Mensajes secretos - Privado.

Con la cabeza gacha escuchaba lo que el sacerdote decía una y otra vez sin ponerle atención realmente, lograba penetrar en su subconsciente la palabra oscuridad y la frase “No te dejes tentar por el mal… eso solo puede perjudicarnos los unos a los otros”, sin embargo nada de aquello tenía gran sentido o la mayor relevancia. ¿Por qué había ido a la iglesia?, ¿qué esperaba encontrar en aquel lugar?... no eran respuestas, eso lo tenía más claro que nada.

Desde la desaparición de sus padres muchas cosas habían cambiado, los investigadores del caso parecían ocultarle datos que eran de vital importancia, pero no dejaban de mencionarle que ahora Rusia no era seguro para ella, que debía irse de ahí. Así pues había llegado al norte de París, se hospedaba en una pequeña residencia, nada parecida a su mansión, y su número de sirvientes se había reducido considerablemente; ̶  No debes llamar la atención, lo que menos necesitas es que descubran quién eres o de quién eres hija, no hagas amistad con nadie y no reveles tu apellido así como así ̶

Las palabras de su ama de llaves aun retumbaban en su cabeza, cuando observó que todos dentro de la catedral se habían puesto de pie y la ceremonia llegaba al final ella los imito pero su mirada aún se encontraba perdida pues sus pensamientos estaban en otro lado. Deseaba, con todas sus fuerzas, saber qué había sido realmente de sus padres, incluso el descubrir que estaban muertos era mucho mejor que mantenerse aferrada a algo desconocido.

La gente comenzaba a salir ya del lugar, pero ella no podía si quiera moverse, la meditación había sido siempre una de sus mejores terapias, y desde pequeña había estado en lugares como aquel que la ayudaban a calmarse y recuperar su fe. Volvió a tomar asiento, inclinó la cabeza y comenzó a rezar, su voz apenas era un murmullo entre las de las otras personas, entre la confusión de tantos sonidos sus sentidos no le advirtieron de aquel muchacho que ahora se encontraba demasiado cerca.

El plan original para esa tarde y noche era visitar a un buen amigo, conversar, beber un poco, jugar a las cartas; un rato de diversión bastante sano. Al final, el muy considerado amigo decidió cambiar sus planes porque su mala memoria decidió funcionar de último momento y hacerle recordar que esa tarde llegaría su futura prometida. Prometida. Patrañas. ¿Quién necesitaba algo como eso? Sólo era una mujer que se creería con el mando de todo y haría demasiados cambios desfavorables, empezando por la supuesta fidelidad que el matrimonio conlleva. Más patrañas.

Pues con nada qué hacer, la última opción era pasear, eso si no quería gastar las horas encerrado como ave en una jaula. Además, el aire fresco le vendría bien, habiendo echado tanto de menos la comodidad del hogar y la vitalidad que el resto del mundo debía envidiar a París, su París.

Tomó la decisión de último momento de hacer una visita a Notre Dame, pues la arquitectura siempre le inspiró cierto respeto y temor, con sus diseños intrincados y duros, y al mismo tiempo sutiles y hermosos. Para su mala suerte, al llegar se dio cuenta de que se estaba celebrando una misa. Se maldijo por no revisar la hora antes de tomar la decisión. Pues ni modo, tampoco era como si fuera a hacerle daño escuchar un rato de palabrería carente de sentido, puede que incluso hallara algo de placer en la ceremonia a la que fue acostumbrado desde sus primeros días en el mundo.

Entró, con los grandes ojos castaños fijos en el techo abovedado, sonriendo casi de inmediato a causa del excelente diseño y la reverberación del sonido en sus muros, que le atravesaban como flechas por todo el cuerpo. Simplemente exquisito. Saludó con sutiles movimientos a aquellas personas a quienes reconocía, y fue saludado de la misma forma. Que odioso era tener que estar en el mismo lugar que tan horrendas personas, cuando lo que buscaba era paz. Caminó más hacia adelante, queriendo tener una mejor visión del altar, y lo que atrajo su atención no fue ninguna figura religiosa, ni santos ni cruces, sino un perfil familiar. ¿De dónde la conocía?

Exprimió su memoria en busca de esos rasgos imposiblemente hermosos, los ojos azules y el cabello castaño algo rebelde, igual que la expresión del joven rostro de la señorita. No fue en Alemania, mucho menos en España, y ni mencionar Italia. Rusia. Sí, Rusia tenía que ser. De algo le sonaba esa cara melancólica, y resaltaba a la vista su buena posición social. Tendría que esperar un poco más… Casi sonrió cuando se dio cuenta de que la misa terminaba y todos comenzaban a retirarse, menos ella. ¿Estaba triste, preocupada? Tampoco le importaba demasiado, pero algo bueno podría sacar. La situación de Rusia en esos días no era precisamente el ideal para los de su tipo, y siempre buscaban relacionarse económica y políticamente en el extranjero, por si las dudas, y si era el caso, el joven señor Lefebvre siempre recibiría con los brazos abiertos a un alma bella y desgraciada.

Abrió los ojos tras varios minutos después, se estremeció ligeramente sintiendo como el cuerpo le temblaba por una milésima de segundo sin que aquel torpe y rápido movimiento pudiese ser percibido por las pocas personas aún presentes. Giró la cabeza observando su alrededor, aquel muchacho parecía estarla mirando, pero en realidad pudiera ser que mirara a cualquier otra persona, ella no quería parecer una tonta haciéndose a ideas que posiblemente no tuvieran ni pizca de verdad. Volvió a girar la cabeza, el bellísimo altar de aquella catedral la absorbió por unos instantes al grado de dejar su mente en blanco, luego se persigno en una sola ocasión y se puso de pie andando por el pasillo alfombrado que llevaba a la salida.

Justo en esa dirección se encontraba el chico, aquel era el camino de salida por lo que inevitablemente se encontraría con él, sin embargo, cada paso que daba, iba distinguiendo con mayor claridad cada uno de los rasgos y la fina cara de aquel muchacho, y cada que observaba cada uno de ellos se le iba resultando más y más familiar, sin embargo tenía la certeza de que no era algún conocido directo o del pasado, posiblemente lo habría visto en alguna imagen, tal vez incluso alguien le hubiesen hablando de aquella persona describiéndolo con perfecto detalle, pero todo parecía indicar como si fuese tan similar a alguien que ella había conocido, que ahora estaba viendo a esa persona de nuevo.

Al pasar a su lado sus miradas se entrecruzaron en un instante y ella realizó una reverencia a modo de saludo, la educación ante todo, al menos eso solía decir su madre, al volver a elevar el rostro su mirada se topó de nuevo con la de él. ̶ Tenga usted buena tarde, caballero ̶ saludó con voz dulce y suave, pues no era una persona escandalosa, volvió a tomar su posición con la espalda recta y el cabello ondulado cayéndole por los costados, le sonrió suavemente aunque parecía que él estaba abstracto pensando en algo más, escuchó pasos tras de ella y pensó que estaría siendo un estorbo en medio del pasillo, deseaba preguntarle algo, aclarar su duda para ser más exacto, pero la pena y la prisa no le permitieron decir nada más. Reverenció de nuevo, puesto que él tampoco dijo nada, y comenzó a avanzar antes de que las personas a sus espaldas la alcanzaran.