Mischief dans le théâtre [privado]

La vida es la farsa que todos debemos representar.
Arthur Rimbaud

-No, no, no, NOOO!!! ¡Angelique! Ofelia debe sonar creíble no como si tuviera retorcijones estomacales y no pudiera esperar para evacuar! Su acercamiento a Hamlet tiene que ser más sutil, SUTIL, no gruñas las líneas como si Ofelia fuese un cerdo devorando trufas.-

Observé el ensayo desde mi butaca en la primera fila y a la vez que el director de escena gritaba a los cuatro vientos pude notar desde donde me encontraba como el rostro de mi amiga cambiaba a diversas tonalidades, pasando por el rojo, el blanco y finalmente el verde. Sentí pena por ella, el día anterior me había extendido la invitación para que acudiera a uno de los ensayos de la obra y aunque intentaba no demostrarlo demasiado el entusiasmo y la excitación transpiraban por cada uno de sus poros.

A pesar de que tenía muchas ocupaciones no pude evitar el deseo de aceptar la invitación, postergué un par de reuniones con varios embajadores para poder encontrarme adonde me encontraba, en parte debido a mi amistad con Angelique, en parte debido a mi propio deseo de evadir los compromisos sociales al menos por un día.

A decir verdad era una apasionada del teatro, y el que pudiese asistir al ensayo y ver a los actores en acción había despertado enormemente mi curiosidad. Sin embargo resultaba bochornoso observar los estallidos del director y cuando me levanté de mi asiento a punto de intervenir y decir algo al respecto, una mirada de súplica de mi amiga me indicó que guardara silencio por lo que me contuve y volví a sentarme.

Por supuesto conocía el libreto a pies juntillas, habiendo leído Hamlet en diversas ocasiones, como aficionada que era a la literatura. Amaba los clásicos y en los libros encontraba un medio de escapar de la rutina que me había sido impuesta desde el día en que había vuelto al palacio ducal para ser presentada como la hija extraviada de los duques Saint-Leger.

Mi mirada se desvió un momento hacia un lado del escenario, tras ver como un mozo del teatro llevaba consigo una serie de trajes y desaparecía detrás de una puerta, logrando sin que él se percatase, que mi imaginación se echara a volar e imaginase que debían haber algunos camerinos para los actores y cuartos de vestir.

Me levanté mientras el director volvía a gritar, no no no NO!!! Esta vez regañando a Horacio, con el rostro tan rojo que parecía increíble que una de las venas de su frente se agrandara exorbitantemente y aún permaneciese intacta sin llegar a reventase de pura exasperación.

Hice una señal a mi dama de compañía para que permaneciera en su butaca y no me siguiera y como una niña traviesa me escabullí entre las filas hasta el costado en que viera desaparecer al mozo para colarme detrás del escenario y descubrir que guardaba ese sector del teatro. Bastante rápido di con un salón con numerosos espejos empotrados en las cuatro paredes, estaba vacío pero al girar sobre mis talones di de frente con incontables disfraces que colgando de ganchos parecían salidos de libros de cuentos. Sonreí y comencé a examinarlos uno por uno antes de ceder a la tentación de probarme varios de ellos. Así fue como pase de ser un pirata a un acróbata, una dama de la noche, un enmascarado y finalmente un bufón de la corte.

Me eché a reír al observar en uno de los espejos lo absurdo de mi aspecto y a punto estaba de volver a cambiarme cuando escuché que alguien se acercaba. No estoy segura del por qué de mi reacción, probablemente porque estaba adonde no debía, probándome lo que no era mio y luciendo demasiado extravagante. Sea como fuere busqué refugio detrás de una hilera de disfraces colgantes y me mantuve en silencio un momento, segura de que alguien acababa de entrar en el salón y preguntándome si sería un mozo, un actor, o básicamente el director que me gritaría no, no, no, NO!!! al ver lo que hacía con su vestuario y esta vez la pulsante vena de su frente reventaría provocando una verdadera tragedia y todo sería mi culpa.

Aún en mi oscuro escondite en medio de múltiples disfraces y otros más que colgaban frente a mi ocultando mi visión, aparté la manga de una camisa del disfraz de corsario que golpeó sin ninguna sutileza mi rostro. Retiré rápidamente el sombrero de cuatro puntas que aún ocultaba mi rubia cabellera que continuaba a pesar de mis recientes cambios de vestuario aún recogida en alto con múltiples horquillas, aunque al parecer no tan perfectamente ya que mis dedos retiraron de mi frente un rebelde mechón, todo por supuesto con movimientos tan sutiles como los de un indefenso ratoncillo.

Sabía como moverme lo suficiente para ser discreta, habilidad que había adquirido hace años cuando lograba escabullirme de los múltiples borrachos que a horas tardías aún creían en la posibilidad de pasarla bien con una joven moza a quien por su trabajo creían de cascos ligeros, motivo que nunca les di, ya que sabía perfectamente como ponerles en su lugar. Supongo que desde ese entonces ya salía a relucir mi temperamento, y aunque ahora al recordarlo casi resultaba imposible reconciliar a la joven Manon con la actual duquesa, como si se hubiese tratado de sucesos acontecidos a alguien completamente ajeno a mi misma, al fin y al cabo seguía siendo en muchos sentidos la misma de siempre.

Enderezando los hombros para recuperar el aplomo a pesar del disfraz que aún llevaba puesto, y respirando con soltura gracias a la bendición que consistía en no llevar puesto el temible corset de mis propias vestiduras, avancé unos pasos prácticamente en puntillas y asomé el rostro para localizar con la mirada a quien fuera que se encontraba ahora en el mismo salón y que al parecer era sumamente inquieto ya que podía oírle perfectamente moviéndose de un lado a otro.

Observé con curiosidad a la joven que descubrieron rápidamente mis ojos y sofoqué la risa que amenazó con escapar de mis labios al escucharle mascullando unas cuantas palabras. Abandoné completamente mi escondite y avancé unos pasos buscando mi vestido con la mirada. ¿Dónde lo había dejado?

-Jum jum.- carraspeé fuertemente con mi garganta para anunciar mi presencia ya que me pareció la mejor manera de hacerlo.

- Asumo que el director no se tomó la molestia de acompañarle a buscar lo que necesita. No es de extrañar, únicamente un desastre natural lograría arrancarle del escenario.- Caminé lentamente desviando la mirada de la joven hacia su alrededor, sin localizar aún mi ropa pero sin perder la soltura y el aplomo, pretendiendo que andar con el disfraz que llevaba puesto era lo más natural del mundo.

Me detuve girando sobre mis pies para continuar mi búsqueda y desde mi nueva posición logré observar por primera vez el rostro de la joven que me observaba con cierta sorpresa. -Claro que la voz de él es algo más... - busqué la palabra que mejor la describiera. -Más chillona.- Esta vez solté una leve risa sin ningún disimulo. - Pero a pesar de sus estridencias es un hacedor de milagros, sus obras de teatro son las más celebradas de Paris.-

Dejé entonces que el silencio se cerniera sobre ambas sopesando a la recién llegada con la mirada mientras aguardaba algún comentario. Podría tratarse de una actriz más, era lo suficientemente bonita para serlo, pero no la había visto en escena y no tenía puesto vestuario alguno que calzara con la obra Shakesperiana en curso. Probablemente entonces me encontraba frente a alguna trabajadora del teatro.