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De Negocios y Venganzas III: La huida a Dijon {Alessa Strauss} 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Jîldael Del Balzo Vie Feb 13, 2015 11:55 am

“El fracaso es, a veces, más fructífero que el éxito”.

Henry Ford


La joven miró en lontananza; la vista desde su balcón era preciosa, incluso cuando el otoño decaía para dar paso al invierno. Una de las criadas había dejado una taza de café con leche acompañado de unas galletitas para acompañar su lectura. Jîldael acarició el lomo del libro que había escogido y lo abrió, dispuesta a leer un poco para despejarse de los últimos eventos; sin embargo, leer fue lo último que hizo durante esas horas. Y era que su mente no podía dejar de repasar los hechos ocurridos la semana más reciente.

Por una parte, había sido atacada por una avanzada de la Inquisición, motivo que le obligó a abandonar la propiedad que Jean más había amado en vida, pues allí, en Lyon, había conocido a Marie Hélène y se había enamorado de ella. En efecto, para el ojo experto, la propiedad de Lyon no era ni la más lujosa ni la más rentable, pero quien supiera mirar con más atención sabría descubrir todos los detalles que Jean había puesto allí sólo por amor a su mujer. Si bien, nada había allí para la Felina, ella consideraba una falta a su padre haber abandonado la mansión para escapar de sus enemigos. Charles había tratado de consolarla, pero había sido totalmente en vano.

Y así llegaba ella a la otra parte del asunto que la acongojaba: Valentino de Visconti.

Absolutamente todo de él la confundía; a momentos era gentil, inteligente y gracioso; y a momentos, parecía perder la cabeza y la paciencia. Podían pasar desde un chiste a una discusión sin siquiera darse cuenta, lo que, lejos de enojarla, la hacía sentirse viva y fuerte, tanto que muchas veces ella provocaba los conflictos sólo para experimentar el golpe de adrenalina que sentía gracias a Valentino. Y, pese a todo ello, él aún cuidaba su vida personal; ella no sabía prácticamente nada del Visconti, mucho menos por qué, siendo quien era él, había decidido quedarse, sobre todo después de lo que había ocurrido durante el viaje y que había contribuido a alejarse aún más entre ellos.

Hacía ya una semana que se habían asentado en Dijon; allí estaba la propiedad Del Balzo que más ingresos generaba después de sus posesiones de París. La joven había levantado alertas a todos sus aliados, para evitar otro ataque como el sufrido en Lyon; así también reforzó los sobornos y contrató el servicio de pillos y ladrones para proteger sus intereses; no volvería a huir como una rata, nunca más.

Sin embargo, la ausencia de Alessa Strauss era lo que más inquietaba el corazón de la Felina. Antes de escapar de sus captores, se había encontrado con Gaspard quien le había asegurado que la alemana había sido advertida de no retornar a Lyon, con indicaciones expresas de dirigirse a Dijon y de evitar a toda costa delatar su posición social; era del todo recomendable que si fingiera criada o labradora, pues los enemigos de la Del Balzo tenían demasiada información correcta sobre ambas y, si no se protegían, sería fácil emboscarlas.

Jîldael no la conocía del todo, pero lo poco que había visto de la Strauss le decía que la joven mercenaria sabría arreglárselas sola para cumplir con lo encomendado por ella. Sin embargo, una semana después, la germana aún no llegaba a Dijon. ¿Y si la hubieran atrapado? ¿Si hubiera terminado muerta? O, peor aún, ¿si Alessa hubiera sido la traidora que dio su posición a los Inquisidores? Jîldael se negaba a creerlo, pero los días pasaban y su fe se rompía junto con los nervios.

Un sonido distante, pero conocido la sacó de sus cavilaciones; lo que vio, la sorprendió mal y la impelió a cerrar el libro de golpe, a la vez que gritaba órdenes a sus criados para tomar posiciones estratégicas en el caso desafortunado de que el carruaje que ingresaba a toda velocidad fuera de sus enemigos. Bajó rápidamente hacia la explanada exterior y maldijo internamente que Charles y Valentino hubieran salido a “resolver asuntos de hombres que las mujeres nunca entenderían”; bufó mentalmente, sospechando que su Maestre organizaba esas salidas a propósito. Ya en el amplio jardín, esperó a que el carruaje estuviera en posición de tiro y sólo entonces extrajo una pistola de entre sus ropas y apuntó a donde suponía estaría sentado el ejecutor de ese ridículo plan. A punto estuvo de jalar el gatillo, pero el cochero, que había perdido el color de su faz al verse rodeado de tiradores, tuvo la suficiente sangre fría para gritarle que la pasajera no era otra que Alessa Strauss y que venía herida.

Jîldael soltó una terrible maldición y corrió hacia el carruaje, cuya puerta se abrió entonces y dejó a una pálida Alessa a la vista de todos.

¡Por todos los Cielos! — exclamó la Felina, aterrada de la visión que tenía frente así — ¡Cécile, Eugene! ¡Preparadlo todo para asistencia médica! ¡Agua, pinzas, agujas, hilos, todo! ¡AHORA! — gritó las órdenes a sus doncellas que parecían congeladas de la impresión; las muchachas no perdieron el tiempo y desaparecieron en el interior de la vivienda, dispuestas a obedecer a su Ama. Jîldael dio la espalda al carruaje y observó en su entorno, buscando al más macizo de sus mozos — ¡Maurice! ¡Rápido, llevadla a mi cuarto! ¡Vosotros, nos os quedéis mirando! ¡Adecuad mis aposentos para poder atender a mademoiselle Strauss! ¡MOVEOS, RÁPIDO!!! — rugió, furiosa, y todos se movieron sin pérdida de tiempo — Alessa, querida; vais a salir de ésta, os lo prometo. — musitó a la germana, con suma ternura.

Dos horas después, había cumplido su palabra, pero yacía completamente agotada, a la espera de que su aliada despertara y le diera noticias sobre lo ocurrido.

Sería una larga noche de luna llena.


***
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Mensaje por Morgan Strauss Sáb Mar 07, 2015 6:45 pm

No lo des por perdido hasta que hayas agotado todas las vías.
Sarah Moore Fitzgerald

Todo había estado bien, las acciones que llevaba junto a Jîldael del Balzo estaban saliendo de la manera en la que se esperaba. Lo que ninguna se imagino, fue que alguien de dentro les traicionaría y todo se derrumbo. Alessa recibió la indicación de salir de Lyon y viajar Djion de la manera más discreta posible, ocultando su identidad y su clase, pues lo más importante en aquellos momentos era que llegara hasta donde se encontraba la mujer que le contratara. Era necesario que se reagruparan y vieran que era lo que salió más en aquel plan aparentemente infalible.

Hizo todo lo necesario para tratar de pasar debidamente inadvertida y lograr llegar a su destino, pero el viaje sería un poco más largo de lo que ella deseaba, todo por el hecho de que no deseaba levantar la más mínima sospecha sobre la realidad de quién era y sobre todo, su relación con la Del Balzo. La germana estaba orgullosa de decir que de sus labios no sabia palabra alguna sobre aquellos a los que servia y era justamente de esa manera, prefería morir antes de traicionar o revelar algo respecto a aquellos a los que servia pero igual, no pensaba morir. En la mente de Alessa, aún existan muchas cosas que hacer como para dejarse capturar o asesinar por alguien y aún les quedaba un largo camino por recorrer junto con Jîldael, para que la venganza tan esperada por la joven, se completara.

Se deshizo de sus ropas, cambiándolas por las de una doncella cualquiera y de esa manera fue que decidió ir con rumbo a Dijon, haciéndose pasar por acompañante de una mujer a quien también contrato simplemente como acompañante, no sin antes advertirle que cualquier signo de traición significaría la muerte. Ya fuera por manos de la germana o por aquellos que les capturasen. La mujer aquella, comprendió de inmediato y fue así como salieron de Lyon con rumbo al sitio donde se encontrarían todos nuevamente.

Andaban con calma y sin prisas, tratando de llamar la atención lo menos posible pero parecía ser que los esfuerzos de todos los que iban con ella no fueron suficientes para mantenerles a salvo. Aparentemente, alguien volvía a decir lo que no debía y antes de que siquiera pudieran hacer algo, se habían visto rodeados por un grupo de inquisidores y otras personas de importantes rangos que exigían saber de la ubicación de Jîldael Del Balzo. Po supuesto, habían hecho todos su parte y negado aquel lazo que les vinculaba con la cambiante pero igual, uno de los hombres que había hablado volvía a quebrarse y el grupo de la germana no tuvo más opciones que escapar junto con los suyos. Su manera de escape fue más una persecución que parecía no tener fin y conforme el tiempo pasaba, algunos de los que le acompañaban iban cayendo. La germana no permitía que ninguno se entregara, estaba bastante claro que si resistían sobrevivirán, pero aquellos que no pensaran en traicionarle, encontrarían la muerte antes de poder hablar de algo con los enemigos. De esa manera, terminaron siendo apenas unos cuantos los que lograron alejarse de todo aquello. Alessa entre ellos, pero claro, la germana no había salido intacta. El cochero, la joven que contratar y otros dos ayudantes fueron los que lograron sobrevivir y aunque estaban ligeramente heridos, ninguno de ellos se encontraba grave. La única que sangraba más que todos y trataba de mantenerse fuerte ante las situaciones, era Alessa, quien salió muy mal parada de todo el asunto.

Conforme se acercaban a su destino, la fuerza la iba dejando y en determinado punto fue que decidió dejar a sus tres acompañantes y continuar a solas hasta la mansión de Djion, únicamente con el cochero como acompañante.

Aquel era el trayecto final y ella se sentía cada vez más cansada. Estaba perdiendo la batalla contra la muerte y aún así, no se rendía. Tampoco podía detenerse y fue por eso que a pesar de su condición continuaron hasta llegar al lugar de su destino y eso lo supo porque el cochero le gritaba que resistiera, que estaban ya muy cerca y se lo confirmaron las voces en el exterior del carruaje. No estuvo segura de estar en el lugar indicado sino hasta que la voz de Jîldael llego a ella. A partir de ese momento dejo de esforzarse tanto y su alrededor se volvió borroso, las palabras eran solo sonidos y los movimientos que sufría su cuerpo eran como si ella estuviese flotando, eso fue hasta que la oscuridad llego a su mente y la germana no supo más.

Lentamente, el dolor le hizo regresar a la consciencia pero sin que ella supiera cuanto tiempo había pasado desde su llegada a la mansión. Sus ojos se abrieron de manera lenta y se vio a si misma en una enorme habitación. Ahí, en aquel lugar pudo diferenciar la figura de Jîldael y con dificultad le sonrió.
Que nadie diga que los Strauss no somos resistentes. He llegado finalmente Jîldael y lamento mucho la demora, hubiese llegado mucho antes de no ser por las dificultades que tuvimos que enfrentar – dijo hablando con voz suave y calma. Estaba cansada aún, pero su descanso podía esperar. Lo importante era hablar con su contratista.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Dom Mar 08, 2015 1:52 pm

“El miedo es natural en el prudente, y el saberlo vencer es ser valiente”.

Alonso de Ercilla y Zúñiga.


Habían pasado más de veinticuatro horas y dos hechos simultáneos habían impedido que la joven Felina pegara un ojo en todo ese tiempo, pese a que su estado de gravidez le impelía a cuidarse mejor.

Por una parte, Valentino y Charles se habían marchado a la urbe de Dijon hacía ya dos días y todavía no retornaban a la Mansión Del Balzo; aquello no pudo sino encoger el corazón de la muchacha; y era que por mucho que Jîldael fingiera aborrecer al Lican italiano, en el fono de sí misma, él le importaba más de lo que estaba dispuesta a confesar (y cada vez confesaba menos cosas, para evitarse la molestia de salir herida). De quién sí podía preocuparse abiertamente era de Charles; su Maestre había tenido un extraño episodio en Lyon, justo cuando debieron salir huyendo de allí, pero no sólo le restó importancia, sino que además se negó rotundamente a ser revisado por médico alguno y, apenas habiéndose reunido en terreno seguro, no dio más que unos días de descanso antes de partir en sólo Dios sabía qué misión suicida, dejándola a ella confinada a la seguridad del hogar, comiéndose las uñas y trepando paredes de la angustia.

¡Menuda seguridad le habían dado!

Como si no fuera suficiente con todo ello, Alessa había vuelto con un evidente retraso en sus tiempos, gravemente herida y, quién sabía, a lo peor con sus enemigos pisándole los talones. Pero Jîldael, además de deshacerse en pesimistas conjeturas, nada más podía hacer que esperar a que la germana recuperara la consciencia. En cuanto descubrieron la gravedad de sus lesiones, la Felina no había dudado en asistir a su aliada, lamentando una y otra vez la ausencia de su Maestre; para fortuna de la Strauss, aquella mansión no sólo estaba mejor equipada que la de Lyon, sino que también su personal estaba mucho mejor preparado. Así, pues, Maurice sabía de procedimientos básicos de medicina como sabía de caballos y de su crianza. El mozo fue el encargado de atender las heridas de Alessa, siempre acompañado por dos criadas de confianza y la presencia impasible –en apariencia– de la joven Señora.

Y salvar a la joven mercenaria había sido todo, menos un trabajo sencillo; les había ocupado todo el día contener la hemorragia y toda la noche estabilizar a la doncella, para luego dejarla caer en un pesado sueño del que parecía no querer retornar. No fue sino hasta el mediodía siguiente que la germana por fin pareció decidirse a abrir los ojos

Que nadie diga que los Strauss no somos resistentes. — musitó, con el hilo de voz que delataba lo terriblemente cansada que estaba — He llegado finalmente, Jîldael y lamento mucho la demora, hubiese llegado mucho antes de no ser por las dificultades que tuvimos que enfrentar.

Jîldael admiró el temple de su aliada; aún pálida y herida, Alessa intentaba dar su informe. Jîldael contuvo las lágrimas de miedo y acarició una de las manos de su compañera:

Os agradezco vuestra sincera lealtad, mademoiselle Strauss. Y, aunque deseara dejaros tranquila, es preciso que me digáis todo cuanto ocurrió desde que nos separamos, pues de ello depende la vida de todos nosotros. Ya tuvimos que huir desde Lyon porque alguien de nuestros aliados nos traicionó; entenderéis que no deseo tener otra visita de ese tipo aquí, en Dijon. Luego de eso, querida Alessa, os dejaré para que os repongáis de vuestras heridas. — la impelió Jîldael.

La joven Del Balzo sabía (mucho mejor de lo que hubiera deseado saber en su vida) que no estarían a salvo hasta que el último de los enemigos estuviera muerto… Al menos los de la cuadrilla que se empeñaba en perseguirla desde Lyon.

Si tan sólo Valentino estuviera a su lado.


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