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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Jue Oct 04, 2018 4:47 pm

¿Alguna vez han sentido la abrumadora, pero curiosa gama de sensaciones que cargan el ambiente justo antes de que caiga la primera gota de lluvia? Es bastante peculiar, pero para nada desagradable, es como si todo en el mundo hiciera una pausa, como si todo estuviera en alerta, esperando, el viento tiene un aroma especial y lleva consigo el sonido de las nubes moviéndose en el cielo, el ambiente tiene una peculiar carga eléctrica y todo en conjunto ocasiona en quien presencia el espectáculo experimente una fugaz sensación de euforia. Aunque no hubiera lluvia próxima aquella noche en París, Smerenda sintió aquella sensación de manera creciente mientras las manecillas del reloj avanzaban. Tic, tac, toc,   el sonido de las manecillas del reloj  resonaba en la habitación, el tiempo avanzaba pero lo hacía demasiado lentamente o al menos así le parecían a Smerenda, ella miró  con detenimiento cada una de las cosas que formaban parte de la enorme habitación: La enorme cama  de roble con dosel y cortinas de seda de color azul rey con vivos dorados, la chimenea de mármol blanco, la mesilla de noche, los burós, espejos, cerámica y alfombras. Todo gritaba sofisticación y dinero, todo gritaba lujo y comodidad. Cualquiera habría dicho que Smerenda lo tenía todo y por consiguiente era una de las mujeres más felices de París. Gran error.

Efectivamente Smerenda se había entregado hace mucho a una vida hedonista,  destinada a obtener placer y felicidad artificial por al menos unas horas. Tenía belleza, status y fortuna pero se sentía aburrida, vacía y hastiada. Vivía con el constante temor de volver a su cautiverio. La muerte no le asustaba, sabía que llegado el momento, si tuviese que elegir, elegiría a la muerte sobre la esclavitud: Porque la muerte al menos es un final. Pero ella se resistía con vehemencia a llegar a su final. Durante todos meses había tratado de forjarse alianzas: Las más convenientes, las más fuertes y si se pudiese en gran cantidad. Su desesperación estaba llegando a niveles tales que, si el desenlace no llegaba a su puerta ella lo buscaría. Está obra de teatro llamada vida estaba llena de suspenso y ella deseaba por todas terminar con eso y hacer que cayera el telón. Por eso, cuando recibió aquella invitación para asistir al teatro, pese a que no le agradaba tanto ni el teatro ni el hecho de socializar y camuflarse con humanos que a sus ojos eran poco más que animales, aceptó de buena manera.

Ahora esperaba que su doncella terminase con su peinado. Fiel a su estilo discreto y sobrio había decidido usar un vestido de seda y gaza  un pálido color verde menta con vivos de hilo dorado  a la altura del busto y encaje de un tono verde esmeralda en las mangas. Había optado por llevar su rubio y largo cabello en una semi recogido con un broche dorado. Las joyas que portaba eran discretas y consistían en largos aretes de perlas y oro y  un collar a juego, con una esmeralda como pendiente. En cuanto la  doncella terminó con su tarea, Smerenda pidió que el chochero estuviese listo,  se colocó con una estola de piel teñida en un tono verde esmeralda que complementaba el look sobre sus hombros y partí hacia su destino.
Después de aproximadamente 15 minutos de viaje sin mayores contratiempos llegó a su destino. “Justo a tiempo” pensó y esperó que Monsieur Blackbird no la hiciese esperar. Hacía mucho tiempo que no había recibido noticias de él. Se habían conocido hace tiempo, antes de que Smerenda hubiese abandonado Rumanía. Al igual que ahora sólo los negocios los habían involucrado. Smerenda no confiaba completamente en ese vampiro, pero lo respetaba por su inteligencia, aunque siempre le había desagradado un poco su tendencia al melodramatismo.  Sabía que no se había puesto en contacto con ella por mero gusto o nostalgia. Smerenda lo conocía lo suficiente para saber que se traía algo entre manos y sea lo que fuese necesitaba su ayuda o cooperación. Un paje del teatro la ayudó a descender de su carruaje y ya que iba sola la acompañó el recibidor donde un gran grupo de personas charlaba animadamente. Aún no tomaban su sitio  por lo que al parecer la función tardaría en iniciar “Espero que haya rentado un palco” pensó Smerenda mientras buscaba con la vista a Blackbird entre la gente.


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Mensaje por Jhada Blackbird Dom Oct 07, 2018 9:13 am








La mort est la plus belle des vies





El teatro, la obra, las personas y la noche, otrora eran impresionantes y bañaban uno de los barrios de París. La obra era una cargada de suspenso y cargada de Vida, un romance imposible que acababan con la trágica pérdida del Padre. El corazón emitía pulsos irregulares mezclados con los regulares. Las paredes cantaban lo que se avecinaban. Las velas estaban encendidas y la Hechicera esperaba con paciencia a su acompañante, que no aparecería.

No aún.

-¿Señorita? Usted huele como las flores en cerezo en su mas alto esplendor, sin duda es usted a quien busco. Me han pasado un recado y una orden, mi deber es acompañarle al Palco VIP. No tiene que pagar nada. -Dijo, aquél hombre vestido con un elegante Smoking y una máscara que cubría parte de su cara. Sus labios carnosos sonrieron mostrando unos dientes impecables a la espera que Smeranda le acompañase. Ésta pareció dudar un poco, pero las ganas de realizar la cita y marcharse del lugar eran mas grandes que la duda y accedió. Una vez en aquél palco, la mujer tenía la mejor de las vistas a la obra de Teatro que aún no había logrado empezar. El hombre que la atendió le trajo dos copas del mejor Vino de la Casa, dejando una a su lado, sabiendo que estaría acompañada tarde o temprano. La otra copa se la facilitó a ella, sonriendo. -Y recuerde, señorita, que la Muerte, es la mas hermosa de las vidas.

Dicho aquello, las luces descendieron su brillo y el hombre se quedó al lado de la rubia por lo que pudiese ésta necesitar. El telón se abría y mostraban a una hermosa dama arrodillada ante su Hombre, un tirano con una rosa en la mano, una Rosa llena de sangre que había estirpado del corazón de su madre. -Pero Audilos, mi padre.. podría morir de saber que hacemos esto. -¿Que es la muerte, para impedir mi amor por ti? ¿Que es la muerte, si no la vida que viene despues? Incluso esa vida, la querré con usted. -Los coros acompañaban con un toque de ópera, eran todos barones. Pronto, el sonido del pálpito del corazón se hacía más y más sonoro, como si fuese alguien aplaudiendo fuertemente y de forma muy rítmica. El pálpito aparecía un total de cuatro veces, paraba unos segundos.. y se volvía a repetir en la misma serie. Junto a eso, una respiración, elegante, seria, grave e incluso armoniosa llenaba el ambiente. Los violines aparecieron para hacer de ésta obra, la Vida.

Entre ambos enamorados y a la vez, detrás de su escena, un árbol crecía, haciendo así que en la punta de sus ramas quedasen los actores ensartados, bañando de sangre caliente como si fuese un grifo, pero lentamente. Muy.. lentamente, parecía que la sangre era crema y preparaba la escena. Todos comenzaban a darse cuenta, pronto cundiría el pánico, pues aquello no entraba en la función. En su función…

El cargar de un revolver, la antecámara de las balas de un arma grande, a su vez de francotirador llenaba todo junto a los coros, la sangre y el palpito de corazón. Uno a uno, cada integrante del público fue atravesado por una bala mágica que al estallar dentro del pecho o la cabeza de alguien, de ahí mismo salía una enorme rosa como si una flor de cerezo en flor se tratase. Haciendo de la muerte y la masacre, una obra de arte. Pronto, todos los palcos menos los de Smerenda, estaban adornados por aquellas flores rosas y magentas. Los actores yacían muertos, pero todos posando alrededor de aquél árbol. El violín seguía tocando, y de la mugre y la basura, del fango del escenario emergió aquél fantasma, aquél demonio. Una forma horripilante en forma de espectro con ojos degollantes, suspendido ahora en el aire, parecía una maquiavélica marioneta que hacía hacer a todos los demás lo que sus hilos dictaminaban. Y una voz, susurrante apareció. -Yo no hago daño a nadie.. Es la actuación, la que pone a cada uno en su justo lugar. -Su voz era grave, suave y agradable, todo al mismo tiempo. Entonces, aquella voz, sonó ahora al lado de la rubia Hechicera, justo donde estaba el hombre de Smoking elegante.

-Espero que la obra haya sido de.. su agrado, Señorita Brancovan. -Cuando la hechicera miró, ya no vio al hombre que ahí estaba antes, si no a aquél ser, alto.. delgado, un tanto deforme pero de forma.. un tanto hermosa, como si fuese un lienzo pintado en carne. Cogió su mano y la besó con suma elegancia. -Mucho tiempo ha.. desde que su belleza no respiro, que no contemplo. Que no ansío. Que no...encuentro, mi buena Señorita Brancovan. ¿Me concedería un baile? -Aquél... ser o lo que quisiera que fuese, era muchas cosas, entre ellas:


Sumamente elegante
y exquisito.


Hago ruido... y por eso, envidio al silencio. ¿Eres acaso, tu, el silencio que anhelo?
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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Dom Oct 07, 2018 9:15 pm

Algo que pocas veces había sucedido antes le había ocurrido a Smerenda aquella noche. Perdida como estaba entre sus pensamientos, con la atención fija en la muchedumbre no notó que alguien se acercase, hasta que la voz estuvo cerca. Smerenda nunca bajaba la guardia y que alguien la sorprendiese de ese modo la enfadó en exceso.

Le enfadó aún más el hecho de que no fuera M. Blackbird quién la recibiese personalmente. No, en realidad lo que más le molestaba era el hecho de que aquel hombre enmascarado lanzara aquellos comentarios sumamente desagradables ¿Acaso eran perros para identificarse mediante aromas? Sin embargo su curiosidad era mayor que su disgusto, así que contuvo las ganas de asesinar al ¿hombre? No, seguramente vampiro, al menos su inmensa capacidad olfativa así lo indicaba, y simplemente lo siguió lanzándole una mirada asesina.

Cuando llegaron al palco Smerenda se limitó a tomar asiento. Cuando aquella copa le fue ofrecida la tomó, la acercó a sus labios pero no bebió nada, así de paranoica era. Jamás bebía o comía nada que no fuese preparado frente a sus ojos. Particularmente hasta ahora, no tenía nada en contra de los vampiros, tampoco tenía nada en contra de M. Blackbird, pero no bajaría la guardia bajo ninguna circunstancia.

-La muerte es la nada y eso es lo bello de su naturaleza - dijo más para sí misma que para darle una respuesta al hombre que aún estaba a su lado. Smerenda se dispuso a apreciar la obra, en tanto M. Blackbird se dignara a aparecer, Smeranda esperaba que aquello ocurriese pronto, pues su paciencia no era infinita. El telón se levantó, los amantes hicieron su aparición sobre el escenario, sin esperar mucho de aquella obra, que ni la conmovía ni le interesaba demasiado Smerenda comenzó a contar los minutos "cuando llegue a diez" pensó con algo de molestia "abandonaré este sitio y Blackbird se arrepentirá de hacerme formar parte de sus trastadas de mal gusto" Smerenda no tuvo que llegar al diez.

Antes de que su paciencia se agotse, algo la hizo prestar verdadera atención a lo que se representaba en el escenario. La sangre corrió, Smerenda había visto suficiente sangre antes, la suficiente para reconocer el color, aroma, textura. Antes de que el caos alcanzar su apogeo, antes de que los presentes se diesen cuenta de que aquello era no ficción, los disparos sonaron. Smerenda permaneció apasible, mirando todo lo que se sucedía no fuese más que una mala ilusión. No tenía miedo, no porque confiase en M. Blackbird, no porque le tuviese sin cuidado su vida: aquello parecía algo orquestado perfectamente. Correr estaría de más, actuaría si llegase a necesitarlo, no era una estúpida y para alguien con sus capacidades las balas eran cosa de juego, además sabía, que su muerte no estaba garantizada. Lo peor que un nigromante podía hacerte no era matarte, lo peor era que podían regresarte como una marioneta obediente de sus designios y sabía que así como estaban las cosas había alguien que jamás la dejaría morir.


Cuando Smerenda escuchó a M. Blackbird junto a ella, giró lentamente su rostro hacía el, levantó la vista hasta posarse sobre la de él, lo miró uno, dos segundos y luego estalló en carcajadas - Siempre me han gustado las flores, mucho. Muchos también me las han ofrendado. Pero nunca había recibido un mosaico tan singular como el que me ofreces-  Smerenda controlo su risa - esta vez te has superado, parece que a lo largo de los años has evolucionado favorablemente: eres más creativo, más melodramático, más exagerado y por supuesto más adulador. Parece que hasta alguien como tú, que se supone que es un ser inmutable puede cambiar después de algunos años-


Smerenda se levantó con calma, sacudió una mota de polvo imaginaria de sus ropas y después continuó - dudó que me hayas hecho venir hasta aquí por un simple baile, a veces pareciera que haces cosas sin sentido, pero yo se que ese no es tu estilo- Smerenda hizo una reverencia exagerada y después tendió su mano hacia Jhada - pero no puedo negarte un baile, así que anda, bailemos una danse macabre entre los cuerpos y las flores-
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Mensaje por Jhada Blackbird Vie Oct 19, 2018 7:10 am

La sonrisa tras la mascara y el espectáculo que era aquél hombre era descomunal gracias a las palabras que le dedicaba aquella mujer. Hizo una exuberante y sobreactuada reverencia y volvió a la verticalidad. -Lo que yo ofrezco es la vida misma en su mas actuado arte, mi buena Smerenda. ¿Cambiar? La obra es algo que debe cambiar constantemente, de otro modo quedaría estancada y empozoñada por las aguas del olvido, condenada a no existir. -Se llevó las manos a los ojos de la mascara, simulando estar triste. -Y nadie, ni siquiera mi hermoso publico.. -Señaló el mosaico de sangre y rosas. -Quiere eso, ¿Verdad? No, no, no.. No. -Dijo, de nuevo, un total de cuatro veces.

-Claro que no hemos venido solo a bailar, mas eso no nos impide de ese placer.. y de otros -Dijo con segundas, muy segundas intenciones. -No disfrutar, ¿O acaso equivocado me hallo, mi querida, hermosa, preciosa y musitada Smy? -Sus palabras percutían en la piel foránea como los dedos percuten las cuerdas de un violín, con paciencia, suavidad y elegancia por encima de todas las demás cosas. Y entonces, aquél sonido extraño, aquellos violines que sonaban desde ningún lugar, tras la orden de la cuádruple palmada que ejecutó Jhada Blackbird, cambiaron el sonido, la música. La melodía.





Jhada extendió la mano hasta acariciar el dorso de la compañera, como si fuese un objeto de incalculable valor, frágil y de porcelana. Si se rompiese, sería una verdadera lástima para el mundo, pensaba la Marioneta Macabra. Sonrió, acercándose para besar con delicadeza y melodrama aquella mano, haciendo el beso mas sonoro de lo que realmente hubiese sido un beso normal y natural. Pero claro. ¿Acaso había algo natural en aquella danza? Nada.
La atrajo hasta el centro, no sin antes haber levitado, mientras danzaban. Ya estaban en medio de la actuación, en el cenit de la muerte que había creado el Cuervo. Tras las cuencas de la máscara, en aquellos dos enormes abismos, brilló un atisbo de luz, y entonces, los muertos decorados por Flores como si éstas estuviesen creciendo del interior de la herida mortal que les propició el francotirador, comenzaron a moverse, como si tuviesen vida. Como si estuviesen controlados por la savia de la planta, y a su vez, misma vez; Por Jhada.

Acompañando a la danza macabra con suaves movimientos, las manos en alza, y girando sobre si mismos, sin vida en sus miradas. No obstante, los azules del Vampiro estaban clavados en los foráneos mientras bailaban, sin importar nada mas. -Cada año, cada día, cada mes. Cada eternidad que pasa.. y vuelvo a verte, Smerenda, estas mas hermosa. Mas viva. Más enérgica. Mas vital, mas.. Existente. No se como lo haces, ni quiero saber el mayor de tus secretos, pues el lado mas importante de una obra, es ese ingrediente. Pero.. En favor me veo de pedirte, que no dejes de hacer lo que quiera que hagas para mantenerte.


-Eres una verdadera alegría para la vista y el corazón inlatente que ya no tengo. -Sonrió, finalmente, cerrando espacio entre ambos, estando sus bocas a un mero centímetro, bebiendo el uno del otro de sus propios alientos. Y sin parar de bailar, orquestando toda una escena digna de un macabro Cuadro de arte. -Smerenda.. Smerenda.. Smerenda. ...Sme.. Renda. -Dijo, Sonriendo, en un susurro, como si la pronunciación de su nombre diera un letargo de vida a la obra de arte de la que hacían gala, mientras su mano se posaba asida sobre la fina espalda de la mujer.


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Vie Oct 19, 2018 2:33 pm

Aquel hombre, no, vampiro, siempre le había parecido extraño, pero interesante a Smerenda. Le recordaba a un hombre, un miembro de la guardia del castillo Brancovan, desafortunadamente aquel hombre había muerto. Otra cosa que Jhada le ocasionaba era cierto grado de incomodidad, no porque fuese vampiro, sino porque algunas veces actuaba como un demente un irracional, como alguien que no sigue un patrón específico porque no tiene un objetivo al cuál llegar. Pero sabía que Jhada era todo menos eso. Ella estaba acostumbrada a conocer con facilidad lo que otros pensaban o sentían, lo que necesitaban. Eran como ríos cristalinos a través de los cuales ella podía ver, pero Jhada era como un mar en medio de la tempestad: Peligroso e impredecible.

-El placer, Jhada querido, es fugaz y efímero. Siempre he preferido otros sentimientos más duraderos a un par de minutos de placer- dijo mientras tomaba la mano del vampiro y se acercaba lentamente a él - ¿Cuándo te volviste tan galante, tan adulador?- Smerenda colocó su mano libre en el pecho del vampiro –Sabes, mi querido Jhada que no soy una estúpida niña rica, que al escuchar tus palabras se derretirá a tus pies, sabes que, sólo me tendrás si me ofreces algo que me deslumbre, algo que evite quedarme estancada y emponzoñada por las aguas del olvido, condenada a dejar de existir- repito sus palabras, mirándolo directamente a los ojos y sonrió con un sonrisa cínica.

Smerenda esperó a que la danza comenzara, sintiendo la música en sus propios huesos, como si intentase atravesar su oscura alma. Cuando sintió la fría mano del vampiro tocando su piel, cuando sintió los muertos labios rozando su mano, sonrió, hizo una profunda reverencia, como las que se hacían en los bailes de la nobleza y se dejó arrastrar a los brazos del vampiro. Agradecía momentos como este, momentos donde no debía ocultar su verdadera esencia de los demás, momentos donde se sentía medianamente feliz aunque aquella sensación fuera artificial. Entre los brazos de Blackbird se encontraba más expuesta que nunca, pero ella estaba consiente de aquello y esa sensación, de sentirse frágil y delicada entre los brazos del vampiro, que de desearlo podría romper sus huesos en un santiamén, en realidad era muy placentera.

Smerenda sintió como sus pies se elevaban del suelo mientras bailaba entre los brazos del vampiro, pero aquello no la incomodó. Miró hacía bajo mirando las flores y las muertes mezclándose en armonía. Por un momento se preguntó que habrían sentido esos pobres condenados al ver la sangre correr, que habrían sentido cuando la bala había atravesado certeramente sus cabezas. Ahora en muerte habían creado la más bonita de las obras, quizás lo más hermoso que habían logrado durante su existencia era imposible de ver para sus ojos. Smerenda vio a los muertos danzar y se preguntó cómo se vería ella danzando de la misma forma que ellos. La muerte no era lo peor que podía pasar, volverse un saco de carne muerta, una marioneta grotesca sin voluntad, moviéndose al ritmo que un tercero dictase, eso, eso era peor que la muerte misma.

Smerenda se quedó un rato mirando a las marionetas danzar, sin emitir sonido alguno y sin que su rostro mostrase expresión alguna, mientras se dejaba guiar por las hábiles manos de Jhada a través del baile más memorable al que había asistido. Una vez había asistido a un baile lleno de cadáveres, cuando su abuela había tenido un lapsus brutus y había asesinado a la mitad de los habitantes del castillo. Pero esos muertos habían estado estáticos, con la muerte y el dolor dibujados en su rostro y además, en aquella ocasión no había bailado con un vampiro a decir verdad, jamás lo había hecho.

Smerenda fijó sus su mirada, oscura e intensa en Jhada, mirándolo en silencio. Así lo observó, impasible, como si tuviese todo el tiempo del mundo. Observó sus ojos azules, su cabello escuro y de repente se le antojó pasar la manos a través de él, para ver si era tan suave como parecía, pero suspendidos así en el aire no podía hacerlo –Pues observa con atención embébete de mi imagen y absórbela en tu memoria por siempre, pues esta belleza no se mantendrá imperturbable por siempre. Haga lo que haga, sin importar de cuánta magia me valga este rostro no será eterno. Y así quiero que sea, porque la eternidad es algo que me hastía – Smerenda acercó su rostro lentamente, un par de centímetros al de Jhada sin apartar sus ojos de los de él –Pero no te preocupes querido Jhada- Dijo haciendo una especie de mohín - Nunca, nunca llegaré a ser una burla, un cascarón roto de lo que soy. Antes de que el tiempo evite las trampas que le pongo y termine por alcanzarme yo terminaré con mi existencia, permaneciendo por siempre bella en tu memoria. Nunca haría algo tan terrible como violentar el recuerdo que conservas de mí en tu mente- Smerenda acercó el rostro más, hasta que sus frentes casi se tocaron, hasta que ella pudo oler su aliento y entonces fijó la vista en sus labios –Quítate esa ridícula máscara Jhada, quiero observar tu rosto y embeberme de él porque este puede ser el último recuerdo que tenga de ti- dicho eso, apartó la vista de sus labio y posó un suave y sonoro beso sobre la frente de la máscara.


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Mensaje por Jhada Blackbird Lun Oct 22, 2018 7:59 am

-¿Algo que.. te deslumbre? -Los azules de Jhada titilaron durante unos segundos a través de aquella máscara blanca. Sonrió al final. -Querida.. sabes que solo has de pedir lo que quieras, desees.. ansíes, hastíes en éste momento y, lo tendrás. -Aquello último lo dijo serio, con aquella elegante voz de forma grave. Lo siguiente que dijo Smerenda le gustó mas, a la vez que inspiraba aquél aroma que emanaba de la garganta de la hechicera en forma de aliento fugaz y voraz. La mano del Títere se adhirió a la cintura, bajando muy suavemente hasta dejarla posada en la curvatura dibujada de la figura de aquél perfecto trasero que tenía Brancovan, y siguió escuchándola. -Querida.. lo que vive para siempre, es la memoria. El recuerdo de algo que persiste. La reminiscencia de la estela de lo que.. has vivido. Lo que has hecho. Lo que has transformado. Lo que has.. construido. -La contempló en silencio durante unos segundos que parecieron horas. Y finalmente, volvió a susurrar. -Y a eso vengo hoy.. para que hagas algo que quede escrito en los anales de la historia conocida y por conocer. -Lo dijo con grandeza, esperanza, como un presentador de circo dramatizando la presentación del mismo.






Siguieron bailando, mientras la melodía cambiaba a una mas oscura y elegante si cabía. -Por supuesto.. mi niña. Jamás serás una cascara, ni una burla. Pues.. al igual que el mio, tu genio.. Será comprendido. Y recuerda siempre que.. Nuestro arte, justifica todas nuestras acciones. -Y entonces alzó una de sus cejas al escuchar la repentina petición de la foránea rubia y sonrió, sin parar de bailar, le dio la vuelta sobre si misma, la abrazó pecho contra pecho y dejó que su espalda se arqueara hasta que sus cabellos tocaron el suelo y su cabeza quedó a ras de éste. Solo entonces, en el cara a cara en aquella postura de danza, la Máscara, como si fuera una segunda piel mutada del Vampiro, comenzó a moverse y ser tragada por la verdadera piel del rostro de Jhada Blackbird, dejando al acecho y merced de Smerenda, la tez del Vampiro, aquella barba perfectamente recortada. Sus ojos coartados, casi innaturales totalmente, al igual que todo él, pues era una hermosa abominación que buscaba la perfección.

Nuevamente, ambos labios quedaron a milímetros el uno del otro, esta vez, los labios orgánicos y “reales” de Jhada, y sonrió de forma socarrona a la vez que el piano se ponía a tocar solo y los muertos danzaban en círculos de forma rápida pero elegante, una y otra y otra y otra vez, y otra vuelta más. -La máscara.. ¿O mi cara? ...¿Cual es la real? -Su sonrisa se desdibujó hasta quedar de medio lado hacia el izquierdo. Besó aquellos labios, primero.. Con ternura, pero pronto, la ternura pasó a ser pasión, y con suavidad y armonía, aquellos labios mordió, tirando de ellos, hasta llenarse del aliento de la Hechicera. Jhada inspiró. Suspiró de placer.








-Y ahora.. Se abre el telón.


Hago ruido... y por eso, envidio al silencio. ¿Eres acaso, tu, el silencio que anhelo?
¿La espada que blando? Acabemos con los débiles.

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Dans les coulisses [Privado] Empty Re: Dans les coulisses [Privado]

Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Jue Oct 25, 2018 2:50 pm

Una sonrisa mordaz se dibujó en el rostro de la hechicera. Jhada bien podría crear un monstruo al pronunciar aquellas palabras. Su rubia compañera de baile era un ambicioso pozo sin fondo que podría pedir y pedir por siempre, aunque, y de eso estaba segura, el verdadero sueño de Smerenda, la petición más ambiciosa que en su corazón guardaba, jamás pudiese ser concedida por el vampiro. La rubia hechicera se dejó conducir entre los hábiles brazos del vampiro. La verdad es que lo odiaba un poco, algo que jamás le había confesado y de seguro no sospechaba. Lo odiaba porque aun siendo un títere sin alma que vivía de robarle la vida a otros Jhada parecía ser capaz de gozar la “vida”, mejor de lo que Smerenda lo había hecho jamás.

Lo odiaba porque Smerenda era incapaz de sentir amor o admiración, porque para ella no había diferencia entre el odio o el amor: A fin de cuentas tanto él odio como el amor pueden llegar a matar.  Lo odiaba porque no sabía darle otro nombre a la fascinación que él vampiro le causaba, a la curiosidad que en ella despertaba. Así que sí. Jhada debía sentirse afortunado de ser el objeto del odio de ella. Cuando la música cambió, cuando Smerenda sintió que el vampiro la estrechaba más cerca, más fuerte entre sus brazos no pudo contener una sonrisa. Se entregó con soltura al baile, dejó que el vampiro dictase sus movimientos.

Cuando Jhada la arqueo sobre su espalda, dejando su vulnerable cuello a la vista del vampiro Smerenda mordisqueó su labio inferior con fuerza ¿Cuántas mujeres habían sucumbido a este paso de baile? ¿Cuántas habían entregado su sangre al vampiro y habían muerto en aquella pose tan teatral? Porque Smerenda no era una estúpida. Los halagos que  el vampiro le dedicaba no eran falsos pero tampoco reales del todo. Jhada amaba lo bello, un ideal, no a una persona ¿Qué planeaba obtener de ella? ¿Su cuerpo? ¿Su poder? Smerenda se estaba poniendo impaciente, la teatralidad comenzaba a hastiarla.

Cuando el vampiro la incorporó nuevamente, Smerenda lo sintió más cerca. La máscara se había evaporado y en su lugar la nívea piel del vampiro, sus ojos azules le daban la bienvenida. Ella decidió jugar. Miró a Jhada fijamente, su oscura mirada puesta en la intensa mirada del vampiro, sin chistar, como si lo retase. Sin moverse permitió que él rozara sus labios, suavemente. Sus  labios fríos se estrellaron con los de ella y dejó que el cúmulo de agradables sensaciones se apoderaran de ella. Lentamente aferró sus brazos alrededor de la amplia espalda del vampiro, respondió al beso suave, después salvaje dejándose llevar por las sensaciones intoxicantes, sus cálidos labios contra los fríos labios del vampiro, pero cuando sintió los colmillos de Jhada mordisqueando y tirando de sus labios se apartó con brusquedad, alejando su rostro con violencia y usando las manos que pasaron de abrazar al vampiro a empujarle el pecho para poner distancia entre los dos.

–Nunca, jamás se te ocurra hacer eso otra vez. Mordisquea a tus rameras todo lo que quieras, pero si lo vuelves a hacer conmigo será tú última noche sobre la tierra- dijo mirándolo con ira y con la amenaza escrita en su rostro y aferro con ambas manos el traje del vampiro. El momento de ira duró un segundo, quizás dos, luego Smerenda sonrió,  como si nada hubiese pasado, soltó el traje de Jhada y lo alisó. Después puso sus manos en ambas mejillas del vampiro y acercó su rostro hasta que su frente se tocó la de él – Jhada querido debemos poner un límite. No soy tu juguetito para morder ni una niña como mencionaste antes. Tus colmillos sobran- habló la hechicera con voz suave, después separó su rostro unos milímetros del rostro de Jhada y sin apartar sus oscuros ojos de los intensos ojos azules del vampiro añadió –No lo volverás a hacer ¿verdad?- sin esperar respuesta posó sus labios sobre los del vampiro en un roce delicado como las alas de una mariposa que duró un par de segundos y luego se apartó.

–Jhada… Querido, encantador… Muerto- Smerenda acarició una de las mejillas del vampiro, lentamente, como si no hubiera prisa alguna, sintió la fría pero aterciopelada piel del vampiro deslizándose por la palma de su mano. Inclinó el rostro un poco y posó nuevamente sus ojos en el rostro del vampiro -Tengo muchos defectos. Los pecados más viles me adornan, soy un cúmulo de imperfecciones pero si algún defecto no tengo es el ansía de ser eterna. Llegado el tiempo no quiero que nadie me recuerde, quiero que mi nombre se borre eternamente, que nadie, incluyéndote a ti recuerde este rostro. Pero aun así, no tengo ningún inconveniente en tenderte mi mano y ser tu acompañante en los oscuros propósitos que tengas, porque no tengo nada mejor que hacer y esperar a mi muerte plácidamente y sin hacer nada no es mi estilo. Si eternidad es lo que tú deseas entonces sírvete de mí para lograrlo ¿Quieres que te ayude a hacer que tu nombre perdure por los siglos de los siglos? Lo haré, pero, desde ahora te digo que tengo un precio, pero supongo que eso ya lo sabes  ¿No? La pregunta ahora es ¿Estás dispuesto a pagar?- Smerenda sonrió, una sonrisa ligera, apenas perceptible. Con Suavidad dejó que sus manos se deslizaran desde las mejillas de Jhada hasta su cuello y después hasta su pecho –Me recuerdas tanto a mi prometido, quizás sea porque ambos tienen la tendencia de querer clavarme sus colmillos-


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