Scars || Privado

por **Crowley Missös** Vie Nov 13, 2015 11:48 pm

Las gotas de sudor se escurrían por su frente. Cada respiración eran más acelerada que la anterior y los latidos de su corazón se escuchaban resonando dentro de su cabeza. El bosque parecía estar sacudiéndose brutalmente, y sólo podía observar las puntas borrascosas de los árboles a lo lejos. Algo andaba mal. Ladeo la cabeza para observar el brazo cuyo ardor era como estar al rojo vivo; se había desangrado lo suficiente como para causar el mareo que le convertía en una presa fácil. Y sin embargo, continuaba corriendo.

Podía ver la melena rubia a unos cuantos kilómetros de ahí, danzando contra el viento y enredándose de vez en cuando en las espinas de los arbustos. Los pies de aquella semiconsciente humana, dejaban sus huellas en la tierra húmeda. Cuencos que servían como caverna a los gusanos y otro tipo de alimañas. La seda blanca de su vestimenta, había sido corrompida por el polvo y la sangre que él mismo había salpicado en ella. ¡No la quería lastimar! Él nunca deseaba que ellas sufriesen al momento de la muerte, pues cada marca, cada contusión, cortada o raspón, dejaba sobre el lienzo perfecto de su piel y para Crowley, eso era la muerte.

La joven adolescente poseía una belleza incomparable, el color de sus orbes era de un azul profundo, cristalino y se asemejaba a algún tipo de galaxia en la lejanía del firmamento. Sus dorados mechones, caían en cascada descomunal por lo largo de su espalda, ondulándose, vertiéndose por el arco de su cuello cual telaraña perlada para los insectos. Su figura, aunque en pleno desarrollo, mostraba un par de bultos en sus pechos que incitaban a querer tocarlos. Las palmas de las manos, apenas podrían encontrarlos en el llano de su torso, pero se disfrutaban cual esferas de oro. ¡Oh, y el cáliz! ¡Ese hermoso venus en sus piernas! Un deleite, cuna suave y pálida cual sonrisa de la luna. No obstante, aunque pudiese describir la poesía de su beldad física, no había nada en ella más preciado para el cazador, que su piel… Ese tapiz sublime, sin desperfecto alguno, cuya blancura y finura eran pecado. No había en ella, ningún lunar, cicatriz o mancha o peca, que pudiese avergonzarla, y él la deseaba.

Al cazador le divertían los juegos, la lucha acentuaba su locura y perfilaba el escenario perfecto, para satisfacer el sadismo de su mente. Pero no importaba qué, cuándo o cómo, si una de sus víctimas se defendía, él jamás las tocaría.

Pero había algo en esa chica que él no había notado, y no importó la cantidad de veces que la rondó, esperó y persiguió, alguien mucho más astuto e invisible que él, la perseguía y precisamente la criatura que le había herido, ah pero aquel pobre infeliz no sabía con quien se había metido y también logró lastimarle. Incluso se le había adelantado un poco, ahora la mujer cuya piel era asquerosamente perfecta, se había convertido en un trofeo para ambos.