El inicio de toda obsesión [Priv]

por **Aidara Dupont** Miér Dic 24, 2014 6:13 pm

La obsesión nace
de las más nimias cosas, terminado por poseerlo todo.
Una vida, una alma… la eterna muerte del enamorado.

¿Por qué tan lento parecía pasar el tiempo, mientras que en brazos de quien había sido su único amante y príncipe, corría el tiempo tan rápido? Su memoria tenía lagunas, las que llenaba con su obsesión por encontrarle y negarse a lo inevitable; Que él ya no estaba junto a ella, ni volvería a estarlo. Por eso fue que tras unos meses por los Países bajos, en una noche oscura se decidió a visitar otros lugares, buscándole aun incesantemente, ahora Violante se había convertido en su delirio permanente y nadie parecía capaz de alejarlo de la mente de la neófita que seguía atándose a los pocos recuerdos que conservaba de él, ya que todos los recuerdos de antes de la conversión habían terminado ocultos, perdidos en su memoria inmortal. Solo le quedaba aquel dolor de la conversión y las noches que había aprendido lo básico al lado de él y aun así hasta esos recuerdos se encontraban difuminados, como si su mente fuera más allá de la razón y hubiera empezado a romper esos pedazos que ya jamás serian de nuevo. Por eso y quizás con más razón se abrazaba a los pocos recuerdos que mantenía y alimentaba su sed interminable por los jóvenes de clase alta con un parecido al antiguo príncipe de los Países bajos. Buscándole, buscándole… siempre buscándole.

Actualmente, tras un viaje interminable, llegó a París donde alquilando una habitación y ordenando que nadie la molestara por las mañanas, se hospedó. El poco dinero que había recogido del palacete, era por y para pagar su hospedaje en los diferentes lugares. Para lo demás no necesitaba más que sus vestidos que llevaba en su bolsa y las presas de las que se alimentaba, que para suerte de la neófita, encontraba en cualquier lugar.

— Por favor madeimoselle, podría decirme dónde encontrar a Anellise? — Preguntó a la joven de recepción que le aseguró que la joven aquella noche no había acudido todavía a su puesto de trabajo. Aidara asintió preocupándose por la joven, la única que en su estada en tierras francesas podía considerar amistad, tras haber perdido sus recuerdos de su antigua vida. La de antes de la conversión a inmortal.

Al salir, el aire frío acarició su tez gélida y aunque no pudiera sentir el frío en su piel a causa de su condición, cerró los ojos por un instante sintiendo su caricia. Aún seguía teniendo una parte de humanidad, la que salía a relucir con aquellos toques que aún perduraban, excepto cuando la sed le impulsaba a alimentarse. Suspiró y como cada noche empezó su ronda por nuevos sectores de la ciudad, intentando rastrearle o por lo menos conseguir pistas de su príncipe. Por más que en el fondo supiera que era tiempo perdido, que él se había ido lejos, dejándola en aquel mundo de noches y sangre. Sujetándose el abrigo, intentando no destacar entre los viandantes y las parejas enamoradas de las calles, transcurrió caminando tranquilamente hasta la zona adinerada de París. Allí se dedicó a seguir un grupo de jóvenes que enseguida calificó como sus siguientes presas, de no ser porque al punto de iniciar su cacería y saciar su sed, un aroma embriagante pero conocido se interpuso entre ella y los jóvenes. ¿Anell? Se preguntó al detectar su esencia y olvidando la sed que quemaba su garganta como hierro candente, salió veloz hacia la dirección de aquel aroma que la llevaría a su amiga.

No estaba muy lejos, apenas unas calles más allá y en lo que parecía un callejón se encontró con la imagen de un hombre y una figura conocida. Era ella. Debia de serlo. — ¿Anellise?— Preguntó aún a distancia, avisando al hombre de su presencia quien sin preverlo, soltó a la joven cayendo esta al suelo como un muñeco roto mientras él ante los ojos encendidos de Aidara desaparecía mucho antes de que ella pudiera reaccionar. Tras verlo desaparecer, velozmente cayó al lado de la joven que parecía descansar, sin embargo el corazón ya no le latía y no hacía falta tocar su antes cálida piel para ver que ya no había vida en ella, que el frío se había adueñado de su cuerpo. Demasiado bien conocía la vampiresa los signos de la muerte en un cadáver. Apretó las manos con fuerza en puños y buscando el origen de la sangre, descubrió lo que pareció ser heridas en las piernas, lo que indicaba que la joven había echado a correr antes de morir en manos de aquel hombre. Aidara soltó una maldición mientras acariciaba la mejilla fría de la joven y sabiendo que en aquel momento ya no se encontraba sola en aquel callejón, se tensó preparada. Si era el asesino de su amiga, iba a pagarlo.

— ¿Quién hay allí? — Preguntó con los colmillos al descubierto volviéndose lentamente hacia el desconocido oculto entre las sombras. Aquel no era el mejor momento para descubrimientos y ante ella se encontraba el primer licántropo con el que se encontraba. ¿Debería temer por su vida? O quizás por la vida de él? Su aroma salvaje no ayudaba a calmar la asesina de su interior que ahora más que nunca asomaba sus instintos, y nadie le había enseñado a controlarse. No todavía.