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AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Alas en la noche [Privado]
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Alas en la noche [Privado]
por Erinnia S. Graffiacane Jue Ene 08, 2015 10:49 pm
“En la suave medianoche de primavera
Se oye un zumbido de alas
Cortando el aire, furtivas;
Moviéndose en la noche inquieta.”
—Katharine Tynan.
Se oye un zumbido de alas
Cortando el aire, furtivas;
Moviéndose en la noche inquieta.”
—Katharine Tynan.
¿Cómo podría yo encantar a la muerte? Se preguntó un ave negra alguna vez. ¿Cómo la oscuridad de mis alas podría llamar a las almas a mi encuentro y juntas sucumbir ante la Danse Macabre? Saltaba el cuervo de una rama a otra, inquieto, queriendo obtener una respuesta. Pero sólo había silencio. Se lamentaba en el fondo de su pequeño corazón cuan solo estaba. Abandonado a su suerte, temiendo morir entre las garras de los fríos y largos inviernos que azotaban cada año las afueras de la ciudad, en donde sólo existía vegetación. Incluso, las demás aves huían de él. Un día, el cuervo decidido para acabar con su miserable preocupación voló a la ciudad y estando alto sobre los tejados de las viejas casas atendió al llamado de unos susurros que lo atraían cada vez más. Eran las pálidas almas de los muertos que deambulaban entre las derruidas lápidas del cementerio. El ave se posó en una rama alta, en donde observaba todo con su mirada oscura. ¿Cómo podría yo encantar a la muerte? Volvió a preguntar. No obtuvo respuesta y cuando quiso repetir su acostumbrada interrogante, una figura demacrada le habló desde el pie del árbol en donde el cuervo reposaba. "Tú no puedes encantar a la muerte… Porque tú eres la muerte, ¡Lárgate de aquí, demonio! Deja de atormentarnos con tu presencia. Y llévate a tus diablos vestidos con plumas negras al lugar en donde los insectos le cantan al caos." Entonces una bandada de pájaros negros abrumó el cielo y lo hizo temblar. El cuervo ya no se sintió tan solo y junto con sus compañeros voló alto, hasta que todos se perdieron entre las colinas grises.
Erinnia despertó de su sueño y se vio volando hacia las afueras de la ciudad. Ella era aquel maldito cuervo que lideraba a los demás, se acercaba a París quien sabe porque razón, sólo era una condenada atracción que la llevaría a su cárcel. Lo último que sabía de su hermano era que regresaría a Francia luego de haber estado en territorios del Papa. Le daba igual, no le preocupaba. Pero a su mente acudió una imagen terrible, era un tatuaje en forma de serpiente. Recordó nuevamente su condena, su marca, su esencia. Graffiacane, el demonio que guardaba el círculo de los iracundos y perezosos, eso era. El séquito de aves negras que la seguían no eran cambiantes, tampoco aves. Eran almas. Sí, almas de muertos que estaban en su círculo, terribles alimañas que condenaban a la humanidad con pesadillas horribles que sólo buscaban con sentenciarlos al infierno de sus propios miedos. Sus risas sonaban como graznidos que desgarraban el silencio. Se dirigían a las tierras pantanosas entre lo que quedaba abandonado de antiguas vidas mortales. Ahí se detuvieron todos a descansar, el olor era parecido al del cementerio, salvo que esta vez sólo se trataba de vegetación muerta que se acumulaba a las orillas de los extensos pozos de agua que decoraban el lugar. Erinnia se ocultaba en los pantanos a las afueras de París, llevaba tiempo ahí, acompañada sólo de sus cuervos, era una manera de despistar a los demás demonios, especialmente a Calcabrina. Él sólo daría con ella, cuando la cambiante así lo decidiera.
Incapaz de mantener más su aspecto fue al sitio en donde había dejado su túnica antes de que por uno de sus sueños decidiera volver a visitar al cementerio de la ciudad que ya no se veía por la espesa vegetación que circundaba al pantano. Estiró sus músculos al sentirse libre de las prisioneras formas del cuervo. El ouroboros apareció nuevamente en su piel, debajo de su nuca, ardiendo y reclamando una nueva víctima a la cual atormentar. Erinnia se sentía tranquila y estable a pesar de los reclamos de su tatuaje. Sólo liberó un pesado suspiro al momento en que alborotaba más sus cabellos. Cuando su cuerpo estuvo cubierto por la calidez de la tela negra de la que estaba hecha su vestidura, decidió darse paso entre la arboleda. Los pájaros negros la siguieron con la mirada, rompiendo el silencio con sus lúgubres sonidos.
—No se preocupen, ya llegara alguien lo suficientemente testarudo para entrar a nuestro a juego. Será antes de que llegue la noche sin luna, cuando el atardecer haga arder a las nubes y éstas se consuman hasta volverse negras y cubran el cielo con su oscuridad —expresó Erinnia con una sutil sonrisa, elevando de a poco sus brazos adoptando una pose como quien se prepara para iniciar una danza, ¿algo intuían sus sentidos? Quizás.
Erinnia S. Graffiacane- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 73
Fecha de inscripción : 26/10/2014
Re: Alas en la noche [Privado]
por Miklós Valborg Vie Mar 27, 2015 10:51 pm
¡Maldita sea! ¡¿Esa era su condena?! ¿Ser controlado por el monstruo que ahora moraba en su interior? Nada, parecía poder apagar su sed. Era, cada vez más fuerte. ¿Cuántos inocentes tendrían que morir noche tras noche para que pudiese apelar a una mísera paz? Traian estaba desesperado y enojado, y eso solo conseguía hacerlo un peligro para los cazadores que le perseguían. No es que él hubiese hecho algo para despistarlos. Para ser sinceros, había dejado una estela de pistas tras de sí. Jamás había imaginado que, como vampiro, la cacería tomaría un nuevo significado. Ir tras su presa, despertaba cada uno de sus instintos al máximo. Podía escuchar los latidos de sus corazones. Tump tump. Oler su determinación y miedo. Tump tump. Imaginarse la sangre derramándose en su boca. Tump tump. Sentir esa descontrolable satisfacción por ser el verdugo. Tener en sus manos el destino de una vida, era demasiado poder. Comenzaba a entender por qué los chupasangres tenían ese aire de grandeza y egolatría. No quería ser como ellos y, sin embargo, lo era. Se alejó de las calles parisinas, dejando atrás la terrible tentación que suponía estar rodeado de humanos. Las paredes, había descubierto, no eran ningún impedimento. Solo bastaba con que se dejase guiar por su sed para arrebatar una vida. Sin quererlo, o tal vez consciente de a dónde lo guiaban sus pasos, pronto se vio cerca de la cabaña donde dormía Lorand, su hijo. El pequeño, que estaría próximo a celebrar su cuarto aniversario, era por quien había terminado siendo un vampiro. Si bien no se arrepentía de haberlo hecho, lamentaba no poder volver a cargarlo. Estaba seguro de que, si Zainhé le viera en ese estado, terminaría por poner una estaca de madera en su pecho. Esa era una lucha, que no estaba dispuesto a tener. No aún.
Escuchó las risas de su hijo mucho antes de atisbar la vivienda, seguidas de las voces de Târsil y Zainhé. Ninguno de los dos, parecía recordar que se encontraba allí afuera, luchando contra sus demonios. Saltó a otro árbol y esperó, concentrado en la escena que se desarrollaba bajo aquél techo. Gruñó. Tan sonora y estruendosamente, que las aves a su alrededor alzaron vuelo y los animales huyeron, conscientes del predador que acechaba entre las sombras. Aquello solo alertó a los cazadores y puso fin a la conversación que tenían. Las órdenes del que antaño había sido su líder, no se hicieron esperar. La prioridad de ellos sería proteger la vida del pequeño aunque Traian, primero elegiría ver su último amanecer antes de hacerle daño a su hijo. Pero, ¿estaba realmente seguro? Una voz en su cabeza le recordó que no, que esa era la razón por la que no había ido a verlos cuando terminó su conversión. ¿Cuántos años debían pasar para que fuese de nuevo él? ¡Maldita sea! Sus colmillos se alargaron al ver salir a uno de ellos. Le vio recorrer los alrededores con la mirada y cuando éste levantó el rostro, lo clavó en el árbol donde se hallaba. La Cobra, ya no se encontraba allí, había partido, consciente de que si se quedaba podría haber cometido una estupidez. Además, no se había alimentado esa noche. En cualquier momento, la necesidad le haría actuar. En busca de una víctima, fue a parar a una de las zonas abandonadas de París. Después de todo, necesitaba encontrar entretención para olvidar la miseria en que se había convertido su existencia. Solo debía dejar que su instinto tomase el control de la situación. Ahora podía diferenciar cuáles eran seres sobrenaturales. De allí que la Inquisición, tuviese a los condenados entre sus filas. La mujer ante él, era una de ellos. – No cabe duda, que la cacería nunca se termina. – Sonrió con ironía.
Escuchó las risas de su hijo mucho antes de atisbar la vivienda, seguidas de las voces de Târsil y Zainhé. Ninguno de los dos, parecía recordar que se encontraba allí afuera, luchando contra sus demonios. Saltó a otro árbol y esperó, concentrado en la escena que se desarrollaba bajo aquél techo. Gruñó. Tan sonora y estruendosamente, que las aves a su alrededor alzaron vuelo y los animales huyeron, conscientes del predador que acechaba entre las sombras. Aquello solo alertó a los cazadores y puso fin a la conversación que tenían. Las órdenes del que antaño había sido su líder, no se hicieron esperar. La prioridad de ellos sería proteger la vida del pequeño aunque Traian, primero elegiría ver su último amanecer antes de hacerle daño a su hijo. Pero, ¿estaba realmente seguro? Una voz en su cabeza le recordó que no, que esa era la razón por la que no había ido a verlos cuando terminó su conversión. ¿Cuántos años debían pasar para que fuese de nuevo él? ¡Maldita sea! Sus colmillos se alargaron al ver salir a uno de ellos. Le vio recorrer los alrededores con la mirada y cuando éste levantó el rostro, lo clavó en el árbol donde se hallaba. La Cobra, ya no se encontraba allí, había partido, consciente de que si se quedaba podría haber cometido una estupidez. Además, no se había alimentado esa noche. En cualquier momento, la necesidad le haría actuar. En busca de una víctima, fue a parar a una de las zonas abandonadas de París. Después de todo, necesitaba encontrar entretención para olvidar la miseria en que se había convertido su existencia. Solo debía dejar que su instinto tomase el control de la situación. Ahora podía diferenciar cuáles eran seres sobrenaturales. De allí que la Inquisición, tuviese a los condenados entre sus filas. La mujer ante él, era una de ellos. – No cabe duda, que la cacería nunca se termina. – Sonrió con ironía.
Miklós Valborg- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 80
Fecha de inscripción : 13/10/2011
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Re: Alas en la noche [Privado]
por Erinnia S. Graffiacane Sáb Mayo 23, 2015 3:52 pm
“Pues ellos nunca fueron pájaros,
Sino almas de hombres en el viento,
Buscando, incansables, el seno materno,
El corazón que es suave y amable.”
—Katharine Tynan.
Sino almas de hombres en el viento,
Buscando, incansables, el seno materno,
El corazón que es suave y amable.”
—Katharine Tynan.
Si bien su esencia demoníaca había despertado con el primer vuelo hace unos diez años, Erinnia no compartía espacio con ninguno de los otros demonios, ni siquiera con su par, Cagnazzo. Que en realidad era su gemelo de marca. Había decidido emprender vuelo entre las sombras, hallando una libertad negada y recogiendo la carroña de las ciudades muertas. Pero en realidad, Graffiacane tenía otra misión, no era simple anhelo de libertad lo que la llevaba a huir una y otra vez. Las palabras del espectro eran tan ciertas “porque tú eres la muerte”. Y claro, el demonio del quinto círculo no sólo era astuto, era el mensajero, el cuervo que se posaba sobre los cráneos de los muertos y su graznido eran hechizos que hacían despertar las pesadillas en los hombres. Así fue como encontró reunir a más de una docena de aves negras que no eran simples aves. Era una bandada de alimañas que cazaban la oscuridad de las desdichadas almas que se paseaban por ahí. Eran los lacayos de Graffiacane.
Mientras el tiempo del encuentro con el hechicero se acercaba más, Erinnia y los suyos se refugiaban en las zonas más apartadas de la ciudad, en donde sólo reinaba la miseria y la paz. Un silencio que era inquebrantable y que sólo avivaba el miedo en los corazones débiles. Sin embargo, los rincones más apartados del bosque no siempre resultaban ser tan solitarios. A veces, se paseaban sobrenaturales buscando lo que el alma les pidiera y esa noche no era la excepción. Graffiacane supo que no estaría tan sola. Pero ninguna emoción se vio en su semblante, sólo se marcaba una profunda indiferencia hacia todo lo que le rodeaba.
Observó a los otros cuervos en las copas de los árboles, se burlaban, no de ella, sino de quien se acercaba. Los ojos de la cambiante permanecieron fijos en el horizonte hasta que finalmente el destructor del silencio apareció ante ella. Erinnia ladeó la cabeza al escuchar sus palabras. ¿Sabría aquel que quien tenía en frente era un demonio genuino? Lo dudaba. Pero el ouroboros era una perfecta marca de uno de los nueve demonios mayores y Graffiacane ya estaba demasiado aburrido con andar de un lado a otro. Retrocedió un par de pasos, esbozando una sonrisa extraña. No era burlona, sólo era una mueca propia de un paladín del diablo. Así que sin más, la mujer dejó su forma humana para convertirse en un pájaro de plumas negros y pico afilado. Un magnífico cuervo que terminó perdiéndose entre los demás que observaban al vampiro.
—En la horca negra, amable manco, bailan, bailan los paladines, los descarnados actores del diablo. Danzan que danzan sin fin los esqueletos de Saladín —susurró en la oscuridad de su mente, haciéndole llegar el mismo pensamiento al hombre—. O en vez de esqueletos sean inquisidores bajo el mando del señor infernal. ¿Quién se atreve a desafiar al mismísimo Príncipe del Averno —se burló el cuervo a la par con los otros, sus graznidos parecían risas macabras.
Erinnia S. Graffiacane- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 73
Fecha de inscripción : 26/10/2014
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