Lecciones De Vida - Privado

Y sin embargo podía moverse a través de la sonoridad taciturna y el aroma propio que los productos en el mercado ambulante perfumaban. Las horas agonizaban lentamente en una danza sobria al compás del vaivén del tiempo y las tonalidades carmesí no se hicieron esperar en lo alto de la bóveda. Faltaban un par de horas más para que el sol se ocultara por completo detrás del horizonte y de este modo  las criaturas noctambulas a las que tanto aborrecía salieran de sus escondites para hacer de las suyas por la capital. No había sido un día bueno para el jovencito quien apenas logró conseguir un par de francos durante la mañana para poder comer un par de manzanas, tan solo eso había caído en su estómago y le ponía de muy mal humor el irse a dormir sin haber probado bocado hasta esa hora.

Le esperaba una larga y difícil noche a las afueras de la ciudad u oculto en alguna carpa ajena como últimamente solía hacer. Un gentío le impedía caminar completamente libre y cuartaba en muchas formas un asalto perfecto a cualquiera de esos maniquíes enfundados en indumentarias artificiales. Demonios. Si hubiese la posibilidad de obtener algo de valor, solo esta vez para poder sobrevivir durante el resto de la semana. Maldecía una y otra vez el hecho de que aquella baraja maltrecha no le ayudaba de mucho en este tipo de situaciones, pues desde su llegada a Paris el destino se mantenía renuente a mostrarle una mejor cara, debía lidiar con su actual situación, un extraño en una capital no menos extraña con sus bulliciosas calles y estereotipos por todas partes.

Estaba claro que no se haría de un gran botín, pero necesitaba algo que comer para pensar con mayor claridad el día de mañana. Lentamente se aproximó hacia uno de los puestos para preguntar el precio de los panecillos. El hombre encargado, de mala gana respondió mientras se giraba para atender a un par de damas, fue en este lapso de distracción que el gitano intento hacerse de un par de ellos, volteó rápidamente para avanzar en su escape cuando estrepitosamente chocó contra un hombre que había visto todo el número, rápidamente le sujeto por la camisa alertando al tendero.

–¡Quítame las manos de encima!– soltó arrebatadamente.

Nunca había sido un punto a favor su carácter volátil y esta vez no sería la excepción. Aquel hombre reaccionó del peor modo en que un conflicto se pueda solucionar empujando al chico obligándolo a caer de espaldas. Matías de inmediato se reincorporó arrojándose en su contra.

–No vuelvas a tocarme, idiota–

Su intento por defenderse tan solo fue en vano puesto que ante su agresión solo consiguió una bofetada que reventó su mejilla. Una vez más en el suelo las personas se arremolinaban alrededor para detenerles, ninguno de los presentes se atrevía a opinar si el chico era culpable o no de lo que estaba sucediendo, tendría que arreglárselas solo para salir bien librado de esta, sin pagar ninguna posible consecuencia.

El sol golpeaba de frente su rostro, mismo que sudaba a cantidades industriales por culpa del calor, sumado, claro, con el gentío que elevaba la temperatura. Brandon cargaba sobre su espalda dos bultos de papaya, mismas que se encontraban frescas, que olía de forma saludable, y que si hacía bien su trabajo le tocarían cuatro de ellas, las necesarias para poder alimentar una mañana a sus compañeros de callejón; el siempre se preocupaba por su gente, por su familia. Esos que no llevan su sangre pero que pertenecen a su corazón. Él era así, jamás cambiaría su forma de ser, la bondad nunca se le agotaría, aunque los males le llegaran. ¿Quién había educado tan bien a Brandon?

Siguió avanzando, aunque en esa ocasión el paso fue más apresurado. Con cuidado dejó los costales sobre una manta gruesa y larga color negro. Suspiró mientras la verdulera le regalaba un poco de agua. Aquella mujer sin duda era una bendición para él. Sin imaginarlo se habían vuelto cómplices, y a veces cuando a la señora le sobraban muchas cosas, antes de dejar que se echaran a perder, se lo daban todo a él. ¡Brandon ya no era tan miserable! No al menos cuando daba todo de sí en su trabajo, y cuando eso se retribuía alimentando a otros. ¿Por qué siempre pensar en los demás? Quizás porque necesitaba llenar ese vacío que apareció tres la muerte de su madre adoptiva.

El ruido aumentó. El ajetreó se hizo intenso, y el ambiente sin duda parecía peor de lo normal. Además que mucha gente comenzó a tirar palabras al aire. ¿Por qué la gente los juzgaba tanto? ¿Por qué a ellos que siempre buscaban la manera de salir adelante? Sin embargo él chico que venía de la selva buscaba poder hacer entender a los demás lo que era el hambre. Muchos de aquellos vendedores del mercado ambulante comenzaban a cambiar su ideología por él, pero existían otros que eran crueles, malos, y que no les importaba para nada el dolor ajeno, mucho menos el delirio por culpa de la necesidad de alimento.

Tomó su vaso de agua por completo, se limpió con el brazo, y caminó sabiendo que podía tener muchas consecuencias.

Brandon observó la situación a detalle, en un par de ocasiones se empezó a reír. Cómo pudo se metió entre el gentío, y llegó hasta el núcleo del problema. Empujó a quienes estaban atacando al muchacho y le dio la mano para que se pusiera de pie. Muchos de aquel lugar respetaban a Ketu, por lo que no le dijeron nada, aunque sí se notaban sus caras largas. El muchacho ayudó al joven a limpiarse la camisa, y luego lo empujó hacía un lado. Con una mirada clara le dijo que se quedara ahí.

Con atención escuchó los reclamos de los demás, pero al final se encogió de hombros.

— Yo pagaré por el pan que robó — Contestó Brandon con cierto aire de dolor. Muchos sabían las jornadas largas que el muchacho pasaba en el mercado, y lo difícil que era para él conseguir los francos. Algunas vendedoras incluso le aplaudieron su gesto — Ustedes no pueden juzgar si nunca han tenido hambre — Declamó, y entonces todo quedó silencioso, él sacó dos francos para dárselo al panadero, y entonces fue directo al gitano.

— Explícame — Articuló el hombre de la selva.