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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Darko DeGrasso Vie Dic 18, 2015 11:59 pm

Después de aquella reunión nocturna, donde sus deseos terminaron por descender bajo la cubierta del despecho, había terminado aceptando el merecido que el mismo Dios le había conferido. Darko, con sus largos años en la inquisición, había vuelto a la caza. Había admitido que el fallo ocasionado hería su simple orgullo y le oscurecía el legado. Por ello mismo terminó por recurrir a los instintos que creyó alguna vez tener dormidos. Su letargo en las idas y vueltas por el mundo para la santa inquisición había terminado por volver, las épocas de las torturas para que los herejes reconocieran todo lo que habían hecho en pos del diablo se acababan o al menos se mitigaban y aparentemente renacía la inquietud que alguna vez, el demente niño había poseído. Encontrar a la familia de sobrenaturales que había caído en las garras del demonio, para purificarlos y hacerlos ver cómo se habían consumido. Matarlos de ser necesario, con tal que sus gritos solo imploren en sus Santas creencias, la pureza del fuego es lo único que podía calmar las atareadas llamas del inquisidor general que con ímpetu se dirigía a los carruajes hacía Paris. Los rastros estaban obvios, no había otro lugar en el que hubiesen podido caer. El gemelo que sentía lo mismo que el hermano, estaba cerca y no se escaparía de sus garras. No al menos sin antes terminar de respirar. Y era la naturaleza del señor de cabellos grisáceos lo que más le indicaba que sus sentidos no se equivocaban.

Llegar al lugar no había tomado demasiado tiempo, él, con sus pocas pertenencias, estaba más que bien para los próximos meses. Pues no era ningún iluso, no tomaba a los cambiaformas por simples humanos capaces de cometer los más burdos errores. Y por ello mismo él tampoco lo hacía. Recurrió a esconderse antes de que los demás lo encontraran, aunque eso era absurdo, era difícil que sospecharan, un anciano tomando represalias no era normal. Pero es que Darko DeGrasso no lo era, se trataba, en realidad, del mismísimo demonio encarnado en la tierra, con un odio desmedido, con una irracionalidad que nadie podría hacerle cambiar. Llegó a la Santa Iglesia Católica en completo silencio, buscando en ese entonces más pistas de las que le habían dado. Recaudando todo, procesándolo y dando por cerrado el caso en su mente. Ellos tenían que ser condenados a la muerte. Un escuadrón le sería encomendado bajo órdenes estrictas de mantener el silencio. Todo le sería informado y se calculaba que en un mes las acciones terminarían por completarse.

Podrían pensar que él estaría esperando un poco más de tiempo hasta comenzar a instigar, pero no. Esa misma noche llegó al final del bosque, merodeando con la ayuda de animales a los cuales podía pregúntales cualquier tipo de cosas. ¿Acaso ha habido nuevos invitados animales que habían llegado a la ciudad? Sí. Pero, ¿dónde? No se lo sabían decir, no podían discernirlo y fue que entonces se encomendó a caminar, con la mirada desquiciada en odio, suspirando, utilizando cada uno de los sentidos para no hacerse oír. << Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra. -2 Crónicas 7:14- La disposición está a su merecer. >> Recitaba la biblia en su mente, la santa ley que con orgullo llevaba en su saco, en la parte izquierda de éste. Y la llegada de los campos de gitanos no estaba demasiado lejos, se podían ver las carpas de aquellos herejes. Y tuvo que calmar su furia. << El objetivo es otro. >> Y en ese momento los sentidos se le estallaron, podía ver un aura conocida, no era aquel cambiaformas, no obstante era similar, tanto que el anciano tuvo que acercarse, buscando entre las malezas a lo que parecía ser una figura sobrenatural.
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Mensaje por Victoria M. Austerlitz Dom Feb 21, 2016 8:28 pm

Siempre es mal momento para decir la verdad,
pero siempre es buen momento para huir de ella.

Le habían hecho dos agujeros en las orejas al nacer, y a ella no le había gustado, como tampoco le gustó durante una época su nombre. No le gustó que un gitano la hiciese polvo entre almohadones que de paso le ocultaban la opinión, ni que Alastor creyera en una mentira que se había inventado él mismo, al no obtener respuestas. Ella no había sido capaz de decirle nada de lo que le había sucedido, como tampoco había sido capaz de confesar los motivos de su lejanía de él, que poco tenían que ver con lo que le pasaban al cazador por la mente.

Y después de todo, ella seguía teniendo vergüenza, las manos del cazador, sin darse cuenta, se convertían en nanas de cocina mientras ella se oxidaba. No tenía cara para contarle nada, ni tampoco para decirle lo bien que intentaba reconstruirla. Pero la ceguera seguía, tan firme como el pasado que recordaba todo el tiempo, sobre todo ahora, mientras caminaba en medio del frío intentando regresar al campamento gitano. Monicke difícilmente sobreviviría sola, pero después de la pelea con Alastor, sentía dentro de sí la disposición de robar de nuevo, de volver al pan y al agua a cambio de un blando y vulnerable techo, tan similar a ella.

Tampoco le había gustado irse, porque con él había sentido refugio. Su cuerpo ahora estaba más sano y también más cubierto. Ya no caminaba con la piel vulnerada, y las piedras no podían perforarle las plantas de los pies al tenerlos calzados. Ahora se sentía diferente, pero no podía permanecer por más tiempo a su lado. El problema, es que no podía estar con nadie, porque ya estaba rota, y también porque los gitanos debieron partir cuando el frío comenzó a filtrarse en París. Con el tiempo, las carpas ya no serían suficientes para amortiguar los vientos, los cultivos serían reducidos y su fuente de agua, congelada. Ya debían haber migrado hace mucho, justo días después de esa lluvia bajo la que desapareciera Monicke. Ahora ya no había nada, ni nadie. De nuevo se esfumaba un presente tranquilo y un futuro sanador. Otra vez regresaba el pasado a recordarle que jamás se iría, porque ella no sólo tenía secuelas irreparables, sino también un don que le haría rememorar hasta el más mínimo de los detalles. Cada rostro estaba grabado, aunque jamás pudiera reconocerlo. Cada palabra estaba marcada en su alma, pese a que jamás quisiera volver a escuchar ninguna voz. Incluso, cada aroma había sido fijado en su sentido del olfato, al punto que, mientras recordaba, comenzó a sentir uno en particular, el de aquel que dirigiera toda la operación que había terminado con su familia.

Sus pasos se detuvieron en seco y su mano al extenderse alcanzó algún árbol. Inhaló profundamente, como si ese fuese a ser su último respiro, y fue ahí cuando el corazón se le desbocó como hace meses no lo hacía. Él estaba allí, Darko DeGrasso ya no era una pesadilla que habitara Alemania. Ahora estaba en Francia, tan cerca, que la desesperación le agilizó los pies, y sencillamente corrió en sentido contrario al viento, alejándose de su aroma y del apocalipsis que el inquisidor declaraba. Había sobrevivido una vez, pero dudaba poder hacerlo dos veces. Con su modo de partir, Alastor ya no la buscaría, su protección, de nuevo se había esfumado.
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Mensaje por Darko DeGrasso Jue Mar 17, 2016 12:45 pm

Los pasos de la desesperación se sentían como el mismo baño de agua bendita que tenía un vampiro antes de ser ejecutado. Tanto miedo por el futuro, tantas lagrimas imposibles de ocultar y a la vez muertas e impuras, la excitación subía por mis ojos y el sentimiento destructivo e incansable se hizo presente. Ni una sonrisa se llegó a formar en mi visión, solo eran sus patas corriendo impaciente, una humana en forma, un hereje en verdad. << ¿No te das cuenta que no más que tus alas te dejan ir rápido? Tus piernas son tan débiles como así las palabras mentirosas de un pecador >> Negaba, divertido y emocionado en partes iguales por la cacería que iba a comenzar. Los cambiantes, mis peores enemigos, los sobrenaturales que más odiaba. Me habían quitado lo único que había llegado a amar. Me habían arrancado la mínima esperanza de existencia.
“Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.” 2ª Pedro 2:1:

Balbuceé con sorna, mientras mis dedos se entrelazaban unos con otros, era inmutable, no había una pizca de recelo y tampoco una acción salida de control. ¡Podía olerle! Su miedo, sus temblores. ¿Acaso no se daba cuenta que todo sería más fácil si ella hubiese muerto? Quizá podría haber dejado de sufrir hace mucho tiempo. Mas no, cabeza dura como todos los anti humanos. Querían vivir como cualquier otro, estaban equivocados, ellos no lo merecían, no si no era bajo el ala de Dios. — El aroma animal. “Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutiladores del cuerpo.” Filipenses 3:2: El pez que fluye en contra corriente jamás encontrará su salida fácil. — Esclarecí con calma y me dediqué a perseguir su perfecto aroma, ella me había dado lo que necesitaba para nunca perderla en el camino. Me había dejado los tumultos de su perfume inmundo en el ambiente y no tarde, ¡nada! En encontrarla. Corrí con la fiereza que cualquier lobo podía tener. Mi edad no era un impedimento, por lo contrario, solo me hacía más capaz que nunca. Y fue cuando pude ver sus cabellos morochos que di un impulso alzando una de las cadenas que se guardaban en mis bolsillos, buscando enrollar su cuello delgado allí mismo. — Pensé que nos habíamos encargado de tu herejía tiempo atrás. ¿Un hierro difícil de corroer? ¿Dónde están tus alas? — El tironeo se impuso con la fuerza para romperle el cuello a un humano, pero no era suficiente para un sobrenatural como ella, aunque parecía raquítica. ¿Acaso algo me decía que había tenido una justa condena? Patrañas. La marca de la iglesia estaría sobre ella si de redimirse estuviéramos hablando. Aunque había algo diferente, sus lágrimas, sus ojos. ¿Qué había sido de sus ojos? No me apresuré en arrastrarla cerca de mí, en realidad, me quedé observando qué tanto podía patalear. Analizando su fuerza, su situación, su miedo y su verdadera voluntad para sobrevivir. Podría no perder el tiempo y matarla de una vez, la realidad era que a ella ya la dábamos por muerta. Sin embargo mi trabajo en ese mundo era buscar la redención del alma. Si no había terminado sin vida es porque aún faltaba que sienta el dolor del sacrilegio. Apreté mi mandíbula y busqué la vara de control, un bastón largo con una rienda en el final, la cual se enganchaba en el cuello del animal, controlando de esa manera su cabeza sin lastimarla. Claro, si se la usaba de forma adecuada, en éste caso, no me interesaba ahogarla hasta matarla, por lo que sí, la usaría correctamente. Esperé con calma el momento indicado y con la mirada cansada busqué apoyar la vieja espalda sobre un árbol. — ¿Dónde está tu familia? —
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Mensaje por Victoria M. Austerlitz Dom Abr 17, 2016 7:45 pm

Le dolía algo, pero no sabía cual de todos sus miedos era

El sonido de las hojas y la nieve crujiendo bajo sus pies la delataban, aunque ella pretendiera avanzar en silencio. Casi parecía que el bosque callaba por completo para que la cambiante fuera encontrada, ejecutada. La piel se le erizaba con cada pensamiento lleno de angustia, y extrañó de nuevo sus ojos, la luz que le otorgara un camino para ser salva.

Tras ella, el viento sopló de nuevo, trayendo el aroma de la muerte que tan bien conocía y con tanto miedo recordaba. La crueldad había sido santificada al igual que sus armas, como si su dios fuera un ser lleno de odio para todo aquél que osase ser diferente. Y Monicke, era sin quererlo, un fruto más de cualquier árbol que no le pertenece a nadie, pero del que se creen dueños todos. Había nacido para ser devorada y exprimida por partes hasta que no quedara nada más que una cáscara inútil y reseca. Había ido a Francia para entender que no se trataba de otro país, sino de una porción diferente de la jaula en la que había sido metida a la fuerza. Siempre la encontrarían, hasta que por fin la que le diera caza fuera en persona la muerte.

Con la torpeza que produce el temor, avanzó cercana a los árboles y se retiró el abrigo, dejándolo en el suelo para poder tomar su forma animal y volar. Siempre supo que debía ser así, que permanecer en su forma de ave sería lo más sabio, lo más coherente e incluso, lo más seguro. Jamás debió abrir la boca ni querer ser salvada, o amada. Nunca debió creer que era una cosa distinta a un animal vulnerable que pronto moriría. Y tampoco debió creer que podía sola, porque cuando pretendió elevarse para dar paso al cambio, una cadena presionando su cuello la devolvió de golpe. Sus manos, delgadas, fueron a la misma con desespero, buscando darle espacio para respirar.

En su mente, de nuevo regresó todo. Las imágenes de los abusadores le recorrió cada pensamiento, y sus voces fueron de nuevo reales. Darko no había estado presente en ninguna de las ocasiones en las que la violaron con brutalidad, ni tampoco fue testigo de la pérdida de su visión. No obstante, debía conocerlo todo ¿Por qué le ocultarían algo como eso? Ellos disfrutaban de la crueldad bajo las naguas de un papado corrupto, y se regodeaban de sus malas prácticas ocultas en palabras santas. Entonces ¿Qué seguía? Clamaría la muerte inmediata si reconocía una sola de las voces de los bastardos que la abusaron. Moriría con gusto antes de sentirlos de nuevo dentro de sí, destrozando lo poco que quedaba en cada embestida.
—Los… mataron— respondió con esfuerzo, como si él no lo supiera. Era cruel la pregunta, pero nada sorprendente viniendo de un inquisidor. O ¿Es que acaso alguien más había escapado? — ¿La mano de la muerte me pregunta por sus actos? — aquella frase costó más, pero la dijo clara, fuerte, y lo suficientemente audible como para obtener la respuesta que anhelaba.

Su cuerpo se removió con toda la fuerza que fue capaz de nuevo, quería escapar, aunque esa mañana hubiese deseado morir. A la larga, se convencía que terminar todo para siempre sería lo mejor para ella; pero lo cierto, es que luchaba con las uñas para amanecer un día más, aunque ni siquiera pudiese verlo.
—Si van a terminar lo que empezaron, por favor, háganlo pronto— musitó, implorando y quedándose quieta, aunque pretendiera volverse a defender cuando menos se pensara. Ese día, se obligaría a ser más fuerte. Se salvaría, o moriría más rápido.
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Mensaje por Darko DeGrasso Dom Mayo 15, 2016 1:06 am

¿Acaso no es Dios el único ser capaz de juzgar a la muerte?
Chasqueé los dientes durante un par de segundos, con un silencio espectral sobre mí, indignado era poco, negando austeramente sus palabras, ¡era capaz de reafirmar su herejía una y otra vez! Pero eso estaba bien, el primer paso para purificar un alma era estar consciente de ello, aunque claro, no parecía haber demasiada redención de su parte, por el contrario, parecía ser más firme y más puntual en sus críticas ilusorias. Se me hizo agua la boca. Como si un manjar apuntado por Jesucristo me hubiese aparecido en frente. ¡Eso quería decir que tenía las puertas abiertas para hacerle saber el mal en su alma! Mis dedos se afianzaron a la vara de cuero, ajustando suavemente, mas nunca lo suficiente para matarla. Eso sería ilegal ante el papado y aunque en mi posición muchas cosas podían hacerse a ojos ciegos… Sobrevivir por tener un nombre no era mi clase de diversiones, me gustaba la justicia, me hacía valer por ella. O por la que a mí me convenía, por supuesto.

Oh, sí, ojos ciegos.

Recordé entonces, instantáneamente, los rumores que corrían de la mujer, que estupidez, en parte era una tortura bastante intimidante, tal como quitar las alas, pero nada tenía sentido si el pecador no era capaz de ver lo que le está por venir, nunca está preparado para las sesiones de “instigación y confieso”, lo que le resta bastante dolor psicológico si no lo sabes usar correctamente. Negué por un momento, arrastrando el cuerpo de cambiante que hasta hace un momento escupía su aura con furia, parecía ser que iba a transformarse. ¡Que pena! Hubiese sido un gran entretenimiento buscar un ave volando sola en el cielo. De la clase de los cambiaformas, eran las aves las que más me gustaban. Los felinos, por supuesto, eran lo contrario. — Las mentiras nunca me han gustado, ¿aún deseas estar en contra de Dios que mandó a su hijo desde el cielo para ayudar en la tierra? Supongo que éste es un regalo del Señor para limpiar rumores y anhelar información. — Decidí de una vez por todas, asintiendo en lo que alzaba la vieja espalda del árbol, lentamente me acomode, buscando una poción sencilla en mis bolsillos, para dormir a animales salvajes. Observé el liquido y me acerqué a la mujer sin más. — Así que, ¿es verdad? Podríamos haberlo hecho realmente bien, supongo que fue bastante correcto matar a varios de los que se encargaban de ustedes. Hicieron un mal trabajo. —

“Háganlo rápido”, la sola frase, por más mínima y miserable que se escuchaba me hizo sonreír de lado y con furia dirigí una patada a su estómago, sin mostrar ninguna expresión en el rostro, tampoco sonido alguno que saliera de mi boca. No fue hasta la siguiente acción que chasqueé de una vez, indignado por las órdenes que alguien que debería cumplir la sentencia de muerte, me quería indicar. Apoyé el dorso de la mano en mi mejilla y estiré el cuello a un lado. — Las órdenes son para los inferiores, los mandatos para los superiores, señoríta, sólo tiene derecho a permanecer callada, en caso de hablar, cualquier cosa puede tomarse en su contra. Lamentablemente no tengo notario en éste momento, pero no por eso quedarás libre. Te lo preguntaré una vez más, ¿dónde están los demás? El tiempo está pasando y mis ganas de seguir se están retirando. — Las acciones que el ácido había dejado alrededor de sus ojos se empezaban a hacer visibles, la destrucción que le habían hecho era causa de inquisidores inútiles, que solo hacen que los experimentos terminen por morir. Ella había tenido suerte, claro, quizá no era la suerte que ella hubiese querido, pero existía, solo para que su vivir no pueda soportarlo. Hasta romperse en pedazos. — Monicke Austerlitz, ¿qué es lo que haré contigo? Si te mueves, me cercioraré de encontrarte en tu forma animal y cortarte una de las dos alas que tengas, sin duda sería un gran aporte a la sociedad inquisidora del mundo.—
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Mensaje por Victoria M. Austerlitz Lun Jun 27, 2016 10:37 pm

"Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres;
pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias."

Miguel de Cervantes

Todo sería diferente si él no fuera licántropo. Por sus venas, corría una sangre que cazaba, una hermana de transformaciones que en terceros se convertían en pecado. Era contradictorio, como el hielo que arde y la lágrima que jamás retornará a ningún ciclo de agua. También era malvado, como la alarma que suena para quien no podrá levantarse, y como quien tira unas pocas migas de pan para el que lleva días pasando hambre. No existían consideraciones en él, la misericordia le era tan ajena como la felicidad. Se le notaba a leguas.

¿Qué había causado una destrucción tan profunda? Había que tener el corazón destrozado y con cada porción cubierta de veneno para actuar de tal manera. Matar niños que no entendían de su condición era tan terrible que, incluso el cielo, los lloraría. Lastimar a otros que no tuvieron elección, no dejaba otra cosa a la vista más que una insensibilidad terrible, resultado de un montón de caídas que se hacían venganza en la carne de inocentes. Era como volcar para siempre la vida en un colador, al tiempo que se busca saciarse del mismo modo. Eso jamás terminaría, porque ella no era la primera de sus víctimas, y seguramente tampoco sería la última.
—No elegí esto, pero están aún más ciegos de lo que me han dejado ¿Por qué no escuchan lo que tanto clamamos?— balbuceó con esfuerzo, y con las manos pegadas al cuello, intentando respirar mientras era oprimida desde la parte de atrás. —Déjame volar, y jamás volveré a cambiar de forma. Deja que me olvide que puedo hablar o pensar siquiera. Déjame ir, y seré un animal para siempre. Lo prometo— suplicó, con el desespero propio de quien sabe que a pocos pasos se encuentra la muerte. Si ya no había más nada que perder, unas pocas palabras no harían la diferencia.

Pero contrario a lo que pudiese pensar ella, el aire podría ser expulsado de sí con mayor anticipación. En un minuto, se encontraba en el suelo, intentando recuperar el aire que le había extraído la peor de las patadas ¿Por qué la odiaba tanto? ¿Por qué la maltrataba de tal manera? Era más fácil poner un revolver sobre su cabeza y tirar del gatillo en un abrir y cerrar de ojos. Pero para él no sería suficiente, estaba enfermo. Monicke era incapaz de lastimar a nadie, y aun así era tratada como la peor de las criminales. Su cambio de forma era sumamente inofensivo, pero eso tampoco importaba a sus ojos; su sola presencia era considerada abominación para quien había elegido capturarla y acabar con su apellido.
—Están muertos, todos ellos— respondió llorando, dejando en claro el dolor que sentía en el alma. —Los escuché gritar mientras me mantenían encerrada. Fui la última de los míos, no había un solo grito más cuando me sacaron de allí. Y lo sabes, porque lo ordenaste— agregó, con las manos en el vientre como si eso la recuperase. Los recuerdos volvían tan nítidos que casi sintió gritar de nuevo a su padre. Su corazón latió más deprisa, porque también quería gritar, muy fuerte, justo como él mientras intentaba salvar a sus hijos a pesar de ser humano. — ¿A quién odias tanto como para cobrarme a mí su falta? — susurró de repente, desahuciada, con el miedo conocido del abandono salpicándole las palabras. No podría escapar, Alastor no estaría allí para ella, ni nadie. Rylan estaba lejos y seguramente enojado. Los suyos estaban muertos y su dios parecía rechazarla. Allí no llegaría nadie diferente a ellos dos, no habría rescate y el barro de sus uñas no sería como de quien lucha, sino como quien se hunde sin remedio en un pantano que presiente pero que no ha visto. Uno de ellos saldría airoso del encuentro y, el otro, alimentaría la tierra hasta que no quedara ni siquiera el recuerdo. —Me has quitado todo cuanto me importaba, y pronto terminarás con mi vida. Pero nada, podrá compensar todo aquello que has perdido. Sé que extenderás mi dolor por unas cuantas horas, pero a ti ese resentimiento te durará toda la vida— y dicho esto, suspiró, como quien se rinde ante una bestia que lo podría devorar en segundos.
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Mensaje por Darko DeGrasso Dom Jul 17, 2016 1:39 pm

Empezaba a tener esa sensación dulce en la boca del estómago, justo en la garganta en donde me regodeaba de la emoción. Se trataba de una situación patética, ya que era evidente que la mujer era inofensiva, que no podía hacer nada para defenderse y que esperaba la muerte con muchas ansias. Por supuesto, no tenía nada que la aferrara a la vida, yo me había encargado de eso. O al menos no parecía saber que no había cumplido bien el encargo, ¿quizá estaba siendo engañado por una estúpida y miserable cambiaformas? El pensamiento me enfureció, si ella me pudiese ver, observaría unos ojos profundamente oscuros en el azul intenso. Prácticamente me había creído eso sin cerciorarlo. No se podía confiar en los cambiantes, eran seres detestables, traicioneros. Capaces de hacer que mi corazón inmundamente muerto que seguía estando en mi pecho, latiese con locura. Pero esas eran cosas del pasado, ahora solo existía la venganza eterna, que se aceptaría año tras año con la infinita muerte en vida de esos animales. — Si no lo elegiste y sabes que estás mal, tendrías que haberte hecho un condenado y servirle a Dios. No hay nada que pueda decir alguien como tu para salvarse de su pecado. — Enmarqué para así acercarme por el perímetro a lanzar otro látigo a sus piernas, enrollándolas para comenzar a arrastrarla hacia la Iglesia. Esas eran mis acciones legales, aunque claro, si ella no cooperaba y seguía con ese balbuceo incesante de bestia, terminaría asesinándola de una vez por todas. No tardé en hacerle callar su ruego con otra patada a secas en su estómago, ahora un poco al costado, buscando hacer daños colaterales en sus costillas. Me enervaba, ¿como podía pensar que le creería algo de lo que decía? Mi sonrisa demencial se transformaba en enojo, volteándose hacia abajo, como decepcionado de su estupidez crónica. — También ordené que terminaras muerta, pero te veo bastante viva. ¿Cómo puedo confiar en alguien como tú, sin duda lamentas que no te pueda leer la mente, no? ¿Crees que con unas lágrimas de cocodrilo puedes engañarme? —

Bramé con algo de furia, parecía, efectivamente, que me estaba cobrando las heridas del pasado con ella. No obstante, eso pasaba con cada cambiante que encontraba, con los felinos solía ser muchísimo peor. Lastimosamente, resultaba que con ellos se trataba de familia, de un asqueroso amor fraternal que no podía tolerar por más que quisiera, tenía que matarlos, quitarles todo eso porque no se merecían tenerlo. Eran herejes, mutantes que habían nacido mal en la tierra, siquiera habían sido maldecidos sirviendo a Dios como yo. Resultaban ser la peor lacra de mi lista de infernales. — El odio es para los cobardes. ¿Mmm? Ya veo, no te preocupes, ¿quien dice que te mataré? Vivirás todos tus doscientos años, me encargaré de eso. Tu dolor durará lo mismo que el mío. ¿Te parece un trato justo? — ¿Cuántas veces había torturado hasta la muerte a brujas, lobos y cambiantes? Muchas, era imposible de contarlas. No me llamaban el As negro por nada, tenía la capacidad de aguantar los gritos más agudos sin siquiera mosquearme. Podía hervir en aceite a un vampiro hasta la muerte, con tal de hacerlo perder la cordura y que aceptara sus pecados indignamente. Ella no sería la excepción. Viviría sus doscientos años hundida en un calabozo, sufriendo cada segundo. Solo era necesario un hipnotismo básico para hacer que se clavase un cuchillo en cada pierna eternamente. Ya lo había probado, era el castigo perfecto para alguien como ella. — ¿Sabes? Ya me has emocionado. ¿No sabes dónde está tu familia? Pues, está viva, por ahora. Porque me encargaré de matarlos a todos, pero tú vivirás para escucharlo, así que no tengas miedo. — Y dicho ello me dediqué a clavar una estaca de plata en su pierna derecha, inhabilitando su capacidad de salir corriendo. Manteniendo el látigo sujeto a ella, las posibilidades eran infinitas, podía querer escaparse como un animal, correr patéticamente, querer matarme cuando me diera la vuelta, llorar hasta que alguien la viniera a ayudar. Tantas cosas que no podía estar preparada para todas, aunque sí era lo suficientemente poderoso como para poder enfrentar la que sea. Comencé a caminar, arrastrando su cuerpo, odiado porque aún no podía hacer que ella pidiera perdón. Era un metal difícil de roer. Pero la tortura no iba a terminar allí. Había un largo camino por delante para disfrutar.
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Torturas de acero [Monicke] Empty Re: Torturas de acero [Monicke]

Mensaje por Victoria M. Austerlitz Miér Jul 27, 2016 11:30 pm

"Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga."
Victor Hugo

—Siempre he querido de lejos las guerras— respondió, como si eso bastara para decir que no sería capaz de lastimar a otros. Monicke era incapaz de levantar la mano contra nadie, aunque se tratara de su propia defensa. Vivía a cuenta gotas, sobrevolando por encima de defectos, buscando reducir la tristeza por gramos y caminando de puntillas sobre su destino lleno de mil aristas. Por eso los había encontrado; a Darko, lleno de su montón de odios; y a Alastor, lleno de una lista enorme de culpas, pese a que más de la mitad eran ajenas. Qué mundo más absurdo, los dos eran asesinos, y ella pronto moriría.

El dolor aumentaba de la mano de la angustia, su cuerpo era arrastrado por la tierra, llena de piedrecillas con puntas que rasgaban las ropas y la piel, y dejaban un rastro que nadie más seguiría. El aire se le escapaba de los pulmones a patadas, era tratada como si no hubiese un criminal peor en Francia y pese a que se removía, nada lograba liberarla de su presa. Ahora, el dolor tan intenso que sentía, le hacía pensar que tenía rota una costilla ¿Cuantos huesos más destrozaría antes de llevarla a destino? Ese hombre era puro veneno y, aunque preguntaba cosas, era bien sabido que nada de lo que ella pudiese decir, tendría para él algún sentido. Las lágrimas seguirían manando, con suspiros ahogados a causa del dolor del camino, de esa mano ajena que juzgaba y del temor a la muerte en las manos de un ser tan enfermo ¿Dónde estaba ahora Alastor? ¿La salvaría acaso a pesar de su enojo? Apenas un par de horas antes la había abandonado por no comprender sus silencios. Era un hombre bueno, en lo profundo, pero con espinas tan gruesas que para tocarlo, también era necesario esquivarle ¿Lograría un rencor así hacer caso omiso de una situación como esa? Había llegado como viento de invierno, arrancando de cuajo las hojas viejas de una alfombra de recuerdos malos. Luego, se había convertido solamente en frío, causando escalofríos al contraste de cada capa que intentaba quitar de ella. Pero a sus ojos, nada funcionaba. En eso se parecía al inquisidor.

Nada mermaba su ira, y las palabras de Monicke avivaban en él las peores ideas. Por supuesto, sería peor vivir bajo su rencor y dominio, a morir de un disparo a quemarropa en aquél mismo instante.
—La justicia jamás podría venir de su mano. Jamás he lastimado a nadie, y aun así me culpa por algo que yo no elegí— balbuceó. En el fondo, prefería que su condición fuese vista más como enfermedad que como abominación ¿Cuáles eran sus cargos? ¿Nacer con algo no natural pese a no hacer gala de lo mismo? Debió morir en el barco, porque quizás, lo que le esperaba con Darko era mucho peor que aquél suceso en el que no sólo había perdido la dignidad, sino también la vista. Aún, y para siempre, las marcas de la plata le adornarían con horror los tobillos y las muñecas. Hasta el último de sus días le sería negado cualquier rostro o imagen, e incluso la luz de cualquier insignificante vela. Pero nada era suficiente, la inquisición poseía más vacíos que soluciones.

—No, están muertos, lo sé— dijo con esfuerzo, intentando contener un grito ¿Cómo era que habían sobrevivido? — ¿Quiénes? Dígame, por favor. Si lo están, haré mi confesión y me declararé culpable. Admitiré lo necesario ante la iglesia y suplicaré porque ellos hagan lo mismo. Pero no me mienta, le suplico. Haré lo que me pidan, pero no me mienta— un temblor peor que el inicial se apoderó de su cuerpo. Sería capaz de ofrecerse para que la quemaran viva si con eso podía salvar a cualquiera de ellos. Pero de nuevo sus palabras parecieron inútiles, y una hoja de dedicado filo le perforó en una de las piernas. Darko buscaba quebrarla al punto tal, que no podría esforzarse por hacer nada. La estaba sometiendo, y la condición en ella le dificultaba cualquier cosa. Quiso gritar de nuevo, pero bien sabía que podía perder también la lengua, y perder con ello una capacidad más de expresión. A cambio, se mordió los labios, tan salvajemente que sangraron, dejando las marcas de los dientes tan fijas que tardarían varios días en sanar. —Confesaré ante su dios, lo prometo. Rogaré por el perdón y también por mi muerte. Solamente dígame sus nombres, por favor…— suplicó otra vez, como buscando un último consuelo.
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Torturas de acero [Monicke] Empty Re: Torturas de acero [Monicke]

Mensaje por Darko DeGrasso Miér Oct 12, 2016 10:18 am

¿Qué tenía de importante confesar en ese punto de la vida? La tonta muchacha se retorcía entre mis manos como si intentara desesperadamente hacerme razonar y por supuesto que no lo hacía en lo más mínimo. Avivar una llama que no tiene ni punta ni vela era un desperdicio bucal de su parte. Entrecerrando los ojos fue que seguí el camino que antes había hecho, no tardaríamos más de media hora en llegar a la cárcel de la iglesia, aunque desconocía si ella iba a sobrevivir las molestias del suelo sobre su maltrecha ropa. No podía permitir que llegara desnuda al lugar del señor, si eso pasaba iba a tener que matarla antes y ya. Me detuve en seco y mastiqué un poco mi boca pastosa juntando la saliva con sabor espeso que había tenido desde que la tierra se había alzado en la zona. Escupí en un costado, sin importarme si le caía arriba o no, para su suerte apenas terminó rozando su brazo. — No importa que no quieras guerra, ella siempre llega a uno. Los mendigos se mueren en la calle y tampoco lo eligen, se trata de estratos sociales. A las enfermedades no las podemos matar, pero cuando son epidemias matamos a los que la portan y así la terminamos. — Por mi parte, la respuesta había salido vacía, mientras que lentamente tomaba una caja pequeña con cerillas de azufre. No tardé en prender un habano ya cortado, ella no podía verme así que no tenía que preocuparme por las apariencias o las caras que podía o no hacer. Y la que tenía era claramente de asco, un asco espeluznante simplemente porque odiaba a los cambiaformas como algo más personal que idealista.

Tomé una bocanada del tabaco que casi nunca fumaba, apático ante los llantos emponzoñados de la fémina que siquiera llegaba a parecer mujer de verdad. Escuchaba sus lamentos igual que un cántico de ángeles, aun así no podía volver a la sonrisa que antes carga a medias, se trataba de un juego de gato y ave que había terminado en aburrimiento mediocre. — Dietrich. Ah, no, ese ya murió. Había sobrevivido, pero uno de los míos saldó su cuenta y terminó de matarlo. Igual la chica sigue caminando por la tierra, la novia muerta de tu hermano. A ella la mataré hundiéndola en metal fundido, será parecido a quemarse, sin hacerse cenizas, como una estatua. Tú escucharás sus gritos. Ahora, te diré dos cosas. — Para ese entonces el simple hecho de tratarme de mentiroso hizo que mis deseos de seguir torturándola y llevarla más maltrecha se encendieran. Busqué la cruz de plata que tenía en mi bolsillo junto a la llave de una habitación y la tomé por la cadena. Me puse a cuclillas, aparentemente no parecía estar haciendo nada demasiado sospechoso. Solo acercarme para hablarle, lo cual no era del todo correcto. — Los eruditos de la iglesia nunca mentimos. Tienes que aprender eso, a cerrar la boca. ¿No querrás que también te quitemos la lengua y solo puedas escuchar, no? — Susurré al momento que daba una calada larga en el habano, apoyando entonces la cruz en el rojo del mismo para que queden atrapada cenizas en sus bordes, segundos después prendí otra cerilla, lo suficientemente larga para que termine de calentar el acero hasta el rojo vivo. La observaba de reojo, curioso por lo poco que se removía como si estuviese media muerta, lo próximo la haría despertar de su ensoñación.

Me dediqué a moverla, apoyándola boca arriba en el suelo, su silueta destartalada me decía que aún no había terminado de aprender la lección. ¿Por qué? Parecía que seguía intentando engañarme y a sí mismo regañarme creyeno que podría hacerme cambiar de opinión. Dejé caer la cruz por debajo de entre sus clavículas y en un golpe en seco me levanté, furioso como si irradiara fuego y la pisé, hundiendo el acero caliente en su carne hasta sentir su piel plana bajo mis pies. — No quiero escuchar nunca más que intentas engañarme cambiante inmunda. Son siempre iguales, pensando que no tienen la culpa, buscando redención de palabra. — Asqueado y ya suficientemente satisfecho me volteé sin sacar la cruz de su piel, yendo directo a volver a arrastrarla por los suelos, sin percatarme de nada de lo que estaba a nuestro alrededor. Aparentemente ella había sido mi único mundo por unos momentos, igual que me había pasado con Eszter, pero mucho más leve, una caricia en comparación con los sentimientos de hacía medio siglo atrás.
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