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De negocios y venganzas II: El viaje a Lyon {Alessa Strauss} 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Jîldael Del Balzo Mar Oct 29, 2013 11:52 am


“Un viaje de mil millas comienza con el primer paso.”
Lao Tsé.


Aún era de noche cuando Jîldael se enfundó en la gruesa capa rusa. Miró el horizonte, un tanto abatida... Apenas Alessa abandonó la sencilla morada, ella había partido presurosa al encuentro de Târsil; sin embargo, en la choza no había rastro del inquisidor. Lo único que encontró allí fue la breve nota en que, sin mayores explicaciones, anunciaba su marcha al norte. Se despedía escuetamente. Quizás, hubiera sido una irrelevante nota más, como tantas otras se dejaron durante esos meses, pero la presente misiva dejaba absolutamente claro que no había futuro para ellos.

Jîldael se dejó caer sobre la humilde cama, atontada por el mensaje; pero, en cuanto pudo reaccionar, no dudó en montar a su corcel y espolearlo duramente de regreso a la casa de Agnés para concentrarse en sus negocios. Tuvo todo listo demasiado pronto y cuando se retiró a su cuarto no logró conciliar el sueño. Pasó la noche en vela, llorando amargamente por el amor que perdía una vez más, mas esta vez fue distinto. Una parte de sí misma, por fin, dejó de sentir culpa, como si supiera que nunca había estado en el lugar correcto, como si la memoria de Baptiste por fin pudiera descansar en paz. Por otro lado, el dolor de su amor no correspondido esta vez no pudo hacerle el mismo daño de la primera vez; el amor de su hijo, creciendo dentro de ella, le daba una fortaleza que pocos podrían destruir.

Sin embargo, eso no le evitó las lágrimas, el insomnio ni las ojeras. Como resultado, aquella fría madrugada era un completo desastre, pero no permitió que su tristeza la distrajera ni por medio segundo. Escogió un vestuario adecuado a su posición social; volvió a colgarse la gargantilla de su abuela y los aretes de su madre, al tiempo que ajustaba la pulsera de su padre en su muñeca derecha y el anillo de su viejo linaje en el anular izquierdo. Ahora, cuando Alessa la viera, no le cabría duda alguna de que pertenecía a la aristocracia, ni mucho menos dudaría cuando le revelara su verdadero nombre.

Por supuesto, nada de ello ocurriría en París; la capital, además de su belleza, tenía demasiados oídos; era preciso, pues, alejarse de su mundanal ajetreo e internarse en Lyon para sostener la tan anhelada conversación; si todo salía bien, Alessa sería su más invaluable aliada. Pero, para ello primero la germana debía llegar a su encuentro y apenas quedaban 10 minutos de espera. Fue entonces que un carruaje asomó por fin en la desierta calle. Unos momentos después, la señorita Strauss descendía del carruaje para saludar a Jîldael.

Bienvenida, Madeimoselle Strauss. – la recibió la Cambiaformas – Está todo dispuesto para iniciar nuestro viaje. Preferiría que compartiéramos mi carruaje, por asuntos de seguridad que, espero, comprendáis en esta travesía, además de que llamaríamos menos la atención. Claro que, si preferís vuestra privacidad, podré comprenderlo. Quedo a vuestra disposición. – agregó, mientras guiaba a Alessa al interior de la sencilla morada – Si no os molesta, me gustaría que compartiéramos un té antes de irnos. – sugirió, mientras los pocos criados presentes en la casa terminaban de acomodar las cosas necesarias para el viaje.

Necesitaba irse a Lyon. Necesitaba, más que nunca, dejar atrás a París y al inquisidor que le había roto el corazón... dos veces.


***


Última edición por Jîldael Del Balzo el Mar Ene 14, 2014 4:24 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Morgan Strauss Sáb Nov 02, 2013 12:32 am

Cada vez que me preparo para un viaje me preparo como para la muerte.
Si no volviera nunca, todo está en orden.

Katherine Mansfield


Se había pasado el tiempo de una manera más rápida que nunca, al parecer cuando era de tratar asuntos con la Noir, el tiempo se apresuraba porque sabía que la germana no era tan paciente ante cosas como aquella. Aún buscaba obtener más información de aquellas personas aparentemente humildes de quienes aún desconfiaba pero no por eso efectuaría un mal trabajo.
Su frustración aumentaba conforme el tiempo era cada vez menor, había llegado incluso al punto de romper varios jarrones de su casa al intentar obtener más información de aquel par; termino por rendirse, aguardaría hasta que se encontrara nuevamente con la mujer que después de todo le había dicho que le revelaría todo lo que buscara saber.

Ante su ansiedad, había organizado todo para su viaje con antelación por lo que el tiempo que restaba antes de que la hora llegara, decidió pasarlo descansando que al menos de esa manera las cosas eran mucho más sencillas y no le atacaban teorías sobre la identidad real de Valerie.

No fue capaz de descansar tanto como se propuso, pero se sentía llena de energía para lo que viniera en ese nuevo día. Se arregló, preparando algunas armas para cualquier cosa que pudiera suceder, como siempre y finalmente se quedo aguardando a que el carruaje estuviera preparado, pero en cuanto el transporte estuvo listo, salto dentro, esperando que el cochero se apurara para llegar hasta la casa de su empleadora.

Una vez que llegó a aquella calle pudo observar como la mujer le aguardaba y una sonrisa se dibujo en su rostro. Todo aquello no era una broma, ni un negocio tonto y de ese estuvo segura en cuanto volvió a observa a la Noir y recayó en anillo que lucía; no dijo nada sobre eso, se limito a sonreír y saludar cordialmente.
Es un placer volver a verle. Me alegra saber que todo esta organizado ya para nuestra partida y… – dio un vistazo a su carruaje – Por eso no se preocupe, me parece mucho más conveniente que viajemos juntas, precisamente como ya lo ha mencionado la seguridad es lo primero.

Le siguió dentro de la casita, ya cuando fueran a irse podría decirle a su cochero que regresara a la casa y que estaría bien, aunque tampoco era como que ellos pensaran que algo malo podía pasarle.
Por mi no hay problema alguno, además lo primero será el té y que mejor manera de comenzar a compartir con la otra que eso – se refería claro no solo a la bebida, si no a las cosas que ella estaba ocultando y que claro, Alessa también hacía.

Miro de un lado a otro de la casita, buscando al hombre pero no le vió motivo que le llevo a borrarle de sus pensamientos por unos momentos y enfocarse enteramente en la Noir, que aunque estaba ahí no lucía como la primera vez que le vio y fue imposible que no preguntara al respecto.
Disculpe si es indiscreción pero, ¿se encuentra bien? luce algo cansada y pesarosa.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Mar Nov 26, 2013 10:23 pm


“El único encanto del pasado consiste en que es el pasado.”
Oscar Wilde.


Alessa accedió amablemente a todas sus peticiones y Jîldael le agradeció sinceramente su discreción; o al menos hasta el momento en que ingresaron a la humilde morada:

Disculpe si es indiscreción pero, ¿se encuentra bien? luce algo cansada y pesarosa. – consultó la germana, como si fueran amigas y la Del Balzo tuviera el deber de confiar en ella.

La Cambiaformas dio un respingo de disgusto y una especie de aura gélida la envolvió; no estuvo segura, pero le pareció que la Strauss había percibido claramente lo inoportuno de su pregunta; no obstante, contestó con glacial cortesía:

Recibí una mala noticia, Mademoiselle Strauss; nada grave, no os preocupéis. Pero sí os agradecería que no volvierais a preguntar; es un asunto del que no quiero hablar. – puntualizó sin la menor duda; Târsil estaba enterrado. Para siempre.

A diferencia del encuentro anterior, en esta oportunidad, la Felina exhibió descaradamente a toda su servidumbre, dejando en claro sin necesidad de palabras cuál era su posición social. Nada de lo que estaba viendo Alessa se condecía con las señales que Jîldael le había dado en los días previos. Sabía que la germana estaría completamente confundida y, por supuesto, su desconfianza natural se acrecentaría al no comprender el curso que las cosas estaban tomando.

Aquello exactamente era lo que la joven parisina quería provocar en su compañera; quería que Alessa no pudiera sentirse ni segura ni cómoda; quería verla en un ambiente hostil y de qué modo manejaría el torbellino de datos que silenciosamente le estaba entregando. De todo lo que hiciera y dijera la germana dependería la decisión final de la Cambiaformas. Bebieron del té matutino, al tiempo que charlaban de insignificancias como la última ópera, el escándalo de la naciente república y, obviamente, de los negocios que les esperaban en Lyon; ambas sabían que aquello no era más que una mascarada en el delicado juego de las sutilezas; seguían midiendo sus fuerzas, sopesando qué tan lejos podían llegar a confiar en la otra; pero Jîldael llevaba claramente la ventaja; las cosas se estaban sucediendo justo como ella deseaba que ocurrieran, en tanto que Alessa se veía forzada simplemente a adecuarse a lo que le mostraban, sin poder anticipar un paso por delante de la Felina; era como un ajedrez que Jîldael parecía haber ganado sin llegar a mover una sola pieza.

Era una opinión presumida, claro, pero le hizo sentir bien, le ayudó a no pensar en Târsil y le facilitó su partida a Lyon. Sin embargo y pese a todo, tuvo que hacer un soberano esfuerzo por no echarse a llorar en el momento mismo en que subían al carruaje. Se estaba yendo sin luchar y eso le dejaba una sensación amarga en el pecho; tuvo que luchar contra sí misma y el imperioso deseo de correr detrás del inquisidor, de exigirle un por qué de verdad; con sumo esfuerzo lo consiguió. Subieron a su carruaje, acomodaron las cosas de Alessa y, poco después de las 10, partieron con rumbo a Lyon.

Doce horas después, llegaban a su destino. Y sólo entonces Jîldael asumió que nunca más volvería a ver al Valborg. Tuvo que tirarse carruaje abajo, al tiempo que ordenaba a sus sirvientes atender a su acompañante, luego de lo cual, sin mediar explicación alguna, se lanzó a la naciente noche. Bastó un pestañeo para dejar su forma humana y esconderse bajo la piel de la pantera; al animal no le importaba que su macho se hubiera ido; para la bestia, lo que importaba era su cachorro y la presa que estrujaría entre sus fauces; la criatura adormeció completamente a la humana y dio rienda suelta al instinto felino. Esa noche no era la hija del aristócrata, no sabía de venganzas ni traiciones. Esa noche, el animal corrió, cazó, rasgó y se alimentó y solo entonces, volvió al hogar humano.

Cuando retomó su forma humana el amanecer ya se dibujaba en el horizonte y develaba el mundo que hasta entonces se había ocultado entre las sombras. Se aseguró de que Alessa había sido excelentemente atendida y de que no se hubiera marchado durante la noche. Cuando supo que la germana dormía plácidamente, sin intenciones de abandonarla, Jîldael decidió que era momento de irse a dormir. Dio unas cuantas órdenes más y pidió que la despertasen en cuanto su invitada lo hiciera; era preciso que Alessa supiera, por fin, con quién estaba tratando. La Strauss estaba a punto de descubrir que no se debe indagar sobre aquello que se prefiere no saber.


***


Última edición por Jîldael Del Balzo el Mar Ene 14, 2014 4:27 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Morgan Strauss Vie Dic 20, 2013 9:20 pm

La verdad tiene muy pocos amigos y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.
Antonio Porchia


Ese tono frío y la manera cortante de responder, si bien de haber sido otra clase de mujer se hubiese sentido agredida a Alessa le divertía en gran medida ver aquella clase de expresiones, sobre todo porque con ellas lograba tomar el pequeño hilo invisible de lo que perturbaba a sus clientes, desconocía claro a donde llevaba el hilo de la Noir, pero apenas un sencillo roce con aquel detalle, nada que fuera realmente significativo había causado en la dama un descontento tal que la germana se contuvo de lanzar más preguntas e indagar al respecto sin importarle lo que se molestara o como terminara la situación.

Se había contenido por el sencillo hecho de que aceptaría jugar de la manera en la que mujer para la cual aceptaba trabajar dictara. Era imposible que no notara los cambios que existían en la casa y como en esta ocasión ella se movía como toda una dama de sociedad y no simplemente como una mujer humilde que era apenas una nueva rica. Todos aquellos aspectos eran sorprendentes, porque de haber sido completamente confiada desde un inicio hubiese terminado con la boca abierta al ver aquellas muestras de realidad que la Noir estaba mostrando; tampoco era como que podía decir que no le había sorprendido para nada pero… ¿No era ella algo similar a la Noir? Alessa también se encontraba en demasiadas ocasiones con la necesidad de mentir al resto de las personas sobre su verdadera personalidad y quien era, sin mencionar que mantenía su profesión en secreto para la mayoría de las personas que le veían como toda una dama.

Ambas se trataron con la mayor cortesía posible, la Strauss no volvió a preguntar nada de aquello que la Noir no estuviese dispuesta a hablar, menos considerando que aún se encontraban en París, donde alguna podía arrepentirse y retirar la propuesta de viajar a Lyon. La germana no estaba dispuesta a perder la oportunidad de enfrentarle realmente lejos de aquellos lugares, descubriría que era aquello que tan celosamente guardaba la mujer aquella.
Las cosas corrieron velozmente y para antes de que se diera cuenta viajaban a Lyon, pero aunque mostraba una mirada apacible y un rostro sereno, aún en su mente las preguntas no dejaban de aglomerarse y sus ojos no paraban de estudiar a su acompañante; solo para que en otro lapso de tiempo, para ser exactos el que duro el viaje ya en su mente existieran nuevamente una larga lista de posibilidades respecto a la Noir.

Llegaron a aquel lugar en el que se quedarían y siguiendo a los sirvientes que le indicarían donde pasaría la noche, fue la ultima vez durante aquel día que contemplo a la embarazada. La asesina fue atendida maravillosamente, aunque no tanto como ella esperaba porque le faltaba lo principal… Valerie; no encontraba sentido a estar en aquel lugar sin poder observar el rostro de aquella mujer e interrogarle como era debido, no por nada ahora estaban lo bastante lejos de casa, pero lo que esperaba no ocurrió y fue necesario que se encerrara en su cuarto rodando por la enorme cama hasta que la inconsciencia llegara a ella, aunque fuera de manera leve pues la realidad es que el sueño de ella no podía ser considerado pesado y fácilmente despertaba, era un “mal de familia”.

Se levanto con los primero rayos del sol, hizo todo lo que hubiese llevado a cabo en su hogar para arreglarse y solo una vez que se creyó lista salió de aquel cuarto.
Podías avisar a tu Señora que necesito hablar con ella… – pidió sonriente a una doncella que inmediatamente le llevó a ella a una pequeña biblioteca.
Enseguida regreso – dijo la chica antes de desaparecer, dejando a Alessa en aquel cuarto, esperando  o que la Noir apareciera o le llevaran hasta ella, cualquiera de las dos cosas era momento de hablar seriamente y mientras esos pensamientos pasaban por su mente, acaricio suavemente con la yema de uno de sus dedos un costado de su corsé donde llevaba oculta una daga.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Lun Ene 13, 2014 5:00 pm


“No vive el que no vive seguro.”
Francisco De Quevedo.



Le pareció que apenas había cerrado los ojos cuando una de las sirvientas entró en su cuarto para despertarla. Como era típico en ella, gruñó burdamente ante la idea de levantarse cuando en realidad sentía que podía morir de sueño; soltó un par de maldiciones y se sentó en la cama, odiando vivamente a la invitada. Cogió el relojito de cuerda que yacía en su velador.

Las ocho de la mañana… Maldita austríaca. – se quejó la Cambiaformas.

Pero, Ama, Mademoiselle Strauss es alemana… - la corrigió su sirvienta, con aire insolente.

Jîldael la miró de pies a cabeza con las cejas alzadas, ante lo cual la chica enrojeció y tartamudeó una disculpa a medias.

Guarda silencio y prepara mi ropa. – le espetó, furiosa – Y no me hables. Me irritas, niña. – subrayó con su voz, al tiempo que fijaba como nota mental sentarse a conversar con su Maestre sobre la clase de personas que estaba contratando para cuidar de ella y de su bebé.

Sacudió la cabeza para despejarse y de un salto se levantó de la cama; de camino a su baño personal se quitó el aparatoso pijama, con el descaro propio de su carácter, sin importarle la cara de sorpresa que la mucama ponía al verla completamente desnuda. Decidió, mientras molestaba a su empleada, que no se apresuraría; Alessa había turbado su sueño, pues entonces que demostrara su elevada educación esperándola el tiempo que a la Felina le pareciera pertinente.

Una hora más tarde, Jîldael salía del baño y empezaba el ritual del vestuario; la mucama era insolente, pero tenía buen gusto, eso mejoró considerablemente el humor de la Cambiaformas, quien se maquilló delicadamente, se peinó con esmero y se perfumó apenas (pues aún tenía problemas con ciertos olores y comidas); se puso sus joyas favoritas (algo de su madre, algo de su padre y algo de su abuela) y, por fin, se dirigió al encuentro de la señorita Strauss, dos horas después de que la sirvienta tuviera la mala idea de despertarla.

En efecto, habían llevado a Alessa a la que había sido la biblioteca privada de su padre. Un atisbo de sonrisa se dibujó en su rostro; mientras vivió, Jean jamás le permitió entrar a ese lugar, que para ella había adoptado el valor de lo sacrosanto; sin embargo, en cuanto recuperaron la propiedad, lo primero que había hecho la joven fue meterse dentro de ese cuarto prohibido. Le sorprendió lo mucho que se parecían sus gustos literarios a los de su padre y, todavía más, el enorme parecido físico con su madre, el que pudo comprobar con un retrato de tamaño real que dominaba todo el espacio desde la pared norte de la habitación; su padre lo había cubierto con una gruesa gasa de color negro, como símbolo de la muerte de la mujer que tanto había amado. Jîldael por su parte, había desarrollado una especie de odio disimulado contra Marie Helene, pues consideraba que era la única culpable de que su padre no pudiera amarla. No había vuelto a entrar a ese lugar de la casa… hasta ahora.

No obstante sus sentimientos, le pareció que era el lugar perfecto para la conversación que estaban a punto de sostener. Apuró sus pasos e intentó no asustar a su invitada y, sobre todo, esconder la molestia que le provocaba su evidente falta de buen dormir.

Buenos días, Mademoiselle Strauss, ¿os han atendido como se debe? – preguntó por mera cortesía, pues no esperó respuesta; si hubiera alguna queja, Alessa sabría hacerla evidente – Veo que admiráis los libros de mi padre; ¿qué opináis de sus gustos? Era un hombre refinado sin duda. – señaló, haciendo hincapié en el verbo pretérito de su expresión; percibió cómo la chica frente a ella alzaba las cejas en señal de sorpresa; el detalle no se le había pasado.

Jîldael mantuvo el suspenso unos segundos más, mientras caminaba hasta el escritorio de Jean y se acomodaba tras él, como la ama y señora que era.

Imagino que estáis enterada del bullado asesinato de uno de los cortesanos favoritos del derrocado monarca: Jean Del Balzo, dueño de los viñedos que ahora están bajo mi tutela. – la miró fijamente antes de seguir – El mito urbano dice que su hija, Jîldael, era el vivo retrato de su esposa, que la odiaba a morir y que ambos fueron vilmente asesinados a traición por aristócratas en los que Monsieur Del Balzo había puesto toda su confianza, pues ya intuía él que deseaban asesinarlo. En París, en efecto, están las tumbas de padre e hija… – hizo una pausa, mientras caminaba hacia el retrato de su madre y melodramáticamente cogía el cordón que controlaba al grueso visillo negro – Pero el nicho de Jîldael está vacío. – dijo, bajando la voz y haló el cordón que hizo caer la gasa – Porque Jîldael soy yo.


***
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Mensaje por Morgan Strauss Dom Ene 19, 2014 6:52 pm

No poseemos la verdad ni el bien nada más que en parte y mezclados con la falsedad y con el mal.
Blaise Pascal


El silencio fue su compañero durante demasiado tiempo. La biblioteca a la que fue llevada era maravillosa y eso en parte fue lo que le permitió no sentir el tiempo esperando, además no era la primera vez que debía aguardar a que algún cliente decidiera verla. ¿Pero qué podía hacer? Nada, solo esperara y aprovechar el tiempo curioseando entre los estantes de libros en aquel lugar.

Los pensamientos de la asesina se habían desviado por completo, dejando de lado que pronto debería interrogar y ver realmente que planeaba la mujer que le había llevado hasta aquel remoto lugar.

Estaba sumida en el titulo de un libro cuando los pasos se hicieron notar y entonces apareció la Noir en la entrada de la biblioteca. La mujer parecía tan necesitada de hablar que Alessa permaneció en silencio y una sonrisa un tanto oscura apareció en su rostro; las verdaderas caras de ambas estaban saliendo a flote en la soledad de aquella biblioteca, lejos de quienes pudieran intervenir.
Bastante refinado e interesante… es un desperdicio que parezca que nadie los aprecia – dirigió una mirada rápida a los libros y después volvió su mirada a la embarazada, esperando que explicara más de ella ya que estaba deseosa por soltar lo conveniente.

Por supuesto, ¿Quién no sabe del asesinato de los Del Balzo? – Conocía lo básico sobre aquella familia de alta cuna, asesinada pero era algo que no le había interesado hasta esos momentos y por tanto no sabía tanto como hubiese deseado sobre el tema.
Las palabras de la Noir flotaban en la habitación y la germana asentía pues hasta aquellos momentos no había dicho algo que realmente le fuera de útil o que desconociera. La germana cruzo los brazos frente a si, siguiendo el andar de la mujer por el lugar; no sabía que más debía saber sobre aquel asunto pero cuando menciono que Jîldael no estaba donde debía estar fue que le miro con extrañeza y al caer la gasa aquella todo tomo sentido que fue reafirmado por las palabras de ella.

Alessa no pudo más soltar una risotada y ver a la mujer que había dejado de ser Valerie Noir.
Jîldael Del Balzo… nunca me hubiese imaginado algo igual, así que debo decir que me has impresionado – sus palabras se tornaron finalmente la verdadera ella, y eso le hizo bien pues llevar fingiendo ya le había cansado – Bien, ahora que estamos hablado de manera sincera dime… ¿Qué necesitas que haga? Se que no me has llamado solo para vender las tierras porque de haber querido eso hubieses llamado a alguien más y no… a mi – su mirada permanecía fija en ella – o… deja que adivine ¿Buscas venganza, Jîldael? – sus ojos destellaron con la curiosidad, si eso era lo que aquella mujer estaba buscando, le ayudaría…. hasta las ultimas consecuencias.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Miér Ene 22, 2014 4:22 pm


“Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.”
Nicolás Maquiavelo.


Jîldael contuvo la irónica sonrisa cuando Alessa admiró el gusto de su padre y se guardó de hacer cualquier comentario cuando la otra lamentó el que nadie valorara los ejemplares allí acumulados. “No”, quiso decirle, “no era que nadie los apreciara… era que él no los compartía”. Obviamente, como toda persona culta y con cierto bagaje cultural, estaba debidamente enterada de los hechos que enlutaban a la familia Del Balzo.

– ...
¿Quién no sabe del asesinato de los Del Balzo?

La mirada de la Felina destelló de soberbia.
“Por supuesto que sabéis de mi padre, sicaria”, pensó, déspota, “A ver cómo enfrentáis al cadáver andante de su hija, parado ahora justo frente a vos”. La risotada de la alemana, mezcla de histeria, mezcla de arrogancia, delató su genuina sorpresa; casi parecía que Alessa quería felicitarla por todos esos años engañando a la Iglesia en sus propias narices. Ahora, en efecto, daba luces de reconocerla; ciertamente, la aristócrata no había llegado a conocer a su madre, pero de seguro más de alguien debió hablarle de ella; la belleza de Marie Helene era legendaria. Reconocía la joven mujer que se había sorprendido de la treta de la francesa y le daba justo crédito por su astucia; pero ahora pretendía ir un paso por delante de Jîldael:

Sé que no me has llamado solo para vender las tierras…

La Cambiaformas se permitió reclinarse sobre la pared junto al retrato de su madre, al tiempo que envolvía su vientre en actitud protectora; necesitaba a la mujer frente a ella, de manera desesperada, para lo que la otra justamente adivinaba, pero no podía darle poder sobre sí misma, no a una asesina en quien probablemente jamás podría confiar. En efecto, Alessa adivinaba certeramente sus verdaderas intenciones, pero Jîldael no podía reconocerlo, no debía. Rápidamente elucubró una respuesta que difiriera de las conclusiones de la germana, que no le permitiera sentirse segura.

Sé quién sois realmente, “Mercenaria”, por eso os busqué… Sin embargo, de vos quiero mucho más que simplemente matar a mis enemigos…, pero antes necesito saber, necesito que vos me convenzáis de confiar en vuestra merced. He sido traicionada demasiadas veces, Frau Strauss. – la interpeló en el idioma natal de la germana; Alessa debía saber desde ya que engañarla no sería sencillo y que era mejor no intentarlo – No tengo intención de permitir a nadie, nunca más, que fraude mi buena fe. Así que debéis darme tiempo. – puntualizó, caminando hacia ella e invitándola a salir de aquel lugar; era momento de tomar aire y respirar – Seguidme, Alessa; tomaremos un tentempié en el jardín. – le indicó. Sólo cuando estuvieron cómodamente atendidas a la sombra generosa de un añoso roble fue que la Cambiaformas continuó – Para empezar, esta tarde tendremos la visita de un terrateniente local que quiere obtener parte de mis tierras. La verdad es que no quiero vender el patrimonio de mi padre, pero comprendo que hacer negocios con este hombre en particular me permitiría algo que no he conseguido en todo este tiempo: acceso al Palacio de Versalles. – le explicó sucintamente – He tenido noticias sin confirmar de que la breve República ha caído y un nuevo monarca nos gobierna… Eso es muy bueno para mí, pues las viejas alimañas saldrán de sus escondites y volverán a estar a mi alcance, entenderéis mi urgencia por tener aliados que puedan servirme de oídos y ojos donde no puedo usar los míos. Y espero que vos, además de sacar el mayor precio posible a las tierras que deberé sacrificar, me digáis si este terrateniente puede ser o no esos ojos y oídos en la Corte de París.

Jîldael había dado un paso definitivo. Ahora, era el turno de Alessa.


***
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Mensaje por Morgan Strauss Vie Mar 07, 2014 10:09 pm

Los enemigos son tan estimulantes.
Katharine Hepburn

El juego de Valerie, mejor dicho de Jîldael le había llamado la atención de sobremanera con aquellas elaboradas maniobras para mantenerse de manera anónima hasta ese momento. Después de que se sabía del asesinato de los Del Balzo, eran obvias las razones por las que lo había hecho, pero aún así las verdaderas intenciones quedaban ocultas y era necesario que fueran reveladas poco a poco.
Una vez que aquella mujer le llamo mercenaria una sonrisa orgullosa se mostró en el rostro de la germana, quien estaba realmente complacida de apelativos como aquellos, pues por algo su familia se dedicaba enteramente a realizar ese tipo de trabajos y claro ninguno se sentía ofendido o decepcionado de ello; para los Strauss aquello era su vida, habían nacido de esa manera y morirían de esa manera.

Existió sin embargo algo que no le gusto para nada y fueron aún las dudas que mantenía la Del Balzo en confiar en ella. Le había llamado y por tanto debía conocer de una manera detallada que ella realmente no revelaba nada, prefería morir antes de arruinar la reputación familiar y claro que aquello le ofendía más que cualquier otra cosa que la mujer aquella hubiese podido decir.
No se cuales son sus intenciones al pedirme que le convenza, me ha traído aquí así que doy sentado que conoce que soy de fiar. Aun así no puedo decirle más que preferiría ser asesinada e incluso recurrir a cualquier clase de técnica con tal de mantener sus planes en secreto, así como que haré cualquier cosa que este a mi alcance para que lograr que la venganza que planea y todo aquello que ha pensado se lleve a termino – le miro fijamente, sin dar cabida a las dudas que pudieran agobiar la mente de Jîldael – igual como ya lo ha mencionado usted, el tiempo mostrara que puede confiar plenamente en mi y en lo que hago – si necesitaba tiempo eso es lo que le daría, siempre y cuando ese tiempo no terminara por impedir que conociera todos los detalles importantes de la misión a la que se encaminaban y mediante la cual podían incluso llegar a morir.

Sus pasos siguieron de manera firme y siempre elegante a aquella que se movía de manera felina. Fueron hasta el jardín, donde ya una vez que estaban de una manera plácida y que parecía ante la mirada de cualquiera que solo eran un par de amigas charlando fue que el tema principal se retomo y la Del Balzo prosiguió con sus explicaciones, mientras tanto la germana le miraba y analizaba todo aquello que le decía con atención.
Una sonrisa se extendió por su rostro.
Eso es lo bueno de los cambios en los gobiernos, siempre existen quienes salen huyendo como las ratas que son y si lo que desea es acceso ya vera que conseguiremos la manera. Me asegurare de analizar adecuadamente a este terrateniente y poder descubrir si es lo que estamos buscando pero también quiero que descuide, tratare de negociar lo mejor que me sea posible para perder la menor cantidad de propiedades. Los terrenos Del Balzo son muy codiciados y lo mejor será no darles ganancias a esos que deseen aprovechar la situación – le miro con seriedad – Algo en lo que creo que debemos ser más cuidadosas es en el hecho de que puede existir alguien que sepa algo de su familia, incluso alguien que conozca de su madre y debemos evitar esa clase de personas lo más posible. El parecido que posee con ella podría levantar sospechas y es mejor evitarlas – suspiro – Una simple espina de duda en alguien puede hacer que todo se venga abajo y eso no es algo que queramos – eso le parecía un punto importante, después de todo no se sabía exactamente con quienes se trataba o las alianzas que existían, al menos no hasta que entraran lentamente a donde Jîldael esperaba llegar.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Dom Abr 13, 2014 4:16 am


“No es vergonzoso nacer pobre, lo es el llegar a serlo por acciones torpes.”
Menandro de Atenas.


Durante unos momentos, ambas mujeres disfrutaron del silencio, de la comida, de la brisa matutina y del canto de algunos pajarillos fuera de estación. Era como si la vida se hubiere reducido a ese instante, como si el resto del mundo no existiere, ni las desgracias ni el dolor. La francesa esbozo una sonrisa amarga; ¿cuánto tiempo hacía ya que no podía pensar así? Ahora veía cuánta razón tuvo su padre, cada vez que le enrostró su evidente frivolidad; hasta sus dieciocho años, ella no supo de hambre, ni de frío, ni de pobreza.

Y lo descubrió de la peor manera posible. A veces, cuando el dolor la enloquecía (porque la muerte de su padre era un dolor que no iba a superar jamás), creía que era una especie de venganza de Jean, como si incluso muerto quisiera seguir castigando su arrogancia y futilidad. De cierto modo, la Pantera sabía que su padre lo había logrado, pues ella había cambiado desde entonces... Esos pensamientos eran más frecuentes desde que se embarazó, pues sospechaba (y no estaba lejos de la verdad) que el hijo que esperaba habría sido un puente de paz entre la Felina y Jean. Una posibilidad que nunca llegaría a concretarse.

Esbozó una sonrisa triste, al tiempo que batía su cabellera, tratando de dejar atrás al fantasma de su padre para centrarse en su compañera. De vuelta a su presente, y aunque la germana no dijo palabra alguna, comprendió que había ofendido a Alessa y sintió, por primera vez, culpa de haberlo hecho. Era entendible que la Strauss se disgustase; después de todo, había sido la propia Jîldael quien la había contactado; ¿qué sentido tenía reclutarla si a cada paso le iba a enrostrar que no confiaba en ella? Había sido una mala estrategia; debía obtener la lealtad de la germana y no lo conseguiría nunca si no bajaba su muro personal. Una cosa era lo que Jîldael sentía sobre Alessa, y otra cosa muy distinta cómo ella hacía que Alessa se sintiera al respecto. Era momento de ser honesta, al menos en los aspectos de su vida que sí podía compartir con la germana.

Lamento haberos ofendido, Alessa. – admitió con cierto sincero rubor – Pero entenderéis que mi estado actual me impide ser cortés o confiada; la vida de mi hijo es lo que más me importa, sobre todo considerando quién es su padre... – su voz se apagó, al tiempo que el dolor le oprimía el pecho; había logrado sobrellevar el abandono del hombre que amaba, evitando cualquier pensamiento al respecto, pero ahora, que tocaba el tema, sentía el nudo terrible en la garganta y el ardor en sus pestañas donde forzosamente retenía las lágrimas que había decidido no derramar jamás. Lo logró, ciertamente, pero a un alto costo – Es hijo de Târsil Valborg. – escupió, sabiendo que aquella era la única vez que podría decirlo sin llorar.

Decirlo evidenció lo sola y vulnerable que estaba. No había un hombre que calentase su lecho, que la envolviera en un abrazo, que le dijera que todo estaría bien. Târsil no estaba para compartir los pequeños momentos que ella empezaba a vivir con su hijo, las primera patadas, una especie de ronroneo interior, el crecimiento de sus pechos que se preparaban para alimentar al cachorro, y tantas otras cosas que eran parte de su rutina y que le habría encantado poder compartir con él.

En efecto, lamentarse por lo ocurrido no tenía ningún sentido; nada bueno podía sacar ya de ese pasado suyo y debía, forzosamente, concentrarse en el futuro que intentaba rescatar para su hijo y para sí misma. Afortunadamente, lo sabía, estaba Charles para contenerla en sus frecuentes ataques de histeria y miedo. Y, ahora, estaba Alessa. La germana la miraba atentamente, como si esperase que ella agregara algo más, pero Jîldael no tenía nada más que decir. Había abierto su corazón en la puerta más dolorosa, para demostrarle a su interlocutora que confiaba en ella, pero era un trance que no repetirían otra vez. Por el contrario, volvió a su tema de real interés:

Bien, ya sabéis por qué, a veces, soy un poco grosera. Mi hijo tiene por padre a uno de los Inquisidores más letales de la Iglesia y... su padre y yo ya no estamos juntos, lo que aumenta el peligro de su vida. Debo protegerlo de todos mis enemigos, incluyendo a su padre. Por eso, el trato que pueda lograr con este terrateniente es una cosa de vida o muerte. – le explicó, dando por cerrado el asunto de su ex pareja y dando a entender que no volvería a tocar ese tema jamás – Tenéis cita con él hoy a las cuatro en un elegante restaurante de la zona. Conversad con él, extraed toda la información que podáis y prometedle la visita a estos viñedos, pero no lo traigáis hoy. Habéis puesto en el tapete un punto muy cierto: el parecido con mi madre ahora es mi mayor condena. Y ya he tomado medidas al respecto; Marie Hélène era famosa, sí, pero sólo en las altas esferas; en el populacho, apenas dos o tres personas llegaron a saber de ella y, esas personas ya descansan en paz. – le aseguró a Alessa – Así que, por ahora, podemos estar tranquilas; cuando debamos volver a Versalles, entonces nos sentaremos a pensar qué haremos para evitar que mi apariencia arruine nuestros planes. – sentenció, ahogando un bostezo – Me disculparéis, pero no tuve una buena noche y necesito descansar. Quedáis en vuestra casa, querida Alessa; si gustáis, podéis visitar la biblioteca de mi padre o recorrer los viñedos; el capataz está a tu disposición; también hay caballerizas si deseáis montar un rato. Pedid que me despierten cuando regreséis de vuestra reunión. Por ahora, con vuestro permiso, me retiro a mis aposentos. – ambas mujeres se pusieron de pie, como dictaban las costumbres entre los aristócratas y la Felina devolvió sus pasos a la elegante mansión.

Estaba agotada, pero tranquila. Por primera vez en todos esos meses, sintió que estaba un paso más cerca de vengarse, un paso más cerca de tener una vida tranquila.

¡Qué equivocada estaba!


***
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Mensaje por Morgan Strauss Dom Jun 15, 2014 9:06 pm

En cuanto a mí, estoy en busca de la excelencia.
Will Eisner


Ella podía ser quien le contratara, pero eso no le daba el derecho para desconfiar a ese extremo de ella. Generalmente se decía que el cliente siempre tenia la razón, desafortunadamente ese no era algo que aplicaba para el negocio de los Strauss, ellos debían en muchas ocasiones aclarar la mente de los otros para que sus verdaderas intenciones salieran a la luz y de esa forma cometer las estafas, robos o asesinatos más implacables que pudieran hacer; aún con todo eso, solo maestro gran parte de su molestia con el tono de su voz, su mirada y en parte algunas palabras que le dirigió a la Del Balzo. Le sorprendió de una manera grata escuchar que la mujer frente a ella se disculpaba por la ofensa dada y la germana suspiro. No tenía entonces ya sentido que se mostrara recelosa o molesta con la mujer pues tenía mucho más valor para ella alguien que admitía sus errores a quien se sentía superior a otros, mejor dicho a quien se sintiera superior a ella.

Puedo entender que su estado le altere más de lo que alteraría a cualquier otra mujer, pero le repito que debe confiar en mi. Al menos lo suficiente como para que pueda ir demostrando poco a poco que tanto soy de fiar. Llegara el momento Jîldael en que su vida estada en mis manos y le aseguro que en esos momentos no le defraudare – sus palabras fueron firmes, parecían cerrar una promesa de trabajo que la Del Balzo no podio que se diera en ningún momento, pero que ella misma consideraba necesaria para que los tratados entre ambas continuasen.

Nunca se espero, ni en sus más remotos sueños extraños que quien comenzaba a revelarle sus secretos y las verdades detrás de aquel trato que hicieron en París fuera a decirle semejante cosa. No le sorprendió el saber que las cosas entre el padre del bebé que llevaba en el vientre no salieran como todas las mujeres esperaban; de hecho, a Alessa le parecía de lo más normal que las relaciones fracasaran porque se decía a si misma que siempre estaban basadas en sentimentalismos ridículos que tarde o temprano desaparecían. Lo que verdaderamente le saco de la zona en la que creía estar era el nombre del bebé. Târsil. Un nombre en teoría que no significaba nada para mucho, pero para quien se la pasa inmiscuida en un asunto y otro es imposible no dar de vez en cuando con nombres como aquel.
No hablo nada al respecto, pero noto que su rostro daba a conocer que sabía de quien estaban hablando y no le agradaba mucho tener que lidiar con hombres como aquel. De hecho, de ser ella la que se encontrara en la situación de la cambiaformas, hubiese hecho lo mismo, alejarse. Târsil no era un nombre que trajera seguridad a nadie y ya que ella pensara de semejante manera era decir demasiado.

Un nuevo silencio se formo entre ambas, silencio que se agradeció por ambos lados. Suspiro suavemente. Las cosas se complicaban cada vez más con respecto a la vida de la mujer que estaba frente a si, pero eso lo volvía todo mucho más interesante. ¿No quiso siempre una misión que le sorprendiera? Estaba ya tan acostumbrada a lo común que al lado de Jîldael era como si se encontrara en sus primeros asesinatos.
Todo ha tomado sentido ahora, no es nada fácil tratar de mantener oculto algo de un hombre como Târsil. O eso es lo que cuentan las historias sobre él – más que historias, eran realidades, pero preocuparse por él solo volvería lentos losa movimientos de ambas y eso no podía ser – Sin embargo, creo que de querer encontrarle ya lo hubiera hecho, así que no le creo una amenaza tan grande pero si alguien a quien tomar en cuenta – aquello fue lo único que hablaron sobre el inquisidor, porque no había nada más que hablar sobre él. Lo necesario fue tocado y no era una puerta que debiera abrirse nuevamente.

Una sonrisa surco su rostro y acomodo algunos de sus cabellos detrás de su oreja.
Todo esta planeado entonces, me gusta cuando las cosas no se tardan tanto y es obvio que no le traeré aquí hoy. Le hablare sobre las maravillas del trato, de los viñedos y de todo lo que podría tener en su poder, haré que deseé estar aquí, pero que no lo tenga de inmediato porque eso aumentara sus deseos de poseerlo – le sonrió ya saboreando lo predecible que sería aquel hombre ante su manera de actuar – todo saldrá bien, de eso me encargare yo. Conocidos de su madre quizás no queden muchos como ya lo ha dicho, pero igual lo mejor sería tener cuidado y no confiarnos de más, aunque si estas segura de que por ahora estamos a salvo respecto a eso, nos concentraremos en resolver ese asunto cuando sea oportuno y necesario – por aquellos momentos lo que debía hacer estaba lejos de aquella mansión – Descanse y gracias por todas las atenciones que se me han dado. Paseare un poco por su jardín, eso me relaja antes de ir a una cita tan importante como a la que asistiré – se despidió elegantemente de la Del Balzo mientras se alejaba con rumbo a la mansión, mientras que ella observaba todo. Jîldael y ella tenían un largo camino por recorrer, no sería sencillo pero seguramente estaría lleno de satisfacciones, para ambas.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Jue Jul 17, 2014 10:36 pm


“En materia de negocios, nada hay efectivo mientras no estén terminados.”
Charles-Maurice Talleyrand Périgord.


Todo ha tomado sentido ahora, no es nada fácil tratar de mantener oculto algo de un hombre como Târsil. O eso es lo que cuentan las historias sobre él... – musitó, asombrada, la germana, luego de lo cual llegó a una conclusión bastante tranquilizadora.

Jîldael, sin embargo, no podía compartir su entusiasmo. La nota apenas si tendría dos o tres días de antigüedad; no era momento aún de cantar victoria. Lo que sí tenía a su favor era que él se había marchado, dejándola atrás: quizás, eso sí era una ventaja.

Le agradeció, sin embargo, la sincera preocupación y, sobre todo, el que estuviera tan dispuesta a atender al acaudalado terrateniente. Los asesinatos vendrían después y mucho sospechaba Jîldael que esa sería la parte que más disfrutaría Alessa.

Aunque estaba totalmente satisfecha con la aristócrata y su manera de llevar los negocios, se retiró sinceramente cansada. No sólo por causa de las pocas horas que había dormido, sino por todos los cambios que debió afrontar en tan poco tiempo. Sentía que desde el día de la muerte de su padre había caído en alguna especie de caída en espiral de la que nunca más pudo bajarse; todo cambiaba demasiado rápido, las personas pasaban por su vida, haciéndose querer, pero sin quedarse a quererla. Así no era justo, ella siempre salía perdiendo.

Desde la entrada de la mansión, a resguardo del sol otoñal, Jîldael observó a su compañera pasear por el amplio jardín; su aguzada vista sobrehumana le permitió apreciar con lujo de detalles la manera en que ella se movía, tan indiferente y despreocupada, como si nadie en el mundo pudiera molestar su sabida autosuficiencia; parecía que ella sólo se necesitaba a sí misma para lograrlo todo. Gruñó, envidiosa de la Strauss, deseando tener ese aplomo, ese desapego total hacia cualquier otro humano. Tal vez, así fuera menos vulnerable, menos débil.

Suspiró, abatida, e ingresó a su residencia dispuesta a reponer por fin el sueño perdido. Indicó a sus criados que no la importunasen y escogió a la criada insolente para que ésta misma le preparase el baño; ya en sus aposentos, mientras dejaba hacer a la mucama ella se sentó frente a su cómoda y cogió su cepillo; desenredó su cabello con suma calma, se limpió el rostro como las damas de alcurnia debían hacer y se quitó la ropa para luego envolverse en su bata favorita. En momentos así, volvía a ser la chiquilla caprichosa que hacía enfurecer a su padre; ahora su blanco era otro, igualmente infantil su actitud. Con la nariz en alto, pasó por el lado de la contrariada muchacha y se metió en la tina sobre cuya agua flotaban pétalos tardíos de azahares y cerezos. Miró a la chica con indiferencia para pedirle que se marchase. No necesitaba el baño, realmente; apenas unas horas atrás lo había hecho con suma prolijidad, antes de reunirse con Alessa. Ahora, más bien, era la tibieza del agua lo que deseaba, se hundió completamente y aguantó la respiración durante unos cuantos segundos, disfrutando de la deformación que sufrían las ondas sonoras al chocar contra las moléculas de agua. Le gustaba muchísimo el mundo submarino; quizás aquélla era la única cosa que no compartía con los de su especie, aunque había oído hablar de ciertos gatos que amaban nadar, quizás, de allí viniera ese curioso gusto; quizás sólo era cabezota hasta lo indecible, daba igual.

Volvió a la superficie, pensando en todo y en nada, como si el mundo hubiera perdido toda importancia y su burbuja se redujera simplemente a ese instante. Charles llegaría en dos días, trayendo noticias desde la capital, sobre el nuevo monarca y lo que su abrupta ascensión significaría para ellos dos y sus planes tanto tiempo retrasados. Alessa en unos minutos iría al encuentro del inescrupuloso terrateniente con el cual Jîldael tenía varias cuentas pendientes; hubiera disfrutado mucho más pidiéndole que lo matase (pues había afrentas que ella no olvidaba), pero era un detalle en el enorme mapa de su venganza pendiente, donde otras presas de mayor valía le obligaban a perdonarle la vida…, por el momento. Salió del agua cuando tenía los dedos rugosos, mientras se entretenía pensando nombres de varón para su hijo pues su certero instinto le indicaba que ése sería el sexo de la criatura que esperaba. Sentía una declarada debilidad por Demian, aunque también había pensado en otros como Traian, Víktor e incluso Baptiste. Pero no conseguía decidirse.

Tenía el cabello todavía húmedo cuando se metió en la cama, pero no le importó; ese tipo de cosas, que debilitaba a las mujeres normales a ella no le hacían el menor daño.
“Pero una mujer normal puede terminar su embarazo sin temores. En cambio yo…”. A menudo tenía ese tipo de pensamientos, pero había aprendido a controlarlos. Se durmió pensando en la clase de madre que esperaba ser si lograba sobrevivir.

Despertó muy entrada la noche; consideró la posibilidad de vestirse apropiadamente para reunirse con Madeimoselle Strauss (quien ya debería haber regresado de su reunión), mas le pareció que a ella no le importaría que dejase los protocolos de lado. Cogió una toalla y secó las puntas aún húmedas de su pelo para luego cepillarlo y recogerlo en una simple trenza a la derecha, la que sujeto con un listón casi infantil de tono dorado; luego se envolvió en su manta favorita y se dirigió a la sala de estar, donde se encontró con Jane, una de las diligentes criadas que la vio crecer. Le encargó dos tazas de chocolate espesado y que indicara a la germana que se uniera con ella en la biblioteca a donde dirigió sus pasos. Una vez allí miró el retrato de su madre, a quien se parecía tanto como dos gotas de agua, y se prometió no morir en el parto; no le haría a su hijo lo que Marie Hélène le había hecho a ella.

Pero antes, los negocios. Se acomodó en el sillón de su padre, frente al exquisito escritorio desde donde dirigía todas sus empresas.

Miró la pequeña pintura de Jean, que conservaba en el escritorio, con una sonrisa arrogante:

Ahora es mi turno, padre.  Aquí mismo, donde vos comprasteis vuestro primer viñedo, yo haré mi primera venta. Sólo que, amado padre, mis asuntos son un poco más sangrientos que los vuestros, aunque reconozco que si volviésemos a tener escudo, éste sin duda, debería estar teñido del bermellón que comparten el vino y la sangre, ¿no creéis?

Un día, antes o después, ella descubriría que, en realidad, nunca había llegado a conocer realmente a su padre. Y su sorpresa sería gigantesca.


***
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De negocios y venganzas II: El viaje a Lyon {Alessa Strauss} Empty Re: De negocios y venganzas II: El viaje a Lyon {Alessa Strauss}

Mensaje por Morgan Strauss Dom Jul 27, 2014 10:54 pm

Si la mujer fuera buena, Dios tendría una.
Sacha Guitry


La germana permaneció en los jardines un rato más. Anduvo de un sitio a otro, familiarizandose con el lugar pues eso le parecía algo sumamente importante. Se encontraba consciente de que aquello no sería sencillo y que ahora que había aceptado y conocido parte de los secretos de la Del Balzo debería andar con mucho más cuidado de lo que esperaba y conocer los alrededores era esencial. En más de una ocasión, se vio en la necesidad de usar su conocimiento de algunas zonas para salirse con la suya al efectuar sus asesinatos y salir sin que nadie se percatara de su presencia o sin que siquiera la vieran. Si bien ahora no pensaba asesinar a nadie en aquella mansión, le era indispensable conocer por si sus planes no salían como ambas esperaban y debían escapar de aquel lugar a toda prisa.

Comprendía a la perfección la preocupación de la mujer que le contrato. No sería tan tonta como para poner en peligro la misión que había dejado de ser únicamente de Jîldael, ahora ambas estaban embarcadas en todo. Tomar misiones importantes como propias era una característica de los Strauss. Su padre siempre dijo que considerar las situaciones de los empleadores como propias, aumentaban las posibilidades de éxito y de perfección. Como buena hija y descendiente de aquel grupo de asesinos, Alessa siempre siguió los consejos de su padre al pie de la letra, eso les mantenía entre los mejores asesinos y si bien, no estaba garantizado que aquello impidiera su muerte, hasta el momento tenían un numero bajo de decesos en misiones. La mayoría de los Strauss, habían muerto de hecho de enfermedades comunes o de la edad avanzada.

Solo una vez que se cercioro de conocer los alrededores fue que opto por entrar en la gran mansión y prepararse para la cita que tenía planeada para aquella tarde. Los pasos de la asesina se dirigieron calmos hasta la habitación que le fue asignada, con la elegancia que le caracterizaba pidió que se le preparara un baño, mientras que ella misma seleccionaba las ropas que llevaría a la cita con aquel importante hombre. De entre el equipaje, además de sacar un vestido color verde esmeralda, se encargo de sacar parte de sus prendas especiales, aquellas que fueron confeccionadas para su figura y que tenían como finalidad ocultar las armas que la germana cargara en su cuerpo. Solía cargar algunas de manera normal, pero cuando las cosas necesitaban una mayor seriedad, preparaba todas sus cosas como si fuera a ser el asesinato de su vida. Sonrió para si misma ya que dejo todo perfectamente en orden y dio las gracias a la doncella que le informaba que su baño estaba listo.

Con andar pausado camino en dirección a la bañera perfectamente preparada, mientras que a su paso abandonaba sin preocuparse demasiado las prendas que antes cubrían su figura. La asesina entro en la bañera y se relajo tanto tiempo como le fue posible, pues aunque hubiese deseado poder pasar bastante tiempo ahí, le era imposible. Nunca hacía esperar a nadie y aquel hombre no sería la excepción. Salió de la bañera una vez que estuvo lista y después de secar perfectamente su femenina figura, fue que acomodo sobre su cuerpo aquellas prendas que tenían las armas, ocultadolas después con su vestido que no daba idea alguna de que pegadas a las curvas de la germana existiera todo aquel grupo de objetos que servían para asesinar a cualquiera. Se recogió los cabellos en un peinado sencillo; los cabellos estaban en su nuca y algunos mechones salían de manera elegante, dandole un aspecto femenino. Alessa aprendió desde joven la manera de que nada estorbara al momento de estar en una misión, pero tampoco dejaba todo al azar, siempre lucía bien.

Apenas estuvo lista, salió de la habitación aquella y se dirigió al carruaje que la Del Balzo al parecer, había ordenado le preparan antes de irse a descansar. El camino al restaurante fue algo más largo de lo que creyó, aún así, logro llegar justo a tiempo para reunión. Bajo con decisión del carruaje aquel y sus piernas le guiaron a la entrada del lugar indicado por Jîldael para la reunión. En la entrada del lugar se encontraba un hombre joven, al cual le sonrió solo para decir después su nombre y el del hombre a quien iba a ver. El joven asintió para susurrarle un “sigame” y así lo hizo la germana. Aquel sitio era definitivo exclusivo para las clases altas de la sociedad, lugares a los que ella estaba acostumbrada a visitar pero que tampoco eran los únicos que solía frecuentar. Su guía le indico una mesita en el fondo del lugar y ahí, estaba el hombre con quien debía verse, quien apenas le vio y le dedico una enorme sonrisa. Aquello al parecer sería más sencillo de lo que esperaba.

[…]

La reunión había ido excelente y cuando Alessa regreso a la mansión Del Balzo, no debió esperar mucho para ser llamada por la dueña y señora del lugar para dar el informe de lo acontecido. Los cabellos de la asesina ahora estaban sueltos, pero el vestido color esmeralda aún lucia sobre su cuerpo y sus pasos eran rápidos mientras se dirigía al lugar donde Jîldael le aguardaría.

Vino y sangre, nada mejor que esa combinación – repitió con una enorme sonrisa en los labios mientras que cerraba tras de si la puerta de aquel estudio – Lamento si no he tocado antes de entrar, pero como me dijeron que me esperaba creí más conveniente apurarme a entrar que tomar todas las medidas protocolarias, además tengo excelentes noticas – entro más en aquel estudio y tomo asiento en el sitio que parecía estar aguardando por ella, lo deducía por la relativa cercanía de ese sitio con la francesa. Con calma tomo asiento en ese lugar, sin perder en ningún segundo la sonrisa del rostro y solo una vez que estuvo cómoda miro con detenimiento a Jîldael. De la manera en la que iba arreglada parecía más una chiquilla que una mujer aguardando por venganza, eso le agrado a Alessa, quien sabía a la perfección que lo más bello y delicado puede ser también lo más mortal y para muestra estaba ella misma. Tomo aire entonces para comenzar a hablar – Nuestro querido terrateniente aceptara venir a ver los viñedos el día que nosotras le plantemos, siempre y cuando vaya yo a recogerle a su hogar – soltó una risita – Los hombres siempre se mueren por ir detrás de una falda, pero eso debes de saberlo ya – enarco la ceja, sin dejar de sonreír – Y otra cosa más, es que nuestro querido terrateniente me ha invitado a comer con él nuevamente, así que – se encogió de hombros – existe algo especifico que desees conocer de él o algo que necesitemos para desarrollar mas detalladamente su venganza – los ojos de la germana brillaron con curiosidad. Había descubierto algunas otras cosas sobre aquel hombre, pero era necesario que la Del Balzo le dijese que ocupaba saber antes de soltar información que después les resultara inútil.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Dom Ago 24, 2014 6:51 pm


“Todo hombre paga su grandeza con muchas pequeñeces, su victoria con muchas derrotas, su riqueza con múltiples quiebras.”
Giovanni Papini.


Alessa no tardó en reunirse con ella en la biblioteca de su padre.

La Cambiante tuvo que hacer un enorme esfuerzo por contener su sorpresa cuando la vio: la germana lucía un bellísimo vestido esmeralda que se ajustaba a su figura, destacando los atributos que más apreciaban los hombres en una mujer, sin caer en lo obsceno; del mismo modo, el color destacaba sus rasgos faciales, la forma de sus ojos, el color de sus labios. Todo en ella estaba dispuesto para hacerla apetecible, para seducir a los hombres. A su lado, Jîldael parecía una chiquilla, muy mona, pero demasiado infantil para despertar las pasiones masculinas; se miró a sí misma y se encontró pobre, consciente de que jamás podría competir contra la belleza divina de la Strauss.

Sacudió su cabeza, sabiendo que estaba siendo tonta e infantil.

Vino y sangre, nada mejor que esa combinación. – dijo Alessa, trayendo su atención de vuelta – Lamento si no he tocado antes de entrar, pero como me dijeron que me esperaba creí más conveniente apurarme a entrar que tomar todas las medidas protocolarias, además tengo excelentes noticias. – agregó, mientras se acercaba a la Felina y tomaba asiento frente a ella.

Jîldael sonrió encantada.

Mi padre amaba los protocolos. – dijo la Cambiante – A mí, en lo personal, se me antojan una soberana pérdida de tiempo; me alegra saber que compartimos el punto de vista. – le concedió, pensando lo que sería poder tener una amiga de verdad; no fingir por conveniencia, o esconderse por miedo. Procuró no distraerse en sus pensamientos a los que estaba demasiado habituada a dejar ir por su cuenta.

En ese momento, Jane ingresó con una elegante charola de plata sobre la que descansaban un bello juego de porcelana china.

Madame, el chocolate espesado que vuestra merced solicitó, además de los bollos de crema que siempre os han gustado tanto. – agregó la anciana, con orgullo maternal. De niña, cada vez que su padre la castigaba, Jane la consolaba horneándole pastelillos y bollos, siempre de chocolate.

Jîldael se puso de pie y la abrazó; nadie nunca sería como Agnés, pero Jane había sabido ganarse su cariño, a través de detalles simples y gentiles.

¿Qué haría yo sin vos, nannie? – la besó en la frente y la dejó ir; luego, acomodó los platitos con sus respectivas tazas y depositó las elegantes cucharas de plata a su lado; finalmente, tomó la jarra y sirvió el chocolate espesado. Alzó una taza en dirección de Alessa, quien la recibió con prontitud – Nadie prepara el chocolate como Jane, así que apreciadlo, querida Alessa. Ahora que ya tenemos nuestro aperitivo nocturno, me gustaría escuchar esas excelentes noticias que tenéis para mí.

La germana pareció evaluarla de pies a cabeza, mientras daba un sorbo a su taza; Jîldael sospechaba que no saldría bien parada de ese juicio; quizás, debió arreglarse un poco, si quería mantener algo de su dignidad frente a la belleza que era la Strauss. Para fortuna de la Felina, la mercenaria se limitó a su informe de negocios, obviando cualquier detalle desagradable sobre su apariencia tan infantil.

Nuestro querido terrateniente aceptara venir a ver los viñedos el día que nosotras le planteemos, siempre y cuando vaya yo a recogerle a su hogar. – sonrió de manera maquiavélica – Los hombres siempre se mueren por ir detrás de una falda, pero eso debes de saberlo ya. – Jîldael la miró con sorpresa; ¿aquello era un cumplido? Se sonrojó, sintiendo que no merecía tales palabras; sabía que era bonita, pero nunca un hombre perdió la cabeza por ella; omitió todo comentario, su autoestima no era algo que debiera importunarla en ese momento.

Creo que es una fortuna haberos encontrado, Alessa; dudo que muchas mujeres sean capaces de mantener la cabeza fría cuando hombres desagradables las acosan. Muchas gracias por este favor. Espero poder recompensaros largamente por este esfuerzo. – Alessa la miró fijamente, quizás sin comprenderla del todo, pero aceptando el curioso cumplido, luego de lo cual, siguió adelante con su informe.

Otra cosa más es que nuestro querido terrateniente me ha invitado a comer con él nuevamente, así que, ¿existe algo específico que desees conocer de él o algo que necesitemos para desarrollar más detalladamente tu venganza?

Jîldael se recostó sobre el cómodo asiento de su padre, al tiempo que sostenía la taza de chocolate entre sus manos. Se distrajo un momento, apreciando los detalles de la porcelana; tenía un bonito color rosa nacarado y, cerca del asa, habían pintado un ramillete de orquídeas, la flor favorita de su madre. Aquél había sido uno de los tantos regalos de matrimonio con que su padre la agasajó. Sonrió tristemente al evocar los recuerdos que nunca fueron suyos, tratando de ahogar la rabia y la envidia que siempre sentía por Marie Hélène.

Asumo que aceptasteis comer con él, antes de que venga a visitarnos. – murmuró, más para sí misma que para Alessa – Si tenéis oportunidad, averiguad qué tanto sabe él de mi familia, hasta qué punto estuvo involucrado en los preparativos que le costaron la vida a mi padre. Me gustaría saber si sigue en contacto con nuestros asesinos o si obtuvo algún beneficio por traicionarnos. Y, sobre todo, me gustaría saber qué tan cerca está él del nuevo Monarca. Si es amigo íntimo, quizás pueda asistir a los bailes de palacio, en cuyo caso, vos podríais ir con él. – se inclinó hacia adelante para servirse un poco más de la bebida caliente – En caso contrario, procurad que os contacte con alguien más cercano al Rey, luego de lo cual, planificaremos la venta... y mi venganza. – agregó, con decisión – Veréis; en una ocasión en que me quedé sola, poco antes de la muerte de mi padre, Delattre visitó mi hogar e intentó... – la voz le tembló ante el recuerdo y el asco – Intentó violarme. Salí ilesa gracias a Charles..., pero el maldito infeliz sobrevivió y ayudó a matar a mi padre. Así que si no nos es de utilidad, estaré más que complacida en pediros que lo matéis, ojalá con el mayor sufrimiento posible. – le confesó a la germana – Sólo vive porque creo que nos puede ser de utilidad; y planeo que muera en cuanto deje de serlo. A menos que vos tengáis otros planes para él, los que estaré encantada de oír.

Podía parecer una chiquilla, pero ya no lo era. Dejó de serlo el día en que su padre murió ante sus ojos. Y nada de lo que hiciera, podría devolverle la inocencia perdida. Miró a Alessa una vez más.

¡Cómo le encantaría poder llamarla amiga!


***
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Mensaje por Morgan Strauss Dom Sep 21, 2014 12:21 am

En mi tierra, se deja que los perros dormidos se queden echados, pero si se levantan y muerden, se les pega un tiro. No se les ofrece un duelo. ¿De acuerdo?
Ian Fleming


Los protocolos, una perdida de tiempo que servia únicamente a aquellos que decidían seguir las reglas establecidas por una sociedad que se encontraba completamente podrida. Ellas al menos no fingían lo que otros, ser un par de mujeres que se escandalizaban de todo cuando la verdadera porquería estaba tan cerca de casa o viviendo bajo el mismo techo. En algunas circunstancias era conveniente mantener los, pero al final terminaban siendo una completa perdida de tiempo tal cual lo decía la Del Balzo. Ningún protocolo a la carencia de los míos había impedido de alguna manera que ella cumpliera con sus cometidos.
Al parecer compartimos más de una cosa, pero esa clase de confesiones no son necesarias ahora. La información que poseo debe ser mucho más interesante para usted en estos momentos – Aún con su apariencia infantil que dejaba cierta sensación de ternura al mirarle, Alessa sabía que subestimar a la francesa podía ser el peor de los errores de cualquiera.

Jîldael era hermosa, joven, no temía y era bastante astuta. Desde el punto de vista de la germana era el mejor partido al que cualquier hombre pudiera aspirar. Desafortunadamente existían muchos con la capacidad intelectual de una roca, quienes evidentemente no podían mantener a una mujer real como ella cerca. De haber podido hacerlo hubiera dejado escapar una carcajada; pues entre aquellos hombres carentes de capacidad intelectual se encontraba un inquisidor que para muchos significa respeto Târsil. Aún así, por respeto a la presencia de la francesa se guardo las opiniones y las risas para ella misma.

Los labios de la Strauss se separaban para dar las buenas nuevas a quien le contratara cuando fueron interrumpidas de la manera más agradable en que pudo creer que lo harían. El aroma a chocolate comenzó a notarse por toda aquel cuarto y el amor de la mujer por la Del Balzo fue notorio, así como la respuesta de la fémina ante la amable mujer. Alessa no hizo nada más que reverenciar de manera agradecida a la anciana mujer y esperar a que se fuera.

La germana llevaba tanto tiempo sin probar algo tan delicioso como el chocolate que no dudo ni un segundo en recibir la taza que la anfitriona ofrecía.
Estoy segura que es delicioso, no por nada es que huele tan bien – antes de siquiera saborearlo, aspiro el humo que salía tan delicadamente de la taza y sonrió. Esa clase de situaciones le llevaban de regreso a Alemania, le recordaban a toda su familia, pero más que nada a sus hermanos. Constantemente solía preguntarse donde se encontraría aquel par, pero donde quiera que estuvieran seguro que se encontraban a salvo. Dio un cuidadoso sorbo a la deliciosa mezcla y la dejo a una de las mesillas que se encontraban en aquel lugar; entonces si dijo todo aquello que sucediera durante su reunión, recordando el rostro de aquel hombre al verle y como los ojos le recorrían el cuerpo entero a la asesina.
Es la costumbre la que te hace ignorar esa clase de cosas. De seguro tampoco le es complicado ignorar esas atenciones inesperadas y poco satisfactorias de parte de los hombres – realmente ella la veía como una mujer atractiva, más que cualquier otra sumisa que se hubiera ocultado por siempre en lugar de buscar una venganza que sabría a gloria – He de confesar que de hecho me divierte cuando los hombres hacen eso – sonrió, evocando en su memoria cada vez que alguno la miro de esa forma tan impropia, antes de saber que esa sería la ultima vez que observaran a una mujer – porque creen tener el control sobre la situación, que cualquier mujer caerá a sus pies y entonces – su mano fue a tomar la taza y bebió un poco más del chocolate – les das una sorpresa.

Retomo con prontitud el tema central de la reunión, aguardando entonces que le dijese como proceder con el terrateniente aquel.
Por supuesto, no perdería la oportunidad de conocer un poco más de quien será nuestro invitado de honor por estos lugares. Sería una idea ridícula negarme a algo como eso, además, de esa forma puedo tenerle más interesado en las tierras – asintió a las peticiones de la francesa. Descubrir aquello no sería complicado, ya sabía la clase de atenciones que aquel hombre requería para hacerle cantar cual pajarito en primavera – A lo que me ha dicho tiene bastante contacto con el monarca. Se ha querido lucir frente a mi – entonces si soltó una carcajada – como si pudiera interesarme una rata como él. En fin, como aún no estoy segura de que eso sea completamente cierto, tratare de que me invite a un baile y ahí examinare la situación, si es cercano confinare cerca sino, buscare a alguien que sirva realmente para nuestros fines – Lo siguiente que salió de los labios de Jîldael fue como música para sus oídos. ¿Qué más podía pedir que matar a un cerdo de esa clase? Nada – Hasta ahora no puedo estar segura que tanto va a sernos de utilidad, pero en el momento que lo descubra o en el que nos deje de servir me encargare de eliminarlo tal como lo pide, de la manera más lenta posible – le miro de manera fija. Ella se aseguraría de que todo cuanto la francesa pidiera se llevara a cabo – Contactare a nuestro querido amigo mañana temprano – una sonrisa cargada de malicia le dedico a la Del Balzo – hagamos que crea que de versada atrajo mi atención. Saldré con él cuantas veces sean necesarias hasta obtener todo cuanto necesitamos.

Cuando termino su chocolate aparto la taza, dejándole cuidadosamente en la mesita mientras se movía en su asiento.
Ahora, he sido capaz de sacarle algunas cosas. Algo que ha dejado en claro respecto a la visita a los viñedos es que no puede hacerla los días jueves, porque ese día tiene reuniones de negocios con algunos camaradas suyos – suspiro – Sospecho que entre ellos se encontraran quienes trataron de asesinarte, así que buscare la manera de que me invite a una de esas reuniones. Digamos que ir como su mujer trofeo sería interesante ¿No lo cree? – se paso la mano derecha por los cabellos, acomodandoles a uno de sus costados – Nadie sospechara que una mujer que luzca tan interesada en darle las atenciones a un hombre, este solo por mera investigación así que, hablaran bastante y nos enteraremos de situaciones a usar en su contra – pero ese era solo su punto de vista, la de las reglas era Jîldael y sin su consentimiento no daría ni un solo paso.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Vie Sep 26, 2014 4:37 pm

“El cinismo consiste en ver las cosas como realmente son, y no como se quiere que sean.”
Oscar Wilde.


Por un momento, Jîldael tuvo la impresión de que la germana disfrutaba de un chiste privado al que ella no tenía derecho.

En lo poco que le conocía, Alessa siempre daba la impresión de saber algo que el resto no, como si estuviera por encima de la banalidad humana y de los caprichos inconstantes de las mujeres de Corte. Si bien admiraba aquella autosuficiencia, también le ponía nerviosa; era como si todo en la Strauss fuera una careta de la que jamás nadie llegaba a ver la verdadera faz. Sacudió la cabeza, empero, y se concentró en lo verdaderamente importante: su venganza.

Alessa le contó con detalles cómo su enemigo había querido captar el interés de la extranjera (cosa para nada sorprendente) y cuánto había dicho de sí mismo; Jîldael exhaló, entre asqueada y molesta. Una de las poquísimas virtudes que le concedería a Delattre era lo mucho que éste cuidaba su posición social; jamás se había jactado de algo que no poseyera, lo que le permitía pensar a la Felina que ciertamente decía la verdad. Ello significaba, para su desgracia, que no podría matarlo en lo pronto. Quizás, nunca.

En fin, se dijo, de otras peores calañas estaba lleno el mundo; una más tampoco era que importase demasiado. Dos cosas, en todo caso, resultaron de sumo interés para la hija de Jean: la visita del aristócrata al viñedo y una posible participación a una fiesta real.

Así que el maldito tenía reuniones de negocios. Por suerte para ellas habían llegado un sábado a la mansión, por lo que tendrían unos cuantos días para engatusarlo antes de que se produjera la mentada cita económica. Con la belleza exuberante de Alessa, lo tendría comiendo de su mano en menos de lo que canta un gallo. Y, para fortuna o desgracia, Jîldael estaba en lo cierto. Pero tal certeza le jugaría antes o después una terrible pasada. No podía prever ella que empezaban a jugar con la Muerte, burlándose en su cara de ser jóvenes, hermosas y osadas. Sin embargo, aún eran demasiado ansiosas e inexpertas, las dos, como para medir los peligros con real exactitud.

No fue eso en lo que pensó ninguna de las dos; ni se les ocurrió pedir consejo a Charles, por el contrario, parecían embebidas de arrogancia y poder, creyendo falsamente que todo saldría como ellas deseaban por el simple hecho de disponerlo así.

¡Menuda lección les iba a dar la vida, como una bofetada que arroja al suelo a los insolentes!

Jîldael no quería dejar pasar el tiempo y arrebatada de entusiasmo, impelió a la germana a escribir una sentida carta de invitación para el día siguiente, a la hora del té, en donde podría visitar el viñedo en cuestión y discutir con Alessa los términos que impondrían para la compra/venta de la propiedad… o eso, según el papel. Porque la verdad era que Jîldael no pensaba vender nada de su patrimonio recuperado; menos aún cuando pensaba que gran parte del legado de su padre aún seguía en manos de sus enemigos. Por ningún motivo consentiría en seguir dilapidando en manos asesinas la herencia cultural de su familia.


Ambas se despidieron después de escrita la carta y dadas las indicaciones al cochero para despacharlas en las primeras horas de la mañana siguiente, luego de lo cual, la mercenaria se retiró a sus aposentos, con paso tranquilo y elegante. La Felina la vio alejarse durante un momento, para luego zambullirse de nuevo en la biblioteca. Las ansias le picaban en las manos, en el corazón, en sus pensamientos, con tal inquietud que apenas pudo dormir. No le preocupó mayormente, pues no era necesario que luciese perfecta para nadie. Dejó que Alessa durmiera un poco más mientras visitaba la cocina y supervisaba el menú de ese día.

Muy temprano, era cierto, y sin tardanza había enviado la carta a Delattre y ya su cochero retornaba con la mensajería del día, la que se componía de escasa correspondencia, cuya mayor parte estaba dirigida a Charles, por lo que Jîldael casi se cayó de su silla cuando, junto a la misiva que el aristócrata enviaba a la germana, identificó el pergamino y el lacre propios de palacio.

Repuesta ya de la impresión, trató de contener el temblor de sus manos para que no rompiesen la valiosa carta y se dispuso a leerla en cuanto logró romper los sellos reales. Un grito de euforia escapó de sus labios, mientras que de un salto se ponía de pie y enfilaba al cuarto de su invitada; ni siquiera se molestó en tocar a la puerta, sino que entró en la habitación como un vendaval de nervios y excitación.

¡Despertad, querida Alessa! – le gritó caótica, mientras saltaba a los pies de la cama para acomodarse – La Fortuna esta de nuestro lado; Delattre os invita a un baile que Su Majestad dará en su residencia de descanso, aquí en Lyon. El sello es real, lo he comprobado… No podemos tener mejor suerte. – replicó mientras la germana procesaba toda la repentina información.

Pero estaba equivocada. No era suerte.

Era el numen que, una vez más, se burlaría de ella en su propia cara.


***
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Mensaje por Morgan Strauss Miér Dic 17, 2014 1:04 pm

No le asustaba lo que el mañana pudiera traerle, porque ya se lo había traído el ayer.
Neil Gaiman


Se divertía con lo que hacía, claro que si. Toda la vida había visto a los suyos hacer todo lo posible por lograr satisfacer a sus clientes. Cumplir cada uno de los cometidos sin importar que fueran o que debiera hacerse para cumplir los cometidos pedidos, todo eso era básico para ella, para su familia, para cada uno de los que aceptaban trabajar de la manera en la que Alessa lo hacía. Era probable que no todos comprendieran como es que ella gozaba de sus encomiendas pero en la mente de la germana, todo aquello era sumamente divertido.

Dio el informe a Jîldael, tal cual ella podría esperarlo. Todas y cada una de las palabras que salían de los labios de la germana le hacían sentirse satisfecha de lo que lograba con tan poco tiempo para efectuar movimientos precisos. Igual no necesitaba mucho para tener a los hombres comiendo de la palma de su mano y la Del Balzo también podía hacerlo, solo que claro, ella tenía a Alessa para encargarse de los negocios sucios.

Redacto entonces la carta que la Del Balzo le pedía. El plan de ambas se estaba poniendo en marcha y junto a él muchos otros posibles sucesos de los que ellas desconocían completamente todo. Ambas se lanzaban a ciegas a aquel cometido y a la germana no le interesaba morir o triunfar -aunque siempre salía airosa- ella había jurado servir a Jîldael hasta que todo aquello terminara y eso incluía ponerse en peligro a si misma cuantas veces fuera necesario. Una sonrisa de satisfacción no abandono su rostro en ningún momento durante la redacción de la carta y una vez que estuvo lista se retiro a los aposentos en la mansión de la Del Balzo.

Una vez que se encontró a solas en la habitación, no pudo evitar repasar los acontecimientos de los últimos días, esperando encontrar todo en orden y no alguna sorpresa que su cerebro decidiera omitir antes o algún detalle al que no prestara la atención debida y fuera capaz de llevar la desgracia a ambas mujeres. Repaso una y otra vez todo lo vivido y no encontró motivo alguno para creer que exista algo mal en todo así que no encontró en que preocuparse o centrar sus pensamientos y se entrego a la inconsciencia del sueño. Durmió plácidamente; como quien no teme a un nuevo día y nunca ha hecho mal alguno a otra persona y quizás así era, después de todo aquello era solo un trabajo más.

———

Sus ojos se abrieron de golpe y se reincorporo en la cama alarmada por lo que alteraba la paz de la habitación y de su mundo de los sueños; terminando por encontrarse con Jîldael, terriblemente emocionada por algo que la germana no alcanzaba a comprender aún y que fueron simples palabras a las que requería darles un sentido antes de decir o hacer cualquier cosa.
Un segundo – levanto una de sus manos y cerro los ojos un instante en lo que todo cobraba sentido. Un baile, eso era lo que buscaban. Una entrada al mundo de aquellos hombres que hablan eliminado a la familia de la Del Balzo y de quien Alessa prometiera ayudarle a vengarse. Sonrío lentamente mientras que abría los ojos y se encontraba con ajenos – Parece ser entonces que algo hemos hecho bien. Pero necesito detalles – aún en cama, acomodo sus cabellos que estaban sujetos en una trenza, a un costado – ¿Cuándo es el baile? ¿Soy solo yo la invitada o podremos escabullirnos más? Creo que con un mayor numero de asistentes, podríamos conseguir mayor información con menos riesgo de parecer que estamos buscando por algo especifico – Hablaba esperando que la Del Balzo tomara sus opiniones en cuenta pero aún así, sin sospechar que todo lo que les aguardaba en delante era contrario a lo que esperaban – y además ¿Acepto él la invitación a ver las tierras? En un lugar más privado como este estoy segura poder obtener más información de parte de él. Esos hombres que presumen de tener mucho esperan cualquier oportunidad para hablar de sus logros – suspiro y miro con diversión a Jîldael – ¿Debo entonces prepararme para recibir invitado o solo planearemos que hacer cuando logre el acceso a los más cercanos al Rey – Más valía que fuera divertido, su descanso había sido importunado por eso y al menos esperaba poder disfrutar un poco.
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Mensaje por Jîldael Del Balzo Miér Ene 21, 2015 9:39 am


“De mis ancestros conservo los ojos celestes, el cerebro estrecho y la imprudencia de la lucha.”
Arthur Rimbaud.


Por un segundo le pareció que la germana se había molestado con ella; Jîldael quiso entenderla y ser empática, pero su impaciencia era mayor y frunció el ceño, consternada; no obstante, se guardó sus malas palabras; después de todo, Alessa era una aristócrata antes que una mercenaria y, por mucho que se moviera en las bajas esferas, nunca dejaría de ser una flor de corte.

Poco a poco la Strauss comenzó a descifrar las palabras que Jîldael había escupido y una suave sonrisa se dibujó en su feérico rostro; se acomodó entonces frente a la felina y le pidió detalles más precisos.

¿Cuándo es el baile? ¿Sólo yo o podremos escabullirnos más? — le dio argumentos válidos para ser acompañada por alguien más y, por supuesto, tocó el tema más sensible de todos para la hija de Jean: la venta de su viñedo en Lyon.

Jîldael se lo pensó seriamente. ¿Estaba realmente dispuesta a entregar las tierras tan duramente habían recuperado ella y Charles? ¡No! La respuesta surgió automática, como un terrible rugido de su corazón, pero tuvo el decoro de no gritársela a su invitada. Sin mediar palabras, se bajó de la cama con la dignidad de una reina y se alisó el pijama con cierta gracia, mientras caminaba al vestidor de Alessa. Revisó los vestidos con suma prolijidad y eligió uno de color gris plata que daría a la joven una apariencia delicada y frágil, lo que acentuaría la idea de debilidad femenina, con la que Jîldael esperaba golpear a sus enemigos. Más valía que Delattre estuviera atento, o lo pagaría muy caro.

Salió del vestidor de Alessa y la miró con decisión.

Me parece que vuestra merced debería lucir este vestido en la fiesta del Delfín. Y creo que deberíais asistir sola; Delattre ama a las mujeres hermosas que parecen indefensas; es cuando se pone deslenguado. Si os viera con otra persona, sospecharía y levantaría barreras que sólo nos alejarían de nuestro propósito. Él es muchas cosas, menos imbécil, para mi desgracia. — dejó el vestido a los pies de la cama y paseó por el cuarto en dirección al enorme ventanal; descorrió las pesadas cortinas y recreó su vista con el paisaje matutino. Meditó su respuesta con suma concentración — No. — replicó, con dureza, las facciones tensas, la mirada fría — No le invitaréis a venir. Esta propiedad jamás será vendida. Y no hay discusión al respecto. — sentenció, dando por cerrado el tema — Confío en que vos podáis conseguir toda la información que necesitamos, sin que ese hombre llegue a poner un solo pie en esta casa. — agregó, con los ojos destellando como única prueba de su furia contenida.

Se retiró, entonces, dedicándole una cálida sonrisa a Alessa; sabía que la germana no se incomodaría con sus bruscos cambios de humor y sabría dilatar al terrateniente, manteniendo su interés en ella. ¿Habría sabido Delattre que iban a matar a su padre, cuando les visitó, dos noches antes de la muerte de Jean? ¿Fue sólo un carroñero oportunista que supo estar en el lugar y momento adecuados para obtener una tajada de la inmensa fortuna Del Balzo? Una parte de Jîldael deseaba que él tuviera culpa, la suficiente como para vengarse de todas y cada una de las afrentas recibidas. Pero debía contenerse; el terrateniente era un pez demasiado pequeño en el océano de la venganza; y ella había aprendido que sólo debía correr tras las presas más gigantes.

Revisó el menú para el desayuno y eligió los platos del resto del día; luego, dejó indicaciones claras de ser atendida en el comedor principal. Entonces, volvió a su cuarto y se acicaló mientras esperaba a que le dieran aviso de bajar.

***

Fue un día tranquilo, el cielo azul recortado por las nubes, una suave brisa otoñal, mientras los colores de los árboles dejaban atrás los verdes y daban paso a los colores dorados, marrones y rojos; muy pronto, empezarían las primeras nevadas; Jîldael pensó que debían moverse pronto, si querían aprovechar las últimas fiestas del Rey; el invierno sería tiempo muerto… ¡Qué joven e ilusa era!

Cuando su reloj anunciaba las cinco de la tarde, Alessa bajaba por la escalera principal, luciendo su porte de princesa, su belleza de femme fatale y su apariencia de frágil dama aristócrata. Jîldael le obsequió una sonrisa complacida: Delattre caería a sus pies sin remedio.

Deséame suerte. — fue todo lo que Alessa le dijo, antes de subir a su carruaje.

Tráeme buenas noticias. fue la respuesta de Jîldael.

Ninguna de las dos podía adivinar que, en realidad, no volverían a verse en Lyon y que pasarían muchos días y muchas cosas antes de volver a encontrarse.

¡Qué joven e imprudente era Jîldael!

***FIN***
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