Tienes algo que necesito [Privado]

"Debo estar diciendo esto con un suspiro
De aquí a la eternidad:
Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,
Yo tomé el menos transitado,
Y eso hizo toda la diferencia."
—Robert Frost

Quejas, quejas y quejas. Eso era lo único que lo rodeaba últimamente, Magnus y Sol se habían empeñado en hacerle en recriminarle a Gustav absolutamente todo, hasta porque respiraba y eso era algo que lo tenía exhausto. Quizás sólo lo animaba a continuar las risas de su hijo, aquel pequeño que ninguna culpa tenía en tener que vivir en un lugar tan pesado como aquel. Amaba a Sol, mucho. Pero no soportaba sus constantes replicas con respecto a su hermano. Aunque en partes tenía razón, el mayor de los Faure-Dumont sólo quería paz. Magnus era un malcriado envidioso y obviamente, Gustav no tenía porque soportar sus constantes actitudes de niño mimado. Ni siquiera con que asumiera un compromiso con otra persona había hecho que su hermano menor cambiase un poco.

Y claro, para completar el cuadro, estaba Anaïs. Esa víbora no se quedaría de brazos cruzados, pero lo que no sabían aquellos dos es que Gustav ya había enviado cartas a su padre y para resentimientos ajenos, Agnès ya estaría próxima a irse a Marsella, así que si pensaban hacer flaquear a Gustav, éste ya se había adelantado estratégicamente antes de que algo fuese a arruinar su estatus. Pero estaba agotado, demasiado. Vivía en una inquietud constante, como aquel que recorre tierras desconocidas y debe protegerse las espaldas de algún depredador que quisiera tomarlo desprevenido. Así se sentía Gustav. Había noches en donde dormir parecía una ilusión nada más. Pasaba largas horas en el museo y nuevamente optó por alejarse más de su familia.

Gustav no solía concurrir los sitios más comunes de la ciudad, no era algo que disfrutara a decir verdad y aunque en más de una ocasión uno que otro amigo le habría sugerido que fueran a la taberna a pasar el rato, el hechicero simplemente pasaba. No le era una idea para nada sensata. Sin embargo, ese día pasó todo lo contrario, se sentía tan frustrado y acorralado por sus propios pensamientos que finalmente cedió a la idea de darse ese gusto al menos por esa vez.

La taberna apestaba a alcohol y a humo de tabaco. Estaba abarrotada por hombres de todos los estatutos sociales, otros iban bien acompañados y algunos simplemente preferían la soledad de la barra o acudir a los juegos de azar para ahogar sus penas o perder inútilmente su dinero. Y claro, estaban los que simplemente tenían las intenciones de pasar el rato, como Gustav.  Era una manera de huir del manicomio en el que se había convertido su hogar luego de la muerte de su madre y no, no era por Agnès. Ella era la que más cuerda estaba, a decir verdad. Su amigo Thomas era un mujeriego, apenas puso un pie en el lugar ya se había largado con alguna prostituta que estaba rondando por ahí, pero Gustav simplemente hizo caso omiso a las ideas de su compañero y se dirigió hacia la barra.

Fue entonces, antes de llegar a su destino que se percató de una presencia ajena al lugar. ¿Qué hacía una mujer como aquella en ese sitio? Y sin compañía. Gustav sintió curiosidad y no pudo evitar acercarse, intuyendo que quizás fueran a repicarle por tal osadía, pero, qué más da. No siempre se gana en esta vida y él estaba consciente de eso. Al estar a su lado se dirigió a ella, sin importarle demasiado la respuesta que fuera a recibir.

—Disculpe el atrevimiento, madame, ¿puedo acompañarla? —Mencionó con una sonrisa ladina—. No piense mal, sólo me gustaría poder conversar con alguien con toda tranquilidad. Y como ya sabrá, aquí no hay muchas personas sobrias, excepto usted, claro…