AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Una nueva vida [Privado]
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Una nueva vida [Privado]
Su llegada a la capital francesa había sido un cambio enorme para Sagira. La hechicera había vivido hasta aquellos momentos en Egipto, lugar completamente diferente a París, motivo por el cual, todo lo que sus ojos observaban en aquella ciudad le parecía increíble, casi como si fuera una cuestión de magia aunque Imhotep le dijera que no era el caso y que todo aquello que sus ojos veían era simplemente la manera en la que otros vivían. El motivo del cambio de residencia de Sagira y su protector no era un aspecto de conocimiento para la bruja, quien se limito a empacar su cosas y seguir a Imhotep sin preguntar mucho al respecto; para la hechicera el mundo era un misterio, un lugar lleno de cosas y situaciones inexplicables, un sitio donde lo único real y eterno, era el vampiro que le acogió desde su infancia, cuidándola lo mejor que podía y ofreciendo a Sagira lo más cercano posible a una familia.
Así pues, aunque había seguido sin chistar a Imhotep ahora que estaban instalados en París, existían algunas preguntas para las que la bruja necesitaba una respuesta así como también existían algunas cosas a las que simplemente le era imposible acostumbrarse.
– Detesto estos enormes vestidos… – dijo tomando parte de la tela de su falda y agitándola como si se tratase de uno de sus peores enemigos – No puedo caminar con ellos, me siento atrapada y me pican por todos lados – soltó la falda, suspiro y observo en dirección al vampiro que había sido como un padre para ella, pero por quien sentía más que un simple afecto paternal –¿Por qué no puedo usar la misma ropa que usaba en Egipto? Y ¿Por qué debemos vivir en un lugar como este? No me gusta la manera en la que aquí diseñan, es todo tan… cargado e intenso que no permite que uno aprecie la naturaleza y las cosas bonitas que ella ofrece – la hechicera se maravillaba con París, pero al mismo tiempo sufría debido al enfrentamiento de dos formas de vida completamente diferentes. Dos formas de vida que debían unirse tarde o temprano.
Así pues, aunque había seguido sin chistar a Imhotep ahora que estaban instalados en París, existían algunas preguntas para las que la bruja necesitaba una respuesta así como también existían algunas cosas a las que simplemente le era imposible acostumbrarse.
– Detesto estos enormes vestidos… – dijo tomando parte de la tela de su falda y agitándola como si se tratase de uno de sus peores enemigos – No puedo caminar con ellos, me siento atrapada y me pican por todos lados – soltó la falda, suspiro y observo en dirección al vampiro que había sido como un padre para ella, pero por quien sentía más que un simple afecto paternal –¿Por qué no puedo usar la misma ropa que usaba en Egipto? Y ¿Por qué debemos vivir en un lugar como este? No me gusta la manera en la que aquí diseñan, es todo tan… cargado e intenso que no permite que uno aprecie la naturaleza y las cosas bonitas que ella ofrece – la hechicera se maravillaba con París, pero al mismo tiempo sufría debido al enfrentamiento de dos formas de vida completamente diferentes. Dos formas de vida que debían unirse tarde o temprano.
Karen Nygard- Hechicero Clase Media
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Re: Una nueva vida [Privado]
En aquel tiempo, se alzará Miguel,
el gran Príncipe,
que está de pie junto a los hijos de tu pueblo.
(Daniel 12:1)
el gran Príncipe,
que está de pie junto a los hijos de tu pueblo.
(Daniel 12:1)
Egipto era su hogar como mortal, era su tierra y se sentía parte de ésta. Pero cuando recibió la inmortalidad y su verdadera esencia despertó en su interior, Imhotep ya no se consideraba parte de nada. Sencillamente, estaba en este mundo para cumplir con una misión que le había sido dada desde el principio de los tiempos y que había asumido con absoluta obediencia y seriedad. Aunque estuvo, quizás, demasiado tiempo en Egipto, custodiando las reliquias de Saqqara, al momento en que, por verdadera necesidad, tuvo que apartarse de aquel enigmático lugar, lo hizo. Fue así como terminó dirigiéndose hacia occidente, guardando, para sí mismo, los motivos que lo llevaron a iniciar semejante viaje.
Como era de esperarse, Sagira, la joven que había cuidado desde que era una niña, le acompañaba. Pero Imhotep jamás le reveló verdad alguna, simplemente, le hizo saber que aquella decisión era la más indicada. En el Cairo no se podía convivir más y lo ideal, era estar en alguna buena ciudad. Él sólo quería lo mejor para ella, algo que era totalmente cierto. Sin embargo, la hechicera desconocería la verdad hasta que su protector decidiera revelarsela algún día. Por ahora no, porque no estaba mentalmente preparada.
En los siglos que cargaba sobre sus hombros, Imhotep logró hacerse con buenos aliados, personas en las que podía confiar y que muy por encima, conocían el secreto que su corazón escondía con tanto recelo. Gracias a ellos, París no fue un lugar desconocido, no para él, quien había vivido tantas décadas, pero, probablemente, Sagira no se acostumbraría del todo. Eso podía representar un verdadero obstáculo, por lo tanto, tenía que tener cuidado con cada paso que daba, así no levantaría sospecha alguna de la razón que lo llevaba a estar ahí. Aunque, no estaba del todo acostumbrado, a causa de los nuevos dogmas de la época, logró encontrar un oficio acorde a su conocimiento. Si bien, ser maestro no era lo mismo que un escriba, Imhotep no tuvo problemas para adaptarse. Era un hombre sabio y astuto, alguien que tenía una jugada bajo la manga y una inigualable paciencia, que no sólo necesitaría para los demás, sino, para las constantes quejas de Sagira.
—No había alternativa, ya te lo dije anteriormente. Te acostumbrarás, como lo hiciste en Egipto; es cuestión de tiempo —le dijo, mientras dejaba caer su cuerpo en un sillón—. No puedes estar quejándote siempre, Sagira. Recuerda que ya no eres una niña. Yo tampoco quería abandonar nuestro hogar, pero era absolutamente necesario. Por favor, no me presiones con que te quieres regresar, ¿de acuerdo? Thoth estará profundamente disgustado si no aceptamos su voluntad y este viaje, lo es. —Observó—. Aprenderás el idioma, modales y todo lo relacionado con esta ciudad. Es una manera de evitarnos problemas, ¿entendido? Y deberás vestirte de ese modo, es por tu bien.
Sentenció, sin mostrar gesto alguno en su semblante. Estaba distraído observando una pequeña figura de un ángel, esculpida con apenas una insignificante porción de mármol. No le atraía el detalle o la estética de la misma, sino lo que representaba. Habían veces, que el ser terrenal que había sido, luchaba con su esencia; le revolvían la mente de tal manera, que era algo poco creíble, que en su espalda, estuviera grabado a fuego, el sello del arcángel Miguel.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/12/2014
Re: Una nueva vida [Privado]
Era apenas una chiquilla, alguien demasiado joven para comprender que en algunas ocasiones, existían misiones de vida que iban más allá de uno mismo. Para la joven bruja, Imhotep no era nadie más que el hombre que decidió protegerla desde su infancia, para ella, él era alguien común y corriente pese a su naturaleza inmortal. Si bien sabía que existían cosas que él le ocultaba, Sagira nunca pensó demasiado en ello, después de todo, la gente ya socialmente considera adulta siempre tenía secretos que guardar. Ella misma guardaba uno que jamás pensaba revelar, al menos no mientras a ojos del vampiro siguiera siendo solo una niña.
Las quejas que la bruja expresaba constantemente respecto a vestimenta, idioma y costumbres era en parte lo que sentía de verdad y en otra parte, meras excusas para tratar de hacer que él le dijera los motivos reales por los que abandonaban Egipto. Sagira no creía del todo el que se fueran simplemente por una vida mejor pero hasta ese momento, sus intentos por respuestas le habían conducido a rotundos fracasos y ese día, no ocurría la excepción.
Con una mueca de descontento en el rostro, observaba atentamente como es que Imhotep tomaba asiento en el sillón mientras que respondía, según él, las dudas de ella.
– ¿Y si no me acostumbro nunca? ¿Y si no quiero acostumbrarme? – quejas infantiles; todo eso era lo que salía de sus labios pues en el fondo, Sagira estaría donde fuera que Imhotep estuviera, le gustará el lugar o no. Un suspiro salió de los labios de ella y caminando tan bien como podía, termino por sentarse en un sillón cercano al vampiro – Eres el único con quien puedo hablar pero discúlpame, mis quejas te perturban y ya no lo harán más – respondió a él un tanto apenada. Las cosas no debían ser sencillas para él tampoco y con ella actuando de esa manera todo debía volverse más complicado – Tratare de que Thoth no este molesto con mis acciones.
Observando con atención el rostro del vampiro, notaba que pese a responderle se encontraba algo ausente. Tratando entonces de distraerlo, Sagira se acomodo el vestido como las jóvenes de alta cuna parisina, su espalda se mantenía recta y con alegría hablo.
– El idioma no será nada complicado para mi, de hecho… – levantó el mentón orgullosa – Lo he estado practicando desde que me dijiste que vendríamos a esta ciudad así que, aun me cuesta pero puedo hablar y entender casi todo – Su acento delataba que ella no pertenecía a París al igual que el color de su piel, acostumbrada a estar mucho más expuesta al sol que las mujeres de la ciudad en la que ahora se encontraba.
Las quejas que la bruja expresaba constantemente respecto a vestimenta, idioma y costumbres era en parte lo que sentía de verdad y en otra parte, meras excusas para tratar de hacer que él le dijera los motivos reales por los que abandonaban Egipto. Sagira no creía del todo el que se fueran simplemente por una vida mejor pero hasta ese momento, sus intentos por respuestas le habían conducido a rotundos fracasos y ese día, no ocurría la excepción.
Con una mueca de descontento en el rostro, observaba atentamente como es que Imhotep tomaba asiento en el sillón mientras que respondía, según él, las dudas de ella.
– ¿Y si no me acostumbro nunca? ¿Y si no quiero acostumbrarme? – quejas infantiles; todo eso era lo que salía de sus labios pues en el fondo, Sagira estaría donde fuera que Imhotep estuviera, le gustará el lugar o no. Un suspiro salió de los labios de ella y caminando tan bien como podía, termino por sentarse en un sillón cercano al vampiro – Eres el único con quien puedo hablar pero discúlpame, mis quejas te perturban y ya no lo harán más – respondió a él un tanto apenada. Las cosas no debían ser sencillas para él tampoco y con ella actuando de esa manera todo debía volverse más complicado – Tratare de que Thoth no este molesto con mis acciones.
Observando con atención el rostro del vampiro, notaba que pese a responderle se encontraba algo ausente. Tratando entonces de distraerlo, Sagira se acomodo el vestido como las jóvenes de alta cuna parisina, su espalda se mantenía recta y con alegría hablo.
– El idioma no será nada complicado para mi, de hecho… – levantó el mentón orgullosa – Lo he estado practicando desde que me dijiste que vendríamos a esta ciudad así que, aun me cuesta pero puedo hablar y entender casi todo – Su acento delataba que ella no pertenecía a París al igual que el color de su piel, acostumbrada a estar mucho más expuesta al sol que las mujeres de la ciudad en la que ahora se encontraba.
Karen Nygard- Hechicero Clase Media
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Re: Una nueva vida [Privado]
Contemplaba con mirada ausente el ángel marmoreo que estaba entre sus dedos; sus pensamientos estaban centrados en descifrar el enigma que la pequeña pieza de arte era, porque sentía, que por alguna razón, se reflejaba en ella. ¿Él también era un misterio? Quizás. Haber vivido tantos siglos y cargar sobre sus hombros un importante pasado, no resultaba tan sencillo. Sin embargo, el mismo tiempo le había sumado paciencia; las múltiples experiencias vividas suavizaron su humor a tal punto que sus expresión permanecían neutras la mayor parte del tiempo. Imhotep no sólo poseía un cuerpo arcaico, sino en esencia era mucho más antiguo que su mortalidad; apenas entendía lo que estaba ocurriendo, pues el despertar del arcángel, sumido en las tinieblas de su mente, fue lento y muchas cosas no las alcanzaba a comprender del todo. Tal vez se trataba de los designios del Creador y él sólo se limitaba a obedecer.
Por ello estaba en París, los acontecimientos recientes lo guiaron hasta ahí, abandonando toda una vida forjada en Egipto. Tampoco iba solo; tenía a Sagira bajo su responsabilidad y aunque ella no se sintiera cómoda, tendría que adaptarse a la situación, quisiera o no. Ya Imhotep se lo había hecho saber. Sagira tenía que madurar, tarde o temprano debería hacerlo.
Dejó escapar una ligera exhalación y dejó la figura del ángel sobre la mesita que tenía al lado. Luego le dirigió una mirada inquisitiva a la joven.
—Sagira, con hacer esas preguntas te estás negando a la posibilidad de poder abrirte al cambio —dijo con parsimonía, negando levemente ante las palabras de la joven—. No tienes porque disculparte, es algo nuevo para ti. Yo he vivido mucho y ya estoy acostumbrado... Pero esto ha sido un bien necesario.
Se puso de pie, paseando por el pequeño salón en donde se encontraban. Un par de pinturas con motivos religioso decoraban las paredes y sólo se quedó observando con curiosidad las escenas interpretadas por el trazo del pincel.
—He estado pensando que, quizás, lo mejor es que contrate a una institutriz para que se encargue de tu educación. En el Collège sólo aceptan a jóvenes. Son rigurosos —mencionó con notable molestia ante aquello que consideraba inadecuado, pues todos tenían los mismos derechos—. Tampoco debes de andar solas por las calles, no conoces del todo la ciudad y además, dada tu condición es peligroso. Hay inquisidores por ahí y es peligroso... Se prudente durante las horas del día en las que no puedo cuidarte. ¿De acuerdo?
Aunque Imhotep diera la impresión de ser un personaje carente de sentimientos, pasaba todo lo contrario. A pesar de su seriedad y la manera con la que se expresaba, solía preocuparse mucho por sus allegados, especialmente con Sagira, aquella niña de cabellos dorados que salvó de la desgracia.
Por ello estaba en París, los acontecimientos recientes lo guiaron hasta ahí, abandonando toda una vida forjada en Egipto. Tampoco iba solo; tenía a Sagira bajo su responsabilidad y aunque ella no se sintiera cómoda, tendría que adaptarse a la situación, quisiera o no. Ya Imhotep se lo había hecho saber. Sagira tenía que madurar, tarde o temprano debería hacerlo.
Dejó escapar una ligera exhalación y dejó la figura del ángel sobre la mesita que tenía al lado. Luego le dirigió una mirada inquisitiva a la joven.
—Sagira, con hacer esas preguntas te estás negando a la posibilidad de poder abrirte al cambio —dijo con parsimonía, negando levemente ante las palabras de la joven—. No tienes porque disculparte, es algo nuevo para ti. Yo he vivido mucho y ya estoy acostumbrado... Pero esto ha sido un bien necesario.
Se puso de pie, paseando por el pequeño salón en donde se encontraban. Un par de pinturas con motivos religioso decoraban las paredes y sólo se quedó observando con curiosidad las escenas interpretadas por el trazo del pincel.
—He estado pensando que, quizás, lo mejor es que contrate a una institutriz para que se encargue de tu educación. En el Collège sólo aceptan a jóvenes. Son rigurosos —mencionó con notable molestia ante aquello que consideraba inadecuado, pues todos tenían los mismos derechos—. Tampoco debes de andar solas por las calles, no conoces del todo la ciudad y además, dada tu condición es peligroso. Hay inquisidores por ahí y es peligroso... Se prudente durante las horas del día en las que no puedo cuidarte. ¿De acuerdo?
Aunque Imhotep diera la impresión de ser un personaje carente de sentimientos, pasaba todo lo contrario. A pesar de su seriedad y la manera con la que se expresaba, solía preocuparse mucho por sus allegados, especialmente con Sagira, aquella niña de cabellos dorados que salvó de la desgracia.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/12/2014
Re: Una nueva vida [Privado]
¿Existiría alguna ocasión donde el vampiro respondiera del todo las dudas de Sagira y no simplemente se esforzara en recordarle que era apenas una chiquilla que desconocía tanto del mundo? Quizás cuando ella aprendiera a hablar de la manera debida y no simplemente con quejas.
– Es que todo es tan diferente aquí, me agobia pensar en todo lo que tendré que hacer cuando este ante otras personas – y la realidad es que con Imhotep se comportaba como siempre pero bien sabía que ante los demás, no podría hacer eso y mucho menos usar las ropas que siempre le parecieron tan cómodas, las que se verían suplidas por aquellos ridículos vestidos que únicamente servían para asfixiar el cuerpo. Gracias a las palabras del vampiro, tanto un suspiro como palabras de disculpa salieron de sus labios pues al parecer, siempre terminaba empeorando todo – Igual debo aprender a acostumbrarme pronto a esta clase de cosas – una sonrisa cargada de tristeza apareció en sus labios – Mi tiempo de vida es mucho más corto que el tuyo, no puedo darme el lujo de usarlo mal – y es que si no crecía pronto, se le iría la vida sin ser capaz de decirle cuanto es que en realidad lo amaba.
El vampiro pese a escucharla y responder, parecía aún estar en un lugar muy lejos de Sagira; aspecto que se confirmo en el momento que se levantó del asiento y caminando por la habitación aquella habló sobre su educación.
– No sería una mala idea contratar a alguien, aprendería mucho más rápido todo que al hacerlo por mi cuenta – una risita se le escapó ante la molestia del vampiro – Bueno, aquí la gente piensa que solo los adinerados tienen permitido aprender así que no podemos hacer nada – Escuchar al inmortal advertirle sobre las salidas diurnas la hizo fruncir el ceño. No era tan tonta como para arriesgarse haciendo uso de sus poderes por las calles de la ciudad y si no podía salir por su cuenta, ¿Cómo es que iba a madurar y aprender sobre París? – Entonces no contratemos a nadie para que me enseñe – su voz sonó firme – Si no puedo salir tendré mucho tiempo para aprender yo sola, al menos las partes teóricas porque práctico me será imposible estando aquí encerrada – Con las actitudes de Imhotep era entonces complicado que ella creciera, por un lado le invitaba a madurar mientras que por el otro, la cuidaba cual si fuera una chiquilla, eso no era para nada justo. Molesta por toda la situación en general, Sagira se levantó para observar en dirección a Imhotep – y de llegar a salir por mi cuenta no te preocupes, creo que soy capaz de cuidarme a mi misma, no necesito que estés siempre velando por mi – aquello último lo decía tratando de mostrarle que no era más una niña que necesitaba su protección y que muy pronto, quizás hasta llegaría a ser una igual para él, por más que el vampiro se negará a verla como la mujer que lentamente se estaba volviendo.
– Es que todo es tan diferente aquí, me agobia pensar en todo lo que tendré que hacer cuando este ante otras personas – y la realidad es que con Imhotep se comportaba como siempre pero bien sabía que ante los demás, no podría hacer eso y mucho menos usar las ropas que siempre le parecieron tan cómodas, las que se verían suplidas por aquellos ridículos vestidos que únicamente servían para asfixiar el cuerpo. Gracias a las palabras del vampiro, tanto un suspiro como palabras de disculpa salieron de sus labios pues al parecer, siempre terminaba empeorando todo – Igual debo aprender a acostumbrarme pronto a esta clase de cosas – una sonrisa cargada de tristeza apareció en sus labios – Mi tiempo de vida es mucho más corto que el tuyo, no puedo darme el lujo de usarlo mal – y es que si no crecía pronto, se le iría la vida sin ser capaz de decirle cuanto es que en realidad lo amaba.
El vampiro pese a escucharla y responder, parecía aún estar en un lugar muy lejos de Sagira; aspecto que se confirmo en el momento que se levantó del asiento y caminando por la habitación aquella habló sobre su educación.
– No sería una mala idea contratar a alguien, aprendería mucho más rápido todo que al hacerlo por mi cuenta – una risita se le escapó ante la molestia del vampiro – Bueno, aquí la gente piensa que solo los adinerados tienen permitido aprender así que no podemos hacer nada – Escuchar al inmortal advertirle sobre las salidas diurnas la hizo fruncir el ceño. No era tan tonta como para arriesgarse haciendo uso de sus poderes por las calles de la ciudad y si no podía salir por su cuenta, ¿Cómo es que iba a madurar y aprender sobre París? – Entonces no contratemos a nadie para que me enseñe – su voz sonó firme – Si no puedo salir tendré mucho tiempo para aprender yo sola, al menos las partes teóricas porque práctico me será imposible estando aquí encerrada – Con las actitudes de Imhotep era entonces complicado que ella creciera, por un lado le invitaba a madurar mientras que por el otro, la cuidaba cual si fuera una chiquilla, eso no era para nada justo. Molesta por toda la situación en general, Sagira se levantó para observar en dirección a Imhotep – y de llegar a salir por mi cuenta no te preocupes, creo que soy capaz de cuidarme a mi misma, no necesito que estés siempre velando por mi – aquello último lo decía tratando de mostrarle que no era más una niña que necesitaba su protección y que muy pronto, quizás hasta llegaría a ser una igual para él, por más que el vampiro se negará a verla como la mujer que lentamente se estaba volviendo.
Karen Nygard- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 18/02/2013
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Re: Una nueva vida [Privado]
A veces, comprender la incorfomidad y los temores de los mortales, no era tan sencillo, y menos para él, alguien que había vivido siglos y no sólo eso, sino, que también era heredero de algo mucho más sacro. Aún así, también poseía la paciencia para lidiar con ello, y es que, desde el primer momento en que había tenido que acoger a una niña mortal bajo su protección, había puesto en prueba qué tanto sabía sobre la existencia del ser humano, aunque, la gran mayoría de las veces, parecía aún más distante para Sagira. Imhotep tenía sus responsabilidades para con el mundo, quería que la muchacha entendiera eso, pero, ¿cómo lo iba a hacer si él tampoco le revelaba mayor detalle? Claro, hacerlo, era exponerla demasiado, por más que ella fuese una hechicera con un futuro incierto.
Abstraído, en las escenas del Génesis en aquellas pinturas, se detuvo a pensar el porque decidió tener a una humana a su lado, si en veces anteriores, a pesar de ser un magnífico tutor, no quiso entablar relación alguna con nadie, ni siquiera con aquellos con los que compartía parentesco. Bajó la mirada y sus ojos se cubrieron de sombras; aún podía escuchar a Sagira a hablar, prácticamente quejándose por las decisiones tomadas por su mentor. Imhotep comprendía que aún era joven, pero, recordó entonces cuando él mismo tenía la edad que la muchacha ahora poseía y exhaló con evidentemente molestia. En años anteriores sólo había guardado silencio e intentaba complacerla en lo que podía, sin embargo, esta vez, y a partir de ese momento, las cosas tendrían que cambiar. Era por su bien.
Se giró y la observó con seriedad.
—Tienes dieciocho años, Sagira. Ya estás grande y lo sabes... Pero —se acercó a ella, acortando toda distancia entre ambos—. Ser grande no es sinónimo de hacer lo que se quiera, sino de prudencia. —Extendió la mano y se atrevió a tomar el mentón de la muchacha, apenas rozándolo con la punta de los dedos. Era la primera vez que hacía algo así—. Tendrás a una institutriz y no se discuta más. Reconozco que eres muy capaz y todo eso que alardeas, pero si he tomado esa decisión es por tu bien.
Concluyó, apartándose. Frunció el ceño y sus manos frotaron su rostro como una manera de mantener relajadas sus facciones.
—¿Por qué te empeñas en llevarme la contraria siempre? Esta ciudad no es como El Cairo. Está plagada de cazadores e inquisidores y tú... —Hizo una pausa, mientras iba de un lado a otro de la pequeña estancia—. Eres una hechicera. Una "calamidad" para ellos; como de seguro lo seré yo. —Dejó escapar de sus labios aquellas palabras, que, aunque parecieran dagas afiladas, decían la verdad—. No quisiera que nada te ocurriera mientras no puedo vigilarte; conozco a alguien que podría cuidarte durante las horas diurnas. Y no lo hago porque te considere una niña; por favor entiéndelo.
Los ojos de Imhotep se cruzaron con los de Sagira, y en ese momento, pudo darse cuenta de que, a pesar de saber que ella había crecido, se había convertido en una mujer.
Abstraído, en las escenas del Génesis en aquellas pinturas, se detuvo a pensar el porque decidió tener a una humana a su lado, si en veces anteriores, a pesar de ser un magnífico tutor, no quiso entablar relación alguna con nadie, ni siquiera con aquellos con los que compartía parentesco. Bajó la mirada y sus ojos se cubrieron de sombras; aún podía escuchar a Sagira a hablar, prácticamente quejándose por las decisiones tomadas por su mentor. Imhotep comprendía que aún era joven, pero, recordó entonces cuando él mismo tenía la edad que la muchacha ahora poseía y exhaló con evidentemente molestia. En años anteriores sólo había guardado silencio e intentaba complacerla en lo que podía, sin embargo, esta vez, y a partir de ese momento, las cosas tendrían que cambiar. Era por su bien.
Se giró y la observó con seriedad.
—Tienes dieciocho años, Sagira. Ya estás grande y lo sabes... Pero —se acercó a ella, acortando toda distancia entre ambos—. Ser grande no es sinónimo de hacer lo que se quiera, sino de prudencia. —Extendió la mano y se atrevió a tomar el mentón de la muchacha, apenas rozándolo con la punta de los dedos. Era la primera vez que hacía algo así—. Tendrás a una institutriz y no se discuta más. Reconozco que eres muy capaz y todo eso que alardeas, pero si he tomado esa decisión es por tu bien.
Concluyó, apartándose. Frunció el ceño y sus manos frotaron su rostro como una manera de mantener relajadas sus facciones.
—¿Por qué te empeñas en llevarme la contraria siempre? Esta ciudad no es como El Cairo. Está plagada de cazadores e inquisidores y tú... —Hizo una pausa, mientras iba de un lado a otro de la pequeña estancia—. Eres una hechicera. Una "calamidad" para ellos; como de seguro lo seré yo. —Dejó escapar de sus labios aquellas palabras, que, aunque parecieran dagas afiladas, decían la verdad—. No quisiera que nada te ocurriera mientras no puedo vigilarte; conozco a alguien que podría cuidarte durante las horas diurnas. Y no lo hago porque te considere una niña; por favor entiéndelo.
Los ojos de Imhotep se cruzaron con los de Sagira, y en ese momento, pudo darse cuenta de que, a pesar de saber que ella había crecido, se había convertido en una mujer.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/12/2014
Re: Una nueva vida [Privado]
Para la joven bruja era sencillamente imposible dar con las palabras o actitudes que dejaran satisfecho al Imhotep. Conforme crecía mantener charlas con él, comprender sus silencios y mantener en secreto sus verdaderos sentimientos se le dificultaba cada vez más; ahora que además se incluía el cambio repentino de residencia y la complicada edad que la muchacha atravesaba, volvían todo aquello un inferno mental para la hechicera. Sagira se decía siempre que tenía que comportarse, hacer que las cosas tanto para ella como el inmortal fueran llevaderas, sin embargo ¿Cómo lograrlo cuando desconocía tanto de él? Imhotep no era solamente quien la salvó de morir cuando ella apenas era un bebé, él era todo lo que ella conocía como una figura paterna y además por más extraño e inadecuado que fuera, era el ser a quien más amaba.
Mientras sus quejas fluían de sus labios, Imhotep se mantenía de espaldas a ella, exaltándola aun más. Detestaba ser incapaz de alcanzarle, de ser alguien sin aparente importancia porque en muchas ocasiones así era como él la hacía sentir quizás sin darse cuenta o sin que fuera su intención.
Los ojos de ambos se encontraron cuando el vampiro se giró y al generarse el contacto visual, Sagira guardó silencio en automático, dando entonces pie al inmortal a hablar. La egipcia frunció el ceño al escuchar su edad. Tenía dieciocho años que al parecer no le servían de nada más que de llevarle más cerca de su fecha de muerte y de la separación absoluta de Imhotep. Los pensamientos negativos sobre su edad y todo lo que conllevaba desaparecieron en el momento que el vampiro se acercó más a ella y sus dedos fríos tomaron ligeramente el mentón de la bruja. Sagira enfocó enteramente su mirada en la ajena y trató en vano de tranquilizar a su corazón, que se acelero apenas con el roce ajeno, ese que ella ya no recordaba porque desde hacía mucho tiempo que no existía. Las palabras que pronunciara Imhotep la hicieron suspirar y dejar caer los hombros en señal de derrota.
– Bien, que venga una institutriz. Con ella aprenderé más rápido – y aunque pensó que con aquello el vampiro se sentiría satisfecho, la bruja estaba terriblemente equivocada.
Ambos eran una calamidad, eso estaba bastante claro y algo que al parecer Sagira comprendía pero Imhotep no, era que la muchacha seguía siendo una mortal, alguien que por más cuidados o atenciones que tuviera de parte del inmortal, terminaría muriendo algún día. La hechicera podía mantenerse en casa, fuera de los peligros del exterior que el vampiro numeraba y aun así, podía sufrir un accidente en aquella casa y dejar de existir. Al pensar en esas posibilidades, Sagira abrió los labios, dispuesta a expresarlas pero siendo otras palabras las que salieron en su lugar.
– Lo aceptare entonces – cruzó los brazos a la altura del pecho, molesta consigo misma por cambiar sus propias palabras en los últimos momentos, sin embargo, no le gustaba para nada ver a su protector tan abrumado. La bruja sabía que era en parte por ella, pero más que nada era por los secretos que él tanto le ocultaba – Trae a quien quieras para que salga conmigo de día, hare todo lo que me diga y te prometo que tendré precaución fuera de la casa – le observó fijamente – Solo promete que trataras de estar tranquilo que aunque sé que me lo negaras, te notó tensó – toda una vida juntos, observándose, era pues imposible que no notaran las reacciones o formas de ser del otro que no se encontraran en el rango de la normalidad.
Mientras sus quejas fluían de sus labios, Imhotep se mantenía de espaldas a ella, exaltándola aun más. Detestaba ser incapaz de alcanzarle, de ser alguien sin aparente importancia porque en muchas ocasiones así era como él la hacía sentir quizás sin darse cuenta o sin que fuera su intención.
Los ojos de ambos se encontraron cuando el vampiro se giró y al generarse el contacto visual, Sagira guardó silencio en automático, dando entonces pie al inmortal a hablar. La egipcia frunció el ceño al escuchar su edad. Tenía dieciocho años que al parecer no le servían de nada más que de llevarle más cerca de su fecha de muerte y de la separación absoluta de Imhotep. Los pensamientos negativos sobre su edad y todo lo que conllevaba desaparecieron en el momento que el vampiro se acercó más a ella y sus dedos fríos tomaron ligeramente el mentón de la bruja. Sagira enfocó enteramente su mirada en la ajena y trató en vano de tranquilizar a su corazón, que se acelero apenas con el roce ajeno, ese que ella ya no recordaba porque desde hacía mucho tiempo que no existía. Las palabras que pronunciara Imhotep la hicieron suspirar y dejar caer los hombros en señal de derrota.
– Bien, que venga una institutriz. Con ella aprenderé más rápido – y aunque pensó que con aquello el vampiro se sentiría satisfecho, la bruja estaba terriblemente equivocada.
Ambos eran una calamidad, eso estaba bastante claro y algo que al parecer Sagira comprendía pero Imhotep no, era que la muchacha seguía siendo una mortal, alguien que por más cuidados o atenciones que tuviera de parte del inmortal, terminaría muriendo algún día. La hechicera podía mantenerse en casa, fuera de los peligros del exterior que el vampiro numeraba y aun así, podía sufrir un accidente en aquella casa y dejar de existir. Al pensar en esas posibilidades, Sagira abrió los labios, dispuesta a expresarlas pero siendo otras palabras las que salieron en su lugar.
– Lo aceptare entonces – cruzó los brazos a la altura del pecho, molesta consigo misma por cambiar sus propias palabras en los últimos momentos, sin embargo, no le gustaba para nada ver a su protector tan abrumado. La bruja sabía que era en parte por ella, pero más que nada era por los secretos que él tanto le ocultaba – Trae a quien quieras para que salga conmigo de día, hare todo lo que me diga y te prometo que tendré precaución fuera de la casa – le observó fijamente – Solo promete que trataras de estar tranquilo que aunque sé que me lo negaras, te notó tensó – toda una vida juntos, observándose, era pues imposible que no notaran las reacciones o formas de ser del otro que no se encontraran en el rango de la normalidad.
Karen Nygard- Hechicero Clase Media
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Re: Una nueva vida [Privado]
Podría creerse un protector, un mentor, o alguien de gran sabiduría; pero, a pesar de todo, él era el principal culpable de la inseguridad de Sagira. Haber admitido tan cruel verdad hizo que volviera a hundirse en cavilaciones profundas sobre su verdadero objetivo. Ella, por su parte, desconocía toda la verdad detrás de la imponente imagen de Imhotep; eso, quisiera admitirlo o no, la pondría en un inevitable riesgo. Quizás, por esta misma razón, él buscaba la manera de que la jovencita estuviera segura, sin revelarle demasiado detalle. Se había prometido a sí mismo que no la atormentaría con semejante realidad y continuaría comportándose como el vampiro de siempre. Sin embargo, su verdadera esencia amenazaba con hacerse notar más opacando por completo al noble vampiro por uno que podía volverse irreconocible. Destino al que Imhotep no temía, sino, que aceptaba con absoluta serenidad.
En muchísimo tiempo no se había dirigido a ella de esa manera. Solía reservarse sus molestias y hallaba la manera de entablar un diálogo en donde ambas partes estuvieran de acuerdo. Pero esta vez no pudo contenerse. Y con razón, ya la realidad se estaba volviendo diferente; lo fue, desde que decidió dejar a Egipto para siempre, su tierra de toda la vida.
—Deja tu orgullo —replicó, dándole la espalda y observando las penumbras—. Yo no te enseñé esa manera de actuar. No busques mi decepción con tanto ahínco, Sagira —habló con severidad, sin mover un músculo. Parecía una estatua parlante en aquella posición—. Si no urgiera tanto, no me molestaría en hallar a la persona adecuada. ¿Desde cuándo te has vuelto tan desagradecida?
Se giró, pero sólo para dedicarle una mirada hosca. Las actitudes de la muchacha amenazaron con perturbar su paz, y la conciencia en la que reposaba Miguel.
—Las cosas han cambiado, y seguirán haciéndolo. Sólo quiero que estés preparada mentalmente para ese cambio y dejes la ingenuidad a un lado —espetó—; debes madurar si quieres avanzar. Sino, veo muy difícil tu crecimiento, y todas mis enseñanzas habrán sido en vano. —Sí, estaba consciente que estaba siendo muy duro, pero si no empezaba a ajustar el cinto, Sagira iba a continuar siendo la ingenua de siempre y con un carácter fácilmente manipulable. Era lo menos que quería—. Recuerda lo que te dije: este lugar no es como El Cairo. La población la supera en mucho; hay peligros a la vuelta de la esquina, y no me refiero a accidentes caseros —sentenció—, sino a personas con un instinto ruin; los mismos que asesinaron a tus padres.
Había abierto una vieja herida y lo creía conveniente. Alguna vez su mismo maestro se lo había hecho, y no era para mal, al contrario, le había hecho un profundo bien. Aquello era una cruda prueba para enfrentar a los peligros de este mundo, al cual, se exponen cada uno de los que lo habitan.
—Mis discípulos deberán endurecer sus emociones, ser nobles, y nunca prestarse a la arrogancia. No hace falta que tenga que recalcártelo una y otra vez. —Volvió a tomar asiento, tomando, una vez más, a la figura del ángel que tanto llamó su atención—. He vivido más que tú… Y sé porque te digo todo esto. Sólo quiero saber que serás una persona de bien hasta el último de tus días.
En muchísimo tiempo no se había dirigido a ella de esa manera. Solía reservarse sus molestias y hallaba la manera de entablar un diálogo en donde ambas partes estuvieran de acuerdo. Pero esta vez no pudo contenerse. Y con razón, ya la realidad se estaba volviendo diferente; lo fue, desde que decidió dejar a Egipto para siempre, su tierra de toda la vida.
—Deja tu orgullo —replicó, dándole la espalda y observando las penumbras—. Yo no te enseñé esa manera de actuar. No busques mi decepción con tanto ahínco, Sagira —habló con severidad, sin mover un músculo. Parecía una estatua parlante en aquella posición—. Si no urgiera tanto, no me molestaría en hallar a la persona adecuada. ¿Desde cuándo te has vuelto tan desagradecida?
Se giró, pero sólo para dedicarle una mirada hosca. Las actitudes de la muchacha amenazaron con perturbar su paz, y la conciencia en la que reposaba Miguel.
—Las cosas han cambiado, y seguirán haciéndolo. Sólo quiero que estés preparada mentalmente para ese cambio y dejes la ingenuidad a un lado —espetó—; debes madurar si quieres avanzar. Sino, veo muy difícil tu crecimiento, y todas mis enseñanzas habrán sido en vano. —Sí, estaba consciente que estaba siendo muy duro, pero si no empezaba a ajustar el cinto, Sagira iba a continuar siendo la ingenua de siempre y con un carácter fácilmente manipulable. Era lo menos que quería—. Recuerda lo que te dije: este lugar no es como El Cairo. La población la supera en mucho; hay peligros a la vuelta de la esquina, y no me refiero a accidentes caseros —sentenció—, sino a personas con un instinto ruin; los mismos que asesinaron a tus padres.
Había abierto una vieja herida y lo creía conveniente. Alguna vez su mismo maestro se lo había hecho, y no era para mal, al contrario, le había hecho un profundo bien. Aquello era una cruda prueba para enfrentar a los peligros de este mundo, al cual, se exponen cada uno de los que lo habitan.
—Mis discípulos deberán endurecer sus emociones, ser nobles, y nunca prestarse a la arrogancia. No hace falta que tenga que recalcártelo una y otra vez. —Volvió a tomar asiento, tomando, una vez más, a la figura del ángel que tanto llamó su atención—. He vivido más que tú… Y sé porque te digo todo esto. Sólo quiero saber que serás una persona de bien hasta el último de tus días.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Re: Una nueva vida [Privado]
Estaba comenzando a calmarse, a ceder únicamente porque prefería hacerlo a continuar con una discusión que no la llevaría a ningún lado y fue precisamente su manera de restar importancia a todo lo que termino por hacer que la voz de Imhotep sonara más enérgica que de costumbre.
La joven hechicera clavo sus ojos en el inmortal, consternada por lo que estaba ocurriendo ahora. Las palabras que salían de los labios de Imhotep eran como afiladas dagas que dañaban a Sagira, quien no había tenido intención alguna de hacerle sentir que no apreciaba sus enseñanzas y por sobre todo, no buscaba decepcionarlo, no a él. Pese al dolor que le causaba todo lo que su protector decía, la hechicera se mantuvo en silencio, prestando atención a lo que él le decía pues no deseaba verse más desagradecida de lo que él ya decía que era. Aún así, cuando hubo una pausa por parte del vampiro ella carraspeo, tragándose de esa manera el dolor que amenazaba con hacer que la voz se le quebrara.
– Lo lamento, no era mi intención actuar de esta manera y mucho menos que pienses que no agradezco todo lo que haces por mi – levantó sus ojos para observarlo – Siempre estaré en deuda contigo por todo lo que has hecho por mi, eres el ser más importante para mi en esta tierra así que no te decepcionare – aseguraba la muchacha, que aunque lista aún era bastante ingenua.
Asintió con firmeza a las siguientes palabras. Sagira era consciente de que su vida en el Cairo era diferente, allá no existían peligros y ser ingenua no significaba mayor problema; aunque había tratado de mantenerse fiel a su manera de ser en aquellas tierras extrañas, Imhotep le recalcaba que aquel sitio no era seguro, que los peligros estaban a la vuelta de la esquina y que ella necesitaba despabilar, abrir los ojos y ver la realidad, por más dolorosa que esta fuera. Agacho la mirada avergonzada, pues pese a que sus pensamientos no habían salido de sus labios parecían ser adivinados por su protector, a quien nunca se le escapaba nada que proviniera de ella, sin embargo, la vergüenza que experimentada fue reemplazada rápidamente por la tristeza. La egipcia sabía bien la historia de sus padres, el inmortal se encargó de hacérsela saber desde muy temprana edad pero que los mencionara en esos momentos era como dar un golpe bajo a la hechicera.
– Gracias por recordarme eso, ya me ha quedado todo perfectamente claro con el ejemplo de mis padres – agradeció aunque las lágrimas amenazaban con comenzar a rodar por sus mejillas. Imhotep no le recordaba aquello por hacer el mal, sino solamente para hacerle saber que aquel mundo le amenazó desde que era una bebé, ¿Qué le hacía pensar entonces que ahora que era mayor no lo haría? La magia nunca volvería ningún lugar seguro para ella y eso necesitaba aceptarlo.
La muchacha aguardó hasta que el vampiro se alejó y tomó nuevamente aquella figurilla de ángel que no dejaba de contemplar.
– No hará falta que me recuerdes nada desde este momento y en adelante – aseguró al tiempo que se limpiaba cuidadosamente los ojos para eliminar el rastro de las lágrimas que se albergaron en sus ojos – Te hare enorgullecer Imhotep – camino entonces para acercarse un poco a él pero sus ojos no se centraban en el vampiro sino en la figurilla que sostenía – Últimamente parece que ese ángel te genera muchas interrogantes. Sueles mirarlo muy seguido aunque muchas ocasiones es solamente de manera fugaz – entrecerró los ojos para ver el perfecto rostro del ángel – ¿No te gusta?.
La joven hechicera clavo sus ojos en el inmortal, consternada por lo que estaba ocurriendo ahora. Las palabras que salían de los labios de Imhotep eran como afiladas dagas que dañaban a Sagira, quien no había tenido intención alguna de hacerle sentir que no apreciaba sus enseñanzas y por sobre todo, no buscaba decepcionarlo, no a él. Pese al dolor que le causaba todo lo que su protector decía, la hechicera se mantuvo en silencio, prestando atención a lo que él le decía pues no deseaba verse más desagradecida de lo que él ya decía que era. Aún así, cuando hubo una pausa por parte del vampiro ella carraspeo, tragándose de esa manera el dolor que amenazaba con hacer que la voz se le quebrara.
– Lo lamento, no era mi intención actuar de esta manera y mucho menos que pienses que no agradezco todo lo que haces por mi – levantó sus ojos para observarlo – Siempre estaré en deuda contigo por todo lo que has hecho por mi, eres el ser más importante para mi en esta tierra así que no te decepcionare – aseguraba la muchacha, que aunque lista aún era bastante ingenua.
Asintió con firmeza a las siguientes palabras. Sagira era consciente de que su vida en el Cairo era diferente, allá no existían peligros y ser ingenua no significaba mayor problema; aunque había tratado de mantenerse fiel a su manera de ser en aquellas tierras extrañas, Imhotep le recalcaba que aquel sitio no era seguro, que los peligros estaban a la vuelta de la esquina y que ella necesitaba despabilar, abrir los ojos y ver la realidad, por más dolorosa que esta fuera. Agacho la mirada avergonzada, pues pese a que sus pensamientos no habían salido de sus labios parecían ser adivinados por su protector, a quien nunca se le escapaba nada que proviniera de ella, sin embargo, la vergüenza que experimentada fue reemplazada rápidamente por la tristeza. La egipcia sabía bien la historia de sus padres, el inmortal se encargó de hacérsela saber desde muy temprana edad pero que los mencionara en esos momentos era como dar un golpe bajo a la hechicera.
– Gracias por recordarme eso, ya me ha quedado todo perfectamente claro con el ejemplo de mis padres – agradeció aunque las lágrimas amenazaban con comenzar a rodar por sus mejillas. Imhotep no le recordaba aquello por hacer el mal, sino solamente para hacerle saber que aquel mundo le amenazó desde que era una bebé, ¿Qué le hacía pensar entonces que ahora que era mayor no lo haría? La magia nunca volvería ningún lugar seguro para ella y eso necesitaba aceptarlo.
La muchacha aguardó hasta que el vampiro se alejó y tomó nuevamente aquella figurilla de ángel que no dejaba de contemplar.
– No hará falta que me recuerdes nada desde este momento y en adelante – aseguró al tiempo que se limpiaba cuidadosamente los ojos para eliminar el rastro de las lágrimas que se albergaron en sus ojos – Te hare enorgullecer Imhotep – camino entonces para acercarse un poco a él pero sus ojos no se centraban en el vampiro sino en la figurilla que sostenía – Últimamente parece que ese ángel te genera muchas interrogantes. Sueles mirarlo muy seguido aunque muchas ocasiones es solamente de manera fugaz – entrecerró los ojos para ver el perfecto rostro del ángel – ¿No te gusta?.
Karen Nygard- Hechicero Clase Media
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Re: Una nueva vida [Privado]
Quizás había sido muy duro con Sagira al recalcarle la muerte de sus padres; pero no hallaba otra manera de hacerle comprender un poco más la situación. Ella tenía que entender que ya no era una niña, que, aunque estuviera bajo su protección, también tenía que aprender a lidiar con el mundo exterior. Además, al ser una bruja, el entrenamiento debía ser aún mayor. Él mismo se culpaba por haber sido tan blando en un principio, cuando en antaño tuvo que superar pruebas difíciles para lograr ser sacerdote de Thoth, y mucho después, entregarse al yugo de un faraón para dirigir un imperio. Y más allá de eso, estaba lo que residía en su interior; un poder que le fue otorgado antes de las primeras civilizaciones y que sólo se manifestó cuando permitió que la inmortalidad y la noche lo condenaran. Pero toda aquella verdad no le había sido revelada a su protegida; tampoco tenía intenciones de hacerlo. Era un asunto delicado y su lado humano aún conservaba el apego hacia sus semejantes.
En su mente no residía mayor interés que descubrir quiénes eran Los Caídos y, desde luego, hallar a sus hermanos alados. Sabía, de buena fuente, que en París había mucho movimiento, y no por el crecimiento de la Era Industrial, sino por algo más enigmático; algo que yacía oculto a la vista de todos, y que sólo los más astutos y sabios comprendían. Pero Imhotep sólo estaría como espectador; sus acciones sólo las tomaría cuando el Juicio estuviera cerca. De momento, sólo esperaba las señales adecuadas, pues, presentía que en cualquier momento otros más despertarían del letargo del mundo.
Pero, mientras contemplaba distraídamente la figurilla del ángel, la voz de Sagira lo arrastró de nuevo a la realidad. La observó en silencio durante varios minutos, luego miró a la estatuilla y la dejó en la mesa. ¿Qué explicación podía encontrar en ello? Se sintió ligeramente conmocionado. Ella era lista y observadora. Cualquier excusa no iba a funcionar, eso era más que evidente.
—No lo sé. Quizás con los siglos nos volvemos más sensibles —dijo, restándole interés al asunto—. Recuerda que yo nací con las primeras civilizaciones, las cuales adoptaron el arte como parte de su lenguaje. Mucho antes otros lo hicieron, pero ya concretamente hablando, las grandes civilizaciones fueron las que se encargaron de darle mucho más valor —expuso como si estuviera en alguna clase del College, en donde era profesor de Lenguas Antiguas—. Simplemente me gusta. No tengo más que decir al respecto.
Sentenció de manera tajante, sin mucho preámbulo. Pero daba por seguro que aquello no iba a resolver las dudas de la jovencita. Imhotep simplemente se acomodó en su asiento y volvió a dedicarle una mirada inquisitiva, como descubriendo algo.
—Sagira —finalmente habló—. ¿Has estado saliendo a escondidas mías? No mientas, es algo que doy por hecho. Y este discurso que te he dado no es por mera casualidad. —Exhaló, frotándose el rostro con la mano. Se había abstraído tanto con sus cavilaciones, que ese detalle lo pasó por alto. Intentó no mostrarse molesto, pero odiaba que ella no fuera lo suficientemente honesta—. Has hecho mal en no decirme nada. ¿Y si te hubiera ocurrido algo? No quiero sonar como un padre sobreprotector. Sin embargo, al estar en ciudad extranjera es más arriesgado hacer estas cosas.
En su mente no residía mayor interés que descubrir quiénes eran Los Caídos y, desde luego, hallar a sus hermanos alados. Sabía, de buena fuente, que en París había mucho movimiento, y no por el crecimiento de la Era Industrial, sino por algo más enigmático; algo que yacía oculto a la vista de todos, y que sólo los más astutos y sabios comprendían. Pero Imhotep sólo estaría como espectador; sus acciones sólo las tomaría cuando el Juicio estuviera cerca. De momento, sólo esperaba las señales adecuadas, pues, presentía que en cualquier momento otros más despertarían del letargo del mundo.
Pero, mientras contemplaba distraídamente la figurilla del ángel, la voz de Sagira lo arrastró de nuevo a la realidad. La observó en silencio durante varios minutos, luego miró a la estatuilla y la dejó en la mesa. ¿Qué explicación podía encontrar en ello? Se sintió ligeramente conmocionado. Ella era lista y observadora. Cualquier excusa no iba a funcionar, eso era más que evidente.
—No lo sé. Quizás con los siglos nos volvemos más sensibles —dijo, restándole interés al asunto—. Recuerda que yo nací con las primeras civilizaciones, las cuales adoptaron el arte como parte de su lenguaje. Mucho antes otros lo hicieron, pero ya concretamente hablando, las grandes civilizaciones fueron las que se encargaron de darle mucho más valor —expuso como si estuviera en alguna clase del College, en donde era profesor de Lenguas Antiguas—. Simplemente me gusta. No tengo más que decir al respecto.
Sentenció de manera tajante, sin mucho preámbulo. Pero daba por seguro que aquello no iba a resolver las dudas de la jovencita. Imhotep simplemente se acomodó en su asiento y volvió a dedicarle una mirada inquisitiva, como descubriendo algo.
—Sagira —finalmente habló—. ¿Has estado saliendo a escondidas mías? No mientas, es algo que doy por hecho. Y este discurso que te he dado no es por mera casualidad. —Exhaló, frotándose el rostro con la mano. Se había abstraído tanto con sus cavilaciones, que ese detalle lo pasó por alto. Intentó no mostrarse molesto, pero odiaba que ella no fuera lo suficientemente honesta—. Has hecho mal en no decirme nada. ¿Y si te hubiera ocurrido algo? No quiero sonar como un padre sobreprotector. Sin embargo, al estar en ciudad extranjera es más arriesgado hacer estas cosas.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Re: Una nueva vida [Privado]
La edad de su querido Imhotep era un absoluto misterio para ella. El inmortal se encargó siempre de decirle que era viejo, pero nunca le dijo del todo cual era su edad real y si no se la dijo cuando ella era más joven, estaba segura de que en esos tiempos mucho menos. Claro que a Sagira no le preocupaba del todo saber o no la edad del vampiro, sino los secretos que traían los años vividos del vampiro. La hechicera desde pequeña notaba esos momentos donde Imhotep parecía perderse, yéndose lejos de su alcance, sin embargo, desde que llegaron a París esos momentos habían aumentado, ocurriendo cuando el inmortal se enfrentaba a imágenes celestiales, justo como la que ahora miraban ambos.
Los ojos curiosos de la muchacha se posaron sobre el rostro perfecto y eterno de su protector. ¿Cuántos secretos ocultaba? ¿Cuántas cosas cargaba a solas?. Ante esas dos interrogantes, la joven sintió una punzada de culpabilidad en su pecho al darse cuenta de que con sus actitudes infantiles y sus caprichos no hacía nada más que aumentar la carga de Imhotep, fue entonces que durante los breves segundos de silencio que se instalaron entre ambos que Sagira se prometió crecer de verdad, no para dejar de ser una carga o una niña a los ojos de su protector, sino para llegar al momento en que él pudiera compartir con ella la carga de los siglos que llevaba a cuestas.
– Es probable – susurró tras las primeras palabras del inmortal – Ya sé que naciste con las primeras civilizaciones – aseguró, mostrando una sonrisa a su protector – es imposible que pueda olvidar algo así – volvió la mirada al ángel – y solo preguntaba porque nunca antes te vi tan interesado en algo como este ángel. Me hace feliz que te guste, eso es todo. – la realidad era que ella podía notar en Imhotep algo diferente, no el mero gustar al que se refería sino que veía un secreto más que no quería ser revelado.
Creyendo entonces que la conversación llegaba a su fin y que el vampiro desearía estar un momento a solas, Sagira se movió para comenzar a andar hacía la puerta siendo detenida en el preciso instante en que daba su primer paso.
Escuchar la pregunta de Imhotep la dejó helada en su sitio. Claro que ella no esperaba guardar aquel secreto por siempre, pero tampoco imaginaba ser descubierta tan pronto. Sabiendo que no podía ocultarle más nada a su protector, la hechicera se paro firme frente a él, llevó las manos al frente de su vestido y las entrelazo ahí antes de comenzar a hablar.
– He estado saliendo algunas mañanas – confesó – quería conocer París de día, ver como son sus calles y la gente de aquí. Sé que he hecho mal en no decirte nada, pero sabía que me lo prohibirías y de verdad que deseaba conocer. Además no he estado sola – jugó con sus manos – El primer día que salí conocí a alguien – desvió la mirada al suelo – A un chico gitano y me ha enseñado muchos sitios – su voz sonó un poco más animada – Es mi amigo y sé que estoy a salvo con él – la certeza en las palabras de Sagira era absoluta pues confiaba en Maloney como confiaba en si misma.
Los ojos curiosos de la muchacha se posaron sobre el rostro perfecto y eterno de su protector. ¿Cuántos secretos ocultaba? ¿Cuántas cosas cargaba a solas?. Ante esas dos interrogantes, la joven sintió una punzada de culpabilidad en su pecho al darse cuenta de que con sus actitudes infantiles y sus caprichos no hacía nada más que aumentar la carga de Imhotep, fue entonces que durante los breves segundos de silencio que se instalaron entre ambos que Sagira se prometió crecer de verdad, no para dejar de ser una carga o una niña a los ojos de su protector, sino para llegar al momento en que él pudiera compartir con ella la carga de los siglos que llevaba a cuestas.
– Es probable – susurró tras las primeras palabras del inmortal – Ya sé que naciste con las primeras civilizaciones – aseguró, mostrando una sonrisa a su protector – es imposible que pueda olvidar algo así – volvió la mirada al ángel – y solo preguntaba porque nunca antes te vi tan interesado en algo como este ángel. Me hace feliz que te guste, eso es todo. – la realidad era que ella podía notar en Imhotep algo diferente, no el mero gustar al que se refería sino que veía un secreto más que no quería ser revelado.
Creyendo entonces que la conversación llegaba a su fin y que el vampiro desearía estar un momento a solas, Sagira se movió para comenzar a andar hacía la puerta siendo detenida en el preciso instante en que daba su primer paso.
Escuchar la pregunta de Imhotep la dejó helada en su sitio. Claro que ella no esperaba guardar aquel secreto por siempre, pero tampoco imaginaba ser descubierta tan pronto. Sabiendo que no podía ocultarle más nada a su protector, la hechicera se paro firme frente a él, llevó las manos al frente de su vestido y las entrelazo ahí antes de comenzar a hablar.
– He estado saliendo algunas mañanas – confesó – quería conocer París de día, ver como son sus calles y la gente de aquí. Sé que he hecho mal en no decirte nada, pero sabía que me lo prohibirías y de verdad que deseaba conocer. Además no he estado sola – jugó con sus manos – El primer día que salí conocí a alguien – desvió la mirada al suelo – A un chico gitano y me ha enseñado muchos sitios – su voz sonó un poco más animada – Es mi amigo y sé que estoy a salvo con él – la certeza en las palabras de Sagira era absoluta pues confiaba en Maloney como confiaba en si misma.
Karen Nygard- Hechicero Clase Media
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Re: Una nueva vida [Privado]
Estaba llevando las cosas demasiado lejos, pero lo hacía con el único fin de poder hacer entrar en razón a Sagira, quizás estaba siendo duro, demasiado estricto y cerrado, aun así, no era un actitud que tomaba por simple capricho, era porque le tenía mucha estima la humana y se preocupaba por ella, desde el primer momento en que la tuvo a su lado, cuando apenas era una niña, a quien le habían arrebatado a sus padres. Imhotep estaba consciente de los hechos, incluso sabía quiénes eran sus padres, porque él estaba como espectador de la situación, tal y como lo demandaba su verdadera misión. Probar que aún se debía tener fe en la humanidad era algo que solía poner en dudas demasiadas veces, sin embargo, confiaba en que no todo estaba del todo perdido. Al menos, no hasta ese entonces.
Tal vez para la jovencita no era prudente conocer todo aquello, no hasta que no alcanzara la madurez necesaria, que actuara con mayor previsión, que quemara por completo toda su ingenuidad. Era una petición cruda, y la mejor para ella, de eso no cabía la menor duda. Incluso, él tuvo que dejar a un lado parte de su humanidad para afrontar riesgos y convertirse en el protector de unas de las reliquias más importantes del mundo antiguo. Los milenios habían forjado a un ser de sentimientos inquebrantables, y demasiado seguro de sí mismo.
La escuchó en completo silencio. Era una virtud aquello, Imhotep solía ser una persona reservada y quien gustaba de oír a los demás, sin importar cual fuera el tema de conversación; por eso es que muchos de sus estudiantes se le acercaban en el College, para hacerle saber todas sus inquietudes. No siempre solían contar con la presencia de alguien tan antiguo, culto, y que estuviera dispuesto de hacerles llegar su conocimiento. No todo, porque había cosas que no eran prudentes contarlas.
—Probablemente es porque a Egipto no llegan cosas como este ángel. Los extranjeros sólo van allá a buscar esclavos, a saquear las tumbas de los faraones y a quererse adueñar de una tierra que no les pertenece —habló esa parte de él que aún continuaba arraigada a sus raíces—. No tienen interés en un intercambio cultural, sólo desean pisotear a los demás. —Aunque esas palabras tuvieran un tinte despectivo, el tono que empleó fue pausado, demasiado calmado quizás—. Pero eso no es el asunto que me interesa tratar. Yo no tengo el poder para cambiar esas cosas.
Si lo tenía, incluso, si quisiera cambiar el destino de la humanidad, podría hacerlo con una simple misiva, pero no llegaría a semejante punto.
—Durante las mañanas —repitió—. ¿Por qué lo has hecho sin decirme nada? Aparte de poner tu confianza en cualquier persona que no conozco. —Ni siquiera la miró, estaba enojado, eso era más que evidente—. Tantos años de educación para nada... Sigues empeñada en desobedecerme. Entiendo que quieras conocer este mundo y el otro, porque eres joven, pero eso sólo te hace imprudente. Esta ciudad no es segura, y ya sabes, caras vemos, corazones no sabemos. Cualquiera puede mostrarte una sonrisa afable, hacerte creer que es el ser más gentil de todo el cosmos, sin embargo, puede resultar ser un lobo disfrazado de cordero. ¿Lo entiendes?
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Re: Una nueva vida [Privado]
El ángel que tanto atraía la atención de su protector intrigaba a la muchacha, quien en busca de un poco más de conocimiento hablo de ella con Imhotep, haciendole saber que ella notaba su interés por la figura y que verlo tan interesado en algo, la hacía feliz. Una sonrisa apareció en su rostro y asintió a las palabras del inmortal. Cierto era que en Egipto dicilmente se veían cosas como aquellas. Su país natal, tal como decía Imhotep era el lugar perfecto para que los extranjeros se aprovecharan; extraían tanto como podían sin dejar nada a cambio y esa manera de llevarse todo sin dejar conocimiento era lo que impedía en parte que Sagira supiera como era que debía actuar en países extranjeros. La egipcia nunca vio nada de Francia, desconocía como se trataba la gente ahí, como vestían y hasta como hablaban, así que para ser una persona aislada de todo, parecía estarse acoplando bastante bien.
– Quizás no tienes tu el poder de cambiar esas cosas, pero a mi me gustaría tenerlo – confesó – Amo nuestro Egipto, lo hermoso y rico que ya es, así que imagina como sería si realmente existiera intercambio cultural – pensar en fortalecer a los suyos le hizo sonreír. Decidida estaba a salir de aquella habitación, tranquilizar su espíritu y comenzar a pensar en grande cuando Imhotep la enfrento con un secreto que ella creyó jamás descubriría el inmortal.
Con la mirada gacha y completamente apenada escuchaba la reprimenda que Imhotep tenía para darle. Sagira actuó de manera imprudente al salir sin avisar pero si de algo estaba segura era de que Maloney era alguien de confianza. El muchacho la auxilio en un momento de crisis y aunque sabía que contarle esa travesía a Imhotep le ganaría más problemas, quería que el vampiro confiara en su amigo.
– Tenía curiosidad y lamento haberlo hecho sin tu consentimiento, creí que sería solo una vez pero la pase tan bien que no pude evitar seguir saliendo – aseguro –Entiendo que no puedo ir por ahí confiando en todos, pero te aseguro que Maloney es de fiar – sus ojos se enfocaron unos segundos en los de su protector – de hecho, él me auxilio cuando unos niños me robaron… fue el único que se detuvo a hacerlo – suspiro – Por favor, dejame seguir viéndole – sonrió entonces cuando una idea le cruzo la cabeza – De hecho, puedo decirle que venga para que le conozcas, si después de verlo crees que no será buena influencia para mi entonces dejare de contactarlo.
– Quizás no tienes tu el poder de cambiar esas cosas, pero a mi me gustaría tenerlo – confesó – Amo nuestro Egipto, lo hermoso y rico que ya es, así que imagina como sería si realmente existiera intercambio cultural – pensar en fortalecer a los suyos le hizo sonreír. Decidida estaba a salir de aquella habitación, tranquilizar su espíritu y comenzar a pensar en grande cuando Imhotep la enfrento con un secreto que ella creyó jamás descubriría el inmortal.
Con la mirada gacha y completamente apenada escuchaba la reprimenda que Imhotep tenía para darle. Sagira actuó de manera imprudente al salir sin avisar pero si de algo estaba segura era de que Maloney era alguien de confianza. El muchacho la auxilio en un momento de crisis y aunque sabía que contarle esa travesía a Imhotep le ganaría más problemas, quería que el vampiro confiara en su amigo.
– Tenía curiosidad y lamento haberlo hecho sin tu consentimiento, creí que sería solo una vez pero la pase tan bien que no pude evitar seguir saliendo – aseguro –Entiendo que no puedo ir por ahí confiando en todos, pero te aseguro que Maloney es de fiar – sus ojos se enfocaron unos segundos en los de su protector – de hecho, él me auxilio cuando unos niños me robaron… fue el único que se detuvo a hacerlo – suspiro – Por favor, dejame seguir viéndole – sonrió entonces cuando una idea le cruzo la cabeza – De hecho, puedo decirle que venga para que le conozcas, si después de verlo crees que no será buena influencia para mi entonces dejare de contactarlo.
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Re: Una nueva vida [Privado]
Hubo un largo silencio; incómodo y sepulcral, casi como si las palabras no existieran entre ambos. Imhotep la había escuchado, más no replicó nada en ese instante, fue demasiado evidente su molestia, a pesar de que su rostro parecía el de una efigie en el desierto. Tal vez, aquella posición incorrupta anticipaba lo peor; consideró en cierto momento en que ya las cosas se le estaban yendo de las manos. Egipto pudo haber mantenido a la joven Sagira ajena al mundo, pero ahora, estando en una ciudad tan pomposa como París, el cambio en ella iba a ser crucial. Quizá era lo mejor, ella tendría que mejorar de las buenas a las primeras, aunque los riesgos eran nefastos, y eso era algo que la muchacha no alcanzaba a comprender del todo, porque había mucha ingenuidad en su interior.
Optó por no seguir nadando en contra de la corriente, pero eso no significaba que iba a aplaudirle la sugerencia que le hizo. ¿Qué pasaba por su cabeza? Fue agotador lidiar con alguien de su nivel en ese momento. Miguel se abría en su interior, el arcángel era quien parecía tomar el control de su mente, más Imhotep no lo permitió del todo. Aquello sólo debía destinarlo a situaciones sustanciales, las mismas que competían a toda la humanidad, y lamentablemente Sagira no era “toda la humanidad”. Quizá, él no era tan perfecto, pues, tan sólo con haber accedido hacerse cargo de una niña (ahora adulta), cometería un grandísimo fallo.
—No puedes ser tan ávida para desear tener semejante cualidad. Sólo el Creador es capaz de albergar ese poder de cambiarlo todo, más no lo hace, porque, incluso Él, respeta el equilibrio cosmogónico —habló al cabo de unos minutos. Aunque, se notaba un tanto diferente, como si fuera otra persona—. La humanidad ha sido desagradecida, y en vez de hallar la manera de acoplarse a las leyes universales, pretenden cambiarlas a su modo de vivir, que no es el más adecuado. Por eso son presa de demonios. Demonios creados por ellos mismos...
No hubo excepción alguna, ni siquiera con ella. Cuando su otra parte sentenciaba, lo hacía sin anestesia, sin medir a quien dirigirse, porque esa era parte de su función en ese mundo, y no iba a permitir que nadie lo desviara de sus compromisos. Sin embargo, luego dio paso a su anfitrión, pues hubo algo que ya no le concernía y era mejor dejárselo a quien supiera lidiar con eso.
—Y no, no tengo necesidad de conocer a ese muchacho —alegó, con el ceño fruncido—. Curiosidad, terquedad... ¿en qué te has convertido? Pareces más a esas aristócratas caprichosas, que a la jovencita humilde e inteligente que crié. ¿Tú qué sabes de él? Pudo haberte ayudado una vez, pero no sabes con cuál intención. —Presionó con los dedos el puente de la nariz, mientras dejaba escapar una exhalación—. Y si lo traes para acá, ¡si te atreves a hacerlo! Te enviaré de regreso a Egipto, justo a ese internado de niñas en el que consideré dejarte. Espero que esta vez tengas la dignidad de obedecerme, Sagira.
Optó por no seguir nadando en contra de la corriente, pero eso no significaba que iba a aplaudirle la sugerencia que le hizo. ¿Qué pasaba por su cabeza? Fue agotador lidiar con alguien de su nivel en ese momento. Miguel se abría en su interior, el arcángel era quien parecía tomar el control de su mente, más Imhotep no lo permitió del todo. Aquello sólo debía destinarlo a situaciones sustanciales, las mismas que competían a toda la humanidad, y lamentablemente Sagira no era “toda la humanidad”. Quizá, él no era tan perfecto, pues, tan sólo con haber accedido hacerse cargo de una niña (ahora adulta), cometería un grandísimo fallo.
—No puedes ser tan ávida para desear tener semejante cualidad. Sólo el Creador es capaz de albergar ese poder de cambiarlo todo, más no lo hace, porque, incluso Él, respeta el equilibrio cosmogónico —habló al cabo de unos minutos. Aunque, se notaba un tanto diferente, como si fuera otra persona—. La humanidad ha sido desagradecida, y en vez de hallar la manera de acoplarse a las leyes universales, pretenden cambiarlas a su modo de vivir, que no es el más adecuado. Por eso son presa de demonios. Demonios creados por ellos mismos...
No hubo excepción alguna, ni siquiera con ella. Cuando su otra parte sentenciaba, lo hacía sin anestesia, sin medir a quien dirigirse, porque esa era parte de su función en ese mundo, y no iba a permitir que nadie lo desviara de sus compromisos. Sin embargo, luego dio paso a su anfitrión, pues hubo algo que ya no le concernía y era mejor dejárselo a quien supiera lidiar con eso.
—Y no, no tengo necesidad de conocer a ese muchacho —alegó, con el ceño fruncido—. Curiosidad, terquedad... ¿en qué te has convertido? Pareces más a esas aristócratas caprichosas, que a la jovencita humilde e inteligente que crié. ¿Tú qué sabes de él? Pudo haberte ayudado una vez, pero no sabes con cuál intención. —Presionó con los dedos el puente de la nariz, mientras dejaba escapar una exhalación—. Y si lo traes para acá, ¡si te atreves a hacerlo! Te enviaré de regreso a Egipto, justo a ese internado de niñas en el que consideré dejarte. Espero que esta vez tengas la dignidad de obedecerme, Sagira.
Imhotep- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/12/2014
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