Hijos de Nadie {Privé}

por **Étienne Jousset** Lun Feb 16, 2015 10:56 pm

Todos vestidos de harapos, sobre un manto de hojas secas y bajo un cielo cobrizo reían los niños del orfanato. Hacía tres que no se escapaban al patio, y por una buena razón: el suelo fangoso no prometía horas de juego, sino días en cama hasta la muerte. La humedad era tal y los cuidados tan poco prolijos que los pequeños no tenían oportunidad de pasar la noche con la esperanza de ver el amanecer del día siguiente. Incluso, cuando los encontraban, extrañeza causaba hallarlos con los ojos abiertos de par en par, como si hubiesen luchado hasta el último instante de su existencia por sus vidas. Acto de valentía enterrado con una sábana blanca encima de la faz delatora.

Pero si su día a día estaba cargado de incertidumbre y de recuerdos nefastos, ¿qué razón había para que un montón de huérfano riera sobre un colchón de naturaleza muerta cubriendo el patio? Fácil: porque así fingían que no sabían lo que estaba debajo. Era sencillo, de esa forma, conservar la esperanza. Y aún más cuando se tenía a una especie de hermano mayor rondando por el lugar.

Étienne Jousset. Vagabundo a tiempo casi completo, excepto en sus momentos de nostalgia. Porque sí, de vez en cuando no reía exageradamente para mantenerse en pié y seguir adelante. Porque a veces se cansaba de no tener raíces, de que nadie lo necesitara. Porque era una forma de abrigar al niño que había sido y cuya infancia fue robada por tiranía del destino. Porque a veces, sin quererlo, recordaba a su hermanita Lucrèce, a esa nena de rizos para quien era el mundo entero aun siendo un parásito en la pirámide. Con ella muerta, lo más cercano que tenía de su memoria eran niños como los del orfanato. A ellos entretenía con historias, los separaba en sus peleas y todo cuanto podía, que era poco. Debía hacerlo a escondidas, eso sí. Porque para los dueños del lugar, era lo mismo un mendigo que un asesino serial con gonorrea e instintos pedófilos. Pero la suerte estaba de su lado ese día. Podía jugar con los enanos esos mientras no lo pillasen. Y si lo pillaban… bueno, para eso tenía esas piernas huesudas: para escapar.

—Tengo mucha hambre, Étienne. —le dijo una de las criaturas, buscando cercanía.

—Ven acá. A ver qué se puede hacer —invitó Jousset alargando un brazo.

El ladronzuelo miró al infante con resignación y lo atrajo hacia sí para estrecharlo. Era el más pequeño del grupo; apenas se le entendía lo que hablaba. ¿Por qué no daba mayores consejos? Porque el hambre no se acababa con explicaciones ni lo saciaban las promesas. Sólo la hacia más llevadera la empatía- Porque Étienne comprendía lo que era que no importara ir limpio, estable, si se estaba bien, si se comía o no. Entendía lo que era no ver por dónde salir. No tener dónde vivir por diferentes razones: violencia, abuso, maltrato. Generalmente por maltrato de parte de sus padres alcohólicos.

Otra niña un tanto mayor que el chiquillo que se le arrimó se acercó titubeante, con la cabeza baja, y preguntó?

—¿Nos dejarás de querer cuando tengas tus propios hijos?

—¿Qué? Claro que no. Los vendré a ver siempre, aunque me den de escobazos. Mi cabeza es de acero. —dijo para tranquilizar. Por dentro se dijo otra cosa— ¿Qué niños, si yo moriré pronto?

Cerró los ojos unos segundos, demasiado a gusto como para lidiar con la pesadez de ponerse de pié y volver a la rutina de la supervivencia. Esos niños tenían esperanza; él no. Pero ellos no conocían el mundo. Étienne estaba furioso con Dios por haberse llevado a su familia, pero así y todo pedía, si es que realmente existía, que los hijos de nadie se enterasen lo más tarde posible o que no lo hicieran nunca. Así se amarían más entre ellos y a él lo odiarían menos por no habérselos dicho.

por **Monika Leonhardt** Jue Feb 26, 2015 8:07 pm

– Por favor Monika ¿y si empezamos esta nueva mudanza bien? – ahí estaba de nuevo su “hermano” mayor diciéndole cómo comportarse, después de todo era entendible que se hubieran mudado de la nada de Italia donde estuvieron merodeando el último siglo había sido su culpa ¿pero qué podía hacer? Después de todo, la sed era grande, o es que, acaso, ¿era culpable de aquella maldición que no había pedido y aun así era parte de ella? Probablemente no, tampoco era que lo tomará mucho en cuenta, hace mucho tiempo que se había acostumbrado a ser un vampiro y por supuesto, le encantaba.

El problema era cuando tenía los ojos puestos en un solo objetivo, porque su sangre parecía más dulce o simplemente por ganar un poco más de prestigio, era una mujer bella de eso estaba completamente segura, era también por eso que los hombres rápidamente caían a sus pies, así fue como el hijo de un duque italiano se fijo en ella, al principio no le interesaba en lo absoluto, lo rechazó tantas veces le fue posible hasta que una tarde aquel joven dejo de buscarla y anunció su compromiso con otra chica.

Tampoco era el clásico caso de aquella joven que se enamora cuando ya no tiene el amor del otro, era más bien orgullo propio lo que cegó a la joven Leonhardt, los papeles se invirtieron y fue a ella a quien rechazaron, ese fue el peor error de aquel joven, quien murió en un extraño accidente una tarde de cacería… al menos eso era lo que se decía, tanto Ruzgar como William, familia de Monika sabían que no era así.

Fue por eso que aquel amable doctor junto a sus hermanos viajaron hasta Paris con la idea de encontrar un nuevo lugar donde vivir, por lo menos un tiempo, entonces es cuando volvemos al principio de la historia.

Ruzgar le advirtió que en esta ocasión fuera más cuidadosa sino quería llamar la atención hacía ellos, Monika no sabía cómo había terminado en ese pequeño clan lo que si es que aunque la mayoría de las veces terminaba siendo sermoneada se sentía a gusto, al menos de ese modo se sentía un poco más segura.

- Tranquilo hermanito, me encargaré de no llamar más la atención, es más… me he presentado voluntaria en un viejo orfanato a las afueras de la ciudad, según estuve oyendo necesitaban alguien que se hiciera cargo de las criaturas, eran demasiadas y por lo que he oído una enfermera de medio tiempo no les vendría nada mal – aseguró con una sonrisa tan angelical como fuera posible, aunque el vampiro no le creyó en lo absoluto quiso darle una oportunidad.

Las monjas del lugar le mostraron todo, no había mucho que ver, un lugar demasiado pequeño para tantos niños que vivían ahí, al menos no había tantas ratas, eso era un punto a favor, para empezar su “jornada laboral” tendría que hacer un pequeño expediente de todos los niños, ver quienes estaban en mejores condiciones y saber a lo que se enfrentaba, no era la mejor en medicina, ni era la mujer con más paciencia lo que sí, es que había prometido portarse bien y eso estaba intentando.

– Bien, ¿Louis? – llamó al pequeño pero nadie se presentó, frunció el ceño mientras revisaba las hojas de nuevo, le faltaba revisar a unos cuantos niños, pero no los hallaba por ninguna parte, genial, el primer día y he perdido niños pensó para sus adentros a la par que comenzaba con su búsqueda.
Después de un buen rato dio con ellos en una zona alejada del patio, Monika gritó solo para llamar su atención, los niños se levantaron de golpe y la miraron con sorpresa, pero mayor fue la sorpresa de la joven al ver a un chico con ellos que por su edad era claro que no pertenecía al lugar, era un asco pero a cierta edad debían abandonar su hogar para rascarse como pudieran, eso era la mierda de sociedad en la que vivian.

– Ustedes adentro ahora mismo si no quieren que los castigue – dijo un poco autoritaria a los pequeños antes de dirigirse al hombre que los acompañaba - ¿y usted no esta lo suficientemente grande como para buscarse amigos de su edad? ¿o es que tengo que llamar a alguien para que lo saque? – No pensaba hacerlo simplemente le parecía extraño que un joven estuviera ahí con ellos, podría ser un pervertido pero los niños no tenían pinta de tenerle miedo. - ¿y bien? Estoy esperando una respuesta - aguardó.

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