Bajo la luz de la luna... [+18]

Hizo saltar la bolsa de monedas en la palma de la mano. Era reconfortante el peso del dinero para alguien que llevaba tanto tiempo dando tumbos por la vida. Sonrió de esa manera tan suya que le iluminaba los ojos, tan azules como el mar profundo.
Se lamió el labio partido, disfrutando del sabor de su propia sangre tras la victoria. Tenía un corte en la ceja, varios arañazos por el torso, un interesante dolor de huevos de un golpe a traición y una estúpida sonrisa victoriosa, de ésas que parecen decir "Jodeos, que al final he sido el mejor y el que se lleva la recompensa".
La peleas ilegales eran así, uno apostaba más de lo que llevaba en los bolsillos. Dejaba el dinero y la piel. Y otro se lo arrancaba. En esa ocasión, él había sido el tipo con suerte.

En ésa... y en la anterior... y en la anterior... y la otra. Llevaba menos de una semana en París y ya había reventado las estadísticas. Pero jugaba con una pequeña ventaja. Era un lobo blanco y los lobos blancos traían suerte, se repetía a sí mismo. Por supuesto que había perdido en muchas otras ocasiones, no lo iba a negar. Pero allí todavía estaba en racha y se había topado sólo con contrincantes a los que había podido vencer.
Ninguno solía tomárselo bien, sobre todo porque él se tiraba todo el combate sonriendo. Recibía un golpe, devolvía una sonrisa y un gancho. Le tiraban al suelo, se sacudía el culo con una gran sonrisa. Grande, amplia, dejando ver sus dientes, fuertes y regulares, bien alineados. A veces ensangrentados, según sucediera la pelea, pero siempre presentes.
Nada parecía poder borrar ese gesto de sus labios y hacerlo era como un reto. Era la amenaza que siempre recibía. "Te borraré esa estúpida sonrisa." Ja. Como si pudieran.

Volvió a lanzar la bolsa unos centímetros al aire, para recogerla en la caída, con el alegre tintineo.
-¿Dónde iremos a gastar el primer puñado? ¿Dónde? ¿Dónde? -hablaba consigo mismo, canturreando alegremente, jugando a atrapar la bolsa-. ¿Con quién lo vamos a compartir? Quizás con ese idiota que tenemos detrás que se cree que no se le ve moviéndose pegado a la pared.
Sonrió por encima de su hombro, hacia la sombra que le seguía. Llevaba ya un rato siguiéndole, pero le había descubierto. Al igual que a los otros cinco que se repartían a ambos lados del callejón, cortándole las vías de escape.
-Tsk. Me temo que tendré que dejar la cerveza para mañana. Y es una lástima, porque me moría de ganas de una buena jarra, rubia, espumosa, bajando por mi garganta. Pero ¿qué vamos a hacer?
Apretó la bolsa en la mano y esperó a que el primero de ellos se atreviera a saltar sobre él. Le estrelló el saco tintineante contra la nariz a uno, obligándole a retroceder, con ambas manos sobre el rostro, sagrando abundantemente.
Dos más aprovecharon el momento y consiguieron saltar sobre él, uno hacia cada brazo para sujetarle. Dejó caer el saco de dinero y se revolvió para intentar liberarse.
-¿Sin una cena ni nada? Vamos, caballeros, ¿os pensais que soy una de vuestras fulanas? -a pesar de la desventaja, ahí seguía su sonrisa.
Golpeó la rodilla de uno de ellos, haciéndole caer al suelo y aprovechando el movimiento para liberar el brazo y descargarlo contra el otro.
-¡Venga, hombre! Sé que soy el tipo más guapo que habeis visto en mucho tiempo, pero creedme, soy bastante mas selectivo. ¡Aught! -se quejó al sentir que le golpeaban con un tablero en los riñones.
Cayó hacia adelante y tuvo que poner las manos en el suelo. Hubiese soltado alguna otra frase estúpida, por supuesto, pero se encontró con una bota contra su abdomen, que le dejó sin aliento.
Rodó por el suelo para tomar un poco de distancia de seguridad, aunque acabó junto a las piernas de otro de sus atacantes. Con uno podía, con dos o tres... también. Media docena eran demasiados para él solo y lo sabía. En esos momentos no le habría venido mal la ayuda de uno de sus hermanos, pero éstos estaban demasiado lejos, en la preciosa Lesbos.
Se agarró a sus pies y tiró hacia arriba, haciéndole caer. Se encaramó sobre él y la emprendió a golpes, sin medida, haciendo que la cabeza de ese tipo chocara contra el suelo. El olor a sangre no se hizo esperar, pero tampoco el empellón de otro de ellos para echarlo al suelo.
Ya no sabía si aquella pierna era del primero o del cuarto, si estaban todos a la vez o si se estorbaban unos a otros. Sólo sabía que había demasiadas partes de su cuerpo que dolían y demasiadas voces que repetían una y otra vez que se lo tenía merecido.
Entonces, contra todo pronóstico, cuando se vio arrodillado, sujeto por ambos brazos y con alguien que no podía ver tirándole del pelo hacia atrás. Ante el, uno de los tipos a los que había vencido un par de días antes.
-Ya no sonríes tanto, ¿no?
Pero sí, sí que sonreía. Incluso se rió a carcajadas. Carcajadas que, por supuesto, murieron entre los golpes. Inmovilizado y sometido como estaba, no había mucho más que pidiera hacer que sangrar y sonreír.

Ja. Ja. JA. JAJAJAJAJAJAJAJAJA. Las alegres carcajadas de Esthia se extendieron por el callejón, sin levantarse del suelo. Se quedó boca arriba, con las piernas y los brazos extendidos, respirando a grandes bocanadas entre carcajada y carcajada, momento en que emitía un quejido de dolor. Porque le dolia todo. Y reír agudizaba la sensación. Pero era tan reconfortante. Sangraba por varios sitios pero no daba muestras de que le importase. Pronto empezaría a sanar y el terrible dolor que ahora sentia no sería más que un recuerdo. Sintió una punzada en el pecho, una o dos costillas rotas. Nada del otro jueves.

Sus ojos azules miraron desde abajo a Reydek y aceptó su ayuda para sentarse. Su sonrisa se afiló, más lobuna, de medio lado.
-Si llego a saber que había un héroe en los alrededores me hubiera vestido para la ocasión. -Le guiñó el ojo, dejando claro que sólo pretendía quitar hierro al asunto-. Gracias. Me has salvado de una buena.
Echó un ojo alrededor. Tsk. Se habían llevado el dinero del premio. Genial. Ahora tendria que dormir al raso. Aunque tampoco le importaba mucho, su pelaje blanco era muy calentito. Pero la idea de un baño caliente, una cerveza y un ratito de charla agradable... Jo. Hizo un amago de puchero. ¡¡Era un lobo de la suerte!! ¡No podían pasarle estas cosas!!
-Esthia Vikórida -se presentó, ofreciéndole formalmente la mano-. No aprietes mucho, que creo que tengo un par de fracturas, ¿eh? No me gustaría que luego se me quedara la mano tonta.

Esthia no se extrañó por el cambio de saludo. Cerró el puño y lo hizo chocar contra el de Reydek, con menos fuerza de la que usaría habitualmente, pero todavía tenía un hueso roto. Al separar la mano, la abrió y movió los dedos. Una tonteria como otra cualquiera. Pero es que el tipo ése parecía tan serio que sintió la necesidad de intentar que se relajara un poco.

Se levantó y se sacudió el pantalón. Se miró de arriba a abajo y puso una mueca de disgusto.
-Tsk. Me temo que mañana tendré que buscarme un par de camisas nuevas, porque ésta ya no tiene solución. -Siguió a Reydek hasta el interior del local, paseando la vista por el sitio, a ver si se topaba con algo interesante. Pero no, aquello era lo más mundano que uno se podía echar a la cara-. ¿Tú vienes mucho por aquí? Porque vaya ambientazo... -ironizó-. A mi hermano, el mayor, le encantaría. Muy en su línea de "métete en tus propios asuntos o te arrancaré la garganta con los dientes". Aunque eso son demasiadas palabras juntas para él. -Rió-. Se limitaría a mirar fijamente, con los ojos como si fueran dos puñaladas en un tomate. -Entrecerró la mirada, como si sospechase-. Y a gruñir. Grrrr. -Sacó los dientes, en lo que pretendía ser una imitación graciosa. O lo hubiera sido, si Reydek hubiera conocido al imitado-. Me temo que voy a tener que abusar de tu heroicidad un poquito más y vas a tener que invitarme a un trago. Esos tipos me han dejado pelado y tal y como tengo la cara, mi otra única opción es intentar dar pena a alguna señorita de buen corazón... Y en esta parte de París... Creo que va a estar complicado dar con una.

Cogió un pellizco de pan y se lo metió en la boca.
-Ja. No ma calla mmm madde, me va a callah el pahn -habló con la boca llena. Tragó-. Me apunto al costillar, si no te importa. El último que me comí estaba crudo. Ya sabes, un poco de ejercicio, el acecho, hincarle el diente hasta la yugular... Pero luego el pellejo es un coñazo. Al final terminé dejándolo a medias.

Hablaba con tranquilidad de lo que era, porque estaba con un semejante. Había crecido en una manada, sabía cómo funionaban, el alfa, los betas, los cachorros, los ancianos... Sabía lo que era una cacería, había aprendido a acechar y acorralar presas desde bien pequeño. Y ahora que eran sus colmillos los que hendían la carne fresca, la disfrutaba. Y adoraba correr por los bosques. En la lejana Lesbos lo había hecho con sus hermanos. Ahora era más intenso interiormente para él, pero echaba de menos hacerlo en grupo.

-La próxima vez me toca a mí pagar la comida, ¿eh? Tendrás que esperar un poquito a que recupere fondos, pero nada que no pueda apañar en un par de peleas o tres. ¡¡Estoy en racha!! Además, no es que tenga aquí mucha gente con la que socializar. He abandonado la manada de mis padres. ¿Y tú qué, tienes manada o vas de solitario por la vida?

-¡Pues claro que como carne cruda! ¿Tú no?
Casi le pareció una ofensa a su mitad animal. Suponía que para alguien que se había visto arrastrado a aquella vida a una edad adulta, sin tener conocimientos previos de la licantropía, su bestia interior era una maldición, pero para él, que se había críado en el calor de una manada, la licantropía era un regalo. Un regalo que tenía partes buenas y malas, como todo en esta vida. Pero él estaba más que feliz de aullarle a la Dama de Plata.

-De momento soy un solitario. Dejé la manada de mis padres en Lesbos. Pero no descarto formar manada aquí. Los lobos no estamos hechos para vivir solos; la vida es mucho más sencilla en manada. Todo está estructurado, cada uno sabe su papel, todos cuidan de todos, salir a correr juntos, cazar en grupo... Es una vida maravillosa. Bueno... hasta que vienen un puñado de cazadores a dar por culo, pero eso creo que pasa en todos sitios. -Echó mano al costillar y separó una de las costillas con las manos, para mordisquear la carne y chupar el hueso-. Tengo 30 años, pero aparento 29 y medio, lo sé, me conservo muy bien -y de nuevo aquella perenne sonrisa afloró a su rostro.

Esthia agarró el plato con una mano y la jarra de cerveza con la otra cuando Reydek mandó la mesa a volar. Pasó la vista de la comida a la bebida y viceversa. No le quedan manos con las que coger la comida ahora. Mira a Reydek entrecerrando los ojos y se levanta, como si allí no pasara nada, para dirigirse hacia la puerta.
Pero le duró el intento, porque el caos se desató a su alrededor y comida y bebida acabaron desperdigadas por el suelo cuando algo o alguie le hizo caer. Rodó sobre su espalda y se agazapó tras una mesa volcada el momento necesario para pensar la ruta de escape.
-Ufff -resopló una vez en la calle, junto al otro lobo, que gritaba amenazas al interior. ¿Irse? ¿Ahora que había fiesta? Chasqueó la lengua con fastidio, pero siguió a Reydek por los callejones, buscando un sitio seguro para esconderse hasta que el jaleo pasase-. Tengo una habitación arrendada en una pensión, varias calles más allá. Podemos quedarnos ahí hasta que dejen de buscarnos. O podemos irnos hacia las afueras y dejarles un rastro hacia el bosque.
Se percató de la herida de su nuevo amigo. Él no había recibido heridas nuevas, pero todavía tenía las marcas de la paliza que le habían dado en el callejón. Para ser el lobo blanco de la suerte, a veces ésta le sonreía de manera torva. ¡¡Pero siempre se lo compensaba!! ¡Esa vez le había mandado a Reydek!

Esthia salió a correr en pos de Reydek, riendo alegremente, como dos críos jugando en lugar de dos hombres lobo huyendo de heridas mortales. La adrenalina en sus venas siempre era una sensación muy agradable. El corazón le bombeaba con fuerza y se le alteraba la respiración, con grandes bocanadas, que hacían que se le hinchase el pecho hasta que casi le dolían los pulmones.
No se resistió a quedar encajonado en el hueco, pegado a Reydek. Sonreía y le miraba a los ojos, intensamente, con claras ganas de seguir el peligroso juego de poner en riesgo su vida por las calles parisinas. O de salir a correr por el bosque, bajo la luz de la luna, como los lobos que eran bajo esa piel humana.
-Parece que tu amigo tiene una cita con el cuerpo de policía -movió las cejas arriba y abajo, dejando claro el doble sentido de sus palabras-. Tsk. Han interrumpido nuestra romántica primera cena -bromeó, soltando una carcajada-. ¿Te apetece una copa? Yo invito, pero tendremos que pasar antes por mi pensión, esos tipos del callejón me han dejado sin un franco.

Con las heridas ya casi sanadas y tras haber comido, Esthia estaba haciendo gala de su habitual buen humor. Su risa ronca y varonil, aunque con ese deje de quien no ha dejado totalmente atrás la alegría de la infancia, les acompañaba en todo momento. Corrieron por las calles, como dos chiquillos tras hacer una travesura, pero no podía importarle menos.
Le guió por los barrios bajos de París que tan bien estaba aprendiendo a conocer en esas semanas que llevaba en la ciudad, hasta alcanzar una pequeña pensión en un edificio antiguo y relativamente conservado. Tenía desconchones en algunos puntos de la pared, pero la estructura estaba bien y lo único que realmente necesitaba era un mano de pintura. No era el lugar más lujoso de la ciudad, eso saltaba a la vista, pero estaba razonablemente limpio, tenía una habitación para él solo, con una cama con sábanas que se cambiaban cada dos semanas, mantas y una almohada esponjosa. Había una mesita de noche con una lamparita, un armario donde bailaban las tres camisas y los dos pantalones que tenía, junto con la única chaqueta que gastaba y otro par de zapatos que estaban en el suelo del mueble. Vamos, que había llegado a París con lo puesto y una muda, pero con esa gran sonrisa que nada parecía poder borrarle, ni siquiera las peleas clandestinas. Además, había un escritorio con una silla, sobre el que había una jofaina con agua.
Hizo pasar a Reydek a su habitación, encendió la lucecita de la mesilla, tampoco necesitaban demasiada luz, hechos sus ojos lupinos para ver bajo la luz de la luna.
-Bienvenido a mi palacio. Ten cuidado, no te pierdas por el ala oeste. -En esos escasos metros cuadrados, como no se perdiera en los tres pasos que había desde una pared a la otra...- Te lo enseñare. Esto de aquí -dijo señalando la hoja de la puerta, que había cerrado cuando entraron- es el hall. Luego tenemos la sala de estar -señaló ahora el escritorio- que está junto al baño -su mano apuntó ahora a la jofaina-. Y aquí tenemos el dormitorio principal, con el vestidor. -Y todo eso sin moverse del sitio, por supuesto, pero hablando como si realmente estuvieran en una vasta extensión de terreno-. El resto de habitaciones no te las enseño, porque no quiero abrumarte. ¿Te importa si me cambio? Si vamos a ir a alguno de los localuchos de por aquí, al menos que no vaya lleno de sangre, como si me gustaran los problemas. Ponte cómodo.
Abrió el armario y sacó una de las camisas, que dejó sobre la cama, para comenzar a desabotonarse la que llevaba. Con ella abierta, se acercó al escritorio y abrió la puertecita que tenía en el lateral, debajo del cajón, sacando una botella de licor, que le ofreció a Reydek.
-Sírvete mientras me cambio.
Sin pudor ninguno, se despojó de la camisa y los zapatos y mojó un pico de la toalla que había junto a la jofaina para limpiarse los restos de sangre reseca.

El lobo blanco acabó de limpiarse los restos de sangre y dejó la toalla que habia usado en el respaldo de la silla junto al escritorio, para que secase. Llegó hasta la mesita de noche y agarró la botella por el cuello, donde comenzaba a ensancharse. Con los ojos fijos en los de Reydek y una amplia sonrisa, levantó la botella y se la llevó a los labios. Dio un largo trago y volvió a dejarla sobre la mesilla.
-¿Quieres salir a beber o nos acabamos ésta primero?
Porque si de alcohol iba la cosa, la botella estaba lo suficientemente llena para que ambos se pusieran muy contentos. Pero la idea de salir a beber y, quizás, conocer algún local nuevo tambien era interesante. Sobre todo teniendo en cuenta que con el tiempo que llevaba en la ciudad no había tenido tiempo de investigar demasiado los locales.
Se sentó en la cama y se dejó caer hacia atrás, con las manos tras la nuca, a modo de almohada. Arqueó la espalda y le crujió toda la columna.
-Ah. Qué bien sienta cuando suena. ¿Entonces qué? ¿Me visto o nos quedamos?