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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Loreena Mckennitt Sáb Ene 31, 2015 11:43 pm

“Cuando los últimos colores del día
Descienden ardiendo allá lejos,
Sobre aquella ruina, frío y perplejo,
El grillo salta de piedra en piedra;
Dispersándose sobre el oscurecido verdor,
Ejércitos de hadas se acercan, perfectos,
Batiendo sus alas como insectos,
Y ejecutan una danza extraña alrededor:
Mientras el gran oro de la pálida luna
Tiñe de blanco la diminuta tertulia.”

—Walter de la Mare.




Loreena era muy rara, quizás demasiado, pero no le importaba, ella era feliz a su manera, sin prestarle demasiada atención a las cosas superficiales de la época. Tenía más bien aspecto de druidesa, aunque éste grupo ya se había extinguido hace siglos, según algunos. Lo cierto es que, la muchacha llevaba arraigadas las viejas costumbres irlandesas, a las que se incluía, como era de esperarse, arduos entrenamientos y prácticas de magia elemental. En la vieja Irlanda aún se creía en seres que habitaban los confines de la naturaleza, que compartían el vuelo con las aves y con diminutos insectos. Que hacían sus casas en los troncos de los árboles o que habitaban oscuras cavernas. Usaban a los sapos como corceles o cruzaban el alto cielo entre las plumas de las golondrinas. La otra gente, así le llamaban. Loreena no era ajena a estas historias, ni siquiera a aquellas que aunque magnificas eran, estaban llenas de oscuridad. Pues también se adoraba a la muerte en forma de cuervo y se le apodaba “Morrigan”. Aquella mujer terrible que entre los nigromantes galos era la mejor. Los Mckennitt eran sus descendientes. Así pues, Loreena también poseía el donde oscuro de la nigromancia el cual le sirvió para hacerse con la amistad de la otra gente de la que tanto hablaban los irlandeses en sus fábulas.

Era una tarde de otoño, la estación favorita de la hechicera, avanzaba con pasos decididos a través de la espesa arboleda. De vez en cuando se detenía para recoger alguna hoja seca, pues era parte de sus pasatiempos, hasta tenía un libro lleno de hojas secas de distintos colores y tamaños. Aquella vez Vladmiri no la acompañaba, él debía quedarse a resolver algunos asuntos de su posición dentro de la orden herética familiar y Loreena, estando aburrida y sin nada aparente que hacer, fue en busca de problemas. Otra vez. Había salido de casa apenas el sol se asomó en las primeras horas de la mañana, pues así podía aprovechar el tiempo, pues el destino pensado para ese día quedaba a varias horas de distancia, aún yendo por los atajos que la joven se conocía.

¿A quién más sino a Loreena se le ocurriría llevar a una joven invidente como Monicke a aquella extraña propiedad en las zonas abandonadas de la ciudad? La Casa de la Noche era uno de los lugares predilectos de la irlandesa. A veces pasaba largas horas ahí en compañía de su primo Vladmiri, invocando a criaturas de la naturaleza. La primera vez que visitó aquel sitio estaba de entrenamientos con unos magos que eran sus maestres dentro de Agartha, terminó nuevamente en líos de los cuales salió airosa, como siempre. A Monicke la había conocido un día cualquiera cuando la cambiante estaba a punto de robarle el dinero que cargaba encima. Siendo Loreena tan astuta y evidentemente maliciosa, dio con la chica y también supo que era un gitano quien le enseñaba esas mañas. Desde aquella vez, la bruja decidió vigilar al ogro de Rylan muy de cerca y de cuidar a Monicke porque, le había agradado. Eso se lo debía a sus facultades empáticas, pues, en muchas ocasiones lograba hacer amistades gracias a esta habilidad peculiar con la que había nacido. Guiaba los pasos de la muchacha para que no fuera a tropezar con algo, incluso había llevado alimentos y hasta ropa cómoda para poder hacer aquella poco común expedición. Loreena le describía cada detalle del lugar e incluso hasta imitaba el sonido de las cosas vivas que le rodeaban. También, como era de esperarse, le contaba acerca de las leyendas de su tierra natal y que el lugar que visitarían estaba lleno de los seres de los que tanto se creía en la vieja Irlanda.

—Muy bien mis valientes, hemos llegado a nuestro destino —dijo con bastantes ánimos la hechicera al estar frente a su destino—. Disculpen ustedes, la casa no se ha limpiado en años y así se ve más bonita, obviamente. Mejor dejo de hablar tonteras y aprovechamos al buen tiempo, te va a gustar este lugar, Monicke, las energías que lo rodean son muy amenas. Al menos estos seres poseen telepatía y podrán mostrarse ante ti a través de la mente, ¿verdad que es genial? Te hace falta divertirte de vez en cuando en vez de estar con ese cavernícola de las cuevas de Altamira que se hace llamar Rylan… Rylan, nombre ridículo.

La pelirroja tomó firmemente de la mano a Monicke y la llevó consigo al interior de La Casa de la Noche, luego de haber atravesado satisfactoriamente la cascada, pues ya se conocía el truco de entrada sin siquiera mojarse un cabello. El interior estaba iluminado como si alguien aún habitara en aquel lugar. Y es que los espectros que ahí habitaban mantenían el sitio prácticamente vivo y lleno de extrañas energías que para los ignorantes sólo se tratarían de meras supersticiones.


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Mensaje por Victoria M. Austerlitz Lun Feb 09, 2015 1:01 am

"Siento miedo,
Intento derribar el muro,
pero mis puños son de espuma y no puedo.
Creo que en verdad no quiero."

Un juez firma una orden de desahucio. Pero ni hay una orden, ni hay un juez. O quizás sí, a la orden se le llama inquisición, y a la vida, juez. Por ley desorden, que es lo mismo que ordenar en el sitio equivocado, como la vida misma de Monicke. Un desahucio conlleva una mudanza, en la que no importa tanto si se cambia de casa cuando el mueble sigue siendo uno mismo. Un mueble decora una habitación, pero ella se sentía un estorbo, y es que una habitación podría ser una casa y también una cárcel. Entonces hablamos de que un mueble decora una cárcel o de que hay casas que son cárceles. O carpas, como en el caso de la cambiante.

Pero independiente de todo, Monicke era una identidad que se había tornado sólo un trazo de líneas cruzado sin aparente sentido. Era como una veleta llevada por el viento y como un animal al que enseñan a robar para poder alimentarlo a él y a su dueño ¿Era Rylan entonces su dueño? Quizás, él era quien le había enseñado a usar su forma de lechuza para olfatear el característico aroma del papel moneda, para poder alzar las alas y tomarlos con el pico justo antes de emprender mayor vuelo. Y era con ello que ambos comían, y era lo mínimo que ella podía hacer cuando él la había ayudado en la playa y le daba posada a pesar de parecer un ser huraño.

Robar. Eso hacía, porque a las cosas se les debe llamar por su nombre. Como a la ceguera y como a la suerte que hizo que una de las víctimas de robo la encontrara y no recriminara. Era extraño, Loreena era la única que la había hecho reír desde que arribara a París, puesto que con Rylan prácticamente ni hablaba y en el encuentro con Deméter tuvo más deseos de llorar que de reír. La bondad es esa mujer era evidente, aunque le llamara ogro al gitano y causara la gracia de Monicke a pesar que sabía que en el fondo él era bueno ¿Por qué no había pedido su dinero de regreso o se comportó como la mayoría? Era obvio que a ella la cabeza no le funcionaba igual que a todos y esa era precisamente la diferencia que necesitaba la alemana.

La hechicera era sus ojos, alguien que le describía los lugares por los que avanzaban y le permitía dibujarlos en su mente con cada descripción. Compartía con ella alimentos distintos e incluso hasta sentía las ropas más cómodas cuando era ella la que la asistía. Le debía demasiado, y es que a Monicke no se le quitaba la costumbre de pensar que todo debía pagarse y que nada, absolutamente nada en la vida, era gratis.

—¿A dónde vamos? — le preguntó con esa voz suave suya, como si temiera ser demasiado oída. No obstante no se negaba a ella y caminaba dejándose guiar. Muchas historias fueron contadas en el camino y en ella se mencionaban seres que Monicke no sentiría, porque nisiquiera podía ver como antes las auras. Eso había sido una de las tantas cosas perdidas en esa noche sucedida hace exactamente treinta y cinco días.

Al llegar a destino, Loreena lo anunció como si todo un equipo fuera tras ella, en vez de haber sido sólo Monicke
—¿Planeas volverme loca, verdad? — cuestionó con gracia la cambiante por el sólo hecho de imaginar a seres mostrándose a ella telepáticamente —Rylan es bueno, de un modo extraño, pero lo es— respondió defendiendo lo que a ojos terceros parecía indefendible, pero quizás ella era tan terca que creía que alguna vez, alguien, podría sacar algo mejor de él con respecto a sus emociones. Por lo demás, quizás la cambiante no debería quejarse, le debía más que a todos los demás, y eso era mucho decir.

Ingresó a la casa pensando que era la segunda vez que alguien le hablaba de las energías e incluso empezaba a creerlo, más allá de conocer bien el misticismo propio de hechiceros y gitanos que pueden ver el futuro en cartas y un par de cosas más en las que parecen entrenarse. Todo era extraño, Monicke se sentía animada como un niño rodeado de piruletas de colores que llevarse a la boca, pero sola como el que no encuentra a su par. Y era normal, así se sentía desde esa mañana donde le comunicaron su muerte. Feliz y triste, detrás de las medias sonrisas en cualquier compañía.


Última edición por Monicke Austerlitz el Vie Mar 13, 2015 2:11 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Loreena Mckennitt Sáb Feb 28, 2015 1:09 am

Pero el brillante rocío
cae suave sobre los oídos,
haciendo su delicado lecho de juncos,
entonces escucha, despierto.

—Katharine Tynan.




Podía decirse que Loreena estaba algo mal de la cabeza o quizás era excesivamente inquieta y curiosa. Sus habilidades mágicas también eran un impulso necesario para que la chica se sintiera libre de poder explorar el mundo que le rodeaba a diestra y siniestra, sin tener que relacionarse demasiado con las personas. Entre todo lo que descubría que podía hacer con su peculiar condición, se le añadía una que no disfrutaba tan a menudo y que le trajo muchos problemas en un principio. Sin duda alguna, la empatía era un arma de doble filo para ella. Si bien ésta le permitía ser un excelente medio de defensa personal, también implicaba una carga enorme siendo una hechicera tan joven e inexperta. Hacía más de cinco generaciones que no habían empáticos entre los Mckennitt y ahora que Loreena poseía semejante don, debía explotarlo al máximo y un catalizador para ello era sin duda la atmokinesis y el uso de la magia elemental, ambas le ayudaban a canalizar las energías de las emociones que le rodeaban.

Loreena no siempre se quejaba de esto, en muchas ocasiones logró descubrir a personas que sólo querían dañarla y en los mejores casos, conoció a seres tan especiales como Monicke, y aunque lo negara o se empeñara en molestarlo a diario, podía decirse que se sentía cómoda con Rylan e incluso el grupo de extraños fantasmas que le seguían lo estaban. Ese día se le había ocurrido la “brillante” idea –según ella– de llevar a Monicke a uno de sus lugares favoritos. Ya le tenía demasiada confianza como para que la cambiante formara parte de sus extrañas aventuras, en las que solía asistir, como de costumbre, su primo Vladmiri, quien se había ofrecido en su momento, ayudar a Monicke a recuperar sus habilidades como cambiaformas. Loreena y él estaban dispuestos a apoyarla, pues el hecho de que fuera invidente no la hacía una inútil, al contrario, no necesitaba de esos ojos físicos para poder ver. La hechicera se lo repetía constantemente y esa vez aprovecharía el inusual paseo a La Casa de la Noche para demostrárselo.

—Este lugar se llama La Casa de la Noche, es una propiedad abandonada por seres terrenales, pero habitan criaturas del plano espiritual. La descubrí mientras andaba de curiosa, ya sabes, como cosa rara en mí —añadió Loreena mientras guiaba a la muchacha y sus ojos pícaros se movían de un lado a otro, siguiendo a los pequeños halos de luz que iban en todas las direcciones posibles—. Ahm, la locura siempre sienta bien, descubres cosas grandiosas como éstas… Además, ¿de qué sirve vivir de apariencias cuando puedes tener la libertad de ser tú misma? Arriba esos ánimos, Monicke. Y no, Rylan es un tarugo que se ha quedado en las civilizaciones arcaicas. Fin.

La joven bruja siempre se las ingeniaba para replicarle a otros cuando le objetaban algo de lo cual ella se aferraba inútilmente, sabiendo que en el fondo estaba equivocada. Pero la simple idea de llevar siempre la contraria era algo realmente divertido. Loreena había logrado en poco tiempo hacer sentir cómoda a Monicke y realmente eso era lo que quería, su abuelo siempre le inculcó que si en ella estaba poder ayudar a otros, que lo hiciera. Pues eso traería recompensas en un futuro, la gente noble siempre era bien vista ante los ojos de los dioses. Aunque las cosas no salían tan bien todo el tiempo.

Sus orbes observaron a los pequeños puntos de luz que se encontraban flotando en la primera cámara de la estancia, estaba de más decir, que gracias a sus habilidades, podía verlos, pues éstos no se mostraban ante cualquiera y si otra persona estaría ahí, incluso otro hechicero, las criaturas no serían jamás vistas. Pero en el caso de Monicke iba a ser completamente distinto, la mente de Loreena se conectaba directamente con estas entidades y la hechicera humildemente, y para extrañeza de algunos, con mucha educación y honradez, les pedía que la ayudaran con la cambiante, explicándoles la situación. Monicke ignoraría todo esto, pues la telepatía común era parte de los seres elementales y no siempre hacían presencia de forma física, sin embargo, al saber que la acompañante de Loreena no representaba amenaza alguna, se acercaron a ella, susurrándole palabras en un idioma tan antiguo que a la misma bruja le costaba comprender, pero sabía que sólo se comunicaban entre ellos y tal vez se trataba de una forma para avivar los sentidos de Monicke. La irlandesa le debía mucho a esos seres, pues gracias a ellos, pudo comprender más de su naturaleza como hechicera y animarla para aceptar su condición de empática.

—No te asustes, Monicke, sólo buscan de reconocer tu aura. Deja tu mente libre para ellos para que puedas reconocerlos en tu mente, tratarán de abrir tu tercer ojo. Ahorita quieren que reconozcas sus voces, aunque no comprendas su idioma, yo tampoco lo entiendo. Pero da igual, no temas… Todos aquí estamos para ayudarte —alentó Loreena estrechando fuerte la mano de la cambiante, transmitiéndole seguridad a través de la misma empatía.


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Mensaje por Victoria M. Austerlitz Dom Mar 15, 2015 6:43 pm

“Prefiero ser muerte a ser un trozo de vida artificial.
Por eso estoy aquí”

—Me haces pensar que es uno de esos lugares con los que te asustan de niña. Quizás no a ustedes, supongo, pero los amigos de mi infancia solían hacer retos para entrar en casas a las que llamamos embrujadas— Acotó Monicke con gracia, porque seguramente Loreena había crecido acostumbrada a los espíritus y sabía bien qué podía hacer para usarlos en su beneficio. Se decía que los había buenos y malos, tal como cada ser que habitaba sobre la tierra. Pero era natural que en su parte humana temiera a lo desconocido, aunque ya no vería nada y eso, en teoría, reduciría las posibilidades del miedo a “ver algo”.

Loreena era de esas que son capaces de hacer perder los nervios, en todo el sentido de la palabra. Rylan los perdía de un modo. Monicke, de otro. Pero también ella era de esas chicas con las que nunca ganas. Sin embargo, la cambiante sentía alivio a su lado, como si cada paso fuera una verdad que se dibuja sobre la mesilla de noche y se recorre por los dedos a la mañana y a la noche. Con ella aún le dolía todo el cuerpo, pero creía que ya no le iba a doler.

La idea de la casa era algo así como la primavera, pero una que se convertía en una zorra vestida de flores sin bragas, conocedora de esa temporada todavía guardada y conservando un viento aliado que le recordaría sus virtudes, sus miedos, sus anhelos. El asunto de los espíritus sonaba a que le iban a desnudar el alma.


—Tú sabes que no soy libre, aunque no es culpa de Rylan. Quizás es un poco duro, pero tengo la manía de pensar que detrás de él hay algo bueno. Aunque apenas adivino, porque jamás sé si sonríe o frunce todo el tiempo el ceño— dijo condenando al resto del mundo a pasar a desapercibido, porque ella era un cofre cerrado en el que pocos encontraban la llave para que hablara de lo que realmente era. Hablaba con calma, como quien aprende a vivir deprimido, pero más que eso, debía aprender a morir con eso, porque no era de las que sonríen sin reserva en cualquier carretera. En su vida, la arena del desierto le había quemado hasta los pies.

Sin embargo hubo un momento donde realmente se estremeció y sus pasos retrocedieron torpes y lentos. Sentía susurros al oído, cosas que no entendía y que, dada su educación para temer a ese tipo de situaciones, lograron que no supiera que hacer y se sintiera perdida. Pero Loreena habló pronto, con una calma tal, que daba a entender que en el aire no rondaba el mal, sino que era necesario despejar la mente para poder disfrutar la paz. Monicke confundía a los fantasmas con los muertos, como si los primeros no asesinasen y los últimos no se resignasen con exclusividad al deseo de descansar en paz. Pero ¿Qué sabía ella de espíritus? La guía de esa noche sería la hechicera, y Monicke tenía razones para confiar en ella.

Tercer ojo. Sonaba a ironía e incluso dolía. La alemana poco sabía de esas teorías y al igual que su idea sobre los espíritus, erraba. No obstante se quedó quieta, bajó los brazos y dejó las manos libres, intentando no empuñarlas sino relajarlas, como si estuviera en una especie de terapia.
—Tengo miedo de lo que no conozco, porque ni siquiera puedo ver las auras, ni sentir como debiera ser nada. Sólo sé que confío en ti, y que aunque no sé a ciencia cierta para qué me has traido, tengo la certeza que me servirá. Estoy en tus manos— confesó en un susurro justo en el momento en que la hechicera le tocó la mano.

Empezó a creer porque echaba de menos a gente que se gana las cosas a pulso, como ella. Personas que saben armar conversaciones en medio de desastres y las graban en blanco, por si un día no quería sentirse sola. Nunca le había pronunciado un “Me gusta estar sola” como decía tantas veces, porque a ella no le mentiría. Ella sabía que a nadie le gusta estar solo y que la soledad es una imposición para esos que no tienen cómo elegir. Loreena le decía a su modo que no podía confundir la soledad con hacer cosas sin que nos miren. De nuevo se volvía sus ojos físicos con describirle. Y los ojos de su alma con sólo hablarle.

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Mensaje por Loreena Mckennitt Lun Abr 06, 2015 10:56 pm

“Dancing in the moonlight
Singing in the rain
Oh, it's good to be back home again
Laughing in the sunlight
Running down the lane
Oh, it's good to be back home again...”

—The Blackmore’s Night – Home Again.




Si algo tenía la nieta de Hans Mckennitt, era una seguridad tan sólida que era difícil hacerla cambiar de opinión. Cuando Loreena se empeñaba en hacer algo, no descansaba hasta haberlo cumplido. Siempre se proponía a hacer las cosas con bastante ánimo, negándose a cambiar de opinión y a fingir demencia cuando realmente le convenía. A pesar de ser excesivamente desconfiada, cuando le tomaba estima a alguien, le juraba una lealtad inquebrantable. Y justo eso era lo que ocurría con Monicke, la irlandesa se empeñaba en cuidarla porque así mismo se lo había propuesto y porque sin darse cuenta si misma empatía la había llevado a tomarse su labor muy en serio.

Con pocas personas había compartido algo tan importante como “sus lugares favoritos”. En donde solía ir junto con su primo para hacer de las suyas o cuando se sentía demasiado sola y sus amigos elementales le subían el ánimo. Loreena pensaba que quizás ellos le ayudarían con Monicke y por eso se le ocurrió la idea de llevarla a un lugar tan insólito como La Casa de la Noche. A la bruja le sentaba bien estar ahí, las energías que viajaban de un lado eran sumamente agradables y daba la impresión a simple vista que vestía de colores todo el interior del recinto. Pero la pelirroja estaba consciente de que aquellas armonías no eran vistas por el ojo físico sino por el llamado tercer ojo, que era aquel con el que se podían observar las auras. Recordaba que durante su infancia, el espíritu de su primo Quinn le decía que aún con los orbes cerrados podía ser capaz de ver las auras de los demás seres vivos e incluso el de las criaturas del plano astral. Pero esto requería de mucha paciencia y confianza en sí misma. Y justo eso era lo que le faltaba a la cambiante que ahora la acompañaba. Confianza.

Si bien Loreena era un desastre con sus propias emociones, con las ajenas pasaba todo lo contrario y ese vínculo que había desarrollado con Monicke le ayudaría a que aquella tuviera más fe en que era capaz de hacer muchas cosas a pesar de que no poseía una visión física. La hechicera se valió de la empatía para transmitirle paz a su acompañante y empezaba a lograrlo.

—Oye, de niña nunca fui a casas embrujadas ni nada de esas cosas. Mi tía Amalur era demasiado estirada para permitir semejante deshonor en su familia —se burló Loreena imitando los gestos de su tía cuando hablaba del deshonor y esas cosas—. Me la pasaba en las laderas y en los bosquecillos buscando problemas. Mi tía decía que yo en vez de niña era una cabra montés y creo que tenía razón. A veces era divertido rodar por las colinas, aunque si comías primero, corrías el riesgo de que botaras todo el almuerzo en alguna parte. —Hizo una mueca al mencionar lo último—. Rylan es un cavernícola, nació con el ceño fruncido como todos los cavernícolas. Sí señor.

Loreena guió a Monicke hasta un mueble viejo que estaba ubicado en alguno de los rincones de la estancia. Observó detenidamente a cada uno de aquellos seres que las acompañaban en el lugar y entonces sonrió. Para la bruja era sin duda un buen recibimiento por parte de los elementales que se refugiaban en La Casa de la Noche. Estaban dispuestos a colaborar con ella en ese momento y Loreena realmente quería que Monicke se sintiera a gusto. Las pequeñas esferas de luz flotaban cerca de la irlandesa, como si esperaran alguna indicación.

—Siempre tenemos miedo a lo desconocido, así sea un poco. Pero, si no nos arriesgamos un poco jamás sabremos que habrá al otro lado del camino y quizás lo que esté ahí sea bueno y si es malo… Mi abuelo dice que toda cosa buena o mala que nos ocurra siempre es para nuestro crecimiento personal. Y estoy completamente segura de que así es. Yo no siempre la paso bien, pero sabes, Monicke. He crecido como persona y me siento satisfecha con lo que soy. He conocido gente rarísima y encantadora. Eso me hace feliz —confesó sintiéndose en parsimonia con las energías que la rodeaban viendo como éstas tomaban formas rarísimas—. Desde hoy podrás ver las auras si porque sí, te ayudaremos a eso. Sólo confía más en ti y verás como todo marcha bien. Las cosas feas hay que dejarlas a un lado y disfrutar sólo de aquellas que nos hagan bien.

Antes de continuar con su discurso y teniendo todo planeado, la joven Mckennitt buscó entre los escombros un violín que había dejado ahí en una de sus visitas. Su abuela Ane le enseñó a tocar aquel instrumento al buen estilo irlandés y durante las celebraciones típicas de su país, Loreena no perdía oportunidad para disfrutar del sonido de aquel poderoso instrumento. Pero no sólo ella, al parecer a aquellos seres espectrales también les encantaba el sonido y la energía que las armonías de un violín eran capaces de transmitir.

—Bien… Es la hora de soñar despiertos y dejar que nuestra mente viaje por sí sola por lugares a los que sólo los creyentes de corazón son capaces de ir. Deja que tus miedos se vayan, Monicke. Olvida la maldad del mundo y permite que tu imaginación y deseos sean los que te guíen esta vez —finalizó la hechicera para dar comienzo a una poderosa melodía, mientras comenzaba a danzar junto con los espíritus que le rondaban. Sólo era cuestión de tiempo para que la cambiante, aún siendo invidente, lograse ver aquellas auras. Loreena estaba empleando uno de sus mejores hechizos, uno de los más antiguos, practicado hace siglos por sus antecesores celtas.



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Mensaje por Victoria M. Austerlitz Mar Abr 14, 2015 9:45 pm

Las espinas me delatan, me duelen aún en todo el cuerpo

Tragedias en sílabas cambiadas por sonidos de bosque. Fauces de depredador por dientes de león para expandir al aire en un soplo. Sin deseos, como cuando se sopla una vela para evitar que queme. Incapaz de dejar marcas de letras y figuras en los árboles por entregarse a alguien que sabe llevar y traer espíritus como si fuesen lápices de colores que son capaces de marcar vidas. Vaya tarde, vaya vida de huellas que le tocaba a Monicke con cada uno de los que se cruzaba en París y dejaban marcas imborrables en ella.

— ¿De verdad? Siempre creí que los brujos entraban a esas casas como típico juego de niños, como si fuese un parque de diversiones para cualquiera de los otros— mencionó Monicke entre risitas, producto de las imitaciones y comparaciones que hacía Loreena con respecto a sí misma y a la tía que parecía no querer mucho. —Ella creía que eras de una manera, pero yo creo que eres buena, tienes un corazón tan enorme que perdonaste que te robara y ahora me ayudas. Pero a Rylan le pasa igual, sólo él fue capaz de recoger a alguien que parecía muerto en medio de la playa— aquello no lo sabía Loreena, pero si los espíritus iban a revelar verdades esa tarde, no tendría mucho sentido ocultar nada. —Quizás te pareces un poco a él— agregó la cambiante con picardía, tan sólo para escuchar a la hechicera quejarse y exagerar acerca de lo que creía del gitano. Aunque se alcanzaba a percibir la intención de Monicke por defenderlo.

Monicke tenía dos vestidos llevados por Rylan, uno muy grande, y otro muy pequeño. Pero se amarraba el grande con cintas y no se abrochaba del todo el pequeño. Pero al final era lo mismo, sentir que no pertenecía a esas telas, ni a la carpa, ni al país, ni a él. También era lo mismo en una casa en la que no sabía cómo comportarse, sintiéndose observada con la mayor injusticia metafísica que pudiera sentir jamás ¿Qué debía decir entonces? ¿Qué tenía que hacer? Debía superar sus miedos, pero eso nunca ocurriría si no era capaz de sentirse medianamente cómoda y un poco parte de todo.

—Crecer duele, eso lo sabía. Lo que no creí es que ese impulso también fuera capaz de destruir— susurró con incredulidad, pensando que las auras se habían marchado para ella al mismo tiempo que sus ojos. Habían quemado uno de sus dones naturales y al igual que su pureza o su visión, lo creía perdido por completo, era para ella algo irrecuperable. No obstante quería creer, se esforzaba aunque no pareciera y por ello es que intentaba lucir tranquila, con la mente abierta para Loreena pese a los escombros que había en ella. La casa en ruinas no era donde estaban, era la mente de la cambiante, donde cada cerrojo estaba lleno de óxido y los pomos de sus puertas se deshacían en cada toque.

Un largo suspiro salió de sus labios como prueba de sus pensamientos colapsando
—Lo siento, es difícil para mí creer en muchas cosas. Sólo dime qué debo hacer, no tengo nada que perder y confío en ti. Ignora cuando mi mente se niega y mis labios lo manifiestan como un acuerdo. Es sólo que me siento perdida, observada sin poder saber de nadie distinto de ti— confesó, porque sentía que hacía la maleta con ojos cerrados, como en un sueño donde aún veía pero se obligaba a no hacerlo. Nadie decía la hora en aquél sueño, pero todos sabían que era tarde. Aunque en el sueño, ella tampoco sabía quiénes eran esos todos.

Tanteando buscó alguna pared para recostarse, para apoyar el peso de sus temores allí mientras Loreena tocaba con una paz indescriptible. Era hábil con el violín, se notaba a pesar que Monicke no era músico ni nada parecido. Jamás lo había sido y ahora menos lo sería. Pero eso no quitaba que disfrutara de cada nota al viento, recordando que a pesar de la ausencia de la vista aún tenía un valioso sentido. Su oído podía salvarle la vida, era una bendición que valorar, que mantener, que disfrutar.

No preguntó nada, no era el momento dado que la calma aparecía y aunque no sabía el porqué de su estadía allí, se limitó a calmarse, a buscar que su mente viajara no se sabe a dónde como decía Loreena. Aunque su mente no estaba en paz, en ese momento y con el sonido del violín, su mente se trasladó al prado en donde por última vez vio a su anciano padre, a su madre más conservada por su naturaleza y a sus hermanos. Las lágrimas le rodaron por las mejillas en silencio. Nada de eso sería fácil de superar.
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The stars are out and magic is here... [Monicke] Empty Re: The stars are out and magic is here... [Monicke]

Mensaje por Loreena Mckennitt Dom Jun 28, 2015 12:07 am

“I hear the voices all whispering,
And mingling in the dark.
The dew of morning bright and glistening.
In the sweet song of the Lark.”

—Woodland – Blood of the Moon.




Uno de los secretos mejores guardados de Loreena era su habilidad para tocar el violín, más que un simple arte, se volvía un método para crear magia sin esforzarse demasiado. En su tierra se acostumbraba a danzar y a cantar durante determinadas fechas del año para honrar a los ancestros y comunicarse con las criaturas del “Otro Lado” o “La Otra Gente”, que no eran más que los seres elementales, los cuales, Loreena veía desde muy niña y éstos se acercaban a ella sin ningún problema.

Aquellas criaturas eran diferentes a las personas que rodeaban a la hechicera, creía que podía confiar plenamente en esos seres, aunque no fueran humanos, tenían una energía tranquilizante que era capaz de llenar de paz a cualquiera. Algunas veces eran muy traviesos y sólo buscaban jugar como niños, porque si algo los caracterizaba, es que solían ser como críos. Si alguien les agradaba se acercaban a esta persona, sino, simplemente se alejaban perdiéndose en la inmensidad de los bosques. Pero esta vez, parecían acostumbrarse a la presencia de la nueva conocida de Loreena, cosa que evidentemente quería la bruja y lo estaba logrando.

Los sonidos que arrancaba de las cuerdas de aquel viejo violín eran veloces y rítmicos, suficiente para avivar las energías espirituales del lugar. La pelirroja se movía de un lado a otro, ignorando por un momento las palabras antes dichas por Monicke, sólo estaba concentrada en su hechizo musical. Danzaba con una amplia sonrisa mientras alrededor suyo flotaban pequeños focos de luz, aumentando más la energía de aquella casa abandonada. Cuando la primera tonada de la noche culminó, Loreena dejó a un lado el violín notando como su esfuerzo empezaba a arrojar los resultados deseados. Aunque Monicke no fuera capaz de ver a dichas esencias, el poder que emanaban, tarde o temprano  ella lo sentiría.

—No, no, no… Compara pero no ofendas. Yo no soy como ese cavernícola, criatura prehistórica, ogro de las cavernas, etcétera —refutó, pues no se le había olvidado que la cambiante la comparó con Rylan—. Nunca es tarde para volver a ser como niños, porque nuestra esencia, lo que realmente somos, nunca envejece. Como estos espíritus, que pueden vivir miles de años y siguen siendo los mismos sin importar cuánto cambien las sociedades allá afuera… —Respiró hondo, sintiéndose en armonía con toda la energía del lugar—. No tienes porque disculparte, Monicke, aunque no lo creas, puedo entenderte. No ha sido fácil para ti por todo lo que ha pasado y no lo sería para ninguna persona en el mundo. Pero estoy dispuesta a ayudar, de la mejor manera que sé. Lo haré con la magia, porque las palabras se me dan muy mal y lo sabes bien. Relájate y deja que tu mente se guíe por sí sola, debes dejar al lado aquello que te atormenta y pensar en las cosas que verdaderamente te llenan de gozo y nostalgia, cuando eso ocurra te encontrarás cara a cara con las verdaderas formas de la naturaleza y del mundo espiritual.

Se quedó observando a la cambiante por un momento y recordó cuando en un inicio a ella también le costaba relacionarse con el mundo. Después de la muerte de la abuela Ane muchas cosas cambiaron y la constante presión de su tía para que dejara a un lado la magia y fuera una chica corriente sólo empeoró las cosas. No fue fácil en su momento lidiar con todo eso, en realidad, le produjo estrés, al punto que era incapaz de controlar sus poderes. Sin embargo, siempre encontró una solución a todo ese mal, gracias tanto a Vladmiri como a su abuelo, ahora podía decirse que era una persona más segura de sí misma.

—En fin —mencionó por fin cuando logró acomodar sus pensamientos—. Sabes, hay una canción que descubrí en un viejo libro, creo que era un hechizo o algo así, lo cierto es que pasaban cosas geniales cuando la cantaba… No te preocupes si empiezas a imaginar formas raras y brillantes. —Observó a los pequeños entes de luz que se quedaron flotantes en el espacio, como si estuvieran atentos a los movimientos de la bruja, quien empezó a mover los dedos índices como lo haría un director de orquesta, tomándose unos segundos antes de dejar soltar las primeras palabras:—


Find the rhythm in the wind
through the wavering trees.

Wash your sorrows
in the river of memories

So put the wood on the pile
let the flames grow tall,
gather round and make your sound.

Oh kindle the fire,
and sound the call
to dance in the midnight round.


Se puso de pie sólo para ir en busca de su violín, del que arrancó notas pausadas para acompañar la canción que entonaba con tanta emoción. Era como si estuviera en un extraño y fantástico trance causado por la presencia de las criaturas elementales que se refugiaban en aquella vieja residencia. Parecían atraídos por la melodía de la hechicera.


Sojourn
through the valley of the night.

Gather
by the standing stones tonight
through the wood and the fields
with a gift to bring...

Onward
through the twilight and the dawn
onward,
through the barley and the corn.

In the meadows.
the melody of life still sings
all around to the sound
of the midnight ring.



Dance in the woods, under the mystical moon
Feel the embrace of the mother earth...


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The stars are out and magic is here... [Monicke] Empty Re: The stars are out and magic is here... [Monicke]

Mensaje por Victoria M. Austerlitz Dom Jul 19, 2015 1:49 pm

"Ojalá nadie vuelva a subirme al cielo
si luego piensa soltarme."

La música hacía lo suyo, mecer un cuerpo más muerto que vivo, pero también más atormentado que adormecido. Su postura seguía intacta, pero sentía evaporarse en cada recuerdo y en cada lágrima que fluía, como si los gritos que anunciaban la muerte se reprodujeran una y otra vez en su mente, para siempre. El duelo no se iría tan pronto, y menos en alguien con esa maldición a la que llamaban don y que consistía en recordarlo todo con absoluto detalle.

—Lo bueno es sólo eso, bueno— musitó Monicke, como si quisiera defender al gitano pero sin hablar mucho, sin extender un juicio al que nadie creería. Era como intentar limpiar una gruesa capa de polvo formada durante meses rozándole apenas los dedos; nada cambiaba, sólo quedaban marcas disparejas que daban más razones para juzgar. No obstante, las palabras de Loreena para ella, sí se iban calando en su mente hasta empezar a entender menos que siempre ¿Cómo podían ser los espíritus los mismos durante el paso de los años? Ese plano era inentendible para la cambiante, del mismo modo que lo era la maldad en aquellos que juraban obedecer a Dios ¿No era todo eso como caminar descalza sobre campos de concentración? Era peligroso, aunque Loreena los envolviera a todos con la magia de la musicalidad y el dominio heredados y aprendidos.

Y ahí sabía que no le quedaba otra opción más que creerle. Su espalda recostada en la pared se dejó escurrir, mientras doblaba las piernas y se sentaba, con las piernas recogidas y el rostro bajo, como si pretendiera ocultarse de todos aunque no viera a nadie. Respiraba resignación en medio de su ignorancia, se abrazaba a sí misma en medio del temor de lo desconocido.

El gozo y la nostalgia en ella no podían ser mezcladas, y la naturaleza era un prado frío donde había aparecido a saludar la muerte. Los recuerdos se oponían a la música, ella no estaba en paz, ni con hielo, ni con fuego. Pese a todo se abrazó las piernas con más fuerza y dejó la cabeza en medio, tomando aire, acompasando ritmos con la búsqueda de una paz inexistente y un seguir de instrucciones extraño, como las formas que auguraba la bruja que vería Monicke. “No entiendo” quiso decir, pero ya estaba advertida y sus palabras sobraban.

La melodía empezó a sonar, primero sólo con voz, luego con el violín. Monicke suspiró, empezaba a relajarse, hasta que sintió una mano cerrarse fuerte sobre su muñeca, tan caliente que sintió que le quemaba la piel y emitió un grito
— ¿Qué pasa? ¿Qué es esto? — dijo desesperada, intentando ponerse de pie pero sin lograrlo. Justo cuando intentó levantarse, sintió algo cerrarse en su tobillo, quemándola de nuevo, y entonces entendió. Aquello ardía como las cadenas de plata que le pusieran sus captores cuando la sacaran a las malas de su natal Alemania.

— ¡Basta! ¡No me hagas esto! — suplicó, intentando encontrar de rodillas cualquier otro camino, sin buscar muy conscientemente la salida. Y, aunque Monicke sólo sentía y no veía, lo cierto es que marcas aparecieron donde el ardor se sintió, dejando dedos completos como quemados sobre la piel. Aquello era completamente sobrenatural y aunque no lo entendía, debía salir de allí —No volveré a quitarte nada, te pagaré, lo prometo, pero por favor, déjame ir, déjame ir—.

Monicke no entendía los motivos del engaño, de volverla a poner en un laberinto de señales escritas para encontrar la salida pero en el que metían ciegos. Era una ironía, un pago eterno de deudas absurdas y pequeñas que Monicke pagaba con sus órganos, su sangre, sus sentidos y hasta la salud mental que no tardaría en perderse.
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