AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Shady business [Poison Ivy]
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Shady business [Poison Ivy]
“ Lo único capaz de consolar a un hombre por las estupideces que hace,
es el orgullo que le proporciona hacerlas”
Oscar Wilde
es el orgullo que le proporciona hacerlas”
Oscar Wilde
– No me gusta estar aquí – el lloriqueo consiguió que el hechicero colocara los ojos en blanco. Armándose de paciencia se volvió y enfrentó con una expresión de tranquilidad a su acompañante – ¡Solo son un montón de lapidas! Ya te lo dije, no hay nada que temer, además en el lugar perfecto para un poco de intimidad ¿O es que no deseas estar a solas conmigo? ¿Es eso lo que te molesta? – repasó el suave pómulo de la chica con el pulgar mientras la observaba con fingido pesar – No es eso, solo que… - – Entonces no hay más que decir – la interrumpió con una sonrisa antes de aferrarla por la mano y guiarla por el sendero que se internaba cada vez más en el antiguo cementerio. La luz diurna se desvanecía poco a poco y el cielo adquiría los tonos purpúreos que anunciaban la inminente oscuridad. Una helada brisa otoñal arrastraba las hojas caídas de los arboles por entre las lapidas y provocaba que la joven tiritara.
La había encontrado en el mercado. Contaba con unos 20 años, cabello castaño y ojos verdes. Su tez era pálida y su cuerpo un poco relleno. Simpática y vivaz, se topó con ella mientras discutía con el carnicero debido al mal aspecto de la carne que le ofrecía. Podría solo haber pasado de largo pero la fija y penetrante mirada que ella le obsequió fue el detonante que les llevó a donde se encontraban ahora. Se sintió atraída y él, por supuesto, no dejaría pasar semejante oportunidad. No se trataba de una gran belleza pero, en conjunto, podría decirse que era interesante, lo suficiente como para que él desease palpar las curvas que se ocultaban bajo el vestido de tonos verdosos desvaídos. Tardó poco en convencerle de que dejasen las zonas pobladas y se dirigieran a un sitio más tranquilo. Sus dotes seguían funcionando tan bien como años atrás.
– Tengo miedo, siempre le he temido al cementerio y dentro de poco oscurecerá – la nueva queja fue acompañada de un mohín. Luego ella se detuvo y cruzó los brazos sobre el generoso busto de forma obstinada. Nada de lo que Aleck dijera la obligaría a avanzar más, pero lo cierto era que ya se habían adentrado lo suficiente como para evitar miradas indiscretas. Los parisinos prudentes que lloraban a sus fallecidos ya abandonaban el sacrosanto lugar y pocas eran las posibilidades de que algún despistado se topase con ellos por casualidad. Se encontraban junto a un enorme árbol de ramas desnudas, rodeados de lapidas y tumbas medio cubiertas por las hojas marchitas del mismo coloso. – Está bien, como usted desee señorita – manifestó levantando las manos en señal de rendición a la par que ella emitía una sonrisa. Eran tan dulce e ingenua que incluso rió por lo bajo creyendo el gesto como una evidente victoria. Él la aferró por la cintura y le propinó un beso corto en los labios, luego regó su piel con lengüetazos a lo largo del cuello. La resistencia llegó en cuanto la joven sintió las manos masculinas sobre sus pechos – Para… no… detente – la mano delicada asestó una fuerte bofetada contra la mejilla del hechicero. Dada su historia infantil él no era un ser que recibiera bien los golpes físicos y nunca, que recordara, había colocado la otra mejilla. Sin cavilarlo le devolvió la bofetada solo que la fuerza imprimida por el brazo masculino superaba por mucho la ejercida por ella segundos antes. Así, observó impasible como la fémina perdía el equilibrio gracias al impacto y caía pesadamente sobre la hierba.
– ¡BASTARDO! – vociferó ella pero sus sollozos eran tan fuertes que ni siquiera escuchó el “no te imaginas cuanto” susurrado como respuesta. Segundos después él estaba sobre ella, arrancándole la ropa con una mano mientras con la otra ahogaba los gritos de desesperación. Aunque la lucha enardecía su deseo era consciente de los riesgos que conllevaba el intentar someterla en silencio mientras obtenía el placer tras el cual estaba. Entonces un sonido apagado le puso en alerta. Alguien se acercaba y él no fue el único en notarlo. Ante la posibilidad de encontrar ayuda la joven se transformó en una criatura descontrolada que gimoteaba y se retorcía con tal violencia que estuvo a punto de zafarse de su agarre y eso era algo que él no podía permitir. Bastó un golpe con el puño cerrado para hacerle perder la conciencia. Ahora la joven permanecía no solo inmóvil sino en perfecto silencio, aunque aún respiraba. Molesto por la interrupción el hechicero se incorporó apenas lo suficiente como para poder observar a quien se atrevió a importunarle, pero con la precaución de no hacer obvia su presencia.
La había encontrado en el mercado. Contaba con unos 20 años, cabello castaño y ojos verdes. Su tez era pálida y su cuerpo un poco relleno. Simpática y vivaz, se topó con ella mientras discutía con el carnicero debido al mal aspecto de la carne que le ofrecía. Podría solo haber pasado de largo pero la fija y penetrante mirada que ella le obsequió fue el detonante que les llevó a donde se encontraban ahora. Se sintió atraída y él, por supuesto, no dejaría pasar semejante oportunidad. No se trataba de una gran belleza pero, en conjunto, podría decirse que era interesante, lo suficiente como para que él desease palpar las curvas que se ocultaban bajo el vestido de tonos verdosos desvaídos. Tardó poco en convencerle de que dejasen las zonas pobladas y se dirigieran a un sitio más tranquilo. Sus dotes seguían funcionando tan bien como años atrás.
– Tengo miedo, siempre le he temido al cementerio y dentro de poco oscurecerá – la nueva queja fue acompañada de un mohín. Luego ella se detuvo y cruzó los brazos sobre el generoso busto de forma obstinada. Nada de lo que Aleck dijera la obligaría a avanzar más, pero lo cierto era que ya se habían adentrado lo suficiente como para evitar miradas indiscretas. Los parisinos prudentes que lloraban a sus fallecidos ya abandonaban el sacrosanto lugar y pocas eran las posibilidades de que algún despistado se topase con ellos por casualidad. Se encontraban junto a un enorme árbol de ramas desnudas, rodeados de lapidas y tumbas medio cubiertas por las hojas marchitas del mismo coloso. – Está bien, como usted desee señorita – manifestó levantando las manos en señal de rendición a la par que ella emitía una sonrisa. Eran tan dulce e ingenua que incluso rió por lo bajo creyendo el gesto como una evidente victoria. Él la aferró por la cintura y le propinó un beso corto en los labios, luego regó su piel con lengüetazos a lo largo del cuello. La resistencia llegó en cuanto la joven sintió las manos masculinas sobre sus pechos – Para… no… detente – la mano delicada asestó una fuerte bofetada contra la mejilla del hechicero. Dada su historia infantil él no era un ser que recibiera bien los golpes físicos y nunca, que recordara, había colocado la otra mejilla. Sin cavilarlo le devolvió la bofetada solo que la fuerza imprimida por el brazo masculino superaba por mucho la ejercida por ella segundos antes. Así, observó impasible como la fémina perdía el equilibrio gracias al impacto y caía pesadamente sobre la hierba.
– ¡BASTARDO! – vociferó ella pero sus sollozos eran tan fuertes que ni siquiera escuchó el “no te imaginas cuanto” susurrado como respuesta. Segundos después él estaba sobre ella, arrancándole la ropa con una mano mientras con la otra ahogaba los gritos de desesperación. Aunque la lucha enardecía su deseo era consciente de los riesgos que conllevaba el intentar someterla en silencio mientras obtenía el placer tras el cual estaba. Entonces un sonido apagado le puso en alerta. Alguien se acercaba y él no fue el único en notarlo. Ante la posibilidad de encontrar ayuda la joven se transformó en una criatura descontrolada que gimoteaba y se retorcía con tal violencia que estuvo a punto de zafarse de su agarre y eso era algo que él no podía permitir. Bastó un golpe con el puño cerrado para hacerle perder la conciencia. Ahora la joven permanecía no solo inmóvil sino en perfecto silencio, aunque aún respiraba. Molesto por la interrupción el hechicero se incorporó apenas lo suficiente como para poder observar a quien se atrevió a importunarle, pero con la precaución de no hacer obvia su presencia.
Aleck Murray- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 19/05/2014
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Shady business [Poison Ivy]
Los fantasmas no dicen, "¿Qué recuerdas de tu atardecer?"
Pero un desacorde se oculta en cada ayer,
Tan famélico, tan prolijamente incompleto.
—Charles Hamilton Sorley.
Pero un desacorde se oculta en cada ayer,
Tan famélico, tan prolijamente incompleto.
—Charles Hamilton Sorley.
—No los mates, no los mates… Las malditas ratas todavía son necesarias. Contrólate —se masajeaba las sienes con frustración, en su rostro se asomaba una evidente mueca de enojo.
Ivy había contratado a aquellos dos cambiantes, gemelos y roedores. Las ratas perfectas para cometer las fechorías de las cuales eran ideas de la hechicera, todo con el fin de perseguir sus más ambiciosos deseos sin importar las consecuencias. Ese siempre había sido el modo de hacer las cosas, sin dar demasiadas explicaciones. Durante los últimos meses, se confinó en un experimento tras otro. ¿La razón? Quitarse a Azazel de encima, era más que evidente. Aunque, a veces le daba por desistir y dejar las cosas así. Ivy había comprendido un par de cosas durante las últimas semanas, aún así, la dedicación desmedida hacia sus plantas y a sus mórbidos experimentos continuaba intacta. Moriría con eso y sin cargo de conciencia que la hiciera caer en el arrepentimiento.
Ese día había amenazado al par de ratas de freírlos en aceite si no conseguían un cadáver en perfecto estado. Los hombres salieron aterrorizados a cumplir las exigencias de la mujer. Bien sabían que Poison no vacilaba con sus amenazas y cuando se enojaba, era como la ira de los dioses sobre la tierra. El otoño la estresaba más, eso sólo será indicio de que el invierno estaba cerca y para ella era peor que las plagas que amenazaban a su jardín.
Cerró un par de contratos durante el día, dedicándose, como de costumbre, a sus negocios. No sabía nada del bruto de Azazel y era mejor mantener la distancia con él. Que hiciera lo que se le diera la gana, al menos no tendría que soportar su nada sutil vocabulario. Era algo realmente agotador para la inglesa. Y es que aquel vampiro no era el único al que debía soportar. Algunos clientes suyos eran verdaderamente molestos, tanto, que a veces surgía la idea de querer disecarlos como ratas de laboratorio o quizás convertirlos en abono y en alimento para sus preciosas plantas carnívoras.
La bruja estaba tramando algo más que experimentar con su propia sangre, ya después de tantos años terminó convirtiéndose a sí misma en una genuina hiedra venenosa. Pero ya eso era algo pasado, Ivy buscaba algo más, aspiraba a nuevas cosas. Tal y como lo haría un científico loco, confinado en su propio universo mental. Una vez más se había encerrado en su templo de locura; revisó sus diarios, frascos, pociones y todo lo que tenía al pendiente en ese momento. Quería crear híbridos entre animales y plantas, criaturas como ella, pero más letales. Así fue como empezó a cruzarse por su mente la idea de ir más lejos y desear usar humanos como conejillos de indias. Pero debía ir con cuidado si pretendía obtener buenos resultados y la mejor forma de avanzar en su investigación era a través de cadáveres de personas que recién hayan fallecido.
Durante las últimas horas de la tarde se dirigió con sus dos roedores favoritos a Montmartre. Otra vez estaba en ese apestoso lugar, lo detestaba y mucho. Pero estando tan interesada y tan centrada en sus objetivos que no le importó absolutamente nada. Sus dos lacayos habían encontrado algo que podría servirle. La hechicera agradecía que al menos aquellos dos lograran hacer algo bueno una vez en sus miserables vidas, si seguían cometiendo errores, los iba a freír en aceite. Ivy no solía vacilar con sus advertencias. El único que era realmente competente en su trabajo era Charles, pero tuvo un final inesperado. Recordar su muerte hizo que la mujer rechinara los dientes. Ahora tenía que considerar a esas dos ratas como sus ayudantes, un gran problema.
El más regordete de los hombres detuvo a Poison antes de que diera un paso más. Sus sentidos le alertaron que no estaban completamente solos. La bruja observó hacia los lados y confirmó las advertencias de su ayudante. Una silueta entre las lapidas estaba al pendiente de ellos lo que la impulsó a dirigirse al sitio en donde creyó ver aquella sombra. Pasos atrás la seguían los dos cambiantes, ya conocían a su jefa, no era una mujer nada temerosa y si tenía que poner a alguien en su lugar por el simple hecho de interferir con sus planes, lo haría. Fue entonces cuando a unos cuantos pasos, vio a un hombre de espaldas y para más colmo a una mujer tirada en el suelo. Distinguió en la aura del hombre una tonalidad peculiar. Era un hechicero. Sin embargo, la fémina en el suelo no tenía nada de especial, aparte de que parecía más muerta que viva.
—Linda noche para, ¿matar doncellas? Aunque creo que has fallado vergonzosamente —dijo al estar a espaldas de aquel hombre. Ni siquiera se molestó en saludar cortésmente y mantenía una postura erguida con los brazos cruzados sobre su pecho. Era la manera predilecta de Ivy para hacer sus apariciones, obviamente, no disfrutaba que la espiaran. Sea cual fuese la razón, lo detestaba—. ¿Y? ¿Te vas a quedar ahí parado como un sonso? Creo que deberías terminar con lo empezaste.
Ivy había contratado a aquellos dos cambiantes, gemelos y roedores. Las ratas perfectas para cometer las fechorías de las cuales eran ideas de la hechicera, todo con el fin de perseguir sus más ambiciosos deseos sin importar las consecuencias. Ese siempre había sido el modo de hacer las cosas, sin dar demasiadas explicaciones. Durante los últimos meses, se confinó en un experimento tras otro. ¿La razón? Quitarse a Azazel de encima, era más que evidente. Aunque, a veces le daba por desistir y dejar las cosas así. Ivy había comprendido un par de cosas durante las últimas semanas, aún así, la dedicación desmedida hacia sus plantas y a sus mórbidos experimentos continuaba intacta. Moriría con eso y sin cargo de conciencia que la hiciera caer en el arrepentimiento.
Ese día había amenazado al par de ratas de freírlos en aceite si no conseguían un cadáver en perfecto estado. Los hombres salieron aterrorizados a cumplir las exigencias de la mujer. Bien sabían que Poison no vacilaba con sus amenazas y cuando se enojaba, era como la ira de los dioses sobre la tierra. El otoño la estresaba más, eso sólo será indicio de que el invierno estaba cerca y para ella era peor que las plagas que amenazaban a su jardín.
Cerró un par de contratos durante el día, dedicándose, como de costumbre, a sus negocios. No sabía nada del bruto de Azazel y era mejor mantener la distancia con él. Que hiciera lo que se le diera la gana, al menos no tendría que soportar su nada sutil vocabulario. Era algo realmente agotador para la inglesa. Y es que aquel vampiro no era el único al que debía soportar. Algunos clientes suyos eran verdaderamente molestos, tanto, que a veces surgía la idea de querer disecarlos como ratas de laboratorio o quizás convertirlos en abono y en alimento para sus preciosas plantas carnívoras.
La bruja estaba tramando algo más que experimentar con su propia sangre, ya después de tantos años terminó convirtiéndose a sí misma en una genuina hiedra venenosa. Pero ya eso era algo pasado, Ivy buscaba algo más, aspiraba a nuevas cosas. Tal y como lo haría un científico loco, confinado en su propio universo mental. Una vez más se había encerrado en su templo de locura; revisó sus diarios, frascos, pociones y todo lo que tenía al pendiente en ese momento. Quería crear híbridos entre animales y plantas, criaturas como ella, pero más letales. Así fue como empezó a cruzarse por su mente la idea de ir más lejos y desear usar humanos como conejillos de indias. Pero debía ir con cuidado si pretendía obtener buenos resultados y la mejor forma de avanzar en su investigación era a través de cadáveres de personas que recién hayan fallecido.
Durante las últimas horas de la tarde se dirigió con sus dos roedores favoritos a Montmartre. Otra vez estaba en ese apestoso lugar, lo detestaba y mucho. Pero estando tan interesada y tan centrada en sus objetivos que no le importó absolutamente nada. Sus dos lacayos habían encontrado algo que podría servirle. La hechicera agradecía que al menos aquellos dos lograran hacer algo bueno una vez en sus miserables vidas, si seguían cometiendo errores, los iba a freír en aceite. Ivy no solía vacilar con sus advertencias. El único que era realmente competente en su trabajo era Charles, pero tuvo un final inesperado. Recordar su muerte hizo que la mujer rechinara los dientes. Ahora tenía que considerar a esas dos ratas como sus ayudantes, un gran problema.
El más regordete de los hombres detuvo a Poison antes de que diera un paso más. Sus sentidos le alertaron que no estaban completamente solos. La bruja observó hacia los lados y confirmó las advertencias de su ayudante. Una silueta entre las lapidas estaba al pendiente de ellos lo que la impulsó a dirigirse al sitio en donde creyó ver aquella sombra. Pasos atrás la seguían los dos cambiantes, ya conocían a su jefa, no era una mujer nada temerosa y si tenía que poner a alguien en su lugar por el simple hecho de interferir con sus planes, lo haría. Fue entonces cuando a unos cuantos pasos, vio a un hombre de espaldas y para más colmo a una mujer tirada en el suelo. Distinguió en la aura del hombre una tonalidad peculiar. Era un hechicero. Sin embargo, la fémina en el suelo no tenía nada de especial, aparte de que parecía más muerta que viva.
—Linda noche para, ¿matar doncellas? Aunque creo que has fallado vergonzosamente —dijo al estar a espaldas de aquel hombre. Ni siquiera se molestó en saludar cortésmente y mantenía una postura erguida con los brazos cruzados sobre su pecho. Era la manera predilecta de Ivy para hacer sus apariciones, obviamente, no disfrutaba que la espiaran. Sea cual fuese la razón, lo detestaba—. ¿Y? ¿Te vas a quedar ahí parado como un sonso? Creo que deberías terminar con lo empezaste.
Berenice- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 39
Fecha de inscripción : 09/03/2014
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