AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ask me again if I'm chained to my past, only to make sure I'm entirely yours in the future [priv]
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Ask me again if I'm chained to my past, only to make sure I'm entirely yours in the future [priv]
¿Cuánto tiempo se tarda en olvidar un enamoramiento que tardó mucho en crecer?
¿Cuánto se tarda en olvidar un amor que se formalizo bajo la visión de Dios?
¿Cuánto se tarda en olvidar un amor que se formalizo bajo la visión de Dios?
En ese momento estaba dispuesta a todo con tal de estar con su amado de nuevo. Posiblemente podía estar envuelta en lo que se llamaba arriesgarse en todo con tal de volver a ver a su esposo, pero había personas en el papado que tenían contactos con la inquisición y esa parte de la inquisición necesitaba de la ayuda de –ahora- Marianne. Hubo veces que deseo volver a ser cortesana, aquella que descubrió a los catorce años el placer, aquella muchacha que creció en el burdel, demostrando ser la joven más picara del momento, pero al parecer hubo varias personas que se entrometieron en su vida y un ángel de tercer rango le acertó en el corazón, haciendo que se enamorase de una persona que era demasiado efímera, que no estaría nunca con ella aunque ella pudiera tener algún rango noble en el mundo que él se moviera. Jamás se iba a fijar en ella, así que paso página, siguió conociendo a personas las cuales también la llenarían por completo, conoció a un tranquilo y atractivo doctor, se preguntaba dónde estaría o que estaría haciendo en estos momentos. Ella fue demasiado confusa estando con él, posiblemente jamás o tampoco se hubiera fijado en ella, seguramente habrían estado como un par de mejores amigos.
No estaba hecha para tener relaciones ahora mismo o quizás sí. No lo sabía hasta que conoció aquel que fue su esposo, aquel que le arrebato su corazón, el que le enseño todo lo que sabe ahora. Imaginándose que ahora todos con los que se ha cruzado nadie le recordaría, quizás si como la puta que se meneaba delante de los miembros erectos y excitados de cada cliente de cuando estaba en el burdel, pensó que esa vida le había hecho, la había moldeado de una manera bastante errónea, quizás tendría que haber deambulado por ahí, por las calles buscando trozos de pan en los cubos de basura, quizás no habría seguido adelante.
Ahora estaba ahí, sentada en el alfeizar de una ventana, observando las estrellas y con un vestido ajustado color borgoña, estilizándole la figura y esperando pensativa a conocer por fin si sus sirvientes recién contratados le notificaban de la llegada de los invitados de una fiesta que estaba a punto de comenzar. Nada, no llegaba nada y sinceramente estaba esperando a que alguien le dijera algo.
¿No vendría nadie al evento?
Cuando estaba impacientándose, Marianne se alejó de la ventana, colocándose en sus pies los zapatos borgoña a juego, andando como siempre hacia, con elegancia e intentando alejar la galantería que tenía acostumbrada a usar de cuando era una prostituta, aunque sabía que siempre el pasado la podría perseguir allá donde fuera. Tardaría unos años en ver que todos la olvidaron y que veían a una nueva mujer ante ellos. No se pondría nerviosa, ella era la anfitriona y para cuando bajo las escaleras solo estaban los músicos, los camareros motivándose entre todos y ni siquiera ningún invitado a la vista. ¿Qué habría pasado? ¿Era por ella o es que nadie había aceptado ir a la fiesta? Tampoco era tan ostentosa, no tenía mucha suerte en montar fiestas y más cuando era recién alguien de fortuna.
-¡Señora! –Grito alarmado uno de los sirvientes, cuando Marianne observo al criado, este hacia juego con el vestido rojo de Marianne – Tenemos problemas
-¿Más problemas aparte de que no ha venido nadie a mi fiesta? –Dijo con un poco de sarcasmo, observando al criado ruborizado que hacia una reverencia. Marianne suspiro con aspereza – Dime dónde están esos problemas – Mostro molestia porque nadie tomo interés en hacerle el favor de venir, pero siguió de todas maneras al criado hasta los establos, con dificultad pese al vestido que vestía – Y bien, ¿Dond…? –Cuando iba a ser aún más sarcástica observo el problema.
Era uno de los inquisidores, lo conocía de vista y de haberlo visto en alguna otra misión y estaba herido – Tráeme mis ropas, el pantalón, la camisa y la chaqueta, también ropa limpia…-suspiro con dolor en su corazón – ya sabes de quien Diego, coge la del señor Giovanni –Se acercó al inquisidor, lo puso sobre una manta que había para caballos, la coloco sobre la cabeza ajena y ella al lado – Floreta, trae agua caliente, toallas, ya sabes cómo va ¡Vamos! –Decía rápidamente mientras abría la chaqueta por donde estaba la herida – Mmm…Vamos a ver –Dijo con cuidado mientras retiraba la chaqueta y la camisa para ver un poco – No es muy profundo, está herida no te matará –Dijo con sarcasmo y haciendo presión en la herida, esperando a que sus criados regresaran.
Goldie- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 134
Fecha de inscripción : 19/07/2013
Re: Ask me again if I'm chained to my past, only to make sure I'm entirely yours in the future [priv]
Daryl había sido llamado al despacho del Inquisidor general, debía ponerse en marcha lo antes posible para cazar, si era posible, esa misma noche, a un brujo y sus séquito. Luego de las presentaciones pertinentes, y de que su superior, le indicara que debía moverse con el mayor de los sigilos, ya que en ésta zona de Europa, se suponía que la inquisición no estaba tan activa, y que por dicha razón trabajaban en el secreto, a diferencia de países como Italia, en donde por ser parte de los territorios pontificios la orden era mas activa y reconocida por la población. Así que luego de una extensa y aburrida charla unilateral, el joven inquisidor se dispuso a prepararse para la lucha.
Gran fue su frustración al saber que le habían asignado un compañero, un inquisidor especializado en la caza de brujas, para Daryl, aquello le había amargado la cacería, pues estaba acostumbrado a trabajar de forma solitaria. Pero bien sabía que las órdenes eran creadas para obedecer, por lo que luego de pasar un rato en su habitación, limpiando y acomodando las armas, se dispuso a salir. Antes de abandonar la habitación, que ocupaba en la zona destinada a los inquisidores, en la Catedral de Notre Dame, contempló su aspecto en el espejo de cuerpo entero, sonrió, no estaba mal, con sus porte lo suficiente fornido sin llegar a ser una mole de músculos, pero si, ágil para dar batalla. Llevaba puestos, unos pantalones de cuero, ajustados a su cuerpo y que le permitían un manejo de sus extremidades por si tenía que luchar dando patadas voladoras o trepando a los arboles; una camisa blanca, de mangas holgadas y costuras ligeras, sobre ésta la cartuchera en donde guardaba las armas de fuego, en su espalda una daga y sobre todo esto un abrigo largo, también de cuero, que le permitía ocultar el armamento, por un lado y por el otro cuidarse de los posibles golpes que pudiera recibir, como de la vegetación, al tener que introducirse en el bosque, en busca de su presa.
Caminó por el largo pasillo que lo conducía a la sala de inquisidores y allí se encontró con la que sería su pareja de cacería. Frunció el ceño, no le gustaba en nada que ésta fuera una mujer y menos que se tratase de la desequilibrada amante de matar brujos, - buenas noches Borromeo – dijo secamente, a lo que la mujer de intensa mirada, fría como un tempano le observó de arriba abajo, como si estuviera sopesando si él sería un estorbo para su festin.
Tras un viaje incomodo con aquella inquisidora, llegaron a los bosques que rodeaban la ciudad de Paris, decidieron separarse, tomando caminos equidistantes, encontrándose justo en el medio del bosque en donde se suponía se reunían los seguidores del demonio. Hizo el trayecto hasta casi llegar a la zona del bosque sin encontrar ni un rastro de los malditos brujos, entonces supo que aquello era una trampa. Tuvo el tiempo suficiente para bajar de la montura y correr a refugiarse detrás de un árbol. Enormes llamaradas de color verde se asomaban de uno y otro lado de su refugio. Decidió salir a descubierto y utilizar un artilugio que le permitiría hacer una especie de cortina de humo, distraer a su enemigo y caer sobre éste desde atrás. Parecía que todo iría como lo había planeado, si no hubiera tenido la mala suerte de que su maldita compañera, Emelia Borromeo se le adelantara, descargando todo su arsenal en el reducido grupo de brujos. Una de las balas de plata, destinada a los hechiceros le traspaso el costado, hiriéndolo de gravedad.
Fueron segundos decisivos, era inútil quedarse en aquel lugar, además la locura que se había apoderado de la inquisidora solo lo podía en un riesgo mayor, ya que segada por la ira podría confundirlo con un enemigo y terminar asesinándolo.
Arrastrándose, logró llegar hasta donde se mantenía su caballo, un animal poderoso, entrenado para no abandonar a su jinete aún tras los sonidos retumbantes de las balas y el fuego cruzado. La cantidad de sangre que perdía, mientras intentaba dirigirse de nuevo a la sede de la inquisición era cada vez más profusa, lo que le impedía pensar con claridad, intentó encontrar una solución a tan inoportuna situación. Pronto recordó que una de las tecnólogas que había conocido brevemente, semanas atrás vivía por ese sector de la ciudad, por lo menos así le había indicado otro de los inquisidores tecnólogos, dejando en claro que si necesitaba por alguna razón, más armas, podría acercarse a la mansión de la inquisidora y rehacer el armamento, de ser necesario.
Siguió por una calle ancha y poco iluminada que circundaba la zona de los bosques hasta encontrar la que lo podría acercar a su nuevo destino. Llegó y entró sin pedir permiso, hasta la zona de los establos, allí uno de los palafreneros lo ayudó a descender, - rápido, llama a la señora de la casa, dile que es urgente… - calló, no sabía si los criados sabían a que se dedicaba la señora, por lo que simplemente lo echó con un gesto de mano, mientras intentaba apretar con la otra la herida de donde se le escapaban las fuerzas. Cuando por fin vio que se acercaba la mujer, sonrió, en verdad era más hermosa de lo que recordaba, ¿pero, porque se ponía a pensar en ello, en un momento como ese? No lo supo, solo se dio cuenta que todo giraba a su lado y que se hundía en la inconsciencia.
Gran fue su frustración al saber que le habían asignado un compañero, un inquisidor especializado en la caza de brujas, para Daryl, aquello le había amargado la cacería, pues estaba acostumbrado a trabajar de forma solitaria. Pero bien sabía que las órdenes eran creadas para obedecer, por lo que luego de pasar un rato en su habitación, limpiando y acomodando las armas, se dispuso a salir. Antes de abandonar la habitación, que ocupaba en la zona destinada a los inquisidores, en la Catedral de Notre Dame, contempló su aspecto en el espejo de cuerpo entero, sonrió, no estaba mal, con sus porte lo suficiente fornido sin llegar a ser una mole de músculos, pero si, ágil para dar batalla. Llevaba puestos, unos pantalones de cuero, ajustados a su cuerpo y que le permitían un manejo de sus extremidades por si tenía que luchar dando patadas voladoras o trepando a los arboles; una camisa blanca, de mangas holgadas y costuras ligeras, sobre ésta la cartuchera en donde guardaba las armas de fuego, en su espalda una daga y sobre todo esto un abrigo largo, también de cuero, que le permitía ocultar el armamento, por un lado y por el otro cuidarse de los posibles golpes que pudiera recibir, como de la vegetación, al tener que introducirse en el bosque, en busca de su presa.
Caminó por el largo pasillo que lo conducía a la sala de inquisidores y allí se encontró con la que sería su pareja de cacería. Frunció el ceño, no le gustaba en nada que ésta fuera una mujer y menos que se tratase de la desequilibrada amante de matar brujos, - buenas noches Borromeo – dijo secamente, a lo que la mujer de intensa mirada, fría como un tempano le observó de arriba abajo, como si estuviera sopesando si él sería un estorbo para su festin.
Tras un viaje incomodo con aquella inquisidora, llegaron a los bosques que rodeaban la ciudad de Paris, decidieron separarse, tomando caminos equidistantes, encontrándose justo en el medio del bosque en donde se suponía se reunían los seguidores del demonio. Hizo el trayecto hasta casi llegar a la zona del bosque sin encontrar ni un rastro de los malditos brujos, entonces supo que aquello era una trampa. Tuvo el tiempo suficiente para bajar de la montura y correr a refugiarse detrás de un árbol. Enormes llamaradas de color verde se asomaban de uno y otro lado de su refugio. Decidió salir a descubierto y utilizar un artilugio que le permitiría hacer una especie de cortina de humo, distraer a su enemigo y caer sobre éste desde atrás. Parecía que todo iría como lo había planeado, si no hubiera tenido la mala suerte de que su maldita compañera, Emelia Borromeo se le adelantara, descargando todo su arsenal en el reducido grupo de brujos. Una de las balas de plata, destinada a los hechiceros le traspaso el costado, hiriéndolo de gravedad.
Fueron segundos decisivos, era inútil quedarse en aquel lugar, además la locura que se había apoderado de la inquisidora solo lo podía en un riesgo mayor, ya que segada por la ira podría confundirlo con un enemigo y terminar asesinándolo.
Arrastrándose, logró llegar hasta donde se mantenía su caballo, un animal poderoso, entrenado para no abandonar a su jinete aún tras los sonidos retumbantes de las balas y el fuego cruzado. La cantidad de sangre que perdía, mientras intentaba dirigirse de nuevo a la sede de la inquisición era cada vez más profusa, lo que le impedía pensar con claridad, intentó encontrar una solución a tan inoportuna situación. Pronto recordó que una de las tecnólogas que había conocido brevemente, semanas atrás vivía por ese sector de la ciudad, por lo menos así le había indicado otro de los inquisidores tecnólogos, dejando en claro que si necesitaba por alguna razón, más armas, podría acercarse a la mansión de la inquisidora y rehacer el armamento, de ser necesario.
Siguió por una calle ancha y poco iluminada que circundaba la zona de los bosques hasta encontrar la que lo podría acercar a su nuevo destino. Llegó y entró sin pedir permiso, hasta la zona de los establos, allí uno de los palafreneros lo ayudó a descender, - rápido, llama a la señora de la casa, dile que es urgente… - calló, no sabía si los criados sabían a que se dedicaba la señora, por lo que simplemente lo echó con un gesto de mano, mientras intentaba apretar con la otra la herida de donde se le escapaban las fuerzas. Cuando por fin vio que se acercaba la mujer, sonrió, en verdad era más hermosa de lo que recordaba, ¿pero, porque se ponía a pensar en ello, en un momento como ese? No lo supo, solo se dio cuenta que todo giraba a su lado y que se hundía en la inconsciencia.
Daryl Morgan- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 05/09/2013
Localización : Paris - Francia
Re: Ask me again if I'm chained to my past, only to make sure I'm entirely yours in the future [priv]
Tranquilo Morgan – Con un suave movimiento de su mano acariciando la mejilla del inquisidor quiso tranquilizarlo mientras esperaban – Nos volvemos a ver, recuerdo cuando viniste a regañadientes a mi primera exposición de la muestra de aquel arma, ¿Recuerdas? – Enseguida vio que el criado llego con las ropas que le pidió – Gracias Diego, ven, deja las ropas y presiona aquí mientras me cambio – Dijo a la vez que el criado hacia lo que le decía, comenzó a sustituirle en la presión de la herida y rápidamente, Marianne se dirigió hacia la cuadrilla de enfrente, sin percatarse de que no era una cortesana, ahora era una dama, pero sin embargo, por la costumbre, ella se quitó el vestido rojo de golpe, mostrando sin darse cuenta al inquisidor sus curvas bien delineadas, algún que otro latigazo que dejo cicatriz por algún trabajo mal hecho, su ropa interior roja ignifuga de encaje ya fue escondida por los pantalones que consiguió ponerse, la camisa y el chaleco sin sostén debajo y rápidamente volvió al lado de su criado Diego, mirando a ambos - ¿Qué pasa Diego? No es como si me miraras por primera vez desnuda –Dijo recordando cuando ella se cambiaba y por un error de reloj, Diego entro aun cuando ella estaba en cueros – Bien Morgan, le toca a usted –Puso un manto bajo la cabeza de Morgan, enseguida vio que llego Floreta con toallas, el agua - ¿Una botella de la licorera?
-Pensé que ayudaría al señor a poder aguantar más.
-Si, tienes razón –Ayudo a su criada, cogiendo las toallas y la botella de alcohol se la puso cerca al inquisidor, sabia el apellido pero no el nombre – Agh…-Marianne asqueo, se remango las mangas y termino por empezar de una vez el proceso de curación. Limpio alrededor de la herida y toallas a ambos lados. Vio que se había hecho una herida pero al examinarla mejor, vio que algo había dentro -¡Oh, esto es serio! ¡Floreta las pinzas –Cogió las pinzas de las manos de su criada y fue directamente a la bala incrustada, no fue expresamente delicada sino, la bala lo mataría o a su hígado –Ya está –Colocó la bala en un paño abierto que sostenía Diego y en quince minutos la herida estaba cosida, pero antes de nada, echó un brebaje fabricado por ella misma para poder regenerar o sanear más rápido el cuerpo humano , obviamente tenía su truco de especias especiales – Debes descansar –Se limpió la sangre del cuerpo del inquisidor en el cubo de agua tibia y se limpió con la esquina de una toalla.
– Te he dejado ropa limpia….-Dijo aquello de un modo seco, sin vida o como si temiera que aquellas ropas fueran mancilladas, pero él ya estaba muerto, le vio ahorcado en lo alto del salón principal y sin aguantar, salió sin decir nada, salió en dirección hacia la mansión sin decir palabra y dejando a sus criados quedarse con el recién curado.
-Floreta, ve, yo me quedo cuidando del nuevo invitado –Dijo transmitiendo tranquilidad a su amada Floreta y simplemente la vio partir siguiendo a su ama. Diego se dirigió hacia el señor -¿gusta de que le ayude a cambiarse de ropa, Monsieur? La que tiene esta ajada y poco le protege del frio, mi señor –Estuvo esperando a la respuesta, preparado con la camisa de su antiguo señor Giovanni. Entonces entendió el porqué de la huida de su señora.
Era evidente que después de varios meses y dos años desde lo que paso con su señor, ella aun no lo había superado y su maléfico plan llego a su mente – No se preocupe por mi señora por ahora, está bien, ha tenido que atender un asunto, enseguida vuelve.
-Pensé que ayudaría al señor a poder aguantar más.
-Si, tienes razón –Ayudo a su criada, cogiendo las toallas y la botella de alcohol se la puso cerca al inquisidor, sabia el apellido pero no el nombre – Agh…-Marianne asqueo, se remango las mangas y termino por empezar de una vez el proceso de curación. Limpio alrededor de la herida y toallas a ambos lados. Vio que se había hecho una herida pero al examinarla mejor, vio que algo había dentro -¡Oh, esto es serio! ¡Floreta las pinzas –Cogió las pinzas de las manos de su criada y fue directamente a la bala incrustada, no fue expresamente delicada sino, la bala lo mataría o a su hígado –Ya está –Colocó la bala en un paño abierto que sostenía Diego y en quince minutos la herida estaba cosida, pero antes de nada, echó un brebaje fabricado por ella misma para poder regenerar o sanear más rápido el cuerpo humano , obviamente tenía su truco de especias especiales – Debes descansar –Se limpió la sangre del cuerpo del inquisidor en el cubo de agua tibia y se limpió con la esquina de una toalla.
– Te he dejado ropa limpia….-Dijo aquello de un modo seco, sin vida o como si temiera que aquellas ropas fueran mancilladas, pero él ya estaba muerto, le vio ahorcado en lo alto del salón principal y sin aguantar, salió sin decir nada, salió en dirección hacia la mansión sin decir palabra y dejando a sus criados quedarse con el recién curado.
-Floreta, ve, yo me quedo cuidando del nuevo invitado –Dijo transmitiendo tranquilidad a su amada Floreta y simplemente la vio partir siguiendo a su ama. Diego se dirigió hacia el señor -¿gusta de que le ayude a cambiarse de ropa, Monsieur? La que tiene esta ajada y poco le protege del frio, mi señor –Estuvo esperando a la respuesta, preparado con la camisa de su antiguo señor Giovanni. Entonces entendió el porqué de la huida de su señora.
Era evidente que después de varios meses y dos años desde lo que paso con su señor, ella aun no lo había superado y su maléfico plan llego a su mente – No se preocupe por mi señora por ahora, está bien, ha tenido que atender un asunto, enseguida vuelve.
Goldie- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 134
Fecha de inscripción : 19/07/2013
Re: Ask me again if I'm chained to my past, only to make sure I'm entirely yours in the future [priv]
Dejó que las experimentadas manos hicieran su trabajo, pero en ningún momento despegó su mirada del rostro de aquella inquisidora. La escuchó decir su apellido, sabía que no le habrían dicho su nombre, ya que jamás lo decía a nadie, todos los conocían por Morgan, o por el escoces. Debía aceptar que le gustaba como sonaba su apellido en la delicada y sensual voz de aquella fémina.
Cuando una mujer llegó cargando varios elementos que su “medica” necesitaría para asistirlo, se sintió mucho más a gusto, ¿Cómo podría explicar el sentimiento que lo embargaba?, él era un hombre que jamás había mirado a las mujeres con otra mirada que no fuera la fraternal, la afectiva del amigo que lo daba todo para que ellas estuvieran felices, pero ni remotamente pasaría por su cabeza mirarla con ojos de cazador, depredadores o lascivos, ya que aunque no se lo hubieran pedido, él había decidido hacer votos de castidad. Pero al verla cambiarse el vestido y mostrar su cuerpo como Dios la había mandado al mundo, provocó en él una reacción que hasta ese momento jamás había experimentado, por eso cerró sus ojos hasta que sintió que las agiles manos de la mujer estaban sobre su herida y que la nueva ayudante también revoloteaba por el lugar.
Cuando todo terminó, y ya había sido cosido con maestría, supo que podía estar seguro, que por lo menos no se desangraría, sonrió timidamente e intentó darle las gracias, pero, Marianne, se alejó presurosa de él, dejándolo con sus criados, allí, en mitad de la caballeriza, - válgame Dios, se ve que no soy de su agrado, ni siquiera me ha permitido darle las gracias -. Aceptó la ayuda del criado para acicalarse y aunque cualquier movimiento que hiciera, provocaba en él la sensación de estar siendo traspasado por un tridente del infierno hundido en mitad de su costado, logró cambiarse las ropas, por aquellas limpias que le habían ofrecido.
Observó con cierta desconfianza al criado, había algo en ese hombre que no le convencía, algo que le hacía desconfiar, por eso pensó que lo mejor sería pedir un cambio de montura y alejarse lo más pronto posible, aunque lo aconsejable sería que esperara hasta que amaneciera, no estaba en condiciones de tener que vérselas con uno de los chupasangres que le podrían haber seguido desde el bosque.
Cuando una mujer llegó cargando varios elementos que su “medica” necesitaría para asistirlo, se sintió mucho más a gusto, ¿Cómo podría explicar el sentimiento que lo embargaba?, él era un hombre que jamás había mirado a las mujeres con otra mirada que no fuera la fraternal, la afectiva del amigo que lo daba todo para que ellas estuvieran felices, pero ni remotamente pasaría por su cabeza mirarla con ojos de cazador, depredadores o lascivos, ya que aunque no se lo hubieran pedido, él había decidido hacer votos de castidad. Pero al verla cambiarse el vestido y mostrar su cuerpo como Dios la había mandado al mundo, provocó en él una reacción que hasta ese momento jamás había experimentado, por eso cerró sus ojos hasta que sintió que las agiles manos de la mujer estaban sobre su herida y que la nueva ayudante también revoloteaba por el lugar.
Cuando todo terminó, y ya había sido cosido con maestría, supo que podía estar seguro, que por lo menos no se desangraría, sonrió timidamente e intentó darle las gracias, pero, Marianne, se alejó presurosa de él, dejándolo con sus criados, allí, en mitad de la caballeriza, - válgame Dios, se ve que no soy de su agrado, ni siquiera me ha permitido darle las gracias -. Aceptó la ayuda del criado para acicalarse y aunque cualquier movimiento que hiciera, provocaba en él la sensación de estar siendo traspasado por un tridente del infierno hundido en mitad de su costado, logró cambiarse las ropas, por aquellas limpias que le habían ofrecido.
Observó con cierta desconfianza al criado, había algo en ese hombre que no le convencía, algo que le hacía desconfiar, por eso pensó que lo mejor sería pedir un cambio de montura y alejarse lo más pronto posible, aunque lo aconsejable sería que esperara hasta que amaneciera, no estaba en condiciones de tener que vérselas con uno de los chupasangres que le podrían haber seguido desde el bosque.
Daryl Morgan- Inquisidor Clase Alta
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