AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Paseo nocturno en C menor[Flora]
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Paseo nocturno en C menor[Flora]
La luna permanecía menguante y aquello era un buen primer indicio, por lo menos para alguien que dependía de ello para no acabar despertando en medio de un páramo, desnudo y con un episodio de olvido absoluto de sus acciones desde el atardecer anterior. Ciertamente ante ese panorama, el tomarse el tiempo de ir al Conservatorio Real de música y danza, sonaba mucho más auspicioso para una velada y es que no en vano hasta en el hastío generalizado que había encontrado en los años recluido en su residencia familiar, a fin de ocultar el hecho de que la edad parecía pasar a un ritmo terriblemente lento para él, el poder escuchar música proveniente desde manos dotadas, era una suerte de alivio temporal que lo relajaba y le permitía cerrar los párpados sin preocuparse por nada ni tener que volver a vislumbrar los horrores con los que se había topado a lo largo de su vida.
Su servicio diario había finalizado y de momento no tenía deseos de permanecer más tiempo del necesario en la guarnición. Se dirigió hasta sus habitaciones, que por lo menos al ser las de comandante eran bastante cómodas, y tomó su uniforme de etiqueta, el cual además de los adornos, el pantalón blanco como la nieve, las medallas y las charreteras doradas, si era era comparado con sus uniformes de servicio diario, obviamente lucía completamente nuevo e infinitamente más elegante, cumpliendo cada cual el cometido para el cual habían sido, a su vez, concebidos. Ordenó que se ensillase su caballo y mientras tanto aprovechó de dejar las órdenes dadas para que todo siguiese funcionando en su ausencia y ya en cosa de minutos se encontraba cabalgando por las calles de la ciudad a lomos de Old.
Por supuesto que el ser militar y de ser todavía más obsesivo respecto a las horas, le hizo encontrarse ya en el conservatorio varios minutos antes de que fuese a comenzar el concierto, dejó su montura con los sirvientes que aguardaban afuera del edificio y se adentró inmediatamente en éste, razón por la cual pudo alcanzar divisar a los músicos cuando se dirigían todavía a sus respectivos lugares. Él personalmente, si bien conocía de música y la apreciaba siempre que tenía la oportunidad, lo cual tampoco era muy seguido como todo lo mejor de la vida, carecía del talento para poder llevar a cabo las bellas melodías que su cabeza jamás llegaba a olvidar. Estaba de pie junto a un pilar, con el yelmo bajo el brazo sujeto por una mano y la otra empuñada por delante de su vientre, apoyándose el antebrazo sobre el pomo de oro de su sable de presentación. Podría haber parecido que montaba guardia de no ser por lo elegante de su atuendo y porque sus ojos se desviaron entre los músicos ante una joven cuyos ojos claros y cejas oscuras resaltaban todavía más y en conjunto hacían lo mismo con el resto de su rostro, algo que Maximilian, por frío que fuese, no podía ocultar, más, intentó ser tan poco evidente como lo dictaba el código de conducta de un caballero.
Pasaron los minutos y la gente comenzó a reunirse, tuvo oportunidad de hablar con varios otros oficiales de los demás cuerpos de la ciudad y del reino, la mayoría llegados ahí en compañía de sus esposas más que por voluntad propia, también otros miembros de la aristocracia, manteniendo la charla más o menos típica de los de su clase. Llegado el aviso de que comenzaría la función, automáticamente hizo chocar los tacos de sus botas y se dirigió a su asiento en uno de los palcos que desde privilegiada ubicación permitían escuchar con una mejor acústica y de paso observar lo que ocurría en el escenario directamente sin la necesidad de moverse. Había llegado atraído más que nada por la pieza de vals de "Ochi Chernye", una de sus preferidas pero se quedaría toda la función, siempre estaba dispuesto a descubrir una nueva melodía para añorar entre el tronar de las prácticas de tiro.
Su servicio diario había finalizado y de momento no tenía deseos de permanecer más tiempo del necesario en la guarnición. Se dirigió hasta sus habitaciones, que por lo menos al ser las de comandante eran bastante cómodas, y tomó su uniforme de etiqueta, el cual además de los adornos, el pantalón blanco como la nieve, las medallas y las charreteras doradas, si era era comparado con sus uniformes de servicio diario, obviamente lucía completamente nuevo e infinitamente más elegante, cumpliendo cada cual el cometido para el cual habían sido, a su vez, concebidos. Ordenó que se ensillase su caballo y mientras tanto aprovechó de dejar las órdenes dadas para que todo siguiese funcionando en su ausencia y ya en cosa de minutos se encontraba cabalgando por las calles de la ciudad a lomos de Old.
Por supuesto que el ser militar y de ser todavía más obsesivo respecto a las horas, le hizo encontrarse ya en el conservatorio varios minutos antes de que fuese a comenzar el concierto, dejó su montura con los sirvientes que aguardaban afuera del edificio y se adentró inmediatamente en éste, razón por la cual pudo alcanzar divisar a los músicos cuando se dirigían todavía a sus respectivos lugares. Él personalmente, si bien conocía de música y la apreciaba siempre que tenía la oportunidad, lo cual tampoco era muy seguido como todo lo mejor de la vida, carecía del talento para poder llevar a cabo las bellas melodías que su cabeza jamás llegaba a olvidar. Estaba de pie junto a un pilar, con el yelmo bajo el brazo sujeto por una mano y la otra empuñada por delante de su vientre, apoyándose el antebrazo sobre el pomo de oro de su sable de presentación. Podría haber parecido que montaba guardia de no ser por lo elegante de su atuendo y porque sus ojos se desviaron entre los músicos ante una joven cuyos ojos claros y cejas oscuras resaltaban todavía más y en conjunto hacían lo mismo con el resto de su rostro, algo que Maximilian, por frío que fuese, no podía ocultar, más, intentó ser tan poco evidente como lo dictaba el código de conducta de un caballero.
Pasaron los minutos y la gente comenzó a reunirse, tuvo oportunidad de hablar con varios otros oficiales de los demás cuerpos de la ciudad y del reino, la mayoría llegados ahí en compañía de sus esposas más que por voluntad propia, también otros miembros de la aristocracia, manteniendo la charla más o menos típica de los de su clase. Llegado el aviso de que comenzaría la función, automáticamente hizo chocar los tacos de sus botas y se dirigió a su asiento en uno de los palcos que desde privilegiada ubicación permitían escuchar con una mejor acústica y de paso observar lo que ocurría en el escenario directamente sin la necesidad de moverse. Había llegado atraído más que nada por la pieza de vals de "Ochi Chernye", una de sus preferidas pero se quedaría toda la función, siempre estaba dispuesto a descubrir una nueva melodía para añorar entre el tronar de las prácticas de tiro.
Maximilian Bernadotte- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/04/2015
Localización : París, Île-de-France
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Re: Paseo nocturno en C menor[Flora]
El conservatorio se le hizo gigante al ver a los invitados, uno a uno sus compañeros de clase se fueron alejando de sus parientes para prepararse a lo que sería el gran día para todos. Allí solo estudiaban los más dotados y aquellos que podían pagarlo, no faltaban los niños mimados que solo pretendían pasar por músicos, pero en verdad no lo eran. Nadie les decía nada, algunos eran simpáticos y Flora había hecho amistad con ellos, incluso ella era una niña mimada, pero poseía el talento, siempre había tenido una estrella para lo que le gustaba, allí esa noche brillaba con el vestido que todas las jóvenes había mandado confeccionar para tal momento, una blanco con visos dorados había sido el color escogido, con cortas mangas delicadas que caían suavemente por sus hombros. Llevaba el cabello suelto y salvaje, miró nerviosa a los asistentes que ya se disponían a sentarse en sus debidos lugares, elegantes sillas de terciopelo rojo. Al fondo un joven de porte militar, unos ojos misteriosos, vivos y a no ser por la juventud de sus rasgos ella habría podido jurar que en su mirada los años eran largos.
Sonriendo y sonrojada, bajó la mirada al escuchar como su maestra la llamaba al lado de sus compañeros, ya era hora de comenzar y en aquel lugar todo funcionaba a tiempo exacto, les gustaba la perfección y mientras se ubicaba en su lugar antes del recital ansió un descanso pero más importante una breve salida, un lugar abierto para respirar, había practicado demasiado y estaba preparada para dar lo mejor - eso y los aplausos del publico-. Intercambió palabras con las otras chicas, unas sonrisas nerviosas se veían en la sala de estar, las manos temblorosas de los primeros a pasar, algunos chicos se levantaban ansiosos a mover las piernas, Flora estaba acostumbrada aunque aún sentía ese fuerte vacío en el estómago, le gustaba esa sensación de mareo, de ansiar dejar todo tirado ante la presión del espectáculo y el querer quedarte por orgullo, sabiendo que se es una de las mejores en aquel lugar. Respiró escuchando los aplausos de la "Borís Godunov" compuesta por Mussorgsky - tocada por la tierna Annia - una rubiecilla tímida y sonriente-, ella había sido la de la idea de "Desde Rusia con amor", una noche de vodka para los invitados y buena música de aquellas tierras heladas, Flora pensaba que jamas había estado allí, debía hacerlo-, los sonidos gregorianos hacían que parecían hacer más larga la espera...y más dramática.
Era su hora...el cierre de la noche, el trío compuesto por ella y sus acompañantes. Se levantó frotando sus manos con suavidad sobre la fina seda de su vestido, siguió erguida por la alta cortina hacia el centro del escenario, allí estaba aquel hermoso piano negro que tanto le gustaba, brillaba y era solo de ella. Miró a sus compañeros con coquetería y con aprobación, quedando de pie ante el publico, siendo solo separada de él por la gigante tela de la cortina que lentamente se abrió ante ellos, fueron presentados recibiendo los respectivos aplausos ante una solemne y cliché reverencia. - Ni siquiera nos han escuchado y ya nos aplauden...- pensaba al sentarse para quedar cómoda antes de que la calurosa bienvenida acabara, las partituras correctas e impecables, las repasó como hábito y las teclas estaban frías y cuando el silencio reinaba comenzó la primera marcha del "Lago de los cisnes", Chaikovski era el gran reto y con sus manos se dejó llevar sintiendo como sus dedos eran agua a través de las teclas, podría jurar que por unos segundos sintió la superficie amarfilada de las blancas y las negras combinarse con ella, cerró sus ojos con infinita satisfacción y melancolía, y así pasó la noche con éxito entre caídas de telón y aplausos entusiastas. Al pasar al frente entre la ovación y entre sonrisas miró a la multitud, los padres orgullosos celebraban a sus futuros músicos, a ella nadie la esperaba...claro que le hubiera encantado que sus hermanos estuvieran allí, pero a falta de ellos prefería estar sola.
No era el primero y no sería el último que tuviera en su vida pensó al inclinarse de nuevo siendo tomada de las manos por sus dos amigos. Levantó la mirada disfrutando del éxito con humildad, recordó con precisión los lugares que ocupaba con sus hermanos, como sus padres visitaban con regularidad el conservatorio llevándolos con ellos, su madre altiva y silenciosa, con la sonrisa afable de los secretos guardados. Allí en uno de los balcones principales le pareció ver al agradable chico de hace un momento. Se preguntó si la milicia tendría días de descanso, quién habría de cuidar de ellos si descansaban? Claro que era justo que lo tuvieran, por algo se esmeraban dando su vida en guerras, pesquisas tontas, secuestros o emboscadas planeadas y en planes ya más elaborados, como rebeliones y traiciones. Puso una de sus manos sobre su frente, queriendo apartar los rayos de luz que tan molestos se le estaban haciendo. La piel del chico brillaba blanca en el palco y le pareció una dulce casualidad verlo de nuevo al recordar aquellas cosas que la hacían sonreír.
Las rosas y los lirios no se hicieron esperar, rojas y rosadas, así las había entregado Dominic quien interrumpiéndola en su meditación, queriendo saber cuando podría salir por fin con ella, la verdad no le entusiasmaba hacerlo a pesar de que era guapo, rico y decidido, la razón...era también bastante inmaduro, pero a una chica como ella le encantaban las rosas, eran un lindo recuerdo y traían con ellas la fuerza y el poder de quien anhela algo, útil para cualquier hechizo de amor o éxito. Flora agradeció con gentileza evadiendo la pregunta y observándolo partir con una sonrisa en los labios como si no hubiera entendido el no a su invitación. Miró arriba tratando de buscar de nuevo al caballero quien ya no estaba a su vista, regresó al vinculo de felicidad que se escuchaba por los pasillos del lugar. 20 minutos después se encontraba ya lista para salir y giró a la derecha de su mesilla en los salones privados para mirar el segundo ramo, Jazmines, Flora los amaba y al parecer su padre lo sabía, se debatió en silencio para saber si botar o no aquel regalo. El fresco aroma de las flores hacían oler el lugar a belleza, les gustaba ese olor...lo retuvo en su nariz un poco al levantarse, tomando una de sus flores para colocarla en su cabello haciendo juego con el blanco impoluto de sus ropas. Se colocó la sencilla casaca oliva y de cuello alto. Los dos ramos la esperarían en su hogar hasta que ella llegara, había decidido caminar. El de su padre serviría de protección.
- Noche de suave luna...- afirmó cuando el viento golpeó su rostro con calurosa bienvenida, la bóveda celeste estaba hermosa pero oscura, los callejones se abrían silenciosos, caminó pasando por el orfanato, aquel lugar lleno de risas y gritos, con pequeñas velas prendidas para iluminar su interior, adentro los niños jugaban a hacerle caras con sonrisas curiosas, ella sonrió imitándolos, saco su lengua y estiró su ojo derecho hacia abajo, los pequeños soltaron carcajadas y la despidieron moviendo las manos cuando dobló la esquina. Se acercaba al "Luna Park" cuando sintió los pasos tras de ella, no sabía desde cuando la estaban siguiendo pero estaba segura de que así era. De reojo observó a los dos hombres que ya cerca apresuraban a un encuentro con ella. Aceleró su marcha tomando una decisión, aún no sabía si descabellada, pero las calles solitarias al frente de ella le gritaban ven al peligro...y la voz en su cabeza tenía la esperanza de que algo le mostrara la salida en aquel colorido lugar, al que para entrar ya estaba pagando la entrada. Apenas tuvo tiempo de recibir la boleta e ingresar viendo al señor sonriente recibir su boleto.
Guardó los francos que el taquillero le había entregado de cambio, miró atrás viendo a uno, dos y ahora tres hombres, un ligero temblor la embargo, no llevaba pócima alguna y en este preciso momento no recordaba ningún hechizo, como si un velo se hubiera apoderado de su mente. Además no deseaba tocar a ninguno de los sujetos que la acechaban comprando la boleta con sonrisas burlonas para convencerlos con alguna ilusión de que ella había desaparecido - también tenía claro que con su más reciente encuentro que nadie era lo que parecía-, así poco o nada le servía su poder. Rota la entrada siguió una multitud de jóvenes de clase media, se notaba a simple vista por sus atuendos. Sería la luna menguante la causante de su falta de poder? no tenía sentido, el bloqueo era mental no espiritual. Respiró con calma esperando el paso a seguir, su cabeza debería asegurarse de ello, o no?
La casa de los espejos se levantó poderosa y como salvavidas, ella jamás había entrado pero sonaba divertida, quizás así lograría escapa o por lo menos esconderse. La oscuridad que aconteció luego de eso fue implacable, había tenido que subir unos escalones, nada del otro mundo...pero esto era diferente, oscuridad en aquellos momentos?, al final vio una luz que la guió al recinto donde habían cuatro Floras, miró dando la vuelta queriendo encontrar una salida...la puerta había sido cerrada y con descuido se guió por instinto golpeándose la frente contra uno de los espejos, ningún golpe del otro mundo, tanteó la salida caminando decidida hacia un laberinto de más espejos...solo espejos, siguió de largo sumergiéndose en la intranquilidad de aquel lugar, se le olvidó rezar a alguna diosa protectora, su cabeza en blanco pensaba en como resolver aquel acertijo...
Sonriendo y sonrojada, bajó la mirada al escuchar como su maestra la llamaba al lado de sus compañeros, ya era hora de comenzar y en aquel lugar todo funcionaba a tiempo exacto, les gustaba la perfección y mientras se ubicaba en su lugar antes del recital ansió un descanso pero más importante una breve salida, un lugar abierto para respirar, había practicado demasiado y estaba preparada para dar lo mejor - eso y los aplausos del publico-. Intercambió palabras con las otras chicas, unas sonrisas nerviosas se veían en la sala de estar, las manos temblorosas de los primeros a pasar, algunos chicos se levantaban ansiosos a mover las piernas, Flora estaba acostumbrada aunque aún sentía ese fuerte vacío en el estómago, le gustaba esa sensación de mareo, de ansiar dejar todo tirado ante la presión del espectáculo y el querer quedarte por orgullo, sabiendo que se es una de las mejores en aquel lugar. Respiró escuchando los aplausos de la "Borís Godunov" compuesta por Mussorgsky - tocada por la tierna Annia - una rubiecilla tímida y sonriente-, ella había sido la de la idea de "Desde Rusia con amor", una noche de vodka para los invitados y buena música de aquellas tierras heladas, Flora pensaba que jamas había estado allí, debía hacerlo-, los sonidos gregorianos hacían que parecían hacer más larga la espera...y más dramática.
Era su hora...el cierre de la noche, el trío compuesto por ella y sus acompañantes. Se levantó frotando sus manos con suavidad sobre la fina seda de su vestido, siguió erguida por la alta cortina hacia el centro del escenario, allí estaba aquel hermoso piano negro que tanto le gustaba, brillaba y era solo de ella. Miró a sus compañeros con coquetería y con aprobación, quedando de pie ante el publico, siendo solo separada de él por la gigante tela de la cortina que lentamente se abrió ante ellos, fueron presentados recibiendo los respectivos aplausos ante una solemne y cliché reverencia. - Ni siquiera nos han escuchado y ya nos aplauden...- pensaba al sentarse para quedar cómoda antes de que la calurosa bienvenida acabara, las partituras correctas e impecables, las repasó como hábito y las teclas estaban frías y cuando el silencio reinaba comenzó la primera marcha del "Lago de los cisnes", Chaikovski era el gran reto y con sus manos se dejó llevar sintiendo como sus dedos eran agua a través de las teclas, podría jurar que por unos segundos sintió la superficie amarfilada de las blancas y las negras combinarse con ella, cerró sus ojos con infinita satisfacción y melancolía, y así pasó la noche con éxito entre caídas de telón y aplausos entusiastas. Al pasar al frente entre la ovación y entre sonrisas miró a la multitud, los padres orgullosos celebraban a sus futuros músicos, a ella nadie la esperaba...claro que le hubiera encantado que sus hermanos estuvieran allí, pero a falta de ellos prefería estar sola.
No era el primero y no sería el último que tuviera en su vida pensó al inclinarse de nuevo siendo tomada de las manos por sus dos amigos. Levantó la mirada disfrutando del éxito con humildad, recordó con precisión los lugares que ocupaba con sus hermanos, como sus padres visitaban con regularidad el conservatorio llevándolos con ellos, su madre altiva y silenciosa, con la sonrisa afable de los secretos guardados. Allí en uno de los balcones principales le pareció ver al agradable chico de hace un momento. Se preguntó si la milicia tendría días de descanso, quién habría de cuidar de ellos si descansaban? Claro que era justo que lo tuvieran, por algo se esmeraban dando su vida en guerras, pesquisas tontas, secuestros o emboscadas planeadas y en planes ya más elaborados, como rebeliones y traiciones. Puso una de sus manos sobre su frente, queriendo apartar los rayos de luz que tan molestos se le estaban haciendo. La piel del chico brillaba blanca en el palco y le pareció una dulce casualidad verlo de nuevo al recordar aquellas cosas que la hacían sonreír.
Las rosas y los lirios no se hicieron esperar, rojas y rosadas, así las había entregado Dominic quien interrumpiéndola en su meditación, queriendo saber cuando podría salir por fin con ella, la verdad no le entusiasmaba hacerlo a pesar de que era guapo, rico y decidido, la razón...era también bastante inmaduro, pero a una chica como ella le encantaban las rosas, eran un lindo recuerdo y traían con ellas la fuerza y el poder de quien anhela algo, útil para cualquier hechizo de amor o éxito. Flora agradeció con gentileza evadiendo la pregunta y observándolo partir con una sonrisa en los labios como si no hubiera entendido el no a su invitación. Miró arriba tratando de buscar de nuevo al caballero quien ya no estaba a su vista, regresó al vinculo de felicidad que se escuchaba por los pasillos del lugar. 20 minutos después se encontraba ya lista para salir y giró a la derecha de su mesilla en los salones privados para mirar el segundo ramo, Jazmines, Flora los amaba y al parecer su padre lo sabía, se debatió en silencio para saber si botar o no aquel regalo. El fresco aroma de las flores hacían oler el lugar a belleza, les gustaba ese olor...lo retuvo en su nariz un poco al levantarse, tomando una de sus flores para colocarla en su cabello haciendo juego con el blanco impoluto de sus ropas. Se colocó la sencilla casaca oliva y de cuello alto. Los dos ramos la esperarían en su hogar hasta que ella llegara, había decidido caminar. El de su padre serviría de protección.
- Noche de suave luna...- afirmó cuando el viento golpeó su rostro con calurosa bienvenida, la bóveda celeste estaba hermosa pero oscura, los callejones se abrían silenciosos, caminó pasando por el orfanato, aquel lugar lleno de risas y gritos, con pequeñas velas prendidas para iluminar su interior, adentro los niños jugaban a hacerle caras con sonrisas curiosas, ella sonrió imitándolos, saco su lengua y estiró su ojo derecho hacia abajo, los pequeños soltaron carcajadas y la despidieron moviendo las manos cuando dobló la esquina. Se acercaba al "Luna Park" cuando sintió los pasos tras de ella, no sabía desde cuando la estaban siguiendo pero estaba segura de que así era. De reojo observó a los dos hombres que ya cerca apresuraban a un encuentro con ella. Aceleró su marcha tomando una decisión, aún no sabía si descabellada, pero las calles solitarias al frente de ella le gritaban ven al peligro...y la voz en su cabeza tenía la esperanza de que algo le mostrara la salida en aquel colorido lugar, al que para entrar ya estaba pagando la entrada. Apenas tuvo tiempo de recibir la boleta e ingresar viendo al señor sonriente recibir su boleto.
Guardó los francos que el taquillero le había entregado de cambio, miró atrás viendo a uno, dos y ahora tres hombres, un ligero temblor la embargo, no llevaba pócima alguna y en este preciso momento no recordaba ningún hechizo, como si un velo se hubiera apoderado de su mente. Además no deseaba tocar a ninguno de los sujetos que la acechaban comprando la boleta con sonrisas burlonas para convencerlos con alguna ilusión de que ella había desaparecido - también tenía claro que con su más reciente encuentro que nadie era lo que parecía-, así poco o nada le servía su poder. Rota la entrada siguió una multitud de jóvenes de clase media, se notaba a simple vista por sus atuendos. Sería la luna menguante la causante de su falta de poder? no tenía sentido, el bloqueo era mental no espiritual. Respiró con calma esperando el paso a seguir, su cabeza debería asegurarse de ello, o no?
La casa de los espejos se levantó poderosa y como salvavidas, ella jamás había entrado pero sonaba divertida, quizás así lograría escapa o por lo menos esconderse. La oscuridad que aconteció luego de eso fue implacable, había tenido que subir unos escalones, nada del otro mundo...pero esto era diferente, oscuridad en aquellos momentos?, al final vio una luz que la guió al recinto donde habían cuatro Floras, miró dando la vuelta queriendo encontrar una salida...la puerta había sido cerrada y con descuido se guió por instinto golpeándose la frente contra uno de los espejos, ningún golpe del otro mundo, tanteó la salida caminando decidida hacia un laberinto de más espejos...solo espejos, siguió de largo sumergiéndose en la intranquilidad de aquel lugar, se le olvidó rezar a alguna diosa protectora, su cabeza en blanco pensaba en como resolver aquel acertijo...
Flora Levallois- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 109
Fecha de inscripción : 09/01/2015
Re: Paseo nocturno en C menor[Flora]
El que se anunciara como a la velada como una noche rusa había sido una de las razones que llamaron le llamaron la atención al momento de oír a los anunciadores a las afueras de Notre Dame, cuando realizaba una inspección de los hombres que se supone debían evitar los crímenes a la salida de la misa del domingo, consciente como estaba de que tanto los carteristas como los embaucadores y los falsos mendigos carecían de todo escrúpulo y el estar ante un lugar santo, aprovechándose de los fieles, no los iba a detener en la comisión de sus crímenes. La música era uno de aquellos placeres a los que le costaba renunciar, por poca prioridad que le diese a los asuntos personales respecto a su deber y al servicio. Pero al menos algo había cambiado desde que dejase París hacía una década y por esa razón tendría el regimiento que prescindir de la omnipresencia de su coronel por algunas horas.
Cuando ya el concierto iba por la tercera interpretación, aceptó Maximilian un primer vaso de vodka, el que, como mandaba la tradición, bebió de un solo trago y es que no sabía si entre todos los presentes se podría encontrar algún noble o soldado ruso que se ofendiera o pudiese reírse en caso de no beber como "correspondía". La comunión de la música y la bebida evocaron los recuerdos de demasiados años atrás cuando tras la firma de tratados de paz, disfrutaran los oficiales de exhibiciones artísticas y banquetes de toda clase a manera de intercambio entre ambas naciones de ofrendas de amistad y concordia. Por supuesto que la música también había cambiado desde entonces al igual que muchas otras cosas aunque personalmente se alegraba del fin de las pelucas empolvadas en pos del advenimiento de los sombreros y el cabello peinado.
Oh, sí, Rusia era un lugar condenadamente frío, donde solamente la combinación de pieles de oso y alcohol puro podían ofrecer una medida de amagar la inclemencia del hielo que calaba los huesos. De hecho, había llegado a conocer muchos países con los años de guerra y por qué negarlo, había peleado a lo largo de su vida en contra de ingleses, rusos, austriacos, prusianos, españoles y daneses, eso sin considerar las distintas etnias propias de cada país y que en su conjunto permitían casi hacer un resumen de las veces en que había visto a la muerte a la cara y simplemente le había respondido que ese no sería el día. Pidió otro trago, se le hacía casi imposible llegar a embriagarse como un hombre normal, y con los cantos gregorianos de fondo, brindó en solitario silencio por todos aquellos que con los más variados y diferentes uniformes había visto caer ya fuese a su lado, frente así o a la mínima distancia, con sus manos como intermediarias del silencio mortal del adversario.
Ya había transcurrido casi toda la función y hasta Ochi Chernye había sonado. Se habría dado por satisfecho, incluso ya con tanto recuerdo a cuestas le comenzaba a parecer que quizás era hora de retirarse antes de acabar reviviendo memorias que estaban como debían quedarse, enterradas. Se habría devuelto a su hogar y cuartel de no ser porque en ese momento apareció en el escenario la chica a la que se había quedado viendo ya hacía rato atrás, la cual tomó posición en el piano y con aparente seguridad comenzó a interpretar una pieza del "Lago de los Cisnes". Con Tchaikovsky le costaba no recordar la "Obertura 1812" y su familiar tronar de cañones acompañados por vientos y cuerdas en lugar de los acostumbrados gritos y cornetas anunciando cargas de caballería, a pesar de ello mantuvo su atención en todo momento durante la interpretación, centrada en la figura femenina que con virtuosismo se ganaba la escena al completo, tanto así que hasta los fantasmas pasados dejaron de acosarlo durante algún rato en lo que finalizaba la última parte, con un estallido de aplausos de pie de todo el público, él incluido.
Se apresuró en salir y una vez fuera se dedicó a observar a las familias que se reunían en torno a los jóvenes músicos, yendo y viniendo los presentes del más diverso tipo. Obviamente no lo aparentó en ningún momento, aprovechó su altura para mirar por encima de la gente como un halcón y entonces sus instintos se lo advirtieron, claro, si tenía la habilidad de encontrar a los más escurridizos delincuentes de París, una pianista caminando sola por la acera no le iba a representar un problema de hallar. Miró su reloj y esperó un minuto antes de montar sobre Old y ponerse en dirección de la chica que sentía se alejaba, pero prefería tomar una ruta paralela a fin de que no pareciese la seguía. Ni siquiera se había tomado el tiempo de comprar algún obsequio para ella, bueno, así parecería menos un admirador y de todas formas, estaba seguro de que regalarle flores de las que vendían a las afueras, tampoco es que fuese un detalle realmente que pudiese considerar digno de tener.
Entonces la ruta de la joven tomó un rumbo diferente, el cual lo hizo extrañarse. En su cabeza percibía que ella estaba cada vez más cerca, aún cuando él iba a caballo, como si se hubiese detenido. Paró en seco ante un lugar por lo menos curioso, se preguntó si es que quizás la chica viviría ahí, pero se le antojó extraño pues el conservatorio no era un lugar donde pudiese ingresar cualquiera, por mucho talento que tuviese y no en vano había escuchado en el pasado cantos líricos en la calle por un par de monedas. La alcanzó a ver entrar, el color blanco se le hacía todavía más notorio durante la noche pero seguramente al no haberla visto apenas, no alcanzó a conectar lo suficiente con ella como para saber específicamente dónde se hallaba. El problema surgió cuando, tras concentrarse, notó el halo turbiedad que rodeaba a un par de sujetos que estaban entrando a su vez a la atracción, conocía aquella suerte de aroma demasiado bien como para no poder distinguirlo, esos no eran unos honestos ciudadanos ni tenían tampoco buenas intenciones. Amarró su caballo prácticamente en la entrada del lugar —Cóbrese— y dejó una cantidad de francos aleatoria al alcance del hombre de la entrada, que estupefacto ni siquiera se molestó en darle el boleto en lo que Maximilian ya estaba dentro.
Su visión sobre-humana sumada a su sentido de la orientación le dieron inmediatamente una idea de todo el lugar, al menos hasta que atravesó la última puerta tras los escalones. Sus ojos se fijaron sobre todo aquello en su campo de visión pero la sucesión de reflejos lo confundió parcialmente, dejándolo en duda durante algunos instantes pero con los sentidos siempre sucedía que si uno estaba obstaculizado, el resto se haría cargo. El olor no engañaba en la casa de los espejos, una flor y dos pestilencias, estaba claro el camino que habría de seguir pero también sabía que a pesar de su rapidez y agilidad en los movimientos, el andar con el pecho lleno de medallas, un sable colgando del cinto y botas de montar habría acabado haciendo que los dos hombres se apurasen en su andar y/o que la chica notara su presencia como otra amenaza.
Todo el juego mental de espejos era para él como un plano, tan simple como el dibujo de un laberinto para un niño. Tomó ventaja y se dio la vuelta por otro camino, notando como su figura iba cambiando a medida que avanzaba, adoptando distintas formas que por extrañas y curiosas no llamaron la atención de Maximilian, quien en ese momento acababa de dar la vuelta al final de un pasillo que visto desde las demás direcciones podía parecer solo otra pared cubierta de espejos. Sus oídos le advertían del cuchicheo que mantenían ambas pestilencias entre sí, tan confundidos en su andar como la flor, llegando el momento en que ambos se separaron para cubrir, según ellos, más rápidamente el terreno.
Realizó un rodeo en torno a la joven músico y se ubicó detrás de ella, dando media vuelta para aparentar un choque accidental.
Cuando ya el concierto iba por la tercera interpretación, aceptó Maximilian un primer vaso de vodka, el que, como mandaba la tradición, bebió de un solo trago y es que no sabía si entre todos los presentes se podría encontrar algún noble o soldado ruso que se ofendiera o pudiese reírse en caso de no beber como "correspondía". La comunión de la música y la bebida evocaron los recuerdos de demasiados años atrás cuando tras la firma de tratados de paz, disfrutaran los oficiales de exhibiciones artísticas y banquetes de toda clase a manera de intercambio entre ambas naciones de ofrendas de amistad y concordia. Por supuesto que la música también había cambiado desde entonces al igual que muchas otras cosas aunque personalmente se alegraba del fin de las pelucas empolvadas en pos del advenimiento de los sombreros y el cabello peinado.
Oh, sí, Rusia era un lugar condenadamente frío, donde solamente la combinación de pieles de oso y alcohol puro podían ofrecer una medida de amagar la inclemencia del hielo que calaba los huesos. De hecho, había llegado a conocer muchos países con los años de guerra y por qué negarlo, había peleado a lo largo de su vida en contra de ingleses, rusos, austriacos, prusianos, españoles y daneses, eso sin considerar las distintas etnias propias de cada país y que en su conjunto permitían casi hacer un resumen de las veces en que había visto a la muerte a la cara y simplemente le había respondido que ese no sería el día. Pidió otro trago, se le hacía casi imposible llegar a embriagarse como un hombre normal, y con los cantos gregorianos de fondo, brindó en solitario silencio por todos aquellos que con los más variados y diferentes uniformes había visto caer ya fuese a su lado, frente así o a la mínima distancia, con sus manos como intermediarias del silencio mortal del adversario.
Ya había transcurrido casi toda la función y hasta Ochi Chernye había sonado. Se habría dado por satisfecho, incluso ya con tanto recuerdo a cuestas le comenzaba a parecer que quizás era hora de retirarse antes de acabar reviviendo memorias que estaban como debían quedarse, enterradas. Se habría devuelto a su hogar y cuartel de no ser porque en ese momento apareció en el escenario la chica a la que se había quedado viendo ya hacía rato atrás, la cual tomó posición en el piano y con aparente seguridad comenzó a interpretar una pieza del "Lago de los Cisnes". Con Tchaikovsky le costaba no recordar la "Obertura 1812" y su familiar tronar de cañones acompañados por vientos y cuerdas en lugar de los acostumbrados gritos y cornetas anunciando cargas de caballería, a pesar de ello mantuvo su atención en todo momento durante la interpretación, centrada en la figura femenina que con virtuosismo se ganaba la escena al completo, tanto así que hasta los fantasmas pasados dejaron de acosarlo durante algún rato en lo que finalizaba la última parte, con un estallido de aplausos de pie de todo el público, él incluido.
Se apresuró en salir y una vez fuera se dedicó a observar a las familias que se reunían en torno a los jóvenes músicos, yendo y viniendo los presentes del más diverso tipo. Obviamente no lo aparentó en ningún momento, aprovechó su altura para mirar por encima de la gente como un halcón y entonces sus instintos se lo advirtieron, claro, si tenía la habilidad de encontrar a los más escurridizos delincuentes de París, una pianista caminando sola por la acera no le iba a representar un problema de hallar. Miró su reloj y esperó un minuto antes de montar sobre Old y ponerse en dirección de la chica que sentía se alejaba, pero prefería tomar una ruta paralela a fin de que no pareciese la seguía. Ni siquiera se había tomado el tiempo de comprar algún obsequio para ella, bueno, así parecería menos un admirador y de todas formas, estaba seguro de que regalarle flores de las que vendían a las afueras, tampoco es que fuese un detalle realmente que pudiese considerar digno de tener.
Entonces la ruta de la joven tomó un rumbo diferente, el cual lo hizo extrañarse. En su cabeza percibía que ella estaba cada vez más cerca, aún cuando él iba a caballo, como si se hubiese detenido. Paró en seco ante un lugar por lo menos curioso, se preguntó si es que quizás la chica viviría ahí, pero se le antojó extraño pues el conservatorio no era un lugar donde pudiese ingresar cualquiera, por mucho talento que tuviese y no en vano había escuchado en el pasado cantos líricos en la calle por un par de monedas. La alcanzó a ver entrar, el color blanco se le hacía todavía más notorio durante la noche pero seguramente al no haberla visto apenas, no alcanzó a conectar lo suficiente con ella como para saber específicamente dónde se hallaba. El problema surgió cuando, tras concentrarse, notó el halo turbiedad que rodeaba a un par de sujetos que estaban entrando a su vez a la atracción, conocía aquella suerte de aroma demasiado bien como para no poder distinguirlo, esos no eran unos honestos ciudadanos ni tenían tampoco buenas intenciones. Amarró su caballo prácticamente en la entrada del lugar —Cóbrese— y dejó una cantidad de francos aleatoria al alcance del hombre de la entrada, que estupefacto ni siquiera se molestó en darle el boleto en lo que Maximilian ya estaba dentro.
Su visión sobre-humana sumada a su sentido de la orientación le dieron inmediatamente una idea de todo el lugar, al menos hasta que atravesó la última puerta tras los escalones. Sus ojos se fijaron sobre todo aquello en su campo de visión pero la sucesión de reflejos lo confundió parcialmente, dejándolo en duda durante algunos instantes pero con los sentidos siempre sucedía que si uno estaba obstaculizado, el resto se haría cargo. El olor no engañaba en la casa de los espejos, una flor y dos pestilencias, estaba claro el camino que habría de seguir pero también sabía que a pesar de su rapidez y agilidad en los movimientos, el andar con el pecho lleno de medallas, un sable colgando del cinto y botas de montar habría acabado haciendo que los dos hombres se apurasen en su andar y/o que la chica notara su presencia como otra amenaza.
Todo el juego mental de espejos era para él como un plano, tan simple como el dibujo de un laberinto para un niño. Tomó ventaja y se dio la vuelta por otro camino, notando como su figura iba cambiando a medida que avanzaba, adoptando distintas formas que por extrañas y curiosas no llamaron la atención de Maximilian, quien en ese momento acababa de dar la vuelta al final de un pasillo que visto desde las demás direcciones podía parecer solo otra pared cubierta de espejos. Sus oídos le advertían del cuchicheo que mantenían ambas pestilencias entre sí, tan confundidos en su andar como la flor, llegando el momento en que ambos se separaron para cubrir, según ellos, más rápidamente el terreno.
Realizó un rodeo en torno a la joven músico y se ubicó detrás de ella, dando media vuelta para aparentar un choque accidental.
Maximilian Bernadotte- Licántropo Clase Alta
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Re: Paseo nocturno en C menor[Flora]
Poco o nada le importaba ya cualquier éxito, la adolescente últimamente temía más por su vida...cada salida se había convertido en un drama, la angustiaba verse al borde siempre del peligro y más dando de que hablar para que se supieran de ella otros secretos. Se preguntaba mientras seguía caminando en silencio, qué le pasaría si esos hombres llegaban a encontrarla? que le harían? No quiso ni imaginarse. Una joven chica, bonita, con dinero y unos pendientes de esmeraldas rusas que valían más de lo que podrían robar en diez años, un lugar solitario...pensó en lo tonta que había sido por decidir ir a casa a pie, sola como una mujer cualquiera, tenía su carruaje, su hogar solitario, cómodo y donde le atendían como si fuera una reina, lo era...sus años de juventud y todos los lujos la habían educado de esa manera. - Tonta...tonta.- se gritó a si misma con enojo, siguió el ritual...manos cautelosas al frente, caminar despacio, no fiarse de la vista.
Así avanzó un poco a través del camino, sintió de nuevo otro tipo de miedo. Ese que hace querer vomitar, en el que preguntamos por qué estamos allí y el hielo en sus huesos, este no le gustaba, la hacía sentirse torpe e inútil. Intentó concentrarse infructuosamente, escuchando solo susurros inentendibles para ella, los pasos hacían ecos confusos al interior de cada cuarto, en algunos podía verse gigante, alargada y en otros robusta, enana o deforme, en un sábado por la noche con sus amigos o en soledad habría disfrutado con una sonrisa de como los espejos la tomaban de burla. Pero no esa noche, no escuchó al chico que de improvisto la empujó en medio de su ansiedad, cerró los ojos ahogando un grito. Sus manos taparon su boca y con los ojos llorosos lo miró atenta, lo reconoció en seguida. Estaba en el teatro, había cruzado miradas con él y en su aura no reconocía oscuridad alguna, más que secretos y lunas. Su pecho estaba agitado y deseoso de pedirle a voces que la sacara de allí.
- Me persiguen...- como pudo balbuceó esas palabras con voz tímida y temblorosa. Al instante de haber hablado las luces tenues de las lamparas se apagaron, la ventisca entró fuerte despeinando a Flora, quedó todo en silencio, un silencio tenebroso e inexplicable, parecía ser que nadie tuviera la respuesta por la reacción de los hombres y algunos chicos en diferentes direcciones de la casa. Con miedo pensó que había sido ella, ella lo había hecho, de pronto por sentirse así había activado algo inconsciente en su poder y hecho que el clima cambiara de rumbo, agitándose como caballos desbocados sobre el cielo, más allá del espacio. Pero no, no había sido así, el clima había cambiado porque quería, ella estaba bloqueada por lo que estaba pasando, podía controlar sus acciones para apenas sobrevivir, el grito lo había contenido, había apenas sentido que el chico era agradable, pero normalmente sentía a las personas antes de que llegaran a ella y no estaba hablando en este momento, no gimoteaba porque una chica inteligente habría hecho lo anterior y no esto último.
- Prometes que vas a ayudarme?...Por favor.- preguntó con miedo y con suplica, la oscuridad no la aterraba, eran los dos sujetos y el no poder servir de algo en este momento. La oscuridad como diría Stephen King en uno de sus libros , parecía hacerla "flotar en un tenebroso abismo interestelar imaginado por Lovecraft." Tomó el brazo del caballero llevándolo con ella para volver a estrellarse de espaldas, cayó en el suelo, enojada por ser una carga...De nuevo la víctima, allí desvalida y nerviosa como un ciervo que ha sido herido, no era culpa del cazador ni del animal, era de la circunstancias, del momento preciso en que la muerte reclama sangre. Sangre humana o animal? De aquella forma? por medio de dos desprolijas alimañas?
Algo en su cabeza chispeaba, delgada la voz y lejana habló casi imperceptible. Abrió los ojos atenta a la señal...nada. Sollozó un poco buscando de nuevo alguna pista, algo le decía que confiara, pero ella no veía nada, solo sentía el suelo bajo sus pies y la mano fuerte del joven, que no se había despegado de ella excepto cuando caía al suelo, por un segundo se habían alejado...pero en la oscuridad ella ahora lo apretaba como sus fuerzas se lo permitían. Así no se sentía caer como Alicia, en un agujero negro.
Así avanzó un poco a través del camino, sintió de nuevo otro tipo de miedo. Ese que hace querer vomitar, en el que preguntamos por qué estamos allí y el hielo en sus huesos, este no le gustaba, la hacía sentirse torpe e inútil. Intentó concentrarse infructuosamente, escuchando solo susurros inentendibles para ella, los pasos hacían ecos confusos al interior de cada cuarto, en algunos podía verse gigante, alargada y en otros robusta, enana o deforme, en un sábado por la noche con sus amigos o en soledad habría disfrutado con una sonrisa de como los espejos la tomaban de burla. Pero no esa noche, no escuchó al chico que de improvisto la empujó en medio de su ansiedad, cerró los ojos ahogando un grito. Sus manos taparon su boca y con los ojos llorosos lo miró atenta, lo reconoció en seguida. Estaba en el teatro, había cruzado miradas con él y en su aura no reconocía oscuridad alguna, más que secretos y lunas. Su pecho estaba agitado y deseoso de pedirle a voces que la sacara de allí.
- Me persiguen...- como pudo balbuceó esas palabras con voz tímida y temblorosa. Al instante de haber hablado las luces tenues de las lamparas se apagaron, la ventisca entró fuerte despeinando a Flora, quedó todo en silencio, un silencio tenebroso e inexplicable, parecía ser que nadie tuviera la respuesta por la reacción de los hombres y algunos chicos en diferentes direcciones de la casa. Con miedo pensó que había sido ella, ella lo había hecho, de pronto por sentirse así había activado algo inconsciente en su poder y hecho que el clima cambiara de rumbo, agitándose como caballos desbocados sobre el cielo, más allá del espacio. Pero no, no había sido así, el clima había cambiado porque quería, ella estaba bloqueada por lo que estaba pasando, podía controlar sus acciones para apenas sobrevivir, el grito lo había contenido, había apenas sentido que el chico era agradable, pero normalmente sentía a las personas antes de que llegaran a ella y no estaba hablando en este momento, no gimoteaba porque una chica inteligente habría hecho lo anterior y no esto último.
- Prometes que vas a ayudarme?...Por favor.- preguntó con miedo y con suplica, la oscuridad no la aterraba, eran los dos sujetos y el no poder servir de algo en este momento. La oscuridad como diría Stephen King en uno de sus libros , parecía hacerla "flotar en un tenebroso abismo interestelar imaginado por Lovecraft." Tomó el brazo del caballero llevándolo con ella para volver a estrellarse de espaldas, cayó en el suelo, enojada por ser una carga...De nuevo la víctima, allí desvalida y nerviosa como un ciervo que ha sido herido, no era culpa del cazador ni del animal, era de la circunstancias, del momento preciso en que la muerte reclama sangre. Sangre humana o animal? De aquella forma? por medio de dos desprolijas alimañas?
Algo en su cabeza chispeaba, delgada la voz y lejana habló casi imperceptible. Abrió los ojos atenta a la señal...nada. Sollozó un poco buscando de nuevo alguna pista, algo le decía que confiara, pero ella no veía nada, solo sentía el suelo bajo sus pies y la mano fuerte del joven, que no se había despegado de ella excepto cuando caía al suelo, por un segundo se habían alejado...pero en la oscuridad ella ahora lo apretaba como sus fuerzas se lo permitían. Así no se sentía caer como Alicia, en un agujero negro.
Flora Levallois- Hechicero Clase Alta
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Re: Paseo nocturno en C menor[Flora]
Ni siquiera reparó en las formas que su cuerpo adoptaba al reflejarse en los espejos, él no funcionaba así. Los ojos del depredador siempre están puestos en su presa y no hay nada que pueda distraerlo o hacerlo desistir de su empresa una vez ya se ha lanzado por ella, todas las posibilidades se reducen a vencer o morir y las oportunidades han de ser tomadas, todas y cada una, siguiendo hasta el final sin nunca mirar atrás, lo que quedó o lo que pudo ser. No en vano era el perfecto investigador; no se le podía mentir, no se podía ocultar una emoción y el solo hecho de intentar esconderse le podía suponer un insulto pues no importaba lo bien que cada cual inventase coartadas, fingiese arrepentimiento o siquiera si creían que metiéndose en el rincón más apartado y desagradable posible podrían hacerlo desistir en su misión. Sin excepciones, así debía ser, pues de otra manera cualquier ley dejaba de serlo desde el momento en que su aplicación no era la más estricta de todas. Nada podía ocultarse a sus sentidos y fuese la presencia de una fragante y delicada flor o la peor de las pestilencias, él sabría siempre dónde se encontraban.
Chocar contra la chica fue la manera más sutil de decirle que estaba a salvo que encontró, nunca le había gustado jugar al héroe ya que ese no era su objetivo, los héroes lo eran porque se enfrentaban a una tragedia y él en cambio seguía la moral de las leyes, un principio sólido e inamovible donde no había cabida para la falencia de los siempre débiles mortales. —Tran... tranquila—. Le dijo, intentando consolarla, viéndose interrumpido por la súbita desaparición de toda luz artificial, estando también ausente en gran parte la iluminación de la luna, misma que estando completa era capaz de gobernarlo al punto de que él mismo perdía toda conciencia de sí. Claro que nunca se le había dado el intentar tranquilizar a las demás personas o aplacar sus sentimientos salvo con violencia y en aquella situación no aplicaba el principio. La completa oscuridad del lugar hizo desaparecer todas las imágenes de reflejo pero para él, era el equivalente de pasar desde un amanecer a otro pues sus sentidos le revelaban todo tan claramente y en todo momento que el concepto de noche había prácticamente desaparecido como idea, ahora que llevaba más tiempo viviendo con su extraño mal que el que había disfrutado lo ordinario de una vida que para bien o para mal, era una.
El mundo es un lugar cruel y no hay nada que pueda hacerse para cambiarlo o dejaría de ser el mundo. Eso era lo que pensaba y es que la idea de responder a la violencia con benevolencia le resultaba imposible, tal que si un hombre le roba a otro y un tercero, a fin de reparar el mal, va y le regala la misma cantidad de dinero a la víctima, solo conseguirá que vuelva a ser robado y el criminal quede en absoluta impunidad, mientras que si por el contrario, el criminal es eliminado como una amenaza, el hombre podrá vivir y conocer la libertad, misma que no existiría sin una autoridad que regulase el límite entre un hombre y otro en su hacer, el eterno costo de la seguridad. En el mundo la misericordia no sirve y aún así, ella se lo pedía como un favor, aunque también era su deber el defender a la flor que sufría a su lado. Y a pesar de todo no podía evitar que cruzase por su mente el pensamiento de que también lo hacía porque era lo que él, como individuo, deseaba. La encontró en la umbra, arrodillándose a su lado y sujetándola con cuidado desde el brazo la apegó a su cuerpo. —Es solo... mi trabajo—. Le respondió, luchando internamente su fiera contra su razón.
—Cúbrase los oídos—. Le ordenó, apoyando su manos, cubiertas por los guantes de cuero negro, por encima de las de ella, sintiendo a pesar de la separación, su suavidad y el casi imperceptible temblor de éstas. La rodeó con los brazos y presionó con fuerza sobre las orejas de la joven a fin de protegerla, sabiendo que no se podría perdonar jamás si le arrancase al cruel mundo una de las personas que podían hacer el intento de embellecerlo un poco. En este caso, con su música y su sonrisa. Impediría que lo viera, ella asustada seguramente estaría más preocupada de cualquier otra cosa en ese momento. Inhaló largamente y entonces liberó un aullido que cruzó todo el lugar, los espejos reventaron uno tras otro con una perfecta sincronía oscilante a medida que en solo un instante, todo el lugar se vio envuelto en una cascada de cristales que trajo consigo, posteriormente, un silencio absoluto en todo el recinto. Las pestilencias no volvían a moverse y poco a poco lo último que quedaba de ellas llegó hasta casi esfumarse. Se separó de la joven y la miró inquisitivamente, igual que hacía con cualquier persona cuando, para bien o para mal, estaba buscando respuestas.
Chocar contra la chica fue la manera más sutil de decirle que estaba a salvo que encontró, nunca le había gustado jugar al héroe ya que ese no era su objetivo, los héroes lo eran porque se enfrentaban a una tragedia y él en cambio seguía la moral de las leyes, un principio sólido e inamovible donde no había cabida para la falencia de los siempre débiles mortales. —Tran... tranquila—. Le dijo, intentando consolarla, viéndose interrumpido por la súbita desaparición de toda luz artificial, estando también ausente en gran parte la iluminación de la luna, misma que estando completa era capaz de gobernarlo al punto de que él mismo perdía toda conciencia de sí. Claro que nunca se le había dado el intentar tranquilizar a las demás personas o aplacar sus sentimientos salvo con violencia y en aquella situación no aplicaba el principio. La completa oscuridad del lugar hizo desaparecer todas las imágenes de reflejo pero para él, era el equivalente de pasar desde un amanecer a otro pues sus sentidos le revelaban todo tan claramente y en todo momento que el concepto de noche había prácticamente desaparecido como idea, ahora que llevaba más tiempo viviendo con su extraño mal que el que había disfrutado lo ordinario de una vida que para bien o para mal, era una.
El mundo es un lugar cruel y no hay nada que pueda hacerse para cambiarlo o dejaría de ser el mundo. Eso era lo que pensaba y es que la idea de responder a la violencia con benevolencia le resultaba imposible, tal que si un hombre le roba a otro y un tercero, a fin de reparar el mal, va y le regala la misma cantidad de dinero a la víctima, solo conseguirá que vuelva a ser robado y el criminal quede en absoluta impunidad, mientras que si por el contrario, el criminal es eliminado como una amenaza, el hombre podrá vivir y conocer la libertad, misma que no existiría sin una autoridad que regulase el límite entre un hombre y otro en su hacer, el eterno costo de la seguridad. En el mundo la misericordia no sirve y aún así, ella se lo pedía como un favor, aunque también era su deber el defender a la flor que sufría a su lado. Y a pesar de todo no podía evitar que cruzase por su mente el pensamiento de que también lo hacía porque era lo que él, como individuo, deseaba. La encontró en la umbra, arrodillándose a su lado y sujetándola con cuidado desde el brazo la apegó a su cuerpo. —Es solo... mi trabajo—. Le respondió, luchando internamente su fiera contra su razón.
—Cúbrase los oídos—. Le ordenó, apoyando su manos, cubiertas por los guantes de cuero negro, por encima de las de ella, sintiendo a pesar de la separación, su suavidad y el casi imperceptible temblor de éstas. La rodeó con los brazos y presionó con fuerza sobre las orejas de la joven a fin de protegerla, sabiendo que no se podría perdonar jamás si le arrancase al cruel mundo una de las personas que podían hacer el intento de embellecerlo un poco. En este caso, con su música y su sonrisa. Impediría que lo viera, ella asustada seguramente estaría más preocupada de cualquier otra cosa en ese momento. Inhaló largamente y entonces liberó un aullido que cruzó todo el lugar, los espejos reventaron uno tras otro con una perfecta sincronía oscilante a medida que en solo un instante, todo el lugar se vio envuelto en una cascada de cristales que trajo consigo, posteriormente, un silencio absoluto en todo el recinto. Las pestilencias no volvían a moverse y poco a poco lo último que quedaba de ellas llegó hasta casi esfumarse. Se separó de la joven y la miró inquisitivamente, igual que hacía con cualquier persona cuando, para bien o para mal, estaba buscando respuestas.
Maximilian Bernadotte- Licántropo Clase Alta
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Re: Paseo nocturno en C menor[Flora]
Todo estaría siendo diferente a no ser porque él se encontraba allí, con extrema delicadeza poso sus manos en Flora, como si la viera frágil e indefensa, mientras que con pocas palabras intentaba tranquilizarla. Claro que no era su trabajo, el ser arriesgado y un caballero al salvar una vida ajena aunque se metiera por ello en un problema lo convertían en un ser adorable, le hacía sentirse segura de que en sus brazos si seguía sus indicaciones podrían salir de allí. Respiró profundo y al ser abrazada con más fuerza hacía el joven exhaló para luego oler ese suave perfume que emanaba, seguridad...eso le daba y con una sonrisa imperceptible se levantó con un poco más de ánimo. Siguió cada orden como si con camaradería fueran dos soldados en una misión secreta, la certeza de que como militar todo lo tenía calculado la hicieron quitarse un importante peso de encima y la francesa tenía la corazonada de que no era solo de estrategia o disciplina aquella seguridad...era algo escondido, tal vez tenía que ver con sus ojos.
Deseó verlos, levantando la cabeza e intentando abrir sus ojos, pero recordó que ya no los tenía cerrados y aquella idea venía de la oscuridad latente que aún los inundaba, en silencio...nadie parecía moverse, excepto unos pasos no tan lejanos. Le dejo una sonrisa nerviosa cuando le indicó que tapara sus oídos, supuso que quizás se trataba de un arma y que el chico la usaría para que neutralizar a sus enemigos.
El sonido de la explosión de la pólvora llegó a su mente y solo se escuchó allí, como si el recuerdo se apoderara de ella, su padre tenía una Harper´s Ferry, era estadounidense y hermosa, con partes de oro y ornamentos en plata, brillaba y era intocable.Las balas de estos dos metales también estaban talladas con los apellidos de la familia. No existía duda alguna que en aquel país se hacían cosas maravillosas. Recapitulo una vez que con sus hermanos jugando entre las cosas de papá una de aquellas valiosas partes del arma se había roto, la castaña apenas podía evocar si eso había traído algún castigo, estaba segura de que para sus hermanos sí, siempre sucedía. Lo que si tenía claro era que aquella pistola aún reposaba en el despacho de su padre, era una de las pocas cosas que se había llevado con él al dejarla sola en la hacienda. Movió su cabeza de lado a lado en negación, no debería estar pensando sobre cosas de su no tan lejana infancia, la presión del chico incrementó, un sonido lejano y extraño se escuchó cerca a ella. Se atrevió a dar un paso adelante cuando el chico la soltó, permitiéndole de nuevo escuchar. Flora necesitaba saber que sucedía.
Era asombroso que ningún sonido se percibiera, pero bajo sus pies el crujido de vidrios rotos y la sensación incomoda de haberlos pisado y pensar que podía alguno enterrarse en sus pies la hicieron olvidar que tenía zapatos, retrocedió de nuevo al lado de su héroe, eso era...un extraño e indescifrable héroe. Las luces aún no regresaban y la verdad no deseaba estar allí, de hecho nunca. - Ya todo terminó?...- palpó con una de sus manos el espacio donde sabía que él estaría, la casaca de fina tela acarició sus dedos, aún esperaba que algo malo sucediera. Todo sucedía tan veloz y poco a poco los encargados de la atracción entraban de nuevo al lugar encendiendo los candelabros con calma, las lámparas manuales iluminaban tenue el camino de los trabajadores. Estaba terminado, frente a ella se mostraba el caos en el que el lugar se había convertido, los espejos que antes adornaban cada uno de los pequeños salones y los pasillos -obstaculizando encontrar la salida con precisión y ver a quien se encontraba cercano a ti- estaban rotos en fragmentos, juntos parecían un tapete sobre la superficie ajedrezada del lugar. La luz lastimó sus ojos, ya acostumbrada a la ausencia de ella no la encontraba muy cómoda, la aliviaba pero le dolía.
Llevó su mirada a él, asombrada. Imitó la inspección inquisitiva que él tenía con ella, los dos buscaban respuestas... - Fuiste tú? Cómo?- le preguntó serena con los ojos ávidos de respuestas buscando en sus ropajes algún arma lo suficientemente capaz para hacer tales estragos, un grito la hizo alejarse del caballero sin permitirle responder - no mucho, aún tenía zozobra-, lo dejo atrás caminando a través de los cristales con cautela, tratando de hacer el menor ruido posible, ayudada de los marcos de las paredes falsas que ya no tenían nada que sostener. Esperaba encontrarse con heridas de arma de fuego, para algo había tapado sus oídos y el sonido que había escuchado era aún inentendible, pero era sutil la manera en que su caballero lo había hecho todo...sutil y exitoso.
El delincuente estaba acostado en el suelo, cercano a ellos. - Dispuesto a atacarnos.- pensaba la adolescente, la visión era horrible ya que a parte del repudio que le causaban tenían pequeñas y profundas laceraciones por todo el cuerpo incluido el rostro, sangre oscura salía debajo de él para crear la ilusión de que flotaba un pequeño río escarlata, nada más inocente para lo que en verdad sucedía. La mueca de dolor aún la conservaba, pero asemejaba el estar dormido con su semblante pálido y siniestro, los hombres alrededor de ellos miraban con estupor la escena. Nadie se atrevía a comprobar si respiraba o si ya hacía parte del otro mundo. Sentía culpa, claro que sí, pero no era lo único que embargaba su mente...jubilo, un enemigo menos. Curiosidad, por la forma en que el criminal yacía allí, por los fragmentos en el suelo y por su salvador. Enojo por ser débil a pesar de que se había jurado nunca serlo y así era, menos hace unos minutos. El rastro de sangre se dirigía en pequeñas gotas hacía la salida. - Cobardes...- pronunció en voz alta a los cual los curiosos de mantenimiento giraron a ella, preguntando si sabía la identidad del sujeto que solo según lo que escuchaba se encontraba desmayado, pero debía ser atendido de inmediato si no querían que falleciera desangrado. Una pizca de temor por su caballero apareció, si lo acusaban de asesinato sería injusto, si lo despedían de su trabajo o si algún rumor corría en la ciudad igual. Debía hacer algo para ayudarlo, demostrar la valentía que él estaba demostrando. Apretó los puños, sabiendo que lo que iba a hacer era demasiado peligroso, ya estaba desarmado y de su boca la sangre empezaba a salir con un gorjeo que ella no olvidaría fácil, se estaba ahogando en su propia linfa. Se inclinó al lado del durmiente, controlando el escaso movimiento de su cuerpo al colocar sus manos sobre el pecho, para sentir la respiración que ya era entrecortada y forzada.
Solo una vez había hecho esto, en esa ocasión el animal emitía ese quejido de dolor que invade a las personas de tristeza y empatía, Flora era una chiquilla en manos de su madre y juntas siguiendo el rito lo habían visto levantarse y volar sobre ellas -en muestra de agradecimiento, según su guardiana- para incursionar de nuevo al bosque, lejos de la flecha que había atravesado uno de sus pulmones, pero ahora era diferente, en nada parecía el hombre de rostro curtido por el sol y la lluvia, de brazos grandes y manos torpes, barba descuidada y ese nauseabundo olor que solo portaban las personas que no cuidaban de su aseo y de algunos de clase baja que suelen beber demasiado sin cuidar de su aspecto o higiene a la lechuza de grandes y sinceras alas. Intranquila pensaba si verían los demás seña de magia si usaba uno de sus dones, pero le daría un poco de su energía, o más bien la daría como un regalo del mundo a alguien que seguramente no lo merecía.
El conjuro se había hecho con el máximo deseo y poder, en voz baja e imperceptible para los humanos. Faltaba algo…no recordaba que podría ser, no ahora. Apenas si podía hablar por el miedo de ser descubierta, se arriesgaba demasiado al hacerlo delante de tantas personas. – Jamas has sido tan descuidada, Pequeña.- la voz que nunca había sabido de donde venía se atrevió a hablar por primera vez en la noche, la había abandonado cuando estaba sola y extraviada. No más por esa noche, no obedecería a ella, se propuso con valentía…La respiración volvía con ritmo, el color de la muerte en los labios y mejillas del hombre desapareció en un segundo, tendría más tiempo para salvarse, era lo máximo que podría hacer por él. Había funcionado y con un brillo de excitación en sus pupilas al levantarse no miró a nadie más...solo al chico de porte militar que la observaba con paciencia, la Levallois se sonrojó levemente. Flora tenía la urgencia de saber si él sabía lo que ella era, si alguien había visto lo que acababa de suceder, se sentía mareada y cansada, exceso de aventura por esa día, de esfuerzo...apenas recordaba que había tenido la presentación en el Conservatorio y su éxito, el vigoris era una técnica que elevaba la buena fortuna para el que entregaba parte de su fuerza de vida sin nada a cambio, pero también desgastaba en la misma medida y más usada en seres humanos de aquella manera tan improvisada y riesgosa. Su rostro palideció necesitando algo en que apoyarse, necesitaba calma y descanso o por lo menos un lugar seguro para reposar. Su delicado vestido estaba manchado, bien sabía que la sangre era duradera como la prueba silenciosa de un delito.
Lo que Flora olvidaba era cerrar el conjuro, la parte inevitable en que el ser desvalido acepta por completo la energía del otro, una energía diferente y en muchos casos invasiva, esta parte traía consigo la gracia del dios padre o diosa madre que se conjurara. Ellos verían con gracia y deleite la unión de aquellas dos almas...pero se desprendería del no portador de la magia si no estaba completo, dejando que al brujo volviera su poder. La verdad era que sin el "COELVM, MVNDVS, TEMPVS...VIGORIS" el hombre moriría, quizás de camino al hospital o a casa, en la mañana al estar con sus hijos o en la noche con cualquier prostituta, en medio de otro robo, en fin. Un ataque cardiaco, dirían los demás sin saber que la hemorragia había sido interna hasta hacer la debida autopsia. Poco sabría la pequeña de aquello, la prensa anunciaría la noticia de la ausencia de luz en el Luna Park como titular secundario, la muerte de un hombre de clase baja y la huida de varios, testimonios de algunos de los presentes o de quienes lo conocían - los más curiosos y ansiosos de una fama pasajera o simplemente con el deseo de hablar-. Ella estaría tomando un té en sus jardines al leer el periódico o tal vez sería una muerte más para el anonimato.
Deseó verlos, levantando la cabeza e intentando abrir sus ojos, pero recordó que ya no los tenía cerrados y aquella idea venía de la oscuridad latente que aún los inundaba, en silencio...nadie parecía moverse, excepto unos pasos no tan lejanos. Le dejo una sonrisa nerviosa cuando le indicó que tapara sus oídos, supuso que quizás se trataba de un arma y que el chico la usaría para que neutralizar a sus enemigos.
El sonido de la explosión de la pólvora llegó a su mente y solo se escuchó allí, como si el recuerdo se apoderara de ella, su padre tenía una Harper´s Ferry, era estadounidense y hermosa, con partes de oro y ornamentos en plata, brillaba y era intocable.Las balas de estos dos metales también estaban talladas con los apellidos de la familia. No existía duda alguna que en aquel país se hacían cosas maravillosas. Recapitulo una vez que con sus hermanos jugando entre las cosas de papá una de aquellas valiosas partes del arma se había roto, la castaña apenas podía evocar si eso había traído algún castigo, estaba segura de que para sus hermanos sí, siempre sucedía. Lo que si tenía claro era que aquella pistola aún reposaba en el despacho de su padre, era una de las pocas cosas que se había llevado con él al dejarla sola en la hacienda. Movió su cabeza de lado a lado en negación, no debería estar pensando sobre cosas de su no tan lejana infancia, la presión del chico incrementó, un sonido lejano y extraño se escuchó cerca a ella. Se atrevió a dar un paso adelante cuando el chico la soltó, permitiéndole de nuevo escuchar. Flora necesitaba saber que sucedía.
Era asombroso que ningún sonido se percibiera, pero bajo sus pies el crujido de vidrios rotos y la sensación incomoda de haberlos pisado y pensar que podía alguno enterrarse en sus pies la hicieron olvidar que tenía zapatos, retrocedió de nuevo al lado de su héroe, eso era...un extraño e indescifrable héroe. Las luces aún no regresaban y la verdad no deseaba estar allí, de hecho nunca. - Ya todo terminó?...- palpó con una de sus manos el espacio donde sabía que él estaría, la casaca de fina tela acarició sus dedos, aún esperaba que algo malo sucediera. Todo sucedía tan veloz y poco a poco los encargados de la atracción entraban de nuevo al lugar encendiendo los candelabros con calma, las lámparas manuales iluminaban tenue el camino de los trabajadores. Estaba terminado, frente a ella se mostraba el caos en el que el lugar se había convertido, los espejos que antes adornaban cada uno de los pequeños salones y los pasillos -obstaculizando encontrar la salida con precisión y ver a quien se encontraba cercano a ti- estaban rotos en fragmentos, juntos parecían un tapete sobre la superficie ajedrezada del lugar. La luz lastimó sus ojos, ya acostumbrada a la ausencia de ella no la encontraba muy cómoda, la aliviaba pero le dolía.
Llevó su mirada a él, asombrada. Imitó la inspección inquisitiva que él tenía con ella, los dos buscaban respuestas... - Fuiste tú? Cómo?- le preguntó serena con los ojos ávidos de respuestas buscando en sus ropajes algún arma lo suficientemente capaz para hacer tales estragos, un grito la hizo alejarse del caballero sin permitirle responder - no mucho, aún tenía zozobra-, lo dejo atrás caminando a través de los cristales con cautela, tratando de hacer el menor ruido posible, ayudada de los marcos de las paredes falsas que ya no tenían nada que sostener. Esperaba encontrarse con heridas de arma de fuego, para algo había tapado sus oídos y el sonido que había escuchado era aún inentendible, pero era sutil la manera en que su caballero lo había hecho todo...sutil y exitoso.
El delincuente estaba acostado en el suelo, cercano a ellos. - Dispuesto a atacarnos.- pensaba la adolescente, la visión era horrible ya que a parte del repudio que le causaban tenían pequeñas y profundas laceraciones por todo el cuerpo incluido el rostro, sangre oscura salía debajo de él para crear la ilusión de que flotaba un pequeño río escarlata, nada más inocente para lo que en verdad sucedía. La mueca de dolor aún la conservaba, pero asemejaba el estar dormido con su semblante pálido y siniestro, los hombres alrededor de ellos miraban con estupor la escena. Nadie se atrevía a comprobar si respiraba o si ya hacía parte del otro mundo. Sentía culpa, claro que sí, pero no era lo único que embargaba su mente...jubilo, un enemigo menos. Curiosidad, por la forma en que el criminal yacía allí, por los fragmentos en el suelo y por su salvador. Enojo por ser débil a pesar de que se había jurado nunca serlo y así era, menos hace unos minutos. El rastro de sangre se dirigía en pequeñas gotas hacía la salida. - Cobardes...- pronunció en voz alta a los cual los curiosos de mantenimiento giraron a ella, preguntando si sabía la identidad del sujeto que solo según lo que escuchaba se encontraba desmayado, pero debía ser atendido de inmediato si no querían que falleciera desangrado. Una pizca de temor por su caballero apareció, si lo acusaban de asesinato sería injusto, si lo despedían de su trabajo o si algún rumor corría en la ciudad igual. Debía hacer algo para ayudarlo, demostrar la valentía que él estaba demostrando. Apretó los puños, sabiendo que lo que iba a hacer era demasiado peligroso, ya estaba desarmado y de su boca la sangre empezaba a salir con un gorjeo que ella no olvidaría fácil, se estaba ahogando en su propia linfa. Se inclinó al lado del durmiente, controlando el escaso movimiento de su cuerpo al colocar sus manos sobre el pecho, para sentir la respiración que ya era entrecortada y forzada.
Solo una vez había hecho esto, en esa ocasión el animal emitía ese quejido de dolor que invade a las personas de tristeza y empatía, Flora era una chiquilla en manos de su madre y juntas siguiendo el rito lo habían visto levantarse y volar sobre ellas -en muestra de agradecimiento, según su guardiana- para incursionar de nuevo al bosque, lejos de la flecha que había atravesado uno de sus pulmones, pero ahora era diferente, en nada parecía el hombre de rostro curtido por el sol y la lluvia, de brazos grandes y manos torpes, barba descuidada y ese nauseabundo olor que solo portaban las personas que no cuidaban de su aseo y de algunos de clase baja que suelen beber demasiado sin cuidar de su aspecto o higiene a la lechuza de grandes y sinceras alas. Intranquila pensaba si verían los demás seña de magia si usaba uno de sus dones, pero le daría un poco de su energía, o más bien la daría como un regalo del mundo a alguien que seguramente no lo merecía.
“-Omnilucidae vigoris patrogenij Hecates. Immilcens vigoris proprium roborin Synochis. Magni potentis…ANIMA, NATVRA, ANIMAS, CORPVS, HOMO.-“
El conjuro se había hecho con el máximo deseo y poder, en voz baja e imperceptible para los humanos. Faltaba algo…no recordaba que podría ser, no ahora. Apenas si podía hablar por el miedo de ser descubierta, se arriesgaba demasiado al hacerlo delante de tantas personas. – Jamas has sido tan descuidada, Pequeña.- la voz que nunca había sabido de donde venía se atrevió a hablar por primera vez en la noche, la había abandonado cuando estaba sola y extraviada. No más por esa noche, no obedecería a ella, se propuso con valentía…La respiración volvía con ritmo, el color de la muerte en los labios y mejillas del hombre desapareció en un segundo, tendría más tiempo para salvarse, era lo máximo que podría hacer por él. Había funcionado y con un brillo de excitación en sus pupilas al levantarse no miró a nadie más...solo al chico de porte militar que la observaba con paciencia, la Levallois se sonrojó levemente. Flora tenía la urgencia de saber si él sabía lo que ella era, si alguien había visto lo que acababa de suceder, se sentía mareada y cansada, exceso de aventura por esa día, de esfuerzo...apenas recordaba que había tenido la presentación en el Conservatorio y su éxito, el vigoris era una técnica que elevaba la buena fortuna para el que entregaba parte de su fuerza de vida sin nada a cambio, pero también desgastaba en la misma medida y más usada en seres humanos de aquella manera tan improvisada y riesgosa. Su rostro palideció necesitando algo en que apoyarse, necesitaba calma y descanso o por lo menos un lugar seguro para reposar. Su delicado vestido estaba manchado, bien sabía que la sangre era duradera como la prueba silenciosa de un delito.
Lo que Flora olvidaba era cerrar el conjuro, la parte inevitable en que el ser desvalido acepta por completo la energía del otro, una energía diferente y en muchos casos invasiva, esta parte traía consigo la gracia del dios padre o diosa madre que se conjurara. Ellos verían con gracia y deleite la unión de aquellas dos almas...pero se desprendería del no portador de la magia si no estaba completo, dejando que al brujo volviera su poder. La verdad era que sin el "COELVM, MVNDVS, TEMPVS...VIGORIS" el hombre moriría, quizás de camino al hospital o a casa, en la mañana al estar con sus hijos o en la noche con cualquier prostituta, en medio de otro robo, en fin. Un ataque cardiaco, dirían los demás sin saber que la hemorragia había sido interna hasta hacer la debida autopsia. Poco sabría la pequeña de aquello, la prensa anunciaría la noticia de la ausencia de luz en el Luna Park como titular secundario, la muerte de un hombre de clase baja y la huida de varios, testimonios de algunos de los presentes o de quienes lo conocían - los más curiosos y ansiosos de una fama pasajera o simplemente con el deseo de hablar-. Ella estaría tomando un té en sus jardines al leer el periódico o tal vez sería una muerte más para el anonimato.
Flora Levallois- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/01/2015
Re: Paseo nocturno en C menor[Flora]
La vida sigue su curso, tormentoso o no, siempre lo hace, porque no puede estancarse ya que su destino es uno, final e inevitable para cualquiera. Él lo tenía claro, no en vano había vivido el doble de lo que cualquier otro hombre que aparentase su edad y aún así la muerte no había dejado de estar nunca presente. Amenazante a la vez que insignificante y omnipotente para él, quien jamás había encontrado valor a la vida propia más que por lo que hacía y no así por lo que era, atribuyendo a los demás un valor similar, tan variable como lo podían ser sus acciones. La pestilencia no era más que eso, no representaba nada más que la idea de aquello que está mal y que por ende debe ser erradicado lo más prematuramente posible, antes de que infeste al mundo con su oscuro hacer. Acabar con su vida no le habría supuesto nunca un problema, un disparo, la hoja de su espada, una cuerda anudada o sus propias manos eran y habían sido siempre suficientes para acabar con cualquier enemigo, nunca por su propia vida sino que porque era su deber, de lo contrario no habría tenido, creía él, más moral que la de cualquier animal salvaje matando para vivir.
[i]"Nunca termina"ff]]. Deseó contestarle, más la incertidumbre del momento lo hizo abstenerse de comentarle su opinión a la muchacha. El escándalo provocado pronto advirtió a los dependientes y no pasó mucho tiempo antes de que la estancia se volviese a iluminar, privándolo de la ventaja que tenía en la umbra. Pero las preguntas continuaron y para Maximilian la respuesta estaba clara: No había sido él, había sido ella. Ella era el quién, el cómo y el porqué de su actuar. —No importa—. Le respondió en su acostumbrado tono seco, dejando entrever veladamente que la búsqueda de cualquier respuesta terminaría en nada más que en un resultado infructuoso. Habían respuestas que no existían con la finalidad de ser respondidas y ningún esfuerzo bastaría jamás para dar con ellas, más en algunos casos, podía justificarse la natural curiosidad. La joven se separó de sus brazos y el ruido de los cristales resquebrajándose una y otra vez entre tozos más pequeños inundó la sala, las lámparas de aceite llevadas por los hombres no hacían más que revelar lo que para él había estado absolutamente claro desde un principio; El hombre en cuestión estaba acabado y, su propio actuar planteaba una interrogante propia que lo invadía y hacía conjeturar.
Permaneció de pie observando la escena, eligiendo quedarse en su lugar a la vez que se interrogaba a sí mismo con la misma o más dureza que la que podía aplicar sobre un delincuente cuando necesitaba obtener información. El papel que había jugado la chica en sus acciones lo desconcertaba, al igual como lo hacía la cercanía que ella estaba tomando respecto al hombre que apenas un minuto atrás podría haber sido su perdición. Jamás le había importado la sangre, un charco se extendía en el suelo alrededor del criminal al mismo tiempo que un rastro llevaba hasta la salida, provocando que se castigase mentalmente por su falta, por su debilidad. Misma que se manifestaba al quedar sin saber qué hacer en ese momento, simplemente observando a la muchacha aproximarse al que debía ser ya un cadáver, cautivado por la manera en que la tela impecablemente blanca comenzaba a tornarse rojiza por el contacto de la parte inferior del vestido con la escarlata, evocando la imagen de una rosa blanca que cogida despreocupadamente llevaba a la gentil mano a producir el mismo efecto sobre el pétalo que en ese momento experimentaba el hasta entonces níveo atuendo de la chica.
Su sangre hirvió con la sola idea de seguir de pie ahí, pasivo y limitado a atestiguar. Tendría que haberse arrojado sobre el hombre en cuanto tuvo la oportunidad y degollarlo con su propia arma si hubiese sido necesario. Las auras de los presentes bailaban entre el frío y el calor, la sorpresa, el miedo y la incertidumbre, un centenar de preguntas cuyas respuestas yacían en un cofre cuya llave había sido arrojada por él mismo al mar hacía años atrás. Pero no pudo hacer más, todo se volvió nebuloso y desde las mismas manos que había visto interpretar maravillosas piezas musicales solo un rato atrás, ahora se dibujaba una luz que se movía entre el hombre yaciente y ella, obligándolo a a mirar con más atención a fin de descartar lo que sucedía, lo cual fue imposible ya que seguía ahí, cada vez con mayor intensidad. Entonces, como hacía demasiado tiempo como para recordarlo no sucedía, un escalofrío muy humano lo recorrió. —Mademoiselle—. La llamó, percibiendo como su aura se debilitaba cada vez más. Se acercó, dando un par de pasos antes de poder detenerla pero afortunadamente antes de que desfalleciese, teniendo suficiente tiempo para sujetarla antes de que acabase tendida sobre la alfombra de espejos quebrados que había regado por todo el piso con su hacer.
La flor era sostenida por sus brazos con delicadeza. Le resultaba imposible el evitar pensar en ella con ternura cuando por otra parte la sangre le hervía ante el hecho de que el sujeto no estuviese muerto del todo a pesar de las heridas y cómo también, sus cómplices habían conseguido hacerse camino a la libertad. Tendría que haber ido resguardado por la oscuridad con su espada en mano y haberlos degollado uno por uno, tendría que haberlos llevado ante un tribunal y asegurarse así de que fuesen colgados. Pero nada de ello tendría sentido ahora, la justicia reclamaba algo que jamás habría sido capaz de sacrificar, ni siquiera el intento era requerido, le habría bastado con dejar que los malhechores se acercasen un par de pasos más y así tener la oportunidad de intervenir para poder hacerse cargo con toda legitimidad. Pero ahora eso era imposible, aunque reconociese a quienes habían escapado en el futuro, tendría que esperar a que cometieran el mismo error otra vez para poder castigarlos. Y aún así, sabía que habría vuelto a actuar de la misma manera otra vez, llevado por un instinto de protección sobre la joven que difícilmente podría llegar a comparar con otro comportamiento similar en su memoria.
Se castigó en cada pensamiento mientras salía de aquel lugar con la flor en sus brazos. Estaba bien, podía percibirlo por como el color regresaba cada vez más rápido hasta ella y poco a poco restablecía el aura danzante, la cual en un comienzo vio tan debilitada que debió esforzarse para poder vislumbrar entre la oscuridad que reinaba en las afueras. Vieja no tardó en acercarse hasta ambos, rompiendo el silencio sepulcral que reinaba en la noche parisina, entre los faroles ahora apagados de Luna Park. —Ya terminó, ya terminó todo—. Le dijo, contradiciendo la respuesta inicial que nunca le había dicho, ello había terminado para ella y no dejaría jamás que se repitiese, aunque quisiera evitarlo, las manos que había apreciado en el conservatorio nunca se separarían de las propias.
[i]"Nunca termina"ff]]. Deseó contestarle, más la incertidumbre del momento lo hizo abstenerse de comentarle su opinión a la muchacha. El escándalo provocado pronto advirtió a los dependientes y no pasó mucho tiempo antes de que la estancia se volviese a iluminar, privándolo de la ventaja que tenía en la umbra. Pero las preguntas continuaron y para Maximilian la respuesta estaba clara: No había sido él, había sido ella. Ella era el quién, el cómo y el porqué de su actuar. —No importa—. Le respondió en su acostumbrado tono seco, dejando entrever veladamente que la búsqueda de cualquier respuesta terminaría en nada más que en un resultado infructuoso. Habían respuestas que no existían con la finalidad de ser respondidas y ningún esfuerzo bastaría jamás para dar con ellas, más en algunos casos, podía justificarse la natural curiosidad. La joven se separó de sus brazos y el ruido de los cristales resquebrajándose una y otra vez entre tozos más pequeños inundó la sala, las lámparas de aceite llevadas por los hombres no hacían más que revelar lo que para él había estado absolutamente claro desde un principio; El hombre en cuestión estaba acabado y, su propio actuar planteaba una interrogante propia que lo invadía y hacía conjeturar.
Permaneció de pie observando la escena, eligiendo quedarse en su lugar a la vez que se interrogaba a sí mismo con la misma o más dureza que la que podía aplicar sobre un delincuente cuando necesitaba obtener información. El papel que había jugado la chica en sus acciones lo desconcertaba, al igual como lo hacía la cercanía que ella estaba tomando respecto al hombre que apenas un minuto atrás podría haber sido su perdición. Jamás le había importado la sangre, un charco se extendía en el suelo alrededor del criminal al mismo tiempo que un rastro llevaba hasta la salida, provocando que se castigase mentalmente por su falta, por su debilidad. Misma que se manifestaba al quedar sin saber qué hacer en ese momento, simplemente observando a la muchacha aproximarse al que debía ser ya un cadáver, cautivado por la manera en que la tela impecablemente blanca comenzaba a tornarse rojiza por el contacto de la parte inferior del vestido con la escarlata, evocando la imagen de una rosa blanca que cogida despreocupadamente llevaba a la gentil mano a producir el mismo efecto sobre el pétalo que en ese momento experimentaba el hasta entonces níveo atuendo de la chica.
Su sangre hirvió con la sola idea de seguir de pie ahí, pasivo y limitado a atestiguar. Tendría que haberse arrojado sobre el hombre en cuanto tuvo la oportunidad y degollarlo con su propia arma si hubiese sido necesario. Las auras de los presentes bailaban entre el frío y el calor, la sorpresa, el miedo y la incertidumbre, un centenar de preguntas cuyas respuestas yacían en un cofre cuya llave había sido arrojada por él mismo al mar hacía años atrás. Pero no pudo hacer más, todo se volvió nebuloso y desde las mismas manos que había visto interpretar maravillosas piezas musicales solo un rato atrás, ahora se dibujaba una luz que se movía entre el hombre yaciente y ella, obligándolo a a mirar con más atención a fin de descartar lo que sucedía, lo cual fue imposible ya que seguía ahí, cada vez con mayor intensidad. Entonces, como hacía demasiado tiempo como para recordarlo no sucedía, un escalofrío muy humano lo recorrió. —Mademoiselle—. La llamó, percibiendo como su aura se debilitaba cada vez más. Se acercó, dando un par de pasos antes de poder detenerla pero afortunadamente antes de que desfalleciese, teniendo suficiente tiempo para sujetarla antes de que acabase tendida sobre la alfombra de espejos quebrados que había regado por todo el piso con su hacer.
La flor era sostenida por sus brazos con delicadeza. Le resultaba imposible el evitar pensar en ella con ternura cuando por otra parte la sangre le hervía ante el hecho de que el sujeto no estuviese muerto del todo a pesar de las heridas y cómo también, sus cómplices habían conseguido hacerse camino a la libertad. Tendría que haber ido resguardado por la oscuridad con su espada en mano y haberlos degollado uno por uno, tendría que haberlos llevado ante un tribunal y asegurarse así de que fuesen colgados. Pero nada de ello tendría sentido ahora, la justicia reclamaba algo que jamás habría sido capaz de sacrificar, ni siquiera el intento era requerido, le habría bastado con dejar que los malhechores se acercasen un par de pasos más y así tener la oportunidad de intervenir para poder hacerse cargo con toda legitimidad. Pero ahora eso era imposible, aunque reconociese a quienes habían escapado en el futuro, tendría que esperar a que cometieran el mismo error otra vez para poder castigarlos. Y aún así, sabía que habría vuelto a actuar de la misma manera otra vez, llevado por un instinto de protección sobre la joven que difícilmente podría llegar a comparar con otro comportamiento similar en su memoria.
Se castigó en cada pensamiento mientras salía de aquel lugar con la flor en sus brazos. Estaba bien, podía percibirlo por como el color regresaba cada vez más rápido hasta ella y poco a poco restablecía el aura danzante, la cual en un comienzo vio tan debilitada que debió esforzarse para poder vislumbrar entre la oscuridad que reinaba en las afueras. Vieja no tardó en acercarse hasta ambos, rompiendo el silencio sepulcral que reinaba en la noche parisina, entre los faroles ahora apagados de Luna Park. —Ya terminó, ya terminó todo—. Le dijo, contradiciendo la respuesta inicial que nunca le había dicho, ello había terminado para ella y no dejaría jamás que se repitiese, aunque quisiera evitarlo, las manos que había apreciado en el conservatorio nunca se separarían de las propias.
Maximilian Bernadotte- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 08/04/2015
Localización : París, Île-de-France
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Paseo nocturno en C menor[Flora]
Se preguntaba el caballero que deseaba, si lo hacía por placer le agradaba aún más, la gente que actúa por voluntad propia y por cortesía es la que merecía el cielo, según ella, sin el cielo en verdad existía, palabras iban y venían, pensamientos del hombre que por más extraño que pareciera se le seguía haciendo mucho mayor de lo que su anatomía le daba a entender. - Los ojos...no te fíes de los ojos.- susurraron la voz, Flora intentando alejarla paso su mano por la cabeza peinando su cabello castaño. También sabía que por cortesía no debía leer sus pensamientos o ver lo que ahora estaba viendo, ansías de sangre...por instinto, él parecía necesitarlo y ella no era nadie para impedírselo, al rato le comentaría acerca de montar vigilancia en aquella zona y hacer una cacería hasta capturarlos, lo que hicieran con ello no sería su problema, ella solo ayudaría. Pero un lobo caminando en luna llena a través de un prado blanco por la nieve contrastaba con su pelaje color avellana, hermoso antes sus ojos se alejaba más de ella, hasta alcanzó a sentir el frío del lugar erizando su piel con éxtasis, así que ya estaba avanzando, las visiones al tacto mejoraban pero aún ella debía interpretar para tener un significado, grande pista, debía seguir practicando.
No supo como camino hasta la salida, los brazos de él la llenaron de un calor agradable después del frío casi real de la visión, se sentía en confianza y en confianza preguntaría sobre lo que había sucedido. Lo miró al llegar a la salida tomando rumbo desconocido, ella solo quería alejarse de allí. Rozó una de la manos del hombre como gesto de agradecimiento ante sus palabras y todo lo que había hecho, les gustaba sentirse así, habiendo hallado una salida y obteniendo una compañía. - Gracias, todo lo que paso por más extraño que halla sido fue...solo quiero decir que me sentí a salvo y pido disculpas por mi comportamiento infantil...- pero qué demonios estaba diciendo? - Sé que no soy el ser más maduro y viejo del mundo, al contrario...demasiado joven, pero he aprendido por mi padre que siempre se agradece y se hacen amigos, buenos amigos siempre.- terminó su discurso con una sonrisa nerviosa esperando que él entendiera que lo deseaba cerca de la forma que él deseara, estaba hablando mucho pero necesitaba hablar o explotaría después de los sucedido, le hizo gracia lo guapo que se le había hecho desde que lo había visto por primera vez, la manera intensa en que había llamado su atención, eso no sucedía con todo el mundo. - A propósito, te recuerdo del teatro. Te ha gustado mi presentación? - sonrió a la mujer que se acercaba a ellos para pasar al lado, cansada de su trabajo y de la edad…seguramente tendría que alimentar a sus nietos.
- Antes de que me respondas, mi vestido está sucio, me siento invadida y deseo cambiarme, gustarías acompañarme a mi hogar, queda al Sur a la afueras y es cómoda y soy buena anfitriona…debes hacer algo más tarde o vuestro trabajo no lo permite?- en verdad no deseaba ser inoportuna, pero con más fuerza quería que pudiera acompañarla. Un cochero a lo lejos se acercaba, martilleando las piedras del suelo con las herraduras potentes de los dos caballos, ella miró en la dirección en que venían, con un poco de suerte el hombre estaría libre y por una buena cantidad de dinero haría lo que fuese, así era el mundo y algunos casi la mayoría no se ganaban la vida divirtiéndose trabajando por gusto, bueno…ella se sentía fuera del mundo, inmersa en él, consentida y adorada por los lujos, pero no vendería su alma por ello, se defendía lo necesario…lo cual tampoco la hacía ser un ángel, no lo deseaba…tenía sus vicios o más bien sus antojos, eso eran. Paseó su mirada por el rostro del chico, no se había siquiera presentado y ella ya lo invitaba, se preguntó que pensaría su madre…nada se le vino a la mente, eso era un sí. – Vienes?- le regaló una sonrisa coqueta, esas que descongelan el más enojado corazón de papá, paró el coche que aún venía a lo lejos, miró su vestido ensangrentado, la sangre no se secaba o eso parecía, puso uno de sus dedos con asco sobre la mancha.
No…estaba seca, le asustaba haber estado cerca de la muerte y de las malas almas, no por miedo, sino por energía. Ella creía en eso y al llegar a casa tendría que limpiar su cuerpo y si él se lo permitía también aplicaría su magia, en secreto y con excusas, pero era por una buena causa, lo protegería a la vez que sanaría su rabia y su ansia de sangre por lo menos por unas horas, lo sentía en él, en su color. Esperó paciente en silencio con sus brazos descansando hacia abajo con las manos entrelazadas.
No supo como camino hasta la salida, los brazos de él la llenaron de un calor agradable después del frío casi real de la visión, se sentía en confianza y en confianza preguntaría sobre lo que había sucedido. Lo miró al llegar a la salida tomando rumbo desconocido, ella solo quería alejarse de allí. Rozó una de la manos del hombre como gesto de agradecimiento ante sus palabras y todo lo que había hecho, les gustaba sentirse así, habiendo hallado una salida y obteniendo una compañía. - Gracias, todo lo que paso por más extraño que halla sido fue...solo quiero decir que me sentí a salvo y pido disculpas por mi comportamiento infantil...- pero qué demonios estaba diciendo? - Sé que no soy el ser más maduro y viejo del mundo, al contrario...demasiado joven, pero he aprendido por mi padre que siempre se agradece y se hacen amigos, buenos amigos siempre.- terminó su discurso con una sonrisa nerviosa esperando que él entendiera que lo deseaba cerca de la forma que él deseara, estaba hablando mucho pero necesitaba hablar o explotaría después de los sucedido, le hizo gracia lo guapo que se le había hecho desde que lo había visto por primera vez, la manera intensa en que había llamado su atención, eso no sucedía con todo el mundo. - A propósito, te recuerdo del teatro. Te ha gustado mi presentación? - sonrió a la mujer que se acercaba a ellos para pasar al lado, cansada de su trabajo y de la edad…seguramente tendría que alimentar a sus nietos.
- Antes de que me respondas, mi vestido está sucio, me siento invadida y deseo cambiarme, gustarías acompañarme a mi hogar, queda al Sur a la afueras y es cómoda y soy buena anfitriona…debes hacer algo más tarde o vuestro trabajo no lo permite?- en verdad no deseaba ser inoportuna, pero con más fuerza quería que pudiera acompañarla. Un cochero a lo lejos se acercaba, martilleando las piedras del suelo con las herraduras potentes de los dos caballos, ella miró en la dirección en que venían, con un poco de suerte el hombre estaría libre y por una buena cantidad de dinero haría lo que fuese, así era el mundo y algunos casi la mayoría no se ganaban la vida divirtiéndose trabajando por gusto, bueno…ella se sentía fuera del mundo, inmersa en él, consentida y adorada por los lujos, pero no vendería su alma por ello, se defendía lo necesario…lo cual tampoco la hacía ser un ángel, no lo deseaba…tenía sus vicios o más bien sus antojos, eso eran. Paseó su mirada por el rostro del chico, no se había siquiera presentado y ella ya lo invitaba, se preguntó que pensaría su madre…nada se le vino a la mente, eso era un sí. – Vienes?- le regaló una sonrisa coqueta, esas que descongelan el más enojado corazón de papá, paró el coche que aún venía a lo lejos, miró su vestido ensangrentado, la sangre no se secaba o eso parecía, puso uno de sus dedos con asco sobre la mancha.
No…estaba seca, le asustaba haber estado cerca de la muerte y de las malas almas, no por miedo, sino por energía. Ella creía en eso y al llegar a casa tendría que limpiar su cuerpo y si él se lo permitía también aplicaría su magia, en secreto y con excusas, pero era por una buena causa, lo protegería a la vez que sanaría su rabia y su ansia de sangre por lo menos por unas horas, lo sentía en él, en su color. Esperó paciente en silencio con sus brazos descansando hacia abajo con las manos entrelazadas.
Flora Levallois- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/01/2015
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