AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Te he visto antes. ¿Me recuerdas donde? -Privado-
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Te he visto antes. ¿Me recuerdas donde? -Privado-
- "¡ Que corra el vino, las mujeres y la buena música !" parecían gritar al unísono algunos de los que estaban allá congregados, era habitual que las celebraciones de los nobles fuesen a veces motivo de celebración para los campesinos o la gente que no podía permitirse poder tener otra preocupación que no fuese la de asistir a fiestas y firmar papeles. De la fiesta, se había enterado por mera casualidad ya que su empresa iba bien y él no era un hombre de estar enhaulado en casa especialmente en las noches, pudo ver en una de las calles más concurridas de Paris a varias mujeres llevando cestos con comida, a hombres con botellas de vino presumiendo de como habían hecho para que esa bebida fuese la mejor de la fiesta, los niños que antaño estaban demacrados ahora tenían un aroma a jabón de azufre que era como un perfume. Se detuvo, mirando toda esa gente apelotonada, sintió curiosidad. Porque él, no era un hombre que estuviese cómodo rodeado de gente, sin embargo mientras notaba las risas escandalosas de las mujeres y las palabras repletas de saliva de hombres con mal aliento, una sonrisa se colaba por sus comisuras no obstante, ésta tenía poca presencia, poco acostumbrado a sonreír más de la cuenta.
Así que, así fue como se "coló" en una fiesta en la que no era necesaria una invitación. Lo primero que hizo fue vender su ropa al mejor postor, quizas quería jugar con una julieta pero eso en verdad le importaba más bien poco, la ropa asombrosamente le iba bien, sintió de nuevo los ecos de la vanidad entrechocar cínicamente como una burla en su cabeza, todo le sentaba bien, él mismo había escogido a un muchacho que tuviese espaldas anchas y ropa que no estuviese demasiado comida por los bichos; Se miró en un espejo improvisado, llevaba una camisa de manga larga con algunos cortes que desprotegían su piel del frío, un escote en V de forma que mostraba algo de la piel de su cuello, un chaleco de lana sin abrochar, con unos pantalones color beige que se mecían libremente sin apegarse a la piel. Se abrochó una vez más la corbata al cuello, lo único de lo que no había podido desprenderse, un eco de materialismo pero que era propio de él.
Guardó en aquellos bolsillos medio rotos la pipa, el tabaco y algo de dinero, mientras guardaba unas monedas en otros sitios que él conocía de haberlos usado además cuando no tenía más dinero que el que podía coger del suelo arrastrándose como una rata. Así pues, la "rata" del pasado ahora era un hombre hecho y derecho incluso más rico que muchos nobles, esa "rata" empezó a bailar, a tomar a las damas de la mano, bailando y robando un beso en la mano de éstas, un juego que no era peligroso, un fuego que no llegaba a arder mientras incluso tomaba a bailar a algunas ancianas, más que baile, era darles unas vueltas y pedir un buen trago, de tan bebedor que era caía bien a los hombres y de tan pícaro que sonaba le perdonaban cualquier falta que pudiese tener con las mujeres. Así pues, cuando la fiesta finalmente acababa y solo unos pocos se negaban a abandonarla, se unió con ellos a la taberna, tenía el cabello despeinado, la sonrisa que antes se negaba a proclamar su presencia, ahora vestía su rostro mientras los orbes negros destellaban de forma presurosa. Así pues, no sintió lo verdaderamente cansado que estaba hasta que pudo sentarse en una de las sillas de la barra.
Allí, esgrimió un quejido, había estado bailando horas y horas, los pocos asientos, eran ocupados por mujeres y ancianos o niños aburridos y mujeres tìmidas. Sin importar lo que pudiesen pensar, cruzó la pierna, se desabrochó uno o dos botones de la camisa, dejando al descubierto su torso, nadie le prestaba mucha atención, había incluso un hombre entrado en kilos que utilizaba la camisa como un gorro, con las mejillas mofletudas bien enrojecidas bebia de nuevo otro trago de licor ante la mirada risueña de varios hombres que esperaban ver cuando pararía de beber. Así que, una vez que había vuelto a la "realidad", giró su cabeza- Disculpe -Logró decir con voz ronca, algo seca de no haber bebido más que vino aguado que era un tanto amargo. Sonrió de forma divertida, incluso si aquel era un hombre, no le importaba demasiado. Tomó un sorbo de cerveza, cuando se giró para ver a quien había pedido disculpas, se quedó pensando "Le conozco, a este le conozco, pero no me acuerdo de qué" logró o intentó hacer memoria, pero de manera inútil por lo que le tendió el vaso de cerveza- ¿Compartimos hasta que te traigan uno?
Así que, así fue como se "coló" en una fiesta en la que no era necesaria una invitación. Lo primero que hizo fue vender su ropa al mejor postor, quizas quería jugar con una julieta pero eso en verdad le importaba más bien poco, la ropa asombrosamente le iba bien, sintió de nuevo los ecos de la vanidad entrechocar cínicamente como una burla en su cabeza, todo le sentaba bien, él mismo había escogido a un muchacho que tuviese espaldas anchas y ropa que no estuviese demasiado comida por los bichos; Se miró en un espejo improvisado, llevaba una camisa de manga larga con algunos cortes que desprotegían su piel del frío, un escote en V de forma que mostraba algo de la piel de su cuello, un chaleco de lana sin abrochar, con unos pantalones color beige que se mecían libremente sin apegarse a la piel. Se abrochó una vez más la corbata al cuello, lo único de lo que no había podido desprenderse, un eco de materialismo pero que era propio de él.
Guardó en aquellos bolsillos medio rotos la pipa, el tabaco y algo de dinero, mientras guardaba unas monedas en otros sitios que él conocía de haberlos usado además cuando no tenía más dinero que el que podía coger del suelo arrastrándose como una rata. Así pues, la "rata" del pasado ahora era un hombre hecho y derecho incluso más rico que muchos nobles, esa "rata" empezó a bailar, a tomar a las damas de la mano, bailando y robando un beso en la mano de éstas, un juego que no era peligroso, un fuego que no llegaba a arder mientras incluso tomaba a bailar a algunas ancianas, más que baile, era darles unas vueltas y pedir un buen trago, de tan bebedor que era caía bien a los hombres y de tan pícaro que sonaba le perdonaban cualquier falta que pudiese tener con las mujeres. Así pues, cuando la fiesta finalmente acababa y solo unos pocos se negaban a abandonarla, se unió con ellos a la taberna, tenía el cabello despeinado, la sonrisa que antes se negaba a proclamar su presencia, ahora vestía su rostro mientras los orbes negros destellaban de forma presurosa. Así pues, no sintió lo verdaderamente cansado que estaba hasta que pudo sentarse en una de las sillas de la barra.
Allí, esgrimió un quejido, había estado bailando horas y horas, los pocos asientos, eran ocupados por mujeres y ancianos o niños aburridos y mujeres tìmidas. Sin importar lo que pudiesen pensar, cruzó la pierna, se desabrochó uno o dos botones de la camisa, dejando al descubierto su torso, nadie le prestaba mucha atención, había incluso un hombre entrado en kilos que utilizaba la camisa como un gorro, con las mejillas mofletudas bien enrojecidas bebia de nuevo otro trago de licor ante la mirada risueña de varios hombres que esperaban ver cuando pararía de beber. Así que, una vez que había vuelto a la "realidad", giró su cabeza- Disculpe -Logró decir con voz ronca, algo seca de no haber bebido más que vino aguado que era un tanto amargo. Sonrió de forma divertida, incluso si aquel era un hombre, no le importaba demasiado. Tomó un sorbo de cerveza, cuando se giró para ver a quien había pedido disculpas, se quedó pensando "Le conozco, a este le conozco, pero no me acuerdo de qué" logró o intentó hacer memoria, pero de manera inútil por lo que le tendió el vaso de cerveza- ¿Compartimos hasta que te traigan uno?
Axter Moureau- Humano Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 15/01/2015
Re: Te he visto antes. ¿Me recuerdas donde? -Privado-
Una suave brisa acariciaba aquella noche de París en la que la luna se hallaba ausente. Se trataba de un vientecillo gélido que con cautela giraba las esquinas de las angostas callejuelas, como si antes de continuar su camino debiera comprobar la ausencia de viandantes. No viajaba sola, sino que una pequeña hoja de olmo caduca le acompañaba en su recorrido, danzando al son del suave compás del soplido y agarrándose a su etérea consistencia para no caer al suelo, lugar de donde se sabía incapaz de volver a retomar el vuelo. Ambas dos se dejaron llevar hacia el sur con la intención de mantener el rumbo hasta llegar al Sena, adentrándose por uno de esos barrios nuevos que compartían la misma desgastada apariencia con las demás secciones obreras de la ciudad. Sin embargo, y como suele ocurrir, algo debía de entrometerse en sus planes, dando por finalizada la breve unión.
Adriel d'Auxerre encerró la hoja con delicadeza entre sus firmes dedos. Pese a haberla percibido y a haberla enjaulado, no dirigió su mirada ni tan sólo por un instante a ella. Tampoco hubiera podido, ya que sus pupilas parecían prendadas de una vieja y deslustrada moneda semienterrada en el suelo, la cual llevaba observando por al menos cuarto de hora. Sin embargo, inconscientemente comenzó a analizarla, rozando su fría piel contra la rugosa superficie y recorriendo su serrado linde, sin más afán que el de intentar distraer una mente que, de una u otra forma, no se dejaba embaucar. En efecto, por mucho que aparentemente se centrase en la muerta y combada lámina o en el redondel a medio desaparecer en medio del húmedo fango que conformaba el suelo de la ciudad en una jornada lluviosa como lo había sido aquella, su atención recaía sobre otros menesteres.
No sabía cómo había acabado allí, a las puertas de uno de los tantos tugurios de la ciudad, con la espalda apoyada contra su fachada y los brazos cruzados sobre esa camisa que hacía una semana que debía de haber lavado. No es que oliese, dado que los de su especie no poseían la capacidad de sudar, pero había sido inevitable que se hubiera manchado durante esos días. Pero no podía permitirse ni arriesgarse a ser visto por la residencia de aquellos que en su momento hubiera llamado familia, ni el lujo de gastarse sus muy escasos fondos en una nueva, y tampoco se había molestado en acercarse al río a adecentarse. Total, en ese estado pasaría más desapercibido entre el resto del populacho.
Al cabo de unos cuantos minutos más, el vástago pareció cansarse de tomar el fresco y, tras liberar a su prisionera, se adentró en el interior del local. Aquel ambiente cargado de una mezcla de un un penetrante aroma a humanidad, desmedidas risotadas y un sofocante calor volvió a recibirle. En otra ocasión lo hubiera acogido con júbilo, consciente de la diversión que prometía, pero precisamente en aquella su humor no parecía querer desatender sus profundas cavilaciones en pos de algo que, sin duda, le haría bien. En el fondo hasta él era consciente de que debía distraerse, pero, o bien ese conocimiento no tenía gran peso en su interior, o bien aún no había encontrado algo lo suficientemente interesante como para arrastrarle lejos de la malsana influencia de sus preocupaciones.
A codazos y suaves empujones se abrió paso a través de aquella sala, demasiado atestada pese a su amplitud. O quizás no hubiera tanta gente, sino que fuera la falta de equilibrio de los borrachos lo que hacía que uno debiera rodear las zonas de mayor conflicto para no quedar bañado en cerveza. Algunos dirían que de perdidos al río, pero, llamadle loco, Adriel prefería el alcohol en el estómago, no embadurnándole la ropa para insistir en la suciedad de ésta. Sea como fuere, logró llegar al fondo del establecimiento, donde se dejó caer en un sencillo taburete, dejando caer el peso de su cabeza en la mano apoyada en su barbilla. Había demasiada gente armando barullo como para que el muchacho que atendía a las bebidas reparase en él y le echase a la calle por no consumir nada, así que decidió no llamar su atención y quedarse en el sitio, volviendo a abstraer la mirada como cuando la posara en la moneda, sólo que en ese momento cambiando ésta por las jarras de los compadres que brindaban por vaya usted a saber qué. Pero esta vez no fue él el que interrumpió la ensoñación, sino que fue otro el que vino a importunarle. Sin prisas, como si no estuviera seguro de que se estuviera dirigiendo a él, giró su cabeza hacia esa voz que sí le estaba interrogando. Y allí le esperaba una oscura mirada sobresaliendo del canto de un vaso que poco a poco se fue retirando para descubrir unos rasgos finos recubiertos de una pálida piel que le hacían desentonar con el contexto. Por lo tanto, por no esperarse encontrar un rostro como el suyo, tardó un par de segundos en contestar.
-Si te quieres arriesgar a que el "hasta que me traigan uno" se extienda hasta que se termine la cerveza, no voy a decir que no – aceptó, exponiendo la situación.
Lo cierto era que allí, en la memoria del vampiro, algo parecía querer removerse. Aquellas facciones se le hacían ligeramente familiares, pero para él, que había visto a tantos y tantos a lo largo de aquellos siglos, un recuerdo tan ligero como aquel resultaba tan sumamente banal que no podía tomarlo en serio. Lo más probable era que le estuviera confundiendo con otro.
Y, mientras el d'Auxerre, o quizás ex-d'Auxerre, todo estaba por verse, se fijaba en el muchacho, un infortunio vino a caérsele encima. Literalmente, ya que fue uno de aquellos hombres ebrios, desgraciadamente danzarines, el que tropezó con sus propios pies y el que fue a parar precisamente donde estaba el vampiro que, por no tener los pies sobre el entarimado, se desestabilizó también y terminó de precipitándose de espaldas contra el suelo con un gran manchurrón de vino extendiéndose por la tela que cubría su torso.
Adriel d'Auxerre encerró la hoja con delicadeza entre sus firmes dedos. Pese a haberla percibido y a haberla enjaulado, no dirigió su mirada ni tan sólo por un instante a ella. Tampoco hubiera podido, ya que sus pupilas parecían prendadas de una vieja y deslustrada moneda semienterrada en el suelo, la cual llevaba observando por al menos cuarto de hora. Sin embargo, inconscientemente comenzó a analizarla, rozando su fría piel contra la rugosa superficie y recorriendo su serrado linde, sin más afán que el de intentar distraer una mente que, de una u otra forma, no se dejaba embaucar. En efecto, por mucho que aparentemente se centrase en la muerta y combada lámina o en el redondel a medio desaparecer en medio del húmedo fango que conformaba el suelo de la ciudad en una jornada lluviosa como lo había sido aquella, su atención recaía sobre otros menesteres.
No sabía cómo había acabado allí, a las puertas de uno de los tantos tugurios de la ciudad, con la espalda apoyada contra su fachada y los brazos cruzados sobre esa camisa que hacía una semana que debía de haber lavado. No es que oliese, dado que los de su especie no poseían la capacidad de sudar, pero había sido inevitable que se hubiera manchado durante esos días. Pero no podía permitirse ni arriesgarse a ser visto por la residencia de aquellos que en su momento hubiera llamado familia, ni el lujo de gastarse sus muy escasos fondos en una nueva, y tampoco se había molestado en acercarse al río a adecentarse. Total, en ese estado pasaría más desapercibido entre el resto del populacho.
Al cabo de unos cuantos minutos más, el vástago pareció cansarse de tomar el fresco y, tras liberar a su prisionera, se adentró en el interior del local. Aquel ambiente cargado de una mezcla de un un penetrante aroma a humanidad, desmedidas risotadas y un sofocante calor volvió a recibirle. En otra ocasión lo hubiera acogido con júbilo, consciente de la diversión que prometía, pero precisamente en aquella su humor no parecía querer desatender sus profundas cavilaciones en pos de algo que, sin duda, le haría bien. En el fondo hasta él era consciente de que debía distraerse, pero, o bien ese conocimiento no tenía gran peso en su interior, o bien aún no había encontrado algo lo suficientemente interesante como para arrastrarle lejos de la malsana influencia de sus preocupaciones.
A codazos y suaves empujones se abrió paso a través de aquella sala, demasiado atestada pese a su amplitud. O quizás no hubiera tanta gente, sino que fuera la falta de equilibrio de los borrachos lo que hacía que uno debiera rodear las zonas de mayor conflicto para no quedar bañado en cerveza. Algunos dirían que de perdidos al río, pero, llamadle loco, Adriel prefería el alcohol en el estómago, no embadurnándole la ropa para insistir en la suciedad de ésta. Sea como fuere, logró llegar al fondo del establecimiento, donde se dejó caer en un sencillo taburete, dejando caer el peso de su cabeza en la mano apoyada en su barbilla. Había demasiada gente armando barullo como para que el muchacho que atendía a las bebidas reparase en él y le echase a la calle por no consumir nada, así que decidió no llamar su atención y quedarse en el sitio, volviendo a abstraer la mirada como cuando la posara en la moneda, sólo que en ese momento cambiando ésta por las jarras de los compadres que brindaban por vaya usted a saber qué. Pero esta vez no fue él el que interrumpió la ensoñación, sino que fue otro el que vino a importunarle. Sin prisas, como si no estuviera seguro de que se estuviera dirigiendo a él, giró su cabeza hacia esa voz que sí le estaba interrogando. Y allí le esperaba una oscura mirada sobresaliendo del canto de un vaso que poco a poco se fue retirando para descubrir unos rasgos finos recubiertos de una pálida piel que le hacían desentonar con el contexto. Por lo tanto, por no esperarse encontrar un rostro como el suyo, tardó un par de segundos en contestar.
-Si te quieres arriesgar a que el "hasta que me traigan uno" se extienda hasta que se termine la cerveza, no voy a decir que no – aceptó, exponiendo la situación.
Lo cierto era que allí, en la memoria del vampiro, algo parecía querer removerse. Aquellas facciones se le hacían ligeramente familiares, pero para él, que había visto a tantos y tantos a lo largo de aquellos siglos, un recuerdo tan ligero como aquel resultaba tan sumamente banal que no podía tomarlo en serio. Lo más probable era que le estuviera confundiendo con otro.
Y, mientras el d'Auxerre, o quizás ex-d'Auxerre, todo estaba por verse, se fijaba en el muchacho, un infortunio vino a caérsele encima. Literalmente, ya que fue uno de aquellos hombres ebrios, desgraciadamente danzarines, el que tropezó con sus propios pies y el que fue a parar precisamente donde estaba el vampiro que, por no tener los pies sobre el entarimado, se desestabilizó también y terminó de precipitándose de espaldas contra el suelo con un gran manchurrón de vino extendiéndose por la tela que cubría su torso.
Última edición por Adriel d'Auxerre el Sáb Jun 27, 2015 12:16 pm, editado 1 vez
Adriel d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 24/01/2014
Re: Te he visto antes. ¿Me recuerdas donde? -Privado-
Eso les dices a todos los que te hacen esa propuesta -Cortejó con voz acartonada, reseca de todo lo que había estado bebiendo aunque a decir verdad era una ironía, había estado bebiendo ¿porqué se iba a molestar la garganta en estar reseca?, sin embargo, el alcohol que a pesar de haber sido aguado anteriormente mantenía algo de su consistencia bajaba por su garganta con asombrosa facilidad resecando el interior de su garganta; Lo había dicho como una broma, el ambiente festivo le volvía como uno de esos borrachos a pesar que él no ponía de manifiesto esas exageradas muestras de embriaguez, prefería disfrutar en soledad como siempre era dicho " Cuando se está rodeado de mucha gente, es cuando se sabe que se está solo ". A pesar de todo, veía con un brillo entretenido en los ojos a los hombres cantar, incluso recordaba canciones de su niñez que escuchaba cantar en el burdel. Ahora se encontraba, tentando a un desconocido a probar un sorbo de aquella mierda adulterada esperando que la soledad se mitigase con unos sorbos y una conversación barata ( porque con aquel estado de enajenamiento general sus palabras serían una bobada comparadas con si eran pronunciadas cuando estaba sobrio ).
Indudablemente no había esperado que el otro respondiese de forma afirmativa, esperaba lo que muchos habían hecho cuando él intentaba algo parecido, acusarle de marica y poner pies en polvorosa- si no es así, entonces es mi día de suer...- Quiso pronunciar, antes de que interrumpieran entre ambos, uno de los borrachos que estaban bailando (una de esas danzas que parecían fáciles pero que con varias copas de más parecían una jodida odisea) se estrelló contra el hombre con el que estaba hablando, tal fue la desgracia que cayó de espaldas con la bebida del otro enconrando un sitio no en el suelo, pero en la camisa del hombre. - Suerte -Atinó a pronunciar apretando los labios para no decir palabra; Se había hecho el silencio algo que nadie habría pensado que se podría haber cumplido en una taberna donde estaban de celebración, el hombre en cuestión, el que había tenido la mala suerte de haber chocado con su "invitado" estaba disculpándose de una manera torpe, casi resbalando para correr la misma suerte que el otro-
No digas tonterias y aparta, los borrachos deben saber el lugar que les corresponde -La voz pomposa del pelinegro hizo que todos se volvieran, ver como intentaban ayudar al contrario le daba escalofrios- Ya me encargo yo de él. ¡ Que siga la fiesta ! -Alzó una de las garras de cerveza que estaban trayendo y para estupor del mismo Axter gritaron a corro. Resopló de manera innecesaria dejando la jarra en la mesa, después se arrodilló tomando al otro de la muñeca- Ya sabes el dicho, ¿no? -Tiró de él, aunque no hizo falta emplear demasiada fuerza, parecía que a pesar de la caída, los hombres seguían siendo hombres. Le ayudó al menos a levantarse aunque no totalmente pues odiaba ser útil a alguien más que no fuese él mismo- un poco de vino no hace daño a los hombres, quien sabe si tal vez implantes algo de moda -Se refirió a la mancha, había que ser realistas, esa camisa a estaba para tirarla a la basura, el vino era una de esas mierdas difíciles de quitar, incluso la cerveza, que era menos perjudicial que la bebida antes mencionada dejaba un hedor asquerosamente amargo al día siguiente, por eso no intentó quitarle la mancha o pedir agua para que ésta se fuera, sino simplemente sonrió de medio labio y colocó el dedo índice de la siniestra en el centro de la mancha, una ligera presión y finalmente una carcajada que no llegó a ser escuchada más que por su interlocutor-
Tienes suerte, al menos no te ha caído él -Señaló con el rostro en dirección al hombre orondo que ya se había caído varias veces, pero en otras direcciones. Colocó de nuevo la cerveza entre ambos, volviendo a sentarse en un de las sillas. Había olvidado la comodidad de estar sentado, relajando los pies mientras bebía un sorbo de cerveza pasándola después al contrario, esperando que aquella caída no le hiciese renegar de aquello en lo que habían quedado- Pero... -continuó riendo, tapando incluso una parte de su rostro con la diestra- es la primera vez que veo que sucede esto. -Era como una secuencia olvidada, cuando alguien se cae, primero se ríe y después se intenta ayudarla, sin embargo, él estaba haciendo lo contrario. Había dejado que sus modales de rico salieran a la luz pateando casi a aquel hombre que estaba a punto de caer sobre su acompañante, sus palabras soeces sorprendieron a los demás e incluso tuvo que recordarse a sí mismo, que ese día no era más que un hombre mediocre cuyo único propósito nocturno era emborracharse hasta perder el sentido.
Cesó de hablar, arqueando la espalda, veía algunas de las botellas allí puestas, pero no duró demasiado dirigiendo de nuevo su vista hacía el otro. La experiencia le había enseñado que o estaría enojado, avergonzado o simplemente pasaría del tema; La sonrisa abandonó los labios de Axter, quien poco acostumbrado a dejar sus emociones traspasar el umbral físico volvió a la indiferencia que se plasmaba en sus rasgos, llegando incluso a un hieratismo actuado. Sus orbes, continuaban posados sobre el hombre, atractivo sin duda pero, seguía dando vueltas a su mente ¿le conocía?. Aquel golpe que había sufrido le había recordado a algo, pero no sabía a que, la voz poco le había servido de pista y el ayudarle un poco a levantarse mucho menos lo había usado para conocer que diablos guardaba- Ahora dime -reconoció, carraspeando para volver a humedecer la garganta con su propia saliva- ¿De que nos conocemos?
Indudablemente no había esperado que el otro respondiese de forma afirmativa, esperaba lo que muchos habían hecho cuando él intentaba algo parecido, acusarle de marica y poner pies en polvorosa- si no es así, entonces es mi día de suer...- Quiso pronunciar, antes de que interrumpieran entre ambos, uno de los borrachos que estaban bailando (una de esas danzas que parecían fáciles pero que con varias copas de más parecían una jodida odisea) se estrelló contra el hombre con el que estaba hablando, tal fue la desgracia que cayó de espaldas con la bebida del otro enconrando un sitio no en el suelo, pero en la camisa del hombre. - Suerte -Atinó a pronunciar apretando los labios para no decir palabra; Se había hecho el silencio algo que nadie habría pensado que se podría haber cumplido en una taberna donde estaban de celebración, el hombre en cuestión, el que había tenido la mala suerte de haber chocado con su "invitado" estaba disculpándose de una manera torpe, casi resbalando para correr la misma suerte que el otro-
No digas tonterias y aparta, los borrachos deben saber el lugar que les corresponde -La voz pomposa del pelinegro hizo que todos se volvieran, ver como intentaban ayudar al contrario le daba escalofrios- Ya me encargo yo de él. ¡ Que siga la fiesta ! -Alzó una de las garras de cerveza que estaban trayendo y para estupor del mismo Axter gritaron a corro. Resopló de manera innecesaria dejando la jarra en la mesa, después se arrodilló tomando al otro de la muñeca- Ya sabes el dicho, ¿no? -Tiró de él, aunque no hizo falta emplear demasiada fuerza, parecía que a pesar de la caída, los hombres seguían siendo hombres. Le ayudó al menos a levantarse aunque no totalmente pues odiaba ser útil a alguien más que no fuese él mismo- un poco de vino no hace daño a los hombres, quien sabe si tal vez implantes algo de moda -Se refirió a la mancha, había que ser realistas, esa camisa a estaba para tirarla a la basura, el vino era una de esas mierdas difíciles de quitar, incluso la cerveza, que era menos perjudicial que la bebida antes mencionada dejaba un hedor asquerosamente amargo al día siguiente, por eso no intentó quitarle la mancha o pedir agua para que ésta se fuera, sino simplemente sonrió de medio labio y colocó el dedo índice de la siniestra en el centro de la mancha, una ligera presión y finalmente una carcajada que no llegó a ser escuchada más que por su interlocutor-
Tienes suerte, al menos no te ha caído él -Señaló con el rostro en dirección al hombre orondo que ya se había caído varias veces, pero en otras direcciones. Colocó de nuevo la cerveza entre ambos, volviendo a sentarse en un de las sillas. Había olvidado la comodidad de estar sentado, relajando los pies mientras bebía un sorbo de cerveza pasándola después al contrario, esperando que aquella caída no le hiciese renegar de aquello en lo que habían quedado- Pero... -continuó riendo, tapando incluso una parte de su rostro con la diestra- es la primera vez que veo que sucede esto. -Era como una secuencia olvidada, cuando alguien se cae, primero se ríe y después se intenta ayudarla, sin embargo, él estaba haciendo lo contrario. Había dejado que sus modales de rico salieran a la luz pateando casi a aquel hombre que estaba a punto de caer sobre su acompañante, sus palabras soeces sorprendieron a los demás e incluso tuvo que recordarse a sí mismo, que ese día no era más que un hombre mediocre cuyo único propósito nocturno era emborracharse hasta perder el sentido.
Cesó de hablar, arqueando la espalda, veía algunas de las botellas allí puestas, pero no duró demasiado dirigiendo de nuevo su vista hacía el otro. La experiencia le había enseñado que o estaría enojado, avergonzado o simplemente pasaría del tema; La sonrisa abandonó los labios de Axter, quien poco acostumbrado a dejar sus emociones traspasar el umbral físico volvió a la indiferencia que se plasmaba en sus rasgos, llegando incluso a un hieratismo actuado. Sus orbes, continuaban posados sobre el hombre, atractivo sin duda pero, seguía dando vueltas a su mente ¿le conocía?. Aquel golpe que había sufrido le había recordado a algo, pero no sabía a que, la voz poco le había servido de pista y el ayudarle un poco a levantarse mucho menos lo había usado para conocer que diablos guardaba- Ahora dime -reconoció, carraspeando para volver a humedecer la garganta con su propia saliva- ¿De que nos conocemos?
Axter Moureau- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/01/2015
Re: Te he visto antes. ¿Me recuerdas donde? -Privado-
SSencillamente, Adriel no estaba en su mejor momento. No era tan sólo la postura horizontal que había sido obligado a adoptar, sino también el hecho de que el desafortunado hombre hubiera trastocado su susceptible ánimo que, en tan sólo unos instantes había cambiado de melancolía a interés y de interés a enojo. Así lo expresaron sus facciones tras recuperarse de la sorpresa. El golpe no le había dolido lo más mínimo, pero aquella invasión le había molestado de una exagerada manera, como si el alcohol que no había tomado estuviera sacando las cosas de quicio. Apretó los dientes y tanto las aletas de la nariz como su frente se contrajeron para expresar su repentino cabreo. El necio que no había tenido el cuidado de evitarle intentaba arreglar la situación con balbuceos que apenas lograban alcanzar el estatus de palabras y, debido al mezquino estado que en esta ocasión había logrado dominar a Adriel, su incompetencia tan sólo le hizo verle como un ser despreciable cuya mandíbula iba a desencajarse bajo la fuerza del puño que, aún incluso antes de haber tenido el impuso de ponerse en pie, ya tenía firmemente formado. Por suerte, el que había tenido el detalle de invitarle a beber, se interpuso en su camino, atrayendo la atención de la sala y echando al borracho del lugar. Sin embargo, la forma en el que lo hizo pilló desprevenido al vampiro, que no se esperaba el sutil uso de un imperativo que combinara autoridad y soberbia en un lugar como aquel. Y, debido a este imprevisto, el joven hombre también logró devolver al pelirrojo cierta cordura volviendo a insistir en la variabilidad de ese ánimo.
- No, el vino nunca hace daño - respondió mientras aceptaba la ayuda para levantarse y con un tono que evidenciaba que, de momento, tan sólo había recorrido medio camino para deshacerse del mal humor - , aunque sigo prefiriendo la cerveza – la verdad era que empleó aquella frase tan sólo con la intención de transmitir su prioridad en lo que a la bebida respectaba, pero bien podría haberlo hecho también para remarcar que, efectivamente, seguía manteniendo el interés en probar de su vaso.
Pero cuando el índice del moreno fue a hacer presión contra su pecho, su atención se volvió hacia él, así como sus pupilas, clavadas en la breve conjunción. ¿Era idea suya o aquel contacto era realmente algo inusual? No estaba habituado a que un prácticamente desconocido le tocara, a menos que fuera un señorito de la noche o un cazador que intentaran tocarle con su espada, metafóricamente en un caso, literal en el otro. Y, a juzgar por la situación, aquella no se trataba de ninguna de las dos. Sea como fuere, y por extraño que le resultara, él no iba a quejarse. Volvió a colocar el sencillo asiento en posición vertical y se acomodó en él en la manera en la que le fue posible, centrando su mirada nuevamente en el del no tan extraño desconocido.
- Bueno, la suerte es para él. De haberme caído encima, quizás no llegara a contarlo. En cuanto a mí… bueno, digamos que soy de huesos fuertes – hizo gala de cierto grado de bravuconería mientras le sonreía, aceptando el brebaje que le ofrecía y con el que ya ansiaba calmar una sed más simulada que real. Llevó el recipiente a su boca y dejó que un buen trago se vertiese en ella para pasar a saciar su exigente estómago. Luego, se relamió los labios y se limpió el bigote con la manga de la ya sucia prenda -. Entonces, no debes de visitar muchas tabernas. Estos borrachuzos no son capaces de mantenerse en un rincón en el que no molesten – mencionó como si él nunca llegara a emborracharse, cosa que no hacía, aunque no porque no lo intentara una y otra vez.
De pronto el mozo pareció perder el interés en la conversación, desviando su atención a cualquier objetivo que formara parte del decorado de aquella escena. Adriel, sin embargo, aprovechó para observar su figura. Era de una afortunada complexión delgada, y digo afortunada porque no se trataba de una flaqueza famélica, sino de un bien formado talle. Eso le complacía y le hizo sentirse con suerte aquella noche, ya que la mayoría de los varones de aquella época, bien mostraban una evidente desnutrición, bien se dejaban descuidar hasta el punto de que su perímetro superaba con creces su altura. Y su satisfacción aumentó con la nueva pregunta, que confirmaba aquella intuición que le había llegado al dar con él.
- ¿De qué nos conocemos? – repitió sus palabras – Pero, ¿nos conocemos de algo? – quiso jugar con él durante unos instantes, aunque su complacida sonrisa no ayudara a aquel menester. Calló durante un puñado de segundos procurando hacer memoria, pero ninguna alusión concreta quería llegar a él. Y eso le extrañó, ya que, como se ha dicho, dentro de su normalidad, aquel no parecía ser un individuo corriente – Las noches de París son largas y llenas de alcohol como para vivir tanto y olvidar mucho. Quizás nos hallamos visto en algún otro tugurio, o quizás tan sólo nuestras miradas se hallan cruzado en la calle – realizó una pequeña pausa -. Quizás nuestros recuerdos nos lleven a algún encuentro más personal. Y privado – añadió en última instancia, no apartando la mirada para no perder detalle de su reacción. Había mencionado esto último dado que, de haber entablado una conversación similar a la en la que se hallaban inmersos, le resultaba difícil de creer que, con paciencia, no hubiera intentado seducir al joven. Al fin y al cabo, y como ya se ha mencionado, era de bastante buen ver -. De todas formas, mi nombre es Adriel – se presentó extendiendo el brazo para estrechar su mano, olvidándose a propósito de ese apellido del que empezaba a renegar. Era más seguro así.
- No, el vino nunca hace daño - respondió mientras aceptaba la ayuda para levantarse y con un tono que evidenciaba que, de momento, tan sólo había recorrido medio camino para deshacerse del mal humor - , aunque sigo prefiriendo la cerveza – la verdad era que empleó aquella frase tan sólo con la intención de transmitir su prioridad en lo que a la bebida respectaba, pero bien podría haberlo hecho también para remarcar que, efectivamente, seguía manteniendo el interés en probar de su vaso.
Pero cuando el índice del moreno fue a hacer presión contra su pecho, su atención se volvió hacia él, así como sus pupilas, clavadas en la breve conjunción. ¿Era idea suya o aquel contacto era realmente algo inusual? No estaba habituado a que un prácticamente desconocido le tocara, a menos que fuera un señorito de la noche o un cazador que intentaran tocarle con su espada, metafóricamente en un caso, literal en el otro. Y, a juzgar por la situación, aquella no se trataba de ninguna de las dos. Sea como fuere, y por extraño que le resultara, él no iba a quejarse. Volvió a colocar el sencillo asiento en posición vertical y se acomodó en él en la manera en la que le fue posible, centrando su mirada nuevamente en el del no tan extraño desconocido.
- Bueno, la suerte es para él. De haberme caído encima, quizás no llegara a contarlo. En cuanto a mí… bueno, digamos que soy de huesos fuertes – hizo gala de cierto grado de bravuconería mientras le sonreía, aceptando el brebaje que le ofrecía y con el que ya ansiaba calmar una sed más simulada que real. Llevó el recipiente a su boca y dejó que un buen trago se vertiese en ella para pasar a saciar su exigente estómago. Luego, se relamió los labios y se limpió el bigote con la manga de la ya sucia prenda -. Entonces, no debes de visitar muchas tabernas. Estos borrachuzos no son capaces de mantenerse en un rincón en el que no molesten – mencionó como si él nunca llegara a emborracharse, cosa que no hacía, aunque no porque no lo intentara una y otra vez.
De pronto el mozo pareció perder el interés en la conversación, desviando su atención a cualquier objetivo que formara parte del decorado de aquella escena. Adriel, sin embargo, aprovechó para observar su figura. Era de una afortunada complexión delgada, y digo afortunada porque no se trataba de una flaqueza famélica, sino de un bien formado talle. Eso le complacía y le hizo sentirse con suerte aquella noche, ya que la mayoría de los varones de aquella época, bien mostraban una evidente desnutrición, bien se dejaban descuidar hasta el punto de que su perímetro superaba con creces su altura. Y su satisfacción aumentó con la nueva pregunta, que confirmaba aquella intuición que le había llegado al dar con él.
- ¿De qué nos conocemos? – repitió sus palabras – Pero, ¿nos conocemos de algo? – quiso jugar con él durante unos instantes, aunque su complacida sonrisa no ayudara a aquel menester. Calló durante un puñado de segundos procurando hacer memoria, pero ninguna alusión concreta quería llegar a él. Y eso le extrañó, ya que, como se ha dicho, dentro de su normalidad, aquel no parecía ser un individuo corriente – Las noches de París son largas y llenas de alcohol como para vivir tanto y olvidar mucho. Quizás nos hallamos visto en algún otro tugurio, o quizás tan sólo nuestras miradas se hallan cruzado en la calle – realizó una pequeña pausa -. Quizás nuestros recuerdos nos lleven a algún encuentro más personal. Y privado – añadió en última instancia, no apartando la mirada para no perder detalle de su reacción. Había mencionado esto último dado que, de haber entablado una conversación similar a la en la que se hallaban inmersos, le resultaba difícil de creer que, con paciencia, no hubiera intentado seducir al joven. Al fin y al cabo, y como ya se ha mencionado, era de bastante buen ver -. De todas formas, mi nombre es Adriel – se presentó extendiendo el brazo para estrechar su mano, olvidándose a propósito de ese apellido del que empezaba a renegar. Era más seguro así.
Adriel d'Auxerre- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/01/2014
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