AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hunting | Privado
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Hunting | Privado
—¿Te sorprende verme, querida? —preguntó Neumann cuando entró en la sala. Su esposa, Frauke Neumann, se encontraba sentada en un cómodo sillón con un elegante forro de terciopelo color marrón y tenía un libro en la mano, el cual soltó casi instintivamente cuando escuchó la voz de su marido. Se la notaba sobresaltada, como si hubiera sido descubierta en medio de un acto impropio. Ese mismo efecto causaba en ella la presencia de Horst y él lo sabía. Le fascinaba tener el control, infundir en ella el temor con solo mirarla.
Él tenía verdaderas razones para herirla, pues los últimos días que Frauke había pasado en Inglaterra, antes de emprender el viaje a Francia, habían tenido la que podía considerarse su peor pelea. En esa ocasión, Neumann no había tenido la oportunidad de castigarla, porque ella se había encerrado en la habitación. Pero ahora nada se lo impedía. La tenía allí, expuesta, a su merced, pero aunque se moría de ganas de ganas de darle la lección que le enseñara a nunca más actuar como había hecho, decidió que en esos momentos tenía asuntos más importantes que atender, y que lo dejaría para después.
—A mí me sorprende que pongas esa cara de idiota cuando sabías perfectamente que te alcanzaría en París apenas tuviera la oportunidad. Cuánto lo siento, tal vez ha sido demasiado pronto para tu gusto —dijo siendo completamente sarcástico, tan desagradable como la señora Neumann recordaba.
La puerta se abrió tras él y Neumann se hizo a un lado para que el criado pasara y depositara sus maletas en medio de la habitación, junto a los sillones. Luego, cuando volvieron a estar solos, cruzó la habitación y se acercó a ella. Notó cómo se tensaba y, sin decir nada, le arrebató el libro que ella sostenía en las manos. Lo alzó para leer el título y no tardó en dibujar una mueca de desprecio en su rostro, luego lo lanzó al bote de basura que tenía más cercano, dando así, nuevamente, la opinión que siempre había tenido sobre los gustos de su esposa. Nunca había entendido por qué gustaba de llenarse la cabeza con tonterías. Muchas veces le había ordenado que abandonara dichas lecturas, pero ella, como buena esposa desobediente, seguía haciendo caso omiso a las exigencias de Horst. Aunque procuraba no leer frente a él para no provocarlo.
—La verdad es que no estoy aquí por los negocios o por ti —aseguró mientras se acercaba a una vitrina, de donde sacó una botella de bourbon para servirse un poco en una copa. Bebió un trago antes de continuar—. Es Hunter. Demostró lealtad, eficacia, lo que me llevó a considerarlo durante mucho tiempo el más capaz de mis hombres. Pero me falló. Y tú sabes perfectamente lo que ocurre con quienes me fallan —miró a su esposa y notó al instante cómo ésta se tensaba.
Lo que Horst había dicho debía ser la noticia más terrible que ella había recibido en toda su vida, porque era ni más ni menos que una sentencia de muerte. Ella lo entendía, sabía de los códigos que manejaban dentro de sus negocios, incontables veces había visto hombres morir por haberlo traicionado, lo que no parecía entender era la tranquilidad con lo que se lo informaba, como si se tratara de cualquier otro y no del muchacho que habían visto crecer, al que ella consideraba un hijo.
—Sé lo que estás pensando, lo que dirás al respecto, pero él fue un estúpido, un verdadero idiota. Te advierto que no me tentaré el corazón —advirtió antes de que ella abriera la boca y empezara a decir disparates—. Y como estoy seguro de que has estado en contacto con él durante estos meses, te exijo en este momento que me digas dónde encontrarlo a él y a esa ramera de Dagmar Biermann.
Él tenía verdaderas razones para herirla, pues los últimos días que Frauke había pasado en Inglaterra, antes de emprender el viaje a Francia, habían tenido la que podía considerarse su peor pelea. En esa ocasión, Neumann no había tenido la oportunidad de castigarla, porque ella se había encerrado en la habitación. Pero ahora nada se lo impedía. La tenía allí, expuesta, a su merced, pero aunque se moría de ganas de ganas de darle la lección que le enseñara a nunca más actuar como había hecho, decidió que en esos momentos tenía asuntos más importantes que atender, y que lo dejaría para después.
—A mí me sorprende que pongas esa cara de idiota cuando sabías perfectamente que te alcanzaría en París apenas tuviera la oportunidad. Cuánto lo siento, tal vez ha sido demasiado pronto para tu gusto —dijo siendo completamente sarcástico, tan desagradable como la señora Neumann recordaba.
La puerta se abrió tras él y Neumann se hizo a un lado para que el criado pasara y depositara sus maletas en medio de la habitación, junto a los sillones. Luego, cuando volvieron a estar solos, cruzó la habitación y se acercó a ella. Notó cómo se tensaba y, sin decir nada, le arrebató el libro que ella sostenía en las manos. Lo alzó para leer el título y no tardó en dibujar una mueca de desprecio en su rostro, luego lo lanzó al bote de basura que tenía más cercano, dando así, nuevamente, la opinión que siempre había tenido sobre los gustos de su esposa. Nunca había entendido por qué gustaba de llenarse la cabeza con tonterías. Muchas veces le había ordenado que abandonara dichas lecturas, pero ella, como buena esposa desobediente, seguía haciendo caso omiso a las exigencias de Horst. Aunque procuraba no leer frente a él para no provocarlo.
—La verdad es que no estoy aquí por los negocios o por ti —aseguró mientras se acercaba a una vitrina, de donde sacó una botella de bourbon para servirse un poco en una copa. Bebió un trago antes de continuar—. Es Hunter. Demostró lealtad, eficacia, lo que me llevó a considerarlo durante mucho tiempo el más capaz de mis hombres. Pero me falló. Y tú sabes perfectamente lo que ocurre con quienes me fallan —miró a su esposa y notó al instante cómo ésta se tensaba.
Lo que Horst había dicho debía ser la noticia más terrible que ella había recibido en toda su vida, porque era ni más ni menos que una sentencia de muerte. Ella lo entendía, sabía de los códigos que manejaban dentro de sus negocios, incontables veces había visto hombres morir por haberlo traicionado, lo que no parecía entender era la tranquilidad con lo que se lo informaba, como si se tratara de cualquier otro y no del muchacho que habían visto crecer, al que ella consideraba un hijo.
—Sé lo que estás pensando, lo que dirás al respecto, pero él fue un estúpido, un verdadero idiota. Te advierto que no me tentaré el corazón —advirtió antes de que ella abriera la boca y empezara a decir disparates—. Y como estoy seguro de que has estado en contacto con él durante estos meses, te exijo en este momento que me digas dónde encontrarlo a él y a esa ramera de Dagmar Biermann.
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Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/01/2012
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Re: Hunting | Privado
Todo había empezado a ser tranquilidad desde que había abandonado Inglaterra. Incluso se podría decir que de un momento a otro el peso de sus hombros desapareció al haberse sentado sobre aquel elegante, espacioso y costoso carruaje de viaje. La misión que debía cumplir la efectuó con éxito. Sus días en busca de una buena propiedad habían acabado. En la zona residencia, en la parte más retirada de las mansiones había encontrado su nuevo hogar. Con esmero se dedicó a decorar el inmueble. Le gustaba su nueva adquisición, lo mejor de todo es que la propiedad tenía su nombre, su gusto, su elegancia y también ese aire cálido y bondadoso que ella siempre tuvo. Lejos de su marido todo era perfección. Había aprendido a vivir con tanta paz, que en ocasiones se preguntaba cómo sería volver al lado de aquel hombre.
En medio de su lectura, los pensamientos aparecieron. La mujer se encontraba extraña, un mal presentimiento apareció, lo supo, algo malo estaba por ocurrir. El corazón de Frauke era demasiado perceptivo, y sabía que lo que vendría a continuación no sería nada bueno. Los tiempos de calma habían desaparecido.
Con esa mirada asesina Horst Neumann había entrado a la sala, en su nueva propiedad. Sus pasos imponentes no habían cambiado, mucho menos ese porte a la defensiva que cualquiera sabía era un simple signo de alerta. En cualquier momento podría asesinar. Ahí estaban de nuevo, uno frente al otro, enfrentándose entre miradas salvajes y temerosas. ¿Qué ocurría? Nadie le había informado que estaba por llegar. Quizás él se había adelantado, no le comunicó a los empleados. Muchas cosas pudieron haber pasado.
Frauke intentó retomar la compostura. Se puso de pie con elegancia y dejó caer sus brazos con aquella gracia que poseía. Se encogió de hombros restando indiferencia a las cosas, mostrando tranquilidad, y también seguridad en sus acciones, no podía permitirse margen de error, si las palabras de su marido eran correctas, su persona más importante corría peligro, y en ella no quedaría aquello.
— La inteligencia que Hunter posee nos supera a ambos, creo que lo sabes muy bien — Comentó con tranquilidad mientras paseaba por la sala, tomaba distancia entre ambos — También lo supera su corazón — Aquello era cierto, la capacidad del chico para amar era tan grande que había conocido a la persona indicada, sin importar que ambos estuvieran en peligro — Pero hay algo que siempre hará que te supere, Horst, y eso deberías tomarlo en cuenta — Hizo una pausa, sonrió atrevida, y también temerosa, pero no iba a bajar la postura, no por su hijo — El posee juventud, y si se le suma que desea proteger a su amor, sales perdiendo ¿Estás consiente de eso? — Movió el cuerpo y se sirvió también un poco de aquel liquido ámbar que su esposo estaba tomando. Desde aquel desafortunado encuentro que tuvo en Inglaterra, la esposa de Neumann había tomado valor especial, sus caderas se habían roto, y ya no sentía el mismo temor que antes, aunque aún lo tenía, no podía ser tonta. No conociendo a la perfección a su esposo.
— Tienes razón, lo he visto, dos veces para ser exactos, pero todo ha sido por medio de un acuerdo, ellos son los que me escriben y me citan en un lugar dentro del centro de la ciudad, concurrido, por esa razón no puedo darte su ubicación exacta, pero si puedo decirte que la muchacha es encantadora, y una guerrera. — Había podido escuchar que la mujer era una especie de justiciera del mal, pero no le dijeron demasiado al respecto, todo con tal de protegerla según el par de enamorado. Tomó el liquido de un sólo trago y la calidez le dio un poco más de valor para seguir hablando.
— Es todo lo que sé — Movió las manos a ambos lados. — Así que puedes insultarme, y hacer lo que desees, porque incluso los métodos que conoces no te llevaran a él, lo sabes bien, tienes otra desventaja, el chico conoce como eres, como reaccionas, como atacas ¿crees que no lo tomará a tu favor? — La mujer se dio cuenta que estaba hablando de más, no dándole información, pero sí era cómo si se estuviera burlando de él en su cara. Lo cual podría traerle consecuencias graves. Al menos estaba consiente de algo, sus palabras lo harían frenarse por momentos, cuestionarse, y darle tiempo a su hijo de poder estar muy por delante de asesino de Horst, eso le daba una ligera brisa de esperanza a la mujer.
En medio de su lectura, los pensamientos aparecieron. La mujer se encontraba extraña, un mal presentimiento apareció, lo supo, algo malo estaba por ocurrir. El corazón de Frauke era demasiado perceptivo, y sabía que lo que vendría a continuación no sería nada bueno. Los tiempos de calma habían desaparecido.
Con esa mirada asesina Horst Neumann había entrado a la sala, en su nueva propiedad. Sus pasos imponentes no habían cambiado, mucho menos ese porte a la defensiva que cualquiera sabía era un simple signo de alerta. En cualquier momento podría asesinar. Ahí estaban de nuevo, uno frente al otro, enfrentándose entre miradas salvajes y temerosas. ¿Qué ocurría? Nadie le había informado que estaba por llegar. Quizás él se había adelantado, no le comunicó a los empleados. Muchas cosas pudieron haber pasado.
Frauke intentó retomar la compostura. Se puso de pie con elegancia y dejó caer sus brazos con aquella gracia que poseía. Se encogió de hombros restando indiferencia a las cosas, mostrando tranquilidad, y también seguridad en sus acciones, no podía permitirse margen de error, si las palabras de su marido eran correctas, su persona más importante corría peligro, y en ella no quedaría aquello.
— La inteligencia que Hunter posee nos supera a ambos, creo que lo sabes muy bien — Comentó con tranquilidad mientras paseaba por la sala, tomaba distancia entre ambos — También lo supera su corazón — Aquello era cierto, la capacidad del chico para amar era tan grande que había conocido a la persona indicada, sin importar que ambos estuvieran en peligro — Pero hay algo que siempre hará que te supere, Horst, y eso deberías tomarlo en cuenta — Hizo una pausa, sonrió atrevida, y también temerosa, pero no iba a bajar la postura, no por su hijo — El posee juventud, y si se le suma que desea proteger a su amor, sales perdiendo ¿Estás consiente de eso? — Movió el cuerpo y se sirvió también un poco de aquel liquido ámbar que su esposo estaba tomando. Desde aquel desafortunado encuentro que tuvo en Inglaterra, la esposa de Neumann había tomado valor especial, sus caderas se habían roto, y ya no sentía el mismo temor que antes, aunque aún lo tenía, no podía ser tonta. No conociendo a la perfección a su esposo.
— Tienes razón, lo he visto, dos veces para ser exactos, pero todo ha sido por medio de un acuerdo, ellos son los que me escriben y me citan en un lugar dentro del centro de la ciudad, concurrido, por esa razón no puedo darte su ubicación exacta, pero si puedo decirte que la muchacha es encantadora, y una guerrera. — Había podido escuchar que la mujer era una especie de justiciera del mal, pero no le dijeron demasiado al respecto, todo con tal de protegerla según el par de enamorado. Tomó el liquido de un sólo trago y la calidez le dio un poco más de valor para seguir hablando.
— Es todo lo que sé — Movió las manos a ambos lados. — Así que puedes insultarme, y hacer lo que desees, porque incluso los métodos que conoces no te llevaran a él, lo sabes bien, tienes otra desventaja, el chico conoce como eres, como reaccionas, como atacas ¿crees que no lo tomará a tu favor? — La mujer se dio cuenta que estaba hablando de más, no dándole información, pero sí era cómo si se estuviera burlando de él en su cara. Lo cual podría traerle consecuencias graves. Al menos estaba consiente de algo, sus palabras lo harían frenarse por momentos, cuestionarse, y darle tiempo a su hijo de poder estar muy por delante de asesino de Horst, eso le daba una ligera brisa de esperanza a la mujer.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/01/2012
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Re: Hunting | Privado
La actitud de Frauke no le había gustado ni un poco. Parecía que todo ese tiempo viviendo separada de su esposo le había servido para envalentonarse y al fin enfrentarlo. O quizá simplemente se había hartado, llegando a su límite. Se mostraba desafiante y no parecía preocupada por las consecuencias que su actitud insolente pudiera acarrearle. ¿Qué había pasado con la Frauke asustadiza y sumisa que se limitaba a callar y obedecer? Antes había decidido bajar la mirada para no hacerlo enfadar, ahora levantaba la vista y lo enfrentaba sosteniéndole la mirada. Eso lo enfadó y, por si acaso había olvidado el sitio que le correspondía en ese matrimonio, decidió recordárselo con un poco de violencia.
Cruzó la habitación y se abalanzó sobre ella. La sujetó bruscamente del cuello y, sin soltarla o aminorar su fuerte agarre, la obligó a retroceder hasta que la estampó contra la pared más cercana. Ella respiraba entrecortadamente y todavía sostenía en su mano la copa de bourbon que acababa de servirse y que apenas había probado. Horst pareció encolerizarse aún más cuando se percató de la bebida alcohólica; manoteó hasta que logró quitársela de las manos. La copa cayó al piso, rompiéndose al instante, mojando los pies de la rubia.
—¿Cuántas malditas veces te he dicho lo mal que te ves bebiendo? ¿CUÁNTAS? —Le gritó completamente endemoniado, como si aquella insignificante acción que él siempre había considerado de muy mal gusto en una dama, fuera el peor de todos sus errores. Pero la realidad era que solo estaba buscando la menor excusa para guitonearle y zarandearla… como si de verdad le faltaran motivos.
—No te equivoques conmigo, Frauke, crees conocerme, pero todavía no sabes de lo que soy capaz. No me trago ese cuento de que no sabes dónde se encuentra, pero voy a demostrarte que soy capaz de dar con su paradero sin tu estúpida ayuda. —Amenazó presionando más su mano contra su cuello, haciéndole daño, haciendo dificultosa su respiración. —¿Inteligencia, dices? Eso era lo que yo pensaba de él, hasta que se metió con esa ramera. No es más que un imbécil. Soy mucho más inteligente que él. ¿Quién crees que estuvo detrás de su primera separación? Sí, fui yo. —Le espetó la noticia sin ningún tacto, algo de lo que Frauke no estaba enterada, por supuesto—. Esa idiota y esa mocosa que tuvieron solo amenazaban con hacer de él un blandengue, por eso decidí deshacerme de ellas alejándolas para siempre de Hunter. Y el muy tonto ni siquiera sospechó un poco. —Sonrió maliciosamente, orgulloso de sus actos, dejando entrever que no sentía ni un atisbo de remordimiento por haber destrozado a una familia, y que probablemente lo sentiría al asesinar a Hunter y a Dagmar.
Sintió cómo su esposa se tensaba ante aquellas terribles confesiones. Quizá después de escucharlo su miedo había regresado como por arte de magia. Era muy probable.
—Y, después de que me haga cargo de ellos, tú y yo nos veremos. Tenemos algo pendiente, y es bueno que sepas de una vez que no te espera nada bueno.
Era cierto. No era una simple amenaza como las que acostumbraba hacerle y que se reducían a golpes e insultos. Esta vez estaba decidido a arreglar las cosas, a hacerse cargo de ella —como acostumbraba hacer cuando sentía que alguien le estorbaba— de una vez por todas.
Cruzó la habitación y se abalanzó sobre ella. La sujetó bruscamente del cuello y, sin soltarla o aminorar su fuerte agarre, la obligó a retroceder hasta que la estampó contra la pared más cercana. Ella respiraba entrecortadamente y todavía sostenía en su mano la copa de bourbon que acababa de servirse y que apenas había probado. Horst pareció encolerizarse aún más cuando se percató de la bebida alcohólica; manoteó hasta que logró quitársela de las manos. La copa cayó al piso, rompiéndose al instante, mojando los pies de la rubia.
—¿Cuántas malditas veces te he dicho lo mal que te ves bebiendo? ¿CUÁNTAS? —Le gritó completamente endemoniado, como si aquella insignificante acción que él siempre había considerado de muy mal gusto en una dama, fuera el peor de todos sus errores. Pero la realidad era que solo estaba buscando la menor excusa para guitonearle y zarandearla… como si de verdad le faltaran motivos.
—No te equivoques conmigo, Frauke, crees conocerme, pero todavía no sabes de lo que soy capaz. No me trago ese cuento de que no sabes dónde se encuentra, pero voy a demostrarte que soy capaz de dar con su paradero sin tu estúpida ayuda. —Amenazó presionando más su mano contra su cuello, haciéndole daño, haciendo dificultosa su respiración. —¿Inteligencia, dices? Eso era lo que yo pensaba de él, hasta que se metió con esa ramera. No es más que un imbécil. Soy mucho más inteligente que él. ¿Quién crees que estuvo detrás de su primera separación? Sí, fui yo. —Le espetó la noticia sin ningún tacto, algo de lo que Frauke no estaba enterada, por supuesto—. Esa idiota y esa mocosa que tuvieron solo amenazaban con hacer de él un blandengue, por eso decidí deshacerme de ellas alejándolas para siempre de Hunter. Y el muy tonto ni siquiera sospechó un poco. —Sonrió maliciosamente, orgulloso de sus actos, dejando entrever que no sentía ni un atisbo de remordimiento por haber destrozado a una familia, y que probablemente lo sentiría al asesinar a Hunter y a Dagmar.
Sintió cómo su esposa se tensaba ante aquellas terribles confesiones. Quizá después de escucharlo su miedo había regresado como por arte de magia. Era muy probable.
—Y, después de que me haga cargo de ellos, tú y yo nos veremos. Tenemos algo pendiente, y es bueno que sepas de una vez que no te espera nada bueno.
Era cierto. No era una simple amenaza como las que acostumbraba hacerle y que se reducían a golpes e insultos. Esta vez estaba decidido a arreglar las cosas, a hacerse cargo de ella —como acostumbraba hacer cuando sentía que alguien le estorbaba— de una vez por todas.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
—Estás muy equivocado, Horst. Tú no vas a volver a ponerle una mano encima porque antes te la corto. —Amenazó Hunter, que para ese entonces ya se encontraba detrás de Neumann, apuntándole con una pistola que él mismo le había obsequiado.
El arma era un ejemplar precioso, digno de colección, pero del que Hunter deseaba deshacerse lo antes posible. Esa misma arma había sido con la que había asesinado durante tantos años a todos los miserables que Horst le había ordenado. ¡Cuánto se arrepentía! ¡Qué tonto había sido! Si hubiera podido regresar el tiempo atrás, lo habría hecho. Era un objeto ensangrentado que siempre representaría el peor error de su vida, que evocaba horribles recuerdos, por eso no deseaba conservarlo.
Horst no se movió y Hunter cargó el primer tiro, muy cerca del oído de Neumann, para hacer todavía más real su amenaza.
—Suéltala. Ahora mismo. Y no intentes nada porque no dudaré en disparar, eso te lo juro. Ahora, que he escuchado todo de lo que has sido capaz de hacer, incluso a mí, que por años te obedecí en todo sin chistar, incluso en las cosas que no me parecían, me sobran motivos para volarte los sesos.
A Neumann no le quedó otro remedio que obedecer. Lentamente, como si estuviera debatiéndose entre hacerlo o no, fue liberando de su brusco agarre el cuello de Frauke, hasta que ésta estuvo libre de sus toscas manos. La mujer respiró aliviada y el aire nuevamente llenó por completo sus pulmones. Pero no se movió. Horst la miró amenazadoramente y, sin decir palabra, le recriminó su traición. Por supuesto, ella nada había tenido que ver con la repentina llegada de Hunter y Dagmar, pero a él nada le había cambiar de opinión.
—Madre, ven aquí y ponte detrás de mí, junto a Dagmar. Este infeliz no va a hacerles daño porque primero lo mato. En cuanto a ti, Horst, date la vuelta, muy lentamente. Quiero que me mires a los ojos y repitas lo que acabas de decir hace un momento sobre Uma y mi hija.
Horst obedeció porque, al estar encañonado, realmente no tenía más remedio. Se movió y giró lentamente, tal y como el rubio le había ordenado. Cuando estuvieron frente a frente, Neumann le sostuvo la mirada y levantó la barbilla, retándolo. Sonrió y una vez más admitió abiertamente lo que le había hecho, añadiendo que lo había disfrutado con el alma. Hunter frunció la boca hasta adoptar una mueca de asco y no se contuvo, lo golpeó con la pistola hasta lograr derribarlo. Cuando el hombre cayó al piso, todavía sonreía cínicamente. Tenía sangre en la boca porque Hunter le había roto el labio con el metal de la pistola.
—Eres un maldito monstruo. —Con los ojos húmedos a causa de las lágrimas que no llegaron a brotar, lágrimas no de tristeza, sino de rabia, Hunter le apunto nuevamente, directo a su cabeza.
Horst lo retó argumentando que no eran tan diferentes, alentándolo a disparar mientras lo llamaba asesino. Hunter se llenó de rabia y se sintió más tentado que nunca a apretar el gatillo. Pero no lo hizo.
—Tienes razón, soy un asesino. Pero a diferencia de ti, yo decidí cambiar. No voy a matarte, pero eso no me impide hacer esto. —Le propinó tremendo puñetazo.
—Dagmar, toma el arma y no dejes de apuntarle. Dispara si tienes que hacerlo. —Le ofreció el arma a la muchacha, mientras él se abalanzaba sobre Neumann y lo molía a golpes.
El arma era un ejemplar precioso, digno de colección, pero del que Hunter deseaba deshacerse lo antes posible. Esa misma arma había sido con la que había asesinado durante tantos años a todos los miserables que Horst le había ordenado. ¡Cuánto se arrepentía! ¡Qué tonto había sido! Si hubiera podido regresar el tiempo atrás, lo habría hecho. Era un objeto ensangrentado que siempre representaría el peor error de su vida, que evocaba horribles recuerdos, por eso no deseaba conservarlo.
Horst no se movió y Hunter cargó el primer tiro, muy cerca del oído de Neumann, para hacer todavía más real su amenaza.
—Suéltala. Ahora mismo. Y no intentes nada porque no dudaré en disparar, eso te lo juro. Ahora, que he escuchado todo de lo que has sido capaz de hacer, incluso a mí, que por años te obedecí en todo sin chistar, incluso en las cosas que no me parecían, me sobran motivos para volarte los sesos.
A Neumann no le quedó otro remedio que obedecer. Lentamente, como si estuviera debatiéndose entre hacerlo o no, fue liberando de su brusco agarre el cuello de Frauke, hasta que ésta estuvo libre de sus toscas manos. La mujer respiró aliviada y el aire nuevamente llenó por completo sus pulmones. Pero no se movió. Horst la miró amenazadoramente y, sin decir palabra, le recriminó su traición. Por supuesto, ella nada había tenido que ver con la repentina llegada de Hunter y Dagmar, pero a él nada le había cambiar de opinión.
—Madre, ven aquí y ponte detrás de mí, junto a Dagmar. Este infeliz no va a hacerles daño porque primero lo mato. En cuanto a ti, Horst, date la vuelta, muy lentamente. Quiero que me mires a los ojos y repitas lo que acabas de decir hace un momento sobre Uma y mi hija.
Horst obedeció porque, al estar encañonado, realmente no tenía más remedio. Se movió y giró lentamente, tal y como el rubio le había ordenado. Cuando estuvieron frente a frente, Neumann le sostuvo la mirada y levantó la barbilla, retándolo. Sonrió y una vez más admitió abiertamente lo que le había hecho, añadiendo que lo había disfrutado con el alma. Hunter frunció la boca hasta adoptar una mueca de asco y no se contuvo, lo golpeó con la pistola hasta lograr derribarlo. Cuando el hombre cayó al piso, todavía sonreía cínicamente. Tenía sangre en la boca porque Hunter le había roto el labio con el metal de la pistola.
—Eres un maldito monstruo. —Con los ojos húmedos a causa de las lágrimas que no llegaron a brotar, lágrimas no de tristeza, sino de rabia, Hunter le apunto nuevamente, directo a su cabeza.
Horst lo retó argumentando que no eran tan diferentes, alentándolo a disparar mientras lo llamaba asesino. Hunter se llenó de rabia y se sintió más tentado que nunca a apretar el gatillo. Pero no lo hizo.
—Tienes razón, soy un asesino. Pero a diferencia de ti, yo decidí cambiar. No voy a matarte, pero eso no me impide hacer esto. —Le propinó tremendo puñetazo.
—Dagmar, toma el arma y no dejes de apuntarle. Dispara si tienes que hacerlo. —Le ofreció el arma a la muchacha, mientras él se abalanzaba sobre Neumann y lo molía a golpes.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Dagmar había progresado en demasía. Sus heridas ya estaban casi cerradas, e incluso algunas cicatrices estaban desapareciendo, pero si cuerpo y su condición no eran el mismo. Se boxeaba muy rápido, e incluso se mareaba. Aquello la ponía irritable todo el tiempo, incluso de un humor tan desagradable que ni ella misma se aguantaba, aunque milagrosamente Hunter si la toleraba.
Aquella mañana muy a regaña dientes se levantó. Habían estado escondiéndose dentro de su casa en el bosque, incluso compartiendo la misma habitación, la misma cama. La joven aún no había podido perdonar del todo al rubio, y aunque deseaba poder hacerlo, su naturaleza le impedía confiar en él con tanta rapidez, más aún después de haber tenido relaciones sexuales; para ella hacer el amor.
Se había negado rotundamente en acompañarlo a visitar a su madre. Estaba tan enfadada que no deseaba darle una mala impresión a la mujer de ella, sin embargo, al final de cuentas lo hizo, y terminó en una hermosa mansión llamativa. Sin duda la mujer a la que conocería tenía un buen gusto.
Dagmar miró horrorizada la escena que tenía frente a ella. Observó las posiciones de ambas personas, y notó en la mirada del atacante el odio, desprecio y determinación que estaba teniendo al querer estrangular a su mujer. Sintió pena, dolor, y coraje, pero también unas ganas inmensas de abrazar a Hunter ante lo que había escuchado, aunque una parte de ella, una parte egoísta se lo agradecía.
Cuando la tormenta parecía calmarse. La joven cazadora tomó en brazos a la hermosa mujer mayor, la ayudó a sentarse, y con rapidez le revisó las heridas. Para la buena suerte de ambas no había que alarmarse, sólo lograrla tener tranquila. Dagmar miró con terror las reacciones de Hunter, y también la forma en que lastimaba a aquel hombre. Ella había matado, sí, pero jamás de esa manera tan… ¿Deseada? No supo como interpretarle. Se sintió asustada por la frialdad del joven rubio, y lo desconoció, no era el mismo que había aprendido a querer, quizás todo el tiempo su acrecimiento fue una gran mentira. No era descabellado pensar en eso, aunque tampoco es que le hiciera un bien a ella. Con pistola en mano se plantó a un lado.
— Hunter… Por favor, Hunter, detente — Le pidió al notar como la sangre de Horst comenzaba a crear pequeños charcos. Se acercó un poco más a él, temiendo que pudiera hacerle daño. Le tomó del brazo con una de sus manos libres, la otra seguía apuntando con profesionalismo al hombre que se encontraba en el piso — Por favor, mi amor… — Susurró con el tono de voz entrecortado. Ella jamás le había dicho de esa manera, pero su corazón y la desesperación la impulsaron a hacerlo — Por favor, no sigas… Podemos llevarlo a los calabozos, refundirlo ahí, tengo contactos — Le indicó.
Después de un momento Hunter pareció haber entrado en razón. Dagmar y Frauke sintieron alivió.
Por la manera en que se encontraba el señor Neumann, Dagmar creyó que no podría hacer algo más en aquel momento, imaginó que se encontraba indefenso, y sin la fuerza necesaria para poder contraatacar, sin embargo subestimar a alguien como él resultaba un error grande, mismo que podría llevar a quitarle la vida a cualquiera de los cuatro que se encontraban ahí. ¿Aquello sucedería? Claro que sí, bastaba con notar aquellos ojos profundos, oscurecidos y furiosos para notarlo. El siguiente movimiento fue demasiado rápido.
Horst estiró el brazo, tomo con fuerza una de las piernas de Dagmar y la hizo caer al suelo de bruces. La joven se aturdió, y eso bastó para que él se moviera y la cogiera del cuello. El arma había volado por el lugar, y ninguno la veía, pero la desventaja era clara, con arma o sin ella, la joven podía morir, aunque ¿qué podría hacer Horst? ¿Le quedaría fuerza después de ejercer lo poco que le quedaba para tirar y tomar a la muchacha?
Sin duda todo apuntaba a que él estaba por perder.
Aquella mañana muy a regaña dientes se levantó. Habían estado escondiéndose dentro de su casa en el bosque, incluso compartiendo la misma habitación, la misma cama. La joven aún no había podido perdonar del todo al rubio, y aunque deseaba poder hacerlo, su naturaleza le impedía confiar en él con tanta rapidez, más aún después de haber tenido relaciones sexuales; para ella hacer el amor.
Se había negado rotundamente en acompañarlo a visitar a su madre. Estaba tan enfadada que no deseaba darle una mala impresión a la mujer de ella, sin embargo, al final de cuentas lo hizo, y terminó en una hermosa mansión llamativa. Sin duda la mujer a la que conocería tenía un buen gusto.
Dagmar miró horrorizada la escena que tenía frente a ella. Observó las posiciones de ambas personas, y notó en la mirada del atacante el odio, desprecio y determinación que estaba teniendo al querer estrangular a su mujer. Sintió pena, dolor, y coraje, pero también unas ganas inmensas de abrazar a Hunter ante lo que había escuchado, aunque una parte de ella, una parte egoísta se lo agradecía.
Cuando la tormenta parecía calmarse. La joven cazadora tomó en brazos a la hermosa mujer mayor, la ayudó a sentarse, y con rapidez le revisó las heridas. Para la buena suerte de ambas no había que alarmarse, sólo lograrla tener tranquila. Dagmar miró con terror las reacciones de Hunter, y también la forma en que lastimaba a aquel hombre. Ella había matado, sí, pero jamás de esa manera tan… ¿Deseada? No supo como interpretarle. Se sintió asustada por la frialdad del joven rubio, y lo desconoció, no era el mismo que había aprendido a querer, quizás todo el tiempo su acrecimiento fue una gran mentira. No era descabellado pensar en eso, aunque tampoco es que le hiciera un bien a ella. Con pistola en mano se plantó a un lado.
— Hunter… Por favor, Hunter, detente — Le pidió al notar como la sangre de Horst comenzaba a crear pequeños charcos. Se acercó un poco más a él, temiendo que pudiera hacerle daño. Le tomó del brazo con una de sus manos libres, la otra seguía apuntando con profesionalismo al hombre que se encontraba en el piso — Por favor, mi amor… — Susurró con el tono de voz entrecortado. Ella jamás le había dicho de esa manera, pero su corazón y la desesperación la impulsaron a hacerlo — Por favor, no sigas… Podemos llevarlo a los calabozos, refundirlo ahí, tengo contactos — Le indicó.
Después de un momento Hunter pareció haber entrado en razón. Dagmar y Frauke sintieron alivió.
Por la manera en que se encontraba el señor Neumann, Dagmar creyó que no podría hacer algo más en aquel momento, imaginó que se encontraba indefenso, y sin la fuerza necesaria para poder contraatacar, sin embargo subestimar a alguien como él resultaba un error grande, mismo que podría llevar a quitarle la vida a cualquiera de los cuatro que se encontraban ahí. ¿Aquello sucedería? Claro que sí, bastaba con notar aquellos ojos profundos, oscurecidos y furiosos para notarlo. El siguiente movimiento fue demasiado rápido.
Horst estiró el brazo, tomo con fuerza una de las piernas de Dagmar y la hizo caer al suelo de bruces. La joven se aturdió, y eso bastó para que él se moviera y la cogiera del cuello. El arma había volado por el lugar, y ninguno la veía, pero la desventaja era clara, con arma o sin ella, la joven podía morir, aunque ¿qué podría hacer Horst? ¿Le quedaría fuerza después de ejercer lo poco que le quedaba para tirar y tomar a la muchacha?
Sin duda todo apuntaba a que él estaba por perder.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Su cuerpo se paralizó, cómo todos aquellos años que vivió reprimida.
Fraude nunca fue una mujer que aceptara la violencia, de hecho ella creía que el diálogo podría ser la mejor arma, misma que podría ganar guerras, o al menos llevarlas a un acuerdo. Para ella existía la bondad y comprensión en todas las personas. No lo cuestionaba porqué comprendía que en su interior también existía algo de maldad, incluso de oscuridad. Sin embargo comprendía que se trataba de elecciones, toda manera de ser podía ser meditaba, pocos lo lograban antes del acto, porque el ser humano resultaba ser impulsivo.
¿Para que mentir? Por primera vez comprendió que nunca había estado sola, que tantos años dominaba no habían valido la pena, existían quienes podrían interceder por ella, que le ayudarían a salir, a romper aquellas cadenas. Si tan sólo Frauke hubiera comprendido que Horst no sólo era su propia vida, sino más allá de él, quizás la situación fuera diferente, quizás no sería aquella mujer de renombre, pero al menos sería alguien que pudiera tomar sus propias decisiones, llegar a ser completamente libre, y eso le daría felicidad absoluta.
Soñar no costaba nada, lo hizo más de mil veces, y al tener tan cerca aquel sueño la hizo temblar, paralizarse; realidades que te hacen temer.
Toda escena de suspenso, miedo, y terror se aprecia con una lentitud que se vuelve casi desesperante, sino es que por completo. Observar a aquel par de hombres pelear le erizó la piel. Frauke Neumann había escuchado sobre conflictos físicos, pero jamás presenció uno. El odio que esos pares de ojos se profesaban era evidente. La forma en que su hijo golpeaba a su marido le llenaba de inquietud. Si, sabía de la profesión de Hunter, pero nunca creyó los niveles de su preparación, Frauke se cuestionó cuanta sangre podría correr por las manos de aquel rubio, aunque estaba más que consciente que no era momento para ponerse a pensar en aquello.
Se sintió fuera de lugar, un estorbo, y cómo si estuviera complicando más las cosas con su simple presencia. Sintió envidia de la novia de su hijo, verla tan dispuesta, tan entregada, corriendo tantos riesgos. Sus ojos se llenaron de lagrimas, su impotencia creció a niveles exponenciales. ¿Por qué Horst Neumann quería ver muerta a esa chiquilla? En su experiencia, o al menos en lo aprendido por lo que escuchaba, los inocentes por lo regular pagaban los patos rotos de los criminales. ¿Ella sería inocente? Se cuestionó, aunque estaba segura que ningún ser inocente cogería el arma de esa forma. Dagmar Biermann debía tener secretos, mismos que con el tiempo ella aprendería a conocer. Todo por el bien de su hijo.
De nuevo la lentitud. Golpes interrumpidos, palabras que se escuchaban lejanas, una pistola que voló por los aires, una joven que chocó contra el suelo, y un hombre ensangrentado tomando a la damisela por el cuello. Todo tornó en contra, todo parecía salir bien para Horst Neumann, como siempre, cómo todo el tiempo. ¡No podía ser! Debía existir un freno, y ella se lo debía de dar.
Fraude movió su cuerpo con rapidez por aquella sala que se había convertido en un campo de guerra. La mujer de entrada edad no perdió la elegancia de sus movimientos, pero sí parecía una leona dispuesta a atacar, de eso no había duda. Mientras que aquel trío buscaba seguir con la lucha, la pobre e indefensa mujer movía sus cartas sobre la mesa. Era momento de actuar.
La pistola había llegado hasta sus manos. Primero su pulso temblaba, después se apoyó de ambas para poder buscar estabilidad. Fijó el tiró, justo en la cabeza del que había sido su esposo durante veinte años. Suficientes para saber que ya era el momento, que debía dar el siguiente paso. La mujer avanzó y se colocó a la altura de Hunter, mismo que la miró con sorpresa.
— Súeltala, Horst — Ordenó, pero su esposo en vez de mostrarse asustado, comenzó a burlarse, a repartir un sin fin de palabras, mismas que indicaban ella no se atrevería a dañarle — Te lo advertí — Y sin mencionar nada más, Frauke Neumann jaló el gatillo de la pistola. Se escuchó un grito, no supo si de su hijo, o de su marido.
Frauke Neumann había disparado contra su esposo, y había alcanzado a tocarle el hombro.
Fraude nunca fue una mujer que aceptara la violencia, de hecho ella creía que el diálogo podría ser la mejor arma, misma que podría ganar guerras, o al menos llevarlas a un acuerdo. Para ella existía la bondad y comprensión en todas las personas. No lo cuestionaba porqué comprendía que en su interior también existía algo de maldad, incluso de oscuridad. Sin embargo comprendía que se trataba de elecciones, toda manera de ser podía ser meditaba, pocos lo lograban antes del acto, porque el ser humano resultaba ser impulsivo.
¿Para que mentir? Por primera vez comprendió que nunca había estado sola, que tantos años dominaba no habían valido la pena, existían quienes podrían interceder por ella, que le ayudarían a salir, a romper aquellas cadenas. Si tan sólo Frauke hubiera comprendido que Horst no sólo era su propia vida, sino más allá de él, quizás la situación fuera diferente, quizás no sería aquella mujer de renombre, pero al menos sería alguien que pudiera tomar sus propias decisiones, llegar a ser completamente libre, y eso le daría felicidad absoluta.
Soñar no costaba nada, lo hizo más de mil veces, y al tener tan cerca aquel sueño la hizo temblar, paralizarse; realidades que te hacen temer.
Toda escena de suspenso, miedo, y terror se aprecia con una lentitud que se vuelve casi desesperante, sino es que por completo. Observar a aquel par de hombres pelear le erizó la piel. Frauke Neumann había escuchado sobre conflictos físicos, pero jamás presenció uno. El odio que esos pares de ojos se profesaban era evidente. La forma en que su hijo golpeaba a su marido le llenaba de inquietud. Si, sabía de la profesión de Hunter, pero nunca creyó los niveles de su preparación, Frauke se cuestionó cuanta sangre podría correr por las manos de aquel rubio, aunque estaba más que consciente que no era momento para ponerse a pensar en aquello.
Se sintió fuera de lugar, un estorbo, y cómo si estuviera complicando más las cosas con su simple presencia. Sintió envidia de la novia de su hijo, verla tan dispuesta, tan entregada, corriendo tantos riesgos. Sus ojos se llenaron de lagrimas, su impotencia creció a niveles exponenciales. ¿Por qué Horst Neumann quería ver muerta a esa chiquilla? En su experiencia, o al menos en lo aprendido por lo que escuchaba, los inocentes por lo regular pagaban los patos rotos de los criminales. ¿Ella sería inocente? Se cuestionó, aunque estaba segura que ningún ser inocente cogería el arma de esa forma. Dagmar Biermann debía tener secretos, mismos que con el tiempo ella aprendería a conocer. Todo por el bien de su hijo.
De nuevo la lentitud. Golpes interrumpidos, palabras que se escuchaban lejanas, una pistola que voló por los aires, una joven que chocó contra el suelo, y un hombre ensangrentado tomando a la damisela por el cuello. Todo tornó en contra, todo parecía salir bien para Horst Neumann, como siempre, cómo todo el tiempo. ¡No podía ser! Debía existir un freno, y ella se lo debía de dar.
Fraude movió su cuerpo con rapidez por aquella sala que se había convertido en un campo de guerra. La mujer de entrada edad no perdió la elegancia de sus movimientos, pero sí parecía una leona dispuesta a atacar, de eso no había duda. Mientras que aquel trío buscaba seguir con la lucha, la pobre e indefensa mujer movía sus cartas sobre la mesa. Era momento de actuar.
La pistola había llegado hasta sus manos. Primero su pulso temblaba, después se apoyó de ambas para poder buscar estabilidad. Fijó el tiró, justo en la cabeza del que había sido su esposo durante veinte años. Suficientes para saber que ya era el momento, que debía dar el siguiente paso. La mujer avanzó y se colocó a la altura de Hunter, mismo que la miró con sorpresa.
— Súeltala, Horst — Ordenó, pero su esposo en vez de mostrarse asustado, comenzó a burlarse, a repartir un sin fin de palabras, mismas que indicaban ella no se atrevería a dañarle — Te lo advertí — Y sin mencionar nada más, Frauke Neumann jaló el gatillo de la pistola. Se escuchó un grito, no supo si de su hijo, o de su marido.
Frauke Neumann había disparado contra su esposo, y había alcanzado a tocarle el hombro.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Horst se quedó helado cuando sintió el frío metal del arma con el que Hunter le apuntaba directamente, presionándola peligrosamente contra su cabeza, y contuvo la respiración al escuchar cómo éste cargaba el primer tiro. No le quedó más remedio que obedecer, muy a su pesar, las peticiones que el rubio le hizo. Liberó a Frauke de sus garras, no sin antes dedicarle una mirada encolerizada, y poco a poco se fue girando, ejecutando con precavido sigilo el movimiento de sus pies, hasta quedar completamente de frente al que alguna vez había sido su mejor hombre, su mano derecha, y que irónicamente había terminado convirtiéndose en su contrincante. En completo silencio miró la pistola que le apuntaba a la frente, para luego buscar la mirada llena de reproche que le devolvían los ojos azules de Hunter. La tensión, pero sobre todo el odio, impregnaban el ambiente.
Hunter aprovechó que lo tenía encañonado para alejar a Frauke de él, pidiéndole que se pusiera detrás, junto a Dagmar. La mujer, que parecía muy agitada, posiblemente por la adrenalina del momento, dudó antes de obedecer a la petición del rubio, ya que no todos los días se veía a Neumann en una situación como esa. También debía estar asustada, porque un hecho tan insólito, solo podía significar que traería consigo consecuencias igualmente importantes. Es probable que no temiera por su esposo, pero sí por Hunter, a quien consideraba su hijo. Suficiente daño le había hecho ya Neumann como para seguir destrozándole la vida, algo en lo que tenía mucha experiencia, porque también se la había destrozado a ella. Horst la miró cuando ella al fin se movió y pasó frente a él para reunirse junto a su hijo, no obstante, aunque por dentro se lo estuviera llevando el demonio, su semblante parecía calmo. Era tan inescrutable, tan inquietante, como si estar frente a su posible asesino no le provocara el mínimo temor, lo que a su vez lo hacía ver como un verdadero cínico. Cuando escuchó que Hunter lo llamaba monstruo, una descarada sonrisa no tardó en aparecer en su rostro, dibujándose lentamente, hasta formarse por completo. Le parecía muy gracioso.
—Tú y yo no somos tan diferentes, Hunter. ¿Tan pronto olvidaste a todos los que murieron por tu mano? Todos unos infelices, sin duda, pero seres humanos al fin y al cabo. Apuesto a que por las noches te cuesta conciliar el sueño al recordar sus rostros. Posiblemente algunas veces todavía hacen eco en tu atormentada cabeza sus súplicas antes de morir —su sonrisa se ensanchó al percatarse de que sus palabras cumplían con su cometido: lograban mortificar a Hunter. Hizo una breve pausa y continuó destilando su veneno—. Eres tan asesino como yo, quizá peor, porque yo tuve un motivo para eliminarlos, mientras que tú los aniquilabas a sangre fría solo porque yo te lo ordenaba. ¿Te das cuenta? Siempre pudiste negarte, pero no lo hiciste. Jamás me cuestionaste. Todo por el dinero. Tan poco valía cada una de esas vidas para ti. Si yo soy un monstruo, ¿tú en qué categoría entras, Vaughan?
Hunter no soportó escuchar sus palabras, y tras darle el arma a Dagmar para que siguiera apuntándole, se le fue encima para molerlo a golpes. Horst sintió su puño en reiteradas ocasiones, un golpe tras otro, sin descanso; primero en las costillas, posteriormente en el pecho, finalmente concentrándose en el rostro, el cual pretendía moler hasta dejarlo irreconocible. Horst cayó al piso de nalgas, golpeándose contra la pared, y aunque el impacto lo dejó momentáneamente aturdido, a pesar de que el dolor que dejaba sobre su cuerpo su agresor era cada vez más intenso, no perdió la oportunidad para seguir hiriéndolo, con palabras, ya que no se le permitía hacerlo de otro modo.
—¡No importa cuánto te esfuerces en cambiar tu vida, nadie resucitará a todos tus muertos! —gritó mientras continuaba llegando un puñetazo tras otro—. ¡Cargarás con ellos hasta el último día de tu vida, porque eres débil, porque eres….! —Hunter golpeó su boca con toda la fuerza que poseía para callarlo de una vez, y funcionó, al menos momentáneamente. El machacado hombre, que para ese entonces tenía el rostro y pecho completamente ensangrentados, escupió con furia uno de sus dientes.
No dijo nada más. Se quedó en silencio, muy quieto, haciéndoles pensar a todos que se había dado por vencido, que estaba acabado, cuando en realidad utilizaba el tiempo a su favor. Mientras intentaba estabilizar su agitada respiración, recuperar algo de fuerza, planeaba su siguiente golpe, el cual no tardó en ejecutar. Tomándolos a todos desprevenidos, se fue esta vez sobre Dagmar. La tomó con fuerza de las piernas y le hizo perder el equilibrio, hasta que ésta cayó al suelo junto a él, indefensa, puesto que había perdido el arma. Neumann, como un verdadero poseído, se le echó encima y le rodeó el cuello con sus manos.
—¡Todo es tu culpa, maldita ramera! ¡Debí haberte matado yo mismo desde el principio! —le gritó mientras apretaba su cuello con toda la fuerza que aún albergaba en su cuerpo, hasta lograr cortarle el aire por completo. La piel de Dagmar no tardó en cambiar de color, pasando de un rosado a un blanco fantasmal, y posteriormente a un tono azulado.
Hunter intentó arrancarlo de su amada, pero él no cedió, continuó presionando, tan aguerrido como si de aquello dependiera su vida. A sus espaldas escuchó la voz de su mujer que le exigía que la soltara, pero en lugar de obedecer, tan solo se limitó a apartar su vista del rostro desfigurado por el dolor de la muchacha, para mirar a la ridícula de Frauke. ¡Qué absurda se le veía sosteniendo un arma!
—No seas estúpida, Frauke. Apenas y sabes cómo sostenerla, dudo que sepas cómo dispararla —se burló en medio de carcajadas, las cuales no duraron mucho.
El arma se disparó y la bala se incrustó en el hombro de Neumann, el cual profirió un horroroso alarido de dolor. Solo así fue capaz de liberar a Dagmar.
—¡Maldita perra! —chilló con una voz ronca, casi gutural—. No tienes idea de lo que acabas de hacer. ¡Te vas a arrepentir! —amenazó revolcándose en su propio charco de sangre, alargando torpemente uno de sus brazos –porque con el otro presionaba su herida- para intentar alcanzar a Frauke. No tuvo éxito—. ¡Todos ustedes se van a arrepentir!
Hunter aprovechó que lo tenía encañonado para alejar a Frauke de él, pidiéndole que se pusiera detrás, junto a Dagmar. La mujer, que parecía muy agitada, posiblemente por la adrenalina del momento, dudó antes de obedecer a la petición del rubio, ya que no todos los días se veía a Neumann en una situación como esa. También debía estar asustada, porque un hecho tan insólito, solo podía significar que traería consigo consecuencias igualmente importantes. Es probable que no temiera por su esposo, pero sí por Hunter, a quien consideraba su hijo. Suficiente daño le había hecho ya Neumann como para seguir destrozándole la vida, algo en lo que tenía mucha experiencia, porque también se la había destrozado a ella. Horst la miró cuando ella al fin se movió y pasó frente a él para reunirse junto a su hijo, no obstante, aunque por dentro se lo estuviera llevando el demonio, su semblante parecía calmo. Era tan inescrutable, tan inquietante, como si estar frente a su posible asesino no le provocara el mínimo temor, lo que a su vez lo hacía ver como un verdadero cínico. Cuando escuchó que Hunter lo llamaba monstruo, una descarada sonrisa no tardó en aparecer en su rostro, dibujándose lentamente, hasta formarse por completo. Le parecía muy gracioso.
—Tú y yo no somos tan diferentes, Hunter. ¿Tan pronto olvidaste a todos los que murieron por tu mano? Todos unos infelices, sin duda, pero seres humanos al fin y al cabo. Apuesto a que por las noches te cuesta conciliar el sueño al recordar sus rostros. Posiblemente algunas veces todavía hacen eco en tu atormentada cabeza sus súplicas antes de morir —su sonrisa se ensanchó al percatarse de que sus palabras cumplían con su cometido: lograban mortificar a Hunter. Hizo una breve pausa y continuó destilando su veneno—. Eres tan asesino como yo, quizá peor, porque yo tuve un motivo para eliminarlos, mientras que tú los aniquilabas a sangre fría solo porque yo te lo ordenaba. ¿Te das cuenta? Siempre pudiste negarte, pero no lo hiciste. Jamás me cuestionaste. Todo por el dinero. Tan poco valía cada una de esas vidas para ti. Si yo soy un monstruo, ¿tú en qué categoría entras, Vaughan?
Hunter no soportó escuchar sus palabras, y tras darle el arma a Dagmar para que siguiera apuntándole, se le fue encima para molerlo a golpes. Horst sintió su puño en reiteradas ocasiones, un golpe tras otro, sin descanso; primero en las costillas, posteriormente en el pecho, finalmente concentrándose en el rostro, el cual pretendía moler hasta dejarlo irreconocible. Horst cayó al piso de nalgas, golpeándose contra la pared, y aunque el impacto lo dejó momentáneamente aturdido, a pesar de que el dolor que dejaba sobre su cuerpo su agresor era cada vez más intenso, no perdió la oportunidad para seguir hiriéndolo, con palabras, ya que no se le permitía hacerlo de otro modo.
—¡No importa cuánto te esfuerces en cambiar tu vida, nadie resucitará a todos tus muertos! —gritó mientras continuaba llegando un puñetazo tras otro—. ¡Cargarás con ellos hasta el último día de tu vida, porque eres débil, porque eres….! —Hunter golpeó su boca con toda la fuerza que poseía para callarlo de una vez, y funcionó, al menos momentáneamente. El machacado hombre, que para ese entonces tenía el rostro y pecho completamente ensangrentados, escupió con furia uno de sus dientes.
No dijo nada más. Se quedó en silencio, muy quieto, haciéndoles pensar a todos que se había dado por vencido, que estaba acabado, cuando en realidad utilizaba el tiempo a su favor. Mientras intentaba estabilizar su agitada respiración, recuperar algo de fuerza, planeaba su siguiente golpe, el cual no tardó en ejecutar. Tomándolos a todos desprevenidos, se fue esta vez sobre Dagmar. La tomó con fuerza de las piernas y le hizo perder el equilibrio, hasta que ésta cayó al suelo junto a él, indefensa, puesto que había perdido el arma. Neumann, como un verdadero poseído, se le echó encima y le rodeó el cuello con sus manos.
—¡Todo es tu culpa, maldita ramera! ¡Debí haberte matado yo mismo desde el principio! —le gritó mientras apretaba su cuello con toda la fuerza que aún albergaba en su cuerpo, hasta lograr cortarle el aire por completo. La piel de Dagmar no tardó en cambiar de color, pasando de un rosado a un blanco fantasmal, y posteriormente a un tono azulado.
Hunter intentó arrancarlo de su amada, pero él no cedió, continuó presionando, tan aguerrido como si de aquello dependiera su vida. A sus espaldas escuchó la voz de su mujer que le exigía que la soltara, pero en lugar de obedecer, tan solo se limitó a apartar su vista del rostro desfigurado por el dolor de la muchacha, para mirar a la ridícula de Frauke. ¡Qué absurda se le veía sosteniendo un arma!
—No seas estúpida, Frauke. Apenas y sabes cómo sostenerla, dudo que sepas cómo dispararla —se burló en medio de carcajadas, las cuales no duraron mucho.
El arma se disparó y la bala se incrustó en el hombro de Neumann, el cual profirió un horroroso alarido de dolor. Solo así fue capaz de liberar a Dagmar.
—¡Maldita perra! —chilló con una voz ronca, casi gutural—. No tienes idea de lo que acabas de hacer. ¡Te vas a arrepentir! —amenazó revolcándose en su propio charco de sangre, alargando torpemente uno de sus brazos –porque con el otro presionaba su herida- para intentar alcanzar a Frauke. No tuvo éxito—. ¡Todos ustedes se van a arrepentir!
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Hunter golpeó con más fuerza, hasta que sintió que los huesos del brazo se le partirían en dos. Le molestaba darse cuenta de que el maldito Horst tenía razón: no había justificación para sus acciones, mucho menos un perdón. No importaba cuánto le rezara a su Dios para que lo absolviera, con cuánta devoción lo hiciera o qué tan arrepentido estuviera, ya estaba condenado. Si existía el infierno, ése era su destino. Darse cuenta de ello lo llenó aún más de rabia, y al percatarse que, efectivamente, no existía ya nada que pudiera remediar todo el mal que había hecho, decidió volcar en él toda su frustración. Se abalanzó con más furia sobre el desgraciado. Lo molió a golpes hasta que se cansó y probablemente lo habría matado en ese momento, de no ser porque Dagmar intervino justo a tiempo.
La mirada encolerizada del rubio se suavizó en el momento en que la miró a ella, y sintió que le volvía el alma al cuerpo al escucharla llamarlo de ese modo. «Mi amor». De no haber estado tan molesto, habría sonreído, la habría tomado entre sus brazos y apretado contra su cuerpo, porque aquello solo podía significar una cosa, que ella finalmente lo había perdonado. Sin embargo, no se movió. Permaneció tan serio como hasta entonces, casi indiferente, como si aquello no le hubiera conmovido ni un poco, con los ojos rojos por el cólera. La miró a los ojos, como si en ellos intentara encontrar una respuesta, como había hecho tantas veces antes, cada vez que se sentía perdido, mas eso no ocurrió. Por el contrario, las interrogantes en su cabeza se intensificaron. No podía creer que justamente ella impidiera que le quitara la vida a quien había ordenado asesinarla. ¿Por qué?
—Dagmar… —la voz le salió tan débil y tan lastimera que fácilmente podía confundirse con un susurro— él no se tocaría el corazón si se tratara de ti. Te asesinará si lo dejo vivir. Matará también a mi madre. No puedo permitirlo.
Ni siquiera al pronunciar aquellas palabras encontró en ella el apoyo necesario para acabar con el maldito hombre de una vez por todas. Y no era para menos. ¿Cómo esperar que Dagmar apoyara el asesinato de un hombre, aún si éste no se merecía ser considerado como tal? Y más importante aún, ¿cómo esperaba él que lo hiciera cuando justamente ese tipo de acciones eran las que determinaban la parte más desagradable de su vida, misma que pretendía dejar en el pasado? Miró a Horst, y cuando notó todo el daño físico que ya le había hecho, aunque éste no se pudiera comparar ni un poco con el que Neumann había provocado, se dio cuenta de que quizá ya había tenido suficiente. Caviló la posibilidad de darle una oportunidad para redimirse, aunque la sola idea le pareciera imposible.
Irguió su cuerpo y juntó sus manos. Los huesos le dolían tremendamente y tenía los nudillos heridos. Entonces, se alejó para reunirse con Frauke, no sin antes dedicarle una última mirada de reproche a Neumann. Horst, por su parte, aprovechó su lejanía y una pequeña distracción de Dagmar para atacarla y, en un abrir y cerrar de ojos, logró derribarla. Rodeó su cuello con sus manos y presionó fuertemente con la clara intención de estrangularla. Hunter saltó al instante y tomó a Neumann por la espalda, forcejeando con él, pero él parecía tan decidido a acabar con la vida de la joven que resultaba imposible que la soltara. Lo único que logró que Horst cediera, fue el ensordecedor sonido del disparo que Frauke dejó escapar. En ese instante, el tiempo se detuvo. Todos los presentes se quedaron perplejos, helados y mudos, pero fue Neumann quien rompió el silencio cuando lanzó un chillido de dolor. Fue entonces cuando Hunter se dio cuenta de que Horst había recibido el balazo, justo en el hombro. Giró cabeza para mirar a Frauke, y aunque notó en ella que estaba asustada y alterada por lo ocurrido, le sorprendió ver que todavía sostenía con fuerza el arma, apuntando directamente a Neumann.
—Madre, espera, no lo hagas… —intentó persuadirla al tiempo que se ponía de pie para acercarse sigilosamente hasta la mujer—. Sé que tú más que nadie tiene motivos para esto, pero Dagmar tiene razón. No tienes que matarlo, al menos no tú. No quiero que te condenes. Si hemos de hacerlo, dejen que lo haga yo. Soy el que menos tiene que perder. Dame la pistola. Por favor… —le pidió extendiendo una de sus manos para que depositara sobre ella el arma.
La mirada encolerizada del rubio se suavizó en el momento en que la miró a ella, y sintió que le volvía el alma al cuerpo al escucharla llamarlo de ese modo. «Mi amor». De no haber estado tan molesto, habría sonreído, la habría tomado entre sus brazos y apretado contra su cuerpo, porque aquello solo podía significar una cosa, que ella finalmente lo había perdonado. Sin embargo, no se movió. Permaneció tan serio como hasta entonces, casi indiferente, como si aquello no le hubiera conmovido ni un poco, con los ojos rojos por el cólera. La miró a los ojos, como si en ellos intentara encontrar una respuesta, como había hecho tantas veces antes, cada vez que se sentía perdido, mas eso no ocurrió. Por el contrario, las interrogantes en su cabeza se intensificaron. No podía creer que justamente ella impidiera que le quitara la vida a quien había ordenado asesinarla. ¿Por qué?
—Dagmar… —la voz le salió tan débil y tan lastimera que fácilmente podía confundirse con un susurro— él no se tocaría el corazón si se tratara de ti. Te asesinará si lo dejo vivir. Matará también a mi madre. No puedo permitirlo.
Ni siquiera al pronunciar aquellas palabras encontró en ella el apoyo necesario para acabar con el maldito hombre de una vez por todas. Y no era para menos. ¿Cómo esperar que Dagmar apoyara el asesinato de un hombre, aún si éste no se merecía ser considerado como tal? Y más importante aún, ¿cómo esperaba él que lo hiciera cuando justamente ese tipo de acciones eran las que determinaban la parte más desagradable de su vida, misma que pretendía dejar en el pasado? Miró a Horst, y cuando notó todo el daño físico que ya le había hecho, aunque éste no se pudiera comparar ni un poco con el que Neumann había provocado, se dio cuenta de que quizá ya había tenido suficiente. Caviló la posibilidad de darle una oportunidad para redimirse, aunque la sola idea le pareciera imposible.
Irguió su cuerpo y juntó sus manos. Los huesos le dolían tremendamente y tenía los nudillos heridos. Entonces, se alejó para reunirse con Frauke, no sin antes dedicarle una última mirada de reproche a Neumann. Horst, por su parte, aprovechó su lejanía y una pequeña distracción de Dagmar para atacarla y, en un abrir y cerrar de ojos, logró derribarla. Rodeó su cuello con sus manos y presionó fuertemente con la clara intención de estrangularla. Hunter saltó al instante y tomó a Neumann por la espalda, forcejeando con él, pero él parecía tan decidido a acabar con la vida de la joven que resultaba imposible que la soltara. Lo único que logró que Horst cediera, fue el ensordecedor sonido del disparo que Frauke dejó escapar. En ese instante, el tiempo se detuvo. Todos los presentes se quedaron perplejos, helados y mudos, pero fue Neumann quien rompió el silencio cuando lanzó un chillido de dolor. Fue entonces cuando Hunter se dio cuenta de que Horst había recibido el balazo, justo en el hombro. Giró cabeza para mirar a Frauke, y aunque notó en ella que estaba asustada y alterada por lo ocurrido, le sorprendió ver que todavía sostenía con fuerza el arma, apuntando directamente a Neumann.
—Madre, espera, no lo hagas… —intentó persuadirla al tiempo que se ponía de pie para acercarse sigilosamente hasta la mujer—. Sé que tú más que nadie tiene motivos para esto, pero Dagmar tiene razón. No tienes que matarlo, al menos no tú. No quiero que te condenes. Si hemos de hacerlo, dejen que lo haga yo. Soy el que menos tiene que perder. Dame la pistola. Por favor… —le pidió extendiendo una de sus manos para que depositara sobre ella el arma.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Muy probablemente su debilidad se asociaba al ataque que recibió durante la revolución. Ella se encontraba en un estado jamás visto, o quizás sí, pero sólo en su niñez, en sus inicios. No estaba del todo fuerte, por lo consiguiente su debilidad le quitaba estabilidad, orientación, flexibilidad y rapidez. Se había recuperado de la herida, misma que cerró exitosamente, pero no por eso ya se encontraba al cien en todo sentido. Además, el trabajo físico debía volver, y todo eso si deseaba regresar a ser la misma cazadora profesional de antes. Dagmar no se encontraba en su mejor momento, y por eso, en vez de ser una ayuda para Hunter y Frauke, resultaba un estorbo. Uno que empeoraría la situación, que les daría grandes desventajas. Por más que Hunter confiaba en ella, lo sabía, y al no tenerse confianza, todo llegaba a salir mal.
No se hizo esperar la obviedad del problema. En otras circunstancias el tener a Horst encima habría sido objeto de burlas para ella, con facilidad lo hubiera atacado, e incluso sometido. ¡Aquello lo realizó más de una vez con seres de la noche! Con el sería pan comido, sin embargo, no era el escenario favorecedor para ella, sino para él.
Por un momento decidió no hacer esfuerzo para respirar, porque de esa forma tendría tiempo de ventaja, ella confiaba en que Hunter le ayudaría, tanto como su cuerpo cedería a causa de la adrenalina, sin embargo el tiempo transcurrió, como pudo dejó escapar el aire, intentó aspirar desesperadamente un poco más sin éxito alguno.
Dagmar comenzó a patalear con fuerza, intentando que así la figura masculina se apartada de ella, o al menos titubeara; eso no ocurrió. Se llevó las manos al cuello intentando ejercerle algún daño en los dedos para que la dejara en paz; tampoco funcionó. Sintió como su pecho buscaba desesperado el aire. Sus ojos le molestaban, y la mirada se le nubló. La presión de sus oídos iba en aumento, incluso podía escuchar a lo lejos un chillido. Ya no razonaba con claridad, todo era confusión y un escenario de figuras abstractas que ya casi no podía reconocer. Los pulmones le dolían, el frío apareció, y el mareo iba incrementando de tal manera que por segundos perdió la conciencia. Se sintió torpe, culpable, e increíblemente inútil. Al acercarse había empeorado las cosas.
La joven ni siquiera pudo escuchar el disparo de lo aturdida que se encontraba. Tampoco sintió la liberación de su cuerpo ante las agresiones. Parecía que su cuerpo había olvidado por unos instantes cómo se debía de respirar. Tosió con fuerza, de forma tan sonora que sintió aquel sonido retumbó en la habitación. El aire volvía a su cuerpo, y ella parecía querer respirar con desesperación, sólo para poder saberse viva.
Estaba tardando en recuperarse. En realidad tardaría más de la cuenta, sin embargo no era tiempo de dramatizar, ella necesitaba reincorporarse a la situación. Cómo pudo se sentó, o al menos intentó, buscó como recargar su espalda. No tenía fuerza, pero hizo el esfuerzo. Sus ojos captaron a un hombre mayor cubierto en sangre, y a dos personas apartadas que discutían por un arma. Negó repetidas veces. No podían matarlo, porque de ser así ellos terminarían por perder también. Dagmar no conocía a Horst Neumann pero comprendía el poder y las riquezas que el representaba.
Alzó la mano en dirección a la madre y al hijo, todo con tal de pedir un poco más de su atención.
— Hunter — Tosió. Ella no podía hablar con claridad, apenas y podía identificarse lo que estaba diciendo. — No lo mates, Hunter, lo necesitamos vivo — Pidió. Aunque no estaba segura si la había escuchado. Para su buena suerte el joven se acercó a ella. La joven intentó sonreírle con esa chispa que siempre tenía, pero ni siquiera la expresión o el brillo de sus ojos apareció, y sus labios parecían mostrar una mueca de tristeza, no otra cosa. — No lo mates, así no pagará todo lo que hizo — Y es que para ella la muerte sólo era un regalo. En sus adentros el sufrimiento prolongado sería la mejor lección, el mejor castigo.
Frauke se acercó a ellos, sostuvo a Dagmar entre sus brazos, no sin antes entregarle el arma a Hunter. De esa manera también le daba la opción de acabar con la vida de Horst o no. Lo cierto es que la cazadora ya no deseaba más vidas en manos del rubio, ya eran demasiadas, y sin importar que Neumann fuera malo o no, el peso de un asesinato le calaba en el alma al joven. Bastó con ver el aturdimiento de sus ojos al escuchar las palabras anterior del ahora herido. Ella no deseaba verlo sufrir, no de esa manera, por eso buscaba darle otras alternativas.
No se hizo esperar la obviedad del problema. En otras circunstancias el tener a Horst encima habría sido objeto de burlas para ella, con facilidad lo hubiera atacado, e incluso sometido. ¡Aquello lo realizó más de una vez con seres de la noche! Con el sería pan comido, sin embargo, no era el escenario favorecedor para ella, sino para él.
Por un momento decidió no hacer esfuerzo para respirar, porque de esa forma tendría tiempo de ventaja, ella confiaba en que Hunter le ayudaría, tanto como su cuerpo cedería a causa de la adrenalina, sin embargo el tiempo transcurrió, como pudo dejó escapar el aire, intentó aspirar desesperadamente un poco más sin éxito alguno.
Dagmar comenzó a patalear con fuerza, intentando que así la figura masculina se apartada de ella, o al menos titubeara; eso no ocurrió. Se llevó las manos al cuello intentando ejercerle algún daño en los dedos para que la dejara en paz; tampoco funcionó. Sintió como su pecho buscaba desesperado el aire. Sus ojos le molestaban, y la mirada se le nubló. La presión de sus oídos iba en aumento, incluso podía escuchar a lo lejos un chillido. Ya no razonaba con claridad, todo era confusión y un escenario de figuras abstractas que ya casi no podía reconocer. Los pulmones le dolían, el frío apareció, y el mareo iba incrementando de tal manera que por segundos perdió la conciencia. Se sintió torpe, culpable, e increíblemente inútil. Al acercarse había empeorado las cosas.
La joven ni siquiera pudo escuchar el disparo de lo aturdida que se encontraba. Tampoco sintió la liberación de su cuerpo ante las agresiones. Parecía que su cuerpo había olvidado por unos instantes cómo se debía de respirar. Tosió con fuerza, de forma tan sonora que sintió aquel sonido retumbó en la habitación. El aire volvía a su cuerpo, y ella parecía querer respirar con desesperación, sólo para poder saberse viva.
Estaba tardando en recuperarse. En realidad tardaría más de la cuenta, sin embargo no era tiempo de dramatizar, ella necesitaba reincorporarse a la situación. Cómo pudo se sentó, o al menos intentó, buscó como recargar su espalda. No tenía fuerza, pero hizo el esfuerzo. Sus ojos captaron a un hombre mayor cubierto en sangre, y a dos personas apartadas que discutían por un arma. Negó repetidas veces. No podían matarlo, porque de ser así ellos terminarían por perder también. Dagmar no conocía a Horst Neumann pero comprendía el poder y las riquezas que el representaba.
Alzó la mano en dirección a la madre y al hijo, todo con tal de pedir un poco más de su atención.
— Hunter — Tosió. Ella no podía hablar con claridad, apenas y podía identificarse lo que estaba diciendo. — No lo mates, Hunter, lo necesitamos vivo — Pidió. Aunque no estaba segura si la había escuchado. Para su buena suerte el joven se acercó a ella. La joven intentó sonreírle con esa chispa que siempre tenía, pero ni siquiera la expresión o el brillo de sus ojos apareció, y sus labios parecían mostrar una mueca de tristeza, no otra cosa. — No lo mates, así no pagará todo lo que hizo — Y es que para ella la muerte sólo era un regalo. En sus adentros el sufrimiento prolongado sería la mejor lección, el mejor castigo.
Frauke se acercó a ellos, sostuvo a Dagmar entre sus brazos, no sin antes entregarle el arma a Hunter. De esa manera también le daba la opción de acabar con la vida de Horst o no. Lo cierto es que la cazadora ya no deseaba más vidas en manos del rubio, ya eran demasiadas, y sin importar que Neumann fuera malo o no, el peso de un asesinato le calaba en el alma al joven. Bastó con ver el aturdimiento de sus ojos al escuchar las palabras anterior del ahora herido. Ella no deseaba verlo sufrir, no de esa manera, por eso buscaba darle otras alternativas.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Ni siquiera en sus peores pesadillas se imaginaba disparando un arma. Frauke Neumann era una mujer distinguida. Una señora delicada, elegante, e indefensa de la alta sociedad. Una persona de reconocimiento, envidia, y admiración. Alguien que jamás imaginó encontrarse en esa situación, y es que se trataba de una fémina de respeto. Alguien que se sabe tan bien su lugar en la sociedad, cada una de las reglas, y lleva al pie de la letra los protocolos, que jamás se le relaciona con un hecho violento, mucho menos que venga relacionado con armas, peor aún, un atentado hacía el hombre que le dio el apellido, y una vida mucho mejor que la de los mismos reyes de cualquier parte del mundo. Sin embargo bien dicen ahí que la vida da mil vueltas, mismas que no pasan desapercibidas, y que marcan un ante y un después.
Siempre existe un punto de quiebre, ese que te impulsa a realizar lo inimaginable. Es el momento en que debes luchar con entrega, pasión, y un poco de miedo, ese último te permite romper barreras, mismas que se necesitan destruir, y que al ser destruidas, te enseñan a mirar más allá de tus narices.
Para ella ya no existía el tiempo perdido. Suficientes habían sido cuarenta años encerrada en una jaula de oro. Frauke debía defender a su familia, a su hijo. El único que la había amado con todo y sus encierros, con todo y su falta de voz. Debía retribuirle la vida, porque sin él, las esperanzas se le hubieran esfumado, y hace mucho tiempo habría dejado de luchar. Probablemente ya no tendría vida alguna. Le debía tanto.
Frauke Neumann había sido complice de Horst en innumerables ocasiones. Todo por sentir la presión enfermiza de tener que hacer lo que le exigía, sino lo hacía, las consecuencias hacía ella podrían ser muy graves. Ninguna de esas ocasiones le dolió más de lo humanamente correcto, sin embargo una si tocó su corazón, y fue el no haber hecho nada, el que tuviera que quedarse de brazos cruzados, y no intervenir para que Hunter fuera feliz. Cuando se enamoró, y tuvo a su primer hija, la esposa de Horst no ayudó a su joven hijo a luchar por aquella familia tan hermosa que había formado. Mucho tiempo aquello no la dejó dormir, y tampoco le dio la tranquilidad que siempre había buscado. Aunque debe reconocer que gracias a eso se juró jamás volverle a fallar. Aquella noche era el momento.
Disparó de forma certera en el hombro. Deseaba impactar en un lugar que pudiera llevar a una recuperación, pero que por el momento el dolor lo cegara, aunque tuviera valor para luchar, no lo tenía para matar. Jamás llegaría a ser una asesina, no al menos que pudiera evitar aquel detalle. El sonido del arma accionarse le dio tranquilidad, y aunque el color del rojo carmín siempre la alteraba, en aquella ocasión le generó un gran alivio. Lo había hecho bien; Dagmar Biermann se encontraba a salvo.
— Está aturdido, Hunter, es momento que lo amarres, al menos de los pies, y si puedes de las manos también, no importa que le duela, debe escarmentar, el dolor físico se evapora, lo que nos ha hecho a nosotros no. — Despejó el rostro de la cazadora para poder observarla con atención. El cuello de la muchacha mostraba las marcas del hasta hace poco estrangulamiento. Le acarició la frente, y le sonrió con alivio. Debía cuidarla a ella, necesitaba protegerla, y todo por él, por Hunter, estaba más que claro que ambos se hacían un bien al estar juntos.
Cómo pudo, la señora Neumann ayudó a la muchacha a ponerse de pie. El escándalo abría alarmado a gente cercana, estaba segura que en poco llegarían a atender la situación, aunque aquello podría ser peligroso.
Horst tenía amigos, cómplices, y trabajadores en todos lados, ellos debían ser cautelosos para poder ganarle la batalla.
Debido a su profesión, y a los viajes distintos que había realizado, Dagmar aprendió a hacer todo tuvo de curaciones, incluidas remover una bala, sin embargo no tenía ganas de ofrecerse voluntariamente a curar aquel ataque hacía Horst, deseaba que sufriera un poco más. Hunter por su parte parecía ya haberlo amarrado y dejado en el suelo. Se notaban sus manos bañadas en sangre. Frauke por su parte buscaba poder tranquilizar sus nervios, así sus pensamientos se aclararían, y sabría que hacer en cualquier instante. Todos en aquella sala se notaban excesivamente alterados, y de esa manera nada se podría arreglar.
La zona residencial marcaba limites con grandes distancias entre las propiedades, sin embargo los empleados habían escuchado el disparo. Más de uno corría para aproximarse a la sala de donde había provenido la detonación. Horst se sentía confiado, creía que quienes llegaran lo auxiliarían, y encima de todo le ayudarían a vencer tanto a su esposa, como a la pareja, sin embargo, todos aquellos que habían viajado a París con Frauke eran de su entera confianza, empleados que le amaban y le habían prometido fidelidad. Abrieron la puerta, y una de ellos soltó un grito de terror llamando la atención de los cuatro individuos alterados. Sin embargo uno de los hombres alzó el rostro de forma soberbia, miró con odio al señor Neumann y se puso en completa disposición para las próximas instrucciones de Frauke y Hunter.
Siempre existe un punto de quiebre, ese que te impulsa a realizar lo inimaginable. Es el momento en que debes luchar con entrega, pasión, y un poco de miedo, ese último te permite romper barreras, mismas que se necesitan destruir, y que al ser destruidas, te enseñan a mirar más allá de tus narices.
Para ella ya no existía el tiempo perdido. Suficientes habían sido cuarenta años encerrada en una jaula de oro. Frauke debía defender a su familia, a su hijo. El único que la había amado con todo y sus encierros, con todo y su falta de voz. Debía retribuirle la vida, porque sin él, las esperanzas se le hubieran esfumado, y hace mucho tiempo habría dejado de luchar. Probablemente ya no tendría vida alguna. Le debía tanto.
Frauke Neumann había sido complice de Horst en innumerables ocasiones. Todo por sentir la presión enfermiza de tener que hacer lo que le exigía, sino lo hacía, las consecuencias hacía ella podrían ser muy graves. Ninguna de esas ocasiones le dolió más de lo humanamente correcto, sin embargo una si tocó su corazón, y fue el no haber hecho nada, el que tuviera que quedarse de brazos cruzados, y no intervenir para que Hunter fuera feliz. Cuando se enamoró, y tuvo a su primer hija, la esposa de Horst no ayudó a su joven hijo a luchar por aquella familia tan hermosa que había formado. Mucho tiempo aquello no la dejó dormir, y tampoco le dio la tranquilidad que siempre había buscado. Aunque debe reconocer que gracias a eso se juró jamás volverle a fallar. Aquella noche era el momento.
Disparó de forma certera en el hombro. Deseaba impactar en un lugar que pudiera llevar a una recuperación, pero que por el momento el dolor lo cegara, aunque tuviera valor para luchar, no lo tenía para matar. Jamás llegaría a ser una asesina, no al menos que pudiera evitar aquel detalle. El sonido del arma accionarse le dio tranquilidad, y aunque el color del rojo carmín siempre la alteraba, en aquella ocasión le generó un gran alivio. Lo había hecho bien; Dagmar Biermann se encontraba a salvo.
— Está aturdido, Hunter, es momento que lo amarres, al menos de los pies, y si puedes de las manos también, no importa que le duela, debe escarmentar, el dolor físico se evapora, lo que nos ha hecho a nosotros no. — Despejó el rostro de la cazadora para poder observarla con atención. El cuello de la muchacha mostraba las marcas del hasta hace poco estrangulamiento. Le acarició la frente, y le sonrió con alivio. Debía cuidarla a ella, necesitaba protegerla, y todo por él, por Hunter, estaba más que claro que ambos se hacían un bien al estar juntos.
Cómo pudo, la señora Neumann ayudó a la muchacha a ponerse de pie. El escándalo abría alarmado a gente cercana, estaba segura que en poco llegarían a atender la situación, aunque aquello podría ser peligroso.
Horst tenía amigos, cómplices, y trabajadores en todos lados, ellos debían ser cautelosos para poder ganarle la batalla.
Debido a su profesión, y a los viajes distintos que había realizado, Dagmar aprendió a hacer todo tuvo de curaciones, incluidas remover una bala, sin embargo no tenía ganas de ofrecerse voluntariamente a curar aquel ataque hacía Horst, deseaba que sufriera un poco más. Hunter por su parte parecía ya haberlo amarrado y dejado en el suelo. Se notaban sus manos bañadas en sangre. Frauke por su parte buscaba poder tranquilizar sus nervios, así sus pensamientos se aclararían, y sabría que hacer en cualquier instante. Todos en aquella sala se notaban excesivamente alterados, y de esa manera nada se podría arreglar.
La zona residencial marcaba limites con grandes distancias entre las propiedades, sin embargo los empleados habían escuchado el disparo. Más de uno corría para aproximarse a la sala de donde había provenido la detonación. Horst se sentía confiado, creía que quienes llegaran lo auxiliarían, y encima de todo le ayudarían a vencer tanto a su esposa, como a la pareja, sin embargo, todos aquellos que habían viajado a París con Frauke eran de su entera confianza, empleados que le amaban y le habían prometido fidelidad. Abrieron la puerta, y una de ellos soltó un grito de terror llamando la atención de los cuatro individuos alterados. Sin embargo uno de los hombres alzó el rostro de forma soberbia, miró con odio al señor Neumann y se puso en completa disposición para las próximas instrucciones de Frauke y Hunter.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Sin dejar de ejercer presión sobre su herida, para así evitar desangrarse, Neumann aprovechó la breve distracción de todos los implicados y rodó por el piso en busca de un mejor sitio donde pudiera protegerse, por si acaso a la loca de su esposa se le ocurría soltar otro tiro. Pero no llegó muy lejos. La herida y el profundo dolor que ésta le provocaba habían mermado su desempeño físico y la pérdida de sangre había empezado a hacerlo sentir debilitado. Movió la cabeza hacia ambos lados en un intento de espabilarse, pero lo cierto es que se encontraba aturdido y no dejaba de sangrar. Aún así, hizo su mejor esfuerzo, pegó la espalda lo más erguida que le fue posible contra la pared, e intentó no bajar la guardia y mantenerse alerta.
No era tonto. Le bastó mirarlos con detenimiento durante unos instantes para darse cuenta de que no lo liberarían. Les había hecho demasiado daño a los tres individuos que compartían con él esa habitación. Frauke había sufrido sus maltratos y exigencias durante más de veinte años, y no conforme con ello, la había vuelto cómplice de sus negocios sucios. A Hunter lo había utilizado desde muy pequeño, moldeándolo a su antojo, convirtiéndolo en una de sus armas, y si bien jamás lo había forzado para obligarlo a cumplir sus mandatos, se las había ingeniado bastante bien para lavarle el cerebro, a tal grado de que el muchacho pronto se encontró obedeciendo al pie de la letra todas sus órdenes, por más escalofriantes que éstas fueran. Dagmar era quien había sufrido la maldición de Neumann por mucho menos tiempo, pero hay que recordar que de no ser por la rebeldía de Hunter, ella habría muerto hacía mucho tiempo, pues su orden había sido bastante precisa. Era demasiado como para poder pasarlo por alto, y todos sabían que si lo liberaban, la pesadilla jamás terminaría, sino que por el contrario, solo tomaría fuerza. Era una lección que necesitaba aprender, que todos querían darle, pero que él consideraba la insolencia más grande que hubiera vivido jamás.
—Piensa lo que estás a punto de hacer, Hunter —intervino de pronto en la conversación que mantenía el trío, mismos que intentaban determinar el destino de Neumann. Al hablar se dirigía al rubio porque el arma le había sido nuevamente entregada, lo que a su vez lo convertía en el más peligroso de la habitación—. Piénsalo dos veces… si es que aún queda en ti algo de la inteligencia que cultivé en ti durante todos estos años. En el fondo sabes que sería una estupidez hacer lo que sugiere la imbécil de Frauke —desvió la horrible mirada hacia su esposa y le dedicó la expresión más desagradable que le fue posible. Después de lo ocurrido, ya no toleraba ni siquiera verla, su imagen le enfermaba.
—Trabajaste muchos años para mí, llegaste a ser uno de mis mejores hombres, por tanto me conoces bastante bien. Sé que en este momento dudas sobre el siguiente paso que has de efectuar, porque tienes claro que no soy ningún idiota y que he dejado órdenes precisas antes de venir a tu encuentro. Si me pasa algo, una guerra explotará en su contra y ninguno sobrevivirá. Por otro lado, si me dejas vivo, sabes que no descansaré hasta encontrarlos —hizo una breve pausa, segundos en los que fue capaz de notar cómo sus palabras no eran en vano, que eran analizadas por el muchacho. Neumann pensaba que si había sido capaz de lavarle el cerebro ya una vez, durante tantos años y sin la menor dificultad, hacerlo nuevamente no podía ser tan difícil. Después de todo, según su propia opinión, el mismo Hunter se había encargado ya de hacerle ver que no era más que un imbécil.
—Dime, ¿qué harás, Hunter? No puedes negar que te tengo entre la espalda y la pared, así como yo no puedo pasar por alto la intriga que me provoca descubrir hasta qué punto ha mermado tu inteligencia a causa de esta ram… ¡agghhhhh! —Horst no fue capaz de completar su frase porque, en ese instante, Hunter, que no pudo tolerar escucharlo por más tiempo, rápido, como un rayo, se acercó a él y le hizo callar la boca de una manera bastante definitiva. Con un potente movimiento, el rubio presionó sus dedos sobre la herida de bala para causarle dolor, mismo que se intensificó a niveles insospechados cuando éste hundió en ella su dedo índice y el medio, removimiento su carne con saña, provocando que el torrente de sangre se acelerara.
Horst maldijo una y otra vez en medio de alaridos de dolor, exigiéndole que se apartara, pero fue en vano y solo logró que Hunter se ensañara más con él. Hasta que el hombre no aguantó más y a causa del dolor perdió el conocimiento.
No era tonto. Le bastó mirarlos con detenimiento durante unos instantes para darse cuenta de que no lo liberarían. Les había hecho demasiado daño a los tres individuos que compartían con él esa habitación. Frauke había sufrido sus maltratos y exigencias durante más de veinte años, y no conforme con ello, la había vuelto cómplice de sus negocios sucios. A Hunter lo había utilizado desde muy pequeño, moldeándolo a su antojo, convirtiéndolo en una de sus armas, y si bien jamás lo había forzado para obligarlo a cumplir sus mandatos, se las había ingeniado bastante bien para lavarle el cerebro, a tal grado de que el muchacho pronto se encontró obedeciendo al pie de la letra todas sus órdenes, por más escalofriantes que éstas fueran. Dagmar era quien había sufrido la maldición de Neumann por mucho menos tiempo, pero hay que recordar que de no ser por la rebeldía de Hunter, ella habría muerto hacía mucho tiempo, pues su orden había sido bastante precisa. Era demasiado como para poder pasarlo por alto, y todos sabían que si lo liberaban, la pesadilla jamás terminaría, sino que por el contrario, solo tomaría fuerza. Era una lección que necesitaba aprender, que todos querían darle, pero que él consideraba la insolencia más grande que hubiera vivido jamás.
—Piensa lo que estás a punto de hacer, Hunter —intervino de pronto en la conversación que mantenía el trío, mismos que intentaban determinar el destino de Neumann. Al hablar se dirigía al rubio porque el arma le había sido nuevamente entregada, lo que a su vez lo convertía en el más peligroso de la habitación—. Piénsalo dos veces… si es que aún queda en ti algo de la inteligencia que cultivé en ti durante todos estos años. En el fondo sabes que sería una estupidez hacer lo que sugiere la imbécil de Frauke —desvió la horrible mirada hacia su esposa y le dedicó la expresión más desagradable que le fue posible. Después de lo ocurrido, ya no toleraba ni siquiera verla, su imagen le enfermaba.
—Trabajaste muchos años para mí, llegaste a ser uno de mis mejores hombres, por tanto me conoces bastante bien. Sé que en este momento dudas sobre el siguiente paso que has de efectuar, porque tienes claro que no soy ningún idiota y que he dejado órdenes precisas antes de venir a tu encuentro. Si me pasa algo, una guerra explotará en su contra y ninguno sobrevivirá. Por otro lado, si me dejas vivo, sabes que no descansaré hasta encontrarlos —hizo una breve pausa, segundos en los que fue capaz de notar cómo sus palabras no eran en vano, que eran analizadas por el muchacho. Neumann pensaba que si había sido capaz de lavarle el cerebro ya una vez, durante tantos años y sin la menor dificultad, hacerlo nuevamente no podía ser tan difícil. Después de todo, según su propia opinión, el mismo Hunter se había encargado ya de hacerle ver que no era más que un imbécil.
—Dime, ¿qué harás, Hunter? No puedes negar que te tengo entre la espalda y la pared, así como yo no puedo pasar por alto la intriga que me provoca descubrir hasta qué punto ha mermado tu inteligencia a causa de esta ram… ¡agghhhhh! —Horst no fue capaz de completar su frase porque, en ese instante, Hunter, que no pudo tolerar escucharlo por más tiempo, rápido, como un rayo, se acercó a él y le hizo callar la boca de una manera bastante definitiva. Con un potente movimiento, el rubio presionó sus dedos sobre la herida de bala para causarle dolor, mismo que se intensificó a niveles insospechados cuando éste hundió en ella su dedo índice y el medio, removimiento su carne con saña, provocando que el torrente de sangre se acelerara.
Horst maldijo una y otra vez en medio de alaridos de dolor, exigiéndole que se apartara, pero fue en vano y solo logró que Hunter se ensañara más con él. Hasta que el hombre no aguantó más y a causa del dolor perdió el conocimiento.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Frauke terminó por tenderle el arma al que consideraba su hijo y la persona más indicada para decidir qué hacer en una situación tan arriesgada. Confiaba a él, ciegamente, Hunter podía verlo en su mirada. Por eso decidió que no la defraudaría. Recibió el arma entre sus manos y miró el mortal artefacto, fijamente, durante unos instantes, sin hacer ningún comentario. Era curioso pero, por primera vez en toda su vida, no sabía qué hacer con ella. Portar un arma jamás había sido un juego para él. En realidad, era una gran responsabilidad. Y si bien se trataba de un objeto con el que estaba realmente familiarizado, que no era en absoluto ajeno para él, que de pronto lo mirara como si lo desconociera, resultaba algo verdaderamente intrigante. Todo se debía al debate que tenía a lugar en su interior. Una parte de él, el asesino a sueldo, el profesional del crimen, quería empuñar el arma con firmeza, apuntar directamente a la cabeza de Neumann, y vaciar en él todos los tiros disponibles. Pero la otra parte, la del humano que todavía era capaz de sentir amor y que además era padre de una niña, se rehusaba a sumar otra muerte a su larga lista, así fuera la de Horst, que bien merecida se la tenía. No quería volver a lo mismo, y aunque no pudiera regresar a la vida a nadie, deseaba rectificar sus errores, y por algo debía empezar.
—Ustedes tienen razón, ya se ha derramado demasiada sangre —dijo finalmente a las dos mujeres que lo miraban con expectación, algo inquietas, aunque se esforzaran por disimular que no.
En ese instante, la voz de Neumann nuevamente se hizo escuchar a sus espaldas. Desde luego, nada que saliera de su boca podía ser algo bueno, pues cada vez que la abría era para destilar grandes cantidades de ese veneno que casi siempre lograba alcanzar a todo aquel que estuviera próximo a él. Ésta vez no fue la excepción. El muchacho intentó ignorarlo, ni siquiera se giró para verle la cara, pero lo cierto es que escuchó cada una de sus malditas palabras y le caló en lo más hondo que él tuviera razón en la mayoría de las cosas. Era como escuchar la voz de su propia conciencia, una voz que casi lograba hacerlo sentir náuseas. Cuando mencionó a Frauke y a Dagmar, insultándolas de la peor manera, no resistió más y lo encaró.
—No vuelvas a meterte con ellas, maldito infeliz —bramó, y con tan solo tres enormes pasos, Hunter llegó hasta él y lo sujetó ferozmente del cuello de la camisa—, y tampoco vuelvas a subestimarme de esa manera —le advirtió, haciendo evidente su molestia en la expresión de su rostro: tenía el ceño completamente fruncido y la mirada fiera, agresiva, digna de un loco.
En verdad deseaba matarlo, y probablemente lo hubiera hecho, de haber estado solo ellos dos. Con el afán de querer provocarle por lo menos un poco del gran dolor que él les había ocasionado a todos ellos, decidió hacerlo sufrir aprovechando el reciente altercado. Sin darle oportunidad de reaccionar, con su mano presionó fuertemente sobre la herida hasta hacerlo gritar de dolor. Más tarde introdujo dos de sus dedos en el agujero que la bala había dejado en su hombro. Horst no lo soportó. Profirió un alarido de dolor y arqueó la espalda violentamente, cayendo al piso boca arriba, revolcándose en su miseria. Era verdaderamente insólito ver a Horst Neumman en esa situación, era la primera vez que lo degradaban de semejante modo. Mientras lo hacía sufrir con sus manos, Hunter frunció el ceño con furia, deleitándose con su dolor, ahondando aún más profundo en su carne, hurgando en ella sin piedad, como si quisiera localizar la bala y extraerla en carne viva. Desde luego, no deseaba eso. Aún si hubiera podido sacarla con sus propias manos, sin ningún tipo de instrumento, no lo habría hecho. Sus manos se mancharon por completo de la sangre del bastardo que tanto odiaba.
Horst podía ser un maldito monstruo, pero seguía siendo un hombre, un humano, así que no resistió más y de desmayó a causa del dolor. Fue entonces que Hunter aprovechó para hacer justamente lo que Frauke había sugerido. La suerte les sonreía porque afortunadamente logró encontrar una buena cantidad de cuerda con la que ató a Neumman de pies y manos, haciendo nudos tan profesionales como los que él mismo le había enseñado alguna vez.
Una vez terminado, regresó junto a su madre, que no se había separado de Dagmar ni un segundo. La mujer los miró y acarició el rostro del muchacho, cariñosamente, como habría hecho una verdadera madre. Fue entonces que Hunter escuchó de sus labios lo que tanto había temido durante todo ese tiempo. Frauke les pidió que se fueran, que huyeran juntos, a otra ciudad, a otro país, a otro continente, a donde tuvieran que hacerlo, pero que lo hicieran cuanto antes. Les aseguró que ella estaría bien, que se haría cargo de Horst, argumentando que con la ayuda de sus aliados, mismos que no se hicieron esperar y que ya esperaban sus órdenes, ella lo lograría.
—No —negó de inmediato—. No podemos dejarte. Ven con nosotros, por favor —le rogó al tiempo que sujetaba su mano y depositaba un breve beso sobre el dorso—. Te matará si te dejo. ¿Qué clase de hombre sería si me fuera sabiendo eso? Madre… no puedo. Dagmar, por favor, díselo, hazle saber que esto es una locura —con la voz estrangulada por el dolor, solicitó el apoyo de su amada.
—Ustedes tienen razón, ya se ha derramado demasiada sangre —dijo finalmente a las dos mujeres que lo miraban con expectación, algo inquietas, aunque se esforzaran por disimular que no.
En ese instante, la voz de Neumann nuevamente se hizo escuchar a sus espaldas. Desde luego, nada que saliera de su boca podía ser algo bueno, pues cada vez que la abría era para destilar grandes cantidades de ese veneno que casi siempre lograba alcanzar a todo aquel que estuviera próximo a él. Ésta vez no fue la excepción. El muchacho intentó ignorarlo, ni siquiera se giró para verle la cara, pero lo cierto es que escuchó cada una de sus malditas palabras y le caló en lo más hondo que él tuviera razón en la mayoría de las cosas. Era como escuchar la voz de su propia conciencia, una voz que casi lograba hacerlo sentir náuseas. Cuando mencionó a Frauke y a Dagmar, insultándolas de la peor manera, no resistió más y lo encaró.
—No vuelvas a meterte con ellas, maldito infeliz —bramó, y con tan solo tres enormes pasos, Hunter llegó hasta él y lo sujetó ferozmente del cuello de la camisa—, y tampoco vuelvas a subestimarme de esa manera —le advirtió, haciendo evidente su molestia en la expresión de su rostro: tenía el ceño completamente fruncido y la mirada fiera, agresiva, digna de un loco.
En verdad deseaba matarlo, y probablemente lo hubiera hecho, de haber estado solo ellos dos. Con el afán de querer provocarle por lo menos un poco del gran dolor que él les había ocasionado a todos ellos, decidió hacerlo sufrir aprovechando el reciente altercado. Sin darle oportunidad de reaccionar, con su mano presionó fuertemente sobre la herida hasta hacerlo gritar de dolor. Más tarde introdujo dos de sus dedos en el agujero que la bala había dejado en su hombro. Horst no lo soportó. Profirió un alarido de dolor y arqueó la espalda violentamente, cayendo al piso boca arriba, revolcándose en su miseria. Era verdaderamente insólito ver a Horst Neumman en esa situación, era la primera vez que lo degradaban de semejante modo. Mientras lo hacía sufrir con sus manos, Hunter frunció el ceño con furia, deleitándose con su dolor, ahondando aún más profundo en su carne, hurgando en ella sin piedad, como si quisiera localizar la bala y extraerla en carne viva. Desde luego, no deseaba eso. Aún si hubiera podido sacarla con sus propias manos, sin ningún tipo de instrumento, no lo habría hecho. Sus manos se mancharon por completo de la sangre del bastardo que tanto odiaba.
Horst podía ser un maldito monstruo, pero seguía siendo un hombre, un humano, así que no resistió más y de desmayó a causa del dolor. Fue entonces que Hunter aprovechó para hacer justamente lo que Frauke había sugerido. La suerte les sonreía porque afortunadamente logró encontrar una buena cantidad de cuerda con la que ató a Neumman de pies y manos, haciendo nudos tan profesionales como los que él mismo le había enseñado alguna vez.
Una vez terminado, regresó junto a su madre, que no se había separado de Dagmar ni un segundo. La mujer los miró y acarició el rostro del muchacho, cariñosamente, como habría hecho una verdadera madre. Fue entonces que Hunter escuchó de sus labios lo que tanto había temido durante todo ese tiempo. Frauke les pidió que se fueran, que huyeran juntos, a otra ciudad, a otro país, a otro continente, a donde tuvieran que hacerlo, pero que lo hicieran cuanto antes. Les aseguró que ella estaría bien, que se haría cargo de Horst, argumentando que con la ayuda de sus aliados, mismos que no se hicieron esperar y que ya esperaban sus órdenes, ella lo lograría.
—No —negó de inmediato—. No podemos dejarte. Ven con nosotros, por favor —le rogó al tiempo que sujetaba su mano y depositaba un breve beso sobre el dorso—. Te matará si te dejo. ¿Qué clase de hombre sería si me fuera sabiendo eso? Madre… no puedo. Dagmar, por favor, díselo, hazle saber que esto es una locura —con la voz estrangulada por el dolor, solicitó el apoyo de su amada.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Estaba más que claro que Dagmar se sentía muy incomoda. Para empezar se sentía culpable de muchas cosas aquella noche, pero no se arrepentía. Nunca fue alguien que jugara con la muerte, aún sabiendo que gracias a su profesión, en cualquier momento su vida se podría apagar. Se sentía aliviada, y es que de no haber aparecido en la vida de Hunter, probablemente el rubio seguiría con aquella profesión. Las personas siempre llegaban a la vida de los demás por ciertas razones, y ella llegó a la vida de los Neumann, y del rubio para poder generar el cambio correcto. El que probablemente era el que necesitaban.
A Dagmar no le gustaba la violencia, a menos que fuera estrictamente necesaria. Le fastidiaba causar daño al ajeno, y es que creía que con daños físicos nada se solucionaba, por el contrario. Esa noche reconoció que existían criaturas, y humanos que necesitaban de ese tipo de correctivos, y aunque Horst Neumann fuera un hombre mayor, con todo y su educación, quizás estaban a tiempo de frenarlo ¿O no? La realidad es que ella no sabía que pensar del hombre, quizás lo más sabio sería arrancarle la cabeza, si el señor Neumann perdía la vida, ya nadie tendría porque guardarle fidelidad.
Se sentía agotada fisicamente, y todo gracias a la cantidad de emociones que estaban pasando en su interior, y aunque deseaba encerrarse en un lugar a salvo, y dormir por horas para poder pensar con más claridad, se dio cuenta que ver mal a Hunter le daba fuerza, y también el animo para poder seguir de pie. Las decisiones se debían tomar en ese momento, y sino ayudaba a tomarlas, probablemente más tarde se arrepentirían. ¿Qué debía hacer la cazadora entonces? Aunque no le gustaba la idea de dejar sola a Frauke, sabía que era lo mejor. La aún esposa de Neumann debía aprender, y sobretodo, debía tomar decisiones, y ejecutarlas, mismas que debió hacer veinte años atrás.
Negó un par de veces al ver a Hunter, aunque entendía su preocupación, debía hacerle ver las cosas. Él no podía resolver todo, debía dejar que los actores principales tomaran sus papeles correspondientes. Si Frauke no era la que resolvía las cosas, ella estaba segura que la mujer se arrepentiría siempre, y se lo reprocharía hasta su último aliento; se le debía dar la oportunidad.
— Debemos irnos, Hunter — Los ojos del rubio se notaban angustiados, y sobretodo sorprendidos con las palabras que ella le estaba otorgando — Esta guerra ya no es nuestra, ahora nuestra misión es mantenernos con vida, tú madre debe hacerse cargo, sólo ella sabe la profundidad de las cosas, los problemas que pueden ocurrir, o cómo llegar a ponerle fin a esto — Suspiró con profundidad, y terminó por ver a Frauke, que se notaba agradecida con ella, ambas se entendían — Ella es fuerte, va a sobrevivir, ella debe hacerlo. Si pudo aguantar una vida alado de ese hombre, es porque es más fuerte de lo que crees, y la ventaja que posee, es que aún mantiene su apellido, y eso le da poder, tanto como el tener aliados, muchos enemigos — Carraspeó antes de acercarse con claro temor.
Dagmar colocó las manos sobre la unión que tenían las propias de Frauke y Hunter, aquello marcaba la unión entre los tres, y también el apoyo que la madre de Hunter necesitaba. Después de unos segundos les separó las manos y tomó sólo la del rubio. De esa manera lo pudo sostener y darle un pequeño tirón para que la mirada.
La cazadora se sentía desanimada de cierta manera, no gustaba de ver el rostro decepcionado del joven, pero sabía que era lo mejor.
— Debemos irnos, comprende eso, es momento de marchar, pronto volveremos a ella, pero nuestra vida corre más peligro que la de ella — Con cuidado lo empujó, lo invitó a lavarse las manos, incluso a buscar un abrigo nuevo que cubriera la sangre con la que se había manchado. No debían levantar sospechas, debían verse como si nada al salir, así tendrían algunos minutos, o quizás, si tenían suerte, un par de horas de ventaja. Horst inconsciente les ayudaba también, no escucharlos, y no sentir que los miraba apoyaba a sentirse menos preocupados. Dagmar no sabía que decirle a Frauke, pero estaba segura que con las miradas se entendían. La joven comprendió que la esposa de Neumann estaba agradecida con ella, por apoyarla.
— Estaremos en contacto, cada que podamos le mandaremos cartas, ninguna tendrá dirección, sólo datos relevantes que sé Hunter le hará saber sin levantar sospecha, mis cazadores la respaldarán, y protegerán, les daré instrucciones antes de irnos — Sonrió segura, tranquila, y complice a Frauke Neumann.
A Dagmar no le gustaba la violencia, a menos que fuera estrictamente necesaria. Le fastidiaba causar daño al ajeno, y es que creía que con daños físicos nada se solucionaba, por el contrario. Esa noche reconoció que existían criaturas, y humanos que necesitaban de ese tipo de correctivos, y aunque Horst Neumann fuera un hombre mayor, con todo y su educación, quizás estaban a tiempo de frenarlo ¿O no? La realidad es que ella no sabía que pensar del hombre, quizás lo más sabio sería arrancarle la cabeza, si el señor Neumann perdía la vida, ya nadie tendría porque guardarle fidelidad.
Se sentía agotada fisicamente, y todo gracias a la cantidad de emociones que estaban pasando en su interior, y aunque deseaba encerrarse en un lugar a salvo, y dormir por horas para poder pensar con más claridad, se dio cuenta que ver mal a Hunter le daba fuerza, y también el animo para poder seguir de pie. Las decisiones se debían tomar en ese momento, y sino ayudaba a tomarlas, probablemente más tarde se arrepentirían. ¿Qué debía hacer la cazadora entonces? Aunque no le gustaba la idea de dejar sola a Frauke, sabía que era lo mejor. La aún esposa de Neumann debía aprender, y sobretodo, debía tomar decisiones, y ejecutarlas, mismas que debió hacer veinte años atrás.
Negó un par de veces al ver a Hunter, aunque entendía su preocupación, debía hacerle ver las cosas. Él no podía resolver todo, debía dejar que los actores principales tomaran sus papeles correspondientes. Si Frauke no era la que resolvía las cosas, ella estaba segura que la mujer se arrepentiría siempre, y se lo reprocharía hasta su último aliento; se le debía dar la oportunidad.
— Debemos irnos, Hunter — Los ojos del rubio se notaban angustiados, y sobretodo sorprendidos con las palabras que ella le estaba otorgando — Esta guerra ya no es nuestra, ahora nuestra misión es mantenernos con vida, tú madre debe hacerse cargo, sólo ella sabe la profundidad de las cosas, los problemas que pueden ocurrir, o cómo llegar a ponerle fin a esto — Suspiró con profundidad, y terminó por ver a Frauke, que se notaba agradecida con ella, ambas se entendían — Ella es fuerte, va a sobrevivir, ella debe hacerlo. Si pudo aguantar una vida alado de ese hombre, es porque es más fuerte de lo que crees, y la ventaja que posee, es que aún mantiene su apellido, y eso le da poder, tanto como el tener aliados, muchos enemigos — Carraspeó antes de acercarse con claro temor.
Dagmar colocó las manos sobre la unión que tenían las propias de Frauke y Hunter, aquello marcaba la unión entre los tres, y también el apoyo que la madre de Hunter necesitaba. Después de unos segundos les separó las manos y tomó sólo la del rubio. De esa manera lo pudo sostener y darle un pequeño tirón para que la mirada.
La cazadora se sentía desanimada de cierta manera, no gustaba de ver el rostro decepcionado del joven, pero sabía que era lo mejor.
— Debemos irnos, comprende eso, es momento de marchar, pronto volveremos a ella, pero nuestra vida corre más peligro que la de ella — Con cuidado lo empujó, lo invitó a lavarse las manos, incluso a buscar un abrigo nuevo que cubriera la sangre con la que se había manchado. No debían levantar sospechas, debían verse como si nada al salir, así tendrían algunos minutos, o quizás, si tenían suerte, un par de horas de ventaja. Horst inconsciente les ayudaba también, no escucharlos, y no sentir que los miraba apoyaba a sentirse menos preocupados. Dagmar no sabía que decirle a Frauke, pero estaba segura que con las miradas se entendían. La joven comprendió que la esposa de Neumann estaba agradecida con ella, por apoyarla.
— Estaremos en contacto, cada que podamos le mandaremos cartas, ninguna tendrá dirección, sólo datos relevantes que sé Hunter le hará saber sin levantar sospecha, mis cazadores la respaldarán, y protegerán, les daré instrucciones antes de irnos — Sonrió segura, tranquila, y complice a Frauke Neumann.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Frauke había escuchado muchas cosas relacionadas con el poder, todas y cada una de ellas hablan de seguridad, ventajas, privilegios y estatus. Ninguna de esas características (entre otras), le habían parecido verdaderas, al menos hasta ese momento. Para la esposa de Neumann, el poder representaba dolor, traición, ambición, muerte y desgracia. Se tragó sus palabras hasta ese momento, dado que su felicidad iba de la mano de aquel detalle. Sentirse poderosa nunca antes había pasado, en ese instante al saborearlo, no deseaba perderlo, por el contrario, debía y tenía que conservarlo, porque en aquella guerra que se había iniciado, descuidarse sería el peor error. La haría morir en un abrir y cerrar de ojos.
Sin importar los riesgos que podía llegar a obtener, la mujer de edad se sentía feliz. Quizás toda su vida se había resumido en ese momento, y de llegar frente a Dios, muy probablemente le diría que el pecado lo llevaba sobre los hombros, porque el poder la había cegado, la maldad la envolvió y para nada se sentía arrepentida, mucho menos mal. ¿Aquel Dios de los cielos la entendería? ¿La perdonaría? Probablemente no, pero en ese instante no era algo que llegara a robarle el sueño.
No todo es perfecto, sin importa la sensación de poder, porque como cualquier sube y baja, en cualquier momento se podía chocar contra la pared. El cuerpo de Frauke se tensó al observar al detalle a la pareja que tenía enfrente. Dagmar parecía sincera, la chica había mostrado que era capaz de dar la vida por su hijo, de algo estaba segura, con ella a su lado no cometería tontería alguna, por el contrario, y mientras más prolongadas pudieran hacer sus vidas (al menos si en sus manos estaba), entonces era lo mejor. Hunter por su parte parecía abrumado, nunca antes lo había visto así, lo cual incrementaba su angustia, pero si la mujer mostraba debilidad, no existiría poder humano que alejara al muchacho de ella, y eso no lo podía permitir.
Horst estaba siendo observado de forma cautelosa por su mujer. Cuando recién se habían casado, ella recordaba vigilarlo por las noches al dormir, era la hora que más disfrutaba, verlo completamente tranquilo, sin siquiera una señal de su maldad. En más de una ocasión se imaginó a su esposo tratándola como la mujer más amada, sin importar la riqueza, sin importar lujo alguno, sólo el amor de ambos. Con el paso del tiempo dejó de imaginarlo, incluso de soñarlo. Encontrarse ahí frente a él le había dejado en claro que su vida había desperdiciado, que todo era su culpa, y que en ese instante no existía víctima y victimario, sino dos participantes que habían aceptado los roles de su vida, sin reclamos, sin nada más que la sumisión y obediencia.
Lo odió, pero se odió más ella misma. Darse cuenta que todo estaba en sus manos le provocaba una gran repulsión, se sintió por un instante frustrada, porque su juventud se había ido a la basura por nada. ¡Había sido demasiado infeliz! Ya no más.
Las alas con las que Frauke había nacido se habían roto y escondido bajo su hermoso plumaje blanquecino el día que se casó, por un instante sintió como todo había ensamblado en el lugar correcto, que podía abrirlas sin miedo a ser juzgada, y aletear con la esperanza de volver a volar a la vida. A partir de ese día no desperdiciaría ni un instante de su existencia, porque de ser así, ella misma se condenaría a la muerte.
Sonrió a la pareja, su sonrisa era tan sincera como los sentimientos que llevaba adentro hacía ellos. Se acercó a su hijo, con cuidado le limpió el rostro, primero pasó a los ojos, aquellos que no había visto tan entristecidos desde la vez que había perdido a su hija. Le negó un par de veces, como si estuviera reprendiéndolo, no le gustaba verlo así, mucho menos por ella, aunque aceptaba que era inevitable, ella se había comportado como una cobarde durante mucho tiempo, lo más normal era creer que no saldría bien librada de esa, pero todo lo contrario, los dejaría sorprendidos. Terminó por limpiar sus mejillas, sus hombros y terminó por arreglar esa tan maltratada ropa. Como siempre buscaba dejarlo impecable ante los ojos ajenos. ¿No se suponía que eso debía hacer una madre?
Cuando terminó volteó a ver a Dagmar, ambas se había entendido desde que sus miradas se cruzaron por primera vez. Antes de decir algo se acercó a la puerta, escuchó pasos ágiles correr hacía allá. Aquella era la señal.
— No hay tiempo que perder, un carruaje los esperará afuera. Si, mi gente me protege, están al tanto de cualquier cosa, sin embargo necesitaré de ti, Dagmar, y si tus cazadores están dispuestos a proteger a mi gente, yo les protegeré, brindaré ayuda, y también otro tipo de privilegios, no les faltará nada — Y no bromeaba con eso. El ganar-ganar, siempre lo había creído la mejor opción para poder estar en paz con todos en aquella vida. — Sino se van, las cosas se pondrán muy difíciles, y hay varios visitantes que van a ajustar cuentas con mi marido, así que váyanse — Era una orden, no se estaba con rodeos.
— ¡Ahora, Hunter! — Gritó con fuerza, no jugaba. Era la primera vez que le hablaba de esa manera.
Sin importar los riesgos que podía llegar a obtener, la mujer de edad se sentía feliz. Quizás toda su vida se había resumido en ese momento, y de llegar frente a Dios, muy probablemente le diría que el pecado lo llevaba sobre los hombros, porque el poder la había cegado, la maldad la envolvió y para nada se sentía arrepentida, mucho menos mal. ¿Aquel Dios de los cielos la entendería? ¿La perdonaría? Probablemente no, pero en ese instante no era algo que llegara a robarle el sueño.
No todo es perfecto, sin importa la sensación de poder, porque como cualquier sube y baja, en cualquier momento se podía chocar contra la pared. El cuerpo de Frauke se tensó al observar al detalle a la pareja que tenía enfrente. Dagmar parecía sincera, la chica había mostrado que era capaz de dar la vida por su hijo, de algo estaba segura, con ella a su lado no cometería tontería alguna, por el contrario, y mientras más prolongadas pudieran hacer sus vidas (al menos si en sus manos estaba), entonces era lo mejor. Hunter por su parte parecía abrumado, nunca antes lo había visto así, lo cual incrementaba su angustia, pero si la mujer mostraba debilidad, no existiría poder humano que alejara al muchacho de ella, y eso no lo podía permitir.
Horst estaba siendo observado de forma cautelosa por su mujer. Cuando recién se habían casado, ella recordaba vigilarlo por las noches al dormir, era la hora que más disfrutaba, verlo completamente tranquilo, sin siquiera una señal de su maldad. En más de una ocasión se imaginó a su esposo tratándola como la mujer más amada, sin importar la riqueza, sin importar lujo alguno, sólo el amor de ambos. Con el paso del tiempo dejó de imaginarlo, incluso de soñarlo. Encontrarse ahí frente a él le había dejado en claro que su vida había desperdiciado, que todo era su culpa, y que en ese instante no existía víctima y victimario, sino dos participantes que habían aceptado los roles de su vida, sin reclamos, sin nada más que la sumisión y obediencia.
Lo odió, pero se odió más ella misma. Darse cuenta que todo estaba en sus manos le provocaba una gran repulsión, se sintió por un instante frustrada, porque su juventud se había ido a la basura por nada. ¡Había sido demasiado infeliz! Ya no más.
Las alas con las que Frauke había nacido se habían roto y escondido bajo su hermoso plumaje blanquecino el día que se casó, por un instante sintió como todo había ensamblado en el lugar correcto, que podía abrirlas sin miedo a ser juzgada, y aletear con la esperanza de volver a volar a la vida. A partir de ese día no desperdiciaría ni un instante de su existencia, porque de ser así, ella misma se condenaría a la muerte.
Sonrió a la pareja, su sonrisa era tan sincera como los sentimientos que llevaba adentro hacía ellos. Se acercó a su hijo, con cuidado le limpió el rostro, primero pasó a los ojos, aquellos que no había visto tan entristecidos desde la vez que había perdido a su hija. Le negó un par de veces, como si estuviera reprendiéndolo, no le gustaba verlo así, mucho menos por ella, aunque aceptaba que era inevitable, ella se había comportado como una cobarde durante mucho tiempo, lo más normal era creer que no saldría bien librada de esa, pero todo lo contrario, los dejaría sorprendidos. Terminó por limpiar sus mejillas, sus hombros y terminó por arreglar esa tan maltratada ropa. Como siempre buscaba dejarlo impecable ante los ojos ajenos. ¿No se suponía que eso debía hacer una madre?
Cuando terminó volteó a ver a Dagmar, ambas se había entendido desde que sus miradas se cruzaron por primera vez. Antes de decir algo se acercó a la puerta, escuchó pasos ágiles correr hacía allá. Aquella era la señal.
— No hay tiempo que perder, un carruaje los esperará afuera. Si, mi gente me protege, están al tanto de cualquier cosa, sin embargo necesitaré de ti, Dagmar, y si tus cazadores están dispuestos a proteger a mi gente, yo les protegeré, brindaré ayuda, y también otro tipo de privilegios, no les faltará nada — Y no bromeaba con eso. El ganar-ganar, siempre lo había creído la mejor opción para poder estar en paz con todos en aquella vida. — Sino se van, las cosas se pondrán muy difíciles, y hay varios visitantes que van a ajustar cuentas con mi marido, así que váyanse — Era una orden, no se estaba con rodeos.
— ¡Ahora, Hunter! — Gritó con fuerza, no jugaba. Era la primera vez que le hablaba de esa manera.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Cuando Pierrot llegó a la casa donde Frauke se quedaba cada vez que visitaba París, sitio en el que ella lo había citado un día antes, nunca imaginó que se encontraría con tan desconcertante escena. Los gritos se escuchaban desde la calle y algunos hombres se encontraban al frente, obstruyendo la entrada principal. El muchacho tuvo que apresurarse y abrirse paso para lograr entrar, y cuando lo logró, descubrió con horror que un hombre yacía ensangrentado sobre la alfombra de la sala. No tardó demasiado en reconocerlo: se trataba de Horst Neumann. ¿Estaba muerto? No lo sabía, pero no lucía nada bien. Lo cierto es que, aunque él nunca había sido el tipo de persona que desea cosas malas al prójimo, ésta vez esperó que así fuera, que hubiera fallecido. Neumann se lo merecía, de eso no tenía duda. Era un hombre mezquino y cruel que se había dedicado a maltratar a su esposa, una buena mujer que no se merecía. No conforme con ello, también la había involucrado en sus negocios sucios. Pierrot estaba convencido de que ella debía alejarse cuanto antes de él, antes de que fuera tarde. Pero, ¿cómo vencer al monstruo de Neumann? Era un hombre poderoso al que nunca esperó ver en semejante situación. Quizá la vida les regalaba la oportunidad de vencerlo al fin, y si así era, no debían desaprovecharla.
—Ve tranquilo, Hunter, yo me quedaré con Frauke —intervino de pronto en la conversación.
Frauke, Hunter y aquella joven mujer de cabellera oscura a la que no conocía, se volvieron para averiguar a quién pertenecía aquella voz. Como era de esperarse, el más sorprendido fue Hunter, quien apenas y fue capaz de reconocerlo; le pareció que estaba muy cambiado. Ambos habían vivido en la casa de los Neumann, uno como protegido de Frauke, el otro como aprendiz de Horst. Muchos años habían pasado desde la última vez que se habían visto, pero ambos parecían tener muy presente que si existía una forma de retribuirle a Frauke todo lo que había hecho por ellos, era protegiéndola.
—Puedes confiar en mí, lo sabes —insistió, reiterándole su palabra con el fin de infundirle tranquilad—. Cuidaré de ella de la misma forma en la que tú harías. Nada le pasará mientras yo viva, te lo aseguro.
Pierrot ni siquiera estaba realmente enterado de lo que estaba ocurriendo, pero podía imaginárselo. Bastaba ver el rostro preocupado de Hunter, la forma en la que Frauke insistía en que se fuera, incluso alzando la voz, algo que ella no acostumbraba hacer. Era su gente, las únicas personas que le apreciaban en el mundo. Eso le bastó para ofrecer su ayuda.
—Ve tranquilo, Hunter, yo me quedaré con Frauke —intervino de pronto en la conversación.
Frauke, Hunter y aquella joven mujer de cabellera oscura a la que no conocía, se volvieron para averiguar a quién pertenecía aquella voz. Como era de esperarse, el más sorprendido fue Hunter, quien apenas y fue capaz de reconocerlo; le pareció que estaba muy cambiado. Ambos habían vivido en la casa de los Neumann, uno como protegido de Frauke, el otro como aprendiz de Horst. Muchos años habían pasado desde la última vez que se habían visto, pero ambos parecían tener muy presente que si existía una forma de retribuirle a Frauke todo lo que había hecho por ellos, era protegiéndola.
—Puedes confiar en mí, lo sabes —insistió, reiterándole su palabra con el fin de infundirle tranquilad—. Cuidaré de ella de la misma forma en la que tú harías. Nada le pasará mientras yo viva, te lo aseguro.
Pierrot ni siquiera estaba realmente enterado de lo que estaba ocurriendo, pero podía imaginárselo. Bastaba ver el rostro preocupado de Hunter, la forma en la que Frauke insistía en que se fuera, incluso alzando la voz, algo que ella no acostumbraba hacer. Era su gente, las únicas personas que le apreciaban en el mundo. Eso le bastó para ofrecer su ayuda.
Pierrot Quartermane- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Hunter no quería dejarla, ¡ella era su madre! Luchaba con todas sus fuerzas, se aferraba neciamente a la idea de que debían mantenerse unidos, que era lo mejor. Sin embargo, algo en el fondo de su alma le decía que ella tenía razón. Si se quedaba, no solo la vida de Frauke estaría en riesgo, sino también la de Dagmar. ¿Cómo exponerla a un peligro de aquella magnitud cuando la amaba tanto? La miró y supo que no quería perderla. Significaba todo. Después de su hija, ella era lo más valioso que poseía, una nueva oportunidad para reivindicarse, para ser feliz. Debía confiar en que su madre estaría bien. Después de todo, era cierto, no estaba sola, había gente que la respaldaba. Pero ¿la apreciaban ellos tanto como él? ¿Estarían dispuestos a dar la vida a cambio de la de ella, tal y como Hunter haría de ser necesario? Escuchar al menos una voz respondiendo positivamente a tales preguntas, era la única cosa capaz de lograr que se fuera tranquilo.
Por suerte, esa voz apareció. Hunter se giró de inmediato para conocer al portador de tan buenas noticias y se encontró con un rostro que le resultó familiar. Entrecerró los ojos intentando recordar y entonces lo reconoció. Pierrot, el humilde muchacho, el huérfano con el que alguna vez había compartido juegos allá en la casa de los Neumann, situada en Inglaterra, se encontraba allí. ¿Cómo era posible? Frauke no parecía sorprendida con su presencia, por lo que el rubio dedujo que ellos ya habían tenido tiempo de conversar.
—Confío en ti —así respondió a la promesa que Pierrot le hacía, sintiéndose seguro de que la cumpliría. Entonces, alzó la mano y la colocó sobre su hombro, dando un pequeño apretón en señal de agradecimiento.
Se acercó ésta vez a Frauke y la tomó de las manos, las cuales besó con vehemencia.
—No olvides que tú eres mi madre —le susurró al oído como si se tratara de un secreto, uno que solo ella y él conocían—. Volveré por ti.
Por suerte, esa voz apareció. Hunter se giró de inmediato para conocer al portador de tan buenas noticias y se encontró con un rostro que le resultó familiar. Entrecerró los ojos intentando recordar y entonces lo reconoció. Pierrot, el humilde muchacho, el huérfano con el que alguna vez había compartido juegos allá en la casa de los Neumann, situada en Inglaterra, se encontraba allí. ¿Cómo era posible? Frauke no parecía sorprendida con su presencia, por lo que el rubio dedujo que ellos ya habían tenido tiempo de conversar.
—Confío en ti —así respondió a la promesa que Pierrot le hacía, sintiéndose seguro de que la cumpliría. Entonces, alzó la mano y la colocó sobre su hombro, dando un pequeño apretón en señal de agradecimiento.
Se acercó ésta vez a Frauke y la tomó de las manos, las cuales besó con vehemencia.
—No olvides que tú eres mi madre —le susurró al oído como si se tratara de un secreto, uno que solo ella y él conocían—. Volveré por ti.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
El cuerpo empezaba a darle señales de dolor. Su temperatura corporal había disminuido considerablemente, los golpes recibidos estaban gritando ser tratados sobre su piel. En los últimos meses su vida había sido un caos. Peleas, guerras, balas, mentiras y ahora tener que huir. Cada desgracia iban de la mano de su pareja. Hunter parecía llegar a su vida como un tornado. Destruía todo a su alrededor, sin embargo todo lo demás se iba acomodando, tomaba el sentido que necesitaba. La joven unos ayeres atrás buscaba su sentido en el mundo, en ese instante lo sabía todo, sin importar la destrucción todo tenía ya una explicación. Toda destrucción lleva a la recreación.
Conforme los minutos transcurrían. la situación la confundía más y más. Gritos, sangre, suplicas, pasos y una nueva presencia. La voz de Pierrot le resultó familiar. Por un momento pegaba el grito que sería como la cereza del pastel. Aquel muchacho se parecía al rey de Francia, demasiado. En una ocasión parte de su academia había ido a la residencia del rey para otorgarle parte de sus servios. Negó un par de veces, seguramente el dolor la hizo alucinar. De todas formas la tranquilizó al ver a Frauke y Hunter relajados y positivos con el recién llegado. Era el momento indicado, era lo que necesitaban para poderse ir con seguridad y confianza. La esposa de Horst se quedaría acompañada. Nada le pasaría, además que estaban los sirvientes quienes darían más que su apoyo a la mujer mayor.
Dagmar olvidó sus malestares para acercarse a Hunter, le apretó el hombro y después de unos segundos la volteó a ver. La cazadora se adelantó a dar un abrazo fuerte a Frauke, susurró un par de palabras en su oído, y después miró con esperanza a Pierrot. Las puertas se volvieron a abrir de golpe, eran un par de empleados agitados. Gritaba al unísono, venían por ellos, debían escapar, uno de los carruajes estaba listo, era momento de marchar. La joven tomó la mano de su amado tirándolo con la poca fuerza que le quedaba para escapar.
Siguieron con rapidez a los trabajadores, ambos los guiaban para que llegaran al carruaje sin perder tiempo. Los empleados de Frauke la amaban, le eran leales, y por esa razón protegerán a todo aquel que amara la señora.
Poco tardaron en llegar al medio de transporte, dejó que Hunter subiera primero, no fuera ser que se arrepintiera, no tardó en hacerlo también y cerró la puerta al mismo tiempo que el chofer emprendía el viaje.
Silenciosos estuvieron unos minutos.
— Estará bien — Mencionó la joven más que convencida. Estiró su mano para coger la ajena, acarició los dedos de Hunter y volteó a verlo. Le sonrió sincera, no fue una sonrisa muy amplia, pero lo suficientemente sincera para convencerlo de que estaban haciendo lo mejor. Frauke ya había vivido demasiado tiempo bajo sus propias faldas, sumisa, humillada. Era momento de poner riendas a su vida, gobernar en ella, y aprender a dominar a quien la había sometido durante tanto tiempo. La mujer necesitaba recuperar su esplendor por sí misma, sin necesidad de tener todo resuelto.
Dagmar y Hunter debían escapar. Sino uno de los dos moriría, o quizás los dos, y de esa manera su historia de amor nunca se cumpliría.
Conforme los minutos transcurrían. la situación la confundía más y más. Gritos, sangre, suplicas, pasos y una nueva presencia. La voz de Pierrot le resultó familiar. Por un momento pegaba el grito que sería como la cereza del pastel. Aquel muchacho se parecía al rey de Francia, demasiado. En una ocasión parte de su academia había ido a la residencia del rey para otorgarle parte de sus servios. Negó un par de veces, seguramente el dolor la hizo alucinar. De todas formas la tranquilizó al ver a Frauke y Hunter relajados y positivos con el recién llegado. Era el momento indicado, era lo que necesitaban para poderse ir con seguridad y confianza. La esposa de Horst se quedaría acompañada. Nada le pasaría, además que estaban los sirvientes quienes darían más que su apoyo a la mujer mayor.
Dagmar olvidó sus malestares para acercarse a Hunter, le apretó el hombro y después de unos segundos la volteó a ver. La cazadora se adelantó a dar un abrazo fuerte a Frauke, susurró un par de palabras en su oído, y después miró con esperanza a Pierrot. Las puertas se volvieron a abrir de golpe, eran un par de empleados agitados. Gritaba al unísono, venían por ellos, debían escapar, uno de los carruajes estaba listo, era momento de marchar. La joven tomó la mano de su amado tirándolo con la poca fuerza que le quedaba para escapar.
Siguieron con rapidez a los trabajadores, ambos los guiaban para que llegaran al carruaje sin perder tiempo. Los empleados de Frauke la amaban, le eran leales, y por esa razón protegerán a todo aquel que amara la señora.
Poco tardaron en llegar al medio de transporte, dejó que Hunter subiera primero, no fuera ser que se arrepintiera, no tardó en hacerlo también y cerró la puerta al mismo tiempo que el chofer emprendía el viaje.
Silenciosos estuvieron unos minutos.
— Estará bien — Mencionó la joven más que convencida. Estiró su mano para coger la ajena, acarició los dedos de Hunter y volteó a verlo. Le sonrió sincera, no fue una sonrisa muy amplia, pero lo suficientemente sincera para convencerlo de que estaban haciendo lo mejor. Frauke ya había vivido demasiado tiempo bajo sus propias faldas, sumisa, humillada. Era momento de poner riendas a su vida, gobernar en ella, y aprender a dominar a quien la había sometido durante tanto tiempo. La mujer necesitaba recuperar su esplendor por sí misma, sin necesidad de tener todo resuelto.
Dagmar y Hunter debían escapar. Sino uno de los dos moriría, o quizás los dos, y de esa manera su historia de amor nunca se cumpliría.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
La realidad es que Frauke no sabía que pasaría a continuación. Quedarse sola con Horst era un riesgo muy grande, ella lo sabía. Aquel hombre la supo engatusar y manipular durante más de veinte años, ¿no podría hacerlo una tarde lleno de desesperación? Por supuesto que sí, incluso sería pan comido, por esa razón ella sentía miedo, pero no iba a demostrarlo. Saber que su hijo, y la mujer del mismo se encontraban en riesgo, le ponía los pelos de punta, además, ella había elegido esa vida, era su responsabilidad resolverlo, de nadie más que de ella. Repetiría el nombre de Hunter lo que fuera necesario para darse el coraje que le hacia falta para vencer a su marido.
El alivio llegó enseguida. Frauke había olvidado su cita con Pierrot, habían quedado para tomar el te y un par de galletas, ella las había mandado a pedir a Londres, y llegaron justo a tiempo, pero esa tarde no convivirían con eso, porque la situación había tornado de otra manera. Su cuerpo sintió alivio, y ella se sintió acompañada y protegida, seguramente no habría podido sola, lo sabía, aunque se repitiera el nombre de su hijo diez mil veces. No dudo en despedirse de la pareja mostrando que su orden no se iba a refutar, ni a chistar ni por broma. La mujer sabía que su hijo estaría en buenas manos, porque Dagmar lo cuidaría con su propia vida.
Frauke los observó irse, dio gracias a Dios internamente, y después abrazó a Pierrot, se sentía muy conmovida al tenerlo a su lado, además de ver el compromiso del joven con ella. Después de Hunter, nadie le mostró tal convicción, entrega y lealtad. Se sentía en deuda con él. Lo mejor de todo era la cantidad de sentimientos positivos que bailaban en su interior. Cosa que no recordaba sentir desde antes de haberse casado. Pero no era el momento de pensar en eso.
Se separó lentamente del muchacho para poder verlo a los ojos. Sonrió convencida de que las cosas irían mejor a partir de ese momento. La fe, y muchas veces el coraje y la venganza generaba las mejores situaciones.
Horst se movió pero solo para quejarse, volvió a caer desmayado. Normal tomando en cuenta su estado de salud.
— La situación es peor por lo que ves, sin embargo no podía contarlo en cualquier lado, mucho menos sabiendo el riesgo que eso conllevaría. Horst tiene muchos aliados, algunos por miedo, pero los tiene, y sé me mantenía vigilada, dar un paso en falso sin duda sería nuestra sentencia de muerte, pero esta vez no pude aguantar más, era demasiado, ya no deseaba vivir bajo esas condiciones — Las lagrimas comenzaron a brotar de los hermosos ojos de la mujer, se notaba que estaba muy confundida, pero que el dolor del desperdicio de su vida había llegado a su limite — No tienes que ser complice de esto — Le miró suplicante, no podía poner en riesgo a nadie más.
Frauke era una mujer noble, nada egoísta, por eso sabía que incluirlo, podría destruir todo lo que Pierrot ya había logrado.
El alivio llegó enseguida. Frauke había olvidado su cita con Pierrot, habían quedado para tomar el te y un par de galletas, ella las había mandado a pedir a Londres, y llegaron justo a tiempo, pero esa tarde no convivirían con eso, porque la situación había tornado de otra manera. Su cuerpo sintió alivio, y ella se sintió acompañada y protegida, seguramente no habría podido sola, lo sabía, aunque se repitiera el nombre de su hijo diez mil veces. No dudo en despedirse de la pareja mostrando que su orden no se iba a refutar, ni a chistar ni por broma. La mujer sabía que su hijo estaría en buenas manos, porque Dagmar lo cuidaría con su propia vida.
Frauke los observó irse, dio gracias a Dios internamente, y después abrazó a Pierrot, se sentía muy conmovida al tenerlo a su lado, además de ver el compromiso del joven con ella. Después de Hunter, nadie le mostró tal convicción, entrega y lealtad. Se sentía en deuda con él. Lo mejor de todo era la cantidad de sentimientos positivos que bailaban en su interior. Cosa que no recordaba sentir desde antes de haberse casado. Pero no era el momento de pensar en eso.
Se separó lentamente del muchacho para poder verlo a los ojos. Sonrió convencida de que las cosas irían mejor a partir de ese momento. La fe, y muchas veces el coraje y la venganza generaba las mejores situaciones.
Horst se movió pero solo para quejarse, volvió a caer desmayado. Normal tomando en cuenta su estado de salud.
— La situación es peor por lo que ves, sin embargo no podía contarlo en cualquier lado, mucho menos sabiendo el riesgo que eso conllevaría. Horst tiene muchos aliados, algunos por miedo, pero los tiene, y sé me mantenía vigilada, dar un paso en falso sin duda sería nuestra sentencia de muerte, pero esta vez no pude aguantar más, era demasiado, ya no deseaba vivir bajo esas condiciones — Las lagrimas comenzaron a brotar de los hermosos ojos de la mujer, se notaba que estaba muy confundida, pero que el dolor del desperdicio de su vida había llegado a su limite — No tienes que ser complice de esto — Le miró suplicante, no podía poner en riesgo a nadie más.
Frauke era una mujer noble, nada egoísta, por eso sabía que incluirlo, podría destruir todo lo que Pierrot ya había logrado.
Frauke Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
Horst volvió en sí. Las voces en la habitación terminaron por despertarlo. Movió la cabeza ligeramente y pegó la espalda a la pared, hasta que logró erguirse para permanecer sentado. La cabeza le dolía increíblemente y se sentía un poco desorientado, mas no tardó en sobreponerse a sus malestares. El dolor no desaparecería, desde luego, tampoco recuperaría sus fuerzas; no hasta que esa bala que yacía dentro de su carne le fuera sacada y se le atendiera la herida. No obstante, estaba decidido a mantenerse lúcido por el tiempo que fuera posible. Sujetándose el hombro herido con una mano, miró a su alrededor y reconoció de inmediato el lugar donde se encontraba. En su mente se agolparon uno a uno los recuerdos de los sucesos recientemente acontecidos. Dagmar había desaparecido y el lugar de Hunter lo había ocupado otro hombre que en esos instantes abrazaba a Frauke, que lloraba desconsoladamente en el hombro de aquel extraño.
—Veo que ya han llegado tus refuerzos —pronunció con la garganta seca, burlándose de su esposa y de su estúpido deseo de querer darle una lección al mantenerlo cautivo—. ¿Quién es éste? ¿Tu amante?
Frauke y el misterioso hombre se separaron al instante, solo entonces Horst pudo estudiarlos mejor. Ella se limpiaba las lágrimas del rostro para que su esposo no pudiera presenciar su momento de debilidad, aunque ya fuera tarde para ello, y él lo miraba fijamente, con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón. Era un hombre joven -un niño, desde la perspectiva de Horst- que no llegaba a la treintena, alto y bien parecido. Horst, que con el tiempo se había vuelto demasiado bueno estudiando a las personas, supo por la manera en la que aquel desconocido lo miraba –con verdadero odio, haciendo de aquello algo personal-, y por la forma en que había reconfortado a Frauke, que había algo más allá que una simple amistad en ellos. Entrecerró los ojos, sin poderle quitar la mirada de encima, y lo estudió a consideración. Había algo en él que le resultaba tremendamente familiar.
—Espera, yo conozco ese rostro… —dijo cuando estuvo a punto de descubrir el misterio. Lo tenía, estaba seguro; su nombre bailaba en la punta de su lengua, esperando a ser pronunciado. De pronto, recordó—. ¿Pierrot? —alzó las cejas, sorprendido.
Por supuesto que era Pierrot, aunque era evidente que hacía mucho había dejado de ser aquel mocoso que recordaba vagamente. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo había visto? ¿Diez? ¿Quince años? No importaba. Aunque ahora no luciera andrajoso y sucio como en ese entonces, para él seguía siendo el mismo recogido mugroso y molesto al que su esposa había brindado demasiadas consideraciones. Una infame sonrisa apareció en el rostro de Horst. Le alegraba haberlo descubierto. Aquello era demasiado bueno para dejarlo pasar. Sin poder contenerse, se echó a reír.
—Así que lo criaste como a un hijo y en cuanto el chico creció no dudaste en revolcarte con él. ¡Hermoso! —exclamó aún entre risas—. ¿Desde cuándo son amantes? Querida, espero que al menos hayas esperado a que tuviera la mayoría de edad —continuó burlándose. Era evidente que ella no respondería a su pregunta, pero eso no le impidió seguir gozando con el momento. Fingió que hacía un intento por recobrar la compostura, pero la risa prosiguió, hasta que sintió que el estómago le dolía. Cuando al fin logró sosegarse, ladeó el rostro y añadió—: El maldito huérfano muerto de hambre. Un gran partido, Frauke. Digno de ti, sin duda. Casi había olvidado que eres una mujer de gustos sencillos. Era evidente que te conformarías con tan poco.
Horst notó cómo el cuerpo de Frauke se ponía rígido y hacía un esfuerzo sobrehumano por refrenar su sonrojo, lo que le confirmó que sus sospechas eran ciertas: sentía algo por él. Nada le garantizaba que fuera cierto que ya habían tenido algo que ver, pero no podían negar que se traían, eran demasiado obvios. Horst levantó su barbilla con desdén. Aunque en el exterior no dejara de burlarse, en el fondo una rabia contenida y burbujeante no dejaba de amenazar con salir a la luz en el momento oportuno.
—Veo que ya han llegado tus refuerzos —pronunció con la garganta seca, burlándose de su esposa y de su estúpido deseo de querer darle una lección al mantenerlo cautivo—. ¿Quién es éste? ¿Tu amante?
Frauke y el misterioso hombre se separaron al instante, solo entonces Horst pudo estudiarlos mejor. Ella se limpiaba las lágrimas del rostro para que su esposo no pudiera presenciar su momento de debilidad, aunque ya fuera tarde para ello, y él lo miraba fijamente, con las manos hundidas en los bolsillos de su pantalón. Era un hombre joven -un niño, desde la perspectiva de Horst- que no llegaba a la treintena, alto y bien parecido. Horst, que con el tiempo se había vuelto demasiado bueno estudiando a las personas, supo por la manera en la que aquel desconocido lo miraba –con verdadero odio, haciendo de aquello algo personal-, y por la forma en que había reconfortado a Frauke, que había algo más allá que una simple amistad en ellos. Entrecerró los ojos, sin poderle quitar la mirada de encima, y lo estudió a consideración. Había algo en él que le resultaba tremendamente familiar.
—Espera, yo conozco ese rostro… —dijo cuando estuvo a punto de descubrir el misterio. Lo tenía, estaba seguro; su nombre bailaba en la punta de su lengua, esperando a ser pronunciado. De pronto, recordó—. ¿Pierrot? —alzó las cejas, sorprendido.
Por supuesto que era Pierrot, aunque era evidente que hacía mucho había dejado de ser aquel mocoso que recordaba vagamente. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo había visto? ¿Diez? ¿Quince años? No importaba. Aunque ahora no luciera andrajoso y sucio como en ese entonces, para él seguía siendo el mismo recogido mugroso y molesto al que su esposa había brindado demasiadas consideraciones. Una infame sonrisa apareció en el rostro de Horst. Le alegraba haberlo descubierto. Aquello era demasiado bueno para dejarlo pasar. Sin poder contenerse, se echó a reír.
—Así que lo criaste como a un hijo y en cuanto el chico creció no dudaste en revolcarte con él. ¡Hermoso! —exclamó aún entre risas—. ¿Desde cuándo son amantes? Querida, espero que al menos hayas esperado a que tuviera la mayoría de edad —continuó burlándose. Era evidente que ella no respondería a su pregunta, pero eso no le impidió seguir gozando con el momento. Fingió que hacía un intento por recobrar la compostura, pero la risa prosiguió, hasta que sintió que el estómago le dolía. Cuando al fin logró sosegarse, ladeó el rostro y añadió—: El maldito huérfano muerto de hambre. Un gran partido, Frauke. Digno de ti, sin duda. Casi había olvidado que eres una mujer de gustos sencillos. Era evidente que te conformarías con tan poco.
Horst notó cómo el cuerpo de Frauke se ponía rígido y hacía un esfuerzo sobrehumano por refrenar su sonrojo, lo que le confirmó que sus sospechas eran ciertas: sentía algo por él. Nada le garantizaba que fuera cierto que ya habían tenido algo que ver, pero no podían negar que se traían, eran demasiado obvios. Horst levantó su barbilla con desdén. Aunque en el exterior no dejara de burlarse, en el fondo una rabia contenida y burbujeante no dejaba de amenazar con salir a la luz en el momento oportuno.
Horst Neumann- Humano Clase Alta
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Re: Hunting | Privado
No fue hasta que Hunter y aquella muchacha de cabellera oscura terminaron de irse, que Frauke mostró su debilidad. Era evidente que había estado conteniéndose, haciéndose la fuerte, como era su costumbre. Demasiadas lágrimas manaron de sus ojos. Estaba desconsolada. Era extraño, Pierrot jamás la había visto así, tan fuera de control. Sintió un enorme nudo a la altura del pecho, algo que le desgarraba el corazón. No obstante, no tenía caso intentar contener sus lágrimas, era mejor que salieran, que ella drenara todo el dolor que habitaba en su interior.
El muchacho no dudó en convertirse en su paño de lágrimas. Se acercó y la abrazó para infundirle su apoyo. Acunó el lloroso rostro de la mujer en su pecho y dejó que llorara todo lo que necesitara. Sentirse apoyada por el muchacho debió conmoverla aún más, porque enseguida su llanto de intensificó. Pierrot no sabía si la verdadera causa de su tristeza era haber visto partir al que sabía que consideraba como su hijo, o si era miedo, terror por lo que estaba a punto de suceder. Quizá un poco de ambas.
—Shhh… tranquila, tranquila —susurró acariciando con ternura su cabello. De pronto, la mujer férrea, llena de aplomo, había desaparecido dejando en su lugar a una Frauke indefensa, tan indefensa como una criatura, aunque no por eso menos encantadora—. No debes preocuparte por mí. Estoy justamente donde debo estar, donde quiero estar: contigo, a tu lado. Superaremos esto. Encontraremos la manera. Yo voy a ayudarte. No estás sola, nunca más lo estarás.
Al escuchar aquellas sensibles palabras, ella lo miró y el llanto pareció detenerse. Pierrot la observó fijamente. Tenía las mejillas enrojecidas y las pestañas pegadas por la humedad, pero seguía tan hermosa como siempre. Ver aquellos ojos azules hizo que algo llameara dentro de él. No era para nada el momento adecuado, pero deseó besarla con pasión. Solo Dios sabía lo mucho que había esperado ese momento. Despacio se inclinó sobre ella, acercándose, lentamente, pero cuando estuvo a punto de rozar sus labios, la voz de Horst llegó como un rayo y lo interrumpió, truncándolo todo. Cerró los ojos y suspiró, lamentándose por el fallido momento. Frauke no tardó en separarse.
En un abrir y cerrar de ojos todo el romanticismo se había esfumado. Horst no tardó en reconocer quién era él, y cuando lo hizo, no dudó en insultarlo. Sus palabras eran degradantes, veneno en el más puro estado; una total y completa humillación. Pierrot apretó los dientes y avanzó hacia él, mas no llegó a acercarse demasiado. Se limitó a hundir sus manos en los bolsillos de su pantalón y a observarlo, con lástima, pero también con odio. En el fondo se sentía un poco sorprendido de que él hubiera intuido los sentimientos que lo unían a Frauke, pero supo disimularlo bien.
—Tranquila, Frauke, no caigas en sus provocaciones —dijo a la mujer sin girarse, sereno, con toda la calma del mundo, demostrándole a Horst que sus hirientes palabras no lograrían perturbarlo—. En cuanto a usted… señor Neumann —hizo evidente lo irónico que le resultaba seguir llamándolo “señor”, luego de haber descubierto que era un mal nacido—, creo que las razones que me mantienen unido a Frauke no son asunto suyo. Sigue siendo su esposa, es verdad, pero tengo entendido que hace mucho tiempo que dejó de tratarla como tal.
El muchacho no dudó en convertirse en su paño de lágrimas. Se acercó y la abrazó para infundirle su apoyo. Acunó el lloroso rostro de la mujer en su pecho y dejó que llorara todo lo que necesitara. Sentirse apoyada por el muchacho debió conmoverla aún más, porque enseguida su llanto de intensificó. Pierrot no sabía si la verdadera causa de su tristeza era haber visto partir al que sabía que consideraba como su hijo, o si era miedo, terror por lo que estaba a punto de suceder. Quizá un poco de ambas.
—Shhh… tranquila, tranquila —susurró acariciando con ternura su cabello. De pronto, la mujer férrea, llena de aplomo, había desaparecido dejando en su lugar a una Frauke indefensa, tan indefensa como una criatura, aunque no por eso menos encantadora—. No debes preocuparte por mí. Estoy justamente donde debo estar, donde quiero estar: contigo, a tu lado. Superaremos esto. Encontraremos la manera. Yo voy a ayudarte. No estás sola, nunca más lo estarás.
Al escuchar aquellas sensibles palabras, ella lo miró y el llanto pareció detenerse. Pierrot la observó fijamente. Tenía las mejillas enrojecidas y las pestañas pegadas por la humedad, pero seguía tan hermosa como siempre. Ver aquellos ojos azules hizo que algo llameara dentro de él. No era para nada el momento adecuado, pero deseó besarla con pasión. Solo Dios sabía lo mucho que había esperado ese momento. Despacio se inclinó sobre ella, acercándose, lentamente, pero cuando estuvo a punto de rozar sus labios, la voz de Horst llegó como un rayo y lo interrumpió, truncándolo todo. Cerró los ojos y suspiró, lamentándose por el fallido momento. Frauke no tardó en separarse.
En un abrir y cerrar de ojos todo el romanticismo se había esfumado. Horst no tardó en reconocer quién era él, y cuando lo hizo, no dudó en insultarlo. Sus palabras eran degradantes, veneno en el más puro estado; una total y completa humillación. Pierrot apretó los dientes y avanzó hacia él, mas no llegó a acercarse demasiado. Se limitó a hundir sus manos en los bolsillos de su pantalón y a observarlo, con lástima, pero también con odio. En el fondo se sentía un poco sorprendido de que él hubiera intuido los sentimientos que lo unían a Frauke, pero supo disimularlo bien.
—Tranquila, Frauke, no caigas en sus provocaciones —dijo a la mujer sin girarse, sereno, con toda la calma del mundo, demostrándole a Horst que sus hirientes palabras no lograrían perturbarlo—. En cuanto a usted… señor Neumann —hizo evidente lo irónico que le resultaba seguir llamándolo “señor”, luego de haber descubierto que era un mal nacido—, creo que las razones que me mantienen unido a Frauke no son asunto suyo. Sigue siendo su esposa, es verdad, pero tengo entendido que hace mucho tiempo que dejó de tratarla como tal.
Pierrot Quartermane- Humano Clase Alta
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