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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Lun Feb 09, 2015 6:48 pm

Matrix Theme Song by Moby on Grooveshark

Había paz, cerca del lago Ness. Aves, ciervos, la música de la brisa contra la vegetación. Un estado de quietud tal que daban ganas de llamarlo sosiego. Ocurría que una armonía tan auténtica daba la impresión de que duraría para siempre, pero no era cierto; sin previo aviso, se abrió paso entre la tierra virgen uno de los más siniestros grupos de la facción de los soldados. Tanto condenados como humanos dejaban su rastro sin cuidado, compensándolo con la velocidad de sus movimientos. Era un ataque relámpago; no se podían permitir frenar, o dejarían espacio para que los errores tuvieran consecuencias. Y a la cabeza de una brigada infernal, sobre un fino y aterrador corcel de ébano, estaba el diablo de melena roja y mejillas cortadas: Ninette Quénecánt.

Tras meses de investigación, sobornos y viajes incómodos, por fin habían entrado dentro del territorio enemigo. En lugar de quedarse entre cuatro paredes esperando que los peones terminaran el trabajo, Ninette acudió al sitio del suceso. Siempre lo hacía. De otra manera no podía quedarse «en paz» como decía, aunque hasta sus abuelos dudaban que algún día de su vida hubiera sentido ese estado interior. ¿Si tuvo que cultivar esa habilidad o era natural en ella? Nadie lo sabía. Con suerte ella lo recordaba, pero le complacía su labor de muerte con el mismo placer con el que los fornicarios revolvían sus carnes. Así creaba el tipo de muertes sobre las cuales estaban hechas las pesadillas.

Después de que las dagas asesinaran silenciosamente a los guardias por la espalda, ingresó a la lujosa residencia el resto del equipo. Se escucharon gritos y forcejeos en la habitación de la cúspide de la mansión. Ninette enfocó su vista en las escaleras y se abrió camino.

Apártense, inútiles. Rápido. ¿Acaso olvidan que la bruja tiene un compañero? El bastardo no tarda en llegar. —despotricó contra quienes se atravesaban, retrasando el sabor de una cabeza menos. Si le hacían perder la oportunidad de capturarlos, ofrecería las cabezas de los incompetentes para compensarlo.

Efectivamente al llegar al cuarto principal acababan de someter a Lucius, la pecadora cónyuge de su blanco principal. La tenían hincada, con la cara mirando al piso, las manos atadas en la espalda, y con el filo de diferentes espadas acariciándole la yugular. No habían pasado ni veinte segundos cuando los condenados presintieron que se acercaba el esclavo de la luna, anunciándolo al instante. Con la misma velocidad, Ninette puso de pié a la blonda jalándola del cabello, amenazándola con desollarla empezando por el cuero cabelludo si intentaba hacerse la graciosa forcejeando.

¡Aquí estamos, cerdo asqueroso! —gritó Quénecánt al oír el trueno de las puertas abriéndose estrepitosamente.

Y de un segundo a otro, ahí estaba su objetivo. El cobarde lobo entremezclado con las ovejas. Ya no más.

Se acabaron tus años de impunidad, Ramandú. ¿O debería decir… Emerick Boussingaut? —un antifaz fue arrojado al piso: el símbolo de la revolución exhibido con desdén— No te resistas, o lo paga la golfa. Y ustedes aprésenlo.

Como admirando el clímax de una tragedia griega, la pelirroja torció una grotesca sonrisa. Ya podía ver la sangre de esos malnacidos decorando la tierra y volviéndola fértil de vidas extintas.

Así te quería ver. Y pensar que tuviste la osadía de asentarte con un matrimonio para formar una familia. —un eco nació y murió entre las cuatro paredes cuando ella lo abofeteó. No le dolería en lo más mínimo, pero eso no molestaba en absoluto a Ninette; ella haría que el dolor fuera insoportable— ¡¿Qué te has creído?! ¿Ahora piensas que un engendro de belcebú es libre de imitar al pueblo de Dios? ¡Estúpido! No ha llegado el día en que puedas siquiera soñarlo. Debías saber que tanto tiempo burlándote de nosotros te pasaría la cuenta. Jugaste con nosotros, y ahora nosotros jugaremos contigo. ¡Llévenselos!

El siguiente paso fue volver cenizas el techo que había guarecido a esas bazofias que caminaban por la tierra. La primera antorcha en caer fue la de la líder de los soldados, directamente en la habitación matrimonial. Que no quedaran rastros de sus malditas semillas.




La ansiedad, el pánico y la tensión imperaban en el pasillo de los condenados a muerte. Aun así, había un murmullo en el aire relacionado con la próxima víctima de Ninette Quénecánt. Rumores de lo que haría con sus más recientes reos. Se decía entre barrotes que podía elegir «El toro de Falaris» aprovechando que eran un matrimonio o tal vez «La cuna de Judas» para hacerlos sufrir individualmente y que de esa forma la compañía no fuera una panacea mortuoria.

Pero no. Ni cerca. A los apresados les esperaba uno de los métodos de tortura fatales más abominables: La sierra.
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Mensaje por Emerick Boussingaut Lun Feb 09, 2015 9:16 pm

”La raíz de todas las pasiones es el amor. De él nace la tristeza, el gozo, la alegría y la desesperación."
Lope de Vega



Felicidad.

Una palabra que, hasta hace unos meses, para el Duque de Escocia no era más que un relleno de la letra F en las páginas de un diccionario y que se había convertido en un milagro que había llegado a su vida del modo más inesperado, algo de lo que por fin podía decir conocía no solamente la teoría. Su vida había sido una verdadera montaña rusa llena de recovecos que le habían enseñado los matices de la vida, altos que le habían hecho sentirse vivo y bajos que casi le destrozaban, pero que finalmente siempre acababan por impulsarle para volver a subir. Ahí, estaba en la cima, una cima con F de Felicidad, con F de Familia.

Se había casado hace pocos meses con Lucius Lebben, una bruja de descendencia alemana a quien había conocido en sus últimas andanzas por la Alianza. Se había enamorado de ella inevitablemente, como sólo un lobo podría entenderlo. Ella le había hecho olvidarse de todo, abandonar lo que creía vital, creer lo que pensaba imposible, romper sus promesas, replantearse sus ideas, disfrutar de la vida y amar lo prohibido.

Galopaba por la pradera de regreso a su hogar luego de haber visitado a una familia de campesinos. La brisa era suave y la calidez del sol, con ganas de esfumarse por la montaña, calentaba aún la superficie haciendo salir el olor de la hierba. Brego, su viejo caballo, seguía siendo tan fiel compañero como el halcón que volaba por sobre sus cabezas. No se supo quien lo percibió primero, si el caballo, el halcón o el lobo, pero los tres se detuvieron casi en el mismo momento para fijar su atención en la mansión familiar que aún se encontraba lejana.

Intrusos…

—¡Eah! —alentó a su caballo.

Las riendas rugieron tensándose como látigos alzados al viento y los pies del Duque presionaron las costillas del animal con más fuerza de la necesaria. Brego comenzó a correr como si las piernas de Emerick representaran las mismas llamas del infierno. Galoparon, corrieron y volaron, cada uno con la desesperación oprimiéndoles el pecho y sin detenerse a preguntar por qué. No era la primera vez que recibían visitas inesperadas en la mansión del Loch Ness, pero aquella vez era diferente, aquella vez era como si oliera a sangre.

—¡EAH! —rugió esta vez latigando con más fuerza.

La construcción estuvo de pronto a su vista y también los cuerpos de los guardias asesinados. La fuerza del licántropo se desató de manera involuntaria y casi rompió las costillas de su propio caballo. Estaba desesperado y no se detuvo, ni por remordimiento, de azotar las correas o hundir las costillas del viejo equino, ni siquiera aún cuando estuvieron a metros del enorme portón de madera el cual azotó de frente con las pezuñas y cabeza del animal. La puerta no resistió el poder del impacto y tampoco lo hizo Brego, ambos cayeron al suelo como dos enemigos derrotados en medio de una batalla ganada por la furia. Emerick rodó también por el piso, pero sin perder la conciencia, se puso de pie de manera inmediata, preparado para atacar y defender su morada de quien hubiese osado dañarla, pero nadie había en la primera planta.

—¡Aquí estamos, cerdo asqueroso! —resonó un grito proveniente de su propio cuarto y un chillido de Gealach marcó el eco de la inquisidora que fustigaba hasta los mismos cristales.

No hubo pensamiento, plan, ni otra idea más apropiada que el nombre de su propia mujer pasando por su cabeza. Nombre que le impulsó a correr una vez más, esta vez movido por la fuerza de sus propias piernas quemándose por su inherente exigencia. Sólo detuvo para sacar una espada de las que decoraban las paredes de su pequeño castillo e irrumpió en la habitación principal con la misma violencia con la que antes había irrumpido en su casa.

Lo primero que vio fue a la pelirroja con sus cabellos de fuego y sonrisa eterna regresándole la mirada cual anfitrión por fin recibe a su invitado, mas sus propios ojos no dieron señal alguna de terror sino hasta que vio a su esposa sometida bajo las garras de aquel monstruo llamado Ninette Quénecánt. No importaron las palabras de la inquisidora, ni el antifaz arrojado a sus pies, comparados con el miedo de que dañaran a Lucius y al hijo que ésta llevaba en su vientre, mas no sólo era un miedo, era la antelación de un hecho que desde ya comenzaba a desmoronarle por dentro; era terror y sufrimiento.

Sus ojos recorrieron temblorosos de rabia todo el camino desde Lucius hasta la inquisidora, para finalmente acabar por soltar su espada al entender que nada podría hacer con ella mas que ofrecerse a sí mismo en lugar de su esposa. Un acto de rendición momentánea por el que la guerrera se mofó y le abofeteó sin importarle el dolor de la fragilidad humana al chocar contra la roca de su licantropía.

—No tenéis poderes aquí —respondió el Duque entre dientes mientras los soldados le apresaban para llevarle con ellos —¡Este es el reinado de Escocia! ¡MIS TIERRAS! ¡Y LA REINA SE ENTERARÁ DE ESTO, NINETTE QUÉNECÁNT!



**************



No sabía a donde les habían llevado y por más que había gritado y azotado las paredes durante toda la noche, no había tenido señales de Lucius, ni de ninguna autoridad escocesa que acudiera en su socorro; una llamada de auxilio desesperada para salvar lo que más le importaba, aquello que había ocultado hasta ahora con el terror de ser descubierto para ser usado en su contra. Su hijo.

—¡Dejadme salir o se arrepentirán! !Lo prometo! —gritaba cada vez que escuchaba los pasos de alguien, el quejido de un moribundo e incluso las ratas que se comían sus propias heces.

Finalmente uno de los soldados se acercó en medio de todas sus amenazas para abrir la puerta, pero el desgraciado no venía solo. Emerick sabía que por muy débil que estuviera, un sólo humano no sería problema para él, pero no, no venía sólo y tampoco venía con aspecto de liberarle de pronto. No le quedó más opción que comportarse de manera pasiva.

—¿Dónde está Lucius? ¿Dónde está mi mujer? —preguntó aún con la postura imponente de la realeza abriéndose paso a través de la carne magullada y la ropa rasgada —¡Respondedme que lo exijo!

Pero no, el Duque no estaba ni por lejos tan confiado de sí mismo como lo demostraba ante la Inquisición. Ese era su propio teatro, su acto armado como la última esperanza para salvar lo único que le apegaba a la vida y la humanidad que aún le quedaba. Sabía que con la Inquisición no se ganaba por la fuerza, que ésta sólo le debilitaba, pero jamás triunfaba. Lo habría aprendido en su tiempo dirigiendo a la Alianza con la que había logrado tantas cosas de las que ahora se arrepentía sólo porque había sido eso lo que finalmente le había llevado a que Lucius fuese capturada. Entregaría todo y a todos por salvar a su familia en ese momento, pues su cima acaba de transformarse en la caída más alta de su propia montaña rusa.
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Lun Feb 09, 2015 9:19 pm

¡La muerte! Ninette la descubría por doquier, en aquella sede de la Inquisición en Escocia, donde todo hablaba de ella, donde las vetustas piedras se alzaban en medio del desorden y donde los restos sin sepulcro ocupaban tanto terreno. A decir verdad, la omnipresencia de la muerte en aquella tierra no la entristecía ni por si acaso. Era un espectáculo, y la novedad triunfaba sobre cualquier otra sensación. No hacía en ella la experiencia de la conmoción que producía el conocimiento de un destino fatal que se aproximaba con prontitud. Sentía el placer de conocer el qué, el cómo y el cuándo de los puercos tras los barrotes, pero… nada se comparaba con las ansias que le carcomían los nervios de sólo pensar en lo que haría con esa repugnante pareja.

Comenzó con algo abominable. Los gritos que llegaron a sus oídos del recluso licántropo no hicieron más que incentivar a las larvas que habitaban la mente de la cicatrizada. ¡Qué gran melodía era el calvario de ese malnacido! Quería más de ella, a ver cuánto podía obtener. Fue así que Lucius, la mujer del granuja, fue elegida por Ninette como la chispa de su incendio. Con una crueldad desmedida la primera orden de la líder de los soldados fue que soltaran a la mujer dentro de su celda, sin cuerdas ni cadenas que la aprisionaran. ¿Fue por compasión? Claro que no; fue para que los hombres pudieran jugar a perseguirla cuando entraran a violarla.

Ninette vio todo el espectáculo sentada en una ostentosa silla, con chasis metálico y funda de cuero. Se estaba divirtiendo muchísimo; ¿podían los presentes notarlo? Nadie lo creería si fuese comentado. Ella misma no lo creería si lo viese desde afuera, esos llantos, las pataletas infructíferas, y la sádica entretención de quien había maquinado el martirio. Mientras ella proyectaba sus ideas macabras, la gente creía que se podía zafar. Y de repente, cuando se daban cuenta, ya era demasiado tarde, pues se habían tragado la señal de alto, y esa señal era mortal.

Por fin la pelirroja dio la orden de que se detuvieran y llevaran al exterior a la víctima, que apenas conseguía moverse, así desnuda y humillada como estaba. Era hora de servir el mejor vino a la copa. Así fue que pusieron a Lucius de cabeza la amarraron de sus tobillos a las respectivas maderas enterradas en la tierra, con cada una de las extremidades atada a un poste. Con los brazos maniatados, abierta y en posición invertida a los inquisidores que contemplaban. Así de bajo. Pero no se acercaba a lo que la artífice tenía en mente; lograron olerlo los espectadores cuando pasó sus manos por las amarras.

Están sueltas. —inspeccionó las cuerdas con el ceño fruncido. Los verdugos apenas podían creerlo. Si estaban perfectas— ¡Están sueltas, he dicho! ¿A quién debo matar para que queden firmes? —no tuvieron opción más que acceder y obstaculizar la circulación sanguínea de la prisionera— Así… justo ahí. Ahora examinemos a nuestra rata.

Con el filo de su espada levantó el mentón de Lucius desde arriba, volteando su cabeza en signo de burla.

Oh, mírate. ¿No puedes hablar? Oí que te rompieron, y que no fue rápido. ¿Por qué lo sería? Después de todo, no hay apuro por enviarte. Si de todas maneras pasarás la eternidad allá abajo, con los otros gusanos. ¿Por qué no comenzar aquí el festín? Seguramente no le molestará al cola de flecha que tomemos un pedazo. —cortó superficialmente la mejilla de la fémina como modo de advertencia antes de volver el acero a su funda— Será una magnífica celebración y tú serás la arpía protagonista. Quedarás tan deshecha que ningún clérigo, religioso o laico tendrá que soportar el hedor de tus huesos putrefactos descarnados por los buitres. Y da gracias, porque hoy acabará tu sufrimiento.

La inquisidora acarició el colgante que pendía de su cuello con regocijo, el ojo izquierdo de Nicolás D’Lenfent. Lucius no correría su misma suerte. Y cómo gozaba tener poder sobre su castigo. Bueno… el de ella y el de…

¡Ah, Boussingaut! —exageró una fingida sorpresa cuando vio llegar al licántropo custodiado por los soldados— ¿Cómo podíamos iniciar sin ti? No creerías que te dejaría sin tu respectiva sorpresa.

Se hizo a un lado para que el lupino pudiera horrorizarse ante la imagen. Restos de sangre, sudor y semen sobre su compañera.

Mirad… la exhaustiva representación de lo que lleva dentro: el pecado. ¿La habrán violado uno, dos, veinte tal vez? Perfectamente podría dejar que partieras sin saberlo.

Volteó sonriente, cómplice de su perversidad. Vio directamente a los ojos del revolucionario, desafiándolo. Tenía la absoluta certeza del poder que mantenía sobre él. Y que solamente Dios se lo quitaría.

Pero hoy me considero generosa. Porque hasta los hijos de Dios pueden ser misericordiosos con los impíos. Permitiré que salgas de la duda antes de morir, para que lo que según tú se llama alma no deambule perdida antes de llegar a manos de Lucifer.

De entre la multitud se oyeron los pesados pasos de unos tonificados carceleros como un desfile fúnebre, pues no venían solos; un serrucho de casi del mismo tamaño que la rea vino con ellos. Que muriera chillando, suplicando. La cortarían desde los genitales hacia abajo.

¡Veamos cuánto guarda en su interior!

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Mensaje por Emerick Boussingaut Lun Feb 09, 2015 9:20 pm

”¡¡MALDITA PERRA!!.”
Emerick Boussingaut (XD)



Si Emerick hubiese escuchado, si tan sólo hubiese llegado a sus oídos uno de los gritos de Lucius, hubiese desesperado tanto más de lo que le desesperaba el mismo silencio y la incertidumbre. No sabía, ni tenía sospechas de lo que había pasado con su esposa, pues la ilusa estupidez le hacía hecho creer por un momento que ella estaba pasando por lo mismo que él, que les estaban torturando de manera sicológica, haciendo que no supieran el uno del otro hasta obtener la autorización de la corona escocesa para poder hacer algo con ellos. Autorización que confiaba jamás llegaría a manos de la líder de la Inquisición francesa que les tenía prisioneros.

El Duque continuaba manteniendo su imagen de realeza, mirando con asco y por sobre el hombro a los hombres que se le acercaban para llevarle a donde no sabía, pero esperaba que fuese para dialogar con la líder para llegar a un acuerdo político. Sobornaría de ser necesario y por ello intentaba calmarse, respirando profundamente. Si aquel lugar no hubiese estado tan malditamente infectado de sangre de hace tantos años, de seguro podría haber sentido el aroma de la sangre de su esposa, pero no había claridad, ni identificación alguna, en la tan repugnante mezcla que hedía alrededor.

Escuchó la voz de Quénecánt mientras se acercaban por uno de los pasillos más oscuros, podía dicernir sus palabras con claridad, casi imaginándosela frente a él, por lo que un sentimiento de repulsión le apretó el estómago. De seguro la muy perra se estaba divirtiendo con alguno de sus reclusos baratos y le llevaría a observar lo que podría llegar a pasar con su persona si acaso él no colaboraba con sus propósitos. Emerick sabía que debía mantenerse firme y enfocar sus pensamientos en como sacar a Lucius de ahí, así que apretó los labios y se llenó de valor para apreciar el espectáculo que la cicatrizada le ofrecería, pero cuando asomó por la esquina y vio lo que ella había preparado para su vista, pudo escuchar incluso como el peso de su temple y valentía caían a pedacitos cual cristales de hielo desmoronándose desde la torre más alta.

No supo como caminó aquellos últimos pasos, empujado por los soldados de la Inquisición con el shock apagándole los sentidos y la memoria por un par de segundos, pues no supo, ni jamás sabría como que es que había avanzado hasta estar delante de Lucius. Simplemente su cerebro se apagó como jamás le había pasado, fue un cambio de switch, el choque devastador de la muerte del hombre y el nacimiento de la bestia.

Del lobo salió un rugido que más que grito fue trueno y que hizo que más de alguno de los hombres, que estaban acostumbrados a tratar con el aristócrata caballero de la alta sociedad, retrocedieran con miedo. Emerick se sacudió sus opresores con monumental fuerza y sorpresa, que a los que no se sacó de encima, les arrastró consigo como una ola de tormenta hasta caer con sus garras encima de la inquisidora.

No, no tenía idea de lo que iba a pasar, no había escuchado ni una sola palabra de todas aquellas últimas, sólo había bastado su imagen, esa imagen, de Lucius colgada y denigrada ante sus ojos, con el cuerpo roto, sucio de los desperdicios de otro y ensangrentado por su propia resistencia. Eso, esa sola y única imagen ya era dolor, un dolor ensordecedor, una desesperación por liberar su locura, un grito de muerte apoderándose de sus manos que se cerraban al cuello de Ninette hasta cortarle el paso del aire y acabar con su existencia.

—¡MORID! —gritó con una voz que ni siquiera era la suya.

“Morid” exigió como si nada más importara, porque sería sólo la muerte, su muerte, la que de ahora en adelante no dejaría libre otro pensamiento de su conciencia.

Pero los hombres, los otros soldados, no tardaron en reaccionar y asistirse mutuamente por ayuda, le empujaban y le golpeaban intentando separarle de su presa, pero Emerick se aferraba a ella como si de ella dependiera su vida misma. No iba a soltarle, no iba a dejarle ir, ni iba a aflojar las manos de su cuello hasta sentir la vida ajena escurriendo a través de éstas, pues aún cuando le arrojaron al suelo, Ninette cayó consigo, cayó como quería verle caer, como el primer paso para lograr hacerle pedazos y hacerse del gusto de su deceso aún cuando a él le costase también la muerte.

Morid…

Morid…

Morid…



Última edición por Emerick Boussingaut el Mar Feb 10, 2015 7:37 pm, editado 2 veces
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Lun Feb 09, 2015 9:21 pm

Se marchitaban los pulmones privados de oxígeno. Ninette no lo entendía. Hacía sólo un instante había dado la orden de acabar con la bruja, y al otro, yacía tumbada boca arriba, con un peco atroz en su garganta y en el resto de su cuerpo. No podía respirar, no podía pensar, excepto en sacudirse torpemente bajo una potente opresión. Se le acababan las fuerzas, sus ojos querían cerrarse. Pero entonces recordó sus cicatrices y se dijo que no podía acabar allí. Tenía una misión empeñada por el mismo Dios. Solamente él le quitaría la vida, ¡no un engendro de satanás! Tomó el alfiler de plata de su manga, el mismo con el que había descubierto a Layla Zusak, y lo enterró en la mano que la asfixiaba. Así pudo, a duras penas, darle a sus compañeros los segundos necesarios para salvarle la vida. Un poco más y adiós a Ninette Quénecánt. Un médico tendría que atenderla muy pronto, pues dentro de poco comenzaría a sentir los estragos y ni el cuello podría girar.

La desalmada se reincorporó tambaleándose, incapaz de compatibilizar el esfuerzo físico con la incontrolable tos, y con un insoportable dolor en la tráquea. Otros quisieron ayudarla a ponerse de pié, pero con furia ella los apartó abanicando con un brazo en el aire.

¡Señora, se hará más daño usted! —suplicaron.

¡Apártense, idiotas! No se atrevan a ponerme un solo dedo encima. —se puso de pié como pudo, afirmándose el cuello con una palma. Hasta gritar le había dolido. La siguiente orden que le dio a uno de los soldados le salió como un susurro— Encárgate.

El peón hizo aquello para lo cual había sido entrenado. Se dirigió a Emerick mientras era  y le enterró cuatro dagas de plata: una en cada pié y en cada mano. Se guardó la quinta por si volvía a resistirse; en ese caso la clavaría en el corazón.

Realmente no lo entiendes, ¿cierto? Tal como lo imaginaba. Debí vaticinarlo conociendo a los de tu tipo. Caóticos, impulsivos, estúpidos. Aunque te pasaste de listo esta vez, Boussingaut, incluso para ser un licántropo. Lo lamentarás. No… no es de esas promesas a largo plazo construidas sobre una base imaginaria. Es algo que podrás ver, oír, y hasta tocar. Sí, tocar. Porque no dejaré que mi invitado estrella se quede sin gozar un solo detalle.

A los usuarios del arma mortal dirigió sus palabras arrastradas y bajas por el ataque. Ninette le decía a su cerebro que no era tiempo de sentir dolor, pero éste no le prometía nada de vuelta.

Háganlo en la mayor cantidad de tajadas posibles. —pero el más joven de los verdugos titubeó.— Me oíste.

Harta de perder el tiempo, la líder empujó al incompetente y se hizo con el extremo de la sierra que quedó vacante.

Dame eso —tomó el mango con esquivez— He visto más valor en un gato asustadizo.

Vino el horror con el primer movimiento. Trizado quedó el capullo de la femineidad, esa de la cual Ninette se había despojado es espíritu, pero que ahora arrebataba de la manera más cruel. La pobre víctima invocó a su amante en un aullido que al más retorcido estremecería. Pero no a la pelirroja; ella estaba a un nivel más allá de lo humanamente comprensible.

¿Qué dijiste? ¡No te oí! —y otro corte, largo y lento. La respuesta empeoró— Así está mejor. Grita. Grita todo lo que quieras. Que te oigan allá abajo, porque arriba nadie te contestará.

Ninette parecía en estado de éxtasis con su macabra labor. La disfrutaba como nadie. ¿Tenía sonido la carne? ¡Claro que sí! Y lo estaba desentrañando con sus propias manos. Que le fueran devueltos los instrumentos a Jubal; había nacido la verdadera música celestial entre sus dedos. Sintió una asquerosa envidia del acero que cortaba a la arpía, que la hacía gritar como gárgola quemándose en el infierno. Qué ganas de que sus falanges estuviera hechas de hierro incandescente, para deshacer con sus huellas esa piel asquerosa manchada de infierno. Se merecía cada milímetro de músculo aniquilado. Se le desgarraba la garganta a alaridos. Pero así y todo Ninette apostaba que no le dolía ni la mitad de lo que le había dolido a ella cuando su perro osó intentar apagarle la vida. Así que le dio más.

¡Más, más, más!
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Mensaje por Emerick Boussingaut Mar Feb 10, 2015 8:16 pm

”El alma descansa cuando echa sus lágrimas; y el dolor se satisface con su llanto.”
Ovidio



No fue realmente el pinchazo de un simple alfiler lo que hizo que el licántropo sacase sus manos de encima de la mujer. Estaba decidido a matarla, a destrozarla entre sus dedos, pero ella no estaba sola y finalmente fue la unión sinérgica de toda la tropa enemiga y ese insignificante alfiler lo que acabó salvándole la vida y provocándole un verdadero vacío entre sus manos que le hacía sufrir de impotencia. Se sentía desojado y timado, por primera vez toda su atención estaba puesta en Ninette Quénecánt, y esta vez sí que escuchaba sus palabras, mas no le atemorizaban sus amenazas más de lo que lo que le atemorizaba que pudiese ocurrir a su familia.

Un grito ahogado se le escapó de la garganta al sentir el escozor de la plata rajándole la carne al final de sus extremidades y sus párpados se apretaron de dolor antes de volver a abrir los ojos y azotar sus orbes iracundas sobre el marcado rostro de la inquisidora que les sometía. Quería matarla, realmente lo quería y deseaba con la totalidad de su conciencia.

Dejadla irsiseó amenazador —. Dejadla o haré que os cuezan el cuello tal como os cocieron las mejillas…

A ese punto ya había comprendido que el dialogo mediático era una perdida de tiempo, y simplemente se dejaba llevar sin importar cuanto pudiesen enojarle sus amenazas. Es más, esperaba que la ira de la inquisidora llegara al nivel suficiente para que comenzara a desquitarse con él en lugar de su mujer, pero aquella asesina era un individuo inteligente y sabía que debía apuntar sus ataque al punto más débil del Duque, aquel en donde más le dolía: Lucius.

No…susurró para sí mismo al escuchar las instrucciones que la mujer le daba a sus verdugos, y después gritó —¡NOOOOO!

Intentó zafarse nuevamente, poco le importó la amenaza de esa quinta daga que se le había reservado para el corazón, pues ¿de que servía un corazón si ya no se tenía al ser amado?. Sabría, si hubiese razonado, que no le matarían hasta que la ejecución de su esposa hubiese acabado, era parte del juego de tortura de esa manada de animales enfermizos que tan religiosamente proclamaba actuar en el nombre de Dios.

Entonces el seccionamiento comenzó.

—¡Dejadla! ¡DEJADLAAAA!

Bramó jalando con todas sus fuerzas, sin importarle siquiera que se le rajasen las manos y pies en donde tenía enterradas las dagas de plata. El dolor físico no podía siquiera compararse al dolor de su alma que se desgarraba a pedazos mientras su corazón sangraba voraz a cada milímetro maldito que la sierra se abría paso dentro del cuerpo de su amada.

Y por un segundo fue nuevamente libre. Libre para arrojarse delante de su compañera, esa alma gemela que ya había comprendido no tenía la menor esperanza de acompañarle en esa vida. Ambos estaban condenados a muerte, y por culpa suya sería ella quien más lento moriría, quien más agonía soportaría antes de recibir a brazos abiertos el alivio de la muerte. No tenía más opciones, Emerick lo sabía.

Cayó ante ella, aterrizando con sus rodillas sobre el piso de fría piedra y sus manos desgarradas se abrazaron enlazadas tras el cuello de Lucius a quien buscó mirar a los ojos para perderse por última vez en aquellos grises infinitos. El mundo se detuvo por última vez para Emerick Bussingaut y su memoria guardó aquel recuerdo para lo que le quedase de vida.

Lo siento…

Se apresuró en decir antes que las lágrimas se comiesen sus palabras y sus enemigos volviesen a hacerse de la voluntad de su cuerpo. Sus ojos lloraron al mismo tiempo que sus manos se apretaron aún con más fuerza a la nuca de Lucius y le jalaron hacia abajo en un movimiento seco cuyo crujido rompió el silencio. Pudo sentir la vida de su amada escapándosele entre los dedos mientras sus labios recogían el ultimo respiro de su boca. Entonces lloró, lloró desde sus propias entrañas, desde la primera y la última célula de su cuerpo. Lloró.
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Jue Feb 12, 2015 11:39 pm

Hasta que la melodía de la sangre escurrida fue más fuerte que el de la anatomía ultrajada. Ya no hubo nada más para segar. Fue entonces que la célibe soltó el arma y dio una vuelta para apreciar la obra de arte que había creado. Órganos hechos polvo, vasos sanguíneos destruidos y huesos expuestos eran los ingredientes perfectos para una escultura soberbia. «Maravilloso» se dijo «Ni Racine ni Crebillon podrían haberlo escrito mejor». Mas se equivocó. Enfocó su vista con más detenimiento y ahí estaba: los restos de un feto esparcidos en ese río de sangre que no dejaba de fluir ante un padre desconsolado que a la madre no había conseguido salvar.

¡Mirad! Dos bestias devueltas al averno en una sola cortada. —se dirigió a los presentes con los brazos abiertos— ¡Viva la Inquisición! ¡Alabado sea el Señor!

Pero cuando los hombres a su cargo se adelantaron, Ninette pasó del júbilo a la furia ciega. La adrenalina era tan grande que no sintió cómo su garganta volvía a herirse con sus exclamaciones.

¡NO! —los frenó en seco— No los toquen. ¿Acaso no ven esta belleza? —¿Belleza? Sólo alguien tan retorcido podía hallar hermosura cuando la sangre de la víctima les había llegado a los tobillos.

Y como si no hubiese sido ya suficiente martirio, con la misma desfachatez con la que cortó a la joven mujer a la mitad, arrastró con los pies los restos del malogrado vástago hacia su progenitor. Así quedaría él. ¡Así ardería toda su maldita descendencia!

No se te olvide tu porquería, Boussingaut. A ver si así recordáis que sólo a Dios le debes perdón.

Torturarle; de eso se trataba. De lágrimas, sal, heridas. De arrasar con la vida en lo que duraba una calada. Incluso Ninette, que nunca conocería el amor porque había rebalsado cada molécula de su cuerpo de odio, sabía que no había peor dolor que ver partir a los seres amados. Pero el dolor se tornaba tormento cuando se sumaba la impotencia de una crueldad imposible de detener. Boussingaut se veía terrible. Hacía sólo instantes se había visto a una quimera tan feroz como el despertar de un volcán, pero ahora no intimidaba ni al más enclenque de los cachorros. Débil y aburrido. Ninette asintió satisfecha con lo que había destruido en él. No lo recuperaría jamás. Y él sabría, cada uno de los instantes que pasara en el infierno, que si no habían vivido una madre y su hijo, era por su culpa. Por su gran culpa.

Ninette aprovechó la oportunidad y susurró a sus hombres:

Les debió haber dado una jaqueca de aquellas. Me enteré de que a algunos hasta los estampó contra la pared, el muy bestia. Pero mírenlo ahora. Es patético. Cada vez se parece más a los demonios del infierno. —se detuvo en el más severo de ellos. Era la palanca que tenía que accionar para que continuara el espectáculo— Quieres despedazarlo, ¿verdad? Hazlo. Hazlo, te lo ordeno.

Salió disparado a moler al licántropo. Pero un hombre no era ninguno. La líder de los soldados comenzó a incitar a los demás con una necesidad que sólo un niño añorante podía entender.

Vamos, sigan. No se detengan. Hay mucho para acabar aún. Muélanlo con sus propias manos. ¡Porque polvo somos y al polvo seremos tornados!

Los empezó a empujar, ansiosa. Incontrolable. Los más endebles hacían el esfuerzo por no tropezar con sus aventamientos. Aunque difícil no era distinguir de dónde sacaba tanta fuerza Ninette. Era la adrenalina de lo irreal. Para ella era tan bueno, tan perfecto que no podía ser cierto, así que los demás tenían que palparlo para hacerlo cierto, para convencerla de que ella lo había logrado. Bajo su mando, esos malditos, habían recibido el segundo peor de los castigos. El primero se lo dejaba a belcebú.

Repetidos golpes se oyeron. Puñetazos, patadas, y hasta piedrazos. Todo impacto que pudieran realizar con el cuerpo y con la tierra estaba permitido. La única regla era negarle una rápida ejecución.
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Mensaje por Emerick Boussingaut Sáb Feb 14, 2015 10:31 am

”El sueño es el alivio de las miserias para los que las sufren despiertos.”
Miguel de Cervantes



Las más grandes torturas no siempre vienen acompañadas de dolores físicos y las peores cicatrices precisamente no son las que se graban en la piel.

No era necesaria una nueva sierra para seguir haciendo sufrir al hombre que yacía destrozado ante el cuerpo inerte de su mujer, porque la sierra —esa sierra— continuaría cortándole la vida a pedazos por el resto de su existencia, una y otra vez, como aguja enterrándose en la tela de una prenda que a penas se empieza a cocer.

Emerick lloraba deshecho, sin preocuparse de mantener el silencio, aún ante el bullicio de las burlas de los otros soldados que antes se habían quedado en quietud, esperando por alguna represalia de la líder cuando el Duque le hubo arrebatado la vida de su víctima con sus propias manos, pero nada ocurrió. Como si no se hubiese dado cuenta, Ninette continuó bañando de sangre la abominante sierra que centímetro a centímetro ultrajaba la blancura de una piel que jamás había sabido de maltratos o torturas.

Estuvo a punto de interponer sus propias manos para que la mujer no continuase cortando lo que quedaba de su presa, cual carnicero sediento de sangre, mas los hombres impidieron rápidamente cualquier otro movimiento que atentara una vez más con joderles el espectáculo. Lo redujeron con fiereza y le apresaron la cabeza entre sus propias rodillas y el piso de roca encharcado en sangre fresca.

—¡Échate perro! —se burlaban —Mirad que linda perspectiva del cuerpo rajado de la zorra a la que nos hemos follado.

El licantropo volvió a bramar de rabia… De rabia, de pena, de frustración y humillación, de ira, de tristeza y desolación, mas sus palabras no fueron entendibles, sólo maldiciones ininteligibles arrojadas al infierno por una lengua ávida de venganza, que se extinguió inevitablemente con la imagen de los restos de su hijo arrastrados por el pie la inquisidora ante sus ojos, que aún se encontraban prisioneros a ras del suelo. Una vez más el dolor se apoderó de su cuerpo, echando a patadas de su morada a todo lo que quedaba de fuerza, valentía y voluntad. Quénecánt tenía razón, Boussingaut estaba acabado.

No percibió sensación o sentimiento alguno cuando sus sentidos, que aún funcionaban inconscientes de alguna manera rudimentaria, le alertaron de la cercanía y furia de los soldados que probablemente se lanzarían sobre él para llevarle a las mismas cuerdas que antes habían sujetado a su mujer, pero se equivocó. Los hombres le golpearon sin preludio, ni contemplaciones; le golpearon con furia, con orgullo herido, con la avidez de un cobarde que actúa aún más sádicamente ante la furia y el aliento de sus compañeros.

Sería mentira si se dijera que el Duque no continuó sintiendo, claro que sentía, dolor en cada fibra de músculo que cubría su cuerpo. Pero el dolor físico significaba incluso alivio ante la tortura que enfrentaba en su cabeza, le hacía olvidarse por un minuto de aquello que en verdad le aniquilaba a pedazos y seducía a su cuerpo para que se desconectara lentamente de su cerebro y así finalmente descansar y morir en la ironía del alivio provocado por el dolor.
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Mensaje por Ninette Z. Quénecánt Sáb Feb 14, 2015 5:44 pm

Basta ya. No quiero dejarlo irreconocible.

Detuvo a los matones. Ya estaba hartándose de no oír ni gritos ni gemidos. Una melodía monótona no era parte de sus planes. Oír ese sonido mudo toda la tarde no era lo que tenía pensado. El desquite se había efectuado y la gloria obtenido. Sólo quedaba sellar para siempre el recuerdo del exterminio. Fue por eso que se aproximó con un elegante y mortal caminar, abriéndose paso entre los soldados hasta llegar a un despojo que alguna vez respondió al nombre de Ramandú. Lo vio triunfante, aunque algo decepcionada de que no hubiera durado más. Para quien gozaba de torturar a sus blancos el tiempo era un bien irreemplazable e insuficiente.

¿Eso es todo? —le dio un empujón a la castaña cabeza con la punta de su zapato— ¿Eso es todo, Boussingaut? Qué vergüenza. No vales ni para lamer el suelo del que comen los puercos. —y terminó de voltear su cuerpo con el pié. Un insecto.

Quería cerrar el día antes de izar la bandera de la victoria, pero todavía le quedaba una orden que dar.

Eso es todo. Llévenlo a mar adentro y arrójenlo al agua. No gastaré cal en ese perro. —dio la espalda a la multitud, pero no alcanzó a poner un dedo fuera del lugar de los hechos. Una duda quedaba en el aire rogando por ser resuelta.

Señora, ¿y qué hacemos con la mujer?

Las horribles cicatrices de Ninette volvieron a tensarse en una sonrisa que no acompañaba a los ojos. Contestar fue un gusto culpable.

¿Mujer? Yo no veo a ninguna mujer. —le indicaron el demacrado cuerpo son sutileza, cuidando no enojarla.— Ah, eso. Que los buitres acaben con los restos. Y luego las ratas después de ellos. Si sorprendo a alguno dándole sepultura, estará cavando su propia tumba.

Era la mejor forma, que fuera de manera pública y humillante. Dejaba ahí a las víctimas y las ratas se las comían, llegando incluso a matar a la gente que todavía permanecía con vida. Era una muerta muy dolorosa porque eventualmente los roedores olfateaban y se acercaban, entonces comenzaban a morderlos. La gente definitivamente lloraba, gritaba, se horrorizaba, trataba de escapar, pero eventualmente más ratas venían y consumían a la gente. Pero había cantidades de gemidos entremedio. Ninette lo hacía porque le traía un sentimiento de alguna naturaleza, y trataba de averiguar qué era de todos modos. Pero lo hizo varias veces, tal vez demasiadas. Porque le gustaba mirar.

Vio embarcar a los susodichos con el cadáver de Boussingaut en un costal y se dirigió al interior. Hasta a ella se le acababan las energías y todavía tenía que atenderse esa dolorosa herida de la garganta, pero antes debía terminar el ritual.

Ingresó a una solitaria habitación bajo llave del establecimiento. Un cuarto que solamente guardaba una cosa: un piano. Comenzó a tocar el instrumento furiosa, sin importarle que la sangre le chorreara por los dedos. Blanco y rojo se juntaban, mas no se mezclaban. Cada nota despotricaba contra el mundo, al igual que quien la revivía. Ninette ni siquiera veía ya lo que tocaba. Entrecerraba los ojos consumida por su sadismo y la ira liberada, mas nunca acabada. Incluso en esa instancia le hablaba a su última víctima.

Desconocías quién era yo, y ahora te llevarás mi rostro cubierto de rojo al inframundo, pero así y todo no estás ni cerca de lo que soy. Yo… no soy nadie. Soy una herramienta, una trampa, la mano de Dios que limpia las calles de basura como tú. Pero me conociste como navaja; te acercaste demasiado.

Acabó la canción y con ella la conciencia. A esa hora Emerick Boussingaut ya debía ser alimento para el océano.

Desplomada sobre el órgano, sólo por el éxtasis de la matanza, pernoctó Ninette Quénecánt. Acababa por el día, con vidas demolidas. Pero el rencor seguía. El rencor siempre seguía. Crecía y se prolongaba. No importaban las noches ni los días.
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Mensaje por Emerick Boussingaut Lun Feb 16, 2015 9:57 pm

”Un amigo fiel es un alma en dos cuerpos.”
Aristóteles



La conciencia había escapado más allá de los límites físicos del licántropo. Oscuridad, silencio y vacío interminable traducidos en una quietud que era incapaz de llevarle a la calma. Si Emerick hubiese podido escoger en aquel momento, probablemente hubiese elegido morir junto a su amada esposa e hijo no nato, pero tal parecía que el destino no estaba de acuerdo y que aún deseaba verle luchar al menos una última batalla.

No le despertaron los bruscos tratos que le daban los soldados al meterle dentro de un costal, y tampoco lo hicieron al lanzarle a la embarcación que —supuestamente— le llevaría a su último destino. Sin embargo, el bote no se internó demasiado en el océano, la Inquisición Francesa no poseía grandes recursos en su nativa Escocia y los soldados no perderían toda una noche en remar mar adentro, especialmente cuando comenzaba a enardecerse la marea. Le arrojaron y regresaron antes de que les envolviera la noche con su manto.

Gealach observaba todo desde un farol arraigado en la costa, sabía que ahí llevaban a su amo, pero no se atrevía a volar mar adentro en donde no había árboles en los que refugiarse si aquellos hombres amenazaban con dispararle, era un ave entrenada y sumamente inteligente. Vio como los sujetos lanzaron el costal a la marea y sólo entonces desplegó sus alas para ir a asegurarse de que sus ojos de cazadora no le hubiesen engañado. Memorizó el lugar y tras chillar volando en círculos por un par de veces, regresó a la costa con la intención de buscar ayuda, pero la proximidad de otra embarcación, mucho más grande que la de los inquisidores, le hizo voltear el rumbo nuevamente.

El barco pesquero arrasaba con toda la vida marina que barría a su paso, no tan sólo peces se enredaron entre sus redes, también lo hicieron algas, basura, crustáceos y un noble moribundo. Gerlach chilló una vez más y voló con rapidez hasta el barco para posarse sobre uno de sus mástiles e intentar descifrar si acaso el Duque había sido cogido por la embarcación. La incertidumbre y el miedo a perderle de vista hicieron presa de ella hasta que la embarcación recogió sus redes y pudo ver el bulto que buscaba. Se lanzó inmediatamente en picada y comenzó a picotear el saco mientras le fue posible, pero no obtuvo respuesta alguna por parte de su amo.

La grúa lanzó la carga al interior del cuarto contenedor y Gealach se aferró a las redes con sus garras hasta que éstas soltaron su mercancía. El halcón se encerró junto con los peces e inmediatamente volvió a dejarse caer sobre el bulto de arpillera y sacó los peces que hicieron falta para seguir picoteando el saco hasta lograr hacer un buen agujero, por el que pudo ver parte del rostro del Duque. Chilló y continuó picoteando, pero el hombre no respondió. Pasó junto a él toda la noche, hasta que por el medio día volvieron a abrirse las compuertas, esta vez para liberar la carga. El ave salió volando antes de que pudiese ser vista.

El sol golpeó los ojos del falco que voló en círculos hasta que logró recuperar la orientación y se posó sobre una de las construcciones de la caleta a donde habían llegado. Un par de pescadores se percataron de la presencia de un hombre entre la carga y la alarma se extendió hacia el resto de la tripulación. Le sacaron y examinaron con miedo, decretando que estaba ya muerto o al menos cerca de ello. Le lanzaron junto con las otras presas indeseadas y le abandonaron a la orilla para que las aves de rapiña se encargaran de su cuerpo, mas Gealach no dejó que eso ocurriera y le protegió hasta llegada la noche. Exhausta y sedienta, volvió a emprender el vuelo en busca de ayuda.

No tenía idea a que puerto había llegado, hasta que su vuelo se extendió por algunos minutos tierra adentro. Estaba en Francia, reconocía aquellas tierras aún cuando hacía más de un año se había alejado de ellas. Supo inmediatamente el camino a su antigua casa, esperaba encontrar alguien conocido entre sus paredes, pero la fortuna estaba con ella y un rostro familiar cruzó por delante de sus ojos antes de que llegara a destino. Esperaba que le reconociera como ella le había reconocido.

Cayó en picada, cual ave predadora cae sobre su presa y chilló a su paso para llamar su atención, antes de posarse sobre la primera verja. Era la criada de la casa del Duque, aquella que le había alimentado en algunas ocaciones y a quien Gealach misma había asustado más de alguna vez, cuando entraba de improviso a la habitación de su amo.
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Mensaje por Tulipe Enivrant Mar Feb 17, 2015 10:59 am

Dos criadas caminaban una tarde transformándose en noche hacia la residencia de sus amos, hablando y trabajando. La mayor de ellas hacía un recuento de las tareas que habían cumplido en el día y las que quedaban para el día siguiente. La menor asentía con la cabeza, cuidando de no olvidar un solo detalle, pero a pesar de sus esfuerzos no conseguía memorizar la lista. Estaba mortalmente ida.

Tulipe —dijo por tercera vez la señora. Esta vez tuvo suerte de que le prestaran atención— ¿qué te ocurre? Nunca habías estado tan distraída.

No sé —contestó— Depende de lo que quiera decir.

Tulipe se retrajo levemente. Fue contemplada por la otra fémina durante algunos momentos. Su rostro era tranquilo y atento. La criada tenía una sensación muy particular; estaba concentrada, pero no en su compañera. Era como si algo estuviese pendiente, y no era ni la cocina ni el lavado.

Eso mismo quiero decir. —continuó la mayor, que la pilló volando otra vez.

Un chillido animalesco hizo que ambas mujeres voltearan a lo que parecía ser un halcón para la mayor, pero que para la menor significaba mucho más. Implicaba un estilo de vida, una conexión con presente lejano, con un pasado que volvía. Tulipe alejó dando un paso hacia atrás. Sintió un gran temor a los tiempos que se habían fusionado en la forma de un ave. Sin embargo, ¿por qué temer? Era inevitable que le siguiese, buscando respuestas a la irreflexiva de su interior.

Dios mío. Es Gealach —la hembra volvió a emprender el vuelo y Tulipe dispuso de sólo segundos para decidir. No pensó y le siguió.

Niña, ¡niña! —gritó la señora, rogando que volviera.

Pero la joven eligió a qué llamado acudir. Salió apresurada, con su rosario más firme que nunca en una mano. Siguió a la más fiel de las criaturas incluso a través de las rocas accidentadas. Tulipe no supo cómo sus torpes pies respondieron ante lo abrupto del relieve, pero lo hicieron, supuso, impulsados por algo más grande que esas insignificancias. La sensación de adrenalina en su pecho crecía. Señor Jesús, estaba escrito entonces que algo sucedería. Podía sentir cómo su energía se encendía, preparándose. Ese era el momento en que se alzaba la voluntad del omnipotente, y no había escapatoria.

Y cuando lo vio en la orilla, lo comprobó, con un freno en su aliento.

Válgame el cielo… Señor Boussingaut —una triste imagen de quien la había considerado persona y no objeto estaba tendida en el borde costero— Gracias, Gealach.

Emerick era un crucifijo semienterrado, un pequeño Cristo bajo el cielo oscuro, inclinado en la suave pendiente. No era así como recordaba a su antiguo amo. Lo recordaba vigoroso, gallardo, saludable, con una gran reserva de energía. Se mantenía derecho y completo al caminar. Incluso había algo extrañamente furtivo brillando a través de su aspecto orgulloso, casi feliz. La niña quiso levantarse bruscamente y partir, incapaz de soportarlo, pero a pesar de eso, ella no mandaba; la mujer sí. Y la mujer quería conocer esa inoculación desconocida que parecía haber cambiado la sangre del hombre. Si hubiese tenido un ápice de cordura, hubiera regresado a la residencia de los amos, pero ella se encontraba distanciada de a quienes amaba por tener demasiada cordura. Así que clavó los pies a la tierra y se apresuró a hincarse junto a quien había sido su patrón. Lo primero era comprobar si seguía con vida, aunque lo dudaba, pues no conocía a hombre que pudiera contra el mar. Era una duda terrible que debía comprobar a como diera lugar.

Usted perdone mi osadía, pero esta surge apenas de un gran esfuerzo para ahuyentar mi cobardía. —se disculpó antes de apartar el pudor y ponerse a actuar.

Terminó de romper con las manos la camisa rasgada y ubicó un oído en el centro del pecho del varón. Sus ojos se abrieron de par en par, al igual que su boca, cuando detectó un leve, pero persistente palpitar. ¡Santo Cristo, estaba vivo! ¿Cómo podía ser? ¿Qué le había sucedido? No era tiempo de preguntárselo. Debía cuidar de él, hacer que abriera los ojos. No debía tener miedo del camino. Si había acudido ahí, siguiendo el llamado del ave, se quedaría hasta el final. Ante llamados tan estremecedores no se podía hacer más que acudir. ¿Cuál era la voluntad de Dios? ¿Cuáles eran los límites de su voluntad humana? Estaba por descubrirlo. Nadie podía cambiar el curso de las cosas, sino el Señor de la vida; él era el dueño del tiempo y de las horas.

Se apartó y continuó con el siguiente paso. Estaba segura de que su madre le había enseñado sobre las prioridades, cuando los que atendía eran campesinos maltratados por el capataz. Si bien múltiples heridas y lesiones podían contabilizarse, debía haber un foco. Fue así que localizó un chichón descomunal en un costado de la cabeza, el cual debía ser el que le robó la conciencia. Tulipe se quitó el Bonnet que le cubría el cabello y lo arremangó para ubicarlo bajo la nuca del señor Boussingaut. De esa forma quedó ligeramente elevado, lo suficiente para trabajar, con una postura derecha. Sospechando de que el paciente tuviera una lesión cervical puso una mano sobre su frente, tres dedos de la otra mano sobre la barbilla y elevó la misma para que liberara el paso del aire.

Gracias porque el cielo estaba claro y con una luna brillante para iluminar lo que hacía, pero no era suficiente para las etapas más delicadas. Agradeció nuevamente, esta vez por ser pobre, y saber cómo arreglárselas en situaciones extremas. Al menos lo suficiente. No tenía tiempo para buscar ramas apropiadas para hacer fuego; tendría que arreglárselas con lo que tuviese a la mano. ¿Y qué tenía? Además de agua fría, un cuchillo. Bastaría con un puñado de ramas y una roca. Centrando los materiales comenzó a raspar el filo del hierro con la piedra hasta hacer saltar chispas. «Lo importante no es la fuerza, sino la fricción» recordaba que le habían enseñado. Y así, en poco más de cinco minutos, una llama se encendió.

Allí pudo notar, la criada, la triste expresión que aun inconsciente que el rostro de Emerick guardaba.

No tiene dolores, pero se siente cansado. Entonces… ¿por qué sufre? —la compasión se encendió en sus ojos azulados, tiñéndolos con un negro triste, pero esperanzado— Quiera vivir, por favor. Ayúdeme a sacarlo de aquí.

Empezó a rajar tiras de las faldas de su vestido, prenda cuyo intenso color no era ni el recuerdo de lo que había sido el momento de su confección, pero que todavía podía salvar vidas. Tomó la cantimplora que colgaba de sus caderas y mojó con el agua fría la tela. Contuvo el sangrado remanente firmemente. No importaba que dolieran las manos. Aquel hombre había hecho tanto por ella con sólo creer que se prometía no sentir ni hambre ni sueños hasta que se viera fuera de peligro. ¿Profanación quedarse allí, como una rebelde? Profanación sería dejar escapar la vida entre los dedos.

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Mensaje por Emerick Boussingaut Mar Feb 17, 2015 7:10 pm

”El socorro en la necesidad, aunque sea poco, ayuda mucho.”
Mateo Alemán



El ave esperó hasta que estuvo segura que haber llamado la atención de la criada, de no haber ocurrido aquello le habría picoteado quizás hasta los ojos, Gealach siempre había sido sumamente decidida y tenía su propio carácter, tanto como si acaso el mismo Duque le hubiese contagiado de sus propias costumbres.

El halcón voló una vez más, sin importar el cansancio y la falta de sueño que le acechaba, ella no descansaría hasta haberlo dado todo. Aleteó con prisa, pero se detuvo de cuando en vez para asegurarse de que era seguida y chilló una y otra vez, si acaso los ojos de la criada le perdían.

Finalmente llegó con ella al borde costero y le condujo a lo que iba dentro del roquerío, en donde casi no se adentraba gente, hasta que se posó a un costado de su amo y chilló nuevamente, como quien apura a la chica porque no hay tiempo que perder.

Emerick estaba totalmente abandonado a su suerte, aun con algunos restos del saco que le contuvo enredados entre sus ropas rasgadas y ensangrentadas. Aún tenía restos de sangre añeja que no había logrado lavar el agua del océano, y otro poco de nueva, pues muchas de sus heridas continuaban abiertas. Numerosas contusiones y parte del rostro inflamado parecían haber confabulado para intentar hacerle irreconocible, pero por fortuna el Duque había sido una persona que había dejado huella en la memoria de quien se acercaba a reconocerle, aún con la duda de quedarse a ayudar o huir definitivamente.

El ave gorgogeó en un sonido suave, algo que asemejaba a una amalgama entre murmullo y agradecimiento, y se acercó a Tulipe, observándole con suma atención, como si depositara en ella también toda su esperanza. Esperó a su lado, hasta que la chica volvió a pararse en busca de ramas, entonces se acercó al cuerpo del noble y puso una garra sobre su cuerpo, como quien se encarga de cuidarlo mientras el otro anda lejos, mas no se movió de aquel lugar hasta que la muchacha regresó.

El fuego producido logró proporcionar una mejor vista del estado del licántropo, una visión que lejos de estaba de ser lo que la criada recordaba. Una visión que no sólo preocupaba, sino que también consternaba ¿Quién demonios podría haber causado semejante daño y cuales serían las secuelas? Si Gealach tuviese un cerebro humano, de seguro se lo estaría preguntando.

El sonido de la noche comenzaba a escucharse cercano, risas, alcohol y parranda; borrachos, prostitutas y alguna que otra víctima de la locura o el opio, por lo que el halcón que ya había comenzado a picotear los restos de un pescado, volvió a alzar la cabeza. Había algo más en aquellos sonidos fiesteros que había llamado su atención, una voz que se le hacía familiar, mas no lograba verle con claridad de entre medio de las rocas, así que una vez más chilló y alzó el vuelo de regreso a la zona habitada por los humanos.
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Mensaje por Tulipe Enivrant Sáb Feb 21, 2015 10:42 am

Vicios del mundo. Si estuviera en una situación normal, la criada empalidecería de pánico. Pero su cerebro que dijo que no era el momento. Oh no, no con un moribundo a sus pies. No hasta que el señor Boussingaut volviera a estar como lo recordaba. Y vaya que se distanciaba de eso. Las mejillas estaban empalidecidas, los ojos hundidos y los labios flojos. Gracias a Dios seguía tibio y no había adquirido esa gelidez cadavérica. Todavía el cuerpo intentaba salvar el alma.

Empezó a lavar las heridas remanentes y volvió a mirar a Emerick mientras lo hacía, para ver si despertaba por el dolor de alguna llaga profunda. Él tenía la cabeza levantada de un modo extraño, como un hombre que retrocedía ante un insulto, en parte altivamente, contempló el rostro quieto, mudo, material. Tenía un áurea azulada. ¡Quieto, mudo, material! Tulipe recordó cómo en tiempos había aferrado a Emerick su admiración con un afán cálido de aprendizaje. Fue durante un suspiro hasta que se marchó. Aquel rostro había caído en el brasero, pero en tiempos pasados nadie hubiera osado llamarlo quieto, mudo, material.

Tulipe contemplaba y contemplaba. Se mantenía a su lado, sin preguntarse si ya había visto suficiente. Seguramente Emerick la regañaría por verlo de esa manera tan compasiva, pero por suerte no estaba consciente.

No se enfade. Es una cosa amarga para mí. —habló como si él pudiera oírla. Tal vez no tendría otra oportunidad para hacerlo— Si yo muero, sabrá que no he abandonado sus enseñanzas. Dios nos hace ver que no hay necesidad de desesperar en la muerte. Creí que debía saberlo.

Con un ligero quiebre al final de la última frase, Tulipe calló. O bien se le rompía el corazón o dejaba de preocuparse. Mejor dejar que las cosas siguieran su curso. Dar todo de sí y sentirse libre porque como persona y como cristiana había hecho todo lo posible. Lo demás era codicia. Entregar asuntos de vida o muerte en manos del Señor debía ser la prueba más difícil, pero el paso más sabio. Mejor batallar con una misma únicamente, no con el mundo.

Ya limpias las heridas lo más que pudo, la criada se dio cuenta de que todavía disponía de agua. Muy poca, pero tenía. No alcanzaría para quitarle la sed, pero sí para algo. Miró a Gealach, que todavía permanecía ahí, y derramó el líquido en el hueco de una roca, invitando al ave a beber.

Ven, Gealach. Muchas gracias. Has hecho bien. El señor Boussingaut tal vez te deba la vida y yo unas manos limpias.

Bebió y voló. Ojalá tuviera fuerzas suficientes para alimentarse levemente y recobrar la energía. Todavía no podían cantar victoria.

De pronto la mujer tuvo un presentimiento que la hizo palidecer: una compañía no anunciada ni mucho menos deseada. Sintió peligro por el sólo hecho de tener el corazón abierto, pero no por ella. Ella podía emprender carrera y hacer uso de sus pies ligeros para huir, pero no Emerick. No podía irse.

Podría irme. ¿Y entonces qué? ¿Qué pasará con el señor Boussingaut?  —se preguntó— No es una escapatoria. Es sólo un camino, una senda para uno. Y es muy tarde para apagar la fogata.

Tulipe se encorvó angustiada por lo que podía pasar, pero permaneció quieta junto al inconsciente. Respiró para recobrar la tranquilidad. «Que sea lo que Dios quiera» se dijo. Desvariar, ser trágica, no servía para nada. Mejor quedarse en silencio, sujetando el espíritu en paciencia y plenitud.
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Mensaje por Eustace Gougeon Sáb Feb 21, 2015 12:09 pm

”Las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran.”
Proverbio africano



La noche había sido divertida para el curandero; había ganado en la mayoría de sus apuestas, manoseado glúteos carnosos, bebido de los mejores vinos y besado labios de los que ni siquiera se acordaba. De hecho, ya ni sabía quienes eran aquellos que le acompañaban; una doncella de generoso escote bajo un brazo y una botella de whisky bajo la otra mano, otras dos parejas más cuyos hombres parecían caminar sólo gracias a la fuerza de las mujeres que les acompañaban. Risas, cánticos y bromas absurdas que a un cuerdo no le causarían la menor gracia.

Fue precisamente observando ese paisaje extraño, del cual él era también parte, que notó como de pronto era prácticamente atacado por una especie de pajarraco extraño y salvaje. De seguro el ave había chillado ya para llamar su atención, pero el brujo estaba demasiado sumergido en su borrachera como para caer en cuenta de su presencia. Tuvo que agacharse para esquivarle, pero aún así sus reflejos no fueron tan rápidos y una de las garras alcanzó a rasguñarle la cabeza.

—¡Aaaaauuuh! ¡Maldita ave, hija de puta!

Se quejó soltándo inmediatamente a la mujer, pero no a la botella de whisky, y enfocó una de sus manos sobre el ave. Tenía la intención de lanzar una de sus maldiciones, sin detenerse a pensar siquiera en que aquello no sería bien visto para el grupo de mortales que le acompañaban, pero no pensaba con claridad, no estaba en sus cinco sentidos, pero aún así le reconoció cuando ya hubo comenzado a murmurar las primeras palabras.

—¿Gealach?

—¿Gealach? —coreó la doncella que le acompañaba —¿Pero que estáis hablando, bandido? Venid acá y regresad a mis brazos que yo os acojo con cariño.

La mujer sonrió con picardía y por un momento Eustace le regresó la sonrisa y volvió a avanzar un paso hacia ella, cuando el ave regresó en una segunda envestida la cual sí pudo en verdad esquivar.

—¡Whoa!… Un momento… Creo que esta hembra también solicita mis servicios.

Murmuró aquello ultimo, antes de beber un nuevo trago de whisky y seguir al ave sin preguntarse a donde le llevaba. Acostumbrado ya estaba a que en sus años de trabajo juntos, el Duque le mandase a llamar con aquella pajarraca, que con el alcohol en su cuerpo, ni siquiera tomó el peso de cuanto tiempo había pasado y lo extraño que sería reencontrarse con él en aquellas tierras. Ya comprendería un poco más y ataría todos los cabos sueltos cuando se le quitase la resaca del siguiente día.

Estuvo a punto de caer un par de veces por la senda que iba a través del roquerío y tuvo que esforzar la mirada y fruncir el ceño para lograr distinguir la silueta de una mujer a la cercanía de una fogata. No pudo negar que aquello le intrigaba, lo último que recordaba de Emerick es que aún tenía cuerpo de hombre y no creía que se hubiese hecho un travesti, aunque bueno, cada quien con sus gustos. Se dijo a sí mismo alzando los hombros, y no fue sino hasta que ya estuvo bastante cerca que distinguió que había en realidad dos cuerpos y reconoció a sus respectivos dueños.

—¡Tulipe!

Exclamó con la alegría de un borracho y dio una nalgada en uno de los glúteos de la mujer a quien tantas veces había fastidiado mientras vivían juntos en la mansión de la Corporación.

—Bah… igual de flaca y desnutrida como siempre ¿Qué hacéis aquí? —preguntó con curiosidad, pero fue en ese mismo momento que sus ojos se desviaron hacia el cuerpo del licántropo que yacía sobre las rocas —Aaaaawwww… duerme como un bebito. Cuchi chuchi cuchi.

Se burló pasándole uno de sus dedos de arriba a abajo sobre los labios del Duque, haciéndolos golpearse entre ellos cual niño burlesco. Para su ingenuidad de borracho, aquel hombre, al que también recordaba como alguien fuerte y admirable, sólo estaba durmiendo.


Última edición por Eustace Gougeon el Dom Feb 22, 2015 10:35 am, editado 1 vez
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Mensaje por Tulipe Enivrant Sáb Feb 21, 2015 6:43 pm

Cuando Tulipe vio a Eustace, no supo si reír o llorar. Por un lado se trataba de una cara conocía, no un asesino, ladrón o violador (ella suponía). Pero por otra parte que no podía ignorar, ese hombre siempre le había dado mala espina con sus vicios; no era mesurado, se excedía con la misma naturalidad con la que respiraba, y hacía comentarios inapropiados a la gente, sobretodo a las mujeres. ¿Qué podía querer acercándose a ellos?

S-Señor Gougeon —tragó saliva la sirvienta intentando parecer lo más amigable posible, como si estuviera feliz de verlo.— ¿Qué está--- ¡Oiga! —dio un brinco haca adelante como si alguien la hubiera clavado con un alfiler.

Pero qué descaro y falta total de pudor. Como si no hubiera sido poco el espantoso hedor a alcohol que salió de las fauces de Eustace, éste se creyó con todo el derecho de darle una nalgada a la criada. No es como si la muchacha tuviera carne para agarrar, pero aquel hombre definitivamente la había encontrado. ¡Pero qué se creía! La joven lo vio indignada e impotente, sin saber bien qué hacer ni cómo reaccionar. Lo único que tenía en mente era salir de allí ilesa y con el señor Boussingaut consciente. Sin embargo, ahora tenía a Eustace en la ecuación. Un indeseado factor, pero que estaba ahí.

Reacia a que ese borracho le pusiera un solo dedo encima otra vez, la criada volvió a empuñar su cuchillo y amenazó hacia delante enseñando el filo.

S-señor, un ademán más y me obligará que soy una joven de bien y usted un caballero —amenazó con voz tiritona, pero persistente. Jamás había desafiado a nadie, pero al hacerlo sintió un chorro de adrenalina verterse sobre su cabeza, preparándola por si acontecía lo peor.

Mas lejos de proseguir algo fatalista, llegó algo ridículo y casi ofensivo. La reacción de Tulipe fue instantánea, interponiéndose entre Emerick y Eustace, haciendo una barrera con su cuerpo. ¿Tan delicado estaba el Duque y venía este señor a tirar los esfuerzos por la borda? Eso no lo admitiría. Dios quisiera que el impertinente estuviera lo suficientemente ebrio como para no acordarse de que una sirvienta lo había encarado.

Habló de corrido esta vez. Una mirada de determinación se abrió paso entre la timidez de la chiquilla. Sus ojos miraron fijo a su adversario, aunque sus manos tintinearan.

Ya basta. Suéltelo. ¿No ve que está en pésimas condiciones? —claro que no, si estaba más que aturdido. Aun así prosiguió— Está pálido, malherido. Se ve que hace varios días que su estado no mejora. Y yo estoy haciendo todo lo humanamente posible para sacarlo de ahí. Es lo mínimo que puedo hacer. Incluso permanecer aquí puede costarme mi trabajo, pero le temo más a la ley divina que a la ley humana y prefiero una conciencia que me permita dormir antes que un techo bajo el cual hacerlo. Así que si no tiene nada bueno que decir ni aportar, le voy a pedir que se vaya o todo París querrá enterarse del causante de la muerte de un Duque.
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Mensaje por Eustace Gougeon Sáb Feb 21, 2015 8:51 pm

”Si entiendes, las cosas son así. Si no entiendes, las cosas son así.”
Proverbio Zen



Prácticamente ni le había prestado atención al cuchillo que sacó la criada, en aquel momento su atención se había posado únicamente en el hombre que, según él creía, estaba durmiendo. Mas cuando ella volvió a interponerse entre él y el Duque, fue que por fin el brujo cayó en cuenta del objeto cortopunzante.

Eustace frunció el ceño, se hubiese reído si acaso ella se hubiese quedado callada; tan delgadita y poca cosa, amenazándole a él con un cuchillo que apenas se podía en la mano, cuando se notaba a leguas de distancia que ni siquiera sabía usarlo. Vaya que podría haber sido un cabrón con ella si acaso hubiese querido, pero sus palabras le parecían mucho más preocupantes y alarmantes que la imagen suya con un cuchillo ¿Acaso Emerick estaba inconsciente y no dormido?

—¡Quitaos de aquí!

Mencionó bruscamente, dándole un empujón que casi la arroja al piso, pero enseguida recordó su arma y regresó a por ella, apresurándose en quitársela y alejarla de ella lo más posible, incluso estirando su brazo en la dirección opuesta, mientras el otro brazo se preparaba para impedirle el paso.

—Una mujer como vos ¿Qué sabe de cuchillos? He conocido fieras que ¡Oh, ellas sí saben de armas! ¿Pero vos? ¡Pobre ratita de campo, queriendo jugar a la brava! Dejad las armas a los hombres y ayudadme a recoger al chucho.

Le frenó en todas sus intenciones de ataque, demostrando al final de su dialogo que en verdad quería ayudar a Emerick. Sin embargo, se había referido al Duque como un chucho, y es que así le trataba cuando estaban en confianza, pero nunca supo realmente si Tulipe habría sido o no consciente de la naturaleza del hombre al que pretendía ayudar y, a decir verdad, la mente del brujo tampoco estaba lo suficientemente clara como para detenerse a analizar cada palabra que escupía.

Eustace volvió a poner su atención en el escocés y se agachó sobre éste para tomarle los pulsos vitales y corroborar que efectivamente seguía con vida. Sólo entonces se hizo consciente de la gravedad de sus heridas y, lo que era peor, el gran número de éstas.

Mas vale que volváis a hablar, chucho de porquería. No va a llegar la hora de mi muerte sin antes haber sabido quien os ha hecho esto.

Rezongó como si el hombre en verdad le escuchara y se metió el cuchillo de la criada en medio de su cinto. Observó a Emerick, precisamente en la posición que se encontraba, intentado adivinar una que otra fractura, antes de decidir mandarlo todo a la mierda y mejor moverlo de una vez y sanarle después, que para algo debían servir sus habilidades de médico y curandero.

—Cogedle de los pies, yo le llevaré de abajo de los brazos. A ver si con un poco de peso muerto encima os seguís viendo tan brava.

Volvió a mangonear a Tulipe, de cierto modo no expresado, para ponerle en su lugar. Siempre había querido ver a la joven reaccionar, pero la costumbre de verla sometida como un cordero le hacía olvidarse de sus deseos, al menos por ese momento, en donde las prioridades eran definitivamente otras.

Ambos movieron el cuerpo del Duque, un cuerpo más pesado de lo que era un humano común y corriente, por lo que Eustace no necesitó pensarlo demasiado. Apenas llegaron a la primera calle e hizo parar al primero de los carruajes disponibles para llevarlos a todos a su propio hogar, un lugar en donde no llevaba ni siquiera a sus clientes más importantes, por lo que dio la dirección y prohibió las preguntas, incluso las de Tulipe.

El carruaje se detuvo a la entrada de un edificio de aspecto clásico, con un gran portón de madera que cubría casi por completo la vista del pequeño jardín que le antecedía. Ordenó al propio cochero, a cambio de nuevas monedas, a que les ayudara a entrar al licántropo hasta la segunda puerta, de ahí en adelante siguió él solo con la criada. El interior dejaba ver un recibidor bastante amplio, con aspecto de chalet y más limpio y ordenado de lo que cabía esperar para un hombre como Eustace.

—Al sillón.

Exigió nuevamente, y una vez que le dejaron sobre el mueble, el brujo volvió a acercarse a Tulipe para cogerle firmemente de ambos hombros y mirarle directamente a los ojos.

—Escuchadme, ratita, y escuchadme bien que vuestra vida depende de esto. No sé, ni recuerdo, cuanto hayáis sabido de la vida del Duque, la mía o los verdaderos planes que se llevaban a cabo al interior de la Corporación cuando vos erais parte de ella, pues si no lo sabéis os aviso aquí y ahora que todo lo que veías y escuchéis en este cuarto jamás pasó y jamás existió o haré que os comáis vuestra propia lengua. Ahora... —bajó el tono de su voz necesito de vuestra ayuda.
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Mensaje por Tulipe Enivrant Dom Feb 22, 2015 7:35 pm

Aunque odiara admitirlo, necesitaba la ayuda de aquel papanatas para sacar a Emerick de ahí. Sola no se lo podía, sin mencionar que no se atrevería a moverlo en primer lugar porque con suerte tenía músculos básicos para moverse y en segundo porque temía agravar sus heridas. ¿Valía la pena confiar en Eustace, en alguien capaz de llamar «chucho» sin pena de su decencia? Al verlo acudir con urgencia a su ex patrón, la sirvienta se respondió.

Tal vez sea un ebrio, también un impúdico sin respeto. Es posible incluso que la lealtad que profesa sea efecto del alcohol. Y me avergüenza la sola idea de dónde pudo haber venido, ay Dios. No quisiera tomar este camino. —de nada servía moverse en círculos esperando que se abriera la tierra y le escupiera las respuestas. Debía actuar. La vida no podía esperar— Pero puede ser el único.

Se tragó los peros y se acercó para ayudar, sin toparse en ningún momento sus ojos con los de él. Sus brazos tambaleaban, inconstantes en su resistencia, pero permanentes en la intención. Comenzó a sudar casi de inmediato, preocupada por no tener la fuerza suficiente, pero así y todo Tulipe se mantuvo silenciosa, sin una sola queja. No se sentía arrastrada a hablarle a Eustace, y podía ser mejor así si trataba de esa manera tan despectiva a las mujeres. En la incomodidad el silencio era lo mejor, o meras palabras leves. Era mas positivo apartas los diálogos forzados. Por lo cual hablarían únicamente del tema que los tenía ahí reunidos: el mismo Emerick. Pero ni eso se dio en todo el camino; necesitaban del aire para caminar sin desfallecer con fibroso  y alto como torre señor a cuestas.

La campesina no pudo explicarse cómo se detuvo un carruaje y accedió a llevarlos, pero asintió ante su fortuna. Asintió incluso a la prerrogativa de Eustace de mantenerse en silencio, por obvias razones. Era la actitud convencional correcta para situaciones nada convencionales, y la joven creía en las convenciones para sobrevivir en París. Lo daba por supuesto. Eso aunque pareciese que Eustace odiaba todo.

Obediente, Tulipe no hizo preguntas cuando descendieron a una residencia que al menos por fuera se veía confiable. Al verse sola con Eustace y Emerick se dio cuenta de la vulnerable posición en que se encontraba, pero la alentó una cosa: Ella sola no valía nada, a menos que alguien le arriba le diera importancia. Rogaba que la presencia del Duque, aunque a medias, sirviera como resguardo para su persona. Así era la jerarquía, la cruda pirámide humana. No por no estar de acuerdo no se pertenecía a ella, así que debía saber jugar.

El brusco agarre tomó desprevenida a la chica, provocando que tomase aire abruptamente de puro asombro. Eustace no se iba con rodeos. Tulipe se forzó a verlo a pesar de la severidad de sus palabras. La verdad era que ese hombre la intimidaba por lo negativamente impredecible que era. Por eso tuvo que pestañear cuando lo oyó pedir ayuda. Que le dijera «ratita» le entró por un oído y le salió por el otro.

¿Q-Qué es lo que dijo? —negó con la cabeza tan rápida como expulsó la frase. Él no lo repetiría, ¿o sí? — Haré lo que esté en mis manos para que acá acontezca un milagro, porque… —se giró a ver el cuerpo malogrado de su antiguo amo una vez más antes de volver la vista hacia delante. Así no olvidaría a qué se estaba enfrentando— …él lo necesita. Dígame dónde está el agua, señor. Qué debo hacer, qué hierbas moler, qué telas remojar. Y si existe algo que yo no sepa de lo que tenga necesidad, le pido humildemente que me ceda esos conocimientos. Sé lo que me ha enseñado la vida, que a mis diecisiete no es mucho, pero tengo espíritu indagador. A pesar de que apenas alcanzó a enseñarme las letras, el señor Boussingaut dejó ese legado inquieto en mí. Dele uso, señor Gougeon, para salvarle la vida.
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Mensaje por Eustace Gougeon Dom Feb 22, 2015 8:39 pm

”El que se rompe los dientes con la cáscara raramente come la almendra.”
Proverbio alemán



Eustace le miraba inquieto, esperaba de sus labios una respuesta favorable, esperaba que le ayudase sólo por su moral que siempre había sido tan buena a simple vista, tan cristiana y devota que a él le daba risa. Él, quien siempre le había molestado por ello, le había hecho sentir incomoda en tantas ocaciones, le había incluso humillado por ser una mojigata poca cosa, ahora acababa de sorprenderse con la mas sencilla de las mujeres.

“¿Qué es lo que dijo?” había preguntado ella, “¿Qué es lo que dijo?” habría querido preguntar él.

Una sonrisa apareció en el rostro del francés, una sonrisa que no era ni burlesca, ni altera, como las que ella siempre había visto, sino más bien una sincera, humilde y sin caretas. Le soltó aún sonriendo y negando con la cabeza, como si acabase de ser testigo de un espectáculo sorprendente.

—Sois increíble, Tulipe Enivrant, realmente increíble.

Aquella había sido la primera vez que ese hombre se dirigía a ella por su nombre, su verdadero nombre y no el apodo de turno que se le ocurría a cada momento. Tanto que hasta él se sorprendió de haber conocido su nombre. Continuó negando con la cabeza y le liberó de su agarre, dejando caer sus brazos a los costados, pero enseguida le tomó del rostro y le dio un sonoro beso en medio de la frente.

—No tenía idea de que me agradabais.

Volvió a sonreírle, dejándole ya libre. Acto seguido, se dio la media vuelta para volver a mirar al Duque y recordaran sus ideas, mientras se llevaba una mano empuñada por delante de la boca en ademán pensativo y se giraba otra vez para mirar sus muebles.

—Os tomaré como una aprendiz si lográis resistir a esto y seguís siendo vos misma.

Mencionó como si nada, y sólo le miró una vez terminado de decir la frase para observar su expresión y sonreír con confianza, antes de comenzar a prepararse. Lo primero que hizo fue sacarse el saco y otros artilugios que servían sólo para el adorno y limitaban la comodidad. Acto seguido, volvió a dirigirse a la criada para darle las nuevas indicaciones antes de centrarse en su paciente.

—Ahí está la cocina. Necesito un sandwich y un café. No, no estoy bromeando —se adelantó antes de que ella pudiese protestar —. Soy consciente que aún estoy bajo los efectos de un poco de alcohol y eso ayudará a quitármelo más aprisa. No queremos que corte al Duque en las partes equivocadas ¿o si? —sonrió —Preparad también para vos, os necesito con toda vuestra fuerza, interior y exterior.

Pero no, el sandwich y el café no eran los únicos motivos por los que le enviaba a la cocina. Quería probarla, ver su reacción ante lo desconocido antes de comenzar el ritual de sanación. La cocina no era precisamente el cuarto en donde podía encontrar artículos ligados a comida, sino también a pociones y otros actos de brujería; cabezas reducidas, gallos colgando de cabeza, velas negras, hierbas por doquier y muchos artefactos extraños que podrían aterrar a cualquiera.
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Mensaje por Tulipe Enivrant Lun Feb 23, 2015 12:15 pm

Tulipe, Tulipe…

Hacía tanto ya que no oía su nombre en los labios de nadie. Era como ser consciente de la propia existencia, y también de algo más: de lo mucho que extrañaba a su madre. Tulipe, Tulipe. ¿Acaso estaba empezando a difuminarse la memoria de su voz? No era justo. Precisamente cuando alguien, por insólito que pareciese, la reconocía, ella no podía recordar del todo la voz de la mujer que le dio la vida. ¿Cómo podía esperar ser una hija digna si no podía recompensarla?

Quedó ella inmóvil. Entonces miró hacia arriba, con los ojos abiertos de par en par, asustada. La mirada oscurecida y fija de Eustace desorientaba a la sirvienta. Le daba mala espina, aunque algo le dijo que sus palabras eran sinceras. El poder de la primera impresión permanecía potente y el alcohol también. Asumió la joven que ya debía habérsele subido a la cabeza, aunque eso no evitó que los colores

Pediría al Señor que al encontrarlo no se hubiese desatado la violencia, tanta falta de tacto, p-pero quizás era inevitable. —susurró al tiempo que miraba hacia el suelo y el varón la liberaba.

Tal vez la criada no fuese culta en absoluto, pero tenía la certeza que ya no era la misma, incluso antes de iniciar con cualquiera fuera el procedimiento que tuviese el señor Gougeon en mente. Ella era tan nueva, tan nítida de asombro. Y Eustace estaba hundido en graves memorias, mientras Tulipe resplandecía y a veces flaqueaba ante no lo visto. Pero la primera orden ya la había vivido incontables veces; servía como mucama la mayor parte del tiempo y no como enfermera. Hasta agradeció comenzar así; ayudaría a que se aflojaran los nervios y alejaría en algo esa pestilencia que despedía la boca del hombre.

A la orden, señor. —hizo una leve reverencia y partió al encuentro de lo desconocido sin saberlo.

¿Qué más cotidiano que una cocina? La cama, ciertamente, pero nada similar a lo que Tulipe se encontró al atravesar la puerta que la llevaría a preparar el pedido. La primera reacción fue contener el aliento y la segunda toser. Mágicamente se había adentrado en un agujero de lo indefinido, donde cuerpos de animales no tenían cabeza y otras cosas tenían demasiado de todo. El olor era fuerte, como a moho. De todos modos no era de su incumbencia, así que elaboró lo más rápido que pudo las preparaciones y salió de allí con ese mal sabor en la boca.

E-El café está cargado. Lo preparé especialmente para que dure. La cocina me confundió un poco, a-así que espero haberle acertado a sus gustos culinarios, aunque más me preocupa la energía que recobre. Estoy segura de que usted… es el hombre adecuado para salvarlo.

Pero por todo lo santo, ¿a través de qué medio? Todas esas cosas extrañas que Tulipe había hallado en la cocina la perturbaban. Estaba bien, ella no era médico, pero no recordaba que hubiera olido de esa manera tal herbal ninguna casa de buen doctor. Ese aroma como prohibido daba la impresión de ser algo oculto, lejos de una fuente de benigna. ¿Quién era Eustace Gougeon y de dónde provenía esa confianza casi ciega que se tenía? Tulipe se mordió los labios, rehusándose a indagar. Porque saber muchas veces implicaba acción u omisión, y ambas acarreaban responsabilidad.

Se forzó a seguir viendo el rostro del Duque. Ahí estaba el fin.

No sabía que alguien pudiera llegar a este estado y vivir —susurró triste— Jesús, María y José, ¿qué pudo haberle sucedido para dejarlo en estas condiciones?
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Mensaje por Eustace Gougeon Lun Feb 23, 2015 8:12 pm

”Los ojos se fían de ellos mismos, las orejas se fían de los demás.”
Proverbio alemán



Mientras la criada iba a la cocina, Eustace se la quedó mirando por detrás, aprovechando también de indagar que tan bien se le veían los glúteos, pero por desgracia tenía razón con lo que había dicho en el roquerío. A esa chica le faltaba alimentarse mejor.

Se mantuvo observando por un par de segundos más a la puerta por donde la chica había cruzado. No escuchó ningún grito de horror, ni destrozos, ni tampoco le vio salir corriendo en esos primeros cinco segundos que se mantuvo atento, así que luego de ello se relajó y comenzó a ponerse manos a la obra. Lo primero que hizo fue ir a un mueble en donde guardaba un par de herramientas básicas, además de su maletín de médico y se acercó a Emerick para comenzar a cortar parte de las prendas, algas, e hilo de pescar que aún tenía enredado en el cuerpo. Cuando Tulipe regresó, el Duque ya estaba prácticamente en interiores.

Eustace rió por las palabras de la cristiana y se giró para mirarle aún con las tijeras medio ensangrentadas en las manos.

—¿La cocina os confundió un poco y creéis que es por mis gustos culinarios? —preguntó antes de soltar la carcajada —Ay, Tulipe ¡Tulipe! De seguro no sois mas ingenua porque no habéis nacido antes —le miró directamente, aún con la sonrisa amplia en los labios —. Soy un brujo, aparte de médico y político… Digamos que soy brujo, curandero, oportunista, médico y político, en ese orden. Y sí, soy uno de esos que persigue vuestra amada Santa Iglesia para cortarle la cabeza por haber nacido diferente, pero creedme, por haber nacido como nací y haber hecho las cosas que hice es que mucha gente como vos sigue con vida, así que sí, soy el hombre adecuado para salvarlo.

Dejó las tijeras de lado y cogió el café que le había traído la criada para bebérselo de un sólo tirón y luego dejar la taza vacía sobre la bandeja. En ese momento se escuchó un golpeteo en la ventana, Gealach estaba afuera furiosa, reclamando porque no le dejaban entrar.

—No le abráis —dijo Eustace, antes de que a Tulipe se le ocurriera hacerlo —. Es un ave inteligente, pero no lo suficiente como para comprender que primero debo dañar a su amo para que pueda recuperarse con mayor rapidez.

Mencionó como si nada, mientras examinaba las heridas de sus manos y pies, las únicas que no habían dejado de sangrar.

Platamurmuró antes de volver a mirar a la criada —. Probablemente ningún humano corriente sobreviviría, es verdad, pero el Duque no es un humano corriente, es un licántropo, un hombre lobo, un chucho o como queráis llamarle.

Se hizo a un lado, estirando el brazo derecho del escocés para enseñarle las cicatrices de su mordida, aunque sin dejar de mirar a la muchacha. Eran sus reacciones lo que más le importaban en ese momento.

—Emerick, al igual que los otros de su especie, posee la habilidad de sanarse más rápido. En este mismo momento ya habría soldado incluso los huesos que tiene rotos, pero su cuerpo entero se ha relentizado, es muy probable que la poca energía que le quedaba la haya gastado en mantenerse con vida. Lo único que tenemos que hacer es ubicar los huesos en sus lugares correspondientes, limpiar sus heridas y… entregarle energía, energía ajena.

Energía ajena, no precisamente de los vivos y eso era algo que no sabía como podría tomarlo Tulipe, pero ya había soltado tantas verdades ocultas en aquellos pocos minutos, que para llegar a ese punto mejor sería ralentizarse un poco.

—Sé que es difícil de creer si acaso no lo sabías ya, pero lo veréis. Entonces creeréis, no como vuestros sacerdotes que os piden que creáis sin mostraros siquiera un acto de bondad o sacrificio.

Entonces sacó un bisturí y comenzó cortar donde se habían encausado cosas del mismo mar o el barco que le había transportado.

—Comenzad a lavar las heridas que ya veáis limpias.
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