AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una respuesta, al fin (Anastazja)
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Una respuesta, al fin (Anastazja)
Doce años, siete meses, y veintiséis días. En total, cuatro mil seiscientos quince días de mi vida que había pasado sin tocar mi piano, sin advertir su presencia sobre el escenario del teatro, ni sentir el frío tacto de las teclas marfileñas bajo mi fuerte repiqueteo. Juré que ni uno más.
Después de la visita al Castillo Lefevre, había decidido tomarme las cosas con calma. No tenía prisa; al fin y al cabo la eternidad me abría los brazos en una espera interminable. Pero a pesar de ello, necesitaba; ansiaba tocar ese piano. Era el único regalo que mi maestro me había dejado -aparte de mi inmortalidad, claro- y además, y ya no me molestaba decirlo, era la única parte humana que aún llamaba a mi puerta. Había llegado hasta el punto de contactar con brujos que siempre me daban evasivas, o que no tenían lo que buscaba. Siempre arreglaban el problema diciéndome "busca en tu interior", y después ponían la mano a la espera de que les pagase por su trabajo. Todo aquello tan sólo había servido para aumentar mi odio por las clases más bajas, y no podía evitar sentir un horror inmundo al preguntarme dónde estaría el dichoso instrumento que ni siquiera los humanos con poderes sobrenaturales podían decírmelo.
Cuando visité a Amelie, fue la primera vez en todo aquel tiempo que tocaba un piano. No fue el mío, pero era uno de ellos. El recuerdo de aquella noche era casi tan maravilloso como el tiempo que pasé junto a ella. Había interpretado melodías que habían permanecido intactas en mi mente durante todo aquel tiempo. Y no podía evitar que aquello me apremiase a encontrar mi instrumento. Pero tampoco podía obsesionarme. Así me lo había hecho saber mi querida Amelie, y yo estaba seguro de ello por igual. Estaba convirtiéndose en una enfermedad crónica que iba a acabar con mi propia vida.
Así pues, había decidido probar suerte por última vez con una gitana a la que había oído hablar a mis empleadas domésticas. Al parecer tenía muy buena mano con asuntos de predicción, y era justo lo que necesitaba.
Sabía que había llegado al punto de creer en cosas que jamás hubiera creído, tales como que una gitana recomendada por marujas pudiese ayudarme. Y sin embargo allí estaba, en la Corte de los Milagros, esperando encontrar a aquella gitana para que acabase con el objeto de mi depresión, ensimismamiento y sobre todo, aislamiento, que no me dejaba vivir.
Caminaba despacio, fijándome en cada espacio que me rodeaba, y en cada persona. El olor a cenizas nocturnas comenzaba a llegar a mis fosas nasales, mezclado con el efluvio de las jóvenes vírgenes que paseaban con tranquilidad por el lugar. Deseé llevarme a alguna y mostrarle mi lado más sediento y desconsiderado; la piel morena de las jóvenes y sus ojos penetrantemente negros me incitaba a robarles una noche de placer, lujuria y sobre todo, sangre. Pero quizá volvería otra vez. No necesitaba motivos para asesinar o para hacer feliz a una mujer, tan sólo volvería cuando me apeteciera. Ahora tenía que centrarme en el motivo que me había traído hasta allí.
Una vez más, visitaba las clases bajas en busca de mi antídoto. Y esperaba encontrarlo.
Miré a mi alrededor en busca de la joven. Desde luego, yo destacaba entre las vestimentas rajadas y viejas que había a mi alrededor. Mi impecable traje negro con chaleco carmesí refulgía en medio de la noche gitana. Y no la encontraba.
Había una mujer, de estatura media y cabello rojizo, cuya delgadez me hizo estremecerme, que bailaba entorno a una fogata mientras dos mujeres mayores la vitoreaban para que cantase. Un mundo bien distinto al mío, sin duda. Pensé en preguntar por el nombre que me habían dado. Pero aquella pelirroja, que parecía una visitante nórdica, no debía saber quién era la tal Anastazja.
Me acerqué a un joven de cabello oscuro y piel café para preguntarle sobre el nombre. Señaló a la joven pelirroja y me miró de arriba a abajo para después marcharme. ¿Aquella mujer era una gitana? No podía ser. Mi instinto vampírico empezaba a fallarme. O quizá, la humanidad corrompida de la que me hablaba su olor era la causa de que mi mente estuviese embotada.
Me adelanté para llamar su atención entre un corro de gente de etnia gitana.
Después de la visita al Castillo Lefevre, había decidido tomarme las cosas con calma. No tenía prisa; al fin y al cabo la eternidad me abría los brazos en una espera interminable. Pero a pesar de ello, necesitaba; ansiaba tocar ese piano. Era el único regalo que mi maestro me había dejado -aparte de mi inmortalidad, claro- y además, y ya no me molestaba decirlo, era la única parte humana que aún llamaba a mi puerta. Había llegado hasta el punto de contactar con brujos que siempre me daban evasivas, o que no tenían lo que buscaba. Siempre arreglaban el problema diciéndome "busca en tu interior", y después ponían la mano a la espera de que les pagase por su trabajo. Todo aquello tan sólo había servido para aumentar mi odio por las clases más bajas, y no podía evitar sentir un horror inmundo al preguntarme dónde estaría el dichoso instrumento que ni siquiera los humanos con poderes sobrenaturales podían decírmelo.
Cuando visité a Amelie, fue la primera vez en todo aquel tiempo que tocaba un piano. No fue el mío, pero era uno de ellos. El recuerdo de aquella noche era casi tan maravilloso como el tiempo que pasé junto a ella. Había interpretado melodías que habían permanecido intactas en mi mente durante todo aquel tiempo. Y no podía evitar que aquello me apremiase a encontrar mi instrumento. Pero tampoco podía obsesionarme. Así me lo había hecho saber mi querida Amelie, y yo estaba seguro de ello por igual. Estaba convirtiéndose en una enfermedad crónica que iba a acabar con mi propia vida.
Así pues, había decidido probar suerte por última vez con una gitana a la que había oído hablar a mis empleadas domésticas. Al parecer tenía muy buena mano con asuntos de predicción, y era justo lo que necesitaba.
Sabía que había llegado al punto de creer en cosas que jamás hubiera creído, tales como que una gitana recomendada por marujas pudiese ayudarme. Y sin embargo allí estaba, en la Corte de los Milagros, esperando encontrar a aquella gitana para que acabase con el objeto de mi depresión, ensimismamiento y sobre todo, aislamiento, que no me dejaba vivir.
Caminaba despacio, fijándome en cada espacio que me rodeaba, y en cada persona. El olor a cenizas nocturnas comenzaba a llegar a mis fosas nasales, mezclado con el efluvio de las jóvenes vírgenes que paseaban con tranquilidad por el lugar. Deseé llevarme a alguna y mostrarle mi lado más sediento y desconsiderado; la piel morena de las jóvenes y sus ojos penetrantemente negros me incitaba a robarles una noche de placer, lujuria y sobre todo, sangre. Pero quizá volvería otra vez. No necesitaba motivos para asesinar o para hacer feliz a una mujer, tan sólo volvería cuando me apeteciera. Ahora tenía que centrarme en el motivo que me había traído hasta allí.
Una vez más, visitaba las clases bajas en busca de mi antídoto. Y esperaba encontrarlo.
Miré a mi alrededor en busca de la joven. Desde luego, yo destacaba entre las vestimentas rajadas y viejas que había a mi alrededor. Mi impecable traje negro con chaleco carmesí refulgía en medio de la noche gitana. Y no la encontraba.
Había una mujer, de estatura media y cabello rojizo, cuya delgadez me hizo estremecerme, que bailaba entorno a una fogata mientras dos mujeres mayores la vitoreaban para que cantase. Un mundo bien distinto al mío, sin duda. Pensé en preguntar por el nombre que me habían dado. Pero aquella pelirroja, que parecía una visitante nórdica, no debía saber quién era la tal Anastazja.
Me acerqué a un joven de cabello oscuro y piel café para preguntarle sobre el nombre. Señaló a la joven pelirroja y me miró de arriba a abajo para después marcharme. ¿Aquella mujer era una gitana? No podía ser. Mi instinto vampírico empezaba a fallarme. O quizá, la humanidad corrompida de la que me hablaba su olor era la causa de que mi mente estuviese embotada.
Me adelanté para llamar su atención entre un corro de gente de etnia gitana.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 314
Fecha de inscripción : 25/07/2010
Re: Una respuesta, al fin (Anastazja)
El vestido azul que llevaba la pelirroja remarcaba la delgadez, y las mínimas virtudes de la joven. Bonita, delicada y ágil; así caminaba hascia la corte de los milagros. Allí tenía pasado pasar la noche. En París hacía bastante frío y ciertamente, la carreta no era muy cómoda para dormir, pues podía sentir gracias a las pequeñas ventanas, el frescor de la noche entre su piel. El olor a ceniza, a fuego. Calor, aquello de lo que Anastazja estaba deseosa. Bien, bien, pensaba.
Nada más llegar, esquivar algunas paredes...encontró una fogata, perfecta. La luz del fuego, el olor, todo era maravilloso. Unas gitanas estaban cantando una vieja canción, con ellas, su abuela. La pelirroja sonrió y se empezó a mover delicadamente alrededor de las llamas. Lejos, pero no tanto como para pasar frío pero no tan cerca como para quemarse. Las manos acompañaban a su cuerpo, que se movía de forma sensual, atrevida. Pero era victoreada. Sí, a la gente de su misma etnia eso les gustaba. Un grupo de hombres la miraba desde una esquina, algo alejada. No era la más bella, la más espectacular, la más gitana. Pero, sin duda, era diferente al resto. Y eso hacía que todos la miraran. Bailaba, cerraba los ojos y luego los abría. Además, Anastazja canta bien, dulce, bonito. La abuela la animaba, en corro con otras gitanas, a que cantara. Pero no, hoy no quería cantar ella.
Entonces, un joven se acercó a Anastazja. Lo conocía, poco en realidad. El moreno la cogió de la mano y tiró de ella. La gitana se dejó llevar. Él, descaradamente le dijo algo al oído. Había un caballero que preguntara por ella. ¿Quién podía ser? Miró hacia los lados y buscó a uno que se correspondiera con la descripción del joven gitano. Era fácil encontrarlo. La miraba fijamente y además, destacaba entre toda esa pobre gente llena de suciedad, pobreza y harapos. Era imposible no mirarlo. Anastazja se sonrojó, por un momento le recordó a aquel hombre...pero no. No podía pensar en aquello cada vez que veía a un joven de cabello moreno que no era gitano...
La curiosidad le pudo, y decidió acercarse a él. Cuando estuvo cerca, comprobó que él la estuviera mirando. Con una mano le hizo un gesto para que la siguiera. ¿Se estaba confiando? No, en absoluto. Sólo lo llevaba a un lugar más apartado, pues el ruido que hacían los gitanos y demás no era apropiado para hablar. Estaba segura de lo que aquel hombre quería. Había desechado rápidamente la idea de que la creyera una prostituta y sólo quisiera pecado. Anastazja, cuando ya estuvo cerca de él, unas columnas más allá, en un lugar más vacío, pudo sentir algo.
Era un vampiro. Sí, sin duda. ¿qué podía querer de mí?
- ¿Qué buscas aquí? - Pronunció descaradamente, mirándolo fijamente, demasiado fijamente.
Nada más llegar, esquivar algunas paredes...encontró una fogata, perfecta. La luz del fuego, el olor, todo era maravilloso. Unas gitanas estaban cantando una vieja canción, con ellas, su abuela. La pelirroja sonrió y se empezó a mover delicadamente alrededor de las llamas. Lejos, pero no tanto como para pasar frío pero no tan cerca como para quemarse. Las manos acompañaban a su cuerpo, que se movía de forma sensual, atrevida. Pero era victoreada. Sí, a la gente de su misma etnia eso les gustaba. Un grupo de hombres la miraba desde una esquina, algo alejada. No era la más bella, la más espectacular, la más gitana. Pero, sin duda, era diferente al resto. Y eso hacía que todos la miraran. Bailaba, cerraba los ojos y luego los abría. Además, Anastazja canta bien, dulce, bonito. La abuela la animaba, en corro con otras gitanas, a que cantara. Pero no, hoy no quería cantar ella.
Entonces, un joven se acercó a Anastazja. Lo conocía, poco en realidad. El moreno la cogió de la mano y tiró de ella. La gitana se dejó llevar. Él, descaradamente le dijo algo al oído. Había un caballero que preguntara por ella. ¿Quién podía ser? Miró hacia los lados y buscó a uno que se correspondiera con la descripción del joven gitano. Era fácil encontrarlo. La miraba fijamente y además, destacaba entre toda esa pobre gente llena de suciedad, pobreza y harapos. Era imposible no mirarlo. Anastazja se sonrojó, por un momento le recordó a aquel hombre...pero no. No podía pensar en aquello cada vez que veía a un joven de cabello moreno que no era gitano...
La curiosidad le pudo, y decidió acercarse a él. Cuando estuvo cerca, comprobó que él la estuviera mirando. Con una mano le hizo un gesto para que la siguiera. ¿Se estaba confiando? No, en absoluto. Sólo lo llevaba a un lugar más apartado, pues el ruido que hacían los gitanos y demás no era apropiado para hablar. Estaba segura de lo que aquel hombre quería. Había desechado rápidamente la idea de que la creyera una prostituta y sólo quisiera pecado. Anastazja, cuando ya estuvo cerca de él, unas columnas más allá, en un lugar más vacío, pudo sentir algo.
Era un vampiro. Sí, sin duda. ¿qué podía querer de mí?
- ¿Qué buscas aquí? - Pronunció descaradamente, mirándolo fijamente, demasiado fijamente.
Anastazja- Gitano
- Mensajes : 13
Fecha de inscripción : 07/09/2010
Re: Una respuesta, al fin (Anastazja)
La joven muchacha se sorprendió al verme. Cuando uno de los gitanos con los que había hablado se acercó para llamarla, ví temor en sus ojos. Jurarí que un pequeño rayo de angustia cruzó su cara para después desaparecer en la nada. Dudé de ello un instante, pero espués me olvidé del tema. La joven me hizo una señal para que me alejara de aquel lugar en que todo el mundo me miraba, y poder hablar en otro lugar. ¿Realmente era ella una gitana, tal y como el resto de personas que había en aquel lugar? Desde luego no se parecía a los demás en nada, pero mi larga experiencia con humanos me decía que cualquier cosa podía esperar de un ser como aquellos. Bien, qué mas da su aspecto, tan sólo me importan sus poderes.
Salí de la mulititud y me acerqué a aquella muchacha de rostro pálido y juvenil. ¿Podría aquella chiquilla de aspecto débil tener poderes de adivinación o clarividencia? Probaría suerte, desde luego.
Con todo el descaro del mundo, y cuando consideró que estábamos en un lugar donde pocos podían oírnos, me preguntó qué quería.
Bueno, los modales en aquel lugar no eran como en mi mundo; probablmente con unos pocos kilómetros de distancia en el mismo París había gente de una calaña bien distinta a las fiestas, lujos y formalismos a los que yo estaba acostumbrado y que formaban parte de mi día a día.
-Busco a una joven gitana. Su nombre es Anastazja -dije sin más miramientos. Podía ser muy educado, pero si me correspondían como tal, lo cual no había sido el caso-. ¿Sois vos?
Su asentimiento fue toda respuesta. Volví a mirarla de arriba a abajo, incapaz de creer que aquella joven pálida fuese una gitana.
-Necesito que me ayudéis. -No sabía cómo dirigirme a ella, ni siquiera encontraba las palabras adecuadas en las que expresarle el motor de mi búsqueda, así que utilicé mi poder persuasorio para hablarle- Necesito vuestros poderes, puedo pagar lo que deseéis, mademoiselle. Tan sólo quiero ir a algún lugar apartado del gentío en el que podamos charlar tranquilamente.
Esta vez no sería como la primera vez que fui a buscar a un brujo. Por aquel entonces, los nervios y la incertidumbre me comían por completo. Ahora no sería tan dicharachero, y mucho menos tan confiado. Intentaría no contarle mi historia al menos que fuese estrictamente necesario. Miré a los ojos claros de aquella muchacha, a la espera de una respuesta que diese comienzo a mi última cruzada.
Salí de la mulititud y me acerqué a aquella muchacha de rostro pálido y juvenil. ¿Podría aquella chiquilla de aspecto débil tener poderes de adivinación o clarividencia? Probaría suerte, desde luego.
Con todo el descaro del mundo, y cuando consideró que estábamos en un lugar donde pocos podían oírnos, me preguntó qué quería.
Bueno, los modales en aquel lugar no eran como en mi mundo; probablmente con unos pocos kilómetros de distancia en el mismo París había gente de una calaña bien distinta a las fiestas, lujos y formalismos a los que yo estaba acostumbrado y que formaban parte de mi día a día.
-Busco a una joven gitana. Su nombre es Anastazja -dije sin más miramientos. Podía ser muy educado, pero si me correspondían como tal, lo cual no había sido el caso-. ¿Sois vos?
Su asentimiento fue toda respuesta. Volví a mirarla de arriba a abajo, incapaz de creer que aquella joven pálida fuese una gitana.
-Necesito que me ayudéis. -No sabía cómo dirigirme a ella, ni siquiera encontraba las palabras adecuadas en las que expresarle el motor de mi búsqueda, así que utilicé mi poder persuasorio para hablarle- Necesito vuestros poderes, puedo pagar lo que deseéis, mademoiselle. Tan sólo quiero ir a algún lugar apartado del gentío en el que podamos charlar tranquilamente.
Esta vez no sería como la primera vez que fui a buscar a un brujo. Por aquel entonces, los nervios y la incertidumbre me comían por completo. Ahora no sería tan dicharachero, y mucho menos tan confiado. Intentaría no contarle mi historia al menos que fuese estrictamente necesario. Miré a los ojos claros de aquella muchacha, a la espera de una respuesta que diese comienzo a mi última cruzada.
Dimitri Lumière- Vampiro Clase Alta
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