Victorian Vampires
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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Edith D. Keergård Lun Nov 17, 2014 12:56 pm

Había sido un día largo, duro, y terriblemente aburrido, y Sylvie, como el resto de sus hermanos felinos, no trabajaba especialmente bien bajo presión. Ni bien ni mal, de hecho, porque no podía decirse que pasarse toda la noche tropezando con los clientes y rompiendo cosas fuera sinónimo de trabajar. Aún así, pese al cansancio y a la cara de asesino que el tabernero estaba poniendo en aquellos momentos, la cambiante seguía tomando los pedidos con una sonrisa de oreja a oreja, acompañando a los clientes a sus mesas con un entusiasmo que no era ni normal, y pidiendo disculpas una media de treinta veces cada vez que se demoraba en servir las bebidas porque se había distraído viendo una mosca volar. Quizá por eso el hombre de cincuenta y muchos no había decidido echarla todavía, porque pese a ser una patosa que apenas si hacía tres cosas bien por cada veinte mal, se tomaba con mucha calma sus broncas, y conseguía llenar el local a base de carcajadas. Sí, Sylvie era conocida por todos como la graciosa y torpe mesera de aquel lugar. Muchos ni siquiera venían a la taberna porque su bebida fuera mejor que la de otras, ni porque la comida estuviese más graciosa. No, acababan acudiendo porque era lo más parecido a una comida con espectáculo que había en la zona, y porque aunque la comida estuviera rancia y el vino supiera a rayos, acababa mereciendo la pena.

Ella, por su parte, correspondía a todas aquellas carcajadas con cara de inocente, como si no tuviera ni idea de por qué se estaban riendo. Lógicamente no era así -podía ser ingenua, pero no estúpida-, y como un perfecto gato se contoneaba y enorgullecía cada vez que la observaban y señalaban, aunque fuera para reírse. Ese era su modo de contribuir a la comunidad, haciéndoles reír. ¿Acaso alguien podía negarle que era más que necesario dado el panorama del país? Los ricos siempre disfrutaban de un buen espectáculo, y los pobres más que nunca necesitaban algo que les lograra sacar de sus dificultades. Y ella, claro, feliz por poder ayudar. Aunque aquella noche en concreto estaba más agitada que de costumbre, y eso se evidenció en un mayor número de tropezones y en una gran cantidad de carcajadas en respuesta. Nadie, sin embargo, se daría cuenta del motivo para que la joven risueña de siempre en aquellos momentos pareciera a punto de sufrir un colapso. Ni ella iba a decirlo tampoco, realmente. Tres vampiros habían entrado al local, y se habían situado en una esquina al fondo. La observaban. Notaba sus ojos clavarse en su nuca cada vez que se daba la vuelta, e incluso había sentido como si la voz de uno de ellos intentara resonar en su cabeza. ¿Estaban intentando manipularla? El sonido de cristales crujiendo sobre el suelo la sobresaltó, arrancando nuevas carcajadas a los presentes.

- ¡Diablos, Sylvie! ¡¿Qué demonios te pasa hoy?! Mira que sueles ser bastante patosa, pero hoy has batido un récord. ¿Sabes cuanto cuesta el pavo que acabas de estrellar contra el suelo? Lo descontaré de tu salario. ¡Niña inútil! ¡Quién me mandaría a contratarte! -La mirada reprobadora del tabernero la hizo suspirar y asentir con la cabeza, sumisa. Luego le sonrió como si nada hubiera pasado y se mordió la lengua, en un gesto que la hacía parecer incluso más infantil. El hombre resopló, entre molesto y divertido, aunque no le costaba mucho notar que aquel día él también estaba más enfadado por sus continuas torpezas.

- ¡Lo siento, monsieur! Prometo que intentaré que no vuelva a pasar. -Dijo para luego agacharse sobre el suelo, a fin de recoger el desastre que había ocasionado. Casi había acabado, cuando notó la presencia de uno de aquellos monstruos justo detrás de ella. Demasiado cerca. Sintió que la sangre se le helaba en las venas, y emitió un grito ahogado cuando el hombre puso una mano sobre su hombro. Los desperdicios volvieron a esparcirse por el suelo, y ella habló, con voz muy débil, al desconocido. - ¿S-Sí? ¿Necesitáis algo, monsieur? -Su aroma la envolvía, obligándola a arrugar la nariz en respuesta. No le gustaba esa sensación, ni ese hormigueo de temor en el estómago.

- No nos has atendido. Venía a pedirte si por favor podías pasar por la mesa a tomarnos nota. -La voz del desconocido la hizo dar un respingo. Era profunda, seductora, y terriblemente fría, casi tanto como su piel. La joven asintió sin decir nada, y el vampiro se marchó hacia su mesa, pero aún podía notar sus ojos clavados sobre su nuca. Estaba aterrorizada. ¿Por qué un vampiro iba a querer entrar a una taberna? No había nada allí que pudieran comer... ¿O sí? De pronto sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Estaban todos los clientes en peligro? Giró la cabeza para ver a los tres hombres. Todos le hicieron gestos para que se acercara al unísono. Aquello no le gustaba. Nada en absoluto.
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Mensaje por Yannick Dómine Mar Nov 18, 2014 12:51 pm

No era común que más de un vampiro decidiera pasar la noche en un lugar como aquel, menos un grupo de tres, que fueran juntos. Elos eran criaturas más bien sociables pero en su propio ambiente, no en un lugar lleno de humanos y otras criaturas con las que pudieran tener problemas. Es por ello que si algo así ocurría, probablemente lo más fácil de pensar era que pasaba algo, algo raro.  Las tres criaturas habían tomado asiento, pero lo único que habían logrado es que la camarera pareciera entrar en un estado de nervios superior. Uno de ellos había intentado, incluso, sondear su mente para poder ver qué encontraba en ella, pero no había tenido mucha suerte.

Finalmente había optado por levantarse para llamar su atención y pedirle que les tomara nota, volviendo luego a la mesa para esperar. Los tres se mantenían serenos, muy rectos en sus asientos, con porte casi elegante, especialmente uno de ellos. Eran tres hombres bastante diferentes, incluso en sus ropas. Principalmente porque Yannick, quien ocupaba el lugar del medio con los otros hombres, vestía prendas muy caras. Los otros dos más bien parecían rondar la clase media.

Está asustada. — aseguró el que se había levantado, en apenas un susurro, suficiente para que los otros dos lo escucharan. No parecía hostil en sus palabras, solo era una afirmación de algo que podía resultar casi evidente. La cambiante estaba nerviosa por su presencia, y no era para menos.

¿Huirá? — habló el otro hombre, el que estaba sentado a la zurda del propio Yannick, el cual seguía sin abrir la boca para nada, sin apartar los ojos de la muchacha, que aun no parecía muy segura de acercarse a ellos. Ninguno respondió a esta pregunta, pues ella los miró, y los tres parecieron ponerse de acuerdo en hacerle un gesto para que se acercara.

¿Se acercará siquiera? — terminó por concluir el primero, esta vez con un ligero toque jocoso que se notó en su voz, pero no en su rostro — Tal vez no se mueva de su posición.

Ante estas palabras el inquisidor optó por levantarse, dejando en la mesa a sus dos compañeros y acercándose al lugar donde estaba la muchacha. Al parecer muchos estaban acostumbrados a su torpeza, porque habían vuelto a sus quehaceres y charlas, aunque otros aun mantenían la curiosidad en la mirada. A él no le importó, se colocó al lado de ella y se agachó, comenzando a recoger lo que había vuelto a quedar desparramado por el suelo, mirando lo que hacía. Cuando habló, lo hizo con voz suave, mucho más que la de su compañero, pero igual de fría.

Tenga cuidado, madmoiselle LeBlanc. — dejó en claro que conocía su apellido, que probablemente sabía quién y qué era ella, aunque este segundo dato era más que obvio, solo tenían que mirarse el uno al otro para saberlo. Las criaturas como ellos no tenían problemas en encontrar a seres similares. Alzó los ojos, para clavarlos en los ajenos, en el momento que terminó de recoger casi todo lo que estaba en el suelo — Sería una pena que se hiriese a causa de unos simples cristales. — los labios del vampiro se curvaron en una delicada sonrisa, tan amable y cálida que contrarrestaba de manera violenta con la frialdad e indiferencia de su voz y su condición — Ahora, si no le importa, nos gustaría por favor que nos tomara comanda, no tardará mucho, como puede intuir no vamos a acabar con el suministro de alimentos del lugar. — una broma, a todas luces. Se incorporó y le tendió una mano para ayudarla a ella a que hiciera lo mismo.

Yannick era un hombre que realmente pasaba por un caballero de lo más corriente, educado y de alta cuna, que podía desenvolverse en cualquier tipo de situación. Sin embargo, no estaba allí para cortejar a ninguna dama, ni para disfrutar de la compañía de alguna cortesana, mucho menos para comer un asado. Estaba allí porque era un inquisidor, al igual que lo eran sus dos compañeros. Tres condenados que servían a las órdenes de la iglesia. Y esa muchacha era un monstruo, uno al que debían dar caza. Esas, al menos, eran las órdenes que los tres habían recibido. Había que erradicar el pecado del mundo, y a las criaturas que no habían sido creadas por el señor. El problema es que aquellos tres inquisidores tenían ideas muy diferentes sobre cómo llevar a cabo el trabajo en cuestión.
Yannick Dómine
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