◘ Nada que hacer bajo la luz de la luna ◘

por **Yannick Dómine** Lun Dic 22, 2014 3:45 pm

Sus visitas a lugares como el orfanato o el comedor comunitario eran bastante corrientes. Por las noches solía escabullirse de los eventos sociales que podía para ir a echar una mano, llevando víveres, juguetes o lo que pudiera aportar. De esta manera podía acallar con más facilidad los remordimientos que sufría cada vez que pensaba en todo el daño que había hecho. Sabía que era un consuelo simple, y si lo pensaba bien podía resultar casi egoísta, pero lo cierto es que ayudaba a la gente, y por más que fuera para callar su conciencia era algo bueno, así que prefería no darle muchas vueltas.

Ese día en cuestión, o mejor dicho esa tarde-noche, había llevado a los niños sin hogar unos cuantos juguetes que había comprado en una tienda nueva que había en el centro. Habían de todo tipo, y aunque no era la gran cosa, le encantaba ver la carita de felicidad de las niñas, y la emoción mal contenida de los muchachitos. Tras eso se despidió de todos, como siempre, y se marchó.

No tenía nada que hacer, ningún trabajo a la vista o evento en el que le requiriesen, su monotonía comenzaba a hacerse casi asfixiante, así que opto por pasear. No sabía si era buena idea, porque últimamente comenzaba a tener hambre, pero tampoco quería pasarse las horas que tenía para poder ver la calle encerrado en su hogar como si ya estuviera muerto.

Cuando quiso darse cuenta ya estaba en la pequeña feria, un parque de diversiones. Se alzó de hombros al descubrirse a si mismo pensando si merecería la pena ir, si no sería raro un hombre solo en un sitio así. Pero qué demonios, tampoco es como que le hubieran importado mucho las apariencias últimamente. Entró y echó un vistazo alrededor, a la gente ir de un lado a otro. Paró frente a un puesto y compró una manzana caramelizada. Obviamente él no se la iba a comer, pero había tomado la decisión de que se la entregaría a la primera persona que pasara cerca, y de esta forma, hablaría con alguien. Sí, era un tipo peculiar, pero tener más de cuatro milenios sobre los hombros te ganaban algunas particularidades.

— Manzana para el caballero. — la extendió hacia un muchacho que justamente pasaba por su lado unos instantes después de haber pagado y tomado lo que le correspondía. No pudo evitar observarlo y sonreír, era un chico atractivo, aunque la verdad es que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo allí, si le estaría importunando, pero tampoco importaba, solo le estaba ofreciendo un dulce — Me temo que ya quedé lleno y es una pena tirar algo tan delicioso, ¿no le parece? Ni tan siquiera lo he tocado, prometido. — si el desconocido estaba ocupado seguiría con su camino, tomara o no el dulce, y si no tenía nada que hacer, al igual que él, al menos encontraría alguien con quién entretenerse unos minutos.

por **Edouard F. Carrouges** Lun Dic 22, 2014 4:13 pm

Aquel era el lugar que más deprimente le parecía cuando se hacía de noche, y en los momentos en los que se sentía triste no le apetecía nada ir a sitios alegres. Era algo parecido a ese sentimiento que tienen los nostálgicos que les impulsa a oír música desagarradora para estar todavía peor. Edouard era un excéntrico y lo sabía, pero se veía un poco más acompañado en su rareza si se acercaba al Parque a ver las atracciones que siempre parecían más destartaladas a la luz de la luna. De día las risas de los niños debían de inundar el terreno, pero a aquellas horas solo quedaban sombras de desadaptados y payasos tristes. Volutas de humo tóxico que pasaban unas junto a otras, que se fundían y se veían a través, y Carrouges podía simplemente observarlas sin tomar parte de ellas. Últimamente se estaba sintiendo mejor, pero tenía días en los que su ánimo quería descender a lo más bajo y autocompadecerse. Era como un gato que se lamía las patas.

Paseaba tratando de no pensar demasiado cuando una manzana se materializó literalmente de la nada ante sus narices. El criado siguió la dirección del caramelo y el palo de madera hasta llegar a un brazo humano y un cuerpo de varón. Captó un retazo de cabello pelirrojo que hizo que el corazón le diera un vuelco, pero por supuesto no era Él. No podía serlo. Estaba en Rumanía, muy lejos de allí. - No tengo hambre. - Rechazó, con la boca seca. Se pasó la lengua por los labios y caminó de lado para alejarse de aquel dulce. No es que le molestara el ofrecimiento, pero no se lo esperaba y le había descolocado al interrumpir el curso de sus no-pensamientos. - Pero gracias. - Añadió, en su intento por no ser arisco. Últimamente se estaba esmerando con eso de ser sociable, pero en su justa medida.

Se sentó en un banco que había próximo y observó con disimulo al otro hombre, tratando de determinar su edad. No le echaba más de treinta a simple vista, aunque había algo en sus maneras que le hacía parecer mayor, más seguro. Quizá tenía dinero, aunque entonces Edouard no se explicaba qué estaba haciendo allí. Le recordaba ligeramente a alguien en cuya imagen no debería recrearse, pero no podía evitarlo. Los dedos le temblaban un poco y optó por sacar un pañuelo de tela sencillo de su pantalón y enjugarse con él la frente, aunque no estaba sudando.

por **Yannick Dómine** Lun Dic 22, 2014 4:33 pm

Bueno, parecía que la manzana no iba a abandonar su mano tan pronto. No pudo más que suspirar, un suspiro por inercia, pues no es como que su cuerpo lo precisara, era simplemente un gesto para hacer entender que le apenaba aquel rechazo, pero no perdió la sonrisa suave que tenía en los labios. Además, algo en el aura del muchacho le inquietó.

— No es problema, supongo que no todo el mundo adora las manzanas. — lo miró con curiosidad, y en ese momento se preguntó si debía dejarle tranquilo con su pesar o si, tal vez, el desconocido necesitara algo de conversación. Los humanos, con el paso de los años, se volvían cada vez más complejos y difíciles de interpretar, puede que tener cada vez más cosas y opciones hubiera logrado este resultado en ellos.

Apretó ligeramente los labios cuando tomó una decisión, y se acercó para tomar asiento junto al chico, dejándole una distancia prudencial, por supuesto, para no incomodarlo. Se quedó erguido y mirando al frente, como si simplemente apreciara el paisaje que se pintaba ante ambos, como algo hermoso y digno de observar. Las luces seguían siendo para él algo maravilloso, no podía engañar a nadie, se le iban los ojos. Y aun con todo, seguía con la manzana en la mano, como una absurda decoración.

— Me pregunto si es más fácil clasificarme como un loco o como un entrometido. — murmuró, como si hablara consigo mismo aunque lo suficientemente alto como para que el contrario lo escuchara — Supongo que puede ser un poco de ambas. Siempre digo que es debido a la preocupación que con los años he desarrollado por los demás. — finalmente giró el rostro para mirarlo, sonriéndole con amabilidad y suavidad — No es agradable ver a alguien pasar un mal rato, ¿no cree? Y a menudo es más fácil que alguien pueda expresarse con un completo desconocido que con aquellos que le son cercanos. Después de todo, si yo le juzgo o no le dará completamente igual, pues no soy nadie en su vida.

Se quedó en silencio, mirando de nuevo al frente. No sabía si el otro tenía algún tipo de problema, pero su aura demostraba que no estaba en un estado tranquilo, neutral o feliz, incluso podría haber jurado que al verlo se había llevado algún tipo de shock incomprensible, ¿podría haberle asustado por asaltarle tan de repente? Bueno, no sería raro, no era lo más normal que un desconocido te pusiera una manzana en la cara, casi literalmente.

por **Edouard F. Carrouges** Lun Dic 22, 2014 4:50 pm

No, desde luego no podía decirse que Edouard adorara las manzanas. No era una fruta que le dijera nada a no ser que estuviera asada y acompañada con miel, y no era el caso. El caramelo que cubría aquellas golosinas parecía apetecible, rojo y brillante, pero uno daba dos mordiscos y en seguida estaba lleno, y entonces se lamentaba de haberla comprado. Eran un alimento que se podía comparar fácilmente con la vanidad de algunas personas y su vacuidad interior, pero Carrouges no estaba muy filosófico esa noche. No encontró tan extraño que el desconocido se sentara junto a él, aunque podía preguntarse qué era lo que buscaba a su lado. De algún modo le pareció hasta natural, dado que le estaba observando y que pese a todos los dictados de su razón quería seguir haciéndolo todavía un rato.

El discurso del pelirrojo no iba mal encaminado. El sirviente dudó todavía un rato de qué debía contestar, o directamente si debía hacerlo. - Parece que soy un libro abierto. - Constató, no sin cierta irritación. Era algo frustrante saberse tan transparente, y más para alguien que siempre se preocupaba de guardar celosamente su intimidad. - Pero se equivoca conmigo. Me da igual que me juzgue quien sea, me conozca o no. - Había pruebas en la vida que una vez superadas lo volvían a uno insensible a ciertos problemas que antes le parecían enormes. Edouard no creía que pudiera volver a afectarle nunca cómo le mirasen los demás. La mayor parte de las veces, de hecho, apenas se daba cuenta. - ¿Qué está haciendo aquí? - Preguntó con curiosidad. Se cuestionaba si los motivos del otro hombre para acudir al parque a aquellas horas se parecerían a los suyos.

Había dicho que se preocupaba por los demás, en eso no podían ser más dispares. Cuanto más tiempo pasaba más poco le importaba a Carrouges la gente, con la salvedad de dos o tres personas a las que sin embargo acabaría por olvidar si el destino las apartaba de su lado. Sentía que todo lo que había poseído alguna vez no era más que arena que se había escurrido entre sus dedos, aunque se había esforzado todo lo que podía por cerrar bien el puño. - Yo vengo a veces a ver cómo de desgraciados son los demás. - Meditó en voz alta, mirando al frente. Si dejaba vagar la vista se formaba incluso una especie de bruma fantasmagórica. - ¿Quién es ahora el loco?

por **Yannick Dómine** Mar Dic 23, 2014 2:15 pm

Al parecer había dado con alguien bastante hostil, y no sabía si era una cuestión de que podía ser así con todo el mundo porque eso formaba parte de su personalidad, o más bien que estaba enfadado por algún motivo, puede uqe algo hubiera hecho que su día resultara algo más agrio y a él le había tocado pagar, por ser un entrometido. Fuera por lo que fuera, le importaba más bien poco, pues ya estaba allí y no había marcha atrás.

— Hay rompecabezas difíciles de resolver. — murmuró más para si mismo que otra cosa, mirándolo luego con una ceja alzada al escucharlo y señalando a todo lo que les alcanzaba la visión, usando la manzana para esta tarea — Observar. Las noches son largas y tediosas para alguien que sufre de insomnio como yo. — no creía que le fuera a importar algo así, el detalle del sueño, pero tampoco pasaba nada por decorar un poco su mentira — Me agrada pasear por sitios que sean ruidosos y me ayuden a distraerme. Además, me fascinan las luces.

Sus labios se curvaron en una media sonrisa, mientras escuchaba de fondo los gritos de niños y padres que corrían tras ellos, o incluso las caricias más silenciosas de las parejas que se escondían de las vistas indeseadas. Y entonces escuchó sus palabras, y realmente no pudo más que sentirse sorprendido, pues era algo bastante contradictorio, desde su punto de vista.

— Pues no sabría decirle quién es el loco aquí, pero puedo asegurar que venir a un parque de diversiones a ver las desgracias ajenas no parece lo más cuerdo que he escuchado esta noche...ni en mucho tiempo. — trató de tomárselo con cierto aire de diversión, sin dejar que las palabras del contrario sonaran como un gran drama que pudiera enturbiar su vida, después de todo las cosas solo tenían la importancia que uno quisiera darles — Me llamo Yannick Dómine, pueda interesarte o no. Ya que hablamos de locuras y nos sinceramos, me gustaría al menos que supieras con quién hablas. — iba a estrecharle la mano, pero pensó que tal vez le incomodaría.

Se acercó la manzana a la nariz para olfatearla un poco, y justo vio pasar a un niño, así que le llamó con un ruidito y cuando se acercó le dio el dulce. La verdad, la confianza era sorprendente, porque no tardó en tomarlo, dar las gracias y salir corriendo. Al menos ya se había librado de la soledad y de la comida.

por **Edouard F. Carrouges** Jue Dic 25, 2014 6:52 am

A simple vista Yannick era solo un hombre aburrido de no poder dormir y él un lunático empapado de tristeza. De haber sabido que era el otro el vampiro quizá más de uno se habría sorprendido, pero Edouard no tenía modo de intuirlo. Hacía poco que sabía de la existencia de tales criaturas y las tenía por algo casi anecdótico, por un puñado de muertos vivientes de aspecto intimidante que vivían todos juntos en las catacumbas y dormían en sarcófagos. Al principio le había costado mucho aceptar esa realidad paralela, y aunque Soren dio signos más que evidentes de su naturaleza ante los ojos de Carrouges éste prefirió mirar hacia otro lado. No fue hasta la noche que le atacaron en un callejón oscuro que se dio de bruces con la verdad, y no le había resultado muy agradable. El joven que tenía ahora sentado al lado, sin embargo, parecía alguien amable y bastante anodino. Si le llamaba la atención al sirviente era por su parecido con otra persona y no por méritos propios, y aunque eran destacables su palidez y su quietud casi etérea no eran pocos los habitantes de París que compartían esa característica, siendo tan humanos como el que más. - Las luces. - Repitió, como si se percatara por primera vez de ellas. Observó las de la noria durante un rato. - No están mal.

No sabría explicar por qué encontraba cierto consuelo en ir allí a una hora tan extravagante. Quizá no era para ver desgracias sino todo lo contrario: quedaban pocos niños que no estuvieran durmiendo, pero lo que había iban de la mano de sus padres o jugaban en grupos ruidosos. Todas las figuras tristes en las que Edouard se recreaba - los empleados aburridos de las casetas, la bruja de las cartas que nadie quería echar, los amantes despechados que reñían - estaban contemplando lo mismo, a los niños y a sus familias. Tal vez fuera un anhelo compartido por todos los que se sentían solos. - Lo comprendo. - Incluso a él le sonaba excéntrico, pero tampoco podía dormir. ¿Qué iba a hacer? Dar vueltas en la cama con los ojos como platos, lamentándose porque al girarse hacia la izquierda ya no había nadie que ocupase el otro lado del colchón... era desesperante. Al francés no le gustaba bañarse en sus recuerdos una y otra vez, prefería ponerse el abrigo a la hora que fuera y salir a caminar. Fingía que se llenaba la mente de otras cosas y que así las memorias desagradables quedaban desplazadas hacia un rincón profundo donde no molestaban. - Yo soy Edouard Carrouges. - Le gustaba añadir su apellido aunque pudiera sonar petulante en alguien de clase baja como él, era lo único que tenía que demostraba que alguna vez había pertenecido a alguien.

Observó cómo se alejaba el crío al que el pelirrojo le regaló la manzana y se acarició distraidamente el mentón. - ¿De dónde eres? Tu nombre no es muy común. - Si tuviera que apostar diría que italiano, pero él era un criado que no sabía nada del mundo y podría estar errado. A duras penas sabía leer y su caligrafía todavía era más que irregular, así que tenía poca idea de genealogía. - Creo que compraré unas palomitas dulces para alguien. - Jeanna se iba a poner loca de alegría, era una niña de gustos bastante sencillos a la que Carrouges apreciaba casi como una hermana pequeña. No sabía cuáles eran los sentimientos de ella, pero el chico no podía evitar darle consejos. Pensaba que a lo mejor todas sus malas experiencias servían al menos para que alguien no repitiera sus errores.

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