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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Óðinn Lun Abr 06, 2015 11:19 pm

Siempre odié aquel pegajoso calor que asolaba los países más al sur de Europa por aquella época del año. Yo siempre he estado acostumbrado a vivir rodeado de montañas, de hielo, de nieve, hasta el punto de que el verano más cálido que solía recordar fue una única vez en que la nieve se derritió en mi país natal, cuando apenas tenía ocho años, dejando ver bajo ella la densa capa de hierba que había permanecido oculta bajo su manto. Fue un espectáculo precioso y digno de ver, pero que ni de lejos me preparaba para las temperaturas que luego me fui encontrando al ir descendiendo en latitud, a medida que viajaba. Pero París ya lo llevaba a un extremo que me resultaba más que insoportable. No sabría decir si era por lo viciado del aire, por la suciedad de las calles, o si simplemente se debía a la mala circulación de aire que solía haber en pleno centro, pero el calor era tal que llegaba un punto en que los ropajes se te pegaban tanto al cuerpo que apenas sabías dónde terminaba la tela y empezaba la piel. Y si a eso le añadimos el hecho irreversible de que mi temperatura siempre es bastante más alta que la de cualquier humano, el resultado era que en más de una ocasión debía detenerme para recuperar el aliento, cosa que jamás en mi vida había tenido que hacer en otra ocasión. Era terrible. Y más cuando a cada paso que daba sentía cómo se clavaban las miradas de recelo de todos los presentes, recordándome lo mucho que desentonaba.

Lo que no sabían era que a mi no encajar en un sitio que odiaba me importaba poco menos que una mierda. De hecho, si aquella mañana había decidido salir de mi refugio, ubicado en un lugar estratégico del bosque, donde siempre daba la sombra, era por la simple razón de que me habían encomendado un trabajo con una suma tal que no pude negarme a hacerlo, a pesar de las altas temperaturas. Aquellas semanas, probablemente debido al excesivo calor, la cantidad de animales que había podido cazar en mis paseos por el bosque se había reducido drásticamente. Apenas un par de ardillas, un ciervo y un lobo herido, del que tras darle una muerte rápida y sin dolor, aproveché sus pieles para hacerme ropa para el invierno, que esperaba -por Thor, y todos los dioses- que no se demorase mucho en llegar. Porque si aquella ciudad ya de por sí despertaba lo peor de mi, en forma de una mala hostia impresionante, cuando además el calor era tan asfixiante que apenas me dejaba pensar, ni que decir queda que mi facilidad para aguantar tonterías ajenas se reducía a la nada, prácticamente. Lo que más raro se me hacía, de hecho, es que muchos no parecieran notarlo simplemente con mirarme. No era como si no me esforzara en conseguirlo.

- Quita de en medio, gilipollas. -Tras el primer empujón, mis manos se cerraron instintivamente en un par de puños, que hubiera dirigido a su rostro sin dudarlo ni un momento, de no haber hecho caso a mi amenaza. Más que explícita. Seguí mi camino sin prestar atención a nadie en concreto, y a la vez, estando cabreado con todo el mundo. Sólo quería regresar a mi puta cabaña, a comerme una puta ardilla guisada, y que la nieve cubriera toda la mierda que hacía que la ciudad apestase. La mala suerte hizo que mis pesquisas me llevaran precisamente al lugar en el que mayor concentración de gente había a esas horas. Y por si no fuera poco, la mezcla de olores que se alzaba lentamente en aquella masa de aire caliente sin movimiento, me dio una bofetada en toda la cara que casi me hizo tambalearme. Colonia en cantidades que no eran normales, olor a comida, a animales de alcantarilla, a maquillaje, a chocolate, a sudor... Nunca era tan consciente del odio que tenía hacia la gente hasta que me encontraba en un lugar en el que se concentraban tantas personas juntas. Y por supuesto este hecho, no hacía que la cosa mejorara, precisamente.

- Quita de en medio, joder. -Esta vez, golpeé sin mirar, y justo cuando vi tambalearse a la chica, para luego precipitarse de cara al suelo, no pude evitar soltar un exabrupto casi en voz de grito. Menos mal que la atrapé justo cuando iba a golpearse, o probablemente toda aquella rabia contenida se hubiera convertido en culpabilidad. Observé la tez pálida de la joven, que inconsciente, yacía entre mis brazos. Y algo se removió en mi interior.

Aun hoy no sé lo que fue. ¿Remordimientos?
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Mensaje por Olympia El-Gohary Mar Mayo 12, 2015 6:54 pm

"El pasado es la única cosa muerta cuyo aroma es dulce."
Eduard Thomas

De su trabajo como sicario, lo que más le molestaba era tener que seguir a sus víctimas en lugares tan poblados. Pero debía realizar una tarea minuciosa de inteligencia, aprender sus movimientos de memoria, saber qué les gustaba y qué no, cuáles eran sus hábitos y sus deseos. No era, simplemente, matar por matar y luego recibir un dinero. Era de su agrado saber qué había llevado a una persona a contratar sus servicios para acabar con la vida de otro, una decisión nada fácil de asumir y, mucho menos, de llevar a cabo. Si bien sabía que quienes acudían a ella eran cobardes, pues no se atrevían a darle fin con sus propias manos, no era su tarea juzgar ni a una parte ni a la otra, por lo que se limitaba a realizar su observación con minuciosa atención, sin caer en valoraciones vanas, que no le impedirían realizar su labor, pues de una forma u otra, lo llevaría a cabo. Jamás se había negado a un trabajo, a pesar de que en más de una ocasión había tenido que ir en contra de las leyes de la naturaleza. Siempre recordaría el rostro de los dos niños que tuvo que asesinar: la pequeña, rubia, con unos tirabuzones envidiables, la miró con desafío, a pesar de haber presenciado cómo ella, con un corte limpio en la garganta, asesinaba a sus padres; el nene, más sumiso, simplemente cerró los ojos. Olympia no titubeó; fue un efecto colateral. Era el único momento con el que contaba para cumplir la tarea encomendada por un Conde que detestaba a su cuñado, quien tenía información sobre las tareas non sanctas que aquel realizaba y que amenazaba con publicar. La egipcia se tomó el trabajo de que todo pareciera un robo, y si bien había decidido no sentir culpa por matar a esos niños –no tenían más de ocho años ninguno de los dos-, solía tener pesadillas con ellos.

No supo por qué recordó la cabecita repleta de rulos de esa nena, quizá porque a quien debía asesinar en esa ocasión, no era más que un mozalbete de quince años, con la cabellera muy parecida a la de aquella niña. No esperaba el impacto que recibiría al evocar sus memorias, y era ese el motivo por el que deseaba volver a tomar la sangre de un vampiro, pues podía volverse más racional y dejar a un lado sus emociones, pero le fue inevitable, y se quedó parada justo frente a él. Luego, todo se ensombreció. Un segundo antes de caer en la inconsciencia se dio cuenta que había sido golpeada. No tuvo tiempo de temer haber sido descubierta, tampoco de reaccionar, simplemente la oscuridad acudió a ella con la misma fiereza con la que la habían engañado sus sentidos. En su pasado como esclava de sangre de aquel desgraciado eso jamás le hubiera ocurrido, y luego lamentaría profundamente que le hayan asestado aquel golpe en medio del rostro. No podía permitirse aquella flaqueza, no podía permitirse ser tomada por sorpresa. Serían las consecuencias para su moral mucho más terribles que el dolor físico.

El sueño en el que fue sumergida violentamente, no fue nada placentero. Su niñez, el día en que su familia fue exterminada por la plaga de inmortales, los horrores de los que había sido testigo como su prisionero, todo lo que había hecho obligada. Había forjado su temperamento a fuego lento, se habían encargado de hacerla dura y fuerte, había presenciado matanzas por doquier, sus ojos habían visto el accionar de los vampiros casi como una más; ella misma había colaborado con esas bestias, pues le daban su sangre y la entrenaban para convertirla en una máquina de matar, y lo habían conseguido. Olympia no sabía lo que era la compasión, jamás le había temblado el pulso para apretar un gatillo, degollar a una persona, asfixiarla o ahorcarla; conocía en detalle las técnicas de ejecución, y si bien no se decantaba por ninguna, prefería los trabajos limpios. Luego, cuando había decidido darle fin a aquella vida de mentiras, que la había convertido en un ser sin alma, y terminó rompiendo las cadenas, agradeció todo lo aprendido, pues así fue que resistió la abstinencia de la sangre y pudo sobrevivir a los peligros que la habían acechado desde el primer día que huyó. Luego, terminó explotando las virtudes adquiridas y tenía una existencia modesta y una economía medianamente holgada, producto del trabajo que realizaba sin fisuras. Sin embargo, era consciente de que no quería aquello para siempre, que algún día llevaría a cabo su venganza y podría vivir en paz.

¿Qué…sucedió? —intentó abrir los ojos, pero le fue imposible. Estaba mareada y sentía la boca pastosa junto al metálico sabor de su propia sangre. Una arcada la obligó a incorporarse, pero pasó rápidamente. Se mantuvo en la misma posición, aún con los ojos cerrados y el mundo a su alrededor dando vueltas, pero sabiendo que no estaba sola. Se preguntó si la habrían despojado de sus armas y, ante la imposibilidad de cerciorarse, tuvo una espantosa sensación de desnudez. — ¿Tú me golpeaste? —murmuró, aún con dificultad.
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Mensaje por Óðinn Jue Jun 11, 2015 8:00 pm

Bufé de forma bastante audible al darme cuenta por el hilillo de sangre que salía de entre los labios de la mujer que mi intento de impedir el golpe no había llegado a tiempo. Aunque pude sostenerla antes de que su cabeza rebotara haciéndole aún más daño, era evidente que ya se había golpeado previamente. Le retiré los cabellos que se habían enmarañado en torno a su rostro para permitirle respirar con más facilidad. No había heridas claramente visibles, quizá un labio partido como mucho, pero era más de lo que había pretendido hacer, desde luego. Aunque nunca tuve ni tendré reparos en golpear a la gente que me toca las narices, la realidad es que aquella muchacha simplemente se había cruzado por mi camino brevemente. Y no, mi código de honor no decía nada sobre no lastimar a las mujeres. Para mi sólo habían dos tipos de seres humanos, los que eran prescindibles y los que me resultaban indiferentes. Los primeros solían acabar siendo tarde o temprano víctimas de mis instintos predatorios, y los segundos sólo estarían a salvo de mis garras en tanto en cuanto no se metieran en mis asuntos. Aquella chica, de entrada, había ido a parar directamente al grupo de personas que no me importaban nada en absoluto, y se había llevado el golpe cuando ni siquiera lo había planeado.

Sin embargo, no supe identificar el motivo por el que tras sujetar con firmeza su cabeza para que no hiciera movimientos bruscos, me quedé paralizado, observándola durante un instante. Y no, claramente no era una muestra de arrepentimiento, ni mucho menos de culpabilidad. La verdad es que al mirar de cerca aquel rostro que al principio me resultaba completamente desconocido, pude ver algo en él que me transmitió cierta sensación de familiaridad. No eran sus facciones, estaba seguro de que no las había visto en mi vida. Tampoco eran sus cabellos, aunque vagamente me recordaban a la tonalidad azabache de los de mi difunta madre. Ni siquiera era sonido de su voz, cuando débilmente trató de preguntar, por mi, su "agresor". Era su gesto. El terror que reflejó el gesto que dibujó por un momento, y la forma que tenía de aferrarse a sus ropajes, como si estuviera escondiendo... ¿algo? No tardé demasiado en ver lo que parecía ser un puñal, y mucho menos en esconderlo con sus propias prendas. Fruncí el ceño, entre confuso y divertido. Así que era eso. Eso era lo que me resultaba familiar, la expresión adolorida de un mercenario al sentirse descubierto. Algo que por desgracia había sentido en más de una ocasión, aunque afortunadamente en mi caso nunca había acabado mal. No es fácil lastimar a una criatura como yo.

- Oh, sí. Está claro que he sido yo. ¿Acaso crees que en una ciudad tan podrida como esta nadie que no fuera tu agresor iba a hacer el amago de detenerse para ayudarte? Los parisinos sólo miran y cuchichean. No son "hombres de acción". -Más que decir aquellas palabras, casi parecía que las escupía, con aquel tosco acento que siempre salía a relucir cuando mi enfado se iba incrementando. Un corrillo de personas se había situado a nuestro alrededor, actuando exactamente como yo había descrito. Sentí sus miradas clavadas en mi nuca, y por un momento realmente deseé que la Luna se alzase en lo alto, convirtiéndome en aquella bestia sedienta de sangre que no tendría problemas en hacerlos pedazos. No es que en forma humana tuviera demasiados reparos en dañar a los demás, pero era fácilmente reconocible. Y oye, de algún modo tenía que encajar. - ¡¿Qué coño miráis?! ¿Tengo monos en la cara? Panda de buitres... -Varias señoras se voltearon farfullando por lo bajo lo maleducado que era, y no pude más que sonreír. Si realmente hubieran escuchado las muchas cosas que se pasaron por mi mente para decirles...

- Ahora que ya no nos miran, ¿me puedes explicar por qué llevas eso ahí? ¿O tengo que golpearte, ahora adrede, para sacártelo? -No es que ignorara la presencia de otros mercenarios o asesinos en la zona, pero normalmente unos no se interponían en el camino de los otros. Yo siempre trabajo solo, y no pensaba compartir mi paga con nadie. Así que en caso de que su respuesta no me convenciese, ahora sí tendría motivos para incluirla en la lista de aquellos a los que predar. La cogí por el mentón sin demasiada delicadeza, girando su rostro hasta que quedase frente al mío, esperando a que abriese los ojos.
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Mensaje por Olympia El-Gohary Vie Jul 10, 2015 3:28 pm

Lo que más le había costado al momento de volverse una simple humana, era acostumbrarse nuevamente a las debilidades. La sangre de los vampiros la había hecho poderosa, y el dolor no había sido tan intenso; aunque claro, a las heridas del alma no se las había curado. Recordaba la primera vez que habían vuelto a golpearla tras abandonar su vida de esclava, y la espantosa sensación de muerte que la había recorrido, a pesar de haber sido una simple cachetada que le dio una mujer por creer que era la amante de su marido, al cual desconocía. Olympia se había tomado la mejilla como si le hubiesen clavado un cuchillo, y su expresión de confusión convenció a aquella regordeta dama de que se había equivocado. Se había sentido tonta e impotente, y estuvo a punto de flaquear, pero había tomado la decisión de no caer nunca más en una tentación de aquel tipo y, hasta el momento, lo había conseguido. El entrenamiento recibido le había otorgado la posibilidad de soportar lo que a humanos comunes los habría matado en cuestión de pocos minutos, y si bien la venganza era el motor principal, al momento de resistir, era su propio orgullo y la fe lo que la sostenían. Se encomendaba a Al-lāh y los vejámenes la fortalecían. Torturada y vapuleada desde la primera infancia, Olympia había endurecido cada parte de su carácter y eso había sido de gran ayuda a la hora de convertir a su cuerpo en su principal arma. Podían faltarle dagas, armas de fuego, pero jamás sus manos y sus piernas.

Había aprendido a distinguir la fuerza, y claramente, el golpe había venido de un sobrenatural. Era plena luz del día, sólo podía tratarse de un cambiante o un licántropo, algo que, de cierta forma, agradeció. Lo escuchó ahuyentar a los curiosos, aunque su voz se le hizo demasiado lejana para distinguir las palabras. Detestaba aquella sensación de indefensión y no poder acomodar el espacio y el tiempo. Maldito el momento en que se había cruzado en su camino. Con odiosa lentitud, el mundo fue tomando forma una vez más, y la pregunta que su agresor le hizo la puso en alerta, acelerando la recuperación. Cuando sintió la mano extraña en el mentón, focalizó su mirada y estudió al desconocido. Jamás lo había visto, y tenía una excelente memoria. Tragó con dificultad, sentía la boca pastosa y ansiaba beber agua, pero claramente la situación no habilitaba una exigencia semejante.

Ésta vez ya no me tomarás desprevenida, no te será tan fácil doblegarme —comentó con suavidad, mientras cerraba su mano en la muñeca del agresor y la alejaba de sí, sin ningún atisbo de brusquedad. Se sentía intimidada por haber descubierto las armas que ella llevaba, y no era el lugar ni el momento para armar un escándalo, mucho menos una pelea. Olympia se percató de que se trataba de un hombre violento, y ella no era la clase de persona que hacía uso de la fuerza sin un fin necesario. Estaba más que claro que no había sido su objetivo principal y que aquella estúpida escena se había tratado de una confusión que había arruinado los planes de ambos. —Supongo que si esto fuese al revés, no me dirías por qué llevas un arma. Confórmate con que te diga que no iba a utilizarla contigo —completó, intentando ponerse de pie, aunque el persistente mareo no se lo permitió.

¿Con qué me golpeaste? —se quejó. Llevó el dorso de su mano a su comisura, observó la mancha roja de su propia sangre. —Hace tiempo que no me provocan algo semejante —se sorprendió, para lanzarle un vistazo al hombre. — ¿Serías tan amable de devolverme mi daga, o me veré obligada a devolverte la gentileza en cuanto mi cabeza deje de dar vueltas? —estaba visiblemente irritada, no sólo por el hecho de que su trabajo se había visto interrumpido por un demente, sino porque su orgullo se había hecho añicos. Detestaba sentirse débil y no ser dueña de sí, era consciente de que no estaba en las mejores condiciones para dar pelea y que no sería oponente para su casual agresor. Se dijo que era hora de volver a entrenarse en soledad, alejarse un poco de las tareas que le quitaban tiempo para su concentración. No podía negar que estaba cansada, pasaba noches enteras sin dormir, esperando el momento preciso para dar sus golpes de gracia, y su cuerpo comenzaba a acusar el desgaste. ¡Maldita la hora en que se había acostumbrado a la sangre de vampiro!
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Mensaje por Óðinn Dom Sep 06, 2015 9:32 pm

Una sonora carcajada escapó de mi garganta al momento en que la mujer, que a pesar de su aspecto probablemente maduro y serio ni siquiera rozase la treintena, se armó de valor para escupirme aquellas palabras a la cara, como yo mismo había hecho antes con ella. Agallas no le faltaban, eso quedaba claro, pero francamente, siempre me ha parecido estúpido que alguien que tiene las de perder se muestre de forma tan agresiva con aquel que tiene la capacidad de dañarle entre manos. Probablemente en otra ocasión no podría decirlo con tanta certeza, ya que aquel puñal reflejaba que seguramente se dedicase a lo mismo que yo, pero en aquel momento, era yo quien tenía la ventaja. Ella estaba adolorida, y por si fuera poco, a apenas un palmo de mi cuerpo. No es por fardar de fortaleza, pero ningún humano, por muy mercenario que sea, puede plantarle cara sin más a un licántropo. Y menos aún si era tan enclencle como aquella mujer. Sería rápida, eso no lo dudaba, pero le faltaba musculatura para poder hacerme frente a aquella distancia tan corta. Aún así, acogí sus palabras con cierta simpatía, no porque normalmente me gustara que me hablaran de ese modo, en el mismo tono que yo empleaba, sino porque francamente, me hizo gracia que dada la situación se revolviese de aquella forma. La expresión de "minino cabreado" se abrió paso en mi mente a la velocidad del rayo. Tentado estuve de soltárselo para ver qué hacía. Pero opté por limitarme a responder a sus agresiones verbales del mismo modo. Total, ya a esas alturas había logrado espantar a todos los curiosos de mi alrededor. Una ventaja de ser como soy.

- Francamente, no sé si sería sencillo o no doblegarte, pero de lo que estoy seguro es de que sería francamente divertido, a la par que satisfactorio, terminar lográndolo. Claro que ese no es el tema. A mi me falta alcohol y a ti te sobra ropa para llegar a esa conversación. -No es que el cortejo fuera uno de mis fuertes, a la vista estaba. Aquella chica tenía buen cuerpo, y carácter, y ambas cosas solían llamar mi atención viniendo de las féminas. Claro que al ver la daga mi cerebro -el de arriba, obviamente- hizo un breve repaso de prioridades, y averiguar qué coño hacía allí me pareció más importante que rendirme a las exigencias del que estaba más abajo. Cuestión de supervivencia. Para suplir otro tipo de necesidades fisiológicas, lo primero era seguir con vida. No es que aquella mujer representara una amenaza inminente, de hecho, temor era lo que menos me inspiraba, pero no me gustaba ver que varios mercenarios comenzaban a ocupar mi territorio. Ya bastante me costaba ganarme el sustento, como para tener que andar compartiendo clientes.

- Y también supuse que no ibas tras mía. Me habría dado cuenta. Además, de que no sé qué tipo de técnica sería dejarte golpear por aquel al que tienes que cazar. Lo veo un poco absurdo... Así que el tema es, por qué demonios la llevas. A quién perseguías, y por qué aquí. Y no, obviamente si tú te hubieras chocado conmigo no te hubiera dicho nada, pero creo que a la inversa igualmente hubieses sido tú la que habría acabado en el suelo. Así que baja los humos, cariño, y empieza a largar. -Volví a cogerla del mentón, pero esta vez haciendo bastante más fuerza, para luego ejercer algo de presión en su hombro, impidiendo que se levantara, aunque la verdad, dudaba que hubiera podido hacerlo por sí misma. No entendía a las mujeres que por hacerse las valientes se ponen en peligro. Seguía igual de pálida que al principio. No era el momento de levantarse, y obviamente tampoco yo iba a ser tan tonto de dejar que lo hiciera para que saliese corriendo. No sin saber lo que quería saber.

- Supongo que con el hombro, o quizá con el brazo. Me molesta que se acerquen mucho a mi, y ya estaba bastante cabreado, así que te llevaste el golpe de otro. -Me encogí de hombros por toda disculpa, y luego le mostré brevemente el arma, que volví a esconder en seguida. - Te la devolveré cuando me contestes. ¿Por qué estás actuando en esta zona? ¿Detrás de quién vas? No estoy dispuesto a compartir el territorio con nadie, y menos con alguien que va así de despistado. -Me la quedé mirando largamente. No, no la conocía de nada. Ahora que estaba despierta, podía estar del todo seguro de eso. Aunque no sabría decir si era bueno o malo. Probablemente diera lo mismo. No me gusta que se metan en mi camino, y eso es lo que ella había hecho, y además, literalmente -¿o había sido al revés?-. - ¿Y bien? Tengo todo el tiempo del mundo, pero mi paciencia es escasa. Así que tú verás... Y por cierto, te aconsejo que dejes las amenazas para alguien de tu tamaño. Sería un desperdicio que alguien con semejante par de... razones, acabase en el fondo del lago.



Última edición por Ragnarök Niflheim el Dom Dic 27, 2015 2:54 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Olympia El-Gohary Vie Dic 25, 2015 9:23 pm

Siempre había habido algo que a Olympia la fastidiaba del ambiente en el que se movía: que la subestimaran por ser mujer. En más de una oportunidad había tenido la mala fortuna de cruzarse con hombres que parecían más preocupados por su condición natural, que por el hecho de ser mejor que ellos. Antiguamente, su familia era un linaje de reconocidos cazadores que, asentados en El Cairo, habían hecho de su profesión, una religión a la par del Islam que tan celosamente practicaban. Su clan, ya que tenía rasgos de esa camaradería y parentesco, estaba compuesto por mujeres fuertes y hombres poderosos. Claro, eran ellos los que llevaban el mando, pero las féminas estaban a la par en cuanto a eficacia y eficiencia. Su madre había sido una de las mejores, y por ello no había sido casual que el líder de los El-Gohary la eligiera para esposa de su hijo y le diese descendencia fuerte. Sólo Olympia había sobrevivido y cargaba en sus espaldas con la presión de no arrojar por el acantilado el nombre que durante tantas generaciones se había forjado. El hecho de haberse reinsertado en el competitivo y complejo mundo de los cazadores, no había estado repleto de dudas, ya que nadie sabía perfectamente dónde había permanecido durante los años que fueron desde el ataque de los vampiros a su familia hasta su escape. Ella no contaba la historia, y un manto de dudas se había erigido en torno a la egipcia. Si no hubiera sido el calco de su madre, nadie habría creído que era ella.

Sin embargo, Olympia había terminado optando por un medio de supervivencia que superaba al trabajo que realizaban sus antecesores. Sus habilidades innatas, las de crianza y las adquiridas junto a sus verdugos, le habían dado la pauta de que convertirse en sicario era otra de las grandes oportunidades. Para ella no era matar por matar; de hecho, realizaba un ritual de oraciones y se entrenaba espiritualmente para sobrellevar tamaña tarea. Su incapacidad para sentir empatía por el gran común de los seres que habitaban el planeta, había sido de gran ayuda a la hora de colocar una bala en la frente de una esposa infiel o clavar un cuchillo a la altura de los riñones de un marido golpeador. A ella no le interesaban, concretamente, las causas por las cuales contrataban sus servicios, sino el rédito, no sólo económico, sino físico. Matar humanos era un entrenamiento, no llevaba demasiado esfuerzo, pero sí afilaba sus huidas y la forma de abordar a sus víctimas.

Te sorprenderían la cantidad de técnicas que existen para asesinar —desestimó, por completo, los comentarios sobre doblegarla. Olympia estaba orgullosa de sus habilidades, pero eso no significaba que se pavoneara de ellas. Sabía, a ciencia cierta, que siempre habría desventaja entre ella y los sobrenaturales, pero la habían entrenado para maximizar las ventajas y no pensar en lo que no tenía a favor. No era optimismo, era confianza; y ésta, era la piedra fundacional de un trabajo como el suyo. —Si crees que inmovilizándome de ésta manera, conseguirás que hable sobre información que es confidencial, vas por muy mal camino —estaba casi repuesta, y eso fortalecía su testarudo carácter. Había soportado torturas siendo una niña, aún cuando no recibía las mieles de la sangre de vampiro, no sería un sobrenatural de poca monta el que la haría flaquear. Además, no era una misión importante la que llevaba a cabo, y le hizo preguntarse cuál sería el motivo de fondo de la curiosidad del “caballero”. Estaba claro que no se trataba de una simple disputa territorial.

No creo que te moleste tanto que se acerquen a ti —prosiguió con una indescifrable sonrisa en los labios —ya que la distancia que has puesto entre nosotros dista mucho de ser amplia. Si me dejas ponerme de pie, quizá, acceda a hablar contigo en otros términos pero, en éstas condiciones, no lo haré. Créeme, no soy la clase de persona que huye, y menos si tienes mi daga entre tus pertenencias, no me iría sin ella —Olympia agradecía haber sido preparada en la paciencia, que era otro de los pilares de su forma de vida. La ansiedad no era buena compañera, podía provocar que las manos transpirasen, que los músculos no se moviesen de la forma adecuada, que sus miembros no le respondieran como ella deseaba y, por sobre todo, no permitía mantener la mente despejada para la abstracción que necesitaba a la hora de llevar a cabo una tarea. Su ocasional atacante, no parecía haber sido bendecido con tal virtud, y esa era una de las desventajas a la que ella debía sacarle provecho. No todo era un juego físico, la mente era el compañero más importante de cualquiera que quisiera sobrevivir, ni hablar si se vivía en peligro. Sin la paciencia, le habría sido imposible sobrellevar la cruz de la venganza e idear, en el paso de los años, la forma más sensata y, a su vez, más cruel, de llevarla a cabo. El horizonte de Olympia era una misión de la cual, seguramente, saldría muerta y, para eso, debía estar preparada.
Olympia El-Gohary
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