Oh sí, viva la cultura (Iryn)

Sí, echaba mucho de menos aquel lugar. Echaba de menos sentarme en una de aquellas sillas, con un libro en la mano y devorarlo hasta el final, en pocas horas, como siempre me habían acostumbrado a hacer mis padres cuando aún vivía. Caminé por aquellas estanterías, pasando la mano por los dorsos de los libros que se podían apreciar en las estanterías, quitando el polvo de algunos. Aspiré el aroma de aquel lugar, sintiendo como aquel aire antiguo entraba dentro de mi, reconociendo el espectacular olor de las páginas antiguas, aquellas páginas que contenían miles y miles de historias de otros mundos, de otras criaturas que los mortales pensaban que eran pura magia e irrealidades pero que yo sabía que existían y que se mezclaban entre ellos.

Me paré en unos libros, con un dorso rojo y las letras doradas. Cogí uno de ellos, con delicadeza, pasando las páginas y leyendo cada palabra y cada párrafo que había allí escrito a tinta. Sonreí, ante aquella nueva información brindada y lo volví a colocar en su lugar, caminando de nuevo entre las estanterías, con una pequeña sonrisa, sigiloso, sin hacer ni el más mínimo ruido, intentando que aquel silencio permaneciera durante toda mi estancia, permitiendo que pudiera conversar conmigo mismo sin tener la necesidad de ser molestado.

Me senté en una de las mesas, dejando un pesado y gordo libro encima de la madera. Pasé la mano sobre ella y sonreí, quitando el polvo de la cubierta y abriendo por una página exacta. La trescientos cincuenta y ocho. Página por la que me había quedado la última vez que había estado allí, diez años atrás, antes de marcharme a mi viaje, buscando algo interesante por las fronteras de Europa. Una mala suerte que no encontrara nada, aunque seguro que se podía seguir un enorme banco de sangre a mis espaldas, sobretodo en Rusia. Aquello no era un rastro de sangre, era un auténtico charco.

Sacudí la cabeza, intentando olvidar la masacre que provoqué en las calles rusas, cuando perdí los estribos por alguna razón que no conseguía recordar, por culpa de la sed y por la soledad que sentía. Cada una de las caras de aquellas mujeres, de aquellos hombres y de aquellos niños pasaron ante mis ojos, provocándome un estado extraño de vergüenza y arrepentimiento. Porque no habían sido muertes para saciar mi sed -al menos no las muertes posteriores a las tres primeras-. Habían sido muertes provocadas por la ira, el odio hacia mi mismo y mis ansias de venganza contra alguna persona que había conseguido sacarme de mis casillas con algún comentario irritante sobre mi pasado. Sí, tendría que haber sido por eso.

Volví a centrarme en aquella fantástica historia sobre vampiros que presentaban las lineas entintadas de aquel enorme y antiguo tomo, de tapas duras y verdosas, polvorientas. Me perdí entre aquellas páginas, leyendo con rapidez y sonriendo ante algunas de las estupideces que se decían sobre los vampiros en aquellos libros escritos por mortales que no sabían de la verdadera existencia de los nuestra especie.

Pasé las páginas con rapidez, memorizando todas aquella historias. Algunas eran ciertas, por lo que podrías llegar a aprender cosas de verdad y bastante curiosas. En algunas de aquellas páginas decía que había algunos vampiros que se alimentaban de la sangre de animales grandes y con bastante capacidad sanguínea. Pero que esa sangre no era ni la mitad de sabrosa que la sangre humana.

La había escuchado pasear por los pasillos, pero estaba convencido en que, si confiaba en su instinto, aquella cambiaformas mantendría la boca cerrada y me dejaría en paz, pero soltó una sola palabra. Fruncí el ceño y suspiré, esbozando una pequeña sonrisa, sin mirarla siquiera. Su aroma era bastante fuerte. la sangre corría por rapidez bajo su piel.

-Algunos nos llaman así -dije, con sequedad, frialdad y en tono peligroso, levantando la mirada y cerrando el libro con fuerza, haciendo que el sonido de las páginas caer sobre la otra parte del libro retumbara por toda la habitación, rompiendo aquel maravilloso silencio.

Me recosté en la silla, mirándola de arriba abajo. ese libro, el que ella tenía, ya me lo había leído hacía cincuenta años. No era para nada interesante, era pura basura cultural. Pero seguía siendo un libro y a los libros siempre había que respetarlos, por muy malos que fueran, pues para escribir había que tener una habilidad especial, habilidad que yo no había poseído nunca, por lo que admiraba a las personas que podían poner las ideas de su cabeza sobre una página de aquella manera tan espectacular.

-¿Contenta, señorita? -hablé en el mismo tono, haciendo notar mi hostilidad hacia ella y la fulminé con la mirada-. Ha sacado a usted a un hombre de un maravilloso mundo, el mundo de los libros. ¿Está usted contenta?

Entrecerré los ojos, esbozando la misma sonrisa. Me levanté, cogiendo el libro con extremada delicadeza y caminando con lentitud humana hasta dónde había estado antes. Lo coloqué en su sitio, mirando un poco hacia arriba y alcanzando otro libro, de tapas negras y letras blancas en el dorso. Un bello ejemplar de: Frankestien. Me encantaba esa especie de cosa, porque no se la podía llamar de otra forma. Era genial, una máquina perfecta. Un monstruo que quería amar.

Me senté de nuevo en la silla, frente a ella, quitándome los guantes para poder pasar mejor las páginas, exhibiendo la palidez de mis manos. Lo abrí por la primera página, dispuesto a empezar a leer, antes de volver a hablarle a aquella muchacha.

-Guarde las garras, madamme -sonreí, hablando en un tono un poco más cordial-. Me alegro mucho por usted.

Me centré en aquella historia, pasando las páginas con bastante rapidez, devorando la historia que se me abría ante los ojos, imaginándome las voces, los movimientos, las emociones que se presentaban allí. Suspiré con pesadez y escuché como empezaba a llover fuera, con bastante fuerza. Me gustaba la lluvia, la adoraba. ¿La razón? Cuando me asesinaron, estaba lloviendo. Puede que fuera por eso. Me pasé una mano por el pelo, acariciándolo y volviendo a dejar la extremidad sobre la madera, apreciando su tacto. Decidí jugar un poco, la chica parecía divertida.

-¿Está interesante ese libro, my Lady? Me han dicho cosas muy buenas sobre él -seguí leyendo y mintiendo, pues ya me lo había leído y tenía mi mala opinión sobre todas aquellas páginas entintadas.

Pobre monstruo. La verdad es que me sentía realmente identificado con Frankestein. Yo también me sentía como él. Sentía constantemente que aquel no era mi lugar, que yo no pertenecía a aquello. Pero hacía tiempo que había decidido resignarme y vivir la segunda oportunidad que me habían dado, que algún desalmado vampiro me había dado dos siglo atrás. Le di la vuelta a una hoja. Un momento.

Faltaba una página. Una página importante. Pues vaya faena, así no podía seguir leyendo, de ninguna de las maneras. Aunque me supiera el libro de memoria, me negaba a saltarme una pequeña parte de la historia, sería una autentica barbaridad, por no considerar aquello como locura.

Al parecer, las personas habían cambiado mucho. Ya no se tenía respeto a los libros, ni a a la cultura. Y menos a las ciencias y a las letras. Se estaba optando por dejar de lado nuestros conocimientos, dejar el pasado en el pasado y quedarse en el presente, intentando averiguar cómo sería el futuro, intentando avanzar a marchas forzadas. Lo que no entendían esas personas es que, sin un pasado, no se puede tener un futuro. Si muchos de aquellos libros estaban incompletos -porque seguro que lo estaban-, sería una gran perdida para la humanidad y, por consiguiente, para el futuro que nos deparaba.

Me levanté, pensando en aquello. Había visto muchas cosas en aquellos doscientos años. Nuevos avances, nuevas técnicas de medicina, acontecimientos importantes. Era la única parte que me gustaba de ser un simple inmortal. Podía disfrutar de las maravillas que me ofrecía la vida, ver cada avance y esperar al siguiente. Porque yo nunca iba a morir. Ya estaba muerto.

Desvié la mirada hacia la chica, mientras dejaba el libro en su sitio y acariciaba los lomos de los demás. Me senté en la mesa, cruzando las piernas y entrelazando los dedos de las manos. Sus pasos eran elegantes y muy bien posicionados, por lo que deduje que tendría que haber tenido una buena educación. Su porte lo denotaba. Sería de una gran clase, de las más altas, seguro.

-Sí, la verdad es que no me han dicho cosas realmente buenas sobre ese libro -sonreí, mostrando los colmillos-. Yo mismo tengo la misma opinión.

Iryn. Su nombre me sonaba de algo. probablemente hubiera escuchado hablar de ella en las calles de París. A mi nunca se me olvidaba un nombre, y estaba seguro que había escuchado el suyo por alguna parte, no muy lejana. Asentí con la cabeza y volví a levantarme, mirándola a los ojos y poniendo una mano a mi espalda. Hice una reverencia, cordial y respetuosa, a modo de saludo. Los modales eran lo primero. Hasta con una bola de pelo como ella. Olía a gato.

-Yo soy Desmond, madamme. El placer es todo mío -relajé el tono de mi voz, hasta que llegó a ser cálido y agradable. Volví a incorporarme y me senté de nuevo sobre la mesa, mirando por la ventana.

Estaba empezando a llover bastante. Y tenía buena experiencia con los días de tormentas, ya que siempre había alguien que volvía a su casa, solo, para buscar refugio. Y cuando la sed llama a las puerta de su cerebro, esas personas se convierten en las presas más fáciles. ¡Oh! Quién me lo iba a decir. Yo fui una de esas presas fáciles que se encuentran en una tormenta, hace doscientos siglos. Esbocé una sonrisa irónica. Me gustaba cazar de la misma manera en la que a mí me habían cazado.

-A mi me interesan muchos temas, señorita. La cultura clásica es uno de ellos. Pero ese libro es pésimo -Empecé a juguetear con mis manos, sin saber muy bien lo que hacer. No tenía ningún libro pendiente por leer, aunque tampoco me daría tiempo a buscar alguno interesante antes de que aquella hermosa bibliotecaria cerrara el sitio. Sonreí, asintiendo a la chica con la cabeza. Su sangre olía bastante bien. Procuré sonreír sin enseñar los colmillos. Miré como se marchaba, de mesa en mesa, avisando a cada cliente que ya era la hora de cerrar y de que no podían quedarse por mucho tiempo más. La lluvia empezaba a caer con más fuerza en el exterior y un trueno hizo temblar los cimientos de la Biblioteca, provocándome una enorme sonrisa que no pude ocultar.

Me levanté con lentitud y me acerqué a mi gabardina. Me la puse y la abroché, metiendo cada botón en su legar y después la alisé un poco por la zona del pecho. Me puse los guantes con rapidez, pues mi palidez era demasiado extrema y, con las pequeñas lucecitas de la biblioteca, aquella blancura destacaba bastante. No deseaba que simple humanos se enteraran de quién era y, por la misma razón, tuviera que convertir aquello en una campo de masacre.

-Claro que me gustaría. A ser posible, un sitio en el que no haya demasiada luz, ya me entiende usted -dije, señalando la palidez de mi rostro, mostrándola los colmillos.

La miré de arriba abajo, arrugando la nariz. Dios. Odiaba aquel olor dulzón que tenían los cambiaformas felinos. Era demasiado empalagoso para mi gusto. No era como el de los demás, es más, los de los otros cambiaformas hasta podían atraerme. Pero el de los felinos los odiaba. Estaba también el hecho de que olía tremendamente a gato. Siempre había odiado a los gatos y a los perros. Lo mío siempre habían sido los reptiles, frío y duros. Quizás fuera una señal de que yo iba a ser frío y duro en unos años.

Pasé por su lado, quedándome a medio metro de Iryn, con una sonrisa amable. No deseaba a luchar, pues no tenía ni sed ni malas pulgas. Hoy no me habían llegado a tocar las narices con demasiada insistencia y no me habían podido hacer perder los estribos. Metí las manos en los bolsillos de la gabardina y comencé a caminar hacia la entrada, con unos andares gráciles, elegantes, sobrenaturales. Incliné la cabeza a la bibliotecaria, observando su tímida sonrisa y me volví de nuevo a Iryn, alzando una mano, haciendo un gesto para que se diera prisa.

-Vamos, mi Lady. La noche es corta -me volví a dar la vuelta y salí de la biblioteca, confiando en que ella viniera detrás de mí.