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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Vie Dic 19, 2014 12:06 am

“Cierta vez confundí a Dios con Bernard Gui.
Ahora tengo más años y soy más sabio… Y también más cauto.
He vuelto a doblar la rodilla, pero no por devoción ciega.
Lo he hecho porque no había otra opción.
Porque sólo un loco desafía a un inquisidor.”

—El Secreto del Inquisidor. Catherine Jinks.




El sol incineraba la fina línea del horizonte en una Roma que pronto caería bajo el dominio de la irascible Nyx; aquel cielo ardiente parecía mostrarse como la entrada al mismísimo infierno. El hombre observaba en silencio aquella escena espectral, toda Roma parecía volverse el mismísimo Hades, siendo San Pedro quien lo gobernaba en silencio y Gian Pietro Caraffa su escéptico líder. Había pasado gran parte del día contemplando la obra de Buonarroti en la Capilla Sixtina, recordando que aquella obra era una manera de apresar al genio florentino, quien terminaba ganándole la batalla a Los Custodios a pesar de los constantes ataques por parte de éstos para obtener algo que el artista ocultaba y que terminó dándoselo a un noble que para mayor malestar de aquellos diablos, pertenecía a la orden herética de Agartha. Y cada vez eran menores las posibilidades de obtener el valioso texto que Miguel Ángel tanto custodiaba y que tantas miserias y amarguras le causó en vida. Un escrito del mismísimo traductor de la Biblia, San Jerónimo, algo que podría poner en peligro la integridad que la iglesia y la misma religión había mantenido durante siglos. Por supuesto, esto no le convenía a Caraffa ni a su séquito de demonios y seguidores. Su vida estaba llena de conspiraciones y movimientos que para los feligreses eran más que blasfemias de unos cuantos herejes que habían desobedecido a Dios estando bajo la influencia de Satanás.

—¡Que Dios los perdone! Aunque dudo que lo haga —Se burló Caraffa de sus enemigos, mientras caminaba al lado de uno de los clérigos, que por supuesto, estaba a sus servicios dentro de la logia de Los Ángeles Custodios—. Supongo que ya ha de estar aquí, ¿No? Pues si es así, id inmediatamente a anunciarle que lo espero en mi despacho. Alguien de su nivel debe ser atendido adecuadamente y más cuando trae tan buenas noticias para mí.

Despidió entonces al hombre y continuó su calmado recorrido por el extenso corredor que guiaba hasta su despacho. Caraffa sonreía satisfecho por la respuesta que había recibido días atrás de uno de los inquisidores que le servía, Razvan Kournikov. El desempeño de aquel hombre había agradado al Papa, indiferentemente de sus creencias, era un ser que se había ganado sus respetos. En este infierno también había pecadores que ganaban indulgencias ante los portadores de los grandes garfios de poder y Razvan era un fiel ejemplo de ello. No era un hombre bueno y es que quien lideraba la Iglesia tampoco lo era. Hasta había iniciado persecuciones contra los mismos creyentes de Cristo, simplemente por seguir los dogmas de Lutero, aquel que se atrevió a señalar a la Iglesia y de iniciar la famosa reforma Protestante. Recordar a semejante personaje hizo que Caraffa ahogara una blasfemia y sólo la meditara en su cabeza. Todo aquel que estuviera en desacuerdo con los credos de la Iglesia, podría considerarse su enemigo a partir de la primera palabra con la que osara a desafiarle.

La oscuridad reinó nuevamente en San Pedro y sólo la luz de las velas decoraba el pasillo, aparte de las magnificas obras de arte de varios artistas renacentistas. El Papa se detuvo a tan sólo unos cuantos pasos de llegar a su dependencia dentro de la basílica y vestido con aquella sotana oscura, decidió esperar afuera a su invitado, quien no vendría solo. Pero nunca se sabe, las personas tenían la manía de huirle, incluso sus demonios ponían cualquier excusa tonta para no encontrarse con el mayor cuando cometían alguna falta grave, ¿Se atrevería Caraffa a usar la alquimia en contra de ellos? Y también su poder e influencias. No poseía grandes habilidades, pero sus dedicados estudios alquímicos le daban conocimientos suficientes tanto como los tendría Salomón en su momento. No había nada más poderoso que la mismísima mente. Y él bien lo sabía, por eso usaba la ignorancia como su arma más letal. Un creyente de mente abierta y culto, podría también resultar un gran obstáculo, por eso vigilaba de cerca a los inquisidores, infiltrando en sus filas a su hija y a algunos otros más. No era para nada tonto y menos por ser quien realmente era. Un alma envenenada por la codicia y la oscuridad, siendo señalado por Dante como el rey de los esbirros de los nueve círculos del Averno. Una sonrisa ladina se asomó en el rostro de Caraffa al recordar al poeta, a quien exiliaron sus propios seguidores de Florencia. Volvió su mirada al final del pasillo luego de haber revisado su reloj de bolsillo. Razvan empezaba a tardar un poco más de lo que esperaba el Papa, pero bien sabía que no faltaría a su encuentro.
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Mensaje por Razvan Kournikov Mar Dic 30, 2014 3:32 am

“¡Tienen qué comportarse! Podrán salir a jugar después de esta reunión.” Las palabras amenazadoras de Razvan, sonaban como gruñidos bestiales dentro de su cabeza. Dracul, se carcajeó en respuesta, arañando a través de su cráneo. “No somos como tú, una mascota que amaestró la Santa Inquisición para sus propósitos. ¿Cuándo entenderás que no nos puedes controlar?” Fuera toda fachada, el vampiro hablaba con odio apenas contenido. “No he tenido suficiente y Tudor tampoco. Los brujos que eliminamos antes de capturar a unos cuantos, tan solo fueron un aperitivo, abrieron mi apetito.” El cazador, se negó a participar en aquélla diatriba. Si existía un favorito entre ellos, él no encabezaba la lista. La lucha eterna era su condena. No tenía que preocuparse por acabar con otra vida debido a la necesidad de alimentarse o por traicionar a un compañero en pleno campo de batalla, sino en ganar el control de su cuerpo para evitar tales desastres. Ellos, por supuesto, nunca se lo permitirían. Cada que había confiado que los demás se habían esfumado debido a los largos lapsus de silencio en que podrían sumirse si se ponían de acuerdo, había sido para caer en una de sus trampas. De alguna manera, Dracul siempre los manipulaba. O al menos, eso creía. Bogdan siempre le advertía que era él quien los convocaba para esconderse tras una de sus máscaras. El inquisidor estaba más allá de admitir tal estupidez. No era un monstruo, sus hermanos lo eran. Cuando bebía hasta saciarse de sus víctimas o provocaba dolor hasta la muerte, siempre lo hacía como espectador. Había entrado a formar parte de la Iglesia como prueba y era ahora la mano derecha del líder de la facción que albergaba a todos los condenados. Escalar, no había sido jodidamente fácil. “¿No lo fue? Dejaste que elimináramos a todos tus adversarios. Nadie tuvo la oportunidad de aspirar a ese puesto.” Sus manos, envueltas en sus guantes de cuero, se cerraron y abrieron. Una y otra vez. Refrenando así, su deseo por golpear algo hasta destruir. Cierto era que había dejado a los demás jugar con sus compañeros, pero solo porque nadie, excepto él, estaba a la altura. Solo el más fuerte sobrevivía. “O el más loco.” Canturreó una voz en su mente. Hablaban exactamente igual, pero sabía con certeza que era Dracul quien lanzaba todos esos dardos. Él era, después de todo, la parte que siempre había negado. Despertar como vampiro y acabar con una pequeña aldea debido a la sed infernal que obstruía su garganta, lo había sublevado.

“Esta no es una reunión cualquiera, Dracul. Lo sabes. No hemos ganado todos esos privilegios para perderlos por tu falta de control. Mis objetivos, son tus objetivos. De todos ustedes.” El dolor esperado, estalló en su cráneo. Enfrentar a uno de los suyos, no era lo más listo que podía hacer en un momento como ese. Ahora éste, pugnaba por salir, buscando alguna fisura. Solo tenía que asegurarse, de que no hubiera ninguna. La reunión, no debería llevarle mucho tiempo. Van Helsing, iba unos pasos tras él. Dado que no cuidaba sus espaldas del licántropo, el mensaje era claro, no temía su posición. Además, estaban en el Vaticano. Podría guardar las apariencias mientras fuese necesario. “¿Puedes? Eso está por verse.” Sus músculos se tensaron. Iba cargado con un par de estacas de plata, de ahí sus guantes de cuero, aunque no porque las necesitase para luchar. Eran solo las herramientas que a Tudor le gustaba utilizar para inmovilizar sus presas. Había aprendido que arrancar miembros a diestra y siniestra acababa con el juego rápidamente. Una de sus comisuras se estiró, formando la parodia de una sonrisa, dado que ésta solo destilaba maldad pura. Su cabeza se había movido en un imperceptible asentimiento, en señal de reconocimiento. Razvan sabía el poder que Gian Pietro Caraffa ejercía, no solo sobre la Iglesia, sino sobre Los Ángeles Custodios. Trabajar para él, no había sido una terrible decisión. Tenían un acuerdo y mientras se respetara, el cazador podía jugar con su parte. – Tic, tac. Tic, tac. El tiempo siempre está de nuestra parte, Gran Maestre. – La noche había caído, la oscuridad reinante para dejar salir a sus hijos inmortales. – La misión fue todo un éxito. Angelic actúo con sabiduría al recurrir a mí. – Dracul gruñó al recordar que la inquisidora, había interrumpido su cena cuando llevó el mensaje hasta su castillo. “Más tarde”, volvió a advertir. – Ella está lista. O lo estará. – Amenazó, restándole importancia mientras se hacía a un lado para revelar a la susodicha. – Ha sobrevivido y siente curiosidad por las palabras que escupieron los brujos antes de que algunos empezaran a perder sus lenguas. – Todo lo que necesitaban podían obtenerlo leyendo las memorias de éstos. Estaban preparados, siempre lo estaban.
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Mensaje por Angelic Van Helsing Lun Ene 05, 2015 11:27 pm

¨La guerra es el arte de destruir hombres, la política es el arte de engañarlos.¨
Jean Le Rond D' Alembert






-No pierdas tu norte…Ni siquiera le mires.
Se ordenó mentalmente dando un paso tras otro, firme y sin apartar la vista del frente, la posición de la inquisidora era inflexible, sin mirar a los lados, solo concentrada en un punto fijo del amplio y gran pasillo, aquel eran las puertas por las cuales debían entrar para acceder al despacho del santo padre, más en la cabeza de aquella cierta inquietud daba vueltas. ¿Al final de que se trataba todo? La misión había sido un éxito, si de eliminar aquello brujos se trataba, aunque la inquisidora no alcanzaba a comprender por qué habrían de traer algunos vivos si debían exterminarles…estaba segura que había algo mas y que aquellos sobrevivientes muy magullados tenían respuestas. Para que el mismo papa tomara cartas en el asunto respeto al aquelarre casi extinto serian razones muy poderosas, muchas cosas se decían del santo papa incluso en los pasillos de la inquisición, y aunque distara mucho de aquello Angelic siempre me mantenía al margen de habladurías o chime de pasillos para ella solo constataban los hechos.

Ni siquiera miraba a Razvan, o por lo menos intentaba no hacerlo,quería mantener sus pensamientos en blanco y no recordar la forma en como desmembraba aquellos brujos sin el menor esfuerzo, eso simplemente le revolvía el estómago. Lo de Angelic era la estrategia, el espionaje, había vistos torturas, incluso asesinatos pero jamás una masacre tan siniestra propiciada por un hombre, como aquella. Aunque Razvan no se podría denominar como un simple hombre precisamente; ante ella él se transformó poseído por su sed de sangre. Ahora podía entender el por qué las personas le temían de aquella forma y por qué estaba donde estaba. Otra puerta, otro paso, a noche había caído, no se podía presentar ante su santidad sin su superior porque él era la razón principal de que ella estuviese allí. Pero tenían que  esperar que la oscuridad se cerniera sobre san pedro para ir a su encuentro, de ahí el retraso.

-Al santo padre no le agradaría esto…- pensó.
Su santidad era un hombre que no se debía hacer esperar en ningún sentido, pero que comprendiera el ¨por qué¨ era su consuelo, lo que menos necesitaba era reprimenda. Si estaban allí era por algo importante ¿Entonces la puntualidad quedaría en segundo plano? Llegaron al final del pasillo, encontrándose con una lujosa e impecable ante sala donde se encontraban algunos obispos , dialogando con el secretario del papa. Al reconocer el hombre al cual Angelic le tenía mucho aprecio, después de todo fue el quien le recibió  cuando entro por primera vez a dicha institución, y por cariño a su abuelo le había servido de consejero  cuando él era aún solo otro clérigo más a servicio del vaticano.

Dio unos pasos avanzando por delante de este aproximándose y le saludo respetuosamente y con algo de cariño para luego anunciar a su superior y pedirle el favor le avisase al santo padre de su llegada.  El hombre amablemente asintió  hacia ambos y se perdió tras las puertas del despacho papal  que minutos después se abrió, al fondo de la sala se podía visualizar al sumo pontífice de pie. Con mucho respeto la inquisidora se acercó e hizo la acostumbrada reverencia para luego besar su anillo.

- Benedizione, la sua santità…- murmuro la castaña, quien luego de recibirle dio unos pasos hacia atrás para que sus superiores dialogaran.
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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Sáb Feb 07, 2015 5:27 pm

En mi canoa blanca, como el plateado aire
Sobre el Río de la Muerte que oscuro pasa,
Cuando las lunas del mundo son circulares,
Yo remaba volviendo del Campo de las Almas.
Y cuando los deseos del bajo pantano se apenan,
Llegan las plumas sombrías de las Hojas que Cantan.

—Isabella Valancy Crawford.




Algunas cosas sólo se pueden decir con la mirada y Gian Pietro Caraffa lo sabía, estuvo esperando un par de minutos extras por la llegada del Inquisidor, otro miembro que había caído en las garras de la logia de Los Ángeles Custodios, liderada por el mismísimo Papa. Era importante hacerse con personajes importantes dentro de aquella faena a la que se dedicaba, no por devoción ciega, sino por intereses que escapan de la mente de los mortales. Una verdad tan siniestra que podría despertar a las pesadillas ocultas en lo más profundo del Averno. El Papa era un hombre intrigante, y lo había sido desde los inicios de su carrera eclesiástica, a esto se le añadía las “amistades” que solía frecuentar. Ese grupo de hombres de buen parecer con cantidades extraordinarias de dinero, las cuales destinaban a las obras de la Iglesia, entre otras cosas más que no era prudente revelar. Sin embargo, nadie se atrevía a indagar demasiado, el hombre estaba rodeado de irascibles personajes, entre ellos, Razvan Kournikov. Ese tipo de personas le agradaban a Caraffa, tanto que el vampiro había obtenido lugar entre los cargos de su logia. Pero debía ser discreto e incluso en las filas inquisitoriales.

Hace unas semanas atrás había obtenido de muy buena fuente algo que hizo que su sonrisa se volviera completamente siniestra y ambiciosa. Un grupo de hechiceros custodiaban uno de esos escritos que Caraffa tanto deseaba. Uno de esos hombres fue capturado y para proteger su vida, terminó hablando. El miedo a la muerte lo obligó a traicionar a los suyos. Pero fue en vano su sinceridad, igual terminaron asesinándolo. El Papa, quien estaba presente en ese momento, ordenó que acabaran con aquella plaga, así mismo se refirió. Estaba satisfecho con la información que le habían sacado a ese desdichado humano, aún así, debía idear una estrategia adecuada para poder hallar aquel pergamino que el aquelarre custodiaba con recelo. Enviar a alguno de sus demonios no era la manera más sana de actuar, los reconocerían de inmediato, en especial por esa energía característica que emanaban sus cuerpos. Caraffa supo que ese trabajo tenía que hacerlo alguien más. La misión recayó en Angelic Van Helsing y por supuesto, en Razvan Kournikov, éste último debía vigilar a la inquisidora. Aunque su abuelo haya sido muy influyente entre sus servidores, Gian Pietro Caraffa era lo bastante desconfiado como para pedirle al vampiro que siguiera con discreción cada paso que ella diera.

El rígido semblante de Caraffa dejó entrever una sonrisa cómplice, de esas que sólo los propios demonios conocían. Finalmente, el inquisidor había llegado al encuentro, el Papa estaba ansioso por saber las buenas noticias de las que tanto Kournikov le había hablado en aquella misiva. A las espaldas del hombre, caminaba con completa seguridad su acompañante. El Papa la observó con detenimiento y luego volvió su mirada al vampiro, en las miradas de ambos se podía ver la malicia contenida de sus almas. A Caraffa se le había hecho entrega de otra oveja disfrazada de lobo y eso era bueno. Apostaba por la fe ciega de los hombres, esa fe que los hacía desvariar desviándolos de su camino. Las palabras de Kournikov fueron una esplendida antesala, sabía que aquel no le iba a fallar en tan importante misión.

—Habéis demorado un poco más, Kournikov, pero me alegra teneros de regreso en mis aposentos. Lo mismo digo para usted, señorita Van Helsing —dijo impasible Gian Pietro Caraffa, haciéndoles un ademán para que le siguieran al interior de su despacho en donde podrían conversar más a gusto—. Por favor, tomad asiento.

Caraffa despachó a su secretario luego de que las puertas del recinto se cerraran completamente, dejándolo sólo en compañía de ambos inquisidores. Al Papa no le agradaban las interrupciones y menos cuando se trataba de los asuntos que le concernían a su cofradía. Tomó asiento en el sillón detrás de su escritorio, en donde se encontraban diversos documentos bien apilados uno encima de otro. Les observó mientras se acomodaba en su puesto y cruzaba las manos sobre su torso.

—Y bien, como ya sabéis no soy un hombre de alargarme en conversaciones inútiles, prefiero ser directo y conciso. Según Kournikov, ambos lograron con gran éxito acechar al aquelarre de herejes por los cuales os envié con demandada urgencia y justo me lo acabáis de confirmar —Caraffa hizo una pausa antes de continuar. Se fijó en las llamas de las velas y volvió nuevamente sus orbes a los inquisidores—. Lo que hayan blasfemado esos brujos de mi persona me tiene sin cuidado, pero hay algo más… Ellos tenían algo en su poder que es de completo interés para nuestra logia y también para la Iglesia. Razvan, ¿lograsteis arrebatarles el manuscrito que esos hombres de mal vivir custodiaban? Sabéis perfectamente que ese era el objetivo principal de vuestra misión.

Aunque sus palabras surgieron con calma en la mirada del Papa se observaba la rigidez con la cual gobernaba en Roma. No toleraba faltas innecesarias y menos cuando se trataba de sus intereses personales. Tampoco le gustaba andarse con rodeos. Era lo bastante puntual a la hora de interrogar a sus servidores y eso bien lo sabían todos aquellos que formaban parte de sus Custodios, incluyendo a Kournikov.
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