle ropa limpia, y recelosamente la cambió para que nadie más pudiera ver su anatomía desnuda. Era un hombre territorial, celoso, y protegía lo que para él resultaba sagrado. Además de que la quería. Además se sentía con la responsabilidad de cuidarla dado que por su culpa se encontraba en aquella situación.
Sonrió inevitablemente ante las reacciones femeninas, con o sin condición de licántropo, la inquisidora había sido una mujer de carácter, dura, y difícil de intimidar. Por eso le causaba gracia que con todo y estar tan maltrecha quisiera dar la lucha. El joven tuvo que agarrarla de los hombros con fuerza para que se mantuviera en el lugar que debía. Algunos de los huesos ajenos aunque ya habían soldado, necesitaban de tranquilidad y nada de movimiento para poder volver a la normalidad. Algo que sin duda la fémina debía aprender con el paso de los daños, con el paso de las lunas llenas.
— Debes de estar quieta — Articuló de forma tranquila, aunque en su tono de voz también se podía identificar la orden — Estás en mi casa, no en la del bosque, más bien la casa que era de Gregory, te he traído aquí porque es un lugar seguro, tengo gente experta, y también me ayuda a tener vigilada tu evolución, no quiero que pases lo que yo llegué a padecer — La voz de Roland cambió, ahora mostraba arrepentimiento, mucho dolor. Se sentía mal, culpable, y condenado — Lamento lo que ocurrió, debí haberte echado de mi casa cuando llegaste, pero me emocioné de tenerte cerca, sé que esto más podrás perdonármelo, al menos deja que este contigo hasta que te encuentres mejor, perdiste mucha sangre, y necesitas comer, pero muchas atenciones, no pienso dejarte salir de aquí — Lo último lo dijo con desesperación.
Roland no era un hombre que mostrara sus sentimientos, pero en ese momento la desesperación le dejaba a la luz cada uno de ellos. Incluso el entrecortado de sus palabras, señal que deseaba llorarle por sus errores.
El lobo había tomado lo que no le pertenecía, y el humano iba a pagar las consecuencias el resto de sus días.
Por eso a Roland no le gustaba adentrarse en sus pensamientos pasados, sólo le traían recuerdos llenos de desgracia. Lo único que le había aliado sus días de tormento eran personas, mismas que ya no se encontraban cerca de él.
Su madre murió, y su hermana se encontraba lejos de ser vista por sus ojos, al menos hasta poder encontrar una solución, la muerte de su padre, y aunque en ese momento se encontraba sin vida, seguían sin poder encontrarse.
Sus habilidades sobrenaturales le avisaron sobre los cambios que estaba teniendo el cuerpo femenino. Roland se puso de pie de un brinco. Se acercó a Gianna pero no la tocó, simplemente estudió cada minúsculo detalle de su ser. Él se había encargado de ponerle ropa limpia, y recelosamente la cambió para que nadie más pudiera ver su anatomía desnuda. Era un hombre territorial, celoso, y protegía lo que para él resultaba sagrado. Además de que la quería. Además se sentía con la responsabilidad de cuidarla dado que por su culpa se encontraba en aquella situación.
Sonrió inevitablemente ante las reacciones femeninas, con o sin condición de licántropo, la inquisidora había sido una mujer de carácter, dura, y difícil de intimidar. Por eso le causaba gracia que con todo y estar tan maltrecha quisiera dar la lucha. El joven tuvo que agarrarla de los hombros con fuerza para que se mantuviera en el lugar que debía. Algunos de los huesos ajenos aunque ya habían soldado, necesitaban de tranquilidad y nada de movimiento para poder volver a la normalidad. Algo que sin duda la fémina debía aprender con el paso de los daños, con el paso de las lunas llenas.
— Debes de estar quieta — Articuló de forma tranquila, aunque en su tono de voz también se podía identificar la orden — Estás en mi casa, no en la del bosque, más bien la casa que era de Gregory, te he traído aquí porque es un lugar seguro, tengo gente experta, y también me ayuda a tener vigilada tu evolución, no quiero que pases lo que yo llegué a padecer — La voz de Roland cambió, ahora mostraba arrepentimiento, mucho dolor. Se sentía mal, culpable, y condenado — Lamento lo que ocurrió, debí haberte echado de mi casa cuando llegaste, pero me emocioné de tenerte cerca, sé que esto más podrás perdonármelo, al menos deja que este contigo hasta que te encuentres mejor, perdiste mucha sangre, y necesitas comer, pero muchas atenciones, no pienso dejarte salir de aquí — Lo último lo dijo con desesperación.
Roland no era un hombre que mostrara sus sentimientos, pero en ese momento la desesperación le dejaba a la luz cada uno de ellos. Incluso el entrecortado de sus palabras, señal que deseaba llorarle por sus errores.
El lobo había tomado lo que no le pertenecía, y el humano iba a pagar las consecuencias el resto de sus días.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
Se le había marcado en la vida para siempre, el problema es que dolía
Toda la situación era completamente desesperante: el hecho de despertar en un lugar desconocido, sentir más gente a su alrededor, reconocer que cambiaría su naturaleza y además el hecho de tener todo estaba nublado en un principio. Gianna desconocía a quién había golpeado en su intento de incorporarse y poco le importaba eso, estaba dispuesta a llevarse a cualquiera por delante con tal de escapar de allí, de correr a su casa a experimentar cualquier locura que se le cruzara por la mente con tal de librarse de una maldición que no se iría. Y en el fondo ella lo sabía, aunque se negara rotundamente a aceptarlo.
Poco a poco fue recuperando la visión, aunque parpadeaba bastante y cerraba y abría los ojos con fuerza intentando acelerar aquello. Sus manos se tocaron los costados y un gemido se le escapó de los labios al sentir la herida que, aunque vendada, no dejaba de doler. No obstante no fue eso en lo que se detuvo, sino en el hecho de no tener sus ropas, ni sus armas. Tenía encima una bata, entonces ¿Cuánto tiempo estuvo inconsciente? La habían trasladado, desnudado, cambiado y seguramente limpiado antes de ponerle las vendas, y eso no decía otra cosa diferente a que habían pasado un buen par de horas antes que ella despertara hecha un manojo de ira y nervios.
Con prontitud, unas manos más fuertes que las anteriores la sujetaron por los hombros y ella, claro, intentó liberarse. No obstante, esa fuerza la superaba, sobre todo en ese momento en que ella se sentía débil al haber perdido tanta sangre. — ¿Dónde están mis armas? ¿Dónde dejaron mis cosas? — fue lo primero que se le ocurrió decir al reconocer la voz, justo en el momento en que además pudo verlo con total claridad al prestar más atención. Era él, Roland Zarkozi, ese a quien quisiera tanto y quien la hubo maldecido para siempre —Tu gente experta no me devolverá a lo que era y tú lo sabes muy bien— farfulló, intentando zafarse de nuevo del agarre — ¿Haberme echado? Maldita sea, Roland ¡Jamás debiste invitarme en plena luna llena! — se quejó, dándole un empujón que la librara de sus manos —Pensé que tomabas medidas con eso y no pensé dos veces el hecho de ir a verte— continuó, negando con la cabeza y con una clara expresión de dolor en el rostro, que incluso sobrepasaba la ira o se mezclaba con ella con firmeza. La italiana le recriminó al condenado su falta de cuidado para su cambio de estado, pero lo cierto es que ella también debió advertir la luna llena y tener en cuenta la condición de él. Era culpa de los dos, pero por ahora el cambio de Gianna no daba lugar a admitir algo como eso.
— ¡No quiero comer! — se quejó y caminó de nuevo hacia él —Si tienes gente experta, has que experimenten conmigo, que hagan lo que sea para detener el proceso. Y si no son capaces dame mis cosas y déjame ir, puedo hacerlo sola— exigió, aunque sus ojos denotaban más una súplica. — Déjame ir, Roland, necesito estar sola si es que esto no va a poder curarse. Y en el fondo, sabemos que no hay marcha atrás, pero prefiero morir en el intento— para esa última frase, ya tenía los ojos llenos de lágrimas, la angustia la carcomía y el sentirse impotente latía en sus imposibilidades hasta de salir de allí. La vida le ponía demasiados obstáculos últimamente y, por lo mismo, sabía que experimentar con ella misma no dejaba nada que perder.
También tenía otros motivos para querer irse, como el intentar no recriminarle más a él que, aunque era culpable, lo había hecho en un estado de total incosciencia. No así el primer hecho seguía vigente ¿Porque la habia invitado justo en una noche como esa? Él conocía su condición, pero al parecer, no había medido en absoluto los riesgos.
Poco a poco fue recuperando la visión, aunque parpadeaba bastante y cerraba y abría los ojos con fuerza intentando acelerar aquello. Sus manos se tocaron los costados y un gemido se le escapó de los labios al sentir la herida que, aunque vendada, no dejaba de doler. No obstante no fue eso en lo que se detuvo, sino en el hecho de no tener sus ropas, ni sus armas. Tenía encima una bata, entonces ¿Cuánto tiempo estuvo inconsciente? La habían trasladado, desnudado, cambiado y seguramente limpiado antes de ponerle las vendas, y eso no decía otra cosa diferente a que habían pasado un buen par de horas antes que ella despertara hecha un manojo de ira y nervios.
Con prontitud, unas manos más fuertes que las anteriores la sujetaron por los hombros y ella, claro, intentó liberarse. No obstante, esa fuerza la superaba, sobre todo en ese momento en que ella se sentía débil al haber perdido tanta sangre. — ¿Dónde están mis armas? ¿Dónde dejaron mis cosas? — fue lo primero que se le ocurrió decir al reconocer la voz, justo en el momento en que además pudo verlo con total claridad al prestar más atención. Era él, Roland Zarkozi, ese a quien quisiera tanto y quien la hubo maldecido para siempre —Tu gente experta no me devolverá a lo que era y tú lo sabes muy bien— farfulló, intentando zafarse de nuevo del agarre — ¿Haberme echado? Maldita sea, Roland ¡Jamás debiste invitarme en plena luna llena! — se quejó, dándole un empujón que la librara de sus manos —Pensé que tomabas medidas con eso y no pensé dos veces el hecho de ir a verte— continuó, negando con la cabeza y con una clara expresión de dolor en el rostro, que incluso sobrepasaba la ira o se mezclaba con ella con firmeza. La italiana le recriminó al condenado su falta de cuidado para su cambio de estado, pero lo cierto es que ella también debió advertir la luna llena y tener en cuenta la condición de él. Era culpa de los dos, pero por ahora el cambio de Gianna no daba lugar a admitir algo como eso.
— ¡No quiero comer! — se quejó y caminó de nuevo hacia él —Si tienes gente experta, has que experimenten conmigo, que hagan lo que sea para detener el proceso. Y si no son capaces dame mis cosas y déjame ir, puedo hacerlo sola— exigió, aunque sus ojos denotaban más una súplica. — Déjame ir, Roland, necesito estar sola si es que esto no va a poder curarse. Y en el fondo, sabemos que no hay marcha atrás, pero prefiero morir en el intento— para esa última frase, ya tenía los ojos llenos de lágrimas, la angustia la carcomía y el sentirse impotente latía en sus imposibilidades hasta de salir de allí. La vida le ponía demasiados obstáculos últimamente y, por lo mismo, sabía que experimentar con ella misma no dejaba nada que perder.
También tenía otros motivos para querer irse, como el intentar no recriminarle más a él que, aunque era culpable, lo había hecho en un estado de total incosciencia. No así el primer hecho seguía vigente ¿Porque la habia invitado justo en una noche como esa? Él conocía su condición, pero al parecer, no había medido en absoluto los riesgos.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/04/2014
Re: La mordida → Privado
El vacío apareció, sus grandes ojos se obscurecieron, no existía explicación alguna para aquello que había hecho. Siempre estuvo maldito, desde su nacimiento, todo aquello que amaba, y a quienes amaba terminaban de una u otra manera en desgracia, Gianna había sido la excepción durante mucho tiempo, pero todo tiempo invertido en él, tenía una factura con un alto precio. Roland se sentía demasiado mal, la desesperación era evidente, pero aquello pasó a segundo plano, las palabras de su amiga le habían roto el corazón. ¿Muerta? Ella era la que menos merecía morir, por el contrario. Muchos dependían de su trabajo experto, la estabilidad del mundo seguía de pie por personas como ella, en cambio él ¿de qué servía? Un licántropo que apenas y hablaba, durante mucho tiempo había sido dominado, y por si fuera poco, en sus pocas horas de libertad, condenaba a un ser amado. Sin duda alguna, el inquisidor terminaría su ciclo para con la joven, y después se aislaría. Nadie más tendría que ser arrastrado por sus garras de lobo.
Para Roland, Gianna había sido una especie de acompañante de vida. Aunque no se vieran de manera consecutiva, o con la frecuencia que él hubiese querido, las cartas eran un papel importante en su ubicación. Gracias a ellas habían crecido juntos, y se seguían los pasos de ser; se cuidaban muy a su manera, y les había funcionado a la perfección.
Nunca la creyó débil, mucho menos incapaz, pero en ese preciso momento parecía necesitarlo más que nunca, aunque sus palabras dijeran todo lo contrario. Debía entenderla, y sobretodo, era su deber aguantar cada palabra o golpe que ella quisiera lanzarle. Incluso si la joven deseaba arrancarle la cabeza, él se arrodillaría, y le permitiría terminar con su existencia. Todo con tal de saber que estaría un poco mejor.
— Creí que podría controlarme, creí que podría manejar la situación, pero ese fue el problema, lo creí — La serenidad con que la voz de Roland salía, resultaba escalofriante. Quizá el siempre habría sido así, pero sólo en ese momento lo notaba — Mi parte animal me dejó tener un poco de consciencia humana, de lo contrario probablemente te hubiera comido. — Cerró los ojos por unos instantes. Su mano derecha se estiró, de esa manera buscaba poder acariciar su costado sin heridas. — Pero tú olor es exquisito, demasiado delicioso, incluso en este estado mi tienta, y me seduce, no me reproches eso… — Tragó saliva, sin darse cuenta ya la tenía acunada en sus brazos, y sus fosas nasales aspiraban el delicioso aroma de la inquisidora.
Roland guardó silencio por un momento. Sólo los licántropos, o incluso algunos vampiros entenderían lo que trataba de ser. El hambre animal no tenía un control similar al humano, y por eso se volvían tan instintivos y viscerales. Disfrutaba de su cercanía, y en ese instante el calor que manaba de la figura de Gianna, también tranquilizaba su interior. Negó un par de veces para sus adentros, pero no dijo nada. Pensar era algo que se le daba bien, y más cuando ejercía una especie de debate consigo mismo. Lo siguiente probablemente haría que las cosas entre ellos, se rompieran más y más, tal vez nunca podrían arreglar su situación, la relación establecida.
Se separó un poco de ella para poder verla a los ojos. Necesitaba que la joven entendiera lo que estaba a punto de decirle, porque incluso sin entenderlo, no le quedaría de otra, debía aceptarlo.
— No iras a ninguna parte, te quedarás aquí por lo menos una semana, y te alimentarán a horas establecidas, sé que piensas que esto es una maldición, yo también lo hago, pero los mejores cazadores han sido transformados bajo la luna llena, o los efectos de un par de colmillos, sin embargo se vuelven los mejores defensores de la humanidad — Aquello no era ninguna mentira — Nadie experimentará contigo, ¿entendiste? Sabes lo que significa, te lo he contado, y no voy a permitir que lo hagan contigo. Tendrás que acostumbrarte a estar aquí por un tiempo, y te recomiendo que no intentes escapar, porque eso si será doloroso, de ambos lados — Se cruzó de brazos a la altura de su pecho.
Cuando de Gianna se trataba, Roland nunca jugaba.
Para Roland, Gianna había sido una especie de acompañante de vida. Aunque no se vieran de manera consecutiva, o con la frecuencia que él hubiese querido, las cartas eran un papel importante en su ubicación. Gracias a ellas habían crecido juntos, y se seguían los pasos de ser; se cuidaban muy a su manera, y les había funcionado a la perfección.
Nunca la creyó débil, mucho menos incapaz, pero en ese preciso momento parecía necesitarlo más que nunca, aunque sus palabras dijeran todo lo contrario. Debía entenderla, y sobretodo, era su deber aguantar cada palabra o golpe que ella quisiera lanzarle. Incluso si la joven deseaba arrancarle la cabeza, él se arrodillaría, y le permitiría terminar con su existencia. Todo con tal de saber que estaría un poco mejor.
— Creí que podría controlarme, creí que podría manejar la situación, pero ese fue el problema, lo creí — La serenidad con que la voz de Roland salía, resultaba escalofriante. Quizá el siempre habría sido así, pero sólo en ese momento lo notaba — Mi parte animal me dejó tener un poco de consciencia humana, de lo contrario probablemente te hubiera comido. — Cerró los ojos por unos instantes. Su mano derecha se estiró, de esa manera buscaba poder acariciar su costado sin heridas. — Pero tú olor es exquisito, demasiado delicioso, incluso en este estado mi tienta, y me seduce, no me reproches eso… — Tragó saliva, sin darse cuenta ya la tenía acunada en sus brazos, y sus fosas nasales aspiraban el delicioso aroma de la inquisidora.
Roland guardó silencio por un momento. Sólo los licántropos, o incluso algunos vampiros entenderían lo que trataba de ser. El hambre animal no tenía un control similar al humano, y por eso se volvían tan instintivos y viscerales. Disfrutaba de su cercanía, y en ese instante el calor que manaba de la figura de Gianna, también tranquilizaba su interior. Negó un par de veces para sus adentros, pero no dijo nada. Pensar era algo que se le daba bien, y más cuando ejercía una especie de debate consigo mismo. Lo siguiente probablemente haría que las cosas entre ellos, se rompieran más y más, tal vez nunca podrían arreglar su situación, la relación establecida.
Se separó un poco de ella para poder verla a los ojos. Necesitaba que la joven entendiera lo que estaba a punto de decirle, porque incluso sin entenderlo, no le quedaría de otra, debía aceptarlo.
— No iras a ninguna parte, te quedarás aquí por lo menos una semana, y te alimentarán a horas establecidas, sé que piensas que esto es una maldición, yo también lo hago, pero los mejores cazadores han sido transformados bajo la luna llena, o los efectos de un par de colmillos, sin embargo se vuelven los mejores defensores de la humanidad — Aquello no era ninguna mentira — Nadie experimentará contigo, ¿entendiste? Sabes lo que significa, te lo he contado, y no voy a permitir que lo hagan contigo. Tendrás que acostumbrarte a estar aquí por un tiempo, y te recomiendo que no intentes escapar, porque eso si será doloroso, de ambos lados — Se cruzó de brazos a la altura de su pecho.
Cuando de Gianna se trataba, Roland nunca jugaba.
Roland F. Zarkozi- Condenado/Licántropo/Clase Alta
- Mensajes : 108
Fecha de inscripción : 07/11/2013
Re: La mordida → Privado
Mañana escucharé en boca de otro algo de lo que prentende hacerme,
y quizás ni así lograré reconocerme.
y quizás ni así lograré reconocerme.
—Jaa ¿Creíste controlarte? — Dijo Gianna con ironía, a la vez que soltaba una risita hipócrita que no denotaba otra cosa diferente a la ira — ¿Te pareció bien que fuera tu maldito experimento de autocontrol? ¿Qué demonios pretendías? — cuestionó bajando la voz, apretando los dientes y mirándolo con una emoción que él jamás le había visto. Ahora se sentía de nuevo burlada, era el experimento de los hombres con los que se cruzaba, que le dejaban en claro que ella no era tan fuerte como creía.
Todas las emociones contenidas, parecían oprimirle el pecho y el abdomen. Sentía que explotaría en cualquier momento, justo cuando no pudiese controlar esa nueva ira que la recorría completa. —Vaya— negó con la cabeza —Supongo que ahora pretendes que te agradezca por no haberme devorado… ¡No me toques! — se movió con brusquedad, impidiendo que la mano de Roland la rozara si quiera. No obstante, el que la tratara aún como si fuera un alimento, logró que se enojara más y que diera un paso hacia él, quedando cara a cara y mirándolo tan fijamente que daba la impresión que esperaba que le repitiera eso de nuevo. Él, en lugar de apartarse, la rodeó con los brazos e hizo audible su manera de olerla, de hacerla sentir como el pedazo de carne que huele un perro hambriento. Como era de esperarse, Gianna se movió con fuerza y no sólo le bastó con empujarlo, sino que también le asestó tal bofetada que sintió el ardor en su mano de manera inmediata. Pero eso no importaba — ¡Anda! Hazlo si puedes, porque esta vez no voy a evitar matarte como ya lo hice. Debí haber priorizado mi humanidad por encima de tu vida. No eres lo que siempre creí, porque no soy para ti otra cosa distinta que lo que soy para otros, un pedazo de carne que se puede devorar de maneras diferentes— farfulló con la respiración agitada, con ganas de matarlo si es que se atrevía a hacer cualquier cosa. En ese momento le sentía el mismo desprecio de a su fallecido prometido, que la había engañado un poco antes de la boda; o quizás el mismo que sentía por Astor, a quien considerara uno de los peores casanova de la inquisición y en manos de quien cayera en su debilidad. Al final, todos parecían unos mentirosos, lo suficientemente hábiles como para hacerle creer que la apreciaban al menos un poco. Y todo eso le servía, porque se endurecería más de lo que pareciera siempre.
— ¿Pretendes alimentarme como si fuera un pavo antes de noche buena? Deja de tratarme como se te da la gana y entiende esto que te voy a decir de una maldita vez…— tomó aire, lo que le diría podría condenarla si es que él se atrevía a abrir la boca —A la inquisición no le importa la humanidad, es el poder lo único que persiguen. Esto que eres, y en lo que me has convertido, es una amenaza para ellos, al igual que los otros. Estás ciego y en tu torpeza me arruinaste mis ganas de largarme de la inquisición. No sólo me condenaste, sino que me encerraste en ese lugar que usan detrás de la excusa de un Cristo que no conocen. Me ataste a un lugar del cual no podré escapar sin sentir las balas rozándome a cada momento. Me arruinaste la vida, Roland, y tienes aun así el descaro de amenazarme si intento irme. Deberías iniciar ya tu cometido, tómame como una desertora, porque pienso irme de aquí a como dé lugar— de inmediato, avanzó hacia él, incluso lo empujó en un costado intentando pasarlo. Esa casa debía estar llena de armas, que era lo que más importaba y lo que buscaría y tomaría sin pedir permiso. Su ropa era lo de menos, poco importaba que tuviera que salir en bata, porque lo haría incluso desnuda si eso le garantizara la libertad.
Todas las emociones contenidas, parecían oprimirle el pecho y el abdomen. Sentía que explotaría en cualquier momento, justo cuando no pudiese controlar esa nueva ira que la recorría completa. —Vaya— negó con la cabeza —Supongo que ahora pretendes que te agradezca por no haberme devorado… ¡No me toques! — se movió con brusquedad, impidiendo que la mano de Roland la rozara si quiera. No obstante, el que la tratara aún como si fuera un alimento, logró que se enojara más y que diera un paso hacia él, quedando cara a cara y mirándolo tan fijamente que daba la impresión que esperaba que le repitiera eso de nuevo. Él, en lugar de apartarse, la rodeó con los brazos e hizo audible su manera de olerla, de hacerla sentir como el pedazo de carne que huele un perro hambriento. Como era de esperarse, Gianna se movió con fuerza y no sólo le bastó con empujarlo, sino que también le asestó tal bofetada que sintió el ardor en su mano de manera inmediata. Pero eso no importaba — ¡Anda! Hazlo si puedes, porque esta vez no voy a evitar matarte como ya lo hice. Debí haber priorizado mi humanidad por encima de tu vida. No eres lo que siempre creí, porque no soy para ti otra cosa distinta que lo que soy para otros, un pedazo de carne que se puede devorar de maneras diferentes— farfulló con la respiración agitada, con ganas de matarlo si es que se atrevía a hacer cualquier cosa. En ese momento le sentía el mismo desprecio de a su fallecido prometido, que la había engañado un poco antes de la boda; o quizás el mismo que sentía por Astor, a quien considerara uno de los peores casanova de la inquisición y en manos de quien cayera en su debilidad. Al final, todos parecían unos mentirosos, lo suficientemente hábiles como para hacerle creer que la apreciaban al menos un poco. Y todo eso le servía, porque se endurecería más de lo que pareciera siempre.
— ¿Pretendes alimentarme como si fuera un pavo antes de noche buena? Deja de tratarme como se te da la gana y entiende esto que te voy a decir de una maldita vez…— tomó aire, lo que le diría podría condenarla si es que él se atrevía a abrir la boca —A la inquisición no le importa la humanidad, es el poder lo único que persiguen. Esto que eres, y en lo que me has convertido, es una amenaza para ellos, al igual que los otros. Estás ciego y en tu torpeza me arruinaste mis ganas de largarme de la inquisición. No sólo me condenaste, sino que me encerraste en ese lugar que usan detrás de la excusa de un Cristo que no conocen. Me ataste a un lugar del cual no podré escapar sin sentir las balas rozándome a cada momento. Me arruinaste la vida, Roland, y tienes aun así el descaro de amenazarme si intento irme. Deberías iniciar ya tu cometido, tómame como una desertora, porque pienso irme de aquí a como dé lugar— de inmediato, avanzó hacia él, incluso lo empujó en un costado intentando pasarlo. Esa casa debía estar llena de armas, que era lo que más importaba y lo que buscaría y tomaría sin pedir permiso. Su ropa era lo de menos, poco importaba que tuviera que salir en bata, porque lo haría incluso desnuda si eso le garantizara la libertad.
Gianna Castiglione- Condenado/Licántropo/Clase Alta
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