AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lo que nadie ve [privado]
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Lo que nadie ve [privado]
Escocia. Demasiado tiempo se había quedado fuera de las islas inglesas y ya se comportaba como un simple turista que no reconocía el tiempo de la zona norte. La lluvia caía pesadamente sobre los tejados del grandioso palacio de Dianceht. Una obra de robusta piedra oscura, típica de las tierras altas escocesas que tanto se afanan por demostrar una fuerza y superioridad que jamás han tenido contra los ingleses. Incluso después de que Jacobo V de Escocia se convirtiese en rey de Inglaterra aquello había cambiado, pues el país norteño podía seguir considerándose como un lugar aislado, desprovisto de todas las gracias que por lo general la comunicación con Europa otorgaba. Aunque claro, teniendo a Inglaterra de vecino ya podían contar con que era imposible que saliesen de aquella situación. ¿Por qué demonios se ponía a pensar en política ahora? Era aquel maldito tiempo, detestaba tener que trabajar con aquella lluvia constante y pesada cuando estaba anocheciendo. Cierto, aquel clima camuflaba cualquier ruido que alguien como Gerarld pudiese hacer para colarse en la gran fortaleza, pero del mismo modo dificultaba su movimiento dentro de lo que sería aquella fortaleza. Un simple disparo de ballesta le había permitido enlazar los altos bosques que rodeaban el recinto amurallado y poder llegar al interior de los jardines, para poco después deslizarse en la noche, silenciosamente, hasta llegar a la pared oriental del edificio principal. De momento todo iba viento en popa, y no tenía intención de cometer ningún error. Gerarld nunca los cometía cuando trabajaba, y aquella noche era de una importancia lo bastante grande como para tener aún más en cuenta que los errores se pagan con la vida. Los errores son para los asesinos, no para los ejecutores. Trepo por las resbaladizas piedras que conformaban el edificio, sorteando siempre la mirada de los guardias que hacían sus patrullas nocturnas por la zona. Aquellos hombres estaban tan envarados que parecía que el mismo Vlad el Empalador se hubiese hecho cargo de ellos, pero eso sí, eran incapaces de darse cuenta de que alguien estaba entrando en sus propias narices. Como de costumbre, aquellos hombres solo pensaban en hacer su ronda y ganarse su sueldo, independientemente de que su patrón muriese por su incompetencia.
Los motivos que le habían llevado a Escocia eran de suma importancia, pues conocía perfectamente a quien vivía en aquella “modesta” residencia. Aunque, quizás, esa no sea la expresión correcta, se podría decir que sabía todo lo que el dinero podía comprar de aquella persona. Desde que había oído su nombre Gerarld la había anotado en su guía de referencia como un posible muriente. Ahí era donde estaba el quit de la cuestión, que todavía no estaba seguro de si debía aceptarla como muriente o solo como una amenaza en potencia. La ignorancia sobre los resultados era algo que le frustraba y le excitaba a la vez, pues no todos los días tenía la oportunidad de probar sus habilidades con alguien de esa clase. Una sonrisa ladina se reflejó bajo la capucha oscura que cubría su cara en gran medida. Que divertido podía resultar todo esa noche. Su ascenso por la pared fue algo lento pero seguro, lo que menos le convenía era resbalarse de la piedra húmeda. Cuando por fin logro alcanzar el balcón del tercer piso, desde donde podía acceder desde una de las habitaciones para invitados; o por lo menos eso parecía desde la distancia. Gerarld se había pasado los últimos tres días estudiando la fortaleza: quien entraba, quien salía y donde se alojaban. Entrar a ciegas no solo habría sido un suicidio, sino además un acto de lo mas chapucero. Por eso sabía que aquella ventana daba a una habitación secundaria, cerca del pasillo de las escaleras que llevaba a la cuarta planta, donde estaba el dormitorio y la sala principal. Se acercó a las puertas del balcón, ya sacando las ganzúas de una de las bolsas laterales de su traje de ejecución. Fue a meter las ganzúas por la hendidura de la puerta cuando esta se abrió hacia adentro como por ensalmo. Gerarld enarco una ceja al ver semejante descuido y luego, simplemente, sonrió. – Empieza a gustarme este país. – Dijo para sí mismo antes de entrar sigilosamente al interior. Una vez dentro, dejo que sus ojos se adaptasen poco a poco a la escasa luz del edificio, justo a tiempo para quitarse las botas. Detestaba hacer aquello, pero no pensaba ir dejando chorretes de agua por todos lados. Para eso ya podía corear a voz en grito que estaba en la casa.
Tardo como diez minutos en asegurarse de que no goteaba y encaminarse escaleras arriba, donde localizo rápidamente el dormitorio principal. Aquel lugar estaba decorado como un lujoso castillo más que como una fortaleza militar, pero tampoco podía culpar al inquilino actual por tomar esa medida. Cualquier noble quería que le tomasen en serio y, para ello, trataba de dejar la mejor imagen posible ante el resto del mundo. La habitación estaba compuesta por un vestidor, un baño propio y un inmenso dormitorio con cama de dosel. Con suma tranquilidad, Gerarld camino hasta los pies de la cama y dejo con mucho cuidado la pequeña caja que llevaba en la bolsa de la espalda, junto con aquella nota que con tanto esmero había escrito. Oooh, la precisión de los detalles, que hermosura. Cuando todo estuvo colocado se volvió hacia el vestidor, al menos el tiempo suficiente para escoger una prenda, un delicado y fino camisón de seda con un claro olor a perfume. Serviría. Gerarld se ató la prenda al cuello como si fuese una bufanda improvisada y volvió hacia la sala de estar, lugar por el que se debía pasar si se pretendía acceder al dormitorio. Una vez allí, estudio con detalle el escenario. Solo había una puerta de entrada, con dos ventanas en los laterales. El cazador abrió ambas, no quería que su olor le delatase, y aunque había escogido aquella prenda para camuflar su propio aroma, al menos quería asegurarse de que el muriente tuviese el viento en contra. Dejo una silla apartada al otro lado de la puerta del dormitorio, se sirvió una copa, y espero. La parte más complicada del trabajo siempre era encontrar el momento oportuno, puede que este fuese el suyo.
Espero durante media hora, una hora, una hora y media… En todo momento permaneció en su lugar, hasta que las pisadas resonaron por la escalera. Se acercaba el momento. La emoción empezaba a sentirse, la adrenalina le corrió por todo el cuerpo hasta la punta de los dedos de los pies. A pesar de eso, su pulso permaneció firme. Y las puertas se abrieron. La persona que estaba esperando entro con tranquilidad, atravesando su sala de estar con la tranquilidad de quien entra en su casa. – Buenas noches, Duquesa Dianceht. – Aquel tono de voz seguía siendo frio, con una voz ronca y poderosa. – Debo decir que dejar esperando a los huéspedes es un evidente signo de mala educación. – Dijo mientras levantaba uno de sus revólveres Colt de uno de los brazos de la silla y lo amartillaba, apuntandola. – ¿Puedo persuadiros para que no os vayáis a dormir tan pronto?
Los motivos que le habían llevado a Escocia eran de suma importancia, pues conocía perfectamente a quien vivía en aquella “modesta” residencia. Aunque, quizás, esa no sea la expresión correcta, se podría decir que sabía todo lo que el dinero podía comprar de aquella persona. Desde que había oído su nombre Gerarld la había anotado en su guía de referencia como un posible muriente. Ahí era donde estaba el quit de la cuestión, que todavía no estaba seguro de si debía aceptarla como muriente o solo como una amenaza en potencia. La ignorancia sobre los resultados era algo que le frustraba y le excitaba a la vez, pues no todos los días tenía la oportunidad de probar sus habilidades con alguien de esa clase. Una sonrisa ladina se reflejó bajo la capucha oscura que cubría su cara en gran medida. Que divertido podía resultar todo esa noche. Su ascenso por la pared fue algo lento pero seguro, lo que menos le convenía era resbalarse de la piedra húmeda. Cuando por fin logro alcanzar el balcón del tercer piso, desde donde podía acceder desde una de las habitaciones para invitados; o por lo menos eso parecía desde la distancia. Gerarld se había pasado los últimos tres días estudiando la fortaleza: quien entraba, quien salía y donde se alojaban. Entrar a ciegas no solo habría sido un suicidio, sino además un acto de lo mas chapucero. Por eso sabía que aquella ventana daba a una habitación secundaria, cerca del pasillo de las escaleras que llevaba a la cuarta planta, donde estaba el dormitorio y la sala principal. Se acercó a las puertas del balcón, ya sacando las ganzúas de una de las bolsas laterales de su traje de ejecución. Fue a meter las ganzúas por la hendidura de la puerta cuando esta se abrió hacia adentro como por ensalmo. Gerarld enarco una ceja al ver semejante descuido y luego, simplemente, sonrió. – Empieza a gustarme este país. – Dijo para sí mismo antes de entrar sigilosamente al interior. Una vez dentro, dejo que sus ojos se adaptasen poco a poco a la escasa luz del edificio, justo a tiempo para quitarse las botas. Detestaba hacer aquello, pero no pensaba ir dejando chorretes de agua por todos lados. Para eso ya podía corear a voz en grito que estaba en la casa.
Tardo como diez minutos en asegurarse de que no goteaba y encaminarse escaleras arriba, donde localizo rápidamente el dormitorio principal. Aquel lugar estaba decorado como un lujoso castillo más que como una fortaleza militar, pero tampoco podía culpar al inquilino actual por tomar esa medida. Cualquier noble quería que le tomasen en serio y, para ello, trataba de dejar la mejor imagen posible ante el resto del mundo. La habitación estaba compuesta por un vestidor, un baño propio y un inmenso dormitorio con cama de dosel. Con suma tranquilidad, Gerarld camino hasta los pies de la cama y dejo con mucho cuidado la pequeña caja que llevaba en la bolsa de la espalda, junto con aquella nota que con tanto esmero había escrito. Oooh, la precisión de los detalles, que hermosura. Cuando todo estuvo colocado se volvió hacia el vestidor, al menos el tiempo suficiente para escoger una prenda, un delicado y fino camisón de seda con un claro olor a perfume. Serviría. Gerarld se ató la prenda al cuello como si fuese una bufanda improvisada y volvió hacia la sala de estar, lugar por el que se debía pasar si se pretendía acceder al dormitorio. Una vez allí, estudio con detalle el escenario. Solo había una puerta de entrada, con dos ventanas en los laterales. El cazador abrió ambas, no quería que su olor le delatase, y aunque había escogido aquella prenda para camuflar su propio aroma, al menos quería asegurarse de que el muriente tuviese el viento en contra. Dejo una silla apartada al otro lado de la puerta del dormitorio, se sirvió una copa, y espero. La parte más complicada del trabajo siempre era encontrar el momento oportuno, puede que este fuese el suyo.
Espero durante media hora, una hora, una hora y media… En todo momento permaneció en su lugar, hasta que las pisadas resonaron por la escalera. Se acercaba el momento. La emoción empezaba a sentirse, la adrenalina le corrió por todo el cuerpo hasta la punta de los dedos de los pies. A pesar de eso, su pulso permaneció firme. Y las puertas se abrieron. La persona que estaba esperando entro con tranquilidad, atravesando su sala de estar con la tranquilidad de quien entra en su casa. – Buenas noches, Duquesa Dianceht. – Aquel tono de voz seguía siendo frio, con una voz ronca y poderosa. – Debo decir que dejar esperando a los huéspedes es un evidente signo de mala educación. – Dijo mientras levantaba uno de sus revólveres Colt de uno de los brazos de la silla y lo amartillaba, apuntandola. – ¿Puedo persuadiros para que no os vayáis a dormir tan pronto?
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 19/01/2015
Edad : 82
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Re: Lo que nadie ve [privado]
Lloviznaba. Desde la llegada de los duques el cielo se encontraba encapotado de nubes. La estación de las lluvias era larga y en el norte, al lado de las montañas las precipitaciones eran mayores, mucho mayores, tanto que incluso cuando no estaba lloviendo, estaba a punto de llover o simplemente ya había llovido minutos atrás. Y así por meses hasta que se disolviera la humedad de sus parajes y el cielo se despojara de su anubarrado paisaje. A muchos de los sirvientes aquel tiempo lo aborrecían, otros ya acostumbrados se permitían mojarse al hacer sus recados o sus quehaceres diarios, volviendo luego al castillo a secarse. Y mientras la vida cuotidiana en el castillo tomaba su ritmo normal de entradas y salidas y los guardias se apostaban en las entradas, la duquesa desde la ventana de su alcoba disfrutaba del paisaje de su Escocia natal antes de bajar a desayunar y supervisar que todo estuviese en orden, mientras su esposo desde la torre más alta permanecía durmiente hasta las oscuras horas de la tarde. Ciertamente, el día a día había vuelto de nuevo al castillo y a la vida tranquila y apacible de Danna. Ella se encargaba de los negocios familiares, se reunía con aquellos bajo sus órdenes cuando Adrik no podía hacerlo y compartía algunos días mesa con conocidos o familiares que anhelaban tener noticias de su hijo, la próxima generación de los Dianceht. Sin embargo el pequeño debía de encontrarse muy tranquilo en su vientre y muy bien protegido, que no daba señales de querer salir y conocer a sus padres, puesto que hasta los médicos no preveían el parto de la duquesa hasta unas semanas más tarde. La duquesa se encontraba tranquila y aprovechando cada momento para acariciarse el vientre y conocer el estado de su pequeño, se pasaba las tardes descansando. Ahora en qué se encontraba a muy poco de llevar a buen término su embarazo no deseaba preocupar a nadie, aún menos al protector de su esposo al que le prometió que en las tardes descansaría del ajetreo del castillo ya fuera durmiendo o leyendo un libro en lo que esperaba su regreso y su primer beso del día. Aquel beso que anhelaba desde que despertaba y no lo encontraba a su lado.
Tras el viaje a París semanas atrás, y el miedo atroz por la vida de su esposo al pensar que podría haber sido atrapado por la inquisición o algo peor, la vida ciertamente no le podía resultar más feliz a la licantropa. Lo tenía todo y todos estaban bien. Las noches se hacían cortas para amar a su esposo y los días se hacían eternos cuando de verlo se trataba. No obstante su hijo neonato siempre encontraba como resultar ser una distracción para los pensamientos de su madre, a quien ella amaba con aquel amor profundo e inamovible de una madre a su retoño. Pero no era hasta que la presencia y el abrazo frio de Adrik los rodeaba a ambos que el niño incluía sus pataditas y movimientos en la ecuación, respondiendo a cada palabra de su padre como si de verdad pudiese entenderle, haciéndole notar que reconocía su voz y su tacto, tan bien como la de su madre. Aquellas noches la duquesa no podía dejar de proclamar su dicha a los cuatro vientos de Escocia y sus sonrisas en presencia del duque eran continuas, haciéndose notar por todos el gran amor que le profesaba y lo importante que era él para ella, lo completa que se sentía a su lado. La servidumbre poco tardó en querer y respetar a Adrik y los más cercanos a Danna lo respetaron mucho más tras ver como la cuidaba y adoraba. Los duques se amaban y se hacía notar, ya que las noches efímeras en que el duque desaparecía por uno de sus contratos fuera de Escocia la duquesa perdía parte de su luz, quedándose alicaída como aquella mañana en que por la noche anterior él debió partir prometiéndole que en cuatro noches volvería a su lado.
Habían pasado dos noches desde su partida y desde entonces la duquesa se sintió vigilada. En un primer momento pensó en los guardias que su esposo había contratado en otras ocasiones para mantenerla a salvo, sin embargo aquel no era el caso. Ella se había asegurado de que aquellos guardias no volvieran a rondar en las inmediaciones del castillo, ya que en su estado actual lo que requería era tranquilidad y no el agobia al que la sometían. Por eso aquella tarde se sentía intranquila. No conseguía fijar su atención en la lectura. Cerró el libro y levantándose se asomó a una de las ventanas. Las gotas de agua golpeaban el cristal creando una música cadenciosa y melódica. La duquesa sonrío y observando con recelo el exterior se aseguró que todo estuviese en su sitio. Vio los guardias apostando su entrada protegiéndose de la lluvia, y algún que otro guardia que se aventuraba hacia los patios asegurándose que todo estuviera bien. Y en efecto parecía todo ir con normalidad. Así y todo, la sensación de alarma no se alejaba de su cabeza por lo que mandó a cerrar prontamente las puertas del castillo y por primera vez maldijo su decisión de no dejar que su esposo apostara su vigilancia personal para salvaguardarla. En aquellos momentos en que el embarazo hacia mella en ella, sus instintos estaban casi extintos siendo así más vulnerable de lo normal. Y sin olfato, poco podía hacer para reconocer los olores y descubrir aquello que la rondaba precisamente cuando no contaba con la presencia de su esposo.
Llevándose los dedos a la sien, aquella tarde se recostó temprano en una de las habitaciones para invitados y durmiendo un par de horas no fue hasta entrada la noche que despertó súbitamente, intranquila de nuevo. Su loba, su bestia sentía algún peligro, pero incapaz de centrarse solo podía dar la señal de alarma. En otras circunstancias Danna habría hecho caso al aviso de su loba, sin embargo, su cuerpo le reclamó alimento para el pequeño que crecía en su vientre y con la necesidad de comer se obligó a bajar a las cocinas y comer hasta saciar la necesidad de alimento para ambos. Tras comer, se limpió con la servilleta y volvió a encaminarse hacia la habitación que antes había ocupado, deteniéndose un instante en el rellano del piso. Debía de descansar y dormir, no obstante también deseaba leer un rato ante de acostarse de nuevo. Normalmente en ausencia de Adrik odiaba dormir en su alcoba al no encontrarle con ella, sin embargo justo era la habitación más cálida y en su salón privado se había dejado aquella mañana el libro que por quinta vez releía de nuevo. Con el camisón de invierno y una fina bata de seda cubriendo sus hombros finalmente se decidió por subir las escaleras al piso superior y se dirigió hacia el salón con paso tranquilo. Abrió las puertas suavemente y entró sin reparar en la compañía desconocida hasta que siendo demasiado tarde su instinto le gritó huir al tiempo que aquella voz ronca y fría se colaba en su interior. Sus ojos esmeralda fueron a los ajenos y al acto sintió el peligro traspasar su piel. Se encontraba ante alguien peligroso y hasta su pequeño hijo aún inconsciente del exterior permaneció inquieto en la protección de su vientre.
—Y yo debo recordaros que es de mala educación entrar como un vil ladrón en casas ajenas, como así mismo también lo es el que apuntéis con un arma a una mujer encinta. —Le contestó revistiendo su cautela en un tono casual, como si aquella visita inesperada fuera de lo más normal. No debía de dar señales de debilidad o de miedo, ante todo le habían enseñado a ser una duquesa antes que una bestia y como tal debía actuar. Su mano inconscientemente la posó de forma protectora en su vientre y respiró profundamente en un intento de tranquilizar a la criatura que se removía en su interior. Su hijo parecía entender el peligro mucho antes que ella. —Os agradecería que bajarais el arma o apuntarais un poco más arriba. A ninguna madre le gusta que amenacen a su hijo y no hace falta persuadirme de esta vil forma, para lograr vuestros propósitos. Tenéis toda mi atención y mi curiosidad plena señor… así que decidme por favor, quien sois y que os ha llevado a entrar furtivamente en mi hogar.
Tras el viaje a París semanas atrás, y el miedo atroz por la vida de su esposo al pensar que podría haber sido atrapado por la inquisición o algo peor, la vida ciertamente no le podía resultar más feliz a la licantropa. Lo tenía todo y todos estaban bien. Las noches se hacían cortas para amar a su esposo y los días se hacían eternos cuando de verlo se trataba. No obstante su hijo neonato siempre encontraba como resultar ser una distracción para los pensamientos de su madre, a quien ella amaba con aquel amor profundo e inamovible de una madre a su retoño. Pero no era hasta que la presencia y el abrazo frio de Adrik los rodeaba a ambos que el niño incluía sus pataditas y movimientos en la ecuación, respondiendo a cada palabra de su padre como si de verdad pudiese entenderle, haciéndole notar que reconocía su voz y su tacto, tan bien como la de su madre. Aquellas noches la duquesa no podía dejar de proclamar su dicha a los cuatro vientos de Escocia y sus sonrisas en presencia del duque eran continuas, haciéndose notar por todos el gran amor que le profesaba y lo importante que era él para ella, lo completa que se sentía a su lado. La servidumbre poco tardó en querer y respetar a Adrik y los más cercanos a Danna lo respetaron mucho más tras ver como la cuidaba y adoraba. Los duques se amaban y se hacía notar, ya que las noches efímeras en que el duque desaparecía por uno de sus contratos fuera de Escocia la duquesa perdía parte de su luz, quedándose alicaída como aquella mañana en que por la noche anterior él debió partir prometiéndole que en cuatro noches volvería a su lado.
Habían pasado dos noches desde su partida y desde entonces la duquesa se sintió vigilada. En un primer momento pensó en los guardias que su esposo había contratado en otras ocasiones para mantenerla a salvo, sin embargo aquel no era el caso. Ella se había asegurado de que aquellos guardias no volvieran a rondar en las inmediaciones del castillo, ya que en su estado actual lo que requería era tranquilidad y no el agobia al que la sometían. Por eso aquella tarde se sentía intranquila. No conseguía fijar su atención en la lectura. Cerró el libro y levantándose se asomó a una de las ventanas. Las gotas de agua golpeaban el cristal creando una música cadenciosa y melódica. La duquesa sonrío y observando con recelo el exterior se aseguró que todo estuviese en su sitio. Vio los guardias apostando su entrada protegiéndose de la lluvia, y algún que otro guardia que se aventuraba hacia los patios asegurándose que todo estuviera bien. Y en efecto parecía todo ir con normalidad. Así y todo, la sensación de alarma no se alejaba de su cabeza por lo que mandó a cerrar prontamente las puertas del castillo y por primera vez maldijo su decisión de no dejar que su esposo apostara su vigilancia personal para salvaguardarla. En aquellos momentos en que el embarazo hacia mella en ella, sus instintos estaban casi extintos siendo así más vulnerable de lo normal. Y sin olfato, poco podía hacer para reconocer los olores y descubrir aquello que la rondaba precisamente cuando no contaba con la presencia de su esposo.
Llevándose los dedos a la sien, aquella tarde se recostó temprano en una de las habitaciones para invitados y durmiendo un par de horas no fue hasta entrada la noche que despertó súbitamente, intranquila de nuevo. Su loba, su bestia sentía algún peligro, pero incapaz de centrarse solo podía dar la señal de alarma. En otras circunstancias Danna habría hecho caso al aviso de su loba, sin embargo, su cuerpo le reclamó alimento para el pequeño que crecía en su vientre y con la necesidad de comer se obligó a bajar a las cocinas y comer hasta saciar la necesidad de alimento para ambos. Tras comer, se limpió con la servilleta y volvió a encaminarse hacia la habitación que antes había ocupado, deteniéndose un instante en el rellano del piso. Debía de descansar y dormir, no obstante también deseaba leer un rato ante de acostarse de nuevo. Normalmente en ausencia de Adrik odiaba dormir en su alcoba al no encontrarle con ella, sin embargo justo era la habitación más cálida y en su salón privado se había dejado aquella mañana el libro que por quinta vez releía de nuevo. Con el camisón de invierno y una fina bata de seda cubriendo sus hombros finalmente se decidió por subir las escaleras al piso superior y se dirigió hacia el salón con paso tranquilo. Abrió las puertas suavemente y entró sin reparar en la compañía desconocida hasta que siendo demasiado tarde su instinto le gritó huir al tiempo que aquella voz ronca y fría se colaba en su interior. Sus ojos esmeralda fueron a los ajenos y al acto sintió el peligro traspasar su piel. Se encontraba ante alguien peligroso y hasta su pequeño hijo aún inconsciente del exterior permaneció inquieto en la protección de su vientre.
—Y yo debo recordaros que es de mala educación entrar como un vil ladrón en casas ajenas, como así mismo también lo es el que apuntéis con un arma a una mujer encinta. —Le contestó revistiendo su cautela en un tono casual, como si aquella visita inesperada fuera de lo más normal. No debía de dar señales de debilidad o de miedo, ante todo le habían enseñado a ser una duquesa antes que una bestia y como tal debía actuar. Su mano inconscientemente la posó de forma protectora en su vientre y respiró profundamente en un intento de tranquilizar a la criatura que se removía en su interior. Su hijo parecía entender el peligro mucho antes que ella. —Os agradecería que bajarais el arma o apuntarais un poco más arriba. A ninguna madre le gusta que amenacen a su hijo y no hace falta persuadirme de esta vil forma, para lograr vuestros propósitos. Tenéis toda mi atención y mi curiosidad plena señor… así que decidme por favor, quien sois y que os ha llevado a entrar furtivamente en mi hogar.
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 592
Fecha de inscripción : 27/05/2013
Edad : 32
Re: Lo que nadie ve [privado]
La muerte tenía algo curioso. Siempre los humanos se pasaban la vida pensando que cuando les llegase la muerte sería algo especial, algo que tuviese un sentido más profundo que las muertes de los demás humanos. Todas ellas eran iguales. Morir nunca resultaba heroico ni valiente ni humano, todo lo contrario. Desde que el mundo es mondo todos los seres vivos han tenido un denominador común, y es que cuando las cosas se complican y la presión se cierne sobre ellos, todos se centran en una sola cosa: sobrevivir. Teniendo en cuenta eso, ¿de verdad podemos esperar que haya algún tipo de decencia en la muerte? Esta siempre es horrenda y dolorosa para enseñarnos que solo somos carne y huesos. No somos más divinos que los animales que montábamos en la edad media. Aun así, Gerarld sí que tenía clara una cosa, y es que cada persona tenía una expresión diferente al morir. No todos actuaban con un miedo irracional que se manifestaba en su cara como los cadáveres que ya eran. Algunos, por el contrario, se mantenían en una paz silenciosa, otros preferían dejarse llevar por el estupor y la sorpresa, como si morir fuese algo que no estaba previsto en sus planes de futuro. Contemplar esos mínimos matices se había convertido en una costumbre a lo largo de los años, como una pregunta que se repetía una y otra vez en su cabeza: ¿qué veré en sus ojos? Puede que fuese una idea que la gente interpretase como placer al matar; a veces hasta su propio maestro así lo pensaba. No obstante, los deseos del cazador no eran tan provincianos. La muerte en sí mismo no es algo que se disfrutaba, sino la ejecución. Tomar consciencia de la vida del muriente y ser consciente de que había una única manera de matarle sin ser visto, sin testigos ni repercusiones. Perfección. Un simple instante en que el muriente pasaba de confiar en su propia existencia a llegar a la conclusión de que no vería un nuevo día. Ese preciso momento, era lo que movía su trabajo, lo que movía su estudio… y lo que había desembocado en más de un dolor personal.
Por un momento se planteó apretar aquel gatillo que apuntaba a la duquesa, solo por sentir la fatal perfección de la perdida de la vida. Por desgracia, aquella barriga típica del final del embarazo era algo que no estaba en sus planes. Había observado a Danna Diannceht el tiempo suficiente como para saber que la duquesa tenía a un vástago en sus tripas. Quizás incluso fuese esa la razón de que tanta gente la quisiese muerta, pero lo curioso es que la mirada de aquella mujer no era de asombro, sino de puro miedo. De haber sido un miedo irracional ante Gerarld lo habría descartado como algo normal, pero verlo de cerca demostraba que no era el caso. La observo con detenimiento, como colocaba las manos en afán protector ante el hinchado vientre. El amor materno era algo que al cazador se le escapaba al entendimiento, pues Irina fue lo más parecido a una madre que tuvo y jamás fue cariñosa ni protectora. A pesar de ello, casi hasta le habría dado pena tener que matarla. Solo casi. - ¿Vil ladrón? – Dijo riendo por lo bajo. Como si un ladrón cualquiera pudiese hacer lo que él hacía. Como antiguo ladrón, sabía bien que eso era imposible. – Mi querida duquesa… - Dijo de nuevo con cierto tono a medias entre divertido y ofendido falsamente. – Si os quisiese ver muerta, ya lo estaríais. Podría haberos disparado una bala de plata esta mañana cuando salíais a dar uno de esos paseos matutinos por los jardines y habría desaparecido antes de que vuestro cadáver tocase el suelo. – Y era cierto, pero sobre todo había dicho aquella frase para darle a entender que sabía quién era y lo que era. Razón de más para que entendiese que la bala que estaba a punto de salir del cañón de su arma en ese momento era de plata lo bastante pura como para matarla en el acto. – Y sin embargo, aquí estoy… charlando. – Acaricio sutilmente la prenda que llevaba al cuello y que pertenecía a la mujer. Su perfume era delicioso. Lástima que las mujeres embarazadas no fuesen uno de sus fetiches. – Por lo tanto, bajar el arma delante de una licántropo que podría intentar matarme en cualquier momento sería muy contraproducente.
Pero bueno, ¿ya íbamos al grano? No había preliminares ni presión, ni negociación. El mundo se estaba volviendo muy aburrido últimamente. En lugar de responder directamente a sus peticiones, Gerarl se limitó a señalarle un sillón y dejar que tomase asiento, cuanto más limitase sus movimientos mejor sería para todos y la conversación podría ser mucho más agradable. Una vez que estuvieron acomodados, planteo la situación de una manera mucho más propia, en lugar de dedicarse a responder a las peticiones de un posible muriente. – Tenéis muchos enemigos, duquesa. O por lo menos los bastantes como para pagar mis cuotas, lo cual ya es decir bastante. ¿Por qué creéis que no os he matado? Justo después de ver como os arrancaba a ese niño de vuestras entrañas, por supuesto. – La respuesta era simple: no era algo beneficioso. Para bien o para mal, Gerarld no era como los cazadores normales que se lanzaban en picado hacia una presa con la intención de salvar al mundo de la oscuridad. El había nacido en la oscuridad, fue cincelado por ella y sobrevivió. Que los demás se las apañasen con sus demonios a su manera. Lo cierto es que nunca había pensado en aceptar el contrato de Danna Diannceht, pero eso ella no lo sabía. Era preferible que siguiese siendo de esa manera. Se aseguró de mantener su respiración tranquila, con pulso controlado. Los seres sobrenaturales con un oído fino solían notar la tensión de una mentira por el pulso o el nerviosismo. El control era la clave. – Sin embargo, estoy dispuesto a daros una oportunidad de redención… por así decirlo. – Las amenazas veladas no eran precisamente su fuerte, pero mejor eso que tener que estar mirando por encima de su hombro constantemente para que un sobrenatural o humano se le echase encima cuando menos se lo esperaba.
Por un momento se planteó apretar aquel gatillo que apuntaba a la duquesa, solo por sentir la fatal perfección de la perdida de la vida. Por desgracia, aquella barriga típica del final del embarazo era algo que no estaba en sus planes. Había observado a Danna Diannceht el tiempo suficiente como para saber que la duquesa tenía a un vástago en sus tripas. Quizás incluso fuese esa la razón de que tanta gente la quisiese muerta, pero lo curioso es que la mirada de aquella mujer no era de asombro, sino de puro miedo. De haber sido un miedo irracional ante Gerarld lo habría descartado como algo normal, pero verlo de cerca demostraba que no era el caso. La observo con detenimiento, como colocaba las manos en afán protector ante el hinchado vientre. El amor materno era algo que al cazador se le escapaba al entendimiento, pues Irina fue lo más parecido a una madre que tuvo y jamás fue cariñosa ni protectora. A pesar de ello, casi hasta le habría dado pena tener que matarla. Solo casi. - ¿Vil ladrón? – Dijo riendo por lo bajo. Como si un ladrón cualquiera pudiese hacer lo que él hacía. Como antiguo ladrón, sabía bien que eso era imposible. – Mi querida duquesa… - Dijo de nuevo con cierto tono a medias entre divertido y ofendido falsamente. – Si os quisiese ver muerta, ya lo estaríais. Podría haberos disparado una bala de plata esta mañana cuando salíais a dar uno de esos paseos matutinos por los jardines y habría desaparecido antes de que vuestro cadáver tocase el suelo. – Y era cierto, pero sobre todo había dicho aquella frase para darle a entender que sabía quién era y lo que era. Razón de más para que entendiese que la bala que estaba a punto de salir del cañón de su arma en ese momento era de plata lo bastante pura como para matarla en el acto. – Y sin embargo, aquí estoy… charlando. – Acaricio sutilmente la prenda que llevaba al cuello y que pertenecía a la mujer. Su perfume era delicioso. Lástima que las mujeres embarazadas no fuesen uno de sus fetiches. – Por lo tanto, bajar el arma delante de una licántropo que podría intentar matarme en cualquier momento sería muy contraproducente.
Pero bueno, ¿ya íbamos al grano? No había preliminares ni presión, ni negociación. El mundo se estaba volviendo muy aburrido últimamente. En lugar de responder directamente a sus peticiones, Gerarl se limitó a señalarle un sillón y dejar que tomase asiento, cuanto más limitase sus movimientos mejor sería para todos y la conversación podría ser mucho más agradable. Una vez que estuvieron acomodados, planteo la situación de una manera mucho más propia, en lugar de dedicarse a responder a las peticiones de un posible muriente. – Tenéis muchos enemigos, duquesa. O por lo menos los bastantes como para pagar mis cuotas, lo cual ya es decir bastante. ¿Por qué creéis que no os he matado? Justo después de ver como os arrancaba a ese niño de vuestras entrañas, por supuesto. – La respuesta era simple: no era algo beneficioso. Para bien o para mal, Gerarld no era como los cazadores normales que se lanzaban en picado hacia una presa con la intención de salvar al mundo de la oscuridad. El había nacido en la oscuridad, fue cincelado por ella y sobrevivió. Que los demás se las apañasen con sus demonios a su manera. Lo cierto es que nunca había pensado en aceptar el contrato de Danna Diannceht, pero eso ella no lo sabía. Era preferible que siguiese siendo de esa manera. Se aseguró de mantener su respiración tranquila, con pulso controlado. Los seres sobrenaturales con un oído fino solían notar la tensión de una mentira por el pulso o el nerviosismo. El control era la clave. – Sin embargo, estoy dispuesto a daros una oportunidad de redención… por así decirlo. – Las amenazas veladas no eran precisamente su fuerte, pero mejor eso que tener que estar mirando por encima de su hombro constantemente para que un sobrenatural o humano se le echase encima cuando menos se lo esperaba.
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 19/01/2015
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Re: Lo que nadie ve [privado]
¿Cuántas veces su esposo le había dicho que era necesario tener protección extra en el castillo? ¿En cuántos momentos él le había hablado de su protección en su ausencia? Incontables veces y cada una de ellas, la duquesa las recordaba lo que empeoraba grandiosamente la situación que estaba viviendo, ya que era justo por sus caprichos que se encontraba ante un cazador y sin protección de ningún tipo, más que sí misma. Como si ella fuese buena en una lucha cuerpo a cuerpo y aún más en su delicado estado. En aquellos últimos meses y con la compañía de Adrik todo había sido más sencillo, y Danna tranquila y calmada había representado su papel de anfitriona a la perfección. Todavía hasta con el embarazo seguía recibiendo visitas diariamente. Entonces… ¿En qué momento se había vuelto tan despistada y tan irresponsable en su propia seguridad y en la de su hijo? El embarazo cuya etapa estaba por finalizar en poco tiempo podría ser una de las causas más directas de su extraño y cambiante humor que lucía aquellos días, más aún desde la ausencia de su esposo. Sin embargo de nuevo se había dejado llevar por uno de sus arrebatos y sus alteradas hormonas, que en cuanto se sintió demasiado vigilada recurrió a echar de sus terrenos a aquellos que Adrik había contratado para protegerla. Y ahí estaba el error. El irreparable error que bien podría haberle costado la vida a ella y a su hijo neonato. Y de seguro la muerte de Adrik más adelante en cuanto hubiera encontrado al asesino y vengado la muerte de la licantropa.
El respirar profundamente pareció servir para calmarse unos segundos. Las situaciones adversas como lo eran las situaciones de estrés, inquietud o miedo le habían dicho los médicos que podía causar estragos en la salud de su hijo. Por lo que respirar de aquella forma ayudaba a que su sangre se oxigenase a pesar de todo y pudiera mantener dentro de lo que cabe un mínimo control en el estado de su cuerpo. Ante las primeras palabras del cazador, claramente en su oído pudo diferenciar en tono divertida e incluso ofendido en el que se jactó del serio y frío con el que se había presentado ante ella, lo que hizo que la duquesa alzara una ceja ante aquel tono, sin saber bien cómo encarar aquella situación. Aún más cuando él sin rodeos le dio a entender que aquella misma mañana había estado en sus manos el matarla o dejarla vivir. Y lo peor de todo, parecía conocer su condición. —Ciertamente no creo que ninguna mujer en estado y de mi condición pueda intentar matar a alguien sin la luna llena en su cúspide. Huir seria la opción más acertada, pero igual de peligrosa me temo con una criatura a punto de dar a luz. — Contestó dejando que la verdad saliera a relucir entre ambos. —Y si es cierto que podríais haberme matado y no lo habéis hecho, entonces no tenéis razones para temer. No de mí, al menos. — Concluyó. En aquel momento la débil era ella y justo él habían atacado su privacidad cuando más inofensiva se encontraba a causa de sus lentos movimientos. Ni como bestia podía correr mucho con un hijo en sus entrañas. Por una brevedad cerró los ojos y maldijo internamente su irresponsabilidad. Sobre todo cuando había un arma de balas de plata tan cerca suyo.
Sin dejar de ver al cazador y sus movimientos, tomó asiento donde él le indico, ocupando el sillón que solía ocupar su esposo cuando se encontraba junto a ella. Con lentitud se acomodó protegiendo siempre con una mano su vientre, como si de aquella forma pudiese tranquilizar el pequeño. Le siguió escuchando y a cada segundo que pasaba el miedo de haberse sabido en peligro aquella misma mañana acudía con más fuerza a su mente. Solamente cuando mencionó el asesinar al niño que crecía en su vientre, su rostro se tensó alerta, hasta que segundos después se obligó a calmarse y a volver a las respiraciones profundas. No deseaba alertar a su hijo e inquietarlo. Como tampoco quería que el cazador temiera por su propia vida. Le venía mejor mantener una conversación cordial, que una llena de hostilidad y con la amenaza de muerte pendiente en su cabeza.
— ¿Redención?— Sus ojos se volvieron un poco cálidos, aunque en su interior se hallaban siempre alerta. Registrando cada movimiento ajeno. — Habláis como todo un inquisidor, pero sois más bien un mercenario al mejor postor. Un cazador. Y por vuestra ropa cara y aspecto, y como habéis dicho sois uno de las altas esferas ¿Qué querría de mi un cazador bien posicionado? ¿Cuál es el precio a pagar por ignorar mi existencia? ¿Contactos… información quizás?— Se atrevió a preguntar con una breve sonrisa, sabiendo que toda alma tenia siempre un precio y aquel cazador no parecía diferente en eso. Ya que de ser diferente, ella ya no podría contarlo, ni sentarse en el sillón a hablar con él. Los hechos eran incuestionables. Si no la había matado, era porque pensaba obtener algo más jugoso a cambio que su recompensa. — Aunque temo que quienes os contrataron seguirán intentando atentar contra mi vida. Debo tener muchos enemigos ahora cuando un nuevo duque está a punto de heredar un ducado por consanguinidad. — Demasiados nombres acudían a su memoria. Demasiados posibles enemigos. Para empezar toda realeza en Escocia contraria a la reina Irina, actualmente escondida en Francia, podría querer librarse de ella y conseguir así su ducado y las incontables residencias y terrenos que a lo largo de los años su familia había ido acumulando. Riqueza que sumándose a los títulos de Adrik, bien podría ser aún mayor de lo que un reinado pueda conseguir en dos generaciones. Quizás era hora de ponerse seriamente a hablarlo con su esposo y descubrir quién era el enemigo que tenían de su propia tierra. Porque si de algo estaba segura es que debía ser alguien de su patria y no del exterior. Siempre eran los más cercanos los que terminaban dándote la espalda, transformándose en el peor de los enemigos. Apoyó uno de sus brazos en el reposabrazos del sillón volvió la mirada a la del cazador y viendo en ocasiones el arma que seguía apuntándole, suspiró. ¿No le servía el que estuviera a punto de dar a luz y limitada de movimientos al estar sentada? —Por favor, apartad el arma. Os lo pido de nuevo. Poco puedo moverme en mi estado y de entrar algún sirviente la agradable velada se tornaría más oscura y por días grises, ya tengo suficiente con esta lluvia interminable. —Y tras sus palabras un relámpago alumbró el cielo y los truenos retumbaron los cristales de los ventanales del castillo. La tormenta no daba tregua. Desde hacía horas solo se había intensificado.
El respirar profundamente pareció servir para calmarse unos segundos. Las situaciones adversas como lo eran las situaciones de estrés, inquietud o miedo le habían dicho los médicos que podía causar estragos en la salud de su hijo. Por lo que respirar de aquella forma ayudaba a que su sangre se oxigenase a pesar de todo y pudiera mantener dentro de lo que cabe un mínimo control en el estado de su cuerpo. Ante las primeras palabras del cazador, claramente en su oído pudo diferenciar en tono divertida e incluso ofendido en el que se jactó del serio y frío con el que se había presentado ante ella, lo que hizo que la duquesa alzara una ceja ante aquel tono, sin saber bien cómo encarar aquella situación. Aún más cuando él sin rodeos le dio a entender que aquella misma mañana había estado en sus manos el matarla o dejarla vivir. Y lo peor de todo, parecía conocer su condición. —Ciertamente no creo que ninguna mujer en estado y de mi condición pueda intentar matar a alguien sin la luna llena en su cúspide. Huir seria la opción más acertada, pero igual de peligrosa me temo con una criatura a punto de dar a luz. — Contestó dejando que la verdad saliera a relucir entre ambos. —Y si es cierto que podríais haberme matado y no lo habéis hecho, entonces no tenéis razones para temer. No de mí, al menos. — Concluyó. En aquel momento la débil era ella y justo él habían atacado su privacidad cuando más inofensiva se encontraba a causa de sus lentos movimientos. Ni como bestia podía correr mucho con un hijo en sus entrañas. Por una brevedad cerró los ojos y maldijo internamente su irresponsabilidad. Sobre todo cuando había un arma de balas de plata tan cerca suyo.
Sin dejar de ver al cazador y sus movimientos, tomó asiento donde él le indico, ocupando el sillón que solía ocupar su esposo cuando se encontraba junto a ella. Con lentitud se acomodó protegiendo siempre con una mano su vientre, como si de aquella forma pudiese tranquilizar el pequeño. Le siguió escuchando y a cada segundo que pasaba el miedo de haberse sabido en peligro aquella misma mañana acudía con más fuerza a su mente. Solamente cuando mencionó el asesinar al niño que crecía en su vientre, su rostro se tensó alerta, hasta que segundos después se obligó a calmarse y a volver a las respiraciones profundas. No deseaba alertar a su hijo e inquietarlo. Como tampoco quería que el cazador temiera por su propia vida. Le venía mejor mantener una conversación cordial, que una llena de hostilidad y con la amenaza de muerte pendiente en su cabeza.
— ¿Redención?— Sus ojos se volvieron un poco cálidos, aunque en su interior se hallaban siempre alerta. Registrando cada movimiento ajeno. — Habláis como todo un inquisidor, pero sois más bien un mercenario al mejor postor. Un cazador. Y por vuestra ropa cara y aspecto, y como habéis dicho sois uno de las altas esferas ¿Qué querría de mi un cazador bien posicionado? ¿Cuál es el precio a pagar por ignorar mi existencia? ¿Contactos… información quizás?— Se atrevió a preguntar con una breve sonrisa, sabiendo que toda alma tenia siempre un precio y aquel cazador no parecía diferente en eso. Ya que de ser diferente, ella ya no podría contarlo, ni sentarse en el sillón a hablar con él. Los hechos eran incuestionables. Si no la había matado, era porque pensaba obtener algo más jugoso a cambio que su recompensa. — Aunque temo que quienes os contrataron seguirán intentando atentar contra mi vida. Debo tener muchos enemigos ahora cuando un nuevo duque está a punto de heredar un ducado por consanguinidad. — Demasiados nombres acudían a su memoria. Demasiados posibles enemigos. Para empezar toda realeza en Escocia contraria a la reina Irina, actualmente escondida en Francia, podría querer librarse de ella y conseguir así su ducado y las incontables residencias y terrenos que a lo largo de los años su familia había ido acumulando. Riqueza que sumándose a los títulos de Adrik, bien podría ser aún mayor de lo que un reinado pueda conseguir en dos generaciones. Quizás era hora de ponerse seriamente a hablarlo con su esposo y descubrir quién era el enemigo que tenían de su propia tierra. Porque si de algo estaba segura es que debía ser alguien de su patria y no del exterior. Siempre eran los más cercanos los que terminaban dándote la espalda, transformándose en el peor de los enemigos. Apoyó uno de sus brazos en el reposabrazos del sillón volvió la mirada a la del cazador y viendo en ocasiones el arma que seguía apuntándole, suspiró. ¿No le servía el que estuviera a punto de dar a luz y limitada de movimientos al estar sentada? —Por favor, apartad el arma. Os lo pido de nuevo. Poco puedo moverme en mi estado y de entrar algún sirviente la agradable velada se tornaría más oscura y por días grises, ya tengo suficiente con esta lluvia interminable. —Y tras sus palabras un relámpago alumbró el cielo y los truenos retumbaron los cristales de los ventanales del castillo. La tormenta no daba tregua. Desde hacía horas solo se había intensificado.
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 27/05/2013
Edad : 32
Re: Lo que nadie ve [privado]
Muchas cosas caracterizaban el comportamiento de los nobles, siendo la más habitual la ambición. Desde que los cargos de esa clase se concibieron todos querían poseerlos, pues eso daba a entender que un hombre podía elevarse sobre los demás y que, por tanto, todos los que quedaban por debajo de él estaban sometidos a una voluntad que era suya. Desgraciadamente, esa clase de creencia venia también acompañada con ser la persona que estuviese más alto en el escalafón; y como solía rezar aquel dicho de las ratas: “cuanto mas escala el mono, mas se le ve el culo”. Todos los hombres que alcanzaban el poder tenían alguna debilidad, fuese cual fuese la fuente de dicho poder, pero la debilidad la tenían. Gerarld desde sus tiempos de adolescencia comenzó a calcular cuales eran esos puntos débiles, y había llegado a que, prácticamente el noventa por ciento de las mismas estaban directamente relacionadas con el amor o la estupidez. Aunque, bien pensado, puede que ambas estuviesen intensamente relacionadas. La propia duquesa era un efecto mas que notable de esa dualidad: según su investigación siempre había sido una mujer aplicada, justa para ser noble, pero sobre todo había sido consciente de lo que la rodeaba y que debía tener especial cuidado con esas cosas. Ahora, cuando ya estaba casada y a punto de traer a esa… bueno a “algo” al mundo, bajaba la guardia. Sin duda, esa clase de actitud solo podía deberse a la falsa seguridad que le daba el amor que sentía por aquel vampiro que ocupaba su cama, una falsa seguridad que la hacía volverse temeraria y estúpida. Por eso mismo estaba ahora mismo con un arma apuntándole a la cabeza. ¿Cuántas medidas podría haber tomado para evitarlo? Seguramente más de las que se le pasaban por la mente al cazador en ese momento, y no eran pocas. Precisamente por eso tenía tantas medidas y normas consigo mismo, porque todo lo que hacíamos traía consecuencias. Su mentor en una ocasión le dijo que el amor solo te hace débil. Él pensaba que el amor te hace estúpido, y este es el que te mata.
La verdad, tal y como estaban las cosas solo esperaba que a la loba no le diese por ponerse de parto en ese momento. Había visto el nacimiento de varios bastardos a lo largo de su infancia y sabía que una situación de máximo estrés podía llevar a una embarazada a tener un parto prematuro. Lo demostraba el constante intento de la mujer de respirar profundamente y, de ese modo, mantener al pequeño parasito dentro de sí misma el tiempo suficiente. Después de todo, no tenía garantías de que ese bebe fuese a nacer si se ponía a gritar por los dolores del parto. Gerarld incluso la cabeza como haría un pájaro que mira un gusano demasiado valiente y que, por alguna razón, decide exponerse con algún tipo de baile tonto ante él. Ciertamente la mujer parecía hablar en serio con respecto a su fuerza, lo que demostraba que no debía de ser demasiado vieja. De lo contrario, se habría tomado las cosas de una manera muy distinta, y sus palabras habrían sido una mentira muy descarada. – No sé qué deciros… En una ocasión conocí a un conde, su intención era convertirse en rey de vuestra especie, mi lady. La verdad, me impresiono su crueldad casi tanto como su arrogancia. – Christopher había sido difícil, ni si quiera atacándole en plena luna nueva, cuando más débil estaba había podido con él. Aquel licántropo había sido su mayor desafío y su único fracaso hasta la fecha. – Nací con mi propio cordón umbilical atado al cuello, duquesa. Disculpadme si el amor materno me resulta un tanto desconocido. – Lo cierto es que la vida de aquel infante no nato le preocupaba menos que nada. Gerarld únicamente había tenido la consideración de mantener con vida a su madre por algo tan simple como que le resultaba más útil con vida. No obstante, aunque ciertamente tendría dificultades para huir no le dejaría el margen de un par de segundos bajando el arma. Podía ponerse muy exigente si quería, pero el que tenía el poder en aquella sala era el, y no iba a ceder ni un ápice de esa ventaja.
Qué curioso. Cualquiera diría que su única preocupación estaba en aquel bebe. Al cazador aquello le resulto bastante incomprensible, dado su íntima relación con la muerte; pero ver a aquella loba preocupada en exceso por si algo le pasaba resultaba muy raro. Levanto una ceja, como tratando de calibrar si aquella curiosidad merecía su atención o solo se trataba de una rareza más que contar en su libro de referencia. Lo dejo pasar de momento cuando volvió a escucharla hablar y su mirada de extrañeza se tornó a una sonrisa ligeramente insinuante, ladina y maliciosa. Por fin una buena pregunta: ¿Qué podía ofrecer? Desgraciadamente la pregunta perdía buen tino al compararlo con un inquisidor. – Sinceramente: prefiero ser un mercenario cuyos beneficios son reales antes que ser un hipócrita que mata a los suyos para expiar su falsa culpa. – Pocos seres eran tan hipócritas como los condenados de la organización católica. Al menos sus congéneres sobrenaturales vivían asimilando lo que eran o sacando provecho de ello, no lamentándose como niños llorones por haber perdido una humanidad que de nada les servía. Solo que le comparasen con un asesino a sueldo del montón le cabreaba más que eso. – Empero, os acercáis bastante a la respuesta. Es cierto que puedo tener contactos, pero no como los vuestros. ¿A cuántos lobos conocéis? Me imagino que no son pocos. Podría pediros que me dieseis sus nombres para matarlos a cambio de dejaros viva… - Pero no lo haría. Eso no sería divertido y nadie le había pagado por un montón de chuchos muertos. Por el contrario, sí que había cosas que resultaban de mucho interés para el cazador, cosas que solo ella podría contarle, tanto por su especie como por su posición. – Lo que os ofrezco es una especie de contrato. La gente está dispuesta a pagarme altas sumas por matar a alguien, vos me las daréis por dejaros viva. Cada información os dará más tiempo con vuestro retoño y con ese semimuerto marido vuestro. Si os pregunto algo que quiero saber y respondéis podéis ganar meses, semanas, años…. Depende de la nutrición de la información. Dadme lo que quiero y viviréis. – Todo siempre tenía un precio, y evidentemente los que habían pagado por conseguir su hermosa cabeza para lucirla en su cuarto de caza no se darían por vencidos, contratarían a más. Aun así, Gerarld se consideraba un hombre de palabra. Si le prometía tres meses de vida: los tendría.
De nuevo volvíamos a su insistencia de que bajase el arma. ¿Acaso se le podía pedir a un lobo que no enseñase los dientes a las ovejas? La parca nunca dejaba de lado un hilo solo porque este fuese noble o decente, ya de por si debía de estar agradecida de que no le hubiese matado…. Finalmente decidió baja un poco el cañón, después de todo. No es que sus peticiones tuviesen efecto sobre el cazador, es que más bien estaba harto de oír sus quejas. Además, tampoco tenía pensado matarla todavía ¿no? Además, ella tampoco tenía alternativa, pues si rechazaba lo que le ofrecía solo le quedaba una salida, y era moverse lo bastante rápido como para huir antes de que el cazador la matase. – Asi pues, mi lady. ¿Aceptáis el trato?
La verdad, tal y como estaban las cosas solo esperaba que a la loba no le diese por ponerse de parto en ese momento. Había visto el nacimiento de varios bastardos a lo largo de su infancia y sabía que una situación de máximo estrés podía llevar a una embarazada a tener un parto prematuro. Lo demostraba el constante intento de la mujer de respirar profundamente y, de ese modo, mantener al pequeño parasito dentro de sí misma el tiempo suficiente. Después de todo, no tenía garantías de que ese bebe fuese a nacer si se ponía a gritar por los dolores del parto. Gerarld incluso la cabeza como haría un pájaro que mira un gusano demasiado valiente y que, por alguna razón, decide exponerse con algún tipo de baile tonto ante él. Ciertamente la mujer parecía hablar en serio con respecto a su fuerza, lo que demostraba que no debía de ser demasiado vieja. De lo contrario, se habría tomado las cosas de una manera muy distinta, y sus palabras habrían sido una mentira muy descarada. – No sé qué deciros… En una ocasión conocí a un conde, su intención era convertirse en rey de vuestra especie, mi lady. La verdad, me impresiono su crueldad casi tanto como su arrogancia. – Christopher había sido difícil, ni si quiera atacándole en plena luna nueva, cuando más débil estaba había podido con él. Aquel licántropo había sido su mayor desafío y su único fracaso hasta la fecha. – Nací con mi propio cordón umbilical atado al cuello, duquesa. Disculpadme si el amor materno me resulta un tanto desconocido. – Lo cierto es que la vida de aquel infante no nato le preocupaba menos que nada. Gerarld únicamente había tenido la consideración de mantener con vida a su madre por algo tan simple como que le resultaba más útil con vida. No obstante, aunque ciertamente tendría dificultades para huir no le dejaría el margen de un par de segundos bajando el arma. Podía ponerse muy exigente si quería, pero el que tenía el poder en aquella sala era el, y no iba a ceder ni un ápice de esa ventaja.
Qué curioso. Cualquiera diría que su única preocupación estaba en aquel bebe. Al cazador aquello le resulto bastante incomprensible, dado su íntima relación con la muerte; pero ver a aquella loba preocupada en exceso por si algo le pasaba resultaba muy raro. Levanto una ceja, como tratando de calibrar si aquella curiosidad merecía su atención o solo se trataba de una rareza más que contar en su libro de referencia. Lo dejo pasar de momento cuando volvió a escucharla hablar y su mirada de extrañeza se tornó a una sonrisa ligeramente insinuante, ladina y maliciosa. Por fin una buena pregunta: ¿Qué podía ofrecer? Desgraciadamente la pregunta perdía buen tino al compararlo con un inquisidor. – Sinceramente: prefiero ser un mercenario cuyos beneficios son reales antes que ser un hipócrita que mata a los suyos para expiar su falsa culpa. – Pocos seres eran tan hipócritas como los condenados de la organización católica. Al menos sus congéneres sobrenaturales vivían asimilando lo que eran o sacando provecho de ello, no lamentándose como niños llorones por haber perdido una humanidad que de nada les servía. Solo que le comparasen con un asesino a sueldo del montón le cabreaba más que eso. – Empero, os acercáis bastante a la respuesta. Es cierto que puedo tener contactos, pero no como los vuestros. ¿A cuántos lobos conocéis? Me imagino que no son pocos. Podría pediros que me dieseis sus nombres para matarlos a cambio de dejaros viva… - Pero no lo haría. Eso no sería divertido y nadie le había pagado por un montón de chuchos muertos. Por el contrario, sí que había cosas que resultaban de mucho interés para el cazador, cosas que solo ella podría contarle, tanto por su especie como por su posición. – Lo que os ofrezco es una especie de contrato. La gente está dispuesta a pagarme altas sumas por matar a alguien, vos me las daréis por dejaros viva. Cada información os dará más tiempo con vuestro retoño y con ese semimuerto marido vuestro. Si os pregunto algo que quiero saber y respondéis podéis ganar meses, semanas, años…. Depende de la nutrición de la información. Dadme lo que quiero y viviréis. – Todo siempre tenía un precio, y evidentemente los que habían pagado por conseguir su hermosa cabeza para lucirla en su cuarto de caza no se darían por vencidos, contratarían a más. Aun así, Gerarld se consideraba un hombre de palabra. Si le prometía tres meses de vida: los tendría.
De nuevo volvíamos a su insistencia de que bajase el arma. ¿Acaso se le podía pedir a un lobo que no enseñase los dientes a las ovejas? La parca nunca dejaba de lado un hilo solo porque este fuese noble o decente, ya de por si debía de estar agradecida de que no le hubiese matado…. Finalmente decidió baja un poco el cañón, después de todo. No es que sus peticiones tuviesen efecto sobre el cazador, es que más bien estaba harto de oír sus quejas. Además, tampoco tenía pensado matarla todavía ¿no? Además, ella tampoco tenía alternativa, pues si rechazaba lo que le ofrecía solo le quedaba una salida, y era moverse lo bastante rápido como para huir antes de que el cazador la matase. – Asi pues, mi lady. ¿Aceptáis el trato?
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Re: Lo que nadie ve [privado]
La comodidad en su nueva situación había traído directamente hacia Danna quien de no ser un aliado prontamente, podría volverse su mayor enemigo e inclusive, su verdugo. Gerarld, el cazador que mantenía su mira y su arma apuntando directamente al vientre de la encinta licantropa parecía ser el frío, calculador y metódico joven que había vivido y sobrevivido entre sombras y pesares, forjándose con dureza y sacrificio hasta llegar a ser aquel que ahora se erguía ante ella. Alguien de aspecto irrompible, muy seguro de sí mismo y con la confianza plena en sus capacidades. Un cazador como cualquier otro, con la diferencia que a él no lo movía un interés promovido por el odio hacia los sobrenaturales; o aquello daba a entender con sus palabras. Para él todo parecía expresarse en grandes sumas de dinero. Poder, corrupción. Lo bueno de estar ante alguien así es que siempre podía ser comprado por una relativa y desorbitante cantidad. Y para la duquesa, toda cantidad era poca si a cambio compraba la vida de su familia y su felicidad. Ahora recién que la conseguía no iba a dejarla escapar.
— Cualquier ser puede albergar la maldad, pero os aseguro que de entre los más puros se encuentran los amores maternos. Aunque como siempre, existen contradicciones como vuestra experiencia. — Dijo defendiendo el amor que profesaba a su hijo neonato por el que ya sentía incluso más de lo que en sus sueños jamás llegó a imaginar una madre pudiese amar. No obstante, conocía de primera mano la rudeza y el tracto indigno, cruel de algunos padres con sus hijos. Muchos de sus sirvientes habían sido acogidos desde pequeños traídos de diferentes orfanatos en edades tempranas y cada uno contaba con una versión distinta, pero similares historias. Al final ellos sí pudieron tener un final “feliz”. Fueron educados, se les dio de comer y jamás los esclavizaron. Cada uno de ellos decidió por voluntad propia servir a los Dianceht, agradecidos por el amor que la antigua duquesa y madre de Danna les había tenido a cada uno de ellos, volviéndose ahora en los más fieles entre esas cuatro paredes del castillo. —Siento que no pudisteis conocerlo de primera mano. Con unos brazos gentiles se aprende más que con la fría y cruda supervivencia. Todo y que a veces es la segunda opción, con la que uno sobrevive más tiempo. — Esas palabras sonaron crudas en la garganta de la licantropa que debió de mostrarse de acuerdo con el cazador. Ella jamás habría llegado donde ahora se hallaba si no fuera por el ánimo de sobrevivir y por su fuerza, por qué por más que los muros de su alrededor y el mundo entero pareciera derrumbarse sobre ella cuando tomó las riendas del ducado, con apenas unos dieciséis años, logró salir adelante hasta los días actuales.
Una duquesa ambiciosa, pensaron algunos de ella aquellos primeros años difíciles. Y así fue. No se pudo mantener todo bajo control sin la fuerza necesaria para resistir los vendavales. La ambición y la soledad la salvaron muchas veces en aquel lejano pasado y aquí, viendo aquel joven, de una forma u otra se vio a si misma reflejada. En sus ojos Danna pudo captar un destello de ambición similar al que ella en aquellas edades tempranas usó para refugiarse y hacerse fuerte y aquel dato, aquel pequeño e insignificante rasgo le dio cierta serenidad y tranquilidad. No totalmente, pero el aire empezó a bajar más fluidamente por su garganta. Estaba segura y a punto se encontraba de poner las manos al fuego por eso, que quienes la querían muerta le habrían ofrecido una cuantiosa cantidad de dinero y poder a cambio. Pues, que premio mejor que el de una parte del botín de la duquesa desterrada y difunta? Su familia jamás había carecido de nuevas tierras ya que contando con una gran cantidad de aquellas tierras y feudos aislados, jamás habían sentido el hambre. Ni ellos; ni los suyos. Todo el mundo allí lo sabía ¿Y quién no desearía toda esa fortuna? Muy pocos podían decir que sus terrenos fueran tan fértiles como los Dianceht, y de entre ellos, solo los Boussingaut podían competir ya que actualmente eran sus ducados los más ricos de la región, tras el reinado de Escocia y la propia reina desaparecida. Así pues… ¿quién se negaría a un manjar tan exquisito como la llave a un imperio ancestral que empezó con la primera huella de Kartagh de Dianceht, cuatro generaciones atrás? Y ahí estaba el cazador dándole una huida al fin de su vida y de sus esperanzas. Un contrato. Simple información a cambio de permanecer con aquellos que en caso necesario, daría la vida por cada uno de ellos. Demasiado fácil para ser real, pensó la licantropa desconfiando de que todo aquello fuera lo único que lo había llevado allí. Ahora solo podía confiar en la palabra del joven que en la misma mañana, había podido terminar con su vida en un abrir y cerrar de ojos y había decidido esperar; No entregarla tan pronto a los brazos de la parca.
— ¿Tengo posibilidad alguna de salir indemne sin estar de acuerdo, señor?—Preguntó testigo de la bajada del arma que la mantuvo por unos minutos angustiada por la vida de su retoño. Finalmente tras aquel leve movimiento de la mano masculina, respiró un poco más tranquila y calmó aún más su respiración, no fuera que su hijo decidiera adelantarse y presentarse en aquella conversación. Una situación para nada aconsejable para ninguno de ambos y que evitaría a toda costa. —Creo que las cartas ya fueron repartidas y quedé en muy mal lugar. Así pues decid que es lo que deseáis y buscáis, ya que debe ser algo de vital importancia al ser capaz de perdonar dos vidas por esa información y mucho me temo que haya una larga conversación por delante en este afer personal. — Su voz no denotaba inquietud, más sus ojos si mostraban curiosidad de un momento a otro en el que una ráfaga de viento de uno de los ventanales de su alcoba adyacente a la sala de estar le llevó a analizar en profundidad el aroma masculino. Un perfume inquietante y rico en esencias como las que solo alguien de la nobleza podía adquirir para la higiene personal, con un rasgo que se le antojó conocido de alguna de los eventos Parisinos de la alta sociedad en que había asistido. En los últimos meses gran parte de su tiempo se había encontrado en tierras extranjeras, siendo su favorita la bella ciudad de París y sus habitantes. El motivo de su estadía en esta ocasion no fue por placer, si no en búsqueda de su amado. Sin embargo, tras encontrarle residió unas semanas más, aprovechando esos días para asistir a los eventos que fue invitada, llegando a conocer a los últimos integrantes de la nobleza y entre ellos el joven Barón de los Steiner, a quien no había conocido pero si cruzado en una ocasión, resultando ser el perfume de aquel nuevo integrante en las tierras francesas un aroma inconfundible. Los ojos de la duquesa brillaron al reconocerle y manteniendo su postura en el sillón intentó no expresar ninguno de sus sentimientos, a pesar de que ahora más que nunca temía que ni en la realeza pudiesen yacer protegidos, si entre sus filas se escondían cazadores dispuestos a destronar reyes y coronas. —Milord os escucho; Soy toda oídos. Intentaré contestar siempre lo mejor que pueda a vuestras demandas y tras mi respuesta, espero me habléis de cómo y porque no os habéis presentado antes… Habría sido todo más fácil y una bienvenida más cálida de haber llegado a mis puertas con vuestro título, antes que con la arma que empuñáis, barón francés.
— Cualquier ser puede albergar la maldad, pero os aseguro que de entre los más puros se encuentran los amores maternos. Aunque como siempre, existen contradicciones como vuestra experiencia. — Dijo defendiendo el amor que profesaba a su hijo neonato por el que ya sentía incluso más de lo que en sus sueños jamás llegó a imaginar una madre pudiese amar. No obstante, conocía de primera mano la rudeza y el tracto indigno, cruel de algunos padres con sus hijos. Muchos de sus sirvientes habían sido acogidos desde pequeños traídos de diferentes orfanatos en edades tempranas y cada uno contaba con una versión distinta, pero similares historias. Al final ellos sí pudieron tener un final “feliz”. Fueron educados, se les dio de comer y jamás los esclavizaron. Cada uno de ellos decidió por voluntad propia servir a los Dianceht, agradecidos por el amor que la antigua duquesa y madre de Danna les había tenido a cada uno de ellos, volviéndose ahora en los más fieles entre esas cuatro paredes del castillo. —Siento que no pudisteis conocerlo de primera mano. Con unos brazos gentiles se aprende más que con la fría y cruda supervivencia. Todo y que a veces es la segunda opción, con la que uno sobrevive más tiempo. — Esas palabras sonaron crudas en la garganta de la licantropa que debió de mostrarse de acuerdo con el cazador. Ella jamás habría llegado donde ahora se hallaba si no fuera por el ánimo de sobrevivir y por su fuerza, por qué por más que los muros de su alrededor y el mundo entero pareciera derrumbarse sobre ella cuando tomó las riendas del ducado, con apenas unos dieciséis años, logró salir adelante hasta los días actuales.
Una duquesa ambiciosa, pensaron algunos de ella aquellos primeros años difíciles. Y así fue. No se pudo mantener todo bajo control sin la fuerza necesaria para resistir los vendavales. La ambición y la soledad la salvaron muchas veces en aquel lejano pasado y aquí, viendo aquel joven, de una forma u otra se vio a si misma reflejada. En sus ojos Danna pudo captar un destello de ambición similar al que ella en aquellas edades tempranas usó para refugiarse y hacerse fuerte y aquel dato, aquel pequeño e insignificante rasgo le dio cierta serenidad y tranquilidad. No totalmente, pero el aire empezó a bajar más fluidamente por su garganta. Estaba segura y a punto se encontraba de poner las manos al fuego por eso, que quienes la querían muerta le habrían ofrecido una cuantiosa cantidad de dinero y poder a cambio. Pues, que premio mejor que el de una parte del botín de la duquesa desterrada y difunta? Su familia jamás había carecido de nuevas tierras ya que contando con una gran cantidad de aquellas tierras y feudos aislados, jamás habían sentido el hambre. Ni ellos; ni los suyos. Todo el mundo allí lo sabía ¿Y quién no desearía toda esa fortuna? Muy pocos podían decir que sus terrenos fueran tan fértiles como los Dianceht, y de entre ellos, solo los Boussingaut podían competir ya que actualmente eran sus ducados los más ricos de la región, tras el reinado de Escocia y la propia reina desaparecida. Así pues… ¿quién se negaría a un manjar tan exquisito como la llave a un imperio ancestral que empezó con la primera huella de Kartagh de Dianceht, cuatro generaciones atrás? Y ahí estaba el cazador dándole una huida al fin de su vida y de sus esperanzas. Un contrato. Simple información a cambio de permanecer con aquellos que en caso necesario, daría la vida por cada uno de ellos. Demasiado fácil para ser real, pensó la licantropa desconfiando de que todo aquello fuera lo único que lo había llevado allí. Ahora solo podía confiar en la palabra del joven que en la misma mañana, había podido terminar con su vida en un abrir y cerrar de ojos y había decidido esperar; No entregarla tan pronto a los brazos de la parca.
— ¿Tengo posibilidad alguna de salir indemne sin estar de acuerdo, señor?—Preguntó testigo de la bajada del arma que la mantuvo por unos minutos angustiada por la vida de su retoño. Finalmente tras aquel leve movimiento de la mano masculina, respiró un poco más tranquila y calmó aún más su respiración, no fuera que su hijo decidiera adelantarse y presentarse en aquella conversación. Una situación para nada aconsejable para ninguno de ambos y que evitaría a toda costa. —Creo que las cartas ya fueron repartidas y quedé en muy mal lugar. Así pues decid que es lo que deseáis y buscáis, ya que debe ser algo de vital importancia al ser capaz de perdonar dos vidas por esa información y mucho me temo que haya una larga conversación por delante en este afer personal. — Su voz no denotaba inquietud, más sus ojos si mostraban curiosidad de un momento a otro en el que una ráfaga de viento de uno de los ventanales de su alcoba adyacente a la sala de estar le llevó a analizar en profundidad el aroma masculino. Un perfume inquietante y rico en esencias como las que solo alguien de la nobleza podía adquirir para la higiene personal, con un rasgo que se le antojó conocido de alguna de los eventos Parisinos de la alta sociedad en que había asistido. En los últimos meses gran parte de su tiempo se había encontrado en tierras extranjeras, siendo su favorita la bella ciudad de París y sus habitantes. El motivo de su estadía en esta ocasion no fue por placer, si no en búsqueda de su amado. Sin embargo, tras encontrarle residió unas semanas más, aprovechando esos días para asistir a los eventos que fue invitada, llegando a conocer a los últimos integrantes de la nobleza y entre ellos el joven Barón de los Steiner, a quien no había conocido pero si cruzado en una ocasión, resultando ser el perfume de aquel nuevo integrante en las tierras francesas un aroma inconfundible. Los ojos de la duquesa brillaron al reconocerle y manteniendo su postura en el sillón intentó no expresar ninguno de sus sentimientos, a pesar de que ahora más que nunca temía que ni en la realeza pudiesen yacer protegidos, si entre sus filas se escondían cazadores dispuestos a destronar reyes y coronas. —Milord os escucho; Soy toda oídos. Intentaré contestar siempre lo mejor que pueda a vuestras demandas y tras mi respuesta, espero me habléis de cómo y porque no os habéis presentado antes… Habría sido todo más fácil y una bienvenida más cálida de haber llegado a mis puertas con vuestro título, antes que con la arma que empuñáis, barón francés.
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 27/05/2013
Edad : 32
Re: Lo que nadie ve [privado]
Dejar las cosas a medias no era algo que pudiese hacer un ejecutor. Desde siempre, la duda que podía carcomer a un asesino era sin lugar a dudas lo que podía llevarle a la perdición. Precisamente por eso los asesinos fallaban, tenían la impresión de que lo tenían todo controlado y nunca era así, porque se dedicaban a esperar eternamente una oportunidad que nunca sabrían aprovechar. La gente se pensaba que el trabajo más complicado para alguien como Gerarld era la de matar a alguien. Se equivocaban. Para el cazador apretar el gatillo no suponía ninguna complicación, solo era un alma más, un trozo de carne que caía al suelo por octogésima vez en su vida. No, lo más complicado sin lugar a dudas era la salida. Los asesinos tendían a meterse a saco en el problema, ignorando que lo más difícil después sería salir con vida de la situación que ellos mismos habían propiciado. ¿Resultado? Que acaban saliendo del lio con los pies por delante. El barón francés no era así, el prefería la perfección, asegurarse de que tenía toda la salida controlada antes siquiera de plantearse apretar el gatillo. Así pues, uno debía preguntarse: Si a la duquesa le hubiese dado por defenderse, ¿Cómo habría salido? La respuesta para él era evidente porque ya la tenía en mente desde el momento en que tomo la decisión de hablar con la mujer. Si, podía ser una aliada potencial, precisamente porque solo hacía falta mirarla durante un par de minutos para darse cuenta de que era la clase de mujer que pretendía vivir su propia vida. En su guía de referencia tenía un dosier sobre ella, del mismo modo que de su marido. No obstante, por mucha información que eso aportase, no era lo mismo que encontrársela frente a frente. Y con solo mirarla estaba claro cuál era su mayor preocupación, pues esa mano colocada en su vientre era un indicativo más que evidente de donde estaba su debilidad.
Ahora bien, su siguiente frase solo desato en el cazador una carcajada. Era un risa ronca, casi provista de emoción verdadera, pero que no dejaba lugar a la impresión de que aquella afirmación solo le parecía una estupidez como para hacerle reír en aquella situación. Gerarld nunca había tenido madre ni deseaba tenerla, sobre todo si iba a ser del mismo tipo que la primera. En realidad nunca había deseado siquiera sentir que tenía una madre, porque lo más probable es que tomase la decisión de matarla. – Sera como digáis, duquesa. Sin embargo, os insto a que penséis en lo que podría pasar. Nadie es consciente de lo que puede hacer hasta que se ve en la situación. – Quien no le decía que en un determinado momento tendría que decidir entre, por ejemplo, su marido y su hijo… eso sí que sería algo digno de una de esas novelas que las jóvenes de la corte le había dado por leer, de esas influencias británicas en las que el romance siempre era el desenlace. - ¿Puedo preguntaros quien es el padre? Y por favor no me digáis que vuestro marido, no insultéis mi inteligencia diciendo algo así. – Todo el que supiese algo de los seres sobrenaturales sabría que los vampiros eran estériles. Algo muerto no podía dar vida, comprensiblemente, por lo que otro pajarito debía de haber visitado el nido que era la cama de la duquesa. Normalmente esa sería una pregunta descortés, pero teniendo en cuenta que ya se había colado en su casa y había amenazado con matarla, la confianza podía permitírsela. – En cuanto a vuestra… gentileza. Siento decir que disiento. – Era una manera suave de decirlo. La amabilidad y la gentileza no servían de nada en su mundo. Puede que en las cortes de los ricos pudiesen permitírselo, no lo sabía, pero en las calles la supervivencia era lo único que importaba. Si eras gentil, si eras cariñoso, solo podías contar con que alguien te matase; o peor, que te convirtiese en un desecho humano del que la gente solo podía apiadarse matándote. – Seguro vos tuvisteis una infancia buena. Quizás dura por vuestra posición, pero no por ello mala. No sabéis lo que es sobrevivir, por lo tanto, os recomiendo que os replanteéis decir cosas en las que sois ignorante. – Aquel tono casi hasta parecía enojado. No le gustaba hablar de aquellos temas y tampoco entendía porque habían acabado llegando a ellos. Se estaba desviando del camino y debía recuperar el control.
- No. – Dijo secamente a su siguiente pregunta. – Al menos, no si queréis vivir. – Aquello no se trataba de una amenaza, sino de una simple declaración. Después de todo, ¿qué se podía esperar después de aquella noche? Quizás, en cualquier otro momento, una sombra se deslizase sobre la cuna de su bebe recién nacido y, con una ligerísima intensidad, un cojín de terciopelo ahogaría hasta la última gota de vida del infante. Tal vez, una misteriosa trama haría caer todas las cortinas de la residencia en pleno mediodía, cuando sabía que ella disfrutaba de una charla con su esposo. Las posibilidades eran infinitas. Gerarld sonrió levemente, pues sabía que su advertencia calaba hondo en la licántropo, ahora solo debía de tener en cuenta lo que quería. – Lo que necesito de vos, para empezar, es una personalidad muy concreta. Busco a alguien con dones superiores, pero que no deja de ser humano… busco una bruja. – Sus necesidades, como ella bien había deducido, eran lo bastante importantes como para perdonarle la vida un tiempo, siempre y cuando el nombre que le proporcionase cumpliese correctamente a sus intereses. Evidentemente que podía encontrar a varios candidatos, pero los niveles de poder de los brujos callejeros eran demasiado bajos como para serles útiles, y los que sí podrían serlo eran demasiado ambiciosos y de seguro intentarían traicionarle a la primera oportunidad que pudiesen. No, su necesidad tenía varios puntos que concretar y que esperaba fuesen cumplidos, de lo contrario… bueno mejor no pensar en ese aspecto aun. – No me vale cualquiera. Necesito a alguien con un nivel de poder respetable, pero no por ello demasiado ambicioso. Alguien con cierta posición pero que no habitúe estar en la corte. Esas son mis condiciones.
Ooooh así que se había dado cuenta. Por desgracia esa era la pega de tener como muriente a alguien de su nuevo estatus social. Para bien o para mal, el título de barón que Gerarld había comprado para si le daba tantos beneficios como problemas. Era una cara reconocible, alguien que resultaba relevante en un grupo pequeño, lo cual solo complicaba cualquier posible tapadera. La duquesa se había dado cuenta, incluso cuando no habían cruzado palabra nunca. – Me sorprende que vuestro olfato este tan afinado. ¿Es a causa de vuestro… estado?- Era una buena rama de investigación, saber si por estar embarazada sus habilidades se volvían más peligrosas. Quizás su contacto en la morgue pudiese hacer maravillas con unas gotas de sangre de Danna Dianceht. Su nuevo cargo le había permitido acercarse fácilmente a ella y estudiarla, al menos desde la distancia. La primera vez en el baile del conde Devereaux, en aquella mansión a las afueras de Orleans. – Con sinceridad, prefiero muchísimo más el método que he utilizado. Tengo la impresión de que no habríais sido tan sincera conmigo de haber entrado por la puerta principal. ¿O me equivoco?
Ahora bien, su siguiente frase solo desato en el cazador una carcajada. Era un risa ronca, casi provista de emoción verdadera, pero que no dejaba lugar a la impresión de que aquella afirmación solo le parecía una estupidez como para hacerle reír en aquella situación. Gerarld nunca había tenido madre ni deseaba tenerla, sobre todo si iba a ser del mismo tipo que la primera. En realidad nunca había deseado siquiera sentir que tenía una madre, porque lo más probable es que tomase la decisión de matarla. – Sera como digáis, duquesa. Sin embargo, os insto a que penséis en lo que podría pasar. Nadie es consciente de lo que puede hacer hasta que se ve en la situación. – Quien no le decía que en un determinado momento tendría que decidir entre, por ejemplo, su marido y su hijo… eso sí que sería algo digno de una de esas novelas que las jóvenes de la corte le había dado por leer, de esas influencias británicas en las que el romance siempre era el desenlace. - ¿Puedo preguntaros quien es el padre? Y por favor no me digáis que vuestro marido, no insultéis mi inteligencia diciendo algo así. – Todo el que supiese algo de los seres sobrenaturales sabría que los vampiros eran estériles. Algo muerto no podía dar vida, comprensiblemente, por lo que otro pajarito debía de haber visitado el nido que era la cama de la duquesa. Normalmente esa sería una pregunta descortés, pero teniendo en cuenta que ya se había colado en su casa y había amenazado con matarla, la confianza podía permitírsela. – En cuanto a vuestra… gentileza. Siento decir que disiento. – Era una manera suave de decirlo. La amabilidad y la gentileza no servían de nada en su mundo. Puede que en las cortes de los ricos pudiesen permitírselo, no lo sabía, pero en las calles la supervivencia era lo único que importaba. Si eras gentil, si eras cariñoso, solo podías contar con que alguien te matase; o peor, que te convirtiese en un desecho humano del que la gente solo podía apiadarse matándote. – Seguro vos tuvisteis una infancia buena. Quizás dura por vuestra posición, pero no por ello mala. No sabéis lo que es sobrevivir, por lo tanto, os recomiendo que os replanteéis decir cosas en las que sois ignorante. – Aquel tono casi hasta parecía enojado. No le gustaba hablar de aquellos temas y tampoco entendía porque habían acabado llegando a ellos. Se estaba desviando del camino y debía recuperar el control.
- No. – Dijo secamente a su siguiente pregunta. – Al menos, no si queréis vivir. – Aquello no se trataba de una amenaza, sino de una simple declaración. Después de todo, ¿qué se podía esperar después de aquella noche? Quizás, en cualquier otro momento, una sombra se deslizase sobre la cuna de su bebe recién nacido y, con una ligerísima intensidad, un cojín de terciopelo ahogaría hasta la última gota de vida del infante. Tal vez, una misteriosa trama haría caer todas las cortinas de la residencia en pleno mediodía, cuando sabía que ella disfrutaba de una charla con su esposo. Las posibilidades eran infinitas. Gerarld sonrió levemente, pues sabía que su advertencia calaba hondo en la licántropo, ahora solo debía de tener en cuenta lo que quería. – Lo que necesito de vos, para empezar, es una personalidad muy concreta. Busco a alguien con dones superiores, pero que no deja de ser humano… busco una bruja. – Sus necesidades, como ella bien había deducido, eran lo bastante importantes como para perdonarle la vida un tiempo, siempre y cuando el nombre que le proporcionase cumpliese correctamente a sus intereses. Evidentemente que podía encontrar a varios candidatos, pero los niveles de poder de los brujos callejeros eran demasiado bajos como para serles útiles, y los que sí podrían serlo eran demasiado ambiciosos y de seguro intentarían traicionarle a la primera oportunidad que pudiesen. No, su necesidad tenía varios puntos que concretar y que esperaba fuesen cumplidos, de lo contrario… bueno mejor no pensar en ese aspecto aun. – No me vale cualquiera. Necesito a alguien con un nivel de poder respetable, pero no por ello demasiado ambicioso. Alguien con cierta posición pero que no habitúe estar en la corte. Esas son mis condiciones.
Ooooh así que se había dado cuenta. Por desgracia esa era la pega de tener como muriente a alguien de su nuevo estatus social. Para bien o para mal, el título de barón que Gerarld había comprado para si le daba tantos beneficios como problemas. Era una cara reconocible, alguien que resultaba relevante en un grupo pequeño, lo cual solo complicaba cualquier posible tapadera. La duquesa se había dado cuenta, incluso cuando no habían cruzado palabra nunca. – Me sorprende que vuestro olfato este tan afinado. ¿Es a causa de vuestro… estado?- Era una buena rama de investigación, saber si por estar embarazada sus habilidades se volvían más peligrosas. Quizás su contacto en la morgue pudiese hacer maravillas con unas gotas de sangre de Danna Dianceht. Su nuevo cargo le había permitido acercarse fácilmente a ella y estudiarla, al menos desde la distancia. La primera vez en el baile del conde Devereaux, en aquella mansión a las afueras de Orleans. – Con sinceridad, prefiero muchísimo más el método que he utilizado. Tengo la impresión de que no habríais sido tan sincera conmigo de haber entrado por la puerta principal. ¿O me equivoco?
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 86
Fecha de inscripción : 19/01/2015
Edad : 82
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Lo que nadie ve [privado]
¿Pensar? En la vida de una duquesa toda su vida se planteaba en pensar y pensar. Sus súbditos en ausencia de la reina deseaban soluciones a sus problemas, reorganizar la guardia, la seguridad de cada uno de sus sirvientes y empleados… Hasta hacia unas semanas había tenido que renegar de las funciones de jueza en los que se dictaba la sentencia, el indulto o la muerte de un joven campesino que había tomado la venganza por su propia mano. Ese caso había pasado a manos de su esposo que al verla tan turbada y cansada había decidido tomar las riendas de aquello que pudiera provocar cualquier sentimiento o estado que perjudicara tanto la salud mental de Danna como la de su retoño a pocas semanas de ver la luz. No obstante, aún desde la calma y la protección de su castillo, en cada momento la mente de la licantropa pensaba. Una y otra vez. ¿Qué se creía aquel cazador… que no había pensado en las posibilidades del futuro? Todo el futuro que concerniese a su familia le era de vital importancia y en su mente había algo siempre muy presente; ella daría la vida por su familia. Si necesitara escoger, escogería salvarlos a costa de su último aliento, aunque su sueño como toda enamorada y feliz esposa fuera morir con él y en sus brazos. Pero entonces, ¿Qué sería de la pequeña? No dejaría que la vida la dejara huérfana de ambos padres como a ella le había pasado, por lo que el sacrificio era mejor en esos casos. Ella jamás podría vivir sin ellos.
— Cualquiera es capaz de matar por los suyos, cazador. —Asintió a sus palabras con un rostro solemne, sin nada de malicia solo con el conocimiento de que hasta ella podría ser capaz de matar si amenazaran a los suyos. —Insisto por ello, en que existen razones en las que cualquiera puede albergar esa maldad, a mi parecer no es lo mismo matar por poder que por amor. El amor enloquece y turbia las mentes más extraordinarias mientras el poder corrompe y destruye. Me diréis que matar siempre será matar y en efecto así es. Pero para vos que no parecéis haber conocido el amor se os pasará lo alto lo más importante, por amor uno se sacrificaría por sus seres amados, mientras que por poder ningún alma sacrificaría así su éxito terminando con su propia vida. Exime esto del castigo por cualquiera de estos pecados? No, pero mientras los enamorados morirán sabiendo que van a reencontrarse, el que cayó en los entresijos del poder se verá solo y abandonado. —Ahí estaba el eco de las enseñanzas de su madre y la experiencia tras haber conocido a la reina de Escocia, la más bondadosa y justa de las reinas. Ambas habían crecido juntas por lo que razonaba la normalidad el hecho de que ambas compartieran los mismos pensamientos de su pueblo y mientras otros luchaban por el poder, ellas luchaban por el amor de su pueblo. La duquesa entonces río al oírle preguntar por el padre de la criatura ¿Esperaba que le diese más poder sobre ella? Más tras unos segundos tampoco encontró la información como algo muy relevante. Seguro terminaba enterándose y como bien dictaba su mente, Adrik no era el padre biológico aunque Danna solo podía pensar en el padre que él seria para su hija y la forma en que las había aceptado a ambas cuando claramente podría haberlas matado tras ese desliz que había terminado germinando sus frutos en su ser. — En efecto mi esposo aún con todo el desazón de mi corazón no es el padre biológico, más si el padre en toda regla de quien será nuestro hijo. Por lo que contentaos con saber que el padre biológico de mi hijo yace muy lejos de estas tierras y es un hombre poderoso, como también lo és mi esposo. —Le dijo rotundamente negada a darle a conocer el nombre de aquel que había dispuesto la semilla. El padre biologico era Astor Gray, el inquisidor mejor considerado en las filas de la inquisición. Enemigo de la duquesa por trabajar en aquella empresa pero aliados con algo en común, todo y que él aún desconocía del fruto de su segundo y último encuentro, Danna se prometió tras el nacimiento del pequeño hablarle y explicarle del acontecimiento. Pero primero debería lidiar con su propia vida y cuando todo estuviese calmado movería la ficha de su ajedrez y con Adrik verían que hacer.
Ante las siguientes palabras del cazador la duquesa adquirió una pulcra seriedad. Podía ser cierto que ella jamás había probado lo que quería decir la supervivencia en las oscuras calles de la hambruna o en las necesidades constantes y eternas de la gente que malvivía por las ciudades. Sin embargo, su vida no había podido considerarse tranquila y apacible. Si había tenido una buena infancia, no obstante, su adolescencia fue caótica y dolorosa. La muerte de madre, el ataque y la muerte de padre en sus propias garras junto con el desafío de mantener el ducado por si solo en apenas dieciséis años lo había complicado todo. ¿Había vivido bien? Si ¿Sabia de supervivencia? Quizás en el frio desnudo de las calles; no, pero en las cortes, en las intrigas y muertes ella se había forjado con espada de acero.
—Adivino en vuestras palabras la supervivencia nata del más fuerte en las calles y puede ser que sea ignorante en vuestro terreno, pero no por ello menos luchadora, menos hábil en mi propio terreno… Las batallas que se libran en la corte, son en su mayoría un fuerte adversario constante sobre cada uno de nosotros. Una enfermedad difícil de erradicar. —No agregó nada más, no era su intención contradecirle y tampoco un debate en que el que se fueran de lo importante haciéndolos olvidar por que se encontraban en esa condición y ella aún recordaba la presencia del cazador como un depredador en su fortaleza. Esperó desde siempre que la información que le pidiese fuera en cierto sentido de algunos sobrenaturales. Quizás algún grupo de rebeldes, e inclusive de Escocia o de algún particular reino más allá de sus tierras. Por todos era sabido que la duquesa de Escocia no únicamente se encontraba aliada con los de sus propias tierras, si no también más allá de sus propias fronteras. Por eso la singular petición del cazador no la tomó por sorpresa, aunque sí que necesitara de los poderes de una bruja. Obviamente humana y alguien que no fuera de su clase social. Conocía a muchas así, pero únicamente unas pocas acudían a su mente. —¿Brujos? Conozco de alguien que podría ser de ayuda grata para vuestros intereses. Os mencionaría a Giselle Blackmelt sin embargo hace largo tiempo ya no tengo contacto con ella. Es una druida y en nada su personalidad es corrupta, todo y que si buscáis alguien cercano a vuestra querida Francia poseo nombres lo bastante interesantes. Sira Dlajoix, Angelique y Melissa Landry. Las dos primeros de magia oscura y la última de magia blanca, la administradora de la fortuna de los Landry. ¿Algún nombre de estos le sirve, barón? Cada una tiene sus particularidades únicas, os lo aseguro y no han nacido en las cortes de vuestro país ni en la de ningún otro lugar, por lo que no van tras el dinero o el poder. O por lo menos no la última que os he mencionado a mi parecer. —Expresó contestando a su pregunta. Si, Melissa Landry de todas parecía las más correcta por sus aptitudes y aun siendo una bruja de magia blanca, también era poderosa y no se debía de pasar por alto el gran poder que por sus venas corría desde hacía generaciones.
—No es a causa de mi estado y de estar en todo mi esplendor, mi loba os habría reconocido antes siquiera de pisar el salón y os encontrara apuntándome con el cañón de vuestra arma. Hay aromas supongo que se quedan en la memoria y en la fiesta del conde Deveraux no fuimos presentados como correspondía, así que me quedé con vuestra presencia. Espero que entendáis que sin vuestro traje seaís más difícil de reconocer y ahora conociendo vuestro pasatiempo fuera de las cortes me pregunto cuántos de vosotros habrá entre nosotros. Por el momento sois el primer cazador real dentro de la realeza que conozco milord Steiner. — Contestó con una sonrisa en sus labios. ¿Cómo podía haberlo reconocido? Fácil, las apariencias podían cambiar y al paso del tiempo cada uno cambiaba, más los aromas, el perfume único de cada piel permanecía siempre con la misma insistencia y aroma. Cada uno nacía y moría con su único e intransferible perfume natural y el aroma no era algo que pudiera ocultarse por mucho tiempo. No a un licántropo, ni a ningún sobrenatural. —Quizás no habría sido tan sincera, pero sinceramente no habríais tentado tanto la suerte de que mi hijo decidiera nacer tras el susto que me disteis al penetrar en mi hogar. Habríais podido daros a conocer y luego sacaros vuestra mascara, contra la que indudablemente habría recurrido a contestar cada una de vuestras preguntas como ahora hago. — Se encogió sutilmente de hombros restando importancia al detalle, y comentando lo que el cazador ya conocía se las ingenió para llevar la conversación a ir hacia otro lado. Uno más oscuro, uno más político. Era la hora de poner algunas cartas sobre la mesa y ahora no era la única a la que habían atrapado con un as de reyes. —Y ahora que conozco vuestra posición también estáis en un aprieto, barón. Tanto usted conoce mi secreto como yo el vuestro y os aseguro que en las cortes hay más sobrenaturales de los que nadie pueda llegar a pensar. No creo que descubrir un cazador entre nosotros, les haga mucha gracia, más cuando las cacerías son constantes y ahora cualquiera puede ser la próxima pieza a caer. Espero que resguarde entonces mi nombre lo suficiente para que os considere de vital importancia de ahora al futuro. .¿Por qué somos aliados, verdad?
No olvidaría jamás que en cierto sentido ella le debía la vida, no únicamente la suya propia si no también la de su hijo neonato. No obstante, el que ahora ella resguardase el secreto del barón francés podría dejarlos en tablas a ambos. Ella no lo delataría, por su honor que no lo haría. Pero ahora que se había desecho de la máscara del cazador —O quizás fuera su título a fin de cuentas la máscara— podía sentirse más cómoda. La reunión empezaba a parecerse a aquellas reuniones de las cortes a los que estaba acostumbrada en las que los tratos eran la orden del día y el ojo por ojo se cobraba, siempre, a toda costa. La política finalmente, abría sus puertas.
— Cualquiera es capaz de matar por los suyos, cazador. —Asintió a sus palabras con un rostro solemne, sin nada de malicia solo con el conocimiento de que hasta ella podría ser capaz de matar si amenazaran a los suyos. —Insisto por ello, en que existen razones en las que cualquiera puede albergar esa maldad, a mi parecer no es lo mismo matar por poder que por amor. El amor enloquece y turbia las mentes más extraordinarias mientras el poder corrompe y destruye. Me diréis que matar siempre será matar y en efecto así es. Pero para vos que no parecéis haber conocido el amor se os pasará lo alto lo más importante, por amor uno se sacrificaría por sus seres amados, mientras que por poder ningún alma sacrificaría así su éxito terminando con su propia vida. Exime esto del castigo por cualquiera de estos pecados? No, pero mientras los enamorados morirán sabiendo que van a reencontrarse, el que cayó en los entresijos del poder se verá solo y abandonado. —Ahí estaba el eco de las enseñanzas de su madre y la experiencia tras haber conocido a la reina de Escocia, la más bondadosa y justa de las reinas. Ambas habían crecido juntas por lo que razonaba la normalidad el hecho de que ambas compartieran los mismos pensamientos de su pueblo y mientras otros luchaban por el poder, ellas luchaban por el amor de su pueblo. La duquesa entonces río al oírle preguntar por el padre de la criatura ¿Esperaba que le diese más poder sobre ella? Más tras unos segundos tampoco encontró la información como algo muy relevante. Seguro terminaba enterándose y como bien dictaba su mente, Adrik no era el padre biológico aunque Danna solo podía pensar en el padre que él seria para su hija y la forma en que las había aceptado a ambas cuando claramente podría haberlas matado tras ese desliz que había terminado germinando sus frutos en su ser. — En efecto mi esposo aún con todo el desazón de mi corazón no es el padre biológico, más si el padre en toda regla de quien será nuestro hijo. Por lo que contentaos con saber que el padre biológico de mi hijo yace muy lejos de estas tierras y es un hombre poderoso, como también lo és mi esposo. —Le dijo rotundamente negada a darle a conocer el nombre de aquel que había dispuesto la semilla. El padre biologico era Astor Gray, el inquisidor mejor considerado en las filas de la inquisición. Enemigo de la duquesa por trabajar en aquella empresa pero aliados con algo en común, todo y que él aún desconocía del fruto de su segundo y último encuentro, Danna se prometió tras el nacimiento del pequeño hablarle y explicarle del acontecimiento. Pero primero debería lidiar con su propia vida y cuando todo estuviese calmado movería la ficha de su ajedrez y con Adrik verían que hacer.
Ante las siguientes palabras del cazador la duquesa adquirió una pulcra seriedad. Podía ser cierto que ella jamás había probado lo que quería decir la supervivencia en las oscuras calles de la hambruna o en las necesidades constantes y eternas de la gente que malvivía por las ciudades. Sin embargo, su vida no había podido considerarse tranquila y apacible. Si había tenido una buena infancia, no obstante, su adolescencia fue caótica y dolorosa. La muerte de madre, el ataque y la muerte de padre en sus propias garras junto con el desafío de mantener el ducado por si solo en apenas dieciséis años lo había complicado todo. ¿Había vivido bien? Si ¿Sabia de supervivencia? Quizás en el frio desnudo de las calles; no, pero en las cortes, en las intrigas y muertes ella se había forjado con espada de acero.
—Adivino en vuestras palabras la supervivencia nata del más fuerte en las calles y puede ser que sea ignorante en vuestro terreno, pero no por ello menos luchadora, menos hábil en mi propio terreno… Las batallas que se libran en la corte, son en su mayoría un fuerte adversario constante sobre cada uno de nosotros. Una enfermedad difícil de erradicar. —No agregó nada más, no era su intención contradecirle y tampoco un debate en que el que se fueran de lo importante haciéndolos olvidar por que se encontraban en esa condición y ella aún recordaba la presencia del cazador como un depredador en su fortaleza. Esperó desde siempre que la información que le pidiese fuera en cierto sentido de algunos sobrenaturales. Quizás algún grupo de rebeldes, e inclusive de Escocia o de algún particular reino más allá de sus tierras. Por todos era sabido que la duquesa de Escocia no únicamente se encontraba aliada con los de sus propias tierras, si no también más allá de sus propias fronteras. Por eso la singular petición del cazador no la tomó por sorpresa, aunque sí que necesitara de los poderes de una bruja. Obviamente humana y alguien que no fuera de su clase social. Conocía a muchas así, pero únicamente unas pocas acudían a su mente. —¿Brujos? Conozco de alguien que podría ser de ayuda grata para vuestros intereses. Os mencionaría a Giselle Blackmelt sin embargo hace largo tiempo ya no tengo contacto con ella. Es una druida y en nada su personalidad es corrupta, todo y que si buscáis alguien cercano a vuestra querida Francia poseo nombres lo bastante interesantes. Sira Dlajoix, Angelique y Melissa Landry. Las dos primeros de magia oscura y la última de magia blanca, la administradora de la fortuna de los Landry. ¿Algún nombre de estos le sirve, barón? Cada una tiene sus particularidades únicas, os lo aseguro y no han nacido en las cortes de vuestro país ni en la de ningún otro lugar, por lo que no van tras el dinero o el poder. O por lo menos no la última que os he mencionado a mi parecer. —Expresó contestando a su pregunta. Si, Melissa Landry de todas parecía las más correcta por sus aptitudes y aun siendo una bruja de magia blanca, también era poderosa y no se debía de pasar por alto el gran poder que por sus venas corría desde hacía generaciones.
—No es a causa de mi estado y de estar en todo mi esplendor, mi loba os habría reconocido antes siquiera de pisar el salón y os encontrara apuntándome con el cañón de vuestra arma. Hay aromas supongo que se quedan en la memoria y en la fiesta del conde Deveraux no fuimos presentados como correspondía, así que me quedé con vuestra presencia. Espero que entendáis que sin vuestro traje seaís más difícil de reconocer y ahora conociendo vuestro pasatiempo fuera de las cortes me pregunto cuántos de vosotros habrá entre nosotros. Por el momento sois el primer cazador real dentro de la realeza que conozco milord Steiner. — Contestó con una sonrisa en sus labios. ¿Cómo podía haberlo reconocido? Fácil, las apariencias podían cambiar y al paso del tiempo cada uno cambiaba, más los aromas, el perfume único de cada piel permanecía siempre con la misma insistencia y aroma. Cada uno nacía y moría con su único e intransferible perfume natural y el aroma no era algo que pudiera ocultarse por mucho tiempo. No a un licántropo, ni a ningún sobrenatural. —Quizás no habría sido tan sincera, pero sinceramente no habríais tentado tanto la suerte de que mi hijo decidiera nacer tras el susto que me disteis al penetrar en mi hogar. Habríais podido daros a conocer y luego sacaros vuestra mascara, contra la que indudablemente habría recurrido a contestar cada una de vuestras preguntas como ahora hago. — Se encogió sutilmente de hombros restando importancia al detalle, y comentando lo que el cazador ya conocía se las ingenió para llevar la conversación a ir hacia otro lado. Uno más oscuro, uno más político. Era la hora de poner algunas cartas sobre la mesa y ahora no era la única a la que habían atrapado con un as de reyes. —Y ahora que conozco vuestra posición también estáis en un aprieto, barón. Tanto usted conoce mi secreto como yo el vuestro y os aseguro que en las cortes hay más sobrenaturales de los que nadie pueda llegar a pensar. No creo que descubrir un cazador entre nosotros, les haga mucha gracia, más cuando las cacerías son constantes y ahora cualquiera puede ser la próxima pieza a caer. Espero que resguarde entonces mi nombre lo suficiente para que os considere de vital importancia de ahora al futuro. .¿Por qué somos aliados, verdad?
No olvidaría jamás que en cierto sentido ella le debía la vida, no únicamente la suya propia si no también la de su hijo neonato. No obstante, el que ahora ella resguardase el secreto del barón francés podría dejarlos en tablas a ambos. Ella no lo delataría, por su honor que no lo haría. Pero ahora que se había desecho de la máscara del cazador —O quizás fuera su título a fin de cuentas la máscara— podía sentirse más cómoda. La reunión empezaba a parecerse a aquellas reuniones de las cortes a los que estaba acostumbrada en las que los tratos eran la orden del día y el ojo por ojo se cobraba, siempre, a toda costa. La política finalmente, abría sus puertas.
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 27/05/2013
Edad : 32
Re: Lo que nadie ve [privado]
¿Por qué se tomaba tantas molestias por un posible muriente? En realidad no le preocupaba lo mas mínimo la vida de la duquesa ni de ese intento de bebe feliz que, sin lugar a dudas, tendría como mínimo un trauma porque su padre muerto no fuese su padre en realidad, y de que su madre cada luna llena se dedicase a enjaularse o correría por ahí despedazando gente por el simple placer de hacerlo. Pensándolo fríamente, ese bebe ya tendría problemas suficientes sin que Gerarld interviniese siquiera. Hasta puede que el apretar el gatillo en aquel mismo momento acabase suponiendo una mejora en la vida de infante no nato. No obstante, eso también le daba más motivos para dejarlo vivir. Sin lugar a dudas una vida como esa granjearía los bastantes problemas como para que Gerarld pudiese exigir más información todavía. Y si su madre llegaba a tal punto de no resultar útil… bueno, siempre podía dejar de prestar atención a su supervivencia. Si, si ,si, seguro que ella sería capaz de matar por su hijo o su marido, pero verdaderamente eso era lo de menos. Las necesidades siempre eran llevadas a lugares extremos, ¿pero que pasaría cuando su pequeñín sangrase delante de su marido y ella no estuviese presente? Si el no era capaz de controlarse para probar aquella sangre… no, no creía que fuese capaz de dañar a su marido por proteger a su hijo. Seguramente acabaría volviéndose loca directamente.
- Al menos el poder sirve para algo. – Dijo con cierto tono sarcástico. El amor solo era una bala en la cabeza, precisamente este debería de ser el ejemplo perfecto para que la duquesa lo viese claro, pero por algún motivo las personas que se creían éticamente superiores o dueñas del amor también se creían dueñas de la verdad. – Todo lo contrario. Matar no siempre es matar. Hay quien piensa que matar por un motivo al menos tiene sentido, del mismo modo que dejar vivir por un motivo también lo tiene. – El mismo podría haber matado a una docena de guardias de camino a la habitación de la mujer en vez de exponerse a una caída de varios pisos por evitar las miradas, y aun así había optado por no matar. Para el cazador la muerte era un objetivo, una meta a conseguir para obtener su recompensa, independientemente de los motivos que motivasen la llegada de dicha muerte, pero seguía siendo un objetivo en sí misma. Por otro lado, la muerte de guardias no tenía sentido, pues no eran objetivos, así que no: matar no era siempre matar. – Decidme una cosa, duquesa: ¿toda esa historia sobre el amor os la contaron en cuentos de pequeña u os la habéis inventado sobre la marcha? – Dijo levantando una ceja con evidente tono de burla. Toda esa parafernalia sobre el amor no servía para sobrevivir. El poder servía para poder postergar la muerte en parte, siempre que se aplicase de manera inteligente, lo mismo que la información. Pero el amor… el amor solo servía para suicidarse antes de tiempo. – Precisamente por comentarios como ese es por lo que el que tiene el arma en esta sala soy yo. Y la que tiene una mano tratando de salvar lo único que le importa sois vos. Os lo explicare de una forma que alguien como vos pueda entenderlo: mandan los lobos, no las ovejas. – Y adivinad en que parte de la frase estaba ella situada.
En cuanto al padre de la “criatura”. Lo cierto es que le había picado un poco la curiosidad de cómo podría haberse dado semejante situación. Había conocido vampiros que habían embarazado a sus mujeres poco antes de convertirse, pero estaba claro que ese no era el caso presente. Era evidente que la mención al supuesto padre del niño era algo que incomodaba, después de todo había tenido que ponerle los cuernos en algún momento para que se hubiese dado la situación. Aun así, el vampiro había permanecido en la residencia y estaba dispuesto a criar al hijo de otro hombre. – Va a ser verdad eso de que los vampiros aprovechan la menor oportunidad para sentirse humanos. Hasta perdonan las aventuras de sus esposas… Que liberal. – Aquel comentario tenía por objetivo herir un poco, no solo a la capacidad de amor propio del hombre, sino al hecho de casi llamarla a ella como las mujeres de buena vida. No hay que malinterpretar, a Gerarld le daba igual los amantes que cada uno tuviesen, pero resultaba raro que hubiese semejante charla sobre el amor y luego aquella barriga fuese un auténtico bofetón a la cara de la mujer.
¿Que las cortes eran un peligro? Si, las puñaladas a la economía y a los negocios siempre eran de lo más dolorosas, después de todo que es eso comparado con la idea de tener que aplastarle la cabeza con una piedra a otro niño solo para poder arrebatarle un cacho de pan mohoso ¿no? Evidentemente que sabía que los ricos y poderosos tenían problemas, pero los magnificaban en demasía cuando no habían vivido nada más. Lo cierto es que, desde que Gerarld se había convertido en barón, había aprendido muchísimo sobre los deseos y las necesidades de la gente de la alta sociedad. Todos estaban perdidos en una especie de mar de niebla, tratando de ver de dónde vendría el siguiente cuchillo, pero también se había dado cuenta de que muchos de los que participaban en esas maniobras lo disfrutaban, se divertían conspirando y realizando ese tipo de acciones. Él jamás se divirtió. – Podéis pensar lo que queráis, pero si algún día queréis probar las diferencias, os invito a pasaros al otro lado. Luego podréis hablarme de batallas y enfermedades difíciles de erradicar. – Era mejor que cambiasen de tema, puesto que había empezado a acariciar el mango de la pistola que permanecía encima del posa brazos. No le gustaba perder los nervios, porque entonces es cuando empezaba a morir gente, y siempre le había gustado ser profesional. Por suerte parece que la mujer opto por esa opción y empezó a decir nombres, algunos de ellos no los había oído nunca, pero precisamente esa era la cuestión, poder tomar información de ella. – Normal, Blackmelt está muerta. – El nombre le sonaba claro está, Giselle estaba en su guía de referencia. – La envenenaron hace apenas dos meses en uno de esos rituales que hacía. Evidentemente dudo que eso le permitiese comunicarse con nadie. – En cuanto a las otras tres, no le hacía demasiada gracia tener cerca de una nigromante. Las brujas de magia oscura tendían a ser demasiado ladinas, además de ambiciosas. Se dejaban llevar por sus deseos propios casi tanto como por los deseos de los difuntos, y eso nunca podía ser bueno para sus intereses. Sin embargo, Melissa Landry… - Conozco de oídas a los Landry, dicen que están íntimamente relacionados con una vampira de una edad respetable. No sabía que quien administraba su fortuna era una bruja. Pero desde luego es una información valiosa. – Además de las otras dos, que seguro tendrían más de un enemigo muy interesado en quitarlas de en medio. Si, puede que la mejor opción fuese Landry, solo tenía que investigarla primero para ver que podía sacar en claro de ella. – Gracias por vuestra colaboración, duquesa.
No es que fuese el primero, en realidad es que era el único. Precisamente por eso Gerarld se habia agenciado un puesto en la realeza francesa. Es cierto que muchos sobrenaturales tenían una posición de poder en la corte, por no decir que prácticamente todos los relevantes. Por favor, pero si hasta el propio rey era un vampiro, como no iba a estar atestado de criaturas de las sombras. Y si ya de por si la mayoría se odiaban por el poder había que imaginarse lo que hacían un par de siglos de rencores. – Lo cierto es que aquella ocasión fue precisamente lo que me llamo la atención sobre vos. Erais demasiado delicada en la cena… siempre con aquel guante de seda mientras tocabais la cubertería. - Era fácil que una duquesa pasase por una snob cuando en realidad lo que pretendía era no salir ardiendo por tocar cubiertos de plata pura. Era un entrenamiento de mucho control, debió de costarle años perfeccionarlo. En cuanto a los otros, bueno no tenía motivos para temerlos, al menos de momento. Ninguno parecía haberse percatado de que clase de persona era, lo cual demostraba que sus clases de interpretación eran buenas. Su siguiente frase sí que le hizo sonreír un poco. – ¿Eso es lo que os preocupa? Ser aliados quizás sea una palabra muy fuerte. Podemos decir que, de momento, me resultáis un juguete mucho más entretenido que una bolsa llena de oro. Consideraos afortunada. – Entretenida al mismo tiempo que inocente. Y demasiado buena.
- Al menos el poder sirve para algo. – Dijo con cierto tono sarcástico. El amor solo era una bala en la cabeza, precisamente este debería de ser el ejemplo perfecto para que la duquesa lo viese claro, pero por algún motivo las personas que se creían éticamente superiores o dueñas del amor también se creían dueñas de la verdad. – Todo lo contrario. Matar no siempre es matar. Hay quien piensa que matar por un motivo al menos tiene sentido, del mismo modo que dejar vivir por un motivo también lo tiene. – El mismo podría haber matado a una docena de guardias de camino a la habitación de la mujer en vez de exponerse a una caída de varios pisos por evitar las miradas, y aun así había optado por no matar. Para el cazador la muerte era un objetivo, una meta a conseguir para obtener su recompensa, independientemente de los motivos que motivasen la llegada de dicha muerte, pero seguía siendo un objetivo en sí misma. Por otro lado, la muerte de guardias no tenía sentido, pues no eran objetivos, así que no: matar no era siempre matar. – Decidme una cosa, duquesa: ¿toda esa historia sobre el amor os la contaron en cuentos de pequeña u os la habéis inventado sobre la marcha? – Dijo levantando una ceja con evidente tono de burla. Toda esa parafernalia sobre el amor no servía para sobrevivir. El poder servía para poder postergar la muerte en parte, siempre que se aplicase de manera inteligente, lo mismo que la información. Pero el amor… el amor solo servía para suicidarse antes de tiempo. – Precisamente por comentarios como ese es por lo que el que tiene el arma en esta sala soy yo. Y la que tiene una mano tratando de salvar lo único que le importa sois vos. Os lo explicare de una forma que alguien como vos pueda entenderlo: mandan los lobos, no las ovejas. – Y adivinad en que parte de la frase estaba ella situada.
En cuanto al padre de la “criatura”. Lo cierto es que le había picado un poco la curiosidad de cómo podría haberse dado semejante situación. Había conocido vampiros que habían embarazado a sus mujeres poco antes de convertirse, pero estaba claro que ese no era el caso presente. Era evidente que la mención al supuesto padre del niño era algo que incomodaba, después de todo había tenido que ponerle los cuernos en algún momento para que se hubiese dado la situación. Aun así, el vampiro había permanecido en la residencia y estaba dispuesto a criar al hijo de otro hombre. – Va a ser verdad eso de que los vampiros aprovechan la menor oportunidad para sentirse humanos. Hasta perdonan las aventuras de sus esposas… Que liberal. – Aquel comentario tenía por objetivo herir un poco, no solo a la capacidad de amor propio del hombre, sino al hecho de casi llamarla a ella como las mujeres de buena vida. No hay que malinterpretar, a Gerarld le daba igual los amantes que cada uno tuviesen, pero resultaba raro que hubiese semejante charla sobre el amor y luego aquella barriga fuese un auténtico bofetón a la cara de la mujer.
¿Que las cortes eran un peligro? Si, las puñaladas a la economía y a los negocios siempre eran de lo más dolorosas, después de todo que es eso comparado con la idea de tener que aplastarle la cabeza con una piedra a otro niño solo para poder arrebatarle un cacho de pan mohoso ¿no? Evidentemente que sabía que los ricos y poderosos tenían problemas, pero los magnificaban en demasía cuando no habían vivido nada más. Lo cierto es que, desde que Gerarld se había convertido en barón, había aprendido muchísimo sobre los deseos y las necesidades de la gente de la alta sociedad. Todos estaban perdidos en una especie de mar de niebla, tratando de ver de dónde vendría el siguiente cuchillo, pero también se había dado cuenta de que muchos de los que participaban en esas maniobras lo disfrutaban, se divertían conspirando y realizando ese tipo de acciones. Él jamás se divirtió. – Podéis pensar lo que queráis, pero si algún día queréis probar las diferencias, os invito a pasaros al otro lado. Luego podréis hablarme de batallas y enfermedades difíciles de erradicar. – Era mejor que cambiasen de tema, puesto que había empezado a acariciar el mango de la pistola que permanecía encima del posa brazos. No le gustaba perder los nervios, porque entonces es cuando empezaba a morir gente, y siempre le había gustado ser profesional. Por suerte parece que la mujer opto por esa opción y empezó a decir nombres, algunos de ellos no los había oído nunca, pero precisamente esa era la cuestión, poder tomar información de ella. – Normal, Blackmelt está muerta. – El nombre le sonaba claro está, Giselle estaba en su guía de referencia. – La envenenaron hace apenas dos meses en uno de esos rituales que hacía. Evidentemente dudo que eso le permitiese comunicarse con nadie. – En cuanto a las otras tres, no le hacía demasiada gracia tener cerca de una nigromante. Las brujas de magia oscura tendían a ser demasiado ladinas, además de ambiciosas. Se dejaban llevar por sus deseos propios casi tanto como por los deseos de los difuntos, y eso nunca podía ser bueno para sus intereses. Sin embargo, Melissa Landry… - Conozco de oídas a los Landry, dicen que están íntimamente relacionados con una vampira de una edad respetable. No sabía que quien administraba su fortuna era una bruja. Pero desde luego es una información valiosa. – Además de las otras dos, que seguro tendrían más de un enemigo muy interesado en quitarlas de en medio. Si, puede que la mejor opción fuese Landry, solo tenía que investigarla primero para ver que podía sacar en claro de ella. – Gracias por vuestra colaboración, duquesa.
No es que fuese el primero, en realidad es que era el único. Precisamente por eso Gerarld se habia agenciado un puesto en la realeza francesa. Es cierto que muchos sobrenaturales tenían una posición de poder en la corte, por no decir que prácticamente todos los relevantes. Por favor, pero si hasta el propio rey era un vampiro, como no iba a estar atestado de criaturas de las sombras. Y si ya de por si la mayoría se odiaban por el poder había que imaginarse lo que hacían un par de siglos de rencores. – Lo cierto es que aquella ocasión fue precisamente lo que me llamo la atención sobre vos. Erais demasiado delicada en la cena… siempre con aquel guante de seda mientras tocabais la cubertería. - Era fácil que una duquesa pasase por una snob cuando en realidad lo que pretendía era no salir ardiendo por tocar cubiertos de plata pura. Era un entrenamiento de mucho control, debió de costarle años perfeccionarlo. En cuanto a los otros, bueno no tenía motivos para temerlos, al menos de momento. Ninguno parecía haberse percatado de que clase de persona era, lo cual demostraba que sus clases de interpretación eran buenas. Su siguiente frase sí que le hizo sonreír un poco. – ¿Eso es lo que os preocupa? Ser aliados quizás sea una palabra muy fuerte. Podemos decir que, de momento, me resultáis un juguete mucho más entretenido que una bolsa llena de oro. Consideraos afortunada. – Entretenida al mismo tiempo que inocente. Y demasiado buena.
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 19/01/2015
Edad : 82
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
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Re: Lo que nadie ve [privado]
Todo en la vida se trataba de cazar o ser cazado. Vivir o morir. ¿Y porque no vivir todos en paz? El mundo podía ser un lugar mejor para todos sin tanta violencia y sin tanto dolor que unos a otros se hacían. Ahora que estaba siendo acosada por quien podría matarla se daba cuenta de la lucha que desde los más desfavorecidos hasta los privilegiados realmente soportaban día tras día. La sombra de la noche, el doloroso final de la muerte desde llegar al mundo los acosaba paciente esperando que les llegara la hora. ¿Y por qué? ¿Para tener una más de miles almas que debía de tener? Y en aquel mundo de horrores y dolor, iba a llevar al mundo a su pequeña? Danna podría no tener la respuesta a que sucedería mañana, pero sí que intentaría por todos los métodos hacer que la vida de su pequeña no corriera peligro aunque de por si su condición propia ya la ponía en peligro. De llegar algún día su hija a manos de la inquisición sabía que por ser familiar directa fuera mortal o no tendría pocas posibilidades de salir indemne y viva de aquel lugar. Y para que eso no se diera, debería de cambiar. La oveja, debería de fortalecerse y volver a adueñarse de su destino y a jugar como le había enseñado su madre; proteger ante todo su familia, porque ellos son y serian siempre su corazón. Y eso mismo haría, protegerlos.
— No nos subestimeis barón... A veces incluso en un rebaño de corderos, se haya un lobo disfrazado entre ellos. Yo no le daría importancia, la naturaleza de las personas es cambiante. No se fie nunca del aspecto o las primeras impresiones solían decirme. — Dijo con serenidad tras sus palabras mientras sonreía comedida. No era la primera vez que alguien le decía algo como aquello y tampoco sería la última. ¿Por qué todos veían siempre a los corderos como a los débiles? Se preguntó sin entender aquel afán de superioridad entre el cazador y la presa. Los corderos solían ser el alimento de los lobos, pero aun así cualquier cordero podía escoger revelarse y plantar cara. ¿No era lo que ella había hecho con su padre? Aquella jovencita de quince años condenada a la licantropía no solo le había enfrentado, sino que destrozando una noche su máscara de indefensa se había encarado con su padre vengándose finalmente tras su primera luna llena y la ayuda inestimable de su loba, aquella que había empezado a querer desde que la liberó. Para aquel entonces ella había sido un cordero y finalmente el lobo había terminado en las fauces del indefenso animal que iba a ser su presa. ¿No era irónico? Incluso las mejores personas llegaban a ser lobos.
—No creo que el que sea liberal o no debamos de someterlo a escrutinio en esta reunión o como queráis llamarlo. De estar mi esposo en el castillo seguramente hablaríais ahora ante él, pero recientemente y como debéis ya de saber se encuentra fuera, por lo que no tendréis el placer de poder preguntarle al respecto. — Musito quitándole importancia aunque aquellas palabras hubiesen podido molestarla era sabido que era mejor no mostrar tus sentimientos en según qué ocasiones y el nacimiento de su hija podría ser servido por sus enemigos para separarla de Adrik y aquello era algo que no permitiría. Su hija no solo era de ella, sino también de su amado esposo y lo sentía así, y nada cambiaria aquello. Por suerte la conversación cambió de rumbo y escuchando la opinión ajena sobre los nombres que le había dado, se llevó más de una sorpresa. Lamentó en silencio la muerte de la joven bruja y adivinó el motivo por el que no hubiese dicho nada de las demás brujas excepto de Melissa Landry. Por lo visto no era la única que no confiaba en la magia oscura.
— No debéis agradecerme nada, tampoco fue muy difícil responderos. — le respondió extrañada aún de que no hubiesen más preguntas o que le hiciera soltar más información de las jóvenes brujas. Le escuchó con atención y una sonrisa apareció en la duquesa al recordar aquella velada donde le había conocido ligeramente como barón, allí en tierras francesas. Recordó la cena y su pulcritud. El estricto cuidado al tomar los utensilios con sus manos enguantadas y rápidamente dedujo como de obvio había sido su error, todo y que no tenía de otra. O se protegía las manos o se las quemaba. Y no era su intención aquella noche resaltar entre los presentes, o por lo menos no más de lo que sin querer había hecho. —Ahora que lo decís, es cierto… fue un gran error de mi parte, pero ya sabes como se nos quema la piel al entrar en contacto con la plata y seguro que lo sabéis más que nadie. No es algo digno de ver ni tampoco que padecer sin ninguna duda por experiencia. —Coincidió recordando apenas como en sus primeros días como licantropa había tenido que aprender sin su padre de todo ello y sufrir en silencio el intenso dolor de ese metal en su sangre. Cada vez que pensaba que los inquisidores solían matar a los suyos con plata tras pasar semanas de tortura en tortura se horrorizaba. No deseaba para nadie aquel dolor, antes prefería que su bestia, su loba la protegiese del tormento de aquel dolor que estar consciente y sentir como la plata dañaba cada parte de su cuerpo antes de morir ahogada en su propia sangre. —Pero vos también resaltabais en la cena, fuisteis el primero que partió de la comitiva y el único que se mantuvo acechante, cauteloso a pesar de desenvolveros en la velada, reconozco cuando uno se siente como pez en el agua y cuando se siente fuera de ella. Aunque intentarais pasar desapercibido e integraros, hubo alguna señal que llegó a incomodarme y a hacer que mi interés por vuestra persona aumentara. —Añadió olvidándose de aquellos pensamientos de la plata como de la muerte. Su hija en su vientre le dio un toque y logró que aún tras aquellos pensamientos tan fúnebres y dolorosos pudiese sonreír sintiéndose feliz por poder un día más pensar y cuidar de su hija. Porque aunque no había terminado aquella breve reunión tenía la certeza de que por más veces que las manos masculinas acariciaran su arma, no la empuñarían contra ella y su pequeña. Nadie se molestaría en interrogarla y luego matarla sabiendo que cada segundo que pasaba conversando podría ser un segundo menos para lograr escapar en silencio y sin ser visto. Cualquier criatura, fuera mortal o inmortal ansiaba la vida y la quería, por lo que no muchos la desaprovecharían arriesgándose de aquel modo. Y en medio de aquella conversación había oído voces en la planta baja, una de las cuales era de su mayordomo y algunos soldados. Quizás no supieran todavía de la presencia de Gerarld en el castillo pero si conocían a la perfección cada uno de los movimientos cuotidianos que realizaba la duquesa cuando su esposo no se encontraba con ella y el que no hubiera regresado de subir a su alcoba era extraño cuando solía esperar en el salón el regreso de su amado.
—Afortunada me siento, pero quizás iría bien que esta transacción pudiese mutar de forma que ambos saliésemos beneficiados. Francia es uno de mis mayores benefactores y aliados y no creo que a un barón de esas tierras pudiese ocasionarle problemas de contar con un apoyo fuera de su círculo, aún más cuando recientemente ha ascendido de posición. Mis informaciones podrán estar siempre a vuestra disposición mientras quizás, podríais empezar por contarme porque buscareis a la joven Landry —Propuso esperando ciertamente una negativa del cazador, por ende igualmente debía de intentarlo. Las voces en la primera planta se habían silenciado hasta que solo se oyó alguien subir las escaleras principales y por el simple sonido del zapato contra el mármol supo de quien se trataba sin tener que recurrir a sus sentidos u olfato. Vikctor se acercaba seguramente preocupado de que en su estado le hubiese pasado algo. Aún tardaría unos segundos lo suficiente para avisar de su presencia y de hacer que todo saliese bien, sin heridos ni disparos. Ni ninguna lamentación. —Entendedme… No quisiera derramar sangre inocente o condenar una alma buena a la trampa de un cazador y me gustaría poder dormir esta noche con la consciencia tranquila. —Se explicó sin perder la compostura en ningún momento al oír las pisadas acercarse hacia ellos. Con la mirada miró al joven frente a ella y le indicó con un ligero movimiento de cabeza la puerta por donde en breves segundos se encontraría su fiel sirviente y tras aquello, el tono de la duquesa cambió adquiriendo el tono cándido y servicial que poseía cada vez que tenía visitas. — Pero antes decidme, ¿Podría serviros algún tentempié y bebida caliente? No me gustaría que regresarais y enfermarais por el camino debido a este tiempo tan lluvioso y aquí tenemos el mejor hidromiel que habrá probado jamás barón. ¿Viktor, se encuentra allí? —Preguntó sabiendo que su sirviente la había oído perfectamente al oír tras ella la puerta del salón abrirse lentamente.
— Si, mi señora ¿Deseáis algo? — Preguntó él desde el marco de la puerta tras hacer una de sus reverencias a Gerarld y volver a erguirse esperando las ordenes de Danna. La duquesa lo conocía lo suficiente como para saber cuándo su mayordomo desconfiaba y de no representar su papel podría meterlo en un buen lío y aquello era lo último que ella deseaba. Viktor era aquel padre que nunca pudo tener y no iba a ponerlo en peligro. Nunca lo había hecho, ni lo haría ahora.
— ¿Podríais traernos un tentempié y algo caliente de tomar, Viktor? Nuestro invitado necesita recomponerse antes de emprender su viaje de regreso. — Se lo preguntó como si tuviese alguna opción de negarse a sus deseos, no obstante bien sabía que no podía negarse a sus órdenes y él tampoco lo haría, por lo que simplemente esperó a que asintiera y despidiéndose con nuevas reverencias cerrara la puerta de nuevo tras él. Viktor asintió y sin más reparos tras las reverencias que ella habría esperado que hiciese al tener compañía ya cuando se encontraba ella sola no les permitía todo aquel comportamiento ya que para ella, todos ellos eran su familia, suspiró aliviada por dentro. Viktor no parecía alarmado. Más tarde quizás le preguntaría sobre aquella inesperada y desconocida visita, pero aquello sucedería una vez todos a salvo, lejos de la mirada del arma de plata que mantenía Gerarld siempre apuntándola y de la que siempre mantenía una extrema vigilancia.
—Vayamos mejor a lo importante ahora que no hay nadie escuchándonos y que tardará en regresar. —Habló de nuevo cuando escucho bajar el último escalón y de nuevo el miedo de haber errado al darle el nombre de Melissa regresó a su mente. Únicamente que quizás esta vez pudiese saber cómo hacerlo para sobre avisar a la joven bruja y así intentar subsanar su error. Melissa no era ninguna joven indefensa que no pudiese tener un cara a cara con el cazador, de ello estaba segura. Pero aun así, no lo pudo evitar. — ¿Me necesitáis para contactar con la señorita Landry? — Preguntó acordándose de que en su amistad breve con la bruja había localizado su mansión en las altas esferas parisienses. — Podría citaros con ella donde me digáis, igualmente seguro que de un modo u otro sabrá que quien os dio su nombre fui yo. Ella siempre lo sabe. Así que encuentro bastante torpe ocultar eso cuando conociéndola va a ser lo primero que os pregunte o quizás incluso, lo sepa antes. — Explicó pasando su mano por su vientre acariciando así a su pequeña que despierta había empezado a hacerse notar produciéndole con sus movimientos cierta incomodidad tras haber estado demasiado tiempo en aquel sillón inadecuado en su estado por la postura. — Y si pudierais decirme quien os envió antes de iros, os lo agradecería. Desearía conocer a quien se ha molestado en buscaros y querer pagar vuestros servicios. Claramente sabemos que lo más seguro que envíen otros a terminar el trabajo que ha decidido no llevar a cabo esta noche y me gustaría conocer contra quien debo protegerme… lo que como habéis visto, no se me da bastante bien.
Sí, su confianza en los demás... la confianza en que todos deben ser como ella en lo de a bondadosa se refiere; era el talón de Aquiles de la duquesa. Y aunque por más que se lo dijeran que no podía ser así, sería difícil cambiar ese aspecto tan arraigado en ella. Desde bien pequeña había resultado ser como su madre e incluso mejor. Nadie podría jamás compararse con la dulzura y los delicados modales de Leonor de Dianceht —su madre—, pero tampoco nadie podría compararse con la bondad de ser hija, con aquella forma de vivir los momentos y la cercanía con las gentes del pueblo a los que había robado el corazón desde simplemente existir. El ambiente en el salón se había vuelto pesado y como más observaba la postura del cazador más se daba cuenta que el encuentro pronto iba a finalizar. Solo esperaba que aquel joven antes de irse de nuevo y desaparecer tal y como había entrado pudiese aclarar algo sobre el enemigo al que se enfrentaba sin saberlo. Tenía contactos con los que poder contar en un motivo como aquel que empezaba a cernirse como una oscura sombra sobre ella en el que peligraba no su vida, también la de Adrik y la de su pequeña hija. ¿Pero qué debería hacer? No deseaba preocupar a su marido y lo último que necesitaba era más tensión en su castillo y en sus tierras. Irina; la reina de Escocia e íntima de Danna debía regresar antes de que todo terminara en una guerra interna y por supuesto que el pueblo amaba a Danna, pero en las cortes el odio se encontraba arraigado en los corazones de quienes veían en Irina el final de sus políticas abusivas. Y no carecía de fuertes enemigos.
— No nos subestimeis barón... A veces incluso en un rebaño de corderos, se haya un lobo disfrazado entre ellos. Yo no le daría importancia, la naturaleza de las personas es cambiante. No se fie nunca del aspecto o las primeras impresiones solían decirme. — Dijo con serenidad tras sus palabras mientras sonreía comedida. No era la primera vez que alguien le decía algo como aquello y tampoco sería la última. ¿Por qué todos veían siempre a los corderos como a los débiles? Se preguntó sin entender aquel afán de superioridad entre el cazador y la presa. Los corderos solían ser el alimento de los lobos, pero aun así cualquier cordero podía escoger revelarse y plantar cara. ¿No era lo que ella había hecho con su padre? Aquella jovencita de quince años condenada a la licantropía no solo le había enfrentado, sino que destrozando una noche su máscara de indefensa se había encarado con su padre vengándose finalmente tras su primera luna llena y la ayuda inestimable de su loba, aquella que había empezado a querer desde que la liberó. Para aquel entonces ella había sido un cordero y finalmente el lobo había terminado en las fauces del indefenso animal que iba a ser su presa. ¿No era irónico? Incluso las mejores personas llegaban a ser lobos.
—No creo que el que sea liberal o no debamos de someterlo a escrutinio en esta reunión o como queráis llamarlo. De estar mi esposo en el castillo seguramente hablaríais ahora ante él, pero recientemente y como debéis ya de saber se encuentra fuera, por lo que no tendréis el placer de poder preguntarle al respecto. — Musito quitándole importancia aunque aquellas palabras hubiesen podido molestarla era sabido que era mejor no mostrar tus sentimientos en según qué ocasiones y el nacimiento de su hija podría ser servido por sus enemigos para separarla de Adrik y aquello era algo que no permitiría. Su hija no solo era de ella, sino también de su amado esposo y lo sentía así, y nada cambiaria aquello. Por suerte la conversación cambió de rumbo y escuchando la opinión ajena sobre los nombres que le había dado, se llevó más de una sorpresa. Lamentó en silencio la muerte de la joven bruja y adivinó el motivo por el que no hubiese dicho nada de las demás brujas excepto de Melissa Landry. Por lo visto no era la única que no confiaba en la magia oscura.
— No debéis agradecerme nada, tampoco fue muy difícil responderos. — le respondió extrañada aún de que no hubiesen más preguntas o que le hiciera soltar más información de las jóvenes brujas. Le escuchó con atención y una sonrisa apareció en la duquesa al recordar aquella velada donde le había conocido ligeramente como barón, allí en tierras francesas. Recordó la cena y su pulcritud. El estricto cuidado al tomar los utensilios con sus manos enguantadas y rápidamente dedujo como de obvio había sido su error, todo y que no tenía de otra. O se protegía las manos o se las quemaba. Y no era su intención aquella noche resaltar entre los presentes, o por lo menos no más de lo que sin querer había hecho. —Ahora que lo decís, es cierto… fue un gran error de mi parte, pero ya sabes como se nos quema la piel al entrar en contacto con la plata y seguro que lo sabéis más que nadie. No es algo digno de ver ni tampoco que padecer sin ninguna duda por experiencia. —Coincidió recordando apenas como en sus primeros días como licantropa había tenido que aprender sin su padre de todo ello y sufrir en silencio el intenso dolor de ese metal en su sangre. Cada vez que pensaba que los inquisidores solían matar a los suyos con plata tras pasar semanas de tortura en tortura se horrorizaba. No deseaba para nadie aquel dolor, antes prefería que su bestia, su loba la protegiese del tormento de aquel dolor que estar consciente y sentir como la plata dañaba cada parte de su cuerpo antes de morir ahogada en su propia sangre. —Pero vos también resaltabais en la cena, fuisteis el primero que partió de la comitiva y el único que se mantuvo acechante, cauteloso a pesar de desenvolveros en la velada, reconozco cuando uno se siente como pez en el agua y cuando se siente fuera de ella. Aunque intentarais pasar desapercibido e integraros, hubo alguna señal que llegó a incomodarme y a hacer que mi interés por vuestra persona aumentara. —Añadió olvidándose de aquellos pensamientos de la plata como de la muerte. Su hija en su vientre le dio un toque y logró que aún tras aquellos pensamientos tan fúnebres y dolorosos pudiese sonreír sintiéndose feliz por poder un día más pensar y cuidar de su hija. Porque aunque no había terminado aquella breve reunión tenía la certeza de que por más veces que las manos masculinas acariciaran su arma, no la empuñarían contra ella y su pequeña. Nadie se molestaría en interrogarla y luego matarla sabiendo que cada segundo que pasaba conversando podría ser un segundo menos para lograr escapar en silencio y sin ser visto. Cualquier criatura, fuera mortal o inmortal ansiaba la vida y la quería, por lo que no muchos la desaprovecharían arriesgándose de aquel modo. Y en medio de aquella conversación había oído voces en la planta baja, una de las cuales era de su mayordomo y algunos soldados. Quizás no supieran todavía de la presencia de Gerarld en el castillo pero si conocían a la perfección cada uno de los movimientos cuotidianos que realizaba la duquesa cuando su esposo no se encontraba con ella y el que no hubiera regresado de subir a su alcoba era extraño cuando solía esperar en el salón el regreso de su amado.
—Afortunada me siento, pero quizás iría bien que esta transacción pudiese mutar de forma que ambos saliésemos beneficiados. Francia es uno de mis mayores benefactores y aliados y no creo que a un barón de esas tierras pudiese ocasionarle problemas de contar con un apoyo fuera de su círculo, aún más cuando recientemente ha ascendido de posición. Mis informaciones podrán estar siempre a vuestra disposición mientras quizás, podríais empezar por contarme porque buscareis a la joven Landry —Propuso esperando ciertamente una negativa del cazador, por ende igualmente debía de intentarlo. Las voces en la primera planta se habían silenciado hasta que solo se oyó alguien subir las escaleras principales y por el simple sonido del zapato contra el mármol supo de quien se trataba sin tener que recurrir a sus sentidos u olfato. Vikctor se acercaba seguramente preocupado de que en su estado le hubiese pasado algo. Aún tardaría unos segundos lo suficiente para avisar de su presencia y de hacer que todo saliese bien, sin heridos ni disparos. Ni ninguna lamentación. —Entendedme… No quisiera derramar sangre inocente o condenar una alma buena a la trampa de un cazador y me gustaría poder dormir esta noche con la consciencia tranquila. —Se explicó sin perder la compostura en ningún momento al oír las pisadas acercarse hacia ellos. Con la mirada miró al joven frente a ella y le indicó con un ligero movimiento de cabeza la puerta por donde en breves segundos se encontraría su fiel sirviente y tras aquello, el tono de la duquesa cambió adquiriendo el tono cándido y servicial que poseía cada vez que tenía visitas. — Pero antes decidme, ¿Podría serviros algún tentempié y bebida caliente? No me gustaría que regresarais y enfermarais por el camino debido a este tiempo tan lluvioso y aquí tenemos el mejor hidromiel que habrá probado jamás barón. ¿Viktor, se encuentra allí? —Preguntó sabiendo que su sirviente la había oído perfectamente al oír tras ella la puerta del salón abrirse lentamente.
— Si, mi señora ¿Deseáis algo? — Preguntó él desde el marco de la puerta tras hacer una de sus reverencias a Gerarld y volver a erguirse esperando las ordenes de Danna. La duquesa lo conocía lo suficiente como para saber cuándo su mayordomo desconfiaba y de no representar su papel podría meterlo en un buen lío y aquello era lo último que ella deseaba. Viktor era aquel padre que nunca pudo tener y no iba a ponerlo en peligro. Nunca lo había hecho, ni lo haría ahora.
— ¿Podríais traernos un tentempié y algo caliente de tomar, Viktor? Nuestro invitado necesita recomponerse antes de emprender su viaje de regreso. — Se lo preguntó como si tuviese alguna opción de negarse a sus deseos, no obstante bien sabía que no podía negarse a sus órdenes y él tampoco lo haría, por lo que simplemente esperó a que asintiera y despidiéndose con nuevas reverencias cerrara la puerta de nuevo tras él. Viktor asintió y sin más reparos tras las reverencias que ella habría esperado que hiciese al tener compañía ya cuando se encontraba ella sola no les permitía todo aquel comportamiento ya que para ella, todos ellos eran su familia, suspiró aliviada por dentro. Viktor no parecía alarmado. Más tarde quizás le preguntaría sobre aquella inesperada y desconocida visita, pero aquello sucedería una vez todos a salvo, lejos de la mirada del arma de plata que mantenía Gerarld siempre apuntándola y de la que siempre mantenía una extrema vigilancia.
—Vayamos mejor a lo importante ahora que no hay nadie escuchándonos y que tardará en regresar. —Habló de nuevo cuando escucho bajar el último escalón y de nuevo el miedo de haber errado al darle el nombre de Melissa regresó a su mente. Únicamente que quizás esta vez pudiese saber cómo hacerlo para sobre avisar a la joven bruja y así intentar subsanar su error. Melissa no era ninguna joven indefensa que no pudiese tener un cara a cara con el cazador, de ello estaba segura. Pero aun así, no lo pudo evitar. — ¿Me necesitáis para contactar con la señorita Landry? — Preguntó acordándose de que en su amistad breve con la bruja había localizado su mansión en las altas esferas parisienses. — Podría citaros con ella donde me digáis, igualmente seguro que de un modo u otro sabrá que quien os dio su nombre fui yo. Ella siempre lo sabe. Así que encuentro bastante torpe ocultar eso cuando conociéndola va a ser lo primero que os pregunte o quizás incluso, lo sepa antes. — Explicó pasando su mano por su vientre acariciando así a su pequeña que despierta había empezado a hacerse notar produciéndole con sus movimientos cierta incomodidad tras haber estado demasiado tiempo en aquel sillón inadecuado en su estado por la postura. — Y si pudierais decirme quien os envió antes de iros, os lo agradecería. Desearía conocer a quien se ha molestado en buscaros y querer pagar vuestros servicios. Claramente sabemos que lo más seguro que envíen otros a terminar el trabajo que ha decidido no llevar a cabo esta noche y me gustaría conocer contra quien debo protegerme… lo que como habéis visto, no se me da bastante bien.
Sí, su confianza en los demás... la confianza en que todos deben ser como ella en lo de a bondadosa se refiere; era el talón de Aquiles de la duquesa. Y aunque por más que se lo dijeran que no podía ser así, sería difícil cambiar ese aspecto tan arraigado en ella. Desde bien pequeña había resultado ser como su madre e incluso mejor. Nadie podría jamás compararse con la dulzura y los delicados modales de Leonor de Dianceht —su madre—, pero tampoco nadie podría compararse con la bondad de ser hija, con aquella forma de vivir los momentos y la cercanía con las gentes del pueblo a los que había robado el corazón desde simplemente existir. El ambiente en el salón se había vuelto pesado y como más observaba la postura del cazador más se daba cuenta que el encuentro pronto iba a finalizar. Solo esperaba que aquel joven antes de irse de nuevo y desaparecer tal y como había entrado pudiese aclarar algo sobre el enemigo al que se enfrentaba sin saberlo. Tenía contactos con los que poder contar en un motivo como aquel que empezaba a cernirse como una oscura sombra sobre ella en el que peligraba no su vida, también la de Adrik y la de su pequeña hija. ¿Pero qué debería hacer? No deseaba preocupar a su marido y lo último que necesitaba era más tensión en su castillo y en sus tierras. Irina; la reina de Escocia e íntima de Danna debía regresar antes de que todo terminara en una guerra interna y por supuesto que el pueblo amaba a Danna, pero en las cortes el odio se encontraba arraigado en los corazones de quienes veían en Irina el final de sus políticas abusivas. Y no carecía de fuertes enemigos.
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 592
Fecha de inscripción : 27/05/2013
Edad : 32
Re: Lo que nadie ve [privado]
Qué curioso que una persona que tanto se afanaba en quedar bien ante el mundo entero se preocupase por decirle que las primeras impresiones son algo de lo que no debía fiarse. Cuando una persona llagaba a este mundo enseguida se veía sumida en una competición, un deseo irrefrenable de poder sobrevivir y tener más que sus congéneres. Gerarld nunca se había engañado con respecto a algo tan simple como eso. ¿Tenía ambición? Obviamente, de lo contrario nunca se habría convertido en alguien que cazaba a otros seres vivos como medio de subsistencia. La única diferencia con el resto de personas de su clase es que, mientras que el aceptaba conscientemente quien y lo que era, otros se afanaban en una ilusión desconsiderada y autocomplaciente con la esperanza de que antes o después esta se convirtiese en realidad. La gente podría llamarle cínico, pero él no lo veía de semejante manera. Desde que comenzó su adiestramiento como cazador, su mentor siempre le dijo que debía de tener en cuanta dos cosas: la primera era que, detrás de todo hombre o mujer con poder – fuese de la clase que fuese – había por lo menos una docena de otros hombres poderosos queriendo tener lo que le pertenecía; y lo segundo… es que con las mujeres pasaba lo mismo. Marcus nunca fue muy diestro en el trato con las mujeres, de eso ya se encargaba de entrenarle otra persona. Sospechaba que habría sido tremendamente sencillo engañar a Danna Dianceht, convencerla de que era la clase de hombre pacifista y filantrópico que solo quería la justicia y el bien en el mundo. Es más, puede que con un poco de tiempo y las palabras adecuadas hubiese podido meterse en su cama incluso. No obstante, por alguna razón aquella mujer le despertaba un desagrado pacifista que le resultaba imposible de ocultar. Cuando no puedes fingir tener las mismas impresiones que el muriente al que quieres acercarte, lo mejor que puedes hacer es acercarte por la espalda, y apuñalarle el corazón directamente.
- Por mucho que puedan entretenerme vuestras metáforas, creo que será mejor que dejemos de lado las impresiones iniciales. Creedme que ahora mismo las mías se están haciendo completamente realidad. – Y como para que no fuese así. Desde el principio había tenido la impresión de que aquella mujer era tan inocente como problemática, además de una hipócrita en la ignorancia. Ignorancia por pensar que de verdad podía haber una posibilidad de que su mundo de romance y supuesta justicia existiesen de verdad. A los que tenían dinero y poder se les juzgaba con un rasero, y a los demás por el otro. ¿No es eso lo que hacia ella con su bebe? Aseguraba que el amor y la fidelidad era igual para todas las clases y personas pero, ¿habría juzgado a una mujer adúltera o se habría sentido identificada y la habría defendido? Independientemente de la respuesta, no se podía evitar pensar en la respuesta evidente, y es que ella habría hecho aquello que le resultase más justo, aunque siempre y cuando lo más justo fuese también aquello que le resultaba mas cómodo de aceptar. Una oveja podía revolverse y tratar de defenderse de un lobo pero, ¿cuál era siempre el resultado? Pues la oveja descomponiéndose en el estómago del cazador. La compasión y la comprensión no servían de nada en un mundo tan podrido como el actual. Solo la muerte era la certeza, la parca era lo único que podía diferenciar entre una cosa y otra, porque a diferencia de lo que la gente pensase: la muerte no entendía de credos, razas o sexos. Muerto es muerto. – No tengo ninguna necesidad de preguntarle nada a vuestro marido, duquesa. – Dijo respondiendo a su siguiente comentario. Lo cierto es que sus aventuras de cama le importaban poco, y entendía que otros hombres la encontrasen atractiva, pero eso no era lo relevante. – Pero es curioso que comentéis eso de… ¿Cómo fue? Responder ante él, creo. Parece mentira que seáis tan valiente para algunas cosas pero luego, cuando no tenéis como responderme, decidáis pensar que es él quien debe responderme.
Inclino la cabeza al verla responder sobre Landry. No es que hubiese sido demasiada información la que había aportado acerca de ella, pero de todas maneras tampoco importaba. Ya tendría tiempo de estudiar con más detenimiento a aquella joven bruja por su cuenta. Nunca sabia cuanto de la información que Danna le pasaba podía estar sesgada o incompleta. – Cierto… deberé suponer entonces que se trata de poca información, por lo que solo os dará protección hasta que vuestro… parasito, decida salir de vos. Luego, espero algo más interesante. – No parpadeo lo más mínimo al llamar al no nato de esa manera. Aquella niña no significaba nada, solo era una forma de mantener el contrato con Dianceht. Además, antes o después intentarían volver a matarla, y no sería complicado descubrir quién era el pobre desgraciado que tenía la mala suerte de aceptar el trabajo.
Aquella cena había sido un error, no porque hubiese actuado mal al ir, eso lo había meditado con detenimiento antes de decidir a pasarse por aquel lugar infernal. Lo que había sido un error había sido no tener precisamente material suficiente como para matar a todos los sobrenaturales que había detectado esa noche. Para bien o para mal, demasiados objetivos se habían visto revelados, lo que le daba al cazador una extraña sensación de encontrarse en una ratonera. ¿Cómo nadie se había dado cuenta de la presencia de sobrenaturales por toda la corte? Pero si estaba claro como el cristal. – No os equivocáis. No hace mucho, me vi obligado a utilizarla, un trabajo muy tedioso debo de admitir, especialmente porque la plata no es tan fácil de conseguir, y mucho menos para desperdiciarla en un solo muriente. – Su siguiente comentario, por el contrario, le hizo sonreír por primera vez en la noche. Bo se trataba de una sonrisa amistosa, sino mas bien de una mueca grotesca que pretendía decir: “te veo venir”. ¿En serio se creía que iba a picar en ese truco? Puede que con algunos nobles tocados y sin seso le funcionase bien aquella estrategia del quit procuo, pero esto no se trataba de una negociación. Gerarld no estaba aquí ofreciéndole alianzas ni beneficio mutuo, las pautas de esto las decidía el, no ella. – Os estáis equivocando de medio a medio, duquesa. Y para demostraros hasta qué punto estoy diciendo la verdad, permitidme que os diga algo que acabara pasando, antes o después, y es que estaréis sola. – Se levantó del asiento, manteniendo el revolver en la mano y aun amartillado, pero sin mostrar miedo ni preocupación cuando se acercó a ella lo bastante como para que su vestido rozase sus pantalones. – Sé que pensáis que tenéis todo cuanto podéis desear, que nada de lo que pase en el mundo podrá alterar la gran vida de amor y felicidad que tenéis… - Se inclinó, apoyando las manos y el arma en los brazos de su sillón, y dejando su rostro a la altura del de la mujer. – pero creedme cuando digo: estaréis sola. Vuestra felicidad, vuestra vida perfecta…. Morirá.
En ese momento oyó los pasos subir por las escaleras, sin duda ella los había oído mucho antes, pero no le había avisado de que venía alguien. Y luego pretendía que le contase lo que tenía planeado para Landry ¿no? Era precisamente lo que decíamos al principio: la hipocresía del doble rasero. Claro, intento arreglarlo ofreciéndole hospitalidad y algo de beber caliente, pero ya era demasiado tarde para plantearse las cosas de esa manera. – No es necesario. – Dijo secamente mientras esperaba a que el mayordomo se marchase para traer los enseres pedidos por la mujer. En realidad aquella reunión ya había durado demasiado, se había entretenido demasiado pensando en cosas que ahora mismo carecían de sentido, como la idea de que era imposible que ambos se pusiesen de acuerdo. Y encima se ponía con la idea de que fuesen al grano por si volvían a interrumpirlos. Esto era cada vez mejor. – Voy a dejaros algo muy claro, puede que me deis información y que yo os mantenga viva, pero nunca oseis meteros en mis asuntos. Manejare las cuestiones y la información como considere conveniente. De modo que, si me entero de que habéis mantenido comunicación alguna con Landry sin mi consentimiento… bueno, puede que lo entendáis mejor cuando me vaya. – Gerarld se quitó el camisón de seda que rodeaba su cuello y que pertenecía a la mujer. No era tan fetichista como para llevarse algo así, por muy bien que pudiese oler aquella prenda. Se la dejo sobre las rodillas, como símbolo evidente de que no había nada que el cazador no pudiese lograr. – Buenas noches duquesa.
No, no tenía pensado delatar a su cliente, eso era una noma muy estricta en esta clase de negocios. Podía decidir no realizar un trabajo, pero nadie se fiaba de un asesino que se ponía a revelar los nombres de sus patrones. Antes o después, a quien querrían matar seria al propio asesino. Se volvió a colocar la capucha de su traje de ejecutor, ocultando de nuevo los ojos y se dirigió a la puerta que llevaba hacia el pasillo. – Ah, lo olvidaba. – Dijo sin volverse, como si hubiese recordado ese detalle en concreto en ese momento y no lo tuviese previsto. – Os he dejado un regalo sobre la cama. Como muestra de mi más que evidente resolución. – Y sin más se marchó. Bajando escaleras abajo, salió por la misma ventana por la que había entrado, asegurándose de no dejarse nada salvo su pequeño regalo. Aquella caja que aun descansaba sobre la cama de la duquesa de Escocia, y que contenía aun palpitante en sangre, el corazón de su principal doncella. Había sido una lástima tener que eliminarla, era una chica encantadora. Pero los mensajes tienen que entregarse de una forma contundente, así como la nota que acompañaba a la caja.
- Por mucho que puedan entretenerme vuestras metáforas, creo que será mejor que dejemos de lado las impresiones iniciales. Creedme que ahora mismo las mías se están haciendo completamente realidad. – Y como para que no fuese así. Desde el principio había tenido la impresión de que aquella mujer era tan inocente como problemática, además de una hipócrita en la ignorancia. Ignorancia por pensar que de verdad podía haber una posibilidad de que su mundo de romance y supuesta justicia existiesen de verdad. A los que tenían dinero y poder se les juzgaba con un rasero, y a los demás por el otro. ¿No es eso lo que hacia ella con su bebe? Aseguraba que el amor y la fidelidad era igual para todas las clases y personas pero, ¿habría juzgado a una mujer adúltera o se habría sentido identificada y la habría defendido? Independientemente de la respuesta, no se podía evitar pensar en la respuesta evidente, y es que ella habría hecho aquello que le resultase más justo, aunque siempre y cuando lo más justo fuese también aquello que le resultaba mas cómodo de aceptar. Una oveja podía revolverse y tratar de defenderse de un lobo pero, ¿cuál era siempre el resultado? Pues la oveja descomponiéndose en el estómago del cazador. La compasión y la comprensión no servían de nada en un mundo tan podrido como el actual. Solo la muerte era la certeza, la parca era lo único que podía diferenciar entre una cosa y otra, porque a diferencia de lo que la gente pensase: la muerte no entendía de credos, razas o sexos. Muerto es muerto. – No tengo ninguna necesidad de preguntarle nada a vuestro marido, duquesa. – Dijo respondiendo a su siguiente comentario. Lo cierto es que sus aventuras de cama le importaban poco, y entendía que otros hombres la encontrasen atractiva, pero eso no era lo relevante. – Pero es curioso que comentéis eso de… ¿Cómo fue? Responder ante él, creo. Parece mentira que seáis tan valiente para algunas cosas pero luego, cuando no tenéis como responderme, decidáis pensar que es él quien debe responderme.
Inclino la cabeza al verla responder sobre Landry. No es que hubiese sido demasiada información la que había aportado acerca de ella, pero de todas maneras tampoco importaba. Ya tendría tiempo de estudiar con más detenimiento a aquella joven bruja por su cuenta. Nunca sabia cuanto de la información que Danna le pasaba podía estar sesgada o incompleta. – Cierto… deberé suponer entonces que se trata de poca información, por lo que solo os dará protección hasta que vuestro… parasito, decida salir de vos. Luego, espero algo más interesante. – No parpadeo lo más mínimo al llamar al no nato de esa manera. Aquella niña no significaba nada, solo era una forma de mantener el contrato con Dianceht. Además, antes o después intentarían volver a matarla, y no sería complicado descubrir quién era el pobre desgraciado que tenía la mala suerte de aceptar el trabajo.
Aquella cena había sido un error, no porque hubiese actuado mal al ir, eso lo había meditado con detenimiento antes de decidir a pasarse por aquel lugar infernal. Lo que había sido un error había sido no tener precisamente material suficiente como para matar a todos los sobrenaturales que había detectado esa noche. Para bien o para mal, demasiados objetivos se habían visto revelados, lo que le daba al cazador una extraña sensación de encontrarse en una ratonera. ¿Cómo nadie se había dado cuenta de la presencia de sobrenaturales por toda la corte? Pero si estaba claro como el cristal. – No os equivocáis. No hace mucho, me vi obligado a utilizarla, un trabajo muy tedioso debo de admitir, especialmente porque la plata no es tan fácil de conseguir, y mucho menos para desperdiciarla en un solo muriente. – Su siguiente comentario, por el contrario, le hizo sonreír por primera vez en la noche. Bo se trataba de una sonrisa amistosa, sino mas bien de una mueca grotesca que pretendía decir: “te veo venir”. ¿En serio se creía que iba a picar en ese truco? Puede que con algunos nobles tocados y sin seso le funcionase bien aquella estrategia del quit procuo, pero esto no se trataba de una negociación. Gerarld no estaba aquí ofreciéndole alianzas ni beneficio mutuo, las pautas de esto las decidía el, no ella. – Os estáis equivocando de medio a medio, duquesa. Y para demostraros hasta qué punto estoy diciendo la verdad, permitidme que os diga algo que acabara pasando, antes o después, y es que estaréis sola. – Se levantó del asiento, manteniendo el revolver en la mano y aun amartillado, pero sin mostrar miedo ni preocupación cuando se acercó a ella lo bastante como para que su vestido rozase sus pantalones. – Sé que pensáis que tenéis todo cuanto podéis desear, que nada de lo que pase en el mundo podrá alterar la gran vida de amor y felicidad que tenéis… - Se inclinó, apoyando las manos y el arma en los brazos de su sillón, y dejando su rostro a la altura del de la mujer. – pero creedme cuando digo: estaréis sola. Vuestra felicidad, vuestra vida perfecta…. Morirá.
En ese momento oyó los pasos subir por las escaleras, sin duda ella los había oído mucho antes, pero no le había avisado de que venía alguien. Y luego pretendía que le contase lo que tenía planeado para Landry ¿no? Era precisamente lo que decíamos al principio: la hipocresía del doble rasero. Claro, intento arreglarlo ofreciéndole hospitalidad y algo de beber caliente, pero ya era demasiado tarde para plantearse las cosas de esa manera. – No es necesario. – Dijo secamente mientras esperaba a que el mayordomo se marchase para traer los enseres pedidos por la mujer. En realidad aquella reunión ya había durado demasiado, se había entretenido demasiado pensando en cosas que ahora mismo carecían de sentido, como la idea de que era imposible que ambos se pusiesen de acuerdo. Y encima se ponía con la idea de que fuesen al grano por si volvían a interrumpirlos. Esto era cada vez mejor. – Voy a dejaros algo muy claro, puede que me deis información y que yo os mantenga viva, pero nunca oseis meteros en mis asuntos. Manejare las cuestiones y la información como considere conveniente. De modo que, si me entero de que habéis mantenido comunicación alguna con Landry sin mi consentimiento… bueno, puede que lo entendáis mejor cuando me vaya. – Gerarld se quitó el camisón de seda que rodeaba su cuello y que pertenecía a la mujer. No era tan fetichista como para llevarse algo así, por muy bien que pudiese oler aquella prenda. Se la dejo sobre las rodillas, como símbolo evidente de que no había nada que el cazador no pudiese lograr. – Buenas noches duquesa.
No, no tenía pensado delatar a su cliente, eso era una noma muy estricta en esta clase de negocios. Podía decidir no realizar un trabajo, pero nadie se fiaba de un asesino que se ponía a revelar los nombres de sus patrones. Antes o después, a quien querrían matar seria al propio asesino. Se volvió a colocar la capucha de su traje de ejecutor, ocultando de nuevo los ojos y se dirigió a la puerta que llevaba hacia el pasillo. – Ah, lo olvidaba. – Dijo sin volverse, como si hubiese recordado ese detalle en concreto en ese momento y no lo tuviese previsto. – Os he dejado un regalo sobre la cama. Como muestra de mi más que evidente resolución. – Y sin más se marchó. Bajando escaleras abajo, salió por la misma ventana por la que había entrado, asegurándose de no dejarse nada salvo su pequeño regalo. Aquella caja que aun descansaba sobre la cama de la duquesa de Escocia, y que contenía aun palpitante en sangre, el corazón de su principal doncella. Había sido una lástima tener que eliminarla, era una chica encantadora. Pero los mensajes tienen que entregarse de una forma contundente, así como la nota que acompañaba a la caja.
- Caja:
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- “El próximo podría ser el de vuestro marido.”
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
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Que rápido una podía sentirse vencedora a derrotada. Con que facilidad el cordero podía volverse lobo y ser comido por un animal superior. Teniendo el aliento del cazador a escasos centímetros de su rostro y con la amenaza del arma de plata, la licántropa se contuvo y rechinando los dientes, únicamente enfrentó su mirada cristalina contra la endemoniada del cazador y aguardó a que sus palabras concluyesen. Primero habían sido las palabras con que había llamado a su pequeña, como si la pequeña vida de su vientre fuese nada más que un insecto, un vil parasito. Esas connotaciones habrían hecho saltar a cualquier madre que no tuviese paciencia, ni control apenas de sus estallidos. Por suerte, Danna si tenía todo ello y aguantó impasible siendo la forma en que apretaba una de las manos en forma de puño la única muestra de crispación y contención. Y luego, el segundo altercado se hacía ahora mientras el cazador con una confianza totalmente inesperada rompía su futuro de felicidad con palabras totalmente contundentes, frías, pero que de provenir de algún joven con el don de la adivinación más bien podrían haber sido una premonición del porvenir que le esperaba a la duquesa. ¿Por qué afirmaba aquel futuro cuando él apenas podía ver lo que ocurriría en dos días? Los ojos de la duquesa se afianzaron en su aura buscando algo signo extraño que pudiese conferirle poderes más allá de un cazador. Sin embargo, su aura era la misma aura rota y oscura que tenían y presentaban todos aquellos humanos que por el destino o experiencias traumáticas con el lado sobrenatural de esa era, habían terminado haciéndose cazadores de aquellas bestias. Bestias en las que para bien o para mal, ella también debía incluirse desde que su padre la condenó a portar aquella condición eternamente hasta sus últimos días.
Solo un gruñido que terminó silenciado por sus propios dientes que impidieron que aquel ruido fuera a oídos ajenos, fue lo que se permitió para liberar aquella rabia que crecía y aquel desconcierto que por su culpa empezaba a llenarla. ¿Con que facilidad podía uno romper la burbuja de felicidad y protección que otro ser sentía? ¿Quién se creía él para afirmar esas palabras? Se mordió la lengua no una vez, ni dos… si no miles mientras aquellos ojos seguían fijos en los suyos. El único motivo de su contención era el arma que apuntaba a su vientre, de no ser así ahora mismo estaría sobre él. Su loba le exigía que le diera su merecido, pero incluso su lado más salvaje tenía en un alto y muy importante lugar la vida de su pequeña, y si debía de amansarse por unos instantes hasta pasar aquel peligro reinante que él llevaba impreso y significaba, por más que le costase; lo haría.
A sus oídos llegaron más fuertes los ruidos de las pisadas de quien fuera que venía hacia ellos y sonrío. La velada estaba concluyendo y al ver que el cazador también fue consciente de esas pisadas, sus ojos de nuevo se cruzaron. Los de ella calmados y los de él rabiosos. ¿A caso pensaba que iba a avisarle de compañía? Lo más seguro que fuera uno de sus sirvientes e incluso en el caso de que entrara en su salón tenía pensado solicitar algo de comer, para así mandarlo fuera de su alcance de nuevo. Tal y como había sido criada, incluso en esos momentos no podía dejar de ser educada. Tomando con las manos la prenda que se había adueñado anteriormente Gerarld y que había dejado en sus rodillas, respiró más tranquila al verse irse. No dijo nada, apenas asintió con la cabeza a sus últimas palabras. Su mente seguía procesando aquellas palabras que le había soplado con malicia en sus mismas narices, vaticinándole lo sola que se encontraría tras un tiempo. ¿Cuándo volvería Adrik? ¿Dónde estaría? Se preguntó sintiendo su corazón estremecerse de siquiera pensar en que podría no regresar como le había prometido. Y como siempre él le prometía. — Que tengaís también una buena noche, barón. —Respondió a sus palabras y esperando que se fuera por donde había venido, restó unos minutos más en el sillón, tomando fuerzas de aquel amor que profesaba a su esposo para poder levantarse y ver que sorpresa le había dejado en la cama.
No, Adrik jamás la abandonaría. No iba a desaparecer tampoco. Y con esas palabras de esperanza y seguridad, se levantó y haciendo caso omiso al sirviente que entró en aquel momento por la puerta, la duquesa siguió su camino hasta su habitación donde enseguida solo entrar el aroma de la muerte llegó a su olfato con una fuerza inesperada. Parpadeó para contener las lágrimas al adivinar el perfume tras aquel nauseabundo aroma y con temor terminó de acercarse a la caja que le esperaba en su cama. La tomó en sus manos y conteniendo la respiración abrió la caja revelando en su interior el corazón aún palpitante pero muerto de una de sus doncellas. Apenas vio el contenido de la caja que en el ala norte, donde dormían los sirvientes y sus doncellas mayoritariamente se escucharon gritos de aviso y lamentaciones. Ya no hacía falta buscar el cuerpo, la habían encontrado. Con los ojos abnegados en lágrimas hizo lo único que pudo hacer y aprovechando que el sirviente no había entrado a su habitación, ni había sido testigo de esa caja ni su contenido, echó la caja al fuego. No obstante, antes leyó el mensaje, y aunque esas palabras jamás llegarían a hacerse realidad, el mundo de la duquesa ya empezaba a desmoronarse. Su rey caería y sería pronto. Más pronto de lo que incluso el cazador, habría siquiera podido imaginar. Las llamas convirtieron en cenizas el corazón palpitante y con aquel corazón, la duquesa sin saber por qué se derrumbó.
Solo un gruñido que terminó silenciado por sus propios dientes que impidieron que aquel ruido fuera a oídos ajenos, fue lo que se permitió para liberar aquella rabia que crecía y aquel desconcierto que por su culpa empezaba a llenarla. ¿Con que facilidad podía uno romper la burbuja de felicidad y protección que otro ser sentía? ¿Quién se creía él para afirmar esas palabras? Se mordió la lengua no una vez, ni dos… si no miles mientras aquellos ojos seguían fijos en los suyos. El único motivo de su contención era el arma que apuntaba a su vientre, de no ser así ahora mismo estaría sobre él. Su loba le exigía que le diera su merecido, pero incluso su lado más salvaje tenía en un alto y muy importante lugar la vida de su pequeña, y si debía de amansarse por unos instantes hasta pasar aquel peligro reinante que él llevaba impreso y significaba, por más que le costase; lo haría.
A sus oídos llegaron más fuertes los ruidos de las pisadas de quien fuera que venía hacia ellos y sonrío. La velada estaba concluyendo y al ver que el cazador también fue consciente de esas pisadas, sus ojos de nuevo se cruzaron. Los de ella calmados y los de él rabiosos. ¿A caso pensaba que iba a avisarle de compañía? Lo más seguro que fuera uno de sus sirvientes e incluso en el caso de que entrara en su salón tenía pensado solicitar algo de comer, para así mandarlo fuera de su alcance de nuevo. Tal y como había sido criada, incluso en esos momentos no podía dejar de ser educada. Tomando con las manos la prenda que se había adueñado anteriormente Gerarld y que había dejado en sus rodillas, respiró más tranquila al verse irse. No dijo nada, apenas asintió con la cabeza a sus últimas palabras. Su mente seguía procesando aquellas palabras que le había soplado con malicia en sus mismas narices, vaticinándole lo sola que se encontraría tras un tiempo. ¿Cuándo volvería Adrik? ¿Dónde estaría? Se preguntó sintiendo su corazón estremecerse de siquiera pensar en que podría no regresar como le había prometido. Y como siempre él le prometía. — Que tengaís también una buena noche, barón. —Respondió a sus palabras y esperando que se fuera por donde había venido, restó unos minutos más en el sillón, tomando fuerzas de aquel amor que profesaba a su esposo para poder levantarse y ver que sorpresa le había dejado en la cama.
No, Adrik jamás la abandonaría. No iba a desaparecer tampoco. Y con esas palabras de esperanza y seguridad, se levantó y haciendo caso omiso al sirviente que entró en aquel momento por la puerta, la duquesa siguió su camino hasta su habitación donde enseguida solo entrar el aroma de la muerte llegó a su olfato con una fuerza inesperada. Parpadeó para contener las lágrimas al adivinar el perfume tras aquel nauseabundo aroma y con temor terminó de acercarse a la caja que le esperaba en su cama. La tomó en sus manos y conteniendo la respiración abrió la caja revelando en su interior el corazón aún palpitante pero muerto de una de sus doncellas. Apenas vio el contenido de la caja que en el ala norte, donde dormían los sirvientes y sus doncellas mayoritariamente se escucharon gritos de aviso y lamentaciones. Ya no hacía falta buscar el cuerpo, la habían encontrado. Con los ojos abnegados en lágrimas hizo lo único que pudo hacer y aprovechando que el sirviente no había entrado a su habitación, ni había sido testigo de esa caja ni su contenido, echó la caja al fuego. No obstante, antes leyó el mensaje, y aunque esas palabras jamás llegarían a hacerse realidad, el mundo de la duquesa ya empezaba a desmoronarse. Su rey caería y sería pronto. Más pronto de lo que incluso el cazador, habría siquiera podido imaginar. Las llamas convirtieron en cenizas el corazón palpitante y con aquel corazón, la duquesa sin saber por qué se derrumbó.
TERMINADO
Danna Dianceht- Licántropo/Realeza
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