Sacrilegios silenciosos (libre)

por **Marius Lemacks** Vie Feb 20, 2015 5:42 pm

Vientos fríos que corren por las nocturnas calles de aquella ciudad donde uno a uno van caminando aquellos seres de sangre caliente y apetecida, aunque entre los demonios tan se encuentran los perros de ellos; es como el mismo infierno en la tierra están los generales hombre grandes que manejan el poder luego sus esbirros pequeños cabos que obedecen a los demonios y al final de la lista están los perros aquellos que solo toman las sobras, pero la analogía no es por el simple hecho de tomar las sobras sino que existen dentro de esa categoría infernal algunos, muy pocos la verdad, que no desperdician nada, que toman lo que los demonios dejan por las calles ya sin vida. Usan los cuerpos victimizados de otros para sus propios fines.

Entre las calles, entre esos callejones malolientes llenos de ratas, está un ser que entre las sombras se oculta, buscando la esencia de un alma perdida entre la basura, sus pasos sigilosos como de cacería hasta llegar a un tumulto de cartones donde una mujer sin vida yace, percibe el aroma del cadáver

“Está podrida ya, no sirve está dañada completamente sus órganos han reventado y su sangre está contaminada”

Se aleja arreglando la pequeña chaqueta que café a cuadros que tiene, sus pantalones largos parchados y con algunas manchas de polvo en la tela. Su rostro blanco como si fuera un payaso pero es para ocultar algunas marcas, sus labios rojos y esos ojos azules que se marcan en unas cuencas rojizas, sus cabellos de igual color todos alborotados que son cubiertos por un sombrero viejo y roído. Las manos enguantadas pero la parte de cubre a los dedos están rasgadas dejando ver unas uñas negras cargadas de tierra y sangre.

Llega a otro callejón por un ruido que le parece ensordecedor y atrayente, el aroma es aún más podrido para él, pero le llama el pequeño movimiento de un cuerpo contra una pared, esa fricción de dolor que escucha lo acerca hasta estar tras un hombre semi desnudo y con aruñazos en la espalda metido entre las piernas de una mujer completamente desnuda quien rasga la piel de su acompañante. Él ladea la cabeza de lado a lado como si no comprendiera esa escena, le parece repulsivo y cuando toca los dedos de la fémina, esta enseguida reacciona buscando alejar a su amante de paso entre gritos pero este solo piensa en que la lastima y eso le excita, El vampiro acaricia el cabello del muchacho y es cuando se da cuenta que hay alguien ahí con la pareja.

—Serás capullo pervertido, maldito voyerista de mierda—

No entiende y solo ladea al cabeza sin emitir palabra alguna, la mujer grita desesperada buscando cubrirse la poca decencia que le queda

—Matadle y larguemos de aquí—

“Por qué? no he hecho nada, y por qué sigue gritando ella, por qué pide a ese Dios, por qué usa ese vocabulario conmigo, hice algo malo? quién es ese Dios que ella tanto nombra”

La mujer la intriga y más con la palabra muerte aflorando de sus labios. Esa palabra si la entiende, y es cuando ve que el hombre toma un cuchillo pero para él aquel sujeto se mueve muy lento, tres estocadas y no le ha cortado ni un poco, el vampiro comienza a sonreír abriendo más y más sus ojos, una digna muestra de fascinación. Se coloca tras el desdichado y solo se escucha huesos romperse y un cuerpo desplomándose. Un grito ahogado y la mujer que corre pero antes de abandonar el callejón le ha tomado del cuello asfixiándola pero sin matarla, solo le ha dado un golpe en la cabeza hasta dejarla inconsciente.

Lleva los dos cuerpos adentrándose en las penumbras para comenzar a trabajar con ellos, con el sujeto al que corta el cabello completamente, sus manos se detienen en cuello y con un cuchillo desdentado le abre tomando la tráquea entre sus dedos para ver si valen las cuerdas vocales, si le sirven y se las arranca de un tajo. Uno a uno los órganos que necesita los va colocando en frascos guardándolas en la pequeño bolso que cuelga alrededor de su cuello, no se limpia las manos si no solo en la ropa del sujeto que por horas ha estado despedazando y que ahora solo quedan huesos ensangrentados los cuales son depositados en una caja de cartón para llevársela. Mira a la mujer acercándose a ella para dejarle un beso en los cabellos, le huele y deja ahí tirada unos minutos hasta volver a por ella. Se aleja con la esperanza de no ser visto, bueno realmente a él no le molesta porque las personas siempre lo miran como un loco y quizás lo sea.

por **Marie R. Balzac** Dom Mar 01, 2015 5:45 pm

Definitivamente aquel no era lugar para una burguesa. Eso estaba más que claro. Marie hubiese rehusado encontrarse con nadie en aquel lugar tan poco seguro y lleno de desdicha, pero no le quedaba otra. Había hierbas, ingredientes, que los hechiceros no podían obtener de forma habitual, sencilla o incluso "legal". Debían de recurrir a otros que se los consiguieran. Por suerte para ella, sus dones ayudaban a que la misión fuera mas fácil. Envuelta en una capa que más que capa precían harapos, oculta entre las sombras nocturnas, soportando el viento frío que azotaba París esos días, con los cinco sentidos puestos en lo que ocurría a su alrededor y con sus poderes al borde pos si tenía que usarlos en cualquier momento. Así era como Marie Balzac se deslizaba por los oscuros y nauseabundos callejones, hasta llegar a uno en concreto. El tipo que la atendió cayó en su hechizo nada más verla, creyendo ver a una pordiosera cualquiera. La ilusión era demasiado efectiva — No sé para que quiere esto alguien como vos — replicó el hombre con voz susurrante, pastosa y áspera — Ni siquiera sabréis apreciar la mercancía.

Marie sonrió. Una sonrisa perlada, dulce y homogénea que el tipo vio convertida en una mueca mellada y ennegrecida, con dientes picados y de aspecto descuidado. — Déjate de galanterías burlonas y absurdas. Tu solo dame ese paquete. — Su voz, a oídos del traficante, era totalmente diferente a como era en realidad. Él le dio lo que pedía y ella le entregó unos cuantos francos
— Espero que no lo malgastes en vicio absurdos — Replicó el hombre, antes de ajustarse la gastada gabardina y desaparecer entre las sombras. Marie lanzó un suspiro al aire y se giró, caminando con paso ligero y deseando huir de aquel lugar. Iba tan enfrascada en su pensamiento de llegar a casa que casi se estrelló contra un hombre. Frenó a tiempo, milisegundos antes de chocar con él. — Pardonnez-moi — Se disculpó con rapidez y educación, antes de levantar la vista y enfrentar al susodicho. Lo que vió la dejó confusa. El aura era clara e incuestionablemente la de un vampiro; pálida, escalofriantemente pálida, pero los débiles colores que emanaban de ella eran desconcertantes, inquietantes, casi escalofriantes. La locura dejaba paso a algo mucho más oscuro y retorcido. — Buenas noches y, de nuevo, discúlpeme por el tropiezo, monsieur — Le dedicó una sonrisa tranquilizadora, haciendo que su poder de empatía calmase el ambiente que se había formado. No era buena idea molestar o hacer sentir incómodo a un vampiro y mucho menos a uno tan inquietante como aquel.

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