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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Genie M. Mozart Sáb Feb 28, 2015 8:47 pm

Nubes de tormenta surcaban el cielo nocturno, amenazando con descargar sobre la tierra toda su furia en forma de lágrimas. Lágrimas que llevaban horas resbalando por las pálidas mejillas de aquella joven que sollozaba, encogida sobre sí misma, junto a la tumba de su hermana. El único miembro de su familia que aún quedaba con vida, tras la muerte de sus padres meses atrás. La única persona que le había servido de apoyo en los momentos difíciles, que la había animado a continuar con su carrera cuando rendirse parecía la única opción. La única persona que se había preocupado por su salud, que la había ayudado a levantarse tras sus innumerables caídas. Que la había hecho superarse a sí misma, convertirse en más fuerte de lo que habría soñado jamás. Yvonne y ella habían compartido cientos de momentos que desde su muerte se transformarían en recuerdos henchidos de dolor. En recuerdos cargados de nostalgia. En recuerdos que la llevarían una y otra vez a la imagen de su rostro, pálido. De sus ojos, sin vida, observando al infinito. Era su hermana menor, y había muerto en sus brazos. Era su hermana menor, y había visto cómo la vida se le escapaba en un suspiro. Ambas habían jurado protegerse. Habían jurado que estarían juntas para siempre, incluso cuando el destino tratara de llevarlas por senderos diferentes.

Y ahora... Ahora se había marchado. ¿Qué le quedaba, más que llorar? ¿Qué rumbo debía tomar en su vida? ¿Por qué camino debería decidirse a continuar? Su alma, su corazón, lo único que rogaba era permanecer allí tirada, por siempre, junto a la fría lápida que ahora la separaba de su hermana. No tenía fuerzas para nada más. No quería tener fuerzas para nada más. Le daba miedo separarse de ella, olvidar su rostro, olvidar las últimas palabras que le dijo ante de irse para siempre. Esas palabras que ahora no podía dejar de repetirse. "Al final, tú siempre has sido la más fuerte. Debí creerte." ¿Cómo podía aceptar que de ambas, ella era la más fuerte, cuando su pérdida había destruido por completo hasta el más mínimo deseo por continuar? ¿Cómo iba a ser capaz de levantarse y seguir con su vida como si nada, si la parte más importante de su vida acababa de ser enterrada bajo tierra? Ahora el mundo le parecía un lugar oscuro y hostil, carente de sentido y significado. ¿Podría seguir actuando como música, como compositora, sabiendo que cada nota, que cada acorde, que cada estrofa irían siempre dedicados a ella? Y que nunca podría oírlos.

Mientras aquella joven de cabellos dorados seguía lamentándose sobre la fresca hierba del camposanto, el cielo finalmente decidió descargar su rabia sobre París. Y sólo entonces, alzó la vista, y sonrió. Sonrió porque mientras aquella tormenta de verano bañaba con fiereza sus mejillas, sintió que el alma de su hermana la estaba acompañando, de algún modo, desde allí arriba. Porque Yvonne siempre había tenido la fuerza de un vendaval, la fuerza para impulsarlas a ambas en una dirección concreta. Una fuerza que ella no tenía, pero que sabía que su hermana le otorgaría, desde allí donde estuviese, siempre que lo necesitara... Aunque ese hecho no fuera el mejor de los consuelos. Sus lágrimas poco a poco comenzaron a mezclarse con la lluvia, hasta el punto de confundirse. Y por un momento rogó que aquella tromba se llevase para siempre el dolor, pero sabía que era precisamente ese dolor lo que la haría recordar por siempre a su hermana. Lo que le haría tenerla siempre presente. Finalmente, encontró las fuerzas necesarias para erguirse y colocarse de rodillas sobre el mármol en el que estaba inscrito su nombre, encarándolo, y depositó dos docenas de rosas blancas sobre la piedra. Sus favoritas. Luego se quedó allí, muy quieta, esperando a que el tiempo pasara, a despertarse de aquella pesadilla, o de que una nueva señal se le apareciera, para darle una pista sobre por dónde debía continuar.

Y, por suerte, no se demoró demasiado. Aunque no era la señal que esperaba.
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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Miér Mar 25, 2015 7:37 pm

Quién iba a decirme que a mi edad, después de lo mucho que había pasado, volvería a derramar lágrimas de sangre, como si aún no hubiera comprendido que la pérdida de vidas inocentes no es algo que pueda preverse siempre. Como si me exigiera a mi mismo, pese a saberme incapaz de lograr tales deseos, conseguir proteger a toda la humanidad de la ira de aquellos seres que, aun siendo como yo, ni de lejos comprendían los sentimientos de la misma forma en que yo lo hacía. Semanas atrás, el caos se había desatado sobre aquella región. Y aunque la destrucción no hubiera llegado hasta tal punto de ser percibida por la mayoría de los mortales, cualquier sobrenatural podría notar el aire viciado que imperaba en el ambiente. Y el significado que ello tenía. Semanas atrás, noches atrás, la violencia de la Inquisición se había cebado con la vida de inocentes, humanos y sobrenaturales, demostrando una vez más su incapacidad de evolucionar a lo largo del tiempo. A lo largo de los siglos. Y por más que lo intentara, a pesar de mis esfuerzos por hacer que aquel terrible suceso no tuviera lugar, no podía evitar sentirme culpable. Ahora que muchas vidas se habían perdido por la estupidez de aquellos que instigaron el golpe, no podía desprenderme de la sensación de haber fracasado. Porque si entonces no pude protegerlos, ahora que había sido relegado de mi puesto como cabeza de los condenados de la Inquisición, sabía que se avecinaban tiempos aún más oscuros para los míos... Y también para los humanos, quienes más me preocupaban.

Mi "traición" no había pasado desapercibida para el resto de miembros de la facción, que en lugar de ver en mi la lógica de que me dotaban los largos años de experiencia en el mundo, habían preferido quedarse con la versión de que yo era poco menos que un traidor a la fe del "Señor". No sabría decir si era más patético o absurdo. Yo, que durante siglos había procurado el bienestar de todos los soldados de las diferentes facciones, luchando por alcanzar un entendimiento con todos los demás miembros de la sociedad. Una especie de pacto de no agresión, una especie de acuerdo que garantizara a ambos bandos que ninguno saldría lastimado... Y no había podido salirme peor. En lugar de conseguir la disolución, o por lo menos, la moderación de los pensamientos del resto de inquisidores, había sido el desencadenante de una guerra que a toda costa quise evitar. Y por culpa de esa guerra, por culpa mía, muchos inocentes cayeron. No sólo dentro de mi bando, hacia cuyos miembros cada vez siento menos simpatía -incluyendo a mi esposa-, sino también hacia personas que nada tenían que ver con este conflicto entre religión y criaturas "diferentes". O al menos, no del todo. No puedo expresar con palabras el dolor que atravesó mi pecho en el mismo momento en que puse un pie en la escena que los míos, los de mi especie, había provocado en medio de un claro del bosque. Cuerpos desangrados. Niños, mujeres y mayores despedazados. La muerte, en su forma más grotesca y terrible...

Pero ese dolor no era en absoluto comparable con el que hizo que me detuviera bruscamente, temblando, al adentrarme en el camposanto y toparme con su silueta, tirada en el suelo. Sollozando. Por un momento, el fugaz pensamiento de que ella también hubiese caído me congeló la sangre en las venas. Pero al ver que no era su cuerpo el que yacía frente a aquella fría lápida, sino su alma, me sentí incluso peor. ¿Qué podría decirle para acallar los remordimientos que no me dejaban dormir, ni pensar, ni sentir nada más que no fuera culpa y resentimiento? ¿Qué podría hacer para que su dolor fuese menor, para ayudar a su corazón a que fuera sanando, aunque lentamente, superando el trauma de la pérdida de su hermana? Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta, y cuando finalmente estuve a su altura, lo único que pude hacer fue agacharme a su lado, colocar una mano con suavidad sobre su hombro, y esperar que mi presencia, en lugar de ser una molestia para su persona, lograra tranquilizarla. Aunque, de estar yo en su lugar, no sé qué habría hecho. Debería odiarme por haberlas metido a ella y a sus compañeras en mitad de un fuego cruzado en el que en el fondo imaginaba que ninguna de las dos partes pudiera llegar a vencer.

- Genie... No deberíais estar aquí... Podrían estar siguiéndoos, y además, vuestras heridas aún no han sanado. -No supe muy bien de dónde conseguí sacar las palabras. Quizá del afecto que sin duda profesaba por aquella joven de cabellos claros, y mirada perdida. Afecto que, sin embargo, había provocado en ella todo aquel dolor. Nunca podría perdonármelo. Nunca.
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Mensaje por Genie M. Mozart Vie Abr 03, 2015 6:17 pm

Tan absorta estaba en su propio dolor, que ni siquiera fue consciente de la presencia del vampiro hasta que éste estuvo justo a su lado. Cerca. Demasiado cerca. Muchas veces Yvonne le había recriminado aquella actitud suya, su facilidad para distraerse, para olvidarse de que en su vida como cazadora no era suficiente con prestar un poco de atención al mundo que le rodeaba. Ella siempre decía que para no morir en el intento de llevar a cabo su misión, lo más importante para una cazadora era poner todos los sentidos alerta, estuviese donde estuviese, en todo momento, sin nunca bajar la guardia. Recordó que en esa misma conversación fue la primera vez que le dijo a su hermana que ella nunca había querido llevar esa vida. Que no estaba hecha para ella, que no podía ir por el mundo siempre vigilando sus espaldas. Y fue entonces cuando Yvonne le respondió que mientras estuviesen juntas, nada más importaba. Y por eso Genie se quedó a su lado. Por eso aceptó unirse a aquel grupo de mujeres. Porque ellas las habían salvado, después de todo. Les habían permitido pasar más tiempo juntas, en aquel mundo tan hostil. Pero el tiempo de ambas, había terminado. Se había quedado completamente sola, en una realidad que ya apenas comprendía, y que le gustaba muchísimo menos. Ahora nada tenía sentido. No sin ella. No porque ella le había dado un rumbo que seguir, y si no estaba... ¿Qué sendero debería recorrer a partir de ese momento?¿Debía volver a su vida de antes? No, eso era imposible... Porque ya nada era igual. Todo había cambiado. Ella había cambiado.

Todo cuanto conseguía ver a su alrededor era oscuridad, y en medio de esa oscuridad, flashes de luz cargados de recuerdos, de memorias que únicamente la hacían sentir peor. Que la concienciaban de que no había vuelta atrás. De que su hermana se había marchado, y sin ella, su vida ya no tenía sentido. Y a menos que encontrase un nuevo sentido para vivir, su existencia se reduciría a aquella espiral de remordimientos, autodestrucción y vacío en que acababa de convertirse. Y nadie puede aguantar mucho tiempo de ese modo. Nadie. Alzó la vista para mirar a Abaddon, sin saber muy bien si realmente estaba allí, o si era fruto de una alucinación. Y en aquel momento realmente creyó que prefería que hubiera sido lo segundo. Porque si había algo que no deseaba, que no necesitaba, era que aquel hombre viera su sufrimiento de forma tan... directa. No porque pensara que lo utilizaría en su contra, ni mucho menos, sino por la consecuencia más obvia que tendría lugar tras eso. Que la compadeciera. Que sintiera lástima por ella. Que él también olvidase, como ella misma había parecido olvidar, que era mucho más fuerte que todo eso. Que podría superarlo. Que saldría del pozo... Porque era eso, o perecer.

Pero no era una ilusión. Lo supo en cuanto aquellos ojos penetrantes y carcomidos por la culpa le devolvieron la mirada. La joven se volteó, aún tirada en el suelo, hasta quedar frente a él, y colocando una mano sobre la ajena, que reposaba suavemente sobre su hombro, dibujó la sonrisa más triste que había surgido nunca. - ¿Acaso creéis que eso me importa, Abaddon? Ahora que lo he perdido todo, lo único que espero es una señal que me indique cómo continuar... O eso, o ser consumida por completo, antes de que la locura comience a devorarme... Aún la oigo gritar, Abaddon. Decirme que me alejara, que me salvara yo. Y aunque sé que no lo hice, que permanecí a su lado hasta el final... Yo... No puedo evitar pensar que no pude protegerla. La oigo gritar cada vez que cierro los ojos, incluso cuando los tengo abiertos. La oigo gritar, junto al sonido de los truenos, de los dientes desgarrando la carne. No me importa que me encuentren, ni que me sigan. Yo... yo ya no sé si me importa algo en realidad. -Dejó que as lágrimas volvieran a bañar su rostro lentamente, abandonando todo intento por contenerlas delante de él. Aquel hombre había intentado todo por protegerlas a ambas, ella lo sabía. ¿Por qué iba a ocultarle lo que sentía en realidad? Ya no importaba. Nada importaba. El mundo la engulliría, o los terribles monstruos que en ella habitaban. Pero aquella vez, no haría nada para evitarlo.

La herida en su vientre aún sangraba, manchando su vestido, goteando sobre aquella tierra sagrada. Y no le importó. Ya ni siquiera dolía. Era un escozor lejano del que había logrado olvidarse, al centrarse más en la pérdida, en el vacío, que la ausencia había dejado en su alma. Como una cicatriz que siempre la acompañaría. Siempre.
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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Lun Mayo 25, 2015 7:24 pm

Ni siquiera sé por qué lo hice. Aún hoy, después de muchas noches, de muchos momentos, soy incapaz de decir cuál fue el motivo que me llevó a agacharme a su lado, de rodillas, y estrecharla entre mis brazos. Con fuerza. Sus lágrimas manchaban mi camisa. El aroma de su sangre inundaba mis fosas nasales. Pero nada importaba. Yo sentía que tenía que estar allí. Que debía estar allí. ¿Qué otra cosa podría haber hecho? ¿Verla consumirse, sin más, tirada a mis pies? No, no lo permitiría. No podía hacerlo. Jamás me lo hubiese perdonado, y ya tenía demasiadas culpas con las que cargar, desde que provocase, aun sin quererlo, la guerra que la había dejado así de destrozada. ¿Por qué me había tenido que acercar a ella? ¿Por qué había intentado hablarles de los planes de la institución para la que tenía la desgracia de pertenecer, sin tener en cuenta que vivía en el mismo hogar que el enemigo? ¿Cómo pude ser tan estúpido para olvidar que Aletheïa siempre me había estado observando, sobre todo desde que descubriese mi traición? Era un fallo de principiante. Un error fatal que había provocado toda aquella desolación, todo aquel dolor. Que había herido de muerte a uno de los pocos seres que habitaban sobre la faz de la tierra que aún me recordaban cómo se sentía un ser humano. Qué significaba realmente estar vivo.

- Puede que a vos no os importe, Genie... Pero a mi sí que me importa. No soportaría ver que os hicieran más daño, y que de nuevo, yo fallara en mi labor de protegeros... -Acaricié sus cabellos con devoción, intentando que se calmase, como si yo mismo no estuviera realmente reconcomido por la culpa y por los nervios. La incertidumbre era todo cuanto se extendía ante mis ojos. No sabía qué ocurriría a partir de ese momento. No sabía qué pasaría conmigo, con nosotros. No sabía si me permitirían seguir con vida después de esa traición, y lo que era peor, no sabía si finalmente irían por ella, por una de las supervivientes de la lucha. De ser así, ¿podría protegerla esa vez? No podría vivir sabiendo que le había hecho más daño. No podría vivir con su muerte en mi consciencia, ni siquiera por Aletheïa. - Lo siento muchísimo, Genie... Bien saben los dioses que intenté hacer todo lo que estuvo en mi mano. Pero fallé, y no voy a poder perdonármelo jamás. Y vos tampoco deberíais. Culpadme a mi, a los inquisidores, pero dejad de dañaros a vos misma. Hicisteis todo lo que estuvo en vuestra mano. Era una guerra que no estábais preparadas para librar... Yo... No sé ni cómo pediros disculpas... -Ni siquiera sabía si con eso bastaría, aunque estaba claro que no. La guerra que yo había traído hasta sus puertas le había arrebatado su hermana. Una guerra que, además, había sido instigada por mi propia esposa.

Claro que eso aún no se lo había dicho. ¿Por qué cómo iba a explicárselo? ¿Cómo iba a decirle que aquella de la que le había hablado en más de una ocasión, había sido, con sus celos, quien había atraído a los esbirros de la Iglesia contra ellos? La perdería. Y aunque eso era algo que llevaba intentando asumir desde que me diera cuenta de que Aletheïa estaba tramando contra nosotros, aún no había logrado hacerme a la idea. Genie me hacía sentir demasiado bien. Me hacía sentir como imaginaba que se sentían los humanos al estar enamorados, muy a pesar de que mi corazón y mi alma por siempre estuvieran anclados a aquella que se había convertido en el peor de mis tormentos. Ambas eran tan diferentes, tan únicas cada una en su forma de ser... No quería renunciar a ninguna de las dos. Aunque estar con la vampiresa era prácticamente incompatible a estar con nadie más. Por su bien, y por el mío. - Podríais dejarme al menos que os sanara... O que lo intentase, al menos. No soporto veros así, Genie... Y vuestra sangre... Bueno... Si incluso a mi es capaz de alterarme... ¿A quién no habrá atraído ya hasta aquí? Os protegeré y lo sabéis, pero necesito vuestra colaboración... No volveré a fallaros jamás. Os lo juro. -Y yo siempre cumplía mis juramentos.
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Mensaje por Genie M. Mozart Dom Jun 07, 2015 4:05 pm

De pronto la presencia del vampiro se convirtió en algo que comenzaba a molestarla. No necesitaba que le recordaran la necesidad de cuidarse a sí misma. No lo necesitaba, y no quería que lo hicieran. No cuando esas heridas que comenzaban nuevamente a sangrar eran lo único que le recordaban que, pese a todo, seguía estando viva. Que pese al dolor, seguía respirando. Que pese a la pérdida de su hermana, seguía formando parte de aquel terrible mundo. Que pese a no tener deseos de seguir con vida, allí estaba. En un pozo del que no pensaba que pudiera salir nunca, esperando. Sabía que las intenciones del vampiro eran buenas, que siempre lo habían sido, pero en aquellos momentos la soledad era lo único verdaderamente reconfortante. Y el silencio se había convertido en una especie de necesidad. Algo que aunque la hacía hundirse cada vez más, le permitía respirar con relativa tranquilidad. Lo último que quería en aquellos momentos era tener que prestar atención a lo que los demás necesitaban de ella: que estuviera bien, que se cuidara, que retomara su vida normal. ¿Qué pasaba con lo que ella necesitaba? Lo que más necesitaba era llorar la pérdida, con tranquilidad, y en silencio. Autocompadecerse durante un tiempo, hasta volver a considerar que la vida seguía mereciendo la pena, hasta encontrar el motivo por el que seguir respirando. Y no aceptaría ayuda para conseguirlo. No podía. La única que podía sacarla de aquella situación, de aquel estado, era ella misma. Y aún no estaba preparada.

- Pues quizá no debería importaros tanto, ¿no creéis? Quizá no deberíais mostrar tanto interés por mi estado de salud, ni por mis problemas... ¿Acaso no es suficiente con lo que ha ocurrido esta vez? ¿O no recordáis que ha sido vuestra institución la que me ha arrebatado la vida de mi hermana? Quizá no deberíais estar aquí, ni pasar tanto tiempo buscándome. ¿Qué os garantiza que no están observándonos, buscando una nueva forma de dañarme a causa de nuestra cercanía?... -Se arrepintió al instante de decir aquello, y más al ver el rostro afligido del inquisidor. Él no tenía la culpa, o al menos, no directamente, de la brutalidad demostrada por la institución a la que pertenecía, y a la que había traicionado por intentar protegerlas, a ella y a todas sus compañeras. Había fallado, sí, pero sólo parcialmente. La única baja había sido la de Yvonne. La única, y la que la había hundido en la miseria. Pero seguía sin ser culpable.

- Lamento mucho haberos hablado así, y haberos dicho eso... Estoy... confusa,  Abaddon. No me gusta que me digan qué hacer, y mucho menos cuando lo único que me apetece es estar aquí, acurrucada... Este lugar es el único sitio en el que me siento cerca de ella. Y es esto lo que necesito. Estar con Yvonne. No puedo... evitarlo. -Las lágrimas volvieron a derramarse por sus mejillas. - Os agradezco muchísimo todo lo que habéis hecho por mi, y por el resto de cazadoras. Lo sabéis, os lo he dicho un millón de veces... Pero no me juréis protección, no ahora que he perdido una de las pocas cosas que me hacían mantenerme en pie sobre este mundo tan terrible. Tampoco quiero sanar sin dolor. ¿O acaso también tenéis un remedio para que se cierren las heridas que su ausencia ha dejado en mi alma? Si no es así, necesito que mi cuerpo sangre, necesito pasar por este proceso. Necesito sentir este dolor, para recordar lo sucedido, y tratar de superarlo. Y... tal vez no lo entendáis... pero necesito soledad para hacerlo. -Murmuró para después separarse lentamente de su abrazo, de su perfume. No podía permitirse el lujo de necesitarle, de depender de él. Porque Abaddon no estaría siempre a su lado.

Y ahora lo sabía.
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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Miér Jun 24, 2015 8:50 pm

Sus palabras se clavaron en mi alma, en mi cuerpo, en mi corazón, como puñales. Como cientos de cristales afilados, desgarrando todo a su paso. Y aún así no pude decir nada. No pude rebatir ninguno de sus argumentos, ninguno de sus reproches, ninguno de los motivos que tenía para odiarme, para culparme de lo ocurrido. Y no lo hubiera hecho nunca, realmente. Porque tenía razón. Tenía razón. Todo el dolor que estaba experimentando, era, indirectamente, culpa mía. Si bien yo nunca hubiera deseado hacerle ningún mal, no había pdido evitar que mi esposa y la organización a la que pertenecía la hundieran de aquella forma. ¿Cómo no iba a sentirme culpable? ¿Cómo no iba a pensar que merecía todas y cada una de sus palabras? Aunque me doliera, aunque deseara que no fueran ciertas, que no me afectaran... Era culpa mía. Si tan sólo me hubiera alejado de ella a tiempo, antes de que Aletheïa se percatara de los sentimientos que nacían en mi interior respecto a aquella joven de cabellos rubios, nada de aquello habría ocurrido. Sus celos, esos celos que siempre me habían enloquecido, se habían convertido en ira. En rabia. En un odio ciego que había descargado sin ninguna limitación sobre aquellos que ninguna culpa tenían de mis errores. De mis deseos. De mi creciente aprecio por aquella joven que se deshacía en lágrimas a mi lado.

- No os disculpéis por decir lo que pensáis, y mucho menos por manifestar lo que sentís. Desprecio es todo cuanto merezco por no haber sido capaz de protegeros tan bien como juré. No os disculpéis por guardarme rencor, Genie... Debéis hacerlo. En honor a su memoria. -Me alejé ligeramente de ella en cuanto se soltó de mi abrazo, sentándome sobre la húmeda hierba del camposanto. Verla así me rompía el corazón. Apenas quedaba un débil atisbo de la belleza radiante que había sido en otro momento. De esa hermosura atípica, natural y maravillosa que en su día me había conquistado, y que, aunque ahora aparecía ausente, seguía atrayéndome de forma más que evidente. Nunca supe si lo que sentía por ella era o no amor, pero desde luego era lo que más se le parecía. Porque lo que sentía por Aletheïa, a pesar de ser más intenso, no había sido jamás tan puro ni desinteresado como lo que sentía por ella. - Pero hay algo que no podéis pedirme, que no podéis sugerir siquiera... Y es que no me preocupe por vos, ni que no intente por todos los medios de convenceros de que confiéis en que no volveré a fallaros. Aunque me pidáis tiempo, aunque me pidáis distancia, no voy a dejar de velar por vos, ni por ellas. -Dije sin dejar de mirarla directamente a los ojos. A esos ojos que en aquellos momentos no eran más que dos posos huecos.

- Y acepto que el dolor es un trámite necesario para conseguir superar la pérdida, pero aún así, no necesitáis que la herida se abra aún más para ello. ¿O me equivoco? No son deseos por molestaros, ni por limitar vuestro luto, pero no podéis estar aquí, sola, y malherida. Yvonne... Ella no lo habría querido. -A pesar de que traté que mis palabras sonasen lo más neutras posible, mi preocupación era más que evidente. Podía oler su sangre con tal nitidez que me estaba costando horrores mantener la compostura. Llevaba casi dos días sin alimentarme. Estaba llegando a mi límite... Y por si no fuera suficiente con eso, de pronto, la brisa arrastró consigo el inconfundible aroma de uno de aquellos seres... De un licántropo. - Por favor... dejad que os lleve a un lugar seguro... -Tenía que hacer que volviera a confiar en mi, para sacarla de allí, sin tener que decirle lo que estaba ocurriendo, lo que estaba a punto de suceder.
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Mensaje por Genie M. Mozart Dom Jul 12, 2015 4:19 pm

No sabía qué le resultaba más molesto, si la presencia de aquel hombre que había conocido apenas hacia unos meses, del que se había enamorado locamente y a pesar de los inconvenientes, o el hecho de que con cada gesto, con cada palabra, con el simple tono de su voz, Abaddon demostrase que su preocupación no hacía más que incrementarse con el paso de los minutos. Le fastidiaba que llegase a pensar que su actitud de cría desamparada no era más que una forma de llamar la atención, de exigir cariño, o algo por el estilo. Le fastidiaba porque no era eso. No tenía nada que ver. Sabía que Yvonne no hubiera querido que sus heridas se abriesen o agravasen por estar allí, llorándola, ¡por Dios, claro que lo sabía! Pero también supo siempre que su hermana no aprobaba en absoluto aquella relación que el inquisidor y ella se traían entre manos. La veía como una aberración, como algo abocado al fracaso más absoluto. Como algo que la dañaría enormemente, cuando finalmente, todo terminara entre ambos. Porque todo tenía un final, ciertamente, ¿pero una relación entre una humana y un inmortal? Aquello acabaría más pronto que tarde.

Y sin embargo, siempre ignoró la preocupación de su hermana menor, sabiendo que su recelo era causa no sólo de su enemistad con los sobrenaturales, sino también por unos prejuicios que Genie jamás había sentido. Y seguía sin sentir, ciertamente, pero no podía ignorar la verdad. Habían sido condenados quienes le habían arrebatado a su familia, a todo su mundo, quienes la habían despertado, de golpe, a una realidad en la que humanos y sobrenaturales eran enemigos. Porque aunque hubiesen seres como Abaddon, con buenas intenciones, los malintencionados ganaban por mayoría. Ya lo habían visto. Aquello no podía ser. Nunca podría ser. Y de hecho, se arrepentía de haberse encontrado en algún momento con él, de haber sentido las cosas que aún sentía. No era culpa de ninguno de los dos, y lo sabía. Pero no podía evitar sentirse así. Como si hubiese ignorado todos los indicios previos al desastre por egoísmo, por haberse dejado llevar por sus sentimientos. Y el desastre, al final, había llegado. Para todos.

Por eso no pudo más que fruncir el ceño, y apretar los puños, antes de responderle. Con palabras que sabía que le herirían enormemente, pero que era necesario que dijera. - Yo ya no soy vuestro problema, Abaddon. No os estoy sugiriendo que no os preocupéis por mi, os estoy exigiendo que en el caso de que lo sigáis haciendo después de nuestra despedida, hoy, aquí, no quiero volver a saber nada de eso. No es fácil para mi decirlo... Significáis mucho para mi, todavía... Siento algo... Pero es algo que no debería sentir, y ahora lo sé. Y si yo no debo sentirlo, vos tampoco debéis. Pertenecemos a mundos diferentes, a naturalezas diferentes. Los humanos necesitamos el dolor y la distancia para recordar lo que hemos perdido. Yo... necesito volver a ser aquella Genie solitaria, que meditaba todo antes de hacerlo. Lo necesito de verdad, porque sólo así podré recuperar la parte de mi misma que he perdido al morir Yvonne. Y vos... sois lo único que me lo impide. Lo que me impide sanar por mi misma. Sé que creéis que estáis en deuda conmigo, pero no es así. Hicisteis lo que prometisteis hacer, cuidar de nosotras en la guerra. Y aunque ella ha muerto... No podéis culparos. Ella decidió luchar, en lugar de huir, como sugeristeis. Se ha terminado, Abaddon. La guerra, y vuestra necesidad de protegernos. Ya ha acabado todo. -Tras dejar que las lágrimas cayeran libremente por sus mejillas, suspiró para finalmente ponerse en pie, no sin quejarse varias veces por el dolor.

Depositó un beso sobre la tumba de su hermana, y sonrió con pesar. Ahora que finalmente encontraba el camino de vuelta a su realidad, tendría que emprenderlo sola. Sería duro. Pero lo conseguiría. Miró a Abaddon directamente a los ojos, y ladeó la cabeza, mientras le acariciaba el rostro con infinita ternura. - Era demasiado perfecto para ser real... Y demasiado intenso para ser eterno. Aparecisteis de repente, y ahora soy yo quien se marcha, sin más. Y no sabéis cómo lo siento. Debimos alejarnos antes. Sabéis que os amo, y también sabéis que no es posible. Ahora, dejadme marchar... -No pudo terminar de hablar, porque antes de que sus labios emitieran las últimas palabras de su discurso, un puñal se abrió paso desde su espalda, atravesándola, asomando después la punta en mitad de su vientre. De los labios de la marchita joven, junto con un hilo de sangre, brotaron las palabras “lo siento”, y luego, cayó sobre el piso, perdiendo el conocimiento. Frente a Abaddon sólo quedó la visión de su agresión, un hombre que parecía tan encorvado que resultaba incluso grotesco. Sólo entonces, la Luna, llena, se asomó entre los nubarrones de tormenta que hasta entonces la habían estado ocultando. Y cambio se inició.
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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Miér Sep 23, 2015 8:15 pm

No pude evitar que de mi garganta escapara un grito ahogado, cuando vi el frágil cuerpo de la joven, precipitarse, sangrando, hacia el suelo. Por suerte, a pesar del efecto inmediato, como una bofetada, que surtió su sangre en mi, pude reaccionar lo bastante deprisa para sostenerla antes de que se golpease contra la lápida que hasta hacía apenas unos instantes le servía como apoyo. La dejé sobre el piso con toda la delicadeza de la que fui capaz, y estando en mi estado, no fue precisamente fácil. La vista se me nubló ante la visión de su sangre, y más cuando su aroma invadió mis fosas nasales. En los últimos años me había prometido no probar la sangre de nadie que fuera conocido. No sólo por respeto hacia ellos, sino también como una forma de garantizar mi autocontrol. Si a veces, cuando estaba demasiado sediento, me resultaba complicado contenerme con desconocidos, no quería imaginar cuán difícil me resultaría hacerlo con alguien por el que además de sentirme atraído hacia su sangre, también me sentía atraído de otras formas. No podría llevar el peso de una muerte así a mis espaldas, aún cuando en seis mil años había cometido atrocidades peores.

Mis colmillos reaccionaron inevitablemente, aunque al ver al licántropo poco a poco tomar forma animal ante mis ojos, no estuve muy seguro de si era por la sangre de Genie, o por el peligro inminente. Prefería pensar lo segundo, obviamente, pero instintivamente me alejé de ella. Mejor prevenir que lamentar. Miré a aquellos ojos salvajes directamente, entre frustrado y profundamente dolido por la herida que le había provocado a la joven. Notaba el corazón de ésta latir cada vez más despacio. Estaba agonizando, y yo lo sabía, pero aún tenía algunos minutos, antes de que fuera demasiado tarde. No podía simplemente irme de allí, porque él nos perseguiría. Adopté una postura medio agazapada, ofensiva, y el hombre lobo reaccionó casi inmediatamente, sacando los dientes. No les gustaban demasiado las provocaciones. Todo acabaría rápido.

En dos zancadas me puse a su altura, con la velocidad necesaria para pillarle desprevenido. No me resultó complicado aplicar la presión necesaria sobre su espalda, usando ambas manos. Oí el crujido de su columna al romperse al mismo tiempo que su llanto lastimero. Le partí el cuello en el siguiente segundo, acabando así con su sufrimiento. Nunca había sentido animadversión hacia los licántropos, a pesar de que su olor me resultara francamente molesto. Después me volteé sobre mis talones y miré a la chica, que yacía, ya inconsciente, a mis pies. La cogí en brazos mientras pensaba el siguiente lugar al que ir. Una cripta o algo por el estilo ofrecería la intimidad necesaria para que pudiera curarla, lejos de miradas indiscretas. Y cuando oí un aullido a cierta distancia, fui consciente de que debía hacerlo pronto. Los lobos nunca cazan solos. Siempre van en manada. - Aguanta, por favor... -Susurré contra su oído, con voz suave. No era capaz de definir lo importante que era a aquellas alturas para mi, no podría soportar perderla. Aunque la evidencia de que estando conmigo estaba casi siempre en peligro se hacía cada vez más patente. Y tampoco estaba seguro de poder soportar eso. Al final, quizá Aletheïa estuviera en lo cierto.

Es más fácil no sentir nada.
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Mensaje por Genie M. Mozart Sáb Oct 17, 2015 1:31 pm

Siempre que piensas en la muerte es fácil adivinarse soñando con una existencia apacible, tranquila, con un predecible aunque ansiado final igualmente invadido por la calma. Después de muchos años, de muchas vivencias, los humanos, tras envejecer y ver crecer a sus hijos, a sus nietos, acogen la muerte con aceptación, incluso con alegría, porque saben que tras de sí han dejado un legado, a otras personas que, mientras sigan vivas, le recordarán. Sus aspiraciones nunca habían sido demasiado distintas. Habría renunciado a todos los "lujos", los reconocimientos, a todo cuanto poseía, por poder tener un final semejante. Pero sabía que su muerte no sería así. No sería como soñaba, como esperaba, como ella quería. Lo que no sospechaba, es que tuviera lugar tan pronto. La pilló por sorpresa, aunque quizá lo que más le extrañó era que a pesar de haber perdido todo cuanto amaba, a su hermana, entre sus deseos, una vez llegado el momento, no estaba reunirse con ella. No así. No tan pronto. No lejos de esa paz que tanto necesitaba.

Se llevó las manos al vientre, intentando cubrir la herida, intentando, de algún modo, que la vida no se le escapase entre los dedos. Pero ni siquiera era capaz de ejercer la presión necesaria para que la sangre dejase de brotar. ¿Cómo no lo había visto? ¿Cómo no había sido capaz de identificar el miedo brillando en los ojos del vampiro, su auténtica preocupación? Por ser tan tozuda no se había dejado proteger. ¿Superaría Abaddon su muerte algún día? Al menos, podía irse con la seguridad de que habría, por lo menos una criatura en el mundo, que jamás se olvidaría de ella. Si es que eso era algún tipo de consuelo... No, no lo era. Sintió los fuertes brazos del inquisidor rodearla y alzarla desde el suelo. Era irónico. ¿Cuántas veces había soñado con aquella misma escena, con aquel acercamiento? Tantas que no era capaz de enumerarlas. Claro que en esos sueños ella no estaba agonizando contra el cuerpo del que era su verdadero amor, por más que lo negara. Sacó fuerzas de donde pudo para alzar el brazo y acariciar su rostro por la que sentía que sería la última vez. Y el tacto de las frías lágrimas la hizo dibujar una sonrisa. Supo entonces que él también la amaba.

¿Por qué el mundo parecía tan obsesionado por querer apartarlos? Quizá sí que era un pecado demasiado grande para ambos el estar juntos. Él representaba a la sección de la Inquisición que le había arrebatado a su hermana. Estaba casado. Y era un vampiro. Una de aquellas criaturas que ella se había comprometido a cazar. ¿Habría sido todo diferente, si nunca se hubieran conocido? Algo estaba claro. De no ser por él, ella también estaría muerta. Aunque ahora que la sangre iba y venía de su cabeza, dejándola en aquel estado aletargado, no sabía decir qué habría sido mejor. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el silente cuerpo del inmortal. Su frialdad ya no le parecía tan poco natural. ¿Se había acostumbrado o es que su temperatura corporal había bajado tanto como para acercarse a la suya? Ya no importaba. Aunque él le gritaba, a lo lejos, que aguantarse, todo cuanto su mente, su cuerpo y su espíritu le susurraba, era que se dejase ir. Y eso intentaba hacer.
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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Jue Oct 22, 2015 6:51 pm

Nunca pensé en volver a enamorarme tras encontrar a Aletheïa. Es cierto que durante los milenios que hemos estado juntos, le he sido reiteradamente infiel, buscando, sin éxito, esa humanidad que ella había perdido. Por mi culpa. Pero esas mujeres, a pesar de su belleza, a pesar de la pasión que despertaban en mi, no eran más que manchas en mi alma, en nuestra relación. Lo que sentía por ellas era fugaz, y artificial. Siempre lo supe. Ella era mi gran amor, la compañera que escogí y a la que convertí para compartir toda la eternidad, nuestra existencia infinita. Pero todo eso cambió con la llegada de Genie a mi vida. Desde el principio supe que era diferente. Lo que ella me hacía sentir, lo que despertaba en mi interior, era exactamente lo mismo que mi esposa conseguía provocar en mi, antes de que yo la transformara en el monstruo que hoy es. Su dulzura, su fragilidad, sus ganas de vivir, esa magia que despedía con cada palabra, con cada gesto, con cada movimiento. Habría asegurado que eran antepasadas de no ser porque yo le arrebaté a Aletheïa la posibilidad de tener descendencia. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía volver a sentirme humano simplemente con su presencia? Así era, así es, y por eso no puedo describir con palabras cómo me sentía al notar, al percibir, al saber, que su vida se estaba deslizando entre mis manos. Y que no podía hacer nada para evitarlo, nada que ella hubiera querido, al menos.

Ni siquiera la presencia de su sangre, que invadía mis fosas nasales con insistencia, consiguió hacerme vacilar ni dudar por un instante. Corrí lo más rápido que pude, intentando a la vez borrar nuestro rastro, cubriendo las huellas que iba dejando, sin dejar de mirarla. Su rostro se había vuelto considerablemente pálido, y la frialdad de la muerte se estaba apoderando de su cuerpo. Ese cuerpo que siempre despedía calor... Un calor que yo deseaba, que había deseado desde el primer momento que la vi. Y estaba a punto de perderla. De perderlo todo. Y sí, sé que fue egoísta pensar en primer lugar en lo que yo perdería, pero es lo que ocurre cuando amas a alguien. Que todo tu temor se concentra en una cosa, en una única cosa, en cómo te sentirás cuando ya no esté. No podía perderla. No quería perderla. No iba a permitirlo. Presioné su herida cuando noté que sus fuerzas decaían. Y entonces me di cuenta de que estaba llorando. Un ser de más de seis milenios, llorando por una humana. Por la joven a la que amaba. Y a la que yo había destruido. La historia se repetía.

- ¡No, joder! ¡¡Genie!! ¡¡No, por favor!! Sigue respirando... por favor Genie, no me dejes... No puedo... No puedo perderte... Te quiero tanto... Te necesito en mi vida, conmigo... -Me detuve en seco cuando llegamos al lugar más cubierto que pude encontrar dentro del cementerio. La cripta parecía segura, al menos, lo bastante para mantenernos ocultos hasta que finalmente los lobos encontraran el rastro. Sabía que lo harían. Era inevitable. - Siento mucho esto... De verdad... Sé que... ni tú ni Yvonne lo aprobaríais nunca... lo que voy a hacer, pero tengo que hacerlo... Tal vez... Tal vez no pase eso que temo, tal vez sólo sirva para curarte pero... No puedo arriesgarme... No puedo. -Tras dejarla sobre una especie de altar, me rasgué la muñeca con el colmillo y le di de beber mi sangre en abundancia. Esperaba que no fuera demasiado tarde. Esperaba que bastara para sanar sus heridas... Pero si notaba su corazón ir aún más despacio, no me lo pensaría. La mordería y dejaría que se convirtiese.
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Mensaje por Genie M. Mozart Dom Nov 22, 2015 2:22 pm

¿Por qué no, en lugar de esforzarse, de intentar aferrarse con todas sus fuerzas a los escasos minutos de vida que le quedaban, prefería simplemente dejarse ir, dejarse llevar por la tranquilidad que invadía, que henchía su corazón, a medida que su consciencia iba abandonándola? Quizá esa pregunta hubiera tenido alguna relevancia, de no ser aquel momento otra de esas ocasiones en las que alguien más decidía por ella, sin consultarle, su destino. En cuanto Abaddon dejó que su sangre entrase en ella, una oleada de calor, de fortaleza, la invadió por completo. Abrió los ojos de par en par, y un grito ahogado escapó de su garganta. Le quemaba. Estaba ardiendo. Y una oleada de imágenes comenzó a invadir su mente. Escenas terribles, grotescas, caóticas, cargadas de emociones dispares y de la presencia del inquisidor. Pudo ver lo peor de él, con demasiada claridad. Pudo ver al monstruo. A la bestia. Pero también al hombre. Aquel ser que buscaba por todos los medios recuperar la humanidad que había ido perdiendo a lo largo de las eras. Se vio a sí misma, tal y como él la veía. Y sintió amor, sintió fuego, sintió remordimientos. Sintió la necesidad que él sentía por estar a su lado, y también el miedo que esos mismos sentimientos le provocaban. Pero no era por no saber si ella los correspondía, eso siempre fue evidente. Era por la duda de si al saber su oscura mentira, aquello que ocultaba, todo cambiaría.

Tenía razón. Cuando la sangre inmortal la hizo recuperar las suficientes fuerzas para mantenerse en pie, dio un salto del altar, y se alejó de él tanto como pudo. - ¡Tú...! ¡Tú lo sabías! ¡Sabías quién era la culpable! ¡Tenías la sospecha que vendrían a por nosotras, porque fue tu esposa quien los trajo! ¡¡Cómo no lo viste!! ¡¡Ella asesinó a mi hermana, y has venido a por mi, día tras día, a velarme, a ver cómo estaba, sin decírmelo jamás!!... Qué... Qué me pasa... Qué me has hecho... -De pronto, su cuerpo comenzó a experimentar otra oleada de rabia, de sobreexcitación. Fue entonces cuando advirtió la sangre en sus labios, y la herida abierta en la muñeca ajena. Gritó con rabia, con ira, para luego abalanzarse contra él, y golpear su pecho repetidas veces. Las lágrimas caían en cascada desde sus ojos. Se sentía rota, traicionada, y como si un vendaval de emociones desconocidas para ella se hubiese desatado en su interior. Estaba confundida, pero también sorprendida de aquel extraño magnetismo que la hacía, además de aborrecer los actos de Abaddon, necesitar volver a probar de su sangre. ¿Cómo era posible? ¿Esos eran los efectos que la sangre de vampiro provocaban sobre los humanos?

- T-tú... ¡Tu sangre! ¡Por qué! Yo quería ir... Quería que me dejaras regresar con ella, con mi familia. ¡Con Yvonne! ¡No sólo me has negado mi último deseo, sino que además me has hecho... esto! ¡Por qué me siento así! Más fuerte, y tan confusa... ¡¿Por qué puedo ver en mi cabeza todo aquello que has hecho, todas aquellas a las que prometiste amor?! Por qué soy capaz de ver tu confusión respecto a mi. Y... comprenderla... -Buscó sus labios como nunca antes lo había hecho. Sin que nada más importase. Quería devorarle, y dejarse engullir por todo aquello. Por el caos. Por las ansias. - N-no fue culpa tuya... Pero... me lo ocultaste... Me ocultaste que ella fue la causante de todo esto. Me ocultaste de que... Yo fui la que provocó su rabia... Yvonne murió porque yo soy incapaz de alejarme de ti... Yvonne murió porque te amo... -Notó los brazos, fuertes, firmes, helados, del vampiro rodear su cuerpo, estrecharla con todas sus ganas. Y permanecieron allí, en una especie de lucha, labios contra labios, decidiendo olvidarse del peligro inminente que les esperaba.
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Mensaje por Abaddon V. Tsakalidis Mar Dic 22, 2015 9:29 pm

De haber podido, me hubiera abofeteado a mi mismo por mi absoluta estupidez. ¿Cómo es posible que no lo hubiera previsto? ¿Cómo fui capaz de no plantearme siquiera la posibilidad de que aquel desastre ocurriera? La sangre, ¡ah!, la sangre, la misma que ahora curaba sus heridas y la fortalecía, me había traicionado mostrándole precisamente aquello que me había afanado tanto en ocultar. Mis mentiras, a pesar de ser escasas en mi relación para con ella, resultaban ser en extremo dolorosas. ¡Claro que sabía que ella tenía derecho a conocer la verdad sobre la persona que las había traicionado! Que me había traicionado a mi también... ¿Pero qué ganaba con eso, más que reportarle un dolor aún mayor que el que ya sufría? Y más importante, ¿cómo podría mirarla yo a la cara ahora que lo sabía? ¿Cómo podría explicarle que le había mentido para protegerla? ¿Cómo iba a creerme yo esas palabras, cuando siempre supe que lo hacía para protegerme a mi mismo? A mi matrimonio. A Aletheïa. ¿O era a Genie de mi esposa? Sea como fuere, no deseaba un enfrentamiento directo entre ambas. Lo temía más que a mi propia muerte. Más que a cualquier cosa. No podría soportar ni perdonar a Aletheïa que le hiciera daño a aquella joven frágil y dulce que había conquistado mi corazón, como ella lo hizo antaño.

- Y-yo... G-Genie... Juro que hay una explicación lógica para esto... Pero... -Farfullé sin apenas comprender yo mismo lo que estaba diciendo. Buscaba una justificación que no sonara a excusa, que no sonara a otro intento de engañarla. No deseaba perderla. No podía perderla. Me hubiera resultado inmensamente más sencillo que ella me alejara de su vida por voluntad propia, que sentir que lo hacía por mi culpa. Por mis engaños. Por mi hipocresía. Le pedía que confiase en mi, y por otro lado, le demostraba que no tenía motivos para hacerlo, que era igual que cualquier otro. Por un momento, agradecí que el efecto de mi sangre en ella la hiciera olvidar momentáneamente la verdad, para centrarse en otra cosa: en el hecho de que le había dado de beber sin su consentimiento. Desde luego, me resultaba mucho más sencillo de explicar que mis motivos para evitar que conociera mi relación con Aletheïa, y el hecho de que ella fuera la causante de la muerte de su hermana.

- ¡No vuelvas a decir eso! ¡No vuelvas a decirlo jamás! Sé que la extrañas, sé que es duro. Aunque no lo creas, yo también fui humano una vez, y he perdido a muchos seres queridos a lo largo de mi historia... Pero eso no me ha hecho desear mi muerte, unirme a ellos en el más allá. Tú tampoco deberías, Genie... ¿Crees que Yvonne aceptaría que te rindieses? Que te dejases aplastar por el peso del mundo... -Acogí sus labios con el mismo deseo que ella profesaba, o quizá incluso más. Su belleza parecía extrañamente acentuada por la confusión, por la rabia latente aún en su rostro, por la sangre que le resbalaba por la comisura de esos labios que tanto había deseado. De pronto, me vi envuelto en el mismo vendaval de emociones encontradas que ella misma iba manifestando, una a una, tras otra, y me dejé engullir por ellas. Sin restricciones. ¿Qué importaba, ahora? Todo se había hecho añicos. Mi fachada. Mi mentira. El rencor que había ido acumulando contra mi mismo al haber causado su sufrimiento. Porque era cierto que ella no se había alejado de mi, que no había sido capaz de abandonar sus sentimientos... Pero yo tampoco lo había intentado. Sabiendo el peligro que corría cuando mi amante, mi esposa, mi perdición, descubriese que ya no era la única capaz de mover y hacer reaccionar cada fibra de mi ser. No podía evitarlo. No pude evitarlo. No quise evitarlo. Amaba a Genie Mozart. De una forma pasional, intensa. Ridículamente obsesiva. Y ella sentía lo mismo.
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