AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Culpabilidad [Privado]
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Culpabilidad [Privado]
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Conocía esa sensación, el vacío al final del día cuando llegaba a dormir en las habitaciones de cualquier lugar. Esa tarde había desaparecido, había tenido que caer para conocer el fin y volver a empezar. Sus culpas se elevaban y flameaban ardientes contra el cielo aletargado. Lo había hecho para resanar el dolor, lo hizo por ese hombre que le había abandonado cuando era pequeña. Y ahora lo haría por Dios si es que existía. Naturalmente sabía que todo era un acto, siempre lo había sido, sonreír y disimular. Responder o callar. Pero ahora era libre, a pesar de sus ataques de melancolía, locura y llanto. Sus pasos ya no eran tambaleantes sino seguros, el sonido de las botas hacía un eco áspero en las aceras. Llevaba el pelo suelto como siempre le había gustado. Las manos en los bolsillos del abrigo. Sus ojos apenas se desviaban en ocasiones para mirar a las personas a su paso.
Vagó por unos minutos o quizás casi una hora, no tenía importancia, al llegar al Cementerio notó que las nubes se alejaban con el empuje del viento. Se quedó inmóvil, mientras miraba en silencio el suave movimiento de los árboles contra el cielo, sus toscas ramas parecían arañar el sueño del mismo. Sintió la oscuridad caer sobre sus hombros y decidió descansar, tomó asiento sobre una lápida que se encontraba entre los arbustos que crecían salvajemente alrededor. Notó también que el resto de las lápidas yacían limpias, con rosas ya secas y leyendas grabadas sobre ellas. Quizá esta esta era la única tumba olvidada. El momento de rabia había pasado y ahí estaba sola y fría en la venidera noche, pronto el viento dejó de silbar. Si pudiera, crearía una tormenta. Y es que casi siempre las cosas debían ser a su manera.
Acomodó un par de mechones de su cabello cenizo hacía atrás, sus dedos pálidos se posaron sobre la hojarasca que yacía inerte sobre la tumba, quitó el polvo y notó que no había inscripción alguna. Suspiró y recordó que en alguna ocasión su madre le había hablado de aquellas personas que mueren solas, sin un propósito en la vida. Así mismo recordó aquel hombre que le había enseñado lo que ahora dominaba con tanta facilidad. Era el momento más oscuro para la inquisidora, donde todos los demonios del pasado se reunían a su alrededor a conversar con ella. Como los espíritus lo hacían cuando era pequeña. Y que Dios la maldiga, que Dios maldiga a aquel hombre que había hecho de su infancia un infierno. Aunque trataba de controlarse, sabía que en lo más profundo de su ser deseaba que aquella tumba fuera la de su padre. Todos los sonidos cesaron de repente dejándola en un vació mientras se esforzaba por no ser una figura difusa en las brumas de la penumbra.
Última edición por Isobel Ness el Dom Feb 15, 2015 2:07 pm, editado 3 veces
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/01/2015
Re: Culpabilidad [Privado]
Siempre está el momento en el que llegan; memorias. Es imposible escapar de ellas, incluso cuando nos creemos que todo había pasado. Que ya no íbamos a volver a ese momento del daño. Qué ingenuos éramos. Todos. No importaba si mortal o vampyr. Por suerte, el Tiempo hace su función, y el daño ya no lo es tanto.
Al final, todo queda en una extraña mezcla de añoranza y seguridad.
Sabía que no iba a encontrar ninguna lápida con su nombre allí, en Montmartre. Mas no había acudido al cementerio para eso. El camposanto era el lugar perfecto para imaginar. ¿Qué habría sido de la viuda Lefevre, muerta en 1786? ¿En qué trabajaría Mauris Charbeau? ¿Qué clase de hijo y esposo habría sido Jérome Boissieu?
Para aquellos que nos considerábamos artífices -daba igual si de la escritura, el teatro o, en mi caso, la música- las necrópolis (necrópolis, ¡qué palabra tan antigua! Y es que la Muerte siempre ha estado ahí, incluso para nosotros) eran una pacífica fuente de inspiración.
No podía sentirlo, pero hacía frío. Guantes de encaje, capa de terciopelo cubrían mi antropomórfico cuerpo. Por debajo, las faldas del vestido silbaban suavemente con el ligero frífrí.
La sombra, a todas luces femenina, que contemplaba sin hacerse eco de la gélida temperatura parisina, captó mi atención. No quería molestarla en su luto, mas no puedo evitar acercarme, con las dos manos entrelazadas entre sí.
No hay nombre ni apellido en la lápida. Otro más de los Sin Ser.
-¿Sabe quién descansa dentro? -utilicé descansar, porque es un verbo mucho más diplomático y bello que morir. Además, ¿quién me dice que no esté descansando, después de todo? Si existo yo, ¿por qué no Dios?
Al final, todo queda en una extraña mezcla de añoranza y seguridad.
Sabía que no iba a encontrar ninguna lápida con su nombre allí, en Montmartre. Mas no había acudido al cementerio para eso. El camposanto era el lugar perfecto para imaginar. ¿Qué habría sido de la viuda Lefevre, muerta en 1786? ¿En qué trabajaría Mauris Charbeau? ¿Qué clase de hijo y esposo habría sido Jérome Boissieu?
Para aquellos que nos considerábamos artífices -daba igual si de la escritura, el teatro o, en mi caso, la música- las necrópolis (necrópolis, ¡qué palabra tan antigua! Y es que la Muerte siempre ha estado ahí, incluso para nosotros) eran una pacífica fuente de inspiración.
No podía sentirlo, pero hacía frío. Guantes de encaje, capa de terciopelo cubrían mi antropomórfico cuerpo. Por debajo, las faldas del vestido silbaban suavemente con el ligero frífrí.
La sombra, a todas luces femenina, que contemplaba sin hacerse eco de la gélida temperatura parisina, captó mi atención. No quería molestarla en su luto, mas no puedo evitar acercarme, con las dos manos entrelazadas entre sí.
No hay nombre ni apellido en la lápida. Otro más de los Sin Ser.
-¿Sabe quién descansa dentro? -utilicé descansar, porque es un verbo mucho más diplomático y bello que morir. Además, ¿quién me dice que no esté descansando, después de todo? Si existo yo, ¿por qué no Dios?
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/01/2010
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Re: Culpabilidad [Privado]
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Los aromas se confundían, la humedad propia de la tierra, olor a muerte y eternidad. Sin embargo, en este tiempo había aprendido a disponer de los elementos a la hora que ella gustara. Y en esta ocasión, no sería la excepción. Había algo extraño en la atmósfera que no era de su agrado. La maleza crecida se agitaba a merced del viento que danzaba febril. Estaba en medio de sensaciones contradictorias, sabía que cualquier humano se sentiría abrumado ante sus dones, pero ¿Y si no era un ser vivo? París era encantador y misterioso sin lugar a dudas. De noche las historias y rumores cobraban vida, eso lo tuvo siempre presente. ¿Dónde estás? Se preguntó refiriéndose a su gemelo ¿Sería posible que la inseguridad estuviera tomando posesión de sus sentidos por primera vez? La confusión por primera vez estaba ahí.
De manera mecánica irguió su anatomía intentó buscar en la oscuridad ¿De dónde provenía esa mirada? ¿Quién osaba penetrar en su misterio doloroso? Avanzó entre las lápidas del fondo y tomó una de aquellas rosas que aún no estaba del todo marchita, se la acercó suavemente a los labios para sentir la tersura de los pétalos agonizantes, saboreó el poco perfume que aún poseía durante unos segundos. Se limitó a quedarse de pie contemplando la decadente belleza romántica del lugar, fue entonces que pudo descifrar el enigma de este ente que con suaves palabras irrumpió el silencio ensordecedor.
-Me temo que no lo sé.- se limitó contestar en un susurro.
Los cabellos rubios de su semejante bailaban caprichosamente y el halo maldito que coronaba su frente reveló el secreto de su inmortalidad. Isobel estaba acostumbrada a tratar con estos seres oscuros, no obstante en ella había cierta complicidad nostálgica, no estaba segura de que era aquello, pero por primera vez podría ser menos hostil que de costumbre.
-Aunque si por mi fuera, colocaría algo más que un bello epitafio ahí dentro.- sonrió ligeramente.
Nunca le había importado mostrarse tal cual, aunque de antemano sabía que sería difícil que alguien más tomara a broma sus oraciones bañadas de ese característico humor negro del cual solo Daniel hacia segunda. Volvió a tomar asiento sobre la losa, confiada en que la joven frente a ella no representaba peligro alguno, bajo otras circunstancias habría reaccionado de manera distinta.
-Mi nombre es Isobel.-
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/01/2015
Re: Culpabilidad [Privado]
Indolencia. Las palabras de la mujer sonaban a indolencia. Esa misma con la que Franz hablaba de los suyos. Padre también lo hacía, y a mi me molestaba. Era como si todo estuviese por debajo de ellos. Hans, Clo y yo también.
Mas no. No era ese tipo de pasividad la que brotaba de los labios de la recién presentada como Isobel. Era la apatía de quien ya estaba acostumbrado a los muertos. Hay personas -y sí, digo "personas"- que nacen con ella. Esas son muy pocas. Las que asumen que la muerte existe pero no se retraen por ello. Por su religión, educación, o lo que fuese. Luego hay personas que han tenido que aprender a base de pérdidas. Pérdidas muy grandes. Un padre. Una madre. Un hijo.
Una hermana.
La han tenido ahí delante. A todas horas; el espectro invisible pero punzante. Estaba en el rincón de la cama de Clotilde cuando le recitaba en voz alta. Todo el tiempo.
Me pregunté cuál sería la historia de la recién conocida, mas no pregunté. Me limité a dar mi nombre:
-Carolina -hice una pausa para luego mencionar:- ¿Y qué algo más bello colocaría?
No había sonado ni a broma ni a chanza. Sencillamente, los humanos eran tan extraños ante la Muerte. Y me pregunté si yo no lo sería también. Después de todo, sólo la he burlado. Por un tiempo.
Mas no. No era ese tipo de pasividad la que brotaba de los labios de la recién presentada como Isobel. Era la apatía de quien ya estaba acostumbrado a los muertos. Hay personas -y sí, digo "personas"- que nacen con ella. Esas son muy pocas. Las que asumen que la muerte existe pero no se retraen por ello. Por su religión, educación, o lo que fuese. Luego hay personas que han tenido que aprender a base de pérdidas. Pérdidas muy grandes. Un padre. Una madre. Un hijo.
Una hermana.
La han tenido ahí delante. A todas horas; el espectro invisible pero punzante. Estaba en el rincón de la cama de Clotilde cuando le recitaba en voz alta. Todo el tiempo.
Me pregunté cuál sería la historia de la recién conocida, mas no pregunté. Me limité a dar mi nombre:
-Carolina -hice una pausa para luego mencionar:- ¿Y qué algo más bello colocaría?
No había sonado ni a broma ni a chanza. Sencillamente, los humanos eran tan extraños ante la Muerte. Y me pregunté si yo no lo sería también. Después de todo, sólo la he burlado. Por un tiempo.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/01/2010
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Re: Culpabilidad [Privado]
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Se mostró sarcástica en su respuesta. Después de todo a ojos de cualquier otra persona no habría nada de hermoso en contemplar una tumba aparentemente olvidada. Pero para la joven rubia era tan natural que el humor negro inundara sus oraciones, la vida misma le había enseñado a tomar en otro sentido las bofetadas que laceraban su interior. Lo dicho, si pudiera usaría sus habilidades para llevar hasta ese camposanto los cuerpos de aquellos que le habían lastimado, el primero sería sin duda el hombre que alguna vez se hizo llamar su padre. El segundo, su mentor. Aunque a decir verdad de este último no sería realmente necesario, pues su cuerpo había sido reducido a huesos, cabello y ojos que ya formaban parte de la colección de la joven bruja, mientras escuchaba las palabras recatadas de su oyente sus finos dedos acariciaron el rosario que pendía de su cuello.
–Algo como el nombre de mi padre– dijo sin más.
Dedicó una ligera sonrisa al mismo tiempo que tomaba asiento sobre la polvorienta sepultura, colocó la rosa marchita sobre la misma y con un ademán abrió la invitación a ser acompañada.
–Carolina ¿cierto? Dime linda ¿Qué hace un ser como tú vagando entre tumbas perdidas, no deberías alimentarte de seres inocentes en las calles de la gran urbe? Conozco un par de ellos que merecen sin duda alguna recibir la muerte de tus manos–
Dirigió sus orbes hacia la espesa oscuridad tratando de concentrarse en los sonidos propios de la noche, las cigarras entonaban tenebrosos cantos a lo lejos y un par de cuervos cruzaban el cielo aletargado desgarrando el mismo con su plumaje de ébano. Se mostró pensativa en lo que había dicho previamente pero no iba a ser hipócrita con alguien de su misma categoría. Indudablemente sería un desperdicio de tiempo jugar a los acertijos esperando que alguna de ellas develara su secreto. Así que para Isobel sería más fácil entablar una conversación una vez dejado en claro lo que muchos tratarían de ocultar.
–Del mismo modo te preguntarás que hago en lugar como este, bueno la respuesta es simple, me dedico a crear muñecas y sin duda para una nigromante como yo, el cementerio es el lugar ideal para encontrar buen material– esbozó una sonrisa tenue en sus pálidos labios.
Cuando te queda poco por que luchar es más fácil mostrarse tal cual somos y en el caso de la joven bruja no tenía nada que perder al revelarse, al contrario, tenía la firme convicción de hallar posiblemente en la vampira una formidable aliada, incluso amiga, aunque era demasiado pronto para hablar de lazos afectuosos con la hasta entonces desconocida.
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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Re: Culpabilidad [Privado]
Se había abierto por fin el velo. O debería decir,lo había abierto por fin. Ella, la mujer de finos cabellos erguida a mi lado. Me sorprendió su suspicacia para una mortal. Mortal. Bueno, otra vez me había vuelto a equivocar con ella. De su real condición venía su percepción. Yo también debería haberlo supuesto, -"Serás majadera, Carolina"- una joven abandonada a esas horas en medio de tumbas y muertos. ¿Qué más podía ser?
-No acostumbro a tomarme la justicia por mi mano, señorita Isobel.
El eterno duelo moral. Por los siglos de los siglos. Matar o comer. Asesinar o sobrevivir. Blanco o negro. Pocos eran los que daban una respuesta entre medias de esos dos colores. Y yo, joven todavía por aquel entonces, cuando conocí a Isobel y a otros tantos más, creía posible una moral a medias. Friedrich se habría reído de mi, como siempre hacía cuando exponía mis ingenuas ideas. Bueno, eso fue lo que le mató a él en primer lugar.
-¿Cree que los míos solo descuartizan, beben sangre y evitan la luz del Sol? -cierto sarcasmo emanaba de mi cuerpo. No sabría decir si ese era el pensamiento acertado de mi fortuita acompañante. Lo que sí sabía era que eso mismo era lo que muchos pensaban acerca de los nuestros. Todos satanases. Y bien, ¿qué se podía esperar de una raza que tenía su origen en los más profundos abismos bajo tierra?
Crear muñecas. Un eufemismo bastante elegante, como el que hacía apenas unos minutos había utilizado yo para referirme a la muerte. Curioso como todos tratamos de ignorar esa palabra. ¡Como si así fuera a perder su poder!
-¿Puedo preguntarle para qué las necesita?
Yo, en mi mente pensante, imaginé a la tal Isobel como una maestra de muñecas dirigiendo toda una función de circo tétrico. Los hilos, los hilos... Aunque invisibles, estaban ahí para todos. ¡Incluso para los muertos!
-No acostumbro a tomarme la justicia por mi mano, señorita Isobel.
El eterno duelo moral. Por los siglos de los siglos. Matar o comer. Asesinar o sobrevivir. Blanco o negro. Pocos eran los que daban una respuesta entre medias de esos dos colores. Y yo, joven todavía por aquel entonces, cuando conocí a Isobel y a otros tantos más, creía posible una moral a medias. Friedrich se habría reído de mi, como siempre hacía cuando exponía mis ingenuas ideas. Bueno, eso fue lo que le mató a él en primer lugar.
-¿Cree que los míos solo descuartizan, beben sangre y evitan la luz del Sol? -cierto sarcasmo emanaba de mi cuerpo. No sabría decir si ese era el pensamiento acertado de mi fortuita acompañante. Lo que sí sabía era que eso mismo era lo que muchos pensaban acerca de los nuestros. Todos satanases. Y bien, ¿qué se podía esperar de una raza que tenía su origen en los más profundos abismos bajo tierra?
Crear muñecas. Un eufemismo bastante elegante, como el que hacía apenas unos minutos había utilizado yo para referirme a la muerte. Curioso como todos tratamos de ignorar esa palabra. ¡Como si así fuera a perder su poder!
-¿Puedo preguntarle para qué las necesita?
Yo, en mi mente pensante, imaginé a la tal Isobel como una maestra de muñecas dirigiendo toda una función de circo tétrico. Los hilos, los hilos... Aunque invisibles, estaban ahí para todos. ¡Incluso para los muertos!
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/01/2010
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Re: Culpabilidad [Privado]
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No existía un solo ápice de imperfección en los bien delineados rasgos de la joven. La lozanía en piel, parecían haber sido remarcados a su favor gracias al don de la inmortalidad. Lejos de sentirse abrumada, admiraba con devoción la perfecta efigie que ahora se encontraba charlando con ella en otras circunstancias, hubiese sido un perfecto envase para convertirse de una creación.
–Tienes razón Carolina, pocos tienen la facilidad de hacerse justicia por mano propia, es sólo un lujo que pienso podemos darnos de vez en cuando, bajo ciertas circunstancias ¿No lo crees?–
Al hablar de tal forma, evocaba esos lánguidos días en los cuales, presa del horror causado por su mentor, decidió ser la punta de la lanza que atravesará el pecho de aquel sujeto, arrancando el último suspiro mediante aquella horrible habilidad apenas desarrollada. Cada palabra expresada por la inquisidora no era sino el simple reflejo que sus experiencias vividas.
–Disculpa si mi comentario resultó demasiado imprudente, al final cada uno de nosotros toma una decisión, hacerlo o no ¿Cierto?–
Podría ser que por primera vez se hubiese equivocado al proliferar tan aseveración, Carolina aparentemente no se mostraba como uno de esos monstruos que destruían por puro placer, pudiera ser que al igual que ella hubiese sido transformada víctima de alguna circunstancia ajena a su realidad.
–Mi intención nunca fue ofenderte Carolina, debido a eso me disculpo nuevamente y como muestra de ello, no ocultaré nada a tus cuestionamientos– hizo una pausa necesaria –Todo en la vida es pasajero, algunas cosas merecen la pena ser conservadas, otras no, algunas tantas ni siquiera merecen un lugar en este plano terrenal, es por eso que con ayuda de nuestro Señor, tengo la encomienda de preservar la belleza mediante artilugios y la construcción de envases, frágiles en apariencia, pero perfectos en su interior–
Miró por unos segundos el semblante que hubiese ocasionado en su oyente el revelar de tal forma sus propios pensamientos.
–Los fines, pueden ser diversos, una venganza sobre todo, es muy satisfactorio saber que somos capaces de aplastar con un simple movimiento a nuestros adversarios, aun a los más temibles–
El silencio cayó dejando el espacio libre a que la vampiresa respondiera.
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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Re: Culpabilidad [Privado]
Un tímido viento arrastró algunas hojas secas por el pavimento cubierto de charcos, producidos por la tormenta que había caído sobre París esa misma tarde. Una tormenta que yo no había presenciado pero sí escuchado, en lo más profundo de mi sueño atrapado en las maderas de un ataúd.
En un acto reflejo, oculté mis pálidas manos entre las mangas del abrigo. Era un movimiento soberanamente estúpido, porque yo hacía casi un siglo que no podía percibir el frío ni el calor. Esas sensaciones se habían transformado en recuerdos vagos, como todo lo que concernía a mi vida mortal, allá en Viena. A veces, echaba de menos todas las pequeñas cosas efímeras que empañan la vida de los humanos, mas entonces me obligaba a recordar que había sido yo, y solamente yo, la que había tomado la decisión irreversible de ser lo que ahora era.
-Quizá tiene razón, Isobel. -medité unos instantes. En esos momentos pensé que a Friedrich le hubiera caído muy en gracia aquella joven- Pero no todos tenemos el coraje, o la necedad, de hacerlo así.
Tomarse la justicia por mano propia. Algo que, muy lánguidamente había recorrido mi mente en alguna que otra ocasión. Tomar venganza por Friedrich, ir detrás de sus asesinos. ¿Por qué no lo hice? ¿Acaso soy débil? Preferí lamentarme durante mucho tiempo. En esos momentos, en el París de 1800, no había llegado ni a una cosa ni a otra. Sencillamente; continué con el camino.
-No tiene por qué disculparse. -hice un gesto con mi mano enguantada y negué con la cabeza. ¿Qué culpa tenía ella? Después de todo, las leyendas (aquellas que nos daban poder a todo ser sobrenatural) nos habían representado como demonios de ultratumba. ¿Era yo ser tal? Pues no me sentía un diablo de averno. No me sentía poderosa, ni infundía miedo a nadie. Tampoco quería desgarrar la garganta de mi compañera. ¿En qué me convertía eso? De nuevo, ¿era blanco o negro? ¿O algo entre medias?
-Sé que los míos han hecho mucho daño. Mas no todos somos así. Algunos únicamente... -me encogí de hombros, buscando la palabra adecuada. Pero sólo llegó a mi mente la más sencilla de todas, la que resumía a todos, ya fueran humanos, licántropos, hechiceros o vampiros-... Sobrevivimos.
Yo no había matado a nadie en mis escasos años de neófita. Friedrich nunca me obligó a ello, aunque podía leer en sus ojos dorados cierta decepción. Una decepción insoportable para mi. Dvorak había imaginado otra cosa cuando me ofreció la vida eterna. Y desde ese momento, he tenido que cargar con el peso de no estar a la altura que él esperaba de mi.
Escuché las palabras de mi interlocutora. ¿Había cierta rabia en ellas, o era tan sólo mi imaginación? Pude percibir cierta confesión en aquella manera que tenía al hablar de venganza. Lo primero que pensé fue en cuál sería su historia para sentirse así.
-Si uno siente esa necesidad. Mucho me temo que mi mente abandonó ideas como esas hace tiempo.
Me giré un poco para ver el perfil de Isobel. Mirada seria y neutral que denotaba que dentro de ella se libraba cierta lucha. ¿Era posible eso? Me despertó la curiosidad y, a pesar que trataba de ponerla a raya, me sorprendí añadiendo:
-Puede contarme su historia, si quiere. A veces hablar con extraños es más fácil.
En un acto reflejo, oculté mis pálidas manos entre las mangas del abrigo. Era un movimiento soberanamente estúpido, porque yo hacía casi un siglo que no podía percibir el frío ni el calor. Esas sensaciones se habían transformado en recuerdos vagos, como todo lo que concernía a mi vida mortal, allá en Viena. A veces, echaba de menos todas las pequeñas cosas efímeras que empañan la vida de los humanos, mas entonces me obligaba a recordar que había sido yo, y solamente yo, la que había tomado la decisión irreversible de ser lo que ahora era.
-Quizá tiene razón, Isobel. -medité unos instantes. En esos momentos pensé que a Friedrich le hubiera caído muy en gracia aquella joven- Pero no todos tenemos el coraje, o la necedad, de hacerlo así.
Tomarse la justicia por mano propia. Algo que, muy lánguidamente había recorrido mi mente en alguna que otra ocasión. Tomar venganza por Friedrich, ir detrás de sus asesinos. ¿Por qué no lo hice? ¿Acaso soy débil? Preferí lamentarme durante mucho tiempo. En esos momentos, en el París de 1800, no había llegado ni a una cosa ni a otra. Sencillamente; continué con el camino.
-No tiene por qué disculparse. -hice un gesto con mi mano enguantada y negué con la cabeza. ¿Qué culpa tenía ella? Después de todo, las leyendas (aquellas que nos daban poder a todo ser sobrenatural) nos habían representado como demonios de ultratumba. ¿Era yo ser tal? Pues no me sentía un diablo de averno. No me sentía poderosa, ni infundía miedo a nadie. Tampoco quería desgarrar la garganta de mi compañera. ¿En qué me convertía eso? De nuevo, ¿era blanco o negro? ¿O algo entre medias?
-Sé que los míos han hecho mucho daño. Mas no todos somos así. Algunos únicamente... -me encogí de hombros, buscando la palabra adecuada. Pero sólo llegó a mi mente la más sencilla de todas, la que resumía a todos, ya fueran humanos, licántropos, hechiceros o vampiros-... Sobrevivimos.
Yo no había matado a nadie en mis escasos años de neófita. Friedrich nunca me obligó a ello, aunque podía leer en sus ojos dorados cierta decepción. Una decepción insoportable para mi. Dvorak había imaginado otra cosa cuando me ofreció la vida eterna. Y desde ese momento, he tenido que cargar con el peso de no estar a la altura que él esperaba de mi.
Escuché las palabras de mi interlocutora. ¿Había cierta rabia en ellas, o era tan sólo mi imaginación? Pude percibir cierta confesión en aquella manera que tenía al hablar de venganza. Lo primero que pensé fue en cuál sería su historia para sentirse así.
-Si uno siente esa necesidad. Mucho me temo que mi mente abandonó ideas como esas hace tiempo.
Me giré un poco para ver el perfil de Isobel. Mirada seria y neutral que denotaba que dentro de ella se libraba cierta lucha. ¿Era posible eso? Me despertó la curiosidad y, a pesar que trataba de ponerla a raya, me sorprendí añadiendo:
-Puede contarme su historia, si quiere. A veces hablar con extraños es más fácil.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Culpabilidad [Privado]
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Las confesiones a media voz de ambas féminas tan solo significaban la apertura a una amena charla que orillaba a ambas a develar parte de esos secretos tortuosos. Ese pasado roto del cual Isobel había recogido cada pieza para tejer un estandarte que le recordaba el porqué de su existencia. Cada eslabón en ese rosario que ahora pendía de su cuello representaba un castigo, una condena que había hecho pagar a su mentor el precio por haberse atrevido a ponerle un dedo encima. De la cadena al eslabón y del eslabón a la hebra, dicho artilugio estaba detalladamente confeccionado a su medida. El Señor había enviado a ese siervo negro hasta la inquisidora, sus manos solo eran el medio por el cual la rubia profesaba su devoción hacia él.
–Sobrevivir… – repitió con una sonrisa ligera plasmada sobre la lozanía de sus labios.
Apenas un cambio en sus facciones se podía percibir bajo el tul oscuro que le cubría el rostro. Sus manos enguantadas en terciopelo levantaron esa parte del atuendo para regalarle una mejor visión de su efigie a la inmortal. Una suave brisa meció un par de cabellos dejándole completamente descubierta. Isobel era sin duda una mujer hermosa, que buscaba inmortalizar dicha cualidad en cada una de sus creaciones. Tal y como nuestro Señor lo había profesado. Hágase todo a su imagen y semejanza.
–Más que una necesidad, resulta en ocasiones un mandato, si se quiere sobrevivir como bien lo dijo minutos atrás bella Carolina– sonrió de medio lado.
Un suspiro escapó de su humanidad.
–Contar mi historia– espetó en un tono áspero –No veo porque no y si así lo desea, con mucho gusto lo haré, la noche es muy joven aún y en vista que ninguna presa de mi interés ha llegado hasta ahora permítame iniciar con dicho relato–
La inquisidora dio media vuelta a su cuerpo para quedar frente a su interlocutora quien seguramente poseía en su memoria un pretérito encantador que develar.
–Mi mellizo y yo nacimos en medio de la pobreza, cobijados apenas por el amor de una madre quien fue demasiado débil para resguardarnos del azote tiránico de una supuesta figura paterna. Cuando ambos descubrieron nuestras habilidades significó la ruina, después de todo nadie espera un par de brujos como primogénitos ¿Cierto?– Sonrió nostálgica –Una noche apareció un hombre quien se hizo llamar nuestro “mentor” un enviado del cielo que velaría por nosotros. Mis padres recibieron un par de monedas a cambio. Por nuestra parte olvidamos en cuestión de días nuestra procedencia. Nada rescatable de ese lugar ni de aquellos monstruos. Educados por aquel emisario, mi hermano y yo aprendimos a controlar nuestras habilidades como soldados del Ejército Sacro–
Un semblante sarcástico tomó posesión en la joven.
–De dicho hombre solo puedo decirle que el día que se le ocurrió tocarme fue el último en su existencia. Su vida sería destinada para un designio con mayor importancia de lo que hubiese fungido como mentor nuestro–
Sus dedos enguatados pasaron por cada una de las cuentas hasta llegar a la cruz, suponiendo que la inmortal había deducido el final de la historia.
–Cómo puedes ver Carolina, en ciertas ocasiones tomar esa venganza no es un lujo que debas desperdiciar, mucho menos si se presenta frente a tus ojos– se detuvo unos instantes mirándole fijamente –A menos que tu conversión haya sido algo voluntario–
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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Re: Culpabilidad [Privado]
La historia de mi compañera de nostalgias era desgarradora, cruel y sádica. Hablaba de una pérdida palpitante; la del alma, la del corazón. Encajé las piezas como si de un acertijo se tratase y supe entonces quién era el que reposaba dentro de la tumba sin nombre. Por desgracia, existen demasiadas historias como las de Isobel en el mundo. Las tristes, las olvidadas, las que nadie quiere saber. No era difícil entender el leit motiv que impulsaba los claros y vidriosos ojos de la mujer. Había conocido a muchos durante mi escaso siglo de vida a los que, como ella, poco les quedaba y poco tenían que perder. A pesar de sus duras palabras, casi frívolas, pude ver en Isobel una fortaleza que yo sentía que me faltaba, y por tanto, envidiaba en parte.
-Tarea que parece hermosa, la de crear cosas bellas por fuera y fuertes por dentro. -a pesar de que mi condición me otorgaba habilidades asombrosas, yo no me consideraba fuerte. En esos confusos años de neófita todo me resultaba vertiginoso.
-Yo perdí una hermana durante mi vida mortal, y a un necio maestro durante esta que llaman eterna. -esbocé una sonrisa ante la ironía. Comenzaba mi historia entonces. Era lo justo- Al contrario que usted, señorita Isobel, yo nací en una familia de buena posición, mas nunca me sentí feliz. ¿Puede imaginar la impotencia de saber que lo tiene todo, y no poder conseguir paz con ello? Tras la muerte de mi hermana llegó la partida de mi hermano, la incomprensión de mis otros dos. -bajé la vista al visualizar las caras de los que ya no estaban- Poco después lo conocí a él. -no di nombre alguno, ni explicación alguna, pero sabía que Isobel entendía- Fue una decisión mía. Decisión de la que a veces me arrepiento. ¿Por qué lo hice? ¿Quedé seducida por sus movimientos, sus promesas? Quizá sólo tenía miedo de la Muerte.
Callé ante mi propia revelación. Después de tanto pensar, quizá únicamente fue eso; miedo.
-Él murió presa del fuego y sus necedades en el 75 y únicamente me dejó un indescifrable mensaje acerca de un piano. -me encogí de hombros. Jamás llegué a comprender a Friedrich, aunque eso no me hizo amarle menos.
-Tarea que parece hermosa, la de crear cosas bellas por fuera y fuertes por dentro. -a pesar de que mi condición me otorgaba habilidades asombrosas, yo no me consideraba fuerte. En esos confusos años de neófita todo me resultaba vertiginoso.
-Yo perdí una hermana durante mi vida mortal, y a un necio maestro durante esta que llaman eterna. -esbocé una sonrisa ante la ironía. Comenzaba mi historia entonces. Era lo justo- Al contrario que usted, señorita Isobel, yo nací en una familia de buena posición, mas nunca me sentí feliz. ¿Puede imaginar la impotencia de saber que lo tiene todo, y no poder conseguir paz con ello? Tras la muerte de mi hermana llegó la partida de mi hermano, la incomprensión de mis otros dos. -bajé la vista al visualizar las caras de los que ya no estaban- Poco después lo conocí a él. -no di nombre alguno, ni explicación alguna, pero sabía que Isobel entendía- Fue una decisión mía. Decisión de la que a veces me arrepiento. ¿Por qué lo hice? ¿Quedé seducida por sus movimientos, sus promesas? Quizá sólo tenía miedo de la Muerte.
Callé ante mi propia revelación. Después de tanto pensar, quizá únicamente fue eso; miedo.
-Él murió presa del fuego y sus necedades en el 75 y únicamente me dejó un indescifrable mensaje acerca de un piano. -me encogí de hombros. Jamás llegué a comprender a Friedrich, aunque eso no me hizo amarle menos.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Culpabilidad [Privado]
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Existía una especie de afinidad impalpable en ambas mujeres. Como si fuesen unidas por finas hebras de plata, tejidas por las manos de aquella divinidad que se encargaba de enviarles proezas tan difíciles de alcanzar. Eran presa de esos designios. Presas de esos miedos que les encarcelaban en jaulas de oro a causa de sus dones. Dádivas que habían sido conferidas en sus manos para destrucción o salvación de los pocos afortunados que se atravesaran en sus caminos. Para Isobel no significaba un lastre el relatar con lujo de detalle su historia. Como ella lo decía, no hay nada que perder ahora. Al contrario, significaba un obstáculo más depuesto que le consagraba de una fortaleza indescriptible a pesar de su frágil apariencia. Ella misma podría considerarse una obra de arte como aquellas muñecas funestas que descansaban sobre sus repisas en la mansión.
Sus orbes se clavaron fijamente en la vampiresa.
–En efecto bella Carolina–
Su diestra enguantada yacía sobre su pecho, aferrada al relicario de hueso. Nunca apartó la vista de su acompañante, al contario, parecía escudriñar los movimientos ajenos, prestó atención a la confesión espiritual que daba inicio. Como lo había deducido, el daño y la perdida también se hacían presentes en ese pintoresco cuadro. Era extraña la forma en que aquellos elementos siempre eran una constante en todas y cada una de las historias de los que se habían topado con ella en otroras épocas. Después de todo, ni el poder ni el dinero significaban una diferencia. Las tragedias rondaban las vidas de todos. Arqueó levemente la ceja cuando la palabra “hermano” apareció en el panorama. En ese momento Isobel reparó en la espantosa idea de que sucedería si en algún momento perdiera a su mellizo. Una guerra interna se desataba apretando ligeramente el objeto que pendía de su cuello.
–Has enfrentado demasiadas vicisitudes…devastadoras. Honestamente puedo decirte que eres la excepción a todos aquellos que se ocultan bajo el velo de la inmortalidad– soltó con seguridad. Isobel no dejaba de sorprenderse por aquellas coincidencias.
–Un maestro– masculló para sí misma.
Sólo en la última frase conferida existía un abismo de contraste. A diferencia de Carolina, la joven inquisidora no había tenido la oportunidad de conocer el afecto que se desborda por alguien ajeno a su único lazo consanguíneo. Quizás poco le importaba encontrarlo, con el profesado por Daniel era más que suficiente para continuar su sendero.
Tal temor del que su compañera relataba no exístia. Dicho recelo no tenía cabida en ella, pues todos los días danzaba de la mano de esta, al maniobrar con el despojo de aquellos cuerpos.
–Cuando mi hermano y yo quedamos solos, aprendimos a superar el abandono, de este modo Carolina tú has aprendido a sobrellevar la eternidad, tu y yo compartimos algo más que una imprecación sobre nosotras y aunque no lo pareciese mis debilidades pareciesen ser tus fortalezas, eres una mujer digna de admiración y respeto–
Sabía reconocer a formidables enemigos, así como a dignos aliados y ese momento se sentía extrañamente dichosa de compartir la velada con ella.
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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Re: Culpabilidad [Privado]
Negué con la cabeza cuando Isobel habló de excepción. No creía ser la excepción de nada. Cierto era que, con mi llegada a París hacía ya cinco años, había conocido a demás seres como yo; unos más salvajes, otros moderados, deseando encajar. ¿Pertenecía yo a esa segunda clase? Friedrich se burlaba de estos sentimientos. Para él, debíamos estar por encima de los mortales. No llegó a comprender nunca cuánto los necesitaba nuestra raza. Ya no únicamente por el obvio motivo de la supervivencia y alimentación; también para no perder nuestra humanidad. Nuestra alma, si es que quedaba ya algo de eso dentro de los cuerpos corrompidos de los vampiros.
No. No creía ser la excepción, la única que pensase así. No podía creerlo.
-Agradezco sus palabras, señorita Isobel. Pero no necesito de consuelo. He aprendido donde están mis límites, también mis capacidades. -hice una pausa. Posiblemente, Isobel más que nadie sabría donde donde se encontraban los primeros para un vampiro. En cuanto lo a lo segundo, no estaba pensando precisamente en los dones que proporcionaba mi condición, si no más bien en una tenue melodía- La música. -dije de pronto. Bajé la vista hacia la tumba sin nombre que ya lo tenía- La música es mi punto fuerte.
Sonreí al fin, dejando entre ver dos relucientes caninos, frágiles en apariencia mas hechos para desgarrar y matar.
-¿Y el suyo? Si me permite adivinarlo; diré que su hermano.
Aquel pensamiento me hizo pensar en los míos propios. No en Lotte ni en Franz, más bien, y de nuevo, en Hans y en Clotilde.
No. No creía ser la excepción, la única que pensase así. No podía creerlo.
-Agradezco sus palabras, señorita Isobel. Pero no necesito de consuelo. He aprendido donde están mis límites, también mis capacidades. -hice una pausa. Posiblemente, Isobel más que nadie sabría donde donde se encontraban los primeros para un vampiro. En cuanto lo a lo segundo, no estaba pensando precisamente en los dones que proporcionaba mi condición, si no más bien en una tenue melodía- La música. -dije de pronto. Bajé la vista hacia la tumba sin nombre que ya lo tenía- La música es mi punto fuerte.
Sonreí al fin, dejando entre ver dos relucientes caninos, frágiles en apariencia mas hechos para desgarrar y matar.
-¿Y el suyo? Si me permite adivinarlo; diré que su hermano.
Aquel pensamiento me hizo pensar en los míos propios. No en Lotte ni en Franz, más bien, y de nuevo, en Hans y en Clotilde.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Culpabilidad [Privado]
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Conforme la platicaba avanzaba, la inquisidora de cabellos cenizos no dejaba de admirarse ante la idiosincrasia que su oyente inmortal poseía. Se rendía ante su simple presencia y el peso que sus oraciones poseían. Y es que fluía de forma natural y al contrario de muchos otros seres que con los que había tenido la fortuna de toparse, ella parecía no renegar del don oscuro. Abrazaba esa condición para volverse una sola y de este modo, las vivencias lejos de significar una carga, le dotaban de una experiencia formidable y una capacidad de entendimiento hacia el resto de las criaturas sobrenaturales y mortales. Sin dejar de sondear cada detalle en ella, continúo en estado estático al escuchar cada confesión. Isobel era muy recelosa al momento de elegir a sus víctimas, estas debían poseer algo que adicionara un extra a esa perfección que sus obras poseían, del mismo modo había de ser con sus aliados. No se había equivocado al abrir su parte de su pasado con ella.
–En realidad no hablo de consuelo bella Carolina, creo que mis palabras están lejos de brindar algo cercano a ese concepto. Simplemente me gusta hacer uso de los adjetivos que noto en cada persona–
Sonrió al ser participe en aquella vivencia traída al presente. Era cierto. Los puntos débiles de algunos significaban las fortalezas de otros, imagino de momento como sería ver a aquella desconocida ejecutar algún instrumento ¿Significaría tanto como para ella lo era elaborar artilugios de muerte? Las notas emitidas por el arte ¿Equivaldrían al bello susurro de un grito de sus víctimas antes de morir? Recordó entonces la sensación de regocijo que le producía verles exhalar su último aliento, poco antes que sus manos hábiles iniciaran a seccionar el cadáver para reemplazar todos los fluidos por brebajes que mantuvieran en buen estado los órganos importantes. Su retorcida mente fue abrumada cuando a sus oídos llegó aquella palabra que sin duda alguna era lo que más sentido poseía en su maltrecha psiquis.
–Tan asertiva siempre– respondió en un susurro, consciente que en su respuesta confirmaba lo expuesto en la pregunta ajena –En efecto, podría decirse que él significa todo para mí, tan solo a él podría conferirle mis turbulencias y los gozos exiguos que dan sentido a mi perecedera existencia–
No existía comunión más grande que la proferida por los mellizos, incluso dentro del círculo inquisitorial se llegaba a rumorar de algo más allá. Empero, estaban completamente equivocados, nadie más podría entender el sentido que el uno brindaba al otro. Un ligero susurro del viento acarreó el aroma de un hombre mal herido en la moribunda escena. Sus pasos lentos apenas advirtieron a ambas mujeres de su presencia, en su diestra portaba un arma y a juzgar por su fachada se había enredado en algún tipo de discusión previa. Un par de blasfemias proliferadas hacia ellas y una sonrisa lacerante. La inquisidora advirtió en su aura manchada y el historial de crímenes que portaba sobre sus hombros. ¿Violador, ladrón? No había diferencia, sujetos como aquel, tan solo le recordaban a su mentor, apretó los dientes y levantándose de su lugar se colocó a lado de la inmortal para hacer uso de uno de sus dotes para alterar la realidad.
–Dominus sum rerum gestarum meaium –
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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Re: Culpabilidad [Privado]
Las palabras, el viento, el frío que yo no podía sentir, el tracaleo inusitado de fuertes botas sobre el crujir de las hojas muertas. Eso y mucho más era capaz de percibir mi oído sobrenatural en la distancia de Montmartre. Incluso el bombardeo de la sangre palpitando en las venas de un ser humano anónimo, al que todavía no había sido capaz de distinguir. Mi compañera -pues, ya en aquellos momentos me permitía llamarla así- también fue capaz de percibir esa presencia.
Delante nuestro la figura cadavérica de un medio hombre, y digo medio porque la otra mitad habría sido consumida por el alcohol, el opio o, sencillamente, la pobreza. Sin embargo, de sus facciones angulosas se podía distinguir todavía el porte de un noble. Uno de los muchos derrocados por los jacobitas, quizá, que había perdido su fortuna en la Revolución y con ella, el norte y la cordura. Me hubiese apenado la descompuesta estampa de no ser porque era capaz de escuchar cada repulsivo pensamiento que formulaba su mente, velada por la locura. Sus sucias intenciones llegaban a mis oídos, zozobrando con malicia, con la claridad con la que leo las letras escritas en un libro.
Las ideas y juicios del hombre no eran buenas, como ya se habrá podido imaginar, querido lector. Sus intenciones; tampoco. Bien había venido a toparse el miserable con dos damas que únicamente fingían que lo eran. Llegados a ese punto, me coloqué justo al lado de Isobel, quien formuló unas palabras en latín. "Yo soy el dueño de mis logros". No sabía si era alguna clase de hechizo o simples palabras de aliento para lo que estaba por llegar, pues los tejemanejes de los hechiceros siempre me habían parecido exóticos e incomprensibles. Mi duda se vio resuelta cuando todo a mi alrededor empezó a cambiar. Árboles, lápidas, hojas y ramas cimbreaban y se tambaleaban como si estuviese viéndolo todo a través de un arrugado papel.
No me amedrenté, sin embargo. Arrugué la nariz, los labios. El rostro de un marfil perfectamente cincelado quedó de pronto manchado por el descubrimiento de dos caninos más largos de lo habitual, que siempre estaban allí, disimulados por unas facciones humanas. Casi humanas.
Los músculos de mi cuello y mis brazos quedaron tensados. Crucé una mirada con Isobel, esperando comprobar qué pretendía con su extraña magia mas siempre alerta para salir a la postre del endiablado bandido.
Delante nuestro la figura cadavérica de un medio hombre, y digo medio porque la otra mitad habría sido consumida por el alcohol, el opio o, sencillamente, la pobreza. Sin embargo, de sus facciones angulosas se podía distinguir todavía el porte de un noble. Uno de los muchos derrocados por los jacobitas, quizá, que había perdido su fortuna en la Revolución y con ella, el norte y la cordura. Me hubiese apenado la descompuesta estampa de no ser porque era capaz de escuchar cada repulsivo pensamiento que formulaba su mente, velada por la locura. Sus sucias intenciones llegaban a mis oídos, zozobrando con malicia, con la claridad con la que leo las letras escritas en un libro.
Las ideas y juicios del hombre no eran buenas, como ya se habrá podido imaginar, querido lector. Sus intenciones; tampoco. Bien había venido a toparse el miserable con dos damas que únicamente fingían que lo eran. Llegados a ese punto, me coloqué justo al lado de Isobel, quien formuló unas palabras en latín. "Yo soy el dueño de mis logros". No sabía si era alguna clase de hechizo o simples palabras de aliento para lo que estaba por llegar, pues los tejemanejes de los hechiceros siempre me habían parecido exóticos e incomprensibles. Mi duda se vio resuelta cuando todo a mi alrededor empezó a cambiar. Árboles, lápidas, hojas y ramas cimbreaban y se tambaleaban como si estuviese viéndolo todo a través de un arrugado papel.
No me amedrenté, sin embargo. Arrugué la nariz, los labios. El rostro de un marfil perfectamente cincelado quedó de pronto manchado por el descubrimiento de dos caninos más largos de lo habitual, que siempre estaban allí, disimulados por unas facciones humanas. Casi humanas.
Los músculos de mi cuello y mis brazos quedaron tensados. Crucé una mirada con Isobel, esperando comprobar qué pretendía con su extraña magia mas siempre alerta para salir a la postre del endiablado bandido.
Carolina Van de Valley- Vampiro Clase Media
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Re: Culpabilidad [Privado]
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Habituada estaba a tratar con personajes como aquel desconocido que se presentaba ante ellas. La fachada mundana tan solo significaba una careta que a ojo de cualquier mortal ocultaba las sombrías y bajas intenciones. La inquisidora dio un paso al frente, pudiera ser que estuviera equivocada, pero su experiencia con todos aquellos nefastos prisioneros en las mazmorras le habían servido para identificar a un inocente de un culpable y este sin duda adquiría un lugar de prestigio en la segunda categoría. Después de haber evocado aquel hechizo, la realidad había sido ligeramente alterada, se contuvo antes de atacarle directamente, previamente a eso, había un par de cosas que debía comprobar. La mirada curiosa de su compañera inmortal se cruzó con la propia y en un susurro le pidió mantenerse alerta desde su lugar.
A ojos de aquel sujeto ambas féminas mostraban edades de 15 y 16 años, perdidas en aquel siniestro lugar. Si las suposiciones de la bruja estaban correctas, él no tardaría mucho en querer hacerles daño, en mostrar la esencia de ese monstruo que yacía en su interior. El murmullo exiguo que el viento acarreaba pareciera traer consigo los pensamientos retorcidos del hombre en cuestión. Un par de segundos más tarde, se arrojó en contra de las ilusiones creadas por Isobel. Él creía estar sobrepasándose con las jovencitas que habían cobrado forma gracias al conjuro, con desprecio y repugnancia ambas mujeres observaron por unos instantes aquel juicio insano, la forma en la cual la demencia arrastra a los mortales hacia sus fauces y como es que con la más mínima provocación dan rienda suelta a sus deseos carnales y viscerales.
La rubia sonrió con malicia dirigiendo sus orbes nuevamente hacia Carolina.
–Simplemente repugnante, mi dictamen sobre aquel sujeto no estaba lejos de lo que acaba de mostrarnos, aunque desearía haber estado equivocada–
Caminó directamente hacia él, mutando sus bellas facciones a tenues líneas que esbozaban el rostro de una parca. Un par de segundos bastaron para que el desconocido cayera en la cuenta de lo que había sucedido, fue entonces cuando sintió la desesperación y la rabia por haber sido víctima de dicho sortilegio. En un movimiento diestro, disparó inmediatamente hacia Isobel quien apenas pudo moverse para evitar el daño.
–Tu existencia por desgracia condena al resto de otros, pues no existe castigo suficiente en este plano para aberraciones como tú, esta noche alma en pena, serás enviado al purgatorio donde recibirás el juicio que mereces, por tus ofensas de palabra y obra–
Las oraciones proliferadas por la inquisidora, tan solo significaron el puente hacia su viaje sin retorno, a lado suyo percibió la presencia de la eterna quien seguramente con un movimiento certero sería la encargada de enviarle hacia ese lugar antes mencionado.
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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Re: Culpabilidad [Privado]
El retorcido cuerpo del miserable emitía indescriptibles sonidos a la par que creía lo que la hechicera hubiese querido proyectar en la mente del indeseable. Mis facciones se contrajeron en una expresión de asco y repugnancia por aquel hombre -si en tal caso este apelativo sea digno de personas como él- que, insuflado por el alcohol, la poca sesera y el conjuro de la rubia sibila, se retorcía cual asno en celo entre la mugre del cementerio parisino.
Esperé. Pues mi compañera realizaba otro acertado movimiento. No sabía muy bien qué pasaba por la mente del asaltador, truncado como estaba por la poderosa magia de la hechicera. Tampoco deseaba saberlo; estaba segura que la mujer de frío semblante habría construido para el rufián toda una parafernalia digna del mismo infierno. O eso era lo que esperaba, pues sin duda, era lo que se merecía.
Caminé al lado de la mujer. Se me antojó que las dos conformábamos la escena de la terrorífica muerte. Mi falda empujaba las hojas secas que había dejado caer el otoño francés, anunciando el sonido de un fin, acompañando con su tenebrosa sigilo las palabras sentenciosas de la hechicera.
Me incliné ante el hombre. ¿Qué se imaginaría que yo era? ¿Un demonio venido del Amenti egipcio? ¿un perro del infierno? Mis ojos tornáronse de un color escarlata, como acostumbraban cuando percibían amenaza, o placer, o alimento. Rodeé con mi gélida mano el cuello del hombre y pude sentir -y hasta escuchar con toda claridad- el timbre de la sangre recorriendo sus venas a velocidad de vértigo, haciendo su corazón casi estallar. Al tocarlo me vi a mi misma a través de sus ojos. El hombre estaba a punto de vomitar.
Dudé un momento que duró poco y nada. Si Friedrich hubiese vivido lo suficiente como para poder verme en esa situación ahora mismo, se sentiría totalmente defraudado al adivinar lo que estaba a punto de hacer. Le dediqué una mirada a mi compañera, que yo sabía perfectamente que no comprendería hasta después:
-Cada vez que andes, estaremos allí. Cada vez que respires, estaremos allí. Cada vez que pienses, estaremos allí. Cada vez que robes, violes, maltrates o asesines, estaremos allí. Detrás, siempre detrás. -arrugué los labios para que viera los dos colmillos. Me acerqué lentamente a su cuello, para susurrarle al oído- Recuerda; uno despista a la muerte una única vez.
Solté el agarre de mi mano en el cuello del hombre, y este, entendiendo lo que quería decir, se incorporó a trompicones del suelo y corrió todo lo que sus cortas y rechonchas piernas le permitían.
Lo observé partir mientras sentía la mirada de la hechicera en mi nuca.
-Siento no haber podido terminar lo que esperabas de mi. -el vaho salió de mis labios. Un halo de viento movió la capucha bajada de mi capa- No podía hacerlo. No está en mi naturaleza someter justicia por mi cuenta. -me giré hacia ella, esperando descifrar su rostro- Supongo que le parecerá contraproducente; que un ser destinado a no tener alma, luche por preservarla.
¿Cuánto de Carolina hubiese quedado de haber arrebatado la vida indiscriminadamente a ese mortal? Podía escuchar las carcajadas amargas de mi creador desde lo alto de algún panteón, pero eran cada vez más lejanas.
Esperé. Pues mi compañera realizaba otro acertado movimiento. No sabía muy bien qué pasaba por la mente del asaltador, truncado como estaba por la poderosa magia de la hechicera. Tampoco deseaba saberlo; estaba segura que la mujer de frío semblante habría construido para el rufián toda una parafernalia digna del mismo infierno. O eso era lo que esperaba, pues sin duda, era lo que se merecía.
Caminé al lado de la mujer. Se me antojó que las dos conformábamos la escena de la terrorífica muerte. Mi falda empujaba las hojas secas que había dejado caer el otoño francés, anunciando el sonido de un fin, acompañando con su tenebrosa sigilo las palabras sentenciosas de la hechicera.
Me incliné ante el hombre. ¿Qué se imaginaría que yo era? ¿Un demonio venido del Amenti egipcio? ¿un perro del infierno? Mis ojos tornáronse de un color escarlata, como acostumbraban cuando percibían amenaza, o placer, o alimento. Rodeé con mi gélida mano el cuello del hombre y pude sentir -y hasta escuchar con toda claridad- el timbre de la sangre recorriendo sus venas a velocidad de vértigo, haciendo su corazón casi estallar. Al tocarlo me vi a mi misma a través de sus ojos. El hombre estaba a punto de vomitar.
Dudé un momento que duró poco y nada. Si Friedrich hubiese vivido lo suficiente como para poder verme en esa situación ahora mismo, se sentiría totalmente defraudado al adivinar lo que estaba a punto de hacer. Le dediqué una mirada a mi compañera, que yo sabía perfectamente que no comprendería hasta después:
-Cada vez que andes, estaremos allí. Cada vez que respires, estaremos allí. Cada vez que pienses, estaremos allí. Cada vez que robes, violes, maltrates o asesines, estaremos allí. Detrás, siempre detrás. -arrugué los labios para que viera los dos colmillos. Me acerqué lentamente a su cuello, para susurrarle al oído- Recuerda; uno despista a la muerte una única vez.
Solté el agarre de mi mano en el cuello del hombre, y este, entendiendo lo que quería decir, se incorporó a trompicones del suelo y corrió todo lo que sus cortas y rechonchas piernas le permitían.
Lo observé partir mientras sentía la mirada de la hechicera en mi nuca.
-Siento no haber podido terminar lo que esperabas de mi. -el vaho salió de mis labios. Un halo de viento movió la capucha bajada de mi capa- No podía hacerlo. No está en mi naturaleza someter justicia por mi cuenta. -me giré hacia ella, esperando descifrar su rostro- Supongo que le parecerá contraproducente; que un ser destinado a no tener alma, luche por preservarla.
¿Cuánto de Carolina hubiese quedado de haber arrebatado la vida indiscriminadamente a ese mortal? Podía escuchar las carcajadas amargas de mi creador desde lo alto de algún panteón, pero eran cada vez más lejanas.
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Re: Culpabilidad [Privado]
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Miró curiosa la forma en la cual aquella mujer se había aproximado hacia el desconocido. Admiraba fervientemente la rigurosidad de su método y de la forma en que sutilmente hacía uso de sus habilidades para demostrar su superioridad. Sonrió con malicia, no necesitaba de sus artes para intuir que Carolina no terminaría con la vida del rufián, se encontraba frente a un sobrenatural con auto control excelso sobre su sed por el elixir carmesí. En su lugar, Isobel no hubiera dudado en hincarle los colmillos y verle desangrar por mero regocijo. No obstante respetó ese detalle indulgente aunque no lo mereciese. En su corta experiencia adquirida dentro de la sacra organización no había aprendido tanto como lo hacía en ese momento. La luna escasamente mostraba su rostro argento aunque ese detalle resultaba una mera nimiedad a lado de su acompañante.
Cada frase hilvanada en los labios gélidos de la milenaria resultaba una verdad innegable, un peso más sobre la conciencia lúgubre del hombre, si él no iba a morir esa noche, el recuerdo bastaría por ahora para condenarle por el resto de sus días. Carolina escupía ese veneno guardado en su corazón. Isobel sabía de esa sensación y aunque ambas lo demostraban de formas distintas, en cierto modo el lazo de lo sobrenatural era más que suficiente para que depositara su confianza en su nueva confidente. El hombre atemorizado apenas pudo escapar entre las ramas que limitaban las orillas de Montmartre perdiéndose en cuestión de segundos a la vista de ambas féminas. Le miró nuevamente a y negó con la cabeza ante su retórica con una ligera mueca adherida a sus labios.
–De ninguna manera bella Carolina, yo no pude haber mostrado esa misericordia y aunque no lo creas, ha sido suficiente para condenar a alguien de su estirpe. Ese acto que acabo de presenciar es la esencia pura de cómo acabar lentamente con su alma, mientras tenga la oportunidad de seguir respirando, una ponzoña lenta pero inmune–
Sonrió.
–No faltará quien se encargue de finiquitar dicha empresa, descuida–
Carolina decía la verdad. Ciertamente había una mentís en sus actos, pero incluso encerrada en las paredes de la mansión, la joven Ness en más de una ocasión se había sentido aturdida por esa duda, servía a un ser misericordioso y omnipotente pero con reglas mundanas que saciaban los egos y los bolsillos de asesinos, violadores y demás escoria disfrazada con piel de oveja.
–La contradicción siempre está presente, de una y mil formas, pero la vida es demasiado corta para reparar en esos detalles ¿No lo crees? – Posó sus orbes en lo alto de la bóveda, que aunque presentaba tonalidades grisáceas no dejaba de ser un espectáculo hermoso. A lo lejos el sonido de un carromato discernió en aquella simbiosis.
–Ha sido un placer charlar contigo, no me despido, pues sé que nos volveremos a encontrar muy pronto, hasta pronto Carolina–
Susurró mientras acomodaba su velo en el rostro nuevamente y desvanecía su figura en la lobreguez.
Shoshanna Lindner- Prostituta Clase Baja
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